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LOS VIAJES INTEROCEÁNICOS

Uno de los hechos más notables de la historia de la Humanidad fue la


expansión europea, a partir del siglo XV, que permitió el dominio de
Europa sobre el resto del mundo a la vez que posibilitó el contacto entre
sociedades, hasta entonces aisladas. Los primeros que se aventuraron
por mares desconocidos fueron los portugueses y españoles.

Hasta fines del siglo XV, los árabes controlaban las rutas asiáticas de las
especias que comunicaban la India y las islas vecinas con los puertos del
Mediterráneo Oriental. En estos puertos, los comerciantes venecianos y
genoveses se abastecían de ellas y las vendían por toda Europa. El
monopolio ejercido por estos comerciantes así como el paso de la
mercadería por tantas manos, encarecía enormemente el precio de estos
productos determinando la necesidad de ir a buscar las especias a los
países de origen.

El protagonista de este acontecimiento fue un nuevo tipo de hombre que


aparece con el Renacimiento: independiente, libre, de fuerte
personalidad, con espíritu de empresa, que aceptaba el peligro por la
fama, el renombre, el provecho personal. Este hombre fue el resultado de
la acumulación de conocimientos, de exigencias religiosas, de presiones
económicas y de innovaciones técnicas.

Adelantos técnicos:
Se perfeccionaron algunos instrumentos para ayudar a la navegación,
como la brújula y el astrolabio.
Adelantos científicos:
El Renacimiento posibilitó la difusión de los conocimientos geográficos
de la Antigüedad, olvidados durante la Edad Media, como, por ejemplo
de esfericidad o redondez de la tierra, del griego Ptolomeo. Paolo del
Pozzo Toscanelli (1397-1482), compuso en el año 1474 su “Tabla
Oceánica”. Para él, era indiscutible la redondez de la tierra, y estaba
seguro que yendo hacia el Occidente, se encontraría la India. El error
que cometía era la distancia: pensaba que sólo separaba Lisboa de Catay
(China), 250 millas. Esto despertaba confianza en los navegantes de la
época que veían realizables las empresas.

Desde el punto de vista portugués existen, a mi entender, dos cuestiones


fundamentales que debemos plantear con respecto a España. La primera
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es si España es para Portugal un país como los demás países de la
Unión Europea. Esta cuestión lleva sobreentendida la pregunta inversa,
es decir, si para España Portugal es un país más de la Unión Europea o
debe tener un trato diferente.
La segunda cuestión es si la posición portuguesa debería ser la de actuar
en España, desde un punto de vista puramente pragmático, en lo
económico, lo cultural, etcétera, como en cualquier otro país de la Unión,
o si Portugal debería plantear la idea de una acción especial de
promoción.
Estas dos cuestiones abordan temas realmente distintos: la primera
tiene que ver con la política de alianzas externas de Portugal, en la que
España es un elemento clave desde el siglo XVII.
Desde mediados del siglo XV y hasta el final del siglo XVI las relaciones
entre las coronas de Portugal y de Castilla y León fueron inmejorables.
Sin embargo, la necesidad de buscar aliados para garantizar una nueva
dinastía -los Bragança- propició a mediados del XVII un cambio radical
de política exterior en Portugal y la relación especial con Francia y sobre
todo con Inglaterra.
Esta perspectiva fue ampliamente discutida en la sociedad portuguesa a
lo largo del siglo XIX, con opiniones cada vez más críticas. La discusión
se volvió fuertemente emocional en el contexto de la crisis política de
1890, la cual fortaleció la idea de la posibilidad de una alianza
preferencial con España, en cualquier caso diferente de lo que sería una
Unión Ibérica, que sólo serviría para potenciar conflictos civiles en la
Península. El tema fue discutido a ambos lados de la frontera hasta los
años treinta del siglo XX, época en que dejaron de existir las condiciones
adecuadas para debatir éstos y otros temas.
La adhesión simultánea a la Unión Europea de Portugal y España en
1986 cambió la situación radicalmente, y la amistad entre los dos
pueblos (que no es, me parece, discutible) pudo proyectarse en actos
concretos de cooperación. En ese momento surgió la tesis en Portugal de
que la relación ibérica tendría como cauce institucional el marco
comunitario, el cual sería la respuesta a la política de alianzas, es decir,
la UE sería "la Alianza" por definición, englobando a todos los posibles
aliados. De esta manera, el debate quedaría cerrado. Sin embargo, ¿no
será ésta una solución incompleta?
La segunda cuestión considera temas de actuación práctica: está claro
que España es demasiado importante para la economía de Portugal, y el
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reto cultural es demasiado fuerte como para adoptar la postura de decir
que la actuación de los ministerios de Portugal debe ser idéntica en
España a la dibujada para cualquier otro país de la Unión.
Los intercambios económicos son de tal orden que no permiten dudas a
ese respecto: España es claramente nuestro primer proveedor,
acaparando el 27% de la importación portuguesa total (dato del primer
semestre de 2002). Los datos disponibles indican que en la actualidad es
también el primer mercado de exportación de Portugal, superando a
Alemania en ese puesto, que ostentaba hace décadas.
Como ha dicho el actual ministro de Exteriores de Portugal, Martins da
Cruz, mi país tiene "la suerte de tener como vecino a un país fuerte y
dinámico como es España". Sabias palabras, efectivamente. Podríamos
también decir que España tiene la suerte de tener al lado un país amigo
que por sí solo representó casi 13.000 millones de euros de compras en
el año 2001, siendo así el tercer mercado más importante para España.
Si analizamos la exportación per cápita, estos valores ganan en
significado, ya que Portugal es, sin duda, el primer comprador mundial
de productos españoles. Por lo tanto, el crecimiento económico y del
empleo de España depende en alguna medida de sus ventas a Portugal y
de la evolución de la economía portuguesa.
No pudo ser mejor el entendimiento entre los Gobiernos de Felipe
González y de Cavaco Silva en los ochenta y principios de los noventa.
Más tarde también el diálogo entre J. M. Aznar y António Guterrres fue
muy fructífero para ambos países, relación que se ha reforzado con el
actual presidente de Gobierno de Portugal, Durão Barroso. Las
posiciones de Portugal y España fueron en estos años casi siempre
coincidentes en los temas clave de la Unión Europea. Subrayo el apoyo
que siempre dio España en los foros internacionales a la solución
propuesta por Portugal para el conflicto de Timor Oriental.
Son mucho más importantes los aspectos positivos de una mejor
colaboración entre los dos países que las dificultades que puedan surgir.
Por otro lado, parece claro que sólo una evolución que conduzca a un
equilibrio relativo en la Península podrá ser útil a largo plazo, por lo que
ello representa en sí mismo y como condición para la aceptación política
en Portugal de esa colaboración. Algunos medios (en particular
económicos) en España parecen tener alguna dificultad con la noción de
que no es posible políticamente que en mi país se acepte la idea de que
sectores fundamentales de nuestra economía sean controlados desde

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Madrid o Barcelona (o Londres o Berlín), por un sencillo efecto del juego
de fuerzas de mercado.
Creo que también se debería considerar el factor político. La profunda
cooperación entre Portugal y España necesita de un alto grado de
consenso en los dos países y por eso hay temas que deberían ser
pensados con cuidado y sentido común.
El ministro de Exteriores de Portugal lanzó recientemente un programa
de renovación de la estructura de las relaciones exteriores de Portugal,
tanto a nivel económico como cultural, que pretende rellenar un vacío
que se sentía en estos aspectos. Esta política -que se aplaude por
absolutamente necesaria- es denominada de "diplomacia económica" y
pretende coordinar los esfuerzos de los ministerios de Exteriores y de
Economía sobre las oportunidades de proyectar la imagen de Portugal en
el exterior.
Defiendo que, en aquel marco, sería oportuno hacer un esfuerzo especial
en relación a España. En todos los consulados de Portugal en España
debería existir un funcionario encargado de la promoción de las
relaciones con Portugal. Subrayo que no se podría limitar a la
perspectiva comercial y de inversión, sino también tener sensibilidad
para la perspectiva cultural, para seguir la pauta marcada por el
ministro de Exteriores portugués cuando se refiere a "garantizar
coherencia al conjunto de acciones culturales con dimensión exterior".
Nos parece también útil considerar la apertura en Madrid de un centro
cultural portugués para atribuir otra dimensión a nuestra presencia
cultural en España.
¿Cuál podría ser la contribución de los poderes públicos y de la sociedad
civil española para este esfuerzo de conocimiento mutuo? El papel de las
autonomías estaría en la apertura de ejes de comunicación e información
con la Embajada de Portugal y los consulados, creando lazos regulares
de contacto de sus consejerías económicas, culturales y de asuntos
europeos con nuestros representantes, para iniciativas en su ámbito
competencial y para preparar acciones coordinadas de defensa, en otros
foros, de intereses comunes a Portugal y España. En la perspectiva
cultural, el ejemplo feliz de las iniciativas de Salamanca -2002, con
eventos culturales en colaboración con Portugal- debería ser seguido por
otras ciudades de España. En lo referente a la sociedad civil, además de
una participación cada vez más significativa en el conocimiento de los
dos países en todos los aspectos, sería positivo incentivar la creación de

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fundaciones como la del rey Afonso Henriques (primer rey de Portugal)
en Zamora o la Fundación Cataluña-Portugal, que potencien las
oportunidades de contacto y desarrollo de los dos países, que, siendo
como son dos naciones antiguas de larga proyección histórica, sólo
pueden beneficiarse de una colaboración, tanto en el marco europeo del
que son miembros como en el campo bilateral.

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