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Caso clínico: un profesor de secundaria con síndrome de burnout.

Se trata de un profesor de instituto de cuarenta y dos años de edad, casado, con tres hijos,
vive en una ciudad de Madrid: trabaja ininterrumpidamente de 8.30 a 17.00. tiene tres grupos
de treinta alumnos cada uno, de quince años aproximadamente. Lleva dos años en este centro
docente, pero su experiencia como profesor es de unos catorce años. Su perfil psicológico es el
siguiente: persona más bien introvertida, muy trabajador, responsable, muy ordenado (utiliza
a diario la pizarra con el fin de ordenar los conceptos, hacer clasificaciones o matizar algunos
puntos de la lección que esté explicando), bastante sensible, tímido y con pocos recursos para
la relación social.

En el curso anterior tuvo bastantes problemas con el grupo de alumnos peores de la clase, que
son cinco y presentan un claro fracaso escolar. Tres de ellos han hecho pintadas en la pizarra
del aula, de carácter peyorativo hacia el profesor, con dibujos de su cara (caricatura muy
despectiva), repitiendo frases y estribillos frecuentes en su lenguaje cotidiano. En otras
ocasiones, en el curso de la clase y estando él de espaldas a los chicos, ha oído insultos y frases
soeces contra él, pero no ha podido saber quién ha sido.

A principio de año, después de las vacaciones, no quería incorporarse y tuvo una semana antes
mucha ansiedad, acompañada de frecuentes colitis, insomnio y un cierto cambio negativo de
su personalidad. Este curso académico lleva tres meses de actividad y el grupo de alumnos
discordantes es peor y algo más numeroso, ya que son siete: crean mal ambiente entre el
resto de los compañeros, se quejan de que el profesor explica demasiada materia, que va muy
de prisa y que a ese mini grupo lo atiende poco. Presentaron una queja verbal y luego por
escrito al director del centro y esto ha enturbiado más las relaciones con el profesor. El resto
de los alumnos están bastante desmotivados, el nivel de estudios y deberes que han de
realizar es bajo y ya no puede controlar al segmento de los fastidiosos, ni tampoco ahora al de
los despreocupados. Nos dice él: “cada día voy a clase con menos ganas. He sido un amante de
mi trabajo y mi pasión ha sido siempre dar clase, pero no en estas condiciones. En los
controles de exámenes el fracaso en las notas es del 70 al 75 por ciento. La gente durante las
clases, está dispersa. Son insolentes, maleducados, prepotentes, altivos y no tienen casi ningún
respeto, exceptuando un pequeño grupo, pero que tiene poca fuerza frente al resto.

“He vuelto a dormir mal, con pesadillas y agresiones de los alumnos a mi persona. La forma de
responder en clase a mis preguntas se ha vuelto irónica, despectiva. Yo explico dos
asignaturas: Lengua y, por otra parte, Historia de la Literatura Española. Me veo incapaz de
seguir y me han dado la baja hace unos días porque ya no podía más. Era entrar a clase y
empezar con taquicardia, opresión precordial, sequedad en la boca y miedo. Hace unos días
me quedé solo en la clase en el momento del recreo y oía como gritaban contra mí desde el
patio, con insultos, desprecios y pareados en un tono que yo no puedo consentir.

“El director del instituto me ha dicho que le dé una lista de esos alumnos tan negativos. Se la
he dado y al día siguiente me he encontrado con el cristal de mi coche roto y una rueda
pinchada y llena de clavos. Dos de ellos han sido expulsados, pero yo estoy desmoralizado, mis
deseos de dar clase se han ido reduciendo y cada vez me siento peor: inseguro, desmotivado,
decaído, sin deseos de seguir. El sólo hecho de pensar en volver a mi clase me produce pavor,
un miedo terrible y una tensión generalizada por todo el cuerpo, es como una especie de
bloqueo. Mi mujer está muy preocupada, al igual que mis hijos, el mayor de dieciséis años, me
dice que eso es normal y que lo que tengo que hacer es restarle importancia a lo sucedido y
seguir adelante”.

Se le ha diagnosticado un síndrome de burnout, al que se ha ido asociando una fobia a ir a


clase: el hecho de pensar en retornar a su lugar de trabajo le produce una ansiedad
generalizada que le hace imposible ni planteárselo. Según nos comenta son bastante
frecuentes todos estos acontecimientos y, hablando con otros profesores, muchos dicen que a
ello se asocia la falta de carácter del director, que es contemporizador y que por evitar males
mayores (poner en la calle a más del 30 por ciento del alumnado), consiente y se ha vuelto
muy permisivo con ciertas conductas de los chicos. Por tanto, vamos a destacar aquí los
principales puntos problemáticos del caso que nos ocupa:

Se trata de un acontecimiento conflictivo, fastidioso, negativo, que afecta a su vida laboral


diaria. Ello origina unas relaciones especialmente malas con los alumnos con fracaso escolar,
que han contagiado al grupo mediano, que se ha ido inclinando hacia ellos. La evaluación que
hace el profesor es igualmente negativa y valora esa realidad de manera especialmente
insuperable, por fuera y por dentro, externa e internamente.

Este estrés laboral crónico ha desencadenado una sintomatología en cinco dimensiones: física
(síntomas somáticos: taquicardia, pellizco gástrico, sequedad de boca), psicológica
(inseguridad, miedo, baja autoestima, temor a perder el control y a agredir a algún alumno,
con las posibles negativas consecuencias que esto puede tener), cognitiva (mal procesamiento
de la información, adelantarse en negativo, distorsión de pequeñas anécdotas ligeramente
negativas, que al estar quemado las magnifica; además se ha vuelto hipersensible, suspicaz),
de conducta (temblores generalizados, tics en la cara, andar en la clase de un sitio para otro
delante de su mesa) y social o asertiva (no quiere salir los fines de semana con su familia ni con
amigos comunes, está bloqueado y en las sesiones conjuntas con el resto de los profesores casi
no se atreve a intervenir)

Padece una fobia social: terror, pánico, miedo insuperable a volver a las aulas e impartir sus
actividades docentes. Nos ha dicho: “otros profesores practican una especie de absentismo
laboral atípico, ya que se dan de baja por cualquier molestia física, cuando lo que en realidad
les sucede es lo mismo que a mí. Yo estoy hundido, deprimido, mal, pero sé porque me viene a
mí esto”.

Se le ha prescripto un tratamiento psicorrelajante (alprazolan 5mg, tres veces al día), un


facilitador del sueño (nitrazepan) y un antidepresivo (venlafaxina 75mg por la mañana).
Además de la baja laboral, se le ha iniciado una psicoterapia dándole pautas de afrontamiento
para saber enfrentarse con los alumnos y ensayar un comportamiento más adecuado,
haciendo valer su autoridad. Se ha hablado con el director del instituto, buscando una mejor
colaboración entre ellos.

La mejoría en su estado de ánimo ha sido evidente. El tema de la fobia a volver a clase sigue
intacto y es la siguiente meta ir desdramatizando el asunto y hacer un programa antifóbico
para ir superando gradualmente la situación.

Entre los distintos tipos de investigación que se realizaron desde 1993 a 2004 ‘, se pudo
determinar que son los profesores de enseñanzas en colegios y los médicos de hospital y
ambulatorios los que más padecen este trastorno. Pero su área se expande a otros sectores,
quizás no con tanta frecuencia como a esos dos: periodistas, abogados, enfermeras,
trabajadores sociales, políticos y por supuesto, amas de casa.

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