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Reflexiones sobre las implicaciones de la conmemoración del bicentenario de la

Independencia de Guatemala para los Pueblos Indígenas


-Por Lu’K’at Pedro Us Soc
http://caminante.usac.edu.gt/index.php/2021/04/26/la-conmemoracion-del-bicentenario-de-la-independencia-
nacional-o-la-historia-de-un-encubrimiento-que-continua/

RESUMEN
Desde 1524, comienza para los pueblos originarios de esta región de Mesoamérica, hoy
llamada Guatemala, una historia que todavía no conoce final. El encubrimiento iniciado
en 1492 ha ocultado la existencia, la identidad, el ejercicio de los derechos, el carácter
de sujetos políticos… de los pueblos Maya, Xinka y Garífuna. Durante la Colonia, la
relación entre españoles, primero, y criollos y mestizos, después, fue de sometimiento
en todos los órdenes de la vida, además del desprecio del que los “indios” fueron
víctima de forma permanente.
La declaración de la Independencia nacional en 1821 no modificó en absoluto la
relación colonial. Continuó la estructura colonial dividida en la república de españoles y
la república de indios, como mecanismo de ocultamiento de las diferencias étnicas bajo
una sola y uniformadora categoría: indios. Y bajo esa categoría se les obligó al pago de
tributo, a vivir en reducciones, al sometimiento religioso, económico y político y al
trabajo forzado. Después de 1821 la estructura colonial continúa. Persiste la relación de
exclusión, diferenciación perversa y ocultamiento de las realidades propias de los
pueblos originarios.
La conmemoración oficial del bicentenario de la Independencia de 1821 no incluye, ni
por asomo, una propuesta de transformación estructural de las relaciones entre la
nación y el Estado guatemaltecos y los Pueblos Indígenas. La exclusión de los Pueblos
Indígenas en el acto de declaración de la Independencia en 1821 es la marca que
caracteriza desde sus orígenes a la nación y al Estado guatemaltecos. En 2021, los actos
relacionados con el bicentenario muestran un tratamiento folclorista de la cultura maya
y la continuidad de la práctica de usurpación de la cultura y la simbología de los pueblos
Maya, Xinka y Garífuna.
Por eso, y a partir de las reflexiones realizadas en distintos ámbitos, incluyendo el
académico, los Pueblos Indígenas tienen claro que deberán impulsar por sí mismos sus
propios movimientos de emancipación.

Palabras clave: Independencia, bicentenario, encubrimiento, colonialidad, multinacionalidad,


resistencia.
LA CONMEMORACIÓN DEL BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA
NACIONAL O LA HISTORIA DE UN ENCUBRIMIENTO QUE CONTINÚA

Indígenas en el acto de declaración de la Independencia en 1821


En el IX Congreso Latinoamericano de Educación Intercultural Bilingüe, realizado en la
Ciudad de Antigua Guatemala, en octubre del 2010, en el acto de apertura se hizo
referencia al Bicentenario de la Independencia de Guatemala. Fue la primera vez que,
quien esto escribe, escuchó hablar del Bicentenario de la Independencia en un acto
público, oficial.
Guillermina Herrera, a cargo del discurso marco del congreso, se refirió al Bicentenario de
la Independencia como “oportunidad para entender la educación intercultural bilingüe y
repensarla”. Oportunidad también para “reconocer que han sido los pueblos originarios
los que han provocado reflexiones en cuanto a la construcción de sociedades diversas que
ejerzan una auténtica participación ciudadana” (cursivas nuestras).
¿Admiten el concepto y las intenciones de la independencia declarada en 1821 el
reconocimiento del histórico aporte de los pueblos originarios a la diversidad del país?
¿Admiten el concepto y las intenciones de la conmemoración del Bicentenario de la
Independencia la ciudadanía de los pueblos originarios en el estado nacional? La
respuesta en ambos casos es NO.
Por una parte, en el acto de la firma del Acta de Independencia en 1821 había
representantes del poder político y de la Iglesia y de otros sectores de la élite del
momento. El pueblo había hecho acto de presencia, pero en las calles, en la plaza, en el
patio, en los correderos y en la antesala del palacio para repetir el grito de “viva la
Independencia”. La población indígena estaba ausente, ocupada en satisfacer las
exigencias de los colonizadores, sin tiempo para ocuparse de construirse un lugar en las
decisiones públicas.
La independencia de 1821 es una acción de la élite criolla, la cual se define a sí misma
como “el pueblo de Guatemala”, y considera la independencia del gobierno español como
“su voluntad”. La afirmación de que “la independencia es voluntad general del pueblo de
Guatemala” es una falacia como las que suelen utilizar funcionarios de gobierno cuando
atribuyen alguna decisión a toda la sociedad para darle una legitimidad que todo mundo
sabe que no tiene.
Desde el punto de vista conceptual, pues, el acto de declaración de la independencia en
1821, no admite la presencia de pueblos originarios. Los desconoce, los encubre bajo un
concepto generalizador e invisibilizador: “el pueblo de Guatemala”. Esta es una idea que
se repite hoy, que los funcionarios gustan de repetir: en el país, “todos somos
guatemaltecos”, “todos somos iguales”. Una media verdad que oculta, invisibiliza,
encubre y excluye identidades específicas del 60% de la población: los Pueblos Indígenas
(el 43.56% según el XII Censo nacional de población del 2018).
Las intenciones de la independencia de 1821 tampoco admiten la presencia ni el rol
fundamental de la población indígena en la consolidación del sistema de vida colonial, ni
en ninguna lucha por la independencia. En el acta se indica al señor jefe político que haga
pública la proclamación de la independencia realizada por la élite “para prevenir las
consecuencias que serían terribles, en el caso de que la proclamase de hecho el mismo
pueblo”. Si hubiese habido líderes indígenas formando parte del pueblo que
eventualmente hubiera buscado la independencia, habrían quedado al margen de hecho.
Pueblos Indígenas en la convocatoria a la conmemoración del bicentenario
En Guatemala, la convocatoria oficial para la Conmemoración del Bicentenario de la
Independencia se lanzó en el año 2010. Fue una convocatoria realizada en forma conjunta
por el Gobierno de Guatemala, por medio del Ministerio de Educación, y la oficina de la
UNESCO en Guatemala.
Según el discurso del Gobierno de Guatemala de entonces, la conmemoración del
bicentenario trata “de enaltecer al conjunto de protagonistas sociales, intelectuales,
mujeres, jóvenes, indígenas, afro guatemaltecos, gestores todos del movimiento
independentista”. Entre los protagonistas de la independencia incluye “indígenas y afro
guatemaltecos”, de quienes no tenemos noticia, porque hasta ahora no conocemos “una
versión de la gesta independentista que recupere a todos los actores sociales, a
intelectuales valiosos, a las lideresas o los líderes que tuvieron un rol en nuestra historia”.
No tenemos esa versión, efectivamente. Lo que tenemos es un acta que identifica a los
presentes en el acto de proclamación de la independencia. Y entre ellos no hay referencia
a personas indígenas ni afroguatemaltecos. No puede ser de otra manera, tomando en
cuenta “el desprecio que los mayores recomendaban para con estos seres descalzos y
raídos, que olían a sudor”. Este desprecio era recomendado por padres y abuelos cuando
llegaban a las casas de españoles como “portadores de algún beneficio, sudorosos y
jadeantes” y se les veía “descargar de sus espaldas la leña, los granos, las legumbres, la
leche, la panela y muchos otros bienes sin los cuales la existencia no habría sido todo lo
agradable que en realidad era” (Martínez, La patria del criollo).
La servidumbre era el lugar asignado a los “indios” en la estructura social de la Colonia, al
igual que hoy lo es en la estructura social y política nacional. Y había que “tenerlos a raya y
patentizarles en todo momento su subordinación”. Esa era instrucción cotidiana de padres
y abuelos a los hijos y nietos (Martínez, La patria del criollo). Lo mismo que hoy, aun
cuando exista una “institucionalidad indígena”, ocupada, sin embargo, por “indios
permitidos”, cuya función es la servidumbre política, útil para legitimar el discurso oficial y
para mostrar un Estado con una cara incluyente ante la comunidad nacional e
internacional.
Para las instituciones que convocan a la conmemoración, la idea fundamental es que “el
Bicentenario de la Independencia de Guatemala es una oportunidad para repensar la
acción del Estado y de la República” (Gobierno GT y UNESCO, 2010, Presentación).
Consideran también que es “una señalada oportunidad para abrir la reflexión entre todos
los ciudadanos en torno al Estado de la nación”. Por ello, debe “estimular la discusión
entre los guatemaltecos”.
El tema de la discusión es nada menos que el Estado que, tras doscientos años de
existencia, aún “no se consolida como institución rectora de la nación”. La naturaleza del
Estado, como la institución política de la nación guatemalteca, es un tema presente desde
hace algún tiempo en distintos ámbitos de la sociedad. Especial atención ha ocupado en la
agenda de organizaciones y comunidades de los Pueblos Indígenas. Estas coinciden con
otras organizaciones e instituciones al considerar al Estado de Guatemala como un Estado
fallido. Aunque su carácter fallido desde la perspectiva indígena se debe también a que no
ha logrado, o no ha querido lograr, reconocer la ciudadanía de los Pueblos Indígenas.
Como Estado de la nación ladina-mestiza, en las manos de una élite, ha institucionalizado
un conjunto de mecanismos legales, políticos, económicos y sociales para mantener
sistemáticamente a los Pueblos Indígenas al margen de las decisiones políticas estatales. Y
mantener su estatus como ciudadanos de tercera categoría. O, incluso, como no
ciudadanos, habitantes naturales de un territorio que les ha sido usurpado, sin
posibilidades de ejercer sus derechos como ciudadanos, y como pueblos, con carácter de
sujetos políticos.
Por eso, se ha insistido hasta la saciedad en que el Estado guatemalteco ha sido
instrumentalizado por los poderes, tanto los legales como los paralelos, para conservar la
hegemonía de unos sectores sobre toda la sociedad. Especialmente sobre los Pueblos
Indígenas. Al mejor estilo de la relación de la república de españoles y criollos y la
república de indios, durante la Colonia. Un esquema, insistimos, que no se tocó en lo más
mínimo con la declaración de independencia de 1821. Por lo contrario, la relación de
dominación colonial, no solo pervive, sino que se ha consolidado y ha reforzado sus bases
legales y políticas, con la promulgación de leyes y la definición de políticas estatales sin
alcances estructurales.
Los guatemaltecos llamados a participar
La convocatoria a la conmemoración del bicentenario, lanzada en el 2010, estaba dirigida
“a toda la comunidad nacional, las instituciones, autoridades, organizaciones
empresariales y las organizaciones de la sociedad civil”. Buscaba promover “encuentros
entre todos los sectores del país que estén inmersos en la preocupación por renovar y
fortalecer las bases de la República”.
Como se echa de ver, la convocatoria de conmemoración del bicentenario, con todas las
buenas intenciones que pretende mostrar, desconoce sin más a los Pueblos Indígenas en
su condición de sujetos políticos con identidad propia, con voz propia, con aspiraciones,
demandas y propuestas propias. Y no puede decirse que se incluyen en la “comunidad
nacional” o en las “organizaciones de la sociedad civil”. En el acto de declaración de la
independencia en 1821 y en la convocatoria de conmemoración del bicentenario de dicha
independencia, los Pueblos Indígenas y sus organizaciones simplemente son dejados al
margen. O, encubiertos. Con todo lo que el encubrimiento implica de minorización,
subordinación, subalternidad, discriminación, desprecio, exclusión, racismo.
La única mención indirecta a organizaciones indígenas se encuentra en la referencia a los
sectores que disienten de la idea de que “Guatemala es una nación” y proponen “que este
país es un estado multinacional”. Las organizaciones del disenso, también están invitadas
a las discusiones que tendrán lugar en la conmemoración. De hecho, y por este detalle, se
puede ver alguna alusión, son organizaciones indígenas las que tienen una propuesta
definida con respecto a la construcción de la plurinacionalidad o la multinacionalidad.
Tiene razón Herrera (IX Congreso Latinoamericano de EIB) cuando afirma que han sido los
pueblos originarios los que han provocado reflexiones en cuanto a la construcción de
sociedades diversas.
Dicho de otra manera, son los Pueblos Indígenas y sus organizaciones las que tienen una
visión responsable con el devenir histórico de las relaciones interétnicas y de las
relaciones del Estado nacional con los Pueblos Indígenas. Un tema en el cual cuentan con
apoyo de organizaciones y organismos no indígenas, nacionales e internacionales, afines a
las aspiraciones de los Pueblos Indígenas.
Lo que piensan los Pueblos Indígenas, así como intelectuales y organizaciones indígenas,
sobre la necesidad de transformar el Estado monoétnico y monocultural en un Estado
multinacional o plurinacional, es de conocimiento del liderazgo político del país. No
obstante, los Pueblos Indígenas y sus organizaciones son ignorados en la convocatoria a la
conmemoración del bicentenario. Ello, a pesar de la intención (dudosa por esto mismo) de
que “queremos darle un nuevo y profundo impulso a dinámicas de reflexión crítica y
creativa que den paso a nuevas conceptualizaciones que inauguren una época de reforma
del Estado, de innovación política y de refundación de la República” (documento de
convocatoria).
Conmemoración del bicentenario, ¿oportunidad para la construcción de un estado
plurinacional?
¿Podría ser la Conmemoración del Bicentenario de la Independencia la oportunidad para
la construcción de un Estado plurinacional o, al menos, multinacional? ¿Qué implicaría
para la nación guatemalteca la conversión del Estado nacional criollo y ladino/mestizo a
un Estado en el cual los Pueblos Indígenas puedan incorporarse como naciones, con todos
los derechos actualmente reconocidos solo de manera formal y con un enfoque
reduccionista?
Hasta hoy, afirma Cojtí (2004), “se desconoce casi por completo el lento proceso de
multiculturalización del Estado y de la democracia guatemaltecas”. Con excepción del
aspecto legal, el “más conocido y avanzado”. Lo que no implica que la promulgación de
leyes lleve automáticamente al reconocimiento de los Pueblos Indígenas como naciones
con pleno derecho de formar parte, participar y beneficiarse de los bienes del Estado (en
cuya producción tienen una amplia participación). Por esto, como señala Cojtí (2004), no
existen avances en “la formulación, implementación, institucionalización de políticas,
planes, programas y proyectos, ni la adaptación de las estructuras estables del Estado a la
multietnicidad del país”. Si multiculturalizar el Estado ha sido complejo y es un proceso de
lento avance, pensar en la construcción del estado plurinacional seguro requerirá un
drástico reajuste en las relaciones estructurales de poder en todos los órdenes.
De esa cuenta, no basta asumir la conmemoración de la Independencia como oportunidad
para “analizar, reinterpretar y recorrer la historia de la época independiente de
Guatemala, con una actitud hermenéutica”. Interpretar la realidad del país para
comprenderla y pensar cómo reconfigurarla no ha sido suficiente. Y, menos, si el camino
por recorrer lleve a proseguir en las actuales circunstancias el mandato venido desde la
independencia (documento de convocatoria). Un mandato que ha obligado al Estado a
seguir protegiendo el actual estado de cosas de “las consecuencias que serían terribles, en
el caso de que (la construcción de un Estado plurinacional la promueva) de hecho (los
propios pueblos interesados)”. Ejemplos abundan en la historia del país, de las
consecuencias para el pueblo los intentos de democratizar las estructuras políticas y
económicas del país.
Tampoco basta que el actual presidente de Guatemala, en el acto conmemorativo en el
Congreso de la República, haya llamado a construir una nación unida, sin fronteras en
Centroamérica y a vivir en libertad de acción y pensamiento… para que los
guatemaltecos sean mejores, con metas comunes y encaminados a una sociedad sin
divisiones (republica.gt). Y no basta el llamado, porque el inicio mismo de las actividades
conmemorativas del bicentenario ha sido una muestra clara del irrespeto de los
funcionarios de Estado a los lugares sagrados del Pueblo Maya, invadiendo la emblemática
ciudad de Iximche’, ciudad sagrada de la comunidad Maya Kaqchikel, llamada “ruinas” en
algunos medios de comunicación. Y junto con la invasión, la folclorización de elementos
de la milenaria cultura Maya, como el Popol wuj, sus danzas, su indumentaria.
Y tampoco es suficiente con que el Congreso de la República, mediante una iniciativa de
ley relacionada con la conmemoración del Bicentenario de la Independencia, asegure que
su intención principal es “contribuir a robustecer el conocimiento del pasado y fortalecer
el futuro del país, constituyéndose como un punto de partida para fundar un modelo
social más incluyente”. Las características del Congreso de la República en las últimas
legislaturas, cooptado por alianzas criminales, le resta legitimidad y credibilidad.
¿Podría ser el ideario de los Acuerdos de Paz el camino?
Dada su importancia, finalizamos la revisión de la perspectiva gubernamental de la
Conmemoración del Bicentenario de la Independencia, según se explica en el documento
de convocatoria, con la referencia a los Acuerdos de Paz. Sorprende la afirmación de que
“los Acuerdos de Paz de 1996 pautan actualmente vida pública”. Además de que forman
parte de “las experiencias vividas y los valiosos aprendizajes de los últimos 200 años.
Experiencias que constituyen el mejor sustento para las propuestas ciudadanas de
refundación del Estado guatemalteco y la generación de la esperanza para el futuro de
Guatemala”.
En este sentido, la refundación del Estado guatemalteco, un Estado criollo-ladino/mestizo,
elitista, discriminador, racista, incluiría como sustento el Acuerdo de Identidad y Derechos
de los Pueblos Indígenas, además de los otros acuerdos, por supuesto. ¿Habrán estado
conscientes quienes escribieron los textos de la convocatoria oficializados por los
funcionarios de gobierno lo que implica refundar el Estado sobre los mandatos de este
acuerdo? Lo más probable es que sí. Pero, conscientes también de que el discurso político
no tiene por qué ser tomado en serio y que no necesita ser confrontado con la realidad.

La perspectiva de las Naciones Unidas


Para la UNESCO, la celebración del bicentenario de los procesos de independencia de los
países de América Latina y el Caribe “reviste una importancia y trascendencia histórica,
social y cultural de los pueblos latinoamericanos y caribeños”. Los procesos de
independencia, llevados a cabo por “ilustres libertadores” de este continente, “cuyo
pensamiento se inspiró en las ideas de los sabios de la ilustración y de los próceres de
otras gestas emancipadoras (UNESCO, Decisión 182 EX/59, aprobada en la 14ª sesión
plenaria, el 21 de octubre de 2009).
Con este reconocimiento, y en su calidad de “foro ético y moral” (por excelencia) del
Sistema de las Naciones Unidas, al “promover la justicia social, la cultura de paz y la
solidaridad entre los pueblos”, la UNESCO “ve con satisfacción las acciones que se
desarrollan en el ámbito nacional con motivo de la celebración de este bicentenario, por
la trascendencia histórica que trajo consigo la fundación de nuevas repúblicas. Según esta
resolución de la UNESCO, los movimientos de independencia trajeron consigo “la
abolición de la esclavitud en el continente y la inclusión de las comunidades negras y
Pueblos Indígenas en las sociedades nacientes”.
Con respecto a la abolición de la esclavitud en Centroamérica, esta se proclama en el año
1824. Pero, para su aplicación efectiva, a los “dueños” de los esclavos había que
indemnizarlos porque se quedaban sin su fuerza de trabajo y sin la servidumbre. Sobre la
“inclusión de las comunidades negras y Pueblos Indígenas en las sociedades nacientes” no
podía ser de otra manera, puesto que eran habitantes de los territorios ahora
“independientes”. No fue parte de alguna decisión deliberada de aceptarlos como parte
de las sociedades. Por lo contrario, y, de hecho, junto con la inclusión de la población
indígena, se mantuvo su condición de servidumbre. Una condición que ha pervivido hasta
hoy, bajo distintos mecanismos formales. Los gobiernos conservadores mantuvieron a los
indígenas en condiciones de esclavitud, de trabajo forzado, de explotación y despojo. La
llegada del gobierno liberal, en 1871, no cambió la situación, la cual se mantiene hasta
hoy.
Al decir de Montiel (2010), “con la política de los ‘traslados’ forzados, la población
indígena fue diezmada, expoliada, alcoholizada y una masiva ocupación de sus tierras dio
lugar a nuevas fortunas del personal político”. Los “indios” en las nuevas naciones “fueron
blanco de persecución, expoliación y desagregación de sus comunidades, instalándose un
proceso de colonización interna que no ha concluido en nuestros días”. Desde La Pampa
argentina y la Patagonia chilena hasta la sierra mexicana y las praderas norteamericanas,
pasando por la Amazonía brasileña, la selva venezolana y Centroamérica.
Llegados a este punto, queda claro que ninguna conmemoración de la independencia de
1821 puede valorar los aportes históricos de los Pueblos Indígenas a la diversidad del país,
ni sus aportes a la economía, ni a la construcción de una ciudadanía multicultural, ni a la
conservación del equilibrio ambiental. El discurso que afirma que “hoy todos somos
Guatemala, todos somos independientes y libres”, como dijera el ministro de Cultura en el
acto de inicio de la conmemoración, choca frontalmente con la realidad que viven los
Pueblos Indígenas en su relación con el Estado de Guatemala. Es una afirmación que no se
puede sustentar desde ninguna perspectiva: ni histórica, ni política, ni cultural, ni
económica. La vida cotidiana que viven las personas indígenas, hombres, mujeres,
jóvenes, en el campo y la ciudad muestra una realidad distinta.
¿Una segunda independencia?
La cuestión del bicentenario y los actos de conmemoración organizados e implementados
desde los Estados latinoamericanos ha estado también en la reflexión de las ciencias
sociales. Particularmente desde el pensamiento crítico de intelectuales, como los que
forman parte del Grupo Modernidad/Colonialidad. En este colectivo, conformado por una
“red multidisciplinar y multigeneracional de intelectuales”, se cuentan, entre otros,
sociólogos como Aníbal Quijano, semiólogos como Walter Mignolo, la pedagoga Catherine
Walsh, antropólogos como Arturo Escobar y filósofos como Enrique Dussel y Santiago
Castro-Gómez (entre otros).
A partir del trabajo de grupos como este, se ha posicionado la convicción de que no debe
“prohijarse un nuevo encubrimiento del otro, como ocurrió con memorias y festejos del
llamado ‘descubrimiento de América’”. O, como ocurrió también con la celebración del
primer Centenario de la Independencia de los países de América Latina. Una celebración
promovida por las élites como “una fecha que anuncia su propio y exclusivo progreso
ininterrumpido”.
Desde esta perspectiva, no corresponde festejar sino “impugnar, denunciar, una
emancipación de la corona española que solo ha sido usufructuada por los criollos y sus
herederos en menoscabo de los Pueblos Indígenas y afroamericanos, sin dar lugar a
ese nosotros incluyente de las diferencias”. Para ir un paso más allá de la impugnación y la
denuncia, Roig (2002) considera necesario “promover esta conciencia crítica desde la
situación de neocolonialidad que se vive en nuestros países, lo cual compromete toda
praxis social con la necesidad de una ‘segunda independencia’, en lo político y en lo
mental”.
¿En qué consiste esta segunda independencia? ¿Cómo implica a los Pueblos Indígenas una
segunda independencia de la nación criolla/mestiza/ladina? ¿Podría un movimiento por
una segunda independencia de los países latinoamericanos incluir de manera natural a los
Pueblos Indígenas? ¿Pueden los Pueblos Indígenas hablar de una segunda independencia,
si no han tenido una primera independencia? ¿Cómo pueden aprovechar los Pueblos
Indígenas los caminos que sean construidos desde el pensamiento decolonial hacia una
segunda independencia, en la línea de Arturo Roig?
Roig considera la búsqueda de una segunda emancipación como un proceso con varios
momentos. En esa línea, es necesario someter a crítica situaciones derivadas de la
apropiación y la utilización de los símbolos, la cultura, en general, los bienes tangibles e
intangibles, de la vida misma, de los Pueblos Indígenas en función de los intereses de las
élites y de los sectores de poder legales y paralelos. Para desnaturalizar tales situaciones,
es preciso reconocer el carácter intramundano de las acciones que las producen. Que no
son producto de ninguna voluntad divina, ni se dan por “culpa” de los propios afectados,
porque son perezosos, borrachos…
Necesario es, también, realizar procesos de deconstrucción de formas de pensamiento, de
ideologías, de teorías y de prácticas elaboradas para justificar o legitimar la exclusión, el
sometimiento y la servidumbre de los Pueblos Indígenas. Comprender la lógica de la
modernidad, desarraigar de la conciencia de nuestros pueblos la colonialidad de nuestro
ser y de nuestro saber. Y, sobre esa base, llevar a cabo el “rearme categorial” que dice
Roig. Lo que esto signifique para los Pueblos Indígenas, lo veremos en el siguiente
apartado.
Desde la perspectiva de los pueblos indígenas: el encubrimiento continúa
En 1492 los pueblos originarios de Abya Yala fueron sepultados bajo la imagen del “otro”
europeo. Por ello se habla de “encubrimiento”, y no de “descubrimiento”. De ahí también
el rechazo a la denominación de “descubrimiento” aplicada a la llegada de Cristóbal Colón
a tierras de Abya Yala en 1492, y a otros conceptos como “encuentro”, por ejemplo.
En el mundo académico, fue Enrique Dussel quien, en 1984, introdujo el concepto
de encubrimiento en los debates sobre la validez de los conceptos
de descubrimiento y encuentro (de culturas, de dos mundos). Introdujo también “la
necesidad del ‘desagravio’ al indio” (Dussel, 1994).
Entre las sugerentes ideas de Dussel alrededor del tema del encubrimiento, dos llaman la
atención: por una parte, la centralidad del sujeto europeo, alrededor del cual se hace girar
la percepción de los hombres y mujeres, habitantes de las tierras de Abya Yala, y la
relación con ellas y ellos. Esta percepción, basada en el pensamiento heideggeriano, ha
evolucionado hacia la cosificación del otro. A la llegada de Colón a Abya Yala, sus
habitantes fueron considerados como seres subhumanos, idea reforzada por algunos
filósofos y teólogos de la época, como Juan Ginés de Sepúlveda[1] y Cornelius de Paw[2],
entre otros. Según Dussel, con el tiempo se ha ido afianzando la idea de que todo lo
europeo es el centro del mundo. Todo lo demás, incluyendo las y los habitantes
originarios de Abya Yala, no son más que “entes”, cosas, que pueden ser utilizados y luego
ser desechados, y que no merecen respeto como un “otro” semejante (Dussel, 1994/2).
Por otra parte, el encubrimiento del indígena es una necesidad connatural al sistema. Es
una condición necesaria para conservar el estado de cosas y el estatus de los sectores de
poder. Desde el surgimiento del otro en el horizonte, que irrumpe en el mundo del
europeo, se hizo necesario en-cubrirlo. Para ello, se crearon mecanismos, con sus
respectivos dispositivos, que se activan cada vez que hay que aplastar las cabezas que
pretenden salir a la superficie.
El encubrimiento y sus mecanismos de soporte
Esta es una práctica que pervive en la actualidad. Se ponen en juego mecanismos que van
desde tratar de convencer a indígenas de que su permanencia en la subalternidad les
puede resultar beneficioso, pues puede acceder a bienes que le permitirán disfrutar de la
vida moderna, hasta la amenaza y el recurso del miedo, para inmovilizarlos. De hecho, la
amenaza es real. Y va desde la criminalización de líderes indígenas, hasta el genocidio,
como efectivamente ha sucedido, con el exterminio de comunidades enteras por parte de
las fuerzas de seguridad o la persecución y el asesinato selectivo de lideresas y líderes
comunitarios.
En Guatemala, el recurso del miedo va dirigido no solo de manera directa a los Pueblos
Indígenas, a sus organizaciones y a su liderazgo. Va dirigido también a otros sectores de la
sociedad, con la finalidad de promover el rechazo social del indígena, por el miedo que
inspira o por la repulsa que provoca. Es obvio que ninguna de estas reacciones que
produce la presencia indígena es real o tiene una base real. Son más bien herramientas del
poder hegemónico para garantizar la sumisión permanente del indígena.
A este respecto, es muy iluminador el siguiente texto que Anabella Giracca ha preparado
para este artículo. Lo reproducimos aquí con su autorización.
La discriminación y el racismo son herramientas de poder. Estas se respaldan en una gama
significativa de dispositivos que se activan para justificar el dominio en el transcurso de la
historia. El colonialismo tiene sus cuñas, sus agarradores para sostenerse con una lógica
aparentemente “natural”.
Entre los dispositivos a los que me refiero están, por ejemplo, el paternalismo que se activa
en todas las estructuras sociales, culturales y económicas, y respalda la idea de que unos
son padres de otros, “unos” tienen el poder sobre esos “otros” que ven como amenaza.
Esos pocos “unos” definen el futuro de los muchos “otros”. El solo hecho de llamar “mis
indígenas” lo pone todo claro.
La infantilización del “otro” es un dispositivo más y muy presente en todos los ámbitos.
Tiene como fin justificar dominio minimizando al que se quiere dominar sin tomar en
cuenta su voz y su palabra. Los diminutivos lo ponen más claro aún.
La invisibilización de aquellos que quiero dominar y explotar es igual de grave. “Si no están
en el discurso de poder, no existen”. Consiste en anular no solo la presencia de ese “otro”
que desconozco, sino de apartarlo de los espacios de poder.
El folclorismo es el dispositivo que utiliza el Estado para hacer uso y abuso de la diversidad.
Es quedarse en lo estético y jamás asumir lo ético, donde ese “otro” se convierte en un
valor. Acá vemos la valoración del arte, por ejemplo, pero jamás por quién la produce, sin
reconocimiento ni derechos legales.
La homogeneización es un dispositivo más, que hace creer que se quiere construir un
proyecto “ciudadano” donde “todos somos iguales”. Pero iguales a los pocos que lo
definen.
Entre estos dispositivos básicos que se activan sistemáticamente para justificar dominio y
poder ante una sociedad “mentalmente colonizada”, está el retorno a lo monstruoso.
Desde hace siglos se construye una imagen que hace del “otro conquistado” un monstruo,
un riesgo que hay que dominar. Las imágenes que se han construido durante siglos
tienden a reciclar la misma idea: el retorno a la barbarie. Es criminalizar al “otro” que
representa un riesgo para la sociedad. Consiste en insistir en semejantes imágenes
deshumanizantes, para “deshumanizar” existencias. Durante los siglos XV y XVI se
representó una imagen que ilustraba a los indígenas americanos sin cabeza, por ejemplo,
o exaltaban un canibalismo voraz o les daban atributos físicos animalescos.
Según mi opinión, esa es la raíz del racismo, porque con el fin de criminalizar, desdibujar,
infantilizar y barbarizar a ese “otro”, se cometieron los primeros grandes genocidios de
nuestra historia. Con el pasar de los siglos, esa idea de fondo prevalece, siempre con el fin
de garantizar el etnocentrismo, el dominio y la utilización del “otro” como un instrumento
y no como un ser humano. Basta con hacer análisis cuidadoso de los medios para ver
cómo se representan los Pueblos Indígenas que sistemáticamente son invisibilizados,
infantilizados, utilizados y vistos como amenaza a la “estabilidad social”. El estudio del
imaginario (conjunto de imágenes que circulan insistentemente y que crean identidad,
seducen y apelan a lo verosímil y jamás a lo verdadero), se hace imperante. Porque
únicamente “deconstruyendo” ese imaginario vamos a lograr entender y crear uno propio,
donde quepamos todos y todas.
Volvamos al tema de la independencia y a la conmemoración del bicentenario de la
misma. Y a lo que significan para los Pueblos Indígenas.
Hay que insistir en que, en 1821, los pueblos originarios fueron nuevamente encubiertos.
En 1821, la “llamada independencia o emancipación” fue solo un “cambio” de sector de
clase dominante, pero del mismo “bloque histórico en el poder”, que de colonial hispánico
pasó a ser “neocolonial criollo”. La llamada Independencia patria es realmente
encubrimiento de los Pueblos Indígenas, en su condición de oprimidos, violentados,
asesinados o reducidos a la encomienda, a la mita, a la hacienda, a las reducciones (Cf.:
Dussel, 2007).
200 años después, con la conmemoración o celebración del llamado Bicentenario de la
independencia patria, solo se busca reafirmar el encubrimiento de los pueblos originarios
de estas tierras, además del pueblo Garífuna. Continuará el encubrimiento bajo la figura
de una “independencia” o “emancipación” usufructuada por los criollos y sus herederos.
Porque ellos siguen gobernando, con algunos mestizos e indígenas permitidos como
“blancos honorarios” (Cf.: Roig, 2002).
Bicentenario, resistencia y represión
Paro hay más. En el acto de inauguración de los eventos de conmemoración del
bicentenario de la independencia, el presidente Alejandro Giammattei pidió, entre otras
cosas, que “hay que dejar de quejarse y echarse culpas”. Recalcó que “no podemos perder
más tiempo echándonos las culpas y quejándonos allá afuera, en el mundo”. Para ello,
“tenemos que fortalecer la justicia, luchar por la igualdad de oportunidades… Somos una
república democrática, pero tenemos que esforzarnos para defender esos derechos,
(para) vivir en democracia, pero con responsabilidad” (soy502.com, 27-02-2021).
Según Giammattei, “una de las fortalezas de Guatemala es la diversidad de culturas, y es
allí donde que hay que concentrarse para lograr el desarrollo”. Agregó que, “con tanta
riqueza natural y cultural que tenemos, es imperativo que reconozcamos que la cultura
debe ser uno de los motores de desarrollo económico y un facilitador del desarrollo
sostenible”. Aun cuando la diversidad de culturas con que cuenta el país pasa por la
diversidad étnica, de la cual los Pueblos Indígenas son parte fundamental, no hubo una
referencia específica a ellos en el discurso presidencial.
El ministro de Cultura y Deportes, por su parte, considera la conmemoración del
Bicentenario de la Independencia, como “oportunidad para dar inicio a una nueva forma
de pensar, de actuar, de respetar nuestro origen. Somos un país con mucha diversidad
cultural (sic), y esa es nuestra riqueza. Debemos reconocer y respetar nuestras
diferencias. Todos somos guatemaltecos. En el Ministerio de Cultura y Deportes, tenemos
la misión de fortalecer y promover la identidad guatemalteca. El arte y la cultura, nos
pueden ayudar a superar nuestros traumas, resentimientos y rencores de nación… Hoy
todos somos Guatemala. (https://www.youtube.com/watch?v=Te1baPepZ8Y).
El presidente de la República y el ministro de Cultura hablan de justicia y respeto a las
diferencias y afirman que “todos somos guatemaltecos”. Mientras tanto, en las
comunidades indígenas Mayas, no cesan las persecuciones, los desalojos violentos por
parte de las fuerzas de seguridad pública, la criminalización de comunidades, así como de
lideresas y líderes indígenas. Comunicadores y comunicadoras sociales mayas, defensores
del territorio, del agua y del derecho ambiental son encarcelados y sometidos a juicios
legales. Profesionales del derecho indígenas son asediados mediante allanamientos
extrajudiciales.
Pero los gobernantes piden que cesen los resentimientos, los traumas y los rencores
producto de la violación permanente de derechos. Cargan asimismo a todos, Pueblos
Indígenas incluidos seguramente, con la responsabilidad de construir la Guatemala en la
que queremos vivir. Mientras tanto, el presupuesto nacional se desvía para cubrir
necesidades distantes de las verdaderas necesidades de los Pueblos Indígenas, que siguen
sufriendo las peores carencias porque los recursos se pierden en los bolsillos de
funcionarios.
Por eso, con la celebración del Bicentenario de la “independencia patria”, con
asignaciones presupuestarias desorbitantes, solo se seguirá alimentando la resistencia
indígena. Y con ello el Estado encontrará la excusa perfecta para continuar con las
acciones represivas contra las comunidades indígenas, las organizaciones indígenas y el
liderazgo indígena, al mejor estilo de la contrainsurgencia de los 36 años de conflicto
armado interno.
¿Cuál es, pues, el camino por seguir?
Los Pueblos Indígenas no son parte de los protagonistas de la conmemoración del
bicentenario de la independencia. Ni siquiera lo son las mayorías ladinas/mestizas.
Tampoco lo son los indígenas, hombres y mujeres cooptados e instrumentalizados para
darle visos de pertinencia a los festejos oficiales, como ocurrió en el acto de inauguración
de la conmemoración. Ni siquiera porque se realicen en ciudades mayas antiguas, como
Iximche’, porque después organizaciones de ajq’ijab’ tendrán que limpiar la ofensa que
ello representa a la memoria ancestral.
Tampoco una propuesta de una segunda independencia podría ser la vía más apropiada
para la construcción de espacios de libertad de los pueblos. Podría, eso sí, mediante
procesos de empoderamiento, aprovecharse el instrumental teórico, conceptual y
metodológico derivado de las reflexiones decoloniales. Muchas luces han dejado trabajos
como los del Grupo Modernidad/Colonialidad, así como los de intelectuales
guatemaltecos que han aportado su conocimiento a la comprensión de la situación de los
Pueblos Indígenas y las posibles rutas para la construcción de su propio destino y su
reafirmación civilizacional.
Son pasos importantes para ello, los siguientes:
Reasumir y recuperar su condición de sujetos de su propia historia. Caminar para buscar la
realización de las aspiraciones utópicas de las abuelas y abuelos primigenios: vuelvan al
lugar de donde venimos.
Superar la condición de resistencia. Por 500 años los Pueblos Indígenas han resistido los
diversos intentos de sometimiento y exterminio por los agentes del poder, al amparo de o
con el respaldo efectivo del aparato estatal. Imposible pensar que la resistencia durará
otros 500 años. Por eso, deben darse pasos consistentes para pasar a la condición de
pueblos libres para asumir la construcción de su propia historia.
Fortalecer procesos de descolonización y de decolonialidad, para la emancipación propia.
Los Pueblos Indígenas deberán sacudirse la condición colonial, en su triple expresión:
la colonialidad del poder, la colonialidad del saber, la colonialidad de nuestro ser. Es
importante identificar y afrontar los procesos colonizadores o neocolonizadores actuales.
Pero es importante también, o más urgente, desentrañar las formas de colonialidad que
condicionan desde la conciencia colectiva la vida de los pueblos después de haber
interiorizado el pensamiento colonizador.
Recuperar como modelo el papel de los líderes y las lideresas que promovieron y
condujeron los muchos levantamientos que tuvieron lugar a lo largo y ancho del
continente durante los cinco siglos de coloniaje. En esa línea es importante impulsar la
reapropiación de las figuras de las y los líderes del Pueblo Maya y de otros Pueblos
Indígenas. No solo para convertirlas en símbolos, sino en ejemplos vivos a seguir en la
construcción del futuro posible. Tkum Umam, Ka’ib’il B’alam, Manuel T’ot’, para
mencionar algunos. Es necesario refrescar la historia de los Pueblos Indígenas con las
figuras de sus lideresas y líderes, los de antes y los de ahora. Mención especial se le debe a
Atanasio Tzul, quien lideró un movimiento para establecer un gobierno propio. Ajeno
totalmente a cualquier participación en el “movimiento independentista”, por lo que no
puede ser considerado “prócer de la independencia”, ni la ciudad de Chwimeq’ena’ debe
llamarse más “ciudad prócer”. En este sentido, Atanasio Tzul ha marcado el camino para la
construcción de la autodeterminación de los Pueblos Indígenas.

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