Está en la página 1de 2

La Palabra de Dios

En el mes de octubre del año pasado se realizó el habitual Sínodo de los Obispos que –
cada tres años, desde 1967, por iniciativa de Pablo VI– reune a Obispos de todo el
mundo para reflexionar, en torno del Sucesor de Pedro, sobre algún tema particular. El
Sínodo 2008 se dedicó a reflexionar sobre “La Palabra de Dios en la vida y la misión de
la Iglesia”.
En este contexto eclesial, entonces, la propuesta para este artículo y los que seguirán
es considerar la importancia de la Palabra de Dios, creída, celebrada, vivida en la Iglesia
y proclamada por la Iglesia.
Y –abriendo la mirada al contexto de la reciente historia de la Iglesia– el punto de
partida “natural” para comenzar esta consideración es la Constitución Dogmática Dei
Verbum, del Concilio Vaticano II, publicada en la última sesión de aquel concilio, en
1965. En una mirada teológica que intente sintetizar los cuatro grandes documentos del
Vaticano II, podríamos decir que Lumen Gentium es el documento “esencial”, con su
reflexión sobre la Iglesia, centrada en Cristo y –por Él– en toda la Trinidad. Y los otros
tres grandes documentos se articulan con la lógica del triple ministerio de Cristo, la
Iglesia y el cristiano: el ministerio de la Palabra –Dei Verbum–; el ministerio de la
Liturgia –Sacrosanctum Concilium– y el ministerio pastoral –Gaudium et Spes–.
Dei Verbum (DV) cuenta con seis capítulos que consideran sucesivamente: la
Revelación considerada en si misma, hasta alcanzar su culminación en Cristo (Cap. I);
la transmisión de la Revelación, después de Cristo, por la Iglesia (Cap. II); el tema
particular de la inspiración divina y de la interpretación de la Escritura en la Iglesia
(Cap. III); el Antiguo y el Nuevo Testamento (Caps. IV y V); concluyendo con una
consideración sobre la importancia de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia (Cap
VI).
No siempre se tiene en cuenta que Dei Verbum –que, como dijimos, es una
Constitución Dogmática– ha tenido reelaboración catequística muy interesante,
realizada por el mismo Magisterio de la Iglesia, casi 30 años después del Vaticano II: la
Primera Sección del Catecismo de la Iglesia Católica (CCE). Si nos tomamos el trabajo
de revisar los índices del veremos que toda la DV está volcada dentro del CCE.1 Pero,
además, hay evoluciones y agregados que el CCE hace a DV. Por lo cual, la propuesta
concreta aquí, será recorrer la Primera Sección del CCE, comparándola con su fuente,
DV.
Y la primera comparación está en el nivel de las estructuras de ambas presentaciones.
DV, como dijimos, presenta seis capítulos que están centrados en la realidad misma de
la Palabra de Dios. En cambio, el CCE propone tres capítulos que articulan una
presentación más dinámica y más mística. El primer capítulo (CCE 27-49) muestra que
el hombre busca a Dios, pero no lo encuentra; por eso, Dios –benévolamente– sale al
encuentro del hombre invitándolo a una Alianza (Cap. II, CCE 50-141); y, ante esta
propuesta de Dios, el hombre puede dar la respuesta de la fe, para que esa invitación
divina se consume en un encuentro (Cap. III, CCE 142-184). Este “triple movimiento”
de deseo del hombre, llamado de Dios y respuesta de fe es el que encontramos, por
ejemplo, en el relato de la Anunciación a María (Lc 1, 26 ss).
Pasando de las estructuras a los contenidos, vemos que el CCE inicia con un tema que
no está en DV: el deseo de Dios (CCE 27-30). En este punto, el CCE también innova en
1
Esto también sucede también con la casi totalidad de los otros tres grandes documentos; y con los
números principales del resto de los documentos del Vaticano II; de hecho, el CCE es y ha sido
presentado como “el Catecismo del Vaticano II”.
relación con la presentación “clásica” de épocas anteriores, que comenzaba con la
“perspectiva intelectual” de las “vías de acceso al conocimiento de Dios”. El CCE
también asumirá esta perspectiva intelectual en su siguiente Título (CCE 31-35), pero
primero expone la perspectiva existencial del deseo. Sintéticamente, podríamos decir
que el CCE mira –primero– cómo el hombre busca a Dios “desde el corazón”, y –
luego– expone cómo el hombre busca a Dios “desde su inteligencia”.
Desde una mirada histórica, la perspectiva del deseo representa la búsqueda de Dios
realizada en las religiones creadas por el hombre a lo largo de los siglos, mientras que la
perspectiva intelectual, representa la reflexión sobre Dios que se realizó en la filosofía.
Además, comenzando con esta perspectiva del deseo, el CCE también entra en
diálogo con nuestra época, que es más propensa a “lo existencial” o “vital”, que a “lo
intelectual” o “racional”.
Para ir concluyendo esta primera reflexión volviendo al tema de la Palabra de Dios,
podríamos recordar un pensamiento bello y profundo de uno de los grandes teólogos
católicos del siglo XX, Karl Rahner. Conjugando las perspectivas de “el deseo” y “la
Palabra de Dios”, él decía que –si Dios nunca hubiera hablado al hombre– la suprema
actividad espiritual del hombre sería escuchar el eterno silencio de Dios.
¡Cuánto más grande deberá ser nuestra atención –entonces– siendo que Dios sí le ha
hablado al hombre!
Que María, cuya apertura a la Palabra fue tan grande, que en ella “la Palabra se hizo
carne”, nos enseñe y ayude a ser fieles discipulos y misioneros de su Hijo.

También podría gustarte