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Exilio
(camaradas 6)
eran jóvenes y tontos, casi naufraga antes casi de empezar cuando los
Cuando los tres se encuentran, creen que no serán nada más que
Capítulo 1
—Así que Ian, Derek y Sophie se casaron —dijo Simon, ellos estaban
en el balcón con Daniel disfrutando del aire fresco de la noche con una copa
y teniendo una tregua del calor del salón de baile.
Gregory llevaba aquí más de una hora ya, pero el tiempo había volado
por lo que alcanzó a los viejos amigos e hizo otros nuevos. Nunca antes
había estado tan relajado en una reunión social. Pero había estado aislado
toda la noche de los maliciosos Hardingtons, rodeados de gente que parecía
que lo aceptaban como a uno de ellos. Fue una experiencia nueva y
estimulante. Ni siquiera durante la guerra había experimentado este nivel de
aceptación de sus compañeros. Pero, de nuevo, se había quedado atrapado
con sus propios problemas y no había podido notar sus simpatías.
—No, no —corrigió Daniel a Simon. —Técnicamente, Ian se casó con
Sophie. Pero te olvidas que Valentine y Kurt se casaron con Leah antes de
que Ian y Sophie estuvieran casados.
Gregory miro a ambos con incredulidad.
—¿Valentine y Kurt están casados? ¿Juntos?
Daniel asintió con una sonrisa irónica.
—Sí, así que ten cuidado. Esta felicidad parece ser contagiosa.
Gregory movió la bebida en dirección de Daniel y Simon.
—¿Pero ninguno de los dos estáis afectados?
Simón se acurrucó al lado de Daniel y recostó su cabeza sobre el
hombro más bajo de este.
—¿Quién puede decir que no estamos muy felices juntos? —gorjeo con
una voz de falsete.
—Yo —respondió Daniel empujándolo y Simon se rió, mientras bailaba
fuera de su alcance tratando de evitar el puñetazo que Daniel intentaba darle
en la cabeza.
Gregory se divirtió con sus payasadas, pero su atención fue
interceptada por una joven en el interior del salón de baile, que podía ver a
través de las puertas abiertas francesas. Bailaba completamente ajena a
todo el mundo alrededor de ella o eso pensaba. Pero cuando pasaba por la
puerta bailando ambos se volvieron y sus ojos se encontraron. Habían
llegado hacia poco tiempo, antes de que Gregory hubiera salido. Él había
visto como bajaban las escaleras hacia el salón de baile. Era pequeña y
delicada, con pechos generosos. Tenía el pelo rubio, ese tono de hermoso
amarillo que sólo las inglesas parecían capaz de tener. Oro y manteca,
cayendo en cascada alrededor de su cabeza en un motón de rizos naturales,
similar al de Gregory. Pero el de ella parecía como si fuera suave y liso al
tacto. El azul pálido de su vestido solo parecía poner de relieve la perfección
pálida de su piel. Su cara era un corazón delicioso un mentón afilado y
mejillas redondas, con una nariz inclinada y unos grandes inocentes ojos.
Su marido, Gregory no tenía ninguna duda de saber quién era, era alto
y bien constituido. Parecía un hombre de Corinto, tal vez. Cabello castaño
claro, casi rubio oscuro, lo tenía cortado tipo Brutus. El pelo le rozaba a lo
largo de su amplia frente y fijó la mirada de Gregory a su cara. Tenía las
pestañas más ligeras que sus pequeñas y abundantes cejas con una leve
inclinación en ellas. Su rostro era alargado, como su nariz. El puente era
delgado y afilado en el extremo. Era una nariz muy inglesa. Gregory tuvo la
impresión que sonreía con frecuencia. Juntos el hombre y su esposa
parecían tan…ingleses. Y sin embargo, había algo exótico en ellos. ¿Era la
manera en que se movían, tan en sintonía con los otros? Cada contacto era
una caricia, cada mirada llena de nostalgia. ¿Qué era lo que encontraba tan
intrigante acerca de ellos?
Vio como un hombre alto y elegante se acercó a ellos y dejaron de
bailar. En un principio, Gregory se dio cuenta que era Hardington. Vio como
el marido sacudía la cabeza y él y Hardington intercambiaban lo que parecía
ser palabras desagradables, mientras que su esposa se movía detrás de él y
miraba hacia el balcón, a Gregory.
—¿¡Hola!? ¿Gregory?
El tono divertido de Simon atrajo a Gregory de su ensueño y el
comprendió que miraba fijamente sin disimulo y que la pareja estaba de pie
en la entrada, mirando fijamente atrás, Hardington se había ido.
—Ah, veo que te has fijado en Nat y Alecia —La voz de Daniel
translucía una irónica diversión—. ¿Te apetece que te hable de ellos?
—¿Los conoces? —preguntó Gregory, incapaz de mirar a otro lado. ¿
Ellos lo miraban tan ávidamente como él los miraba? Había estado
esperando desesperadamente encontrar a alguien mientras estaba aquí en
Inglaterra. Había pasado tanto tiempo desde que había follado con alguien
que era más que un cuerpo caliente. El quería una conversación inteligente,
apetitos sensuales, frases ingeniosas, bocas y manos hambrientas. Él quería
ser explorado, descubierto, pillado. Él quería que alguien lo hiciera suyo
aunque solo durante un tiempo corto, hasta que él se marchara otra vez.
Porque él se marcharía. Él no pertenecía aquí más de lo que pertenecía a la
tierra de su madre.
—Sí. Son conocidos por todos. —Algo en la observación improvisada
de Simon, hizo que Gregory apartara la mirada de la pareja y mirara a éste.
—¿Qué significa eso? —le sorprendió el enojo en su pregunta.
Seguramente él no creía que era el primer hombre en fijar sus ojos en ellos.
No era la clase de hombre que tentaba a la gente recta. Solo a las almas
intrépidas que se aventuraron en las oscuras aguas de la pasión antes de
encontrarse en su camino. Él era demasiado diferente, un extraño, una
curiosidad para ser estudiado y examinado antes de volver a colocarlo en la
estantería.
—No parece lo que tú piensas. —Hablo Daniel con voz calmada, su voz
suave calmaba la ira confusa de Gregory—. Ellos son simplemente nuestros
verdaderos amigos aquí en Londres —Gregory arqueo una ceja inquisitiva—.
Seguramente tú sabes que los enlaces entre nuestros amigos no son
aceptados. Ellos mantienen una presencia moderada en la sociedad, pero
todo el mundo sabe lo que realmente está pasando. Muy pocos cortan
directamente. Pero la mayoría de las personas mantienen una distancia
prudencial, de desaprobación. —Se encogió de hombros—. Nat y Alecia no
lo hacen. Ellos son amigos. —Daniel les llamó con un gesto—. Creo que tú
les vas a gustar.
¿El hombre estaba loco? ¿Cómo ellos? Gregory casi se rió en voz alta
por las palabras dichas mientras intentaba dominarse tanto como sus
sentimientos salvajes eran cazados por la pareja que se acercaban. Si
tuviera alguna posibilidad, los follaría antes de que acabase la noche.
Nat no podía creer en su suerte. Daniel los llamaba. Parecía como si
quisiera presentarles al hombre que ellos habían estado mirando desde que
entraron en el salón de baile. ¿Quién era él? Maldita sea, él era jodidamente
asombroso.
— ¡Oh, Dios mío, Nat! —susurró Alecia—. Creo que él quiere reunirse
con nosotros.
—Creo que quiero follarte —susurró Nat. Alecia se rió como él sabía
que ella haría—. Hablo en serio, Lee —le dijo él.
—Lo sé —se rió—. Es que yo estaba pensando la misma cosa. —Ellos
rieron juntos por un momento y ella sonaba sin aliento. Infierno, él también—.
Él es magnífico, ¿Verdad? Más aún cuanto más nos acercamos.
Magnífico, no le hacía justicia. Él era un gigante, varios centímetros más
alto sin duda. Sus hombros eran los más amplios que alguna vez había visto
Nat. Su piel era exótica, con un toque de color marrón besada por el sol.
Tenía el pelo negro, espeso y rizado, más largo de lo que estaba de moda.
Separado por el centro y peinado hacia atrás, pero desafiaba los esfuerzos
por domesticarlo. Su mirada era hosca y Nat se estremeció al imaginar el
roce del pelo de ese hombre sobre sus muslos cuando él se inclinara hacia
abajo para chuparle su polla. Oh, por favor, rezó Nat, si hay un Dios, que
permita hacer que este hombre que me quiera.
Sus rasgos eran fascinantes. Nat nunca había visto a nadie como él.
Tenía una amplia nariz chata y unos ojos hundidos e intensos. Su boca hizo
temblar a Nat. Era amplia con labios generosos, llenos y deliciosos. Nat
quería besar esa boca. Quería ver esos labios alrededor de su polla. Quería
ver esos labios chupar los pechos de Alecia y llenar su coño de besos.
Cristo, tenía que poner fin a esta fantasía. Iba a avergonzar a todos con
estos pantalones ajustados.
¿Qué pasa si no le gustaban los hombres? ¿Qué pasa si no le gustaba
la idea de ser el tercero en su cama? No a todos los hombres les gustaba.
Ellos estaban dispuestos a joder a Alecia. Pero eso no era lo que Nat y
Alecia querían. No era lo que les gustaba. A ellos les gustaba compartir,
simple y llanamente. No muy a menudo, solo un puñado de veces. Pero les
gustaba compartir a alguien, no que alguien les compartiera. Era una línea
muy fina, pero era su línea. Cuando ellos llevaban a alguien a la cama era lo
que Nat y Alecia querían. ¿Estaría de acuerdo este gigante con aquellas
condiciones? ¿Y si no, se lo llevarían a la cama de todos modos? Nat pensó
que quizás ellos podrían, porque él era más que tentador.
La mano de Alecia apretó su brazo cuando ellos se acercaron a los tres
hombres que los esperaban en el balcón. Nat y Daniel habían sido amantes
poco después de que Nat y Alecia se hubieran casado. Pero sólo una vez.
Cuando Daniel averiguó que Nat estaba casado se puso furioso. Eso había
requerido tiempo y el perdón de Alecia a Daniel, para hablarle otra vez. Nat
todavía sacudía su cabeza maravillado de lo egoísta e inmaduro que él había
sido entonces. Había hecho daño a Alecia en sus primeros años de
matrimonio. La había conducido a los brazos de otros hombres y el daño y la
confusión entre ellos casi habían causado una grieta irreparable.
Miró a Simon con afecto. Él, había cambiado todo. Los había hecho
crecer y aprender a amarse unos a otros. Había sido el primero, el primer
hombre que compartían y había sido idea de Simón. En sus brazos
aprendieron a amarse sin favores unos a otros. Nat estaría siempre
agradecido al hombre por devolverle a su esposa.
—Daniel, Simón. —Nat los saludo con una pequeña inclinación de
cabeza— ¿Cómo están? —Él desconocido miraba fijamente a Alecia y a él.
Nat sintió ponerse el pelo de punta en su nuca y sudar bajo los brazos,
mientras su polla tiraba y crecía y solo con esa mirada fija.
—¿Puedo presentarte a Nathaniel y Alecia Digby? —Daniel arrastró las
palabras y Nat vio a Simon ocultar una sonrisa sabia detrás de su copa.
—Hola, Daniel —dijo Alecia calurosamente—. Simon querido, ¿Cómo
estás?
Simón se inclinó y besó la mejilla de Alecia, susurrándola algo al oído
que la hizo ruborizarse y sus ojos se agrandaron a medida que miraba al alto
forastero.
—Oh, vaya —dijo sin aliento. Ella miró al desconocido con aquella
mezcla de confianza y una inocente hambre lasciva que nunca fallaba en
volver a Nat loco, un rubor feroz teñía sus mejillas—. Simon dice que le
gustaría volver a casa con nosotros —le dijo y Nat casi se atragantó por su
asombro.
—¿Podemos saber su nombre primero o es un gran secreto que solo
comparte con unos pocos?
La sonrisa del desconocido era tan hambrienta y franca como la de
Alecia.
—Mi nombre es Gregory Anderson. Si desea saber más, hay un precio.
—Su voz era profunda. Nat había esperado algún tipo de acento extranjero,
pero él sonaba muy británico.
Nat se aclaró la garganta y con gratitud eterna hacia el hombre que
volvió una mirada hambrienta y encantada hacia él como había sido sobre
Alecia. Sus ojos eran de un rico y profundo marrón oscuro.
—¿Un precio? —preguntó Nat un poco avergonzado por el temblor del
deseo en su voz. Pero sólo un poco. La sonrisa de Gregory Anderson se hizo
más profunda cuando él asintió con la cabeza— ¿Y que podría ser? —
preguntó Nat, empezando a disfrutar del juego.
El Sr. Anderson inclinó su cabeza y Nat notó que sólo tenía algunas
canas en las sienes, perdidas entre sus rizos. Entonces él parecía más
grande de lo que Nat había pensado en un principio
—Eso, lo tendrá que descubrir en el viaje —declaro el Sr. Anderson en
voz baja, y Nat dejó de tratar de ocultar su deseo. Daniel y Simon fueron
olvidados mientras Nat devoraba al otro hombre con su mirada.
—Entonces déjenos comenzar el viaje, cueste lo que cueste —contestó
Nat. Él se dio la vuelta hacia las puertas del salón de baile, trayendo a Alecia
con él y miró por encima del hombro—. ¿Viene usted, Sr. Anderson?
Gregory Anderson se acercó al otro lado de Alecia.
—Donde usted nos guíe le seguiré —le dijo a Nat con una sonrisa
astuta.
—Pensé que usted era el explorador intrépido en este viaje —bromeó
Alecia.
El Sr. Anderson sonrió abiertamente mientras dejaba que Nat y Alecia
lo precedieran por la puerta del salón de baile.
—No esta noche, querida Alecia —murmuró. —Esta noche soy territorio
para ser explorado.
****
Capítulo 3
***
—¿Más té, Señor Anderson?
La madre de Alecia, la señora Colby, era tan menuda como su hija.
También era tímida, pero de un modo diferente que Alecia. Era un ratón
tímido, abrumada por su marido dominante. Quizás podría haberlo superado
si no hubiera sido atada a un hombre que quería mantenerla de esa manera.
Palu no estaba exactamente seguro de por qué estaba allí. Él y Nat y
Alecia habían pasado casi dos días haciendo el amor y riendo, y lo siguiente
que supo fue que ellos le habían liado y le trajeron aquí a tomar el té con el
padre que les odiaba. La cabeza le daba vueltas, sobre todo después de
aquella conversación confusa con Nat esta mañana. No había ninguna señal
del risueño inglés que le había fascinado en Wilchester's la otra noche.
—No, gracias, señora —respondió Palu cortésmente. Trató de no
suspirar ante su estremecimiento cuando habló. Podía ver que la ponía
nerviosa. Lo habían visto cientos de veces antes, en muchos salones. No
importaba que hubiera sido criado en Inglaterra, tuviera la mejor educación, y
fuera un destacado erudito. Todo lo que ellos veían era su piel morena y la
nariz ancha y el pelo grueso y ellos temían su naturaleza primitiva. Por cierto,
fuera del dormitorio Palu no creía que tuviera una naturaleza muy primitiva.
Era un tipo más bien relajado si la gente se molestaba en llegar a conocerle.
En realidad se había sorprendido al descubrir su primitiva naturaleza sexual
con Nat y Alecia. Él sonrió en su taza mientras tomaba un sorbo de té. Ellos
no parecieron temer al salvaje.
Nat estaba merodeando por el perímetro de la habitación. Estaba claro
que no le gustaba estar aquí, lo que hacía la visita aún más desconcertante,
puesto que había insistido en ello. Alecia se sentó a la izquierda de Palu,
mordiéndose el labio y jugueteando con su taza de té. Su padre se sentó en
solitario esplendor en una silla ornamentada bajo un gran retrato de sí mismo
encima de la chimenea vacía. Era bastante gótico, y Palu se habría reído
pero temió que nadie más entendería la broma.
—¿Qué quieres? —atacó el señor Colby. Palu se asustó y se giró hacia
él, pero estaba hablando a Nat.
Nat se volvió hacia Colby con una mueca.
—Ya sabe lo que queremos. Lo que siempre queremos. Es usted quien
nos hace aparecer aquí cada mes para arrastrarnos por lo que es
legítimamente nuestro. Si no desea vernos, entonces dénos la suma total.
Palu se sorprendió más allá del habla. Incluso aunque Alecia se lo
había dicho, en realidad no había esperado que Nat y el señor Colby fueran
tan hostiles entre sí. Parecía como si Nat deseara disparar al señor Colby
tanto como el hombre más mayor quisiera disparar a Nat. ¿Y sobre qué
suma estaba hablando?
—¿Está embarazada? —El señor Colby sonrió con desprecio—. ¿O no
lo ha logrado todavía? —Apuntó con el dedo tembloroso a Palu—. ¿Se trata
de tu intento de chantaje? ¿Vas a hacerle conseguir un bebé en ella? ¿Para
avergonzarnos?
—¿Qué? —exclamó Palu. ¡Por Dios!, uno simplemente no hablaba de
estas cosas en el salón durante el té. Echó un vistazo a Alecia y vio que sus
mejillas estaban manchadas con la mortificación. Ella no le miraría.
—Ya sabe que los doctores dijeron que ella no concebirá otra vez —
informó Nat—. ¿No piensa que nos duele a ambos? ¿Tiene que frotar
nuestras narices en ello?
¿Otra vez? Palu estaba conmocionado y consternado. ¿Nat y Alecia
habían perdido un bebé? ¿Cuándo?
Los labios del señor Colby se convirtieron en una airada línea hasta que
desaparecieron.
—Ella perdió al bebé porque se prostituyó por ti.
La señora Colby lanzó un grito apagado y Palu vio que sus labios
temblaban. Tuvo que apretar los dientes contra las palabras airadas
atascadas en su garganta.
—Suficiente —dijo Alecia con voz temblorosa—. Hemos venido para
nuestra asignación mensual, Padre —dijo, apretando las manos en el
regazo—. Nat tiene razón. Si nos diera los fondos de mi dote, no tendríamos
que soportar esta tortura mensual.
—¿Llamas a visitar a tu madre una tortura? —preguntó el señor Colby
con ira.
—No, Padre. Con mucho gusto visitaría a Madre —no necesitaba
añadir que no deseaba ver a su padre. El sentimiento tácito fue entendido
por todos.
La cara del señor Colby adquirió un tono más oscuro de rojo.
—No estoy obligado a entregar el dinero hasta que tengas treinta años
—dijo con frialdad—. Siento que es mi deber mantener el control hasta
entonces. Tú y tu marido no tienen ningún sentido de la responsabilidad o el
decoro. Darles el dinero ahora para desperdiciarlo en sus placeres
hedonistas sería una locura, y un perjuicio para ti.
Nat se burló.
—Usted desea controlarnos con su tacaña tutela. Seguramente sabe
que no va a pasar.
El señor Colby señaló otra vez con el dedo tembloroso a Palu.
—No ha respondido a mi pregunta. ¿Por qué está él aquí?
Palu se preguntaba lo mismo. Había una fría sospecha arrastrándose
por sus venas. Todas sus especulaciones absurdas y emocionales de los
dos últimos días parecieron burlarse de él desde cada punto de vista. Intentó
captar la atención de ellos, pero ni Nat ni Alecia le miraban. Dejó su taza,
temiendo que repiquetearía en sus manos temblorosas.
—El señor Anderson es un conocido reciente —dijo Nat con calma—.
Hemos estado pasando mucho tiempo juntos. Estoy seguro de que pronto
será de conocimiento público.
El señor Colby se puso de pie y Palu vio que Alecia se mordía el labio
tan fuerte que tuvo miedo que ella se hiciera daño. Pero, ¿por qué estaba
preocupado por ella? ¿Era tan idiota?
—A no ser que yo te pague, ¿verdad? —Acusó el señor Colby—. ¿
Ahora recurres al chantaje? Si no deseo que sea de conocimiento público
que mi hija está asociándose con este salvaje, debo ceder a tus demandas.
Palu se puso de pie y todos los ojos se volvieron hacia él. Los ojos de
Alecia estaban rojos y llenos de lágrimas no derramadas. Podía ver la súplica
en sus bonitas profundidades castañas. Cuando miró a Nat todo lo que vio
fue cólera. Pero cuando Nat echó un vistazo a Alecia, Palu vio el pesar y la
determinación en sus ojos. Palu se giró hacia el señor Colby.
—Sí —dijo. Con aquella única palabra lanzó su propio orgullo a un lado.
Sabía que había sido utilizado por ellos. Pero, ciertamente, ellos también
habían dado de sí mismos. No vio ninguna vergüenza en devolver el favor.
Esta era una situación que escapaba a su control. Alecia había aludido varias
veces a su falta de fondos, para viajar y otros pasatiempos. Obviamente,
Palu no había entendido. Tampoco, había entendido lo que Nat le decía esta
mañana. Ahora lo hacía.
El Señor Colby le miró airadamente.
—El chantaje es un delito castigable —escupió.
Palu se limitó a sonreír cortésmente.
—Uno que requiere que la víctima admita por qué está siendo
chantajeado —contestó—. Y no creo que eso sea lo que desea.
El Señor Colby le miró durante un momento y luego se sentó con una
sonrisa helada.
—Bien. Cuénteles —agitó la mano distraídamente en la dirección de la
calle—. Cuénteles todo. No es a mí a quien harán daño por los cotilleos.
Depositaré el subsidio mensual habitual en su cuenta. Pero no más —bajó la
mirada y cepilló algo en su solapa—. Pero si se llega a saber que mi hija se
ha... hecho amiga de usted, entonces tendré que prohibirles venir a esta
casa otra vez —la señora Colby dio un pequeño hipo de angustia, y el señor
Colby la hizo callar con una mirada furiosa—. No corromperé mi casa por la
asociación.
Palu empezó a hablar, pero Alecia le interrumpió.
—No. No más —se puso de pie y en su angustia casi perdió el
equilibrio. Palu dio un paso rápidamente a su lado y ella colocó su mano en
su brazo. El contacto provocó un temblor de conciencia. Él sonrió con
gravedad. Evidentemente su cuerpo no estaba al corriente de la situación
actual.
—Adiós, Madre —dijo Alecia. La señora Colby miró a su marido, pero
luego se levantó y agarró la mano de Alecia. Palu podía ver que la sostenía
fuertemente. Le dio un beso en la mejilla a Alecia.
—Adiós, querida —susurró. Se sentó rápidamente, sin mirar a Palu o
Nat.
Nat fue hacia la puerta y la abrió. Miró airadamente al señor Colby.
—Esto no ha terminado —prometió.
El señor Colby se burló de él.
— Sí, yo creo que lo está. Tengo que llamarte fanfarrón. No harás nada
para dañar a Alecia, Digby. Ha cometido el fatal error de enamorarse de ella.
Te compadezco.
Se les acompañó hasta la puerta de la casa, Nat estaba a punto de
estallar con la rabia apenas contenida. Palu estaba entumecido. ¿Podría
haber estado tan equivocado sobre ellos? Cuando llegaron a la calle Alecia
se quedó allí con la mirada abatida y las manos cruzadas fuertemente
delante de ella. Palu se detuvo junto a ella, la mano en su codo con
amabilidad, pero nada más. Esperaron a que el coche fuese llevado. Nat iba
y venía a unos pocos metros de distancia en el borde de la calle.
—Palu... —empezó Alecia con la voz llena de lágrimas.
—Aquí no —la interrumpió. Sacó su pañuelo y se lo entregó. Ninguno
de ellos miró al otro. Cuando el carruaje llegó Palu dudó en entrar.
—Entra —ladró Nat. Se lanzó contra el asiento de la parte de atrás y
miró fijamente por la ventana de su lado, ocultando el rostro a Palu. Palu
subió, más como una cortesía que otra cosa. Supuso que todos merecían un
final mejor que ese.
Alecia parecía la mejor opción de compañero de viaje, y Palu se sentó
al lado de ella. El coche dio sacudidas en el tráfico y Palu esperó.
Alecia se rompió primero.
—Lo siento tanto —lloró, sorbiéndose en su pañuelo—. No se suponía
que debía ser así. No se suponía que iba a ser tan... tan feo.
Nat apoyó los antebrazos en los muslos, dando vueltas al sombrero en
sus manos entre las rodillas. Suspiró profundamente.
—No, no lo era.
—Exactamente, ¿cómo esperabas que fuera? —preguntó Palu
desapasionadamente. Sentía muy poco en aquel momento. Tenía un
presentimiento terrible de que los sentimientos vendrían más tarde, cuando
estuviera solo.
Nat se recostó contra el asiento otra vez.
—No sé —gritó—. Fue una estupidez, una tontería —finalmente miró
Palu, y había verdadero pesar y turbación en su rostro—. Sólo pensé... —
suspiró otra vez—. Diablos, no sé lo que pensé.
— ¿Por qué necesitan el dinero? —si fuera para algo importante, algo
que significara la vida o la muerte, entonces podría entenderlo. Podría
perdonarles.
—Nat, quiere viajar —dijo Alecia, sonándose la nariz—. Es más que un
naturalista aficionado. En realidad, es brillante, Palu —dijo con sinceridad,
suplicándole con la mirada que la creyera—. Se merece la oportunidad. El
dinero, es nuestro. Me pertenece, mi dote. Pero ellos pusieron algo en los
contratos, el padre de Nat y el mío, para que no podamos recibirlo hasta que
yo tenga treinta años —ella se desplomó en el asiento, como si hubiera
perdido la voluntad para convencerlo—. Está atrapado aquí conmigo —
murmuró, apartando la mirada.
—Esto no es para mí, Lee —se defendió Nat apasionadamente—. Yo
haría cualquier cosa para que escaparas de aquí, para alejarte de él. Te
daría el mundo. Todo—extendió la mano y agarró la suya, todavía
sosteniendo el pañuelo—. Encontraremos otro modo.
Alecia negó con la cabeza.
—No, Nat, no lo haremos. Él nos tiene y lo sabe. Cuando tenga treinta
años la mayor parte del dinero habrá desaparecido. No lo invierte en
absoluto. —se limpió la nariz—. Lo tiene todo planeado. Todavía tiene las
cuerdas del monedero, y entonces nunca seremos libres.
Palu sentía una extraña compasión por ellos. Le habían utilizado de una
manera abominable, pero no podía odiarles por ello. Lo habían hecho el uno
por el otro. Siempre había sabido que todo se trataba sobre Nat y Alecia, ¿
verdad? La confesión de Nat de esta mañana sobre su incompetencia y su
incapacidad para cuidar de Alecia ahora tenía perfecto sentido.
—¿Y tu familia? —preguntó a Nat.
Nat sacudió la cabeza.
—Soy el tercer hijo de un vizconde, y no uno acomodado —resopló con
poca elegancia—. Mi asignación apenas paga al cochero.
—Lamento que no pudiera ser de más ayuda —dijo Palu, y lo pensaba
a un nivel.
Nat lo miró con incredulidad.
—¿Perdón? Palu nosotros fuimos horribles incluso por utilizarte de esta
manera. Fuiste más caballero de lo que tenías que ser, poniéndote de pie
con nosotros. No tienes nada que lamentar. Somos nosotros quienes lo
lamentamos. —Su mirada se volvió especulativa—. ¿Por qué lo hiciste?
Palu se encogió de hombros y ocultó su dolor bajo una sonrisa cortés.
—Ciertamente me dieron todo lo que pedí y más en los últimos dos
días. No podía negarme a devolver el favor.
Alecia se mordió el labio y Nat se ruborizó.
—Los últimos dos días, ellos no tuvieron nada que ver con esto —le dijo
Nat con brusquedad.
Palu se rió, y esta vez no pudo disimular toda la amargura.
—Tuvieron todo que ver con ello. ¿Lo planearon desde el principio,
antes de que se me acercaran en el baile?
—¡No! —gritó Alecia, agarrando su brazo—. No, sólo te queríamos, eso
fue todo.
—Ya veo —contestó Palu—. ¿Y cuándo cambió su deseo?
—Nuestro deseo nunca cambió —le dijo Nat bruscamente—. Pero no vi
el daño en asustar un poco a Colby. Ya está avergonzado por nosotros entre
sus piadosos amigos.
Bien, eso dolía, que Nat confirmara que Palu era el equivalente del
coco.
—¿Cuándo lo decidiste? —Eso era lo que no podía entender. Habían
estado juntos cada minuto desde que se conocieron.
—Ayer —dijo Alecia suavemente—, cuando estabas... indispuesto.
—Ah —dijo Palu, divertido a pesar de todo—. Bueno, eso me enseñará
a buscar intimidad en mi propio riesgo.
El coche fue más despacio y Palu miró fuera para ver que habían
llegado a la casa de Nat y Alecia. Después de que desembarcaron, Palu se
inclinó cortésmente.
—Gracias por los dos días agradables.
—Palu, por favor —rogó Alecia con seriedad—, no te marches así, por
favor. Entra con nosotros. Déjanos hablar.
No podía. Ahora no. Estaba demasiado confundido y demasiado herido.
Tenía miedo de lo que podría revelar. Negó con la cabeza.
—Esta noche —dijo Nat, su voz no toleraba ninguna discusión—.
Volverás esta noche.
Palu sonrió cortésmente otra vez y se quitó el sombrero.
—Tengo un negocio que he dejado desatendido durante los últimos dos
días del que debo ocuparme. No puedo llegar antes, digamos a las nueve. ¿
Eso le satisface?
Nat asintió con gravedad y Alecia se mordisqueó el labio. Palu alargó la
mano y suavemente tocó su labio inferior con el pulgar hasta que ella dejó de
hacerlo.
—Hasta esta noche entonces —dijo en voz baja. Se dio la vuelta y se
alejó, maldiciéndose por haber sido un idiota.
***
***
—No logro recordar la última vez que paseé por Hyde Park como si
caminase por un cementerio —se lamentó Simon—. ¿Puedo, al menos,
conocer el motivo de ese semblante moribundo?
La risa de Palu surgió forzada.
—Está mal, ¿verdad?
Había pasado ya una semana desde que había recibido la nota de Nat
y Alecia, y continuaba sin poder olvidar el tiempo pasado con ellos. Se
torturaba todas las noches con los recuerdos. Su trabajo y las conferencias
en la Royal Society no le ocupaban tanto tiempo como había pensado que lo
harían. Todo le recordaba a Nat y Alecia y lo que podría haber sido. No había
sido capaz de resistirse a preguntar a la gente de la Society sobre ellos.
Había descubierto que Nat era verdaderamente un respetado naturalista
aficionado, que leía ávidamente todo lo que los miembros publicaban y
asistía a las conferencias. Estaba bien visto entre sus compañeros, nadie le
dijo nada negativo sobre la vida personal de Nat y Alecia.
Palu había evitado contactos sociales, pero beber hasta el estupor cada
noche no ayudaba tampoco. Cuando Daniel le había enviado una nota
respondiendo a su petición de pasear por el parque hoy, había aceptado
enseguida. Quizás su viejo amigo podría apartar su mente de ellos.
—Venga —dijo Daniel, apartándose del camino principal para sentarse
sobre un banco desocupado. Tocando el asiento junto a él—. Dime que va
mal, Palu.
—¿Palu? —inquirió Simon, andando alrededor del banco mientras Palu
se sentaba.
—Es el antiguo nombre de mi infancia —contestó Palu, sin entusiasmo
mirando los carruajes y la gente pasar, luciéndose los últimos vestidos y
conquistas en la hora punta—. Es el nombre que me dio mi madre.
—Creía que su nombre era Gregory —Simon pareció sólo vagamente
interesado. Un vistazo confirmó que tenía la sonrisa y la coquetería ocupadas
con un carruaje lleno de ruborizadas jóvenes y una bruja vieja que golpeaba,
abanico en mano, las muñecas de las pobres muchachas amonestándolas
mientras ellas saludaban a los conocidos.
—Ese es mi nombre inglés.
Simon frunció el ceño y luego rió intensamente.
— Ah, vamos a hablar de nombres nativos? Me gusta eso. ¿Cómo se
dice enorme en su lengua natal, Anderson? —soslayó lascivamente Simon,
empujando sugestivamente las caderas en dirección al carruaje. Palu oyó el
chillido de placer de las mujeres así como el bramido rabioso de la anciana.
A su lado Daniel suspiró con resignación cansada ante las travesuras de
Simon.
—Palu —contestó secamente, y Simon lo miró inexpresivamente y
luego se rió.
—Ah, vaya, esto si que es bueno —dijo Simon—. Palu. Enorme. Muy
bueno.
—Gracias —contestó Palu educadamente, divertido a pesar de su
melancolía. El recuerdo de Nat gimiendo cuan enorme era aquella primera
noche alejó la diversión de su cara.
—Entonces Daniel te llama por tu nombre de juventud —dijo Simon,
agitando sus mano hacia el carruaje que se alejaba—. ¿Cuánto tiempo hace
que se conocen?
—Desde que éramos críos —contestó Palu—. No puedo recordar
exactamente cuando nos conocimos.
—Sí —Daniel estuvo de acuerdo—. Éramos bastante jóvenes, creo,
cuando nuestros padres comenzaron a escribirse y luego se conocieron. Mi
padre estaba fascinado con los viajes del Capitán Cook y los
descubrimientos del Sr. Anderson —sonrió a Palu—. ¿Te acuerdas del Sr.
Cadley?
Palu se rió.
—¿Nuestro primer tutor? Sí, me acuerdo de él, pobre hombre. Fuimos
una prueba para él.
—Entonces, ¿se educaron juntos? —preguntó Simon interesado—. ¿En
qué colegio?
Daniel movió la cabeza.
—En ningún colegio. Teníamos un tutor privado, y por supuesto el Sr.
Anderson nos enseñaba ciencias naturales.
Simon miró excitado a Daniel.
—¿Te educó uno de los eruditos más brillantes de nuestro tiempo y
nunca lo has mencionado?
Daniel se encogió de hombros.
—No he dicho que aprendiese todo lo que él tenía que enseñar.
Palu sacudió la cabeza y se inclinó hacia delante para descansar los
brazos sobre las rodillas, mirando al suelo entre sus pies.
—Ni yo tampoco —se mostró solemnemente de acuerdo—. Trató de
enseñarme a ser siempre cuidadoso aquí. Pero nunca le di a esa lección el
crédito que merecía.
—Habla —ordenó Daniel firmemente. Se sentó más al fondo en el
banco, cruzando las piernas, sin hacer caso a la gente que desfilaba por el
parque alrededor de ellos.
—Simplemente he tenido una historia que terminó mal —dijo Palu con
desdén—. Lo superaré.
Simon apoyó los brazos en el respaldo del banco entre Daniel y Palu y
le miró con ceño fruncido.
—Ah, ¿No serán Nat y Alecia, verdad? Realmente pensé que iba a
funcionar.
—Déjale terminar, Simon —dijo Daniel pacientemente.
—He terminado —contestó Palu. No tenía ningún deseo de diseccionar
su credulidad para la iluminación de Daniel y Simon.
—Nada de eso —habló Daniel arrastrando las palabras—. ¿Qué pasó?
Palu suspiró.
—Pasé un par de noches con ellos, eso es todo. Ellos lo finalizaron.
— ¿Por qué? —Daniel estaba todavía tranquilo, pero su voz era firme, y
Palu sabía por experiencia que Daniel continuaría con ello hasta que lo
confesara todo, maldito fuese.
—Fui simplemente una curiosidad para ellos —les dijo, mirando a lo
lejos sobre la multitud que ocupaba el césped—. Y un medio para un fin.
—¿De qué hablas? —Simon preguntó bruscamente—. ¿Qué te dijeron?
Palu se rió amargamente.
—Ah, no es lo que me dijeron. Es donde me llevaron —él echó un
vistazo a Daniel y el otro hombre levantó una ceja inquisitiva—. Nosotros
tuvimos un té con los padres de Alecia.
Llevó un momento pero Palu pudo ver el instante en que Daniel reunió
los hechos para alcanzar una conclusión. Cerró los ojos afligido.
—No lo hicieron —dijo, pero no era una pregunta.
Palu asintió.
—Sí. Lo hicieron.
—¿El qué? —preguntó Simon turbado—. ¿Tienen ustedes dos algún
tipo de la lenguaje secreto? ¿Qué pasó?
Palu se reclinó contra el banco estirándose de un modo poco elegante.
No le preocupaba su aspecto ahora mismo.
—Intentaron chantajear a su padre por su dote amenazando con
revelar nuestra historia a todo el mundo.
—Buen Dios —dijo Simon anonadado—. Pequeños malditos
estúpidos… —se detuvo con un suspiro. Su mano bajó sobre el hombro de
Palu y Palu lo miró. Por una vez Simon apareció serio—. No les juzgue
demasiado severamente, Anderson. Están en una encrucijada.
Palu frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
Daniel giró su bastón en el suelo ante él, mirando pensativamente a
través del parque.
—Desde su reconciliación y tras la pérdida de su niño, van sin
dirección. Viven el día a día, aguardando las limosnas que su padre les da a
regañadientes, buscando al siguiente hombre para meter en su cama,
esperando que sea el adecuado, y hablando fervientemente de dejarlo todo
atrás.
Palu resopló.
—¿Entonces soy uno de tantos?
Daniel lo miró bruscamente.
—¿Te sentiste así?
Palu no podía engañar a Daniel, nunca podría. Negó con la cabeza.
—No —suspiró y le contó el resto—. Pero Hardington vino a verme. Al
parecer Nat y Alecia le han estado contando de nuestra historia juntos, por lo
menos.
—¿Hardington? —exclamó Simon—. ¿Por qué hablaron con
Hardington?
Palu se encogió de hombros.
—Parece que él es también su amante. Me dijo que mi valor para ellos
era el de una curiosidad, una rareza para dos jóvenes eruditos impacientes.
Esta vez Simon le golpeó en el hombro, casi sacando a Palu del banco.
—¿Y lo creíste, idiota?
Palu parpadeó mirándole.
—¿Qué?
Simon resopló con repugnancia.
—Hardington ha estado intentando meterse en su cama durante más
de un año. De acuerdo, estuvo allí una vez, un tiempo, pero lo han
rechazado desde entonces, muy a su pesar. Rabia siempre que ellos eligen
un nuevo amante que no es él.
Esto hizo que Palu se sintiese un poco mejor. Al menos su baremo era
más alto que Hardington.
Daniel no dijo una palabra, tan sólo continuó pensativo haciendo
círculos en el suelo con el bastón.
—Hardington va tras algo —dijo Simon convencido—. Me apuesto lo
que sea.
—Bien —dijo Daniel con una risa suave—, no vas a encontrar quien
acepte la apuesta. Hardington siempre va detrás de algo.
Palu movió la cabeza con disgusto, esta vez dirigido a si mismo.
—Sí, lo sé. Y a pesar de ello, permití que me convenciese.
—El amor nos hace un poco tontos a todos —dijo Daniel simplemente.
—Ah, entonces, ¿está enamorado de ellos? —preguntó Simon con
incredulidad—. Maldición, que bueno.
Palu había dejado de prestar atención. Acababa de descubrir a Nat y
Alecia avanzando por el camino. Se quedó quieto y supo el instante en el
que le reconocieron.
—Creo que lo hemos perdido de nuevo —comentó Simon mientras él y
Daniel miraban a Palu ponerse rígido y apartar la vista del recorrido de Nat y
Alecia.
Daniel sonrió abiertamente.
—Eso parece —miró como Nat y Alecia caminaban despacio hacia
ellos como en un trance. Ni una mirada para Simon y Daniel, tan sólo
mirando fijamente, con atención a Palu.
—Puf —comentó Simon secamente—. Ni nos ven.
—Buenas tardes —dijo Alecia quedamente mientras se paraba delante
de Palu, más cerca de lo correcto, aunque a ninguno de los tres pareció
preocuparle. Ella le miraba con ojos hambrientos, y Palu se quedó allí, la
cabeza inclinada hacia abajo mientras sus ojos la devoraban.
—Buenas tardes —contestó Palu también quedo. Se giró para mirar a
Nat, quien observaba a Palu y Alecia como un hombre famélico que mira
fijamente un banquete.
—Buenas tardes —susurró Nat.
—Buenas tardes —exclamó Simon cordialmente, pero ninguno de los
tres le hizo caso. Daniel se giró y le miró con el ceño fruncido. Simon sólo se
encogió de hombros con una divertida sonrisa burlona.
—¿Podemos hablar en su casa? —preguntó Palu cortésmente, aunque
su tono de voz oscuro y rudo, hablaba de cosas no tan corteses.
—Oh, sí, por favor —dijo Alecia jadeando. Se dieron la vuelta, Alecia
agarrada del brazo de Nat, mientras Palu caminaba a su lado, las manos
unidas tras la espalda.
Daniel los miró irse con una pequeña punzada de celos. Todo el mundo
a su alrededor se enamoraba. Lastima que Daniel lo hubiese hecho hace
mucho, y no pareciese capaz de reproducir la hazaña.
—Estoy más bien alarmado por este nuevo papel de mamá gallina que
al parecer hemos adoptado —reflexionó Simon mientras se sentaba al lado
de Daniel, ajustándose el abrigo y sonriendo a una atractiva viuda que
pasaba. Por lo que Daniel recordaba Simon había dormido con la viuda
durante un mes o dos después de la muerte de su marido.
—Yo también —murmuró Daniel—. No me veo adecuado para ofrecer
asesoramiento sobre las heridas de amor.
Simon resopló.
—Tonterías. Eres estupendo aconsejando sobre amor. Es aceptando
consejos en lo que fallas estrepitosamente.
—Dijo el hombre que parece no poder resistirse a subirse a la cama de
cada viuda desconsolada y alma descarriada que pueda encontrar, ninguna
de las cuales le ofrece un futuro de cualquier clase —replicó Daniel
bruscamente.
Simon lo miró con turbación exagerada.
—¿Qué diablos tienen que ver mis aventuras sexuales con tu
inhabilidad para aceptar consejos sobre amor no correspondido?
Daniel se puso pie bruscamente.
—Realmente puedes ser un bastardo, Simon —sacudió el polvo sus
pantalones y comenzó a andar. Simon comenzó a caminar a su lado.
—Por supuesto que puedo serlo —estuvo de acuerdo afablemente—. Y
soy malditamente bueno siéndolo, cuando estoy en mi mejor momento. Pero
no le preguntes a mi madre. Ella lo negará.
—Tú siempre estás en tu mejor momento —dijo Daniel con una sonrisa
burlona poco dispuesta. Maldito Simon, siempre podía hacerle olvidar su mal
humor.
—Eres demasiado amable, amigo —dijo Simon con una cálida palmada
en la espalda de Daniel—. Demasiado amable.
***
Alecia se dio la vuelta para mirar a Palu en cuanto entraron en el salón.
Ella esperó para hablar hasta que Nat cerró la puerta.
— ¿Estás bien? —se le veía fantástico. Grande, oscuro y fuerte. Y tan
elegante que era difícil reconciliar la imagen de este caballero urbano con el
amante salvaje que ella había llegado a adorar.
Él rió un poco tristemente.
—Tan bien como era de esperar —su risa desapareció—. Gracias por
notarlo
Nat había estado de pie silenciosamente, pero ante las palabras de
Palu se giró y golpeó con un puño contra la pared.
—¡Maldita sea! —Su cólera se disolvió tan rápidamente como había
aparecido. Se apoyó hacia adelante y presionó la frente contra la pared que
acababa de golpear—. No deberíamos estar aquí juntos. Esto lo arruinará
todo. Todo.
Alecia colocó una mano temblorosa contra su estómago revuelto.
Deseaba tanto tocar a Palu, saltar hacia sus fuertes brazos y besar su dulce
boca.
—Nat, no puedo. Tan solo no puedo. Por favor, tenemos que encontrar
otro modo. ¿No podríamos ser discretos?
Palu había palidecido.
—Entonces ¿Se trata de eso? ¿No los pueden ver conmigo?
La expresión herida de Alecia era desgarradora.
—¡No, Palu! No es eso —ella le tendió la mano—. Por favor, debes
dejarnos explicarte. No queremos arruinarte.
—¿Qué? —estaba demasiado confuso y Alecia no hizo caso de la
advertencia que Nat le hacía sacudiendo la cabeza.
—Es Hardington —le contó a Palu, enderezando la espalda y mirando
airadamente a Nat—. Vino a vernos.
—Sí, lo sé —Palu se acercó y se sentó en el sofá, los brazos apoyados
sobre las rodillas y la cabeza baja.
Parecía tan desanimado que Alecia corrió y se sentó junto a él,
pasándole un brazo alrededor, abrazándolo. La sensación era tan buena, él
olía tan bien que Alecia se sintió aturdida. No había esperado tenerlo a su
lado de nuevo.
—Entonces sabes que él podría arruinarte. Podría hacerte expulsar de
la Royal Society —su voz se rompió. Nat tenía razón. Tenía que dejar a Palu
solo. Tenían que permanecer alejados, o destruirían su vida, su carrera.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Palu con incredulidad. Se
apartó de los brazos de Alecia y la miró fijamente horrorizado.
—Maldición —juró Nat otra vez. Les siguió y se lanzó sobre el sofá
frente a ellos—. No podemos arriesgarnos, Palu. Él juró que mientras nos
mantengamos alejados de ti, no hablaría a los Mecenas sobre nuestra
relación —Nat se frotó el pelo con tanta fuerza que quedó hacia arriba en la
parte superior de la cabeza—. No queremos que dejes la Society —rogó con
seriedad—. Sabemos cuánto significa para ti.
—¿Es eso por lo que terminaron conmigo? —preguntó Palu con
cautela.
Nat asintió.
—Él vino a vernos no mucho después de que te marchaste hace una
semana —se inclinó hacia delante y habló atentamente—. Debes creernos,
Palu. Nunca le habríamos buscado. Si hubiésemos sabido que estabas en el
parque nunca habríamos ido allí. Explicaremos a Hardington que fue un
accidente, una coincidencia.
Palu se rió irónicamente y el corazón de Alecia saltó porque había tanto
humor como una ligereza creciente en su cara, disipando la depresión de
hace unos momentos.
—¿En serio? —él habló arrastrando las palabras—. ¿Una coincidencia?
¿Y cómo vas a explicar que haya venido a casa con ustedes? ¿Simplemente
íbamos en la misma dirección? ¿Me había dejado un guante en tu sala?
Alecia se mordió un labio, insegura sobre sí reírse de lo absurdo de la
observación o gritar ante la inutilidad de todo ello. Él tenía razón. Hardington
nunca los creería.
Palu inclinó la cabeza de ese modo tan suyo, el que decía que
intentaba entender algo.
—¿Por qué? ¿Por qué quiere Hardington mantenernos separados?
—Venganza —dijo Alecia suavemente. Palu giró para dirigirle una
sorprendida mirada. Ella asintió—. Al parecer él no te ha perdonado por
robarle un amante durante la guerra. Y cuando te escogimos en vez de él en
Wilchester, intentó castigarnos a todos.
Palu se rió con alegría genuina.
— ¿Le robé un amante durante la guerra? ¿Quiere decir William?
Alecia asintió.
— ¿Por qué no nos hablaste de él?
De nuevo Palu miró sorprendido.
—Simplemente porque nunca se me ocurrió —contestó, y era obvio que
decía la verdad—. William fue mi amante durante varios meses. Éramos muy
cercanos —miró a los lejos y se rió de algún recuerdo que había resucitado
con el nombre —era mi mejor amigo antes de ser mi amante —sacudió la
cabeza—. Él no tenía ningún interés en Hardington, en absoluto —resopló
con desdén—. Hardington se engañaba si lo creía —Palu se frotó la
mandíbula—. Pero démosle a cada cual su crédito, la persecución de William
por parte de Hardington es lo que nos condujo uno a los brazos del otro.
—¿Qué pasó? —preguntó Alecia, aunque creía que ya lo sabía.
—Murió —contestó Palu de su modo franco—, en Albufera —sonrió
tristemente—. Si tan sólo hubiese resistido hasta que comenzó a llover. Los
mosquetes franceses no funcionan cuando se mojan —se encogió de
hombros con fatalidad—. Aunque las bayonetas francesas si lo hacen.
Alecia colocó su mano a su brazo.
—Lo lamento.
Palu acarició su mano confortándola.
—Eso pasa. Estábamos en guerra, después de todo. No fue
inesperado.
—¿Le amabas? —la pregunta de Nat era afilada y cuando Alecia le
miró él se ruborizó y frunció el ceño. Palu le miraba atentamente, la cabeza
inclinada otra vez.
Palu suspiró antes de contestar.
—Sí. Pero… no como piensas, no creo —Nat tan solo continuó
mirándole fijamente y Palu le dirigió una pequeña risa—. Lo amé
profundamente, como un amigo y confidente. Pero estaba sobreentendido
que lo nuestro acabaría cuando la guerra terminara.
Nat se relajó visiblemente y Alecia comprendió que estaba celoso. Le
gustó verlo así. Eso significaba que sus sentimientos eran verdaderos.
—Eso no es todo — le dijo Nat seriamente—. La verdadera motivación
de Hardington es el dinero. Opina que le hiciste perder mucho dinero cuando
rechazaste dejarlo invertir en tus viajes.
Palu les sorprendió a ambos riéndose.
—Y está en lo cierto —dijo con una burlona sonrisa satisfecha—.
Hardington no puede hacerme daño —dijo Palu firmemente—. Cualquiera
que sean los sinsentidos que les haya contado, es mentira —se levantó y
caminó para colocarse ante Nat—. A los miembros de la Royal Society no les
preocupa lo que hago en mi vida personal, Nat —dijo silenciosamente—. Los
Mecenas sólo se preocupan por la ciencia y los descubrimientos, y el dinero
que se puede ganar con ello —miró a Alecia por encima del hombre y luego
volvió a Nat—. ¿No eres tú un mecenas?
Nat asintió, su cara aún más roja que antes. Miraba al hombro de Palu,
evitando sus ojos.
—No tenemos fondos para apoyar la investigación de nadie.
—Lo siento. De acuerdo. ¿Pero vas a las conferencias, y conoces a los
otros mecenas?
Nat asintió vacilante.
—Wilchester es un mecenas.
—Entonces sabes que lo que digo es así —Palu parecía tan seguro.
—Pero Hardington dijo que había varios miembros y mecenas que no
estaban contentos con su elección.
—Sí, pero eso es cierto para cualquier miembro. Hay pequeños celos y
discusiones entre todos nosotros —hizo una pausa y su mirada se volvió
cautelosa—. Soy muy bueno en lo que hago.
—¿Bueno? —exclamó Nat—. Eres el mejor y lo sabes. Eres el
naturalista más famoso que trabaja con la Society en la actualidad, no solo
por tu familia, si no por tus propios viajes y descubrimientos.
Era el momento de Palu para ruborizarse.
—Gracias.
Nat levantó sus manos en el aire.
— ¡Eso significa que todos te observan, Palu! Habrá habladurías y
todas esas pequeñas rivalidades y discusiones se magnificarán mientras tus
detractores intentan destruirte.
Palu se rió y Nat frunció el ceño.
—Nat —dijo Palu dijo con la voz llena de risa—. Me crees más
importante de lo que soy realmente. Alguno gritará desde lejos o me
menospreciará a mí y a mis investigaciones debido a nuestra relación, pero
hay muchos que ya lo hacen ahora, debido a lo que era mi madre.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó Alecia con voz temblorosa.
Palu la miró.
—Digo que si esa es la única objeción a continuar con lo nuestro,
entonces es fácilmente soslayable. Hardington los ha engañado para
conseguir sus propios fines.
—Seguramente no nos quieras ver más —dijo Nat angustiado—.
Después de lo que hicimos.
Alecia se envolvía el vientre con los brazos. Ella casi había olvidado
como lo habían traicionado. Era imperdonable.
—Lo siento tanto, Palu —dijo suavemente—. Nat tiene razón. Te
tratamos vergonzosamente. Estás en tu derecho de odiarnos por eso.
Palu se acercó y se sentó a su lado, abrazándola fuerte. Ella se derritió
en su abrazo. Era tan fuerte y calido. Ella había sentido frío en los huesos
toda la semana pasada sin su calor.
—Eso es absurdo —susurró él contra su pelo—. ¿Odiarlos? No podría.
Quizás hicieron algo equivocado, y sí, me dolió, pero entiendo por qué
ocurrió —él agarró sus hombros y examinó sus ojos—. He visto en sus
corazones, y sé como me ven, y como me tratan. No se parecen al resto, que
no son capaces de ver lo que soy detrás de mis orígenes.
Alecia temblaba, casi con miedo a creerlo.
—Te he echado tanto de menos —susurró.
Ella colocó la mano sobre su pecho, directamente sobre su corazón, y
sintió la furiosa palpitación.
—Entonces tómame —dijo Palu silenciosamente. Se dio vuelta para
incluir a Nat—. Los dos.
© TRADUCTORAS INEXPERTAS 2010
Capítulo 9
Capítulo 10
Palu temía que el interludio fuera a ser muy breve. Sólo observar a Nat
y Alecia mirarle mientras se desvestía lo tenía peligrosamente cerca de
hacerle sentir vergüenza. Estaban tan hambrientos por él. Y después de
haberlos oído, se diría que su hambre era más que por tener a otro hombre
en su cama. Ellos le deseaban a él, y a ningún otro. Esto era cosa de ellos
tres. Cuando su última pieza de ropa tocó el suelo, Alecia le hizo un gesto
para que se acercara a ella. Hoy se la veía diferente. Era como si ella hubiera
cruzado su línea personal y hubiera descubierto algo nuevo sobre sí misma.
Había dicho que ella nunca había deseado realmente a otro hombre hasta
Palu, nunca había entendido lo que podría ser entre dos hombres y una
mujer. Palu dio un paso obedeciendo sus órdenes, pero luego se detuvo.
—Nunca lo imaginé —le dijo él. Ella se detuvo a mitad de lo que estaba
haciendo y su mano cayó suavemente sobre su regazo al sentarse en borde
de la cama.
—¿A qué te refieres?
Nat estaba apoyado contra el poste de la cama observando a ambos
con avidez, su excitación y anticipación llenaban el aire como una niebla de
deseo. Él también lo quería. Quería compartir a Alecia, compartir a la mujer
que amaba, con Palu. Y quería compartir a Palu con Alecia, darle lo que
había dicho que quería. Él, también, al parecer, había cruzado alguna línea
imaginaria. Estaba más relajado, más dispuesto a permitir que Palu y Alecia
llevaran la iniciativa, y él les seguía.
—Nunca me imaginé cómo sería, con un hombre y una mujer.
—¿Y eso? —preguntó curioso Nat—. Dijiste que habías estado con
ambas cosas con anterioridad.
Palu asintió.
—Sí, y conocí gente que se embarcó en esta clase de relaciones
durante la guerra. Pero nunca me sentí tentado. Siempre estuve satisfecho
con un sólo amante.
—¿Entonces por qué ahora? —le preguntó Alecia—. ¿Por qué
nosotros?
—Porque con ustedes es un 'nosotros' —dijo sencillamente Palu—.
Porque su mutuo amor es parte de ustedes, y los deseo a ambos. Tenerlos
por separado… —Él sacudió su cabeza—. No es posible. No puedo
separarlos ¿Esto tiene sentido?
Alecia fruncía el ceño, una pequeña línea apareciendo entre sus cejas.
—Así que ¿no nos ves separadamente? Como individuos, quiero decir.
Él resopló.
—No, no. No me estoy explicando bien. Te deseo, Alecia. Adoro tus
rizos dorados y tus exuberantes pechos, y tu naturaleza dulce. Y en cuanto a
Nat, me sentí atraído por él inmediatamente, por su apariencia, su presencia,
su risa. Pero lo que encuentro más atrayente es lo que sienten el uno por el
otro, y el hecho de que, incluso si es por un periodo breve, están dispuestos
a dejarme ser parte de eso. Me siento... —luchó por encontrar la palabra
correcta, con miedo de decir demasiado— atraído por cómo se aman el uno
al otro.
Alecia parecía asombrada por su respuesta, pero sus palabras habían
excitado a Nat. El otro hombre estaba sonriendo, pero su mirada era intensa
y su cuerpo estaba más inflamado.
—A la mayoría de hombres no les gusta eso —murmuró Alecia—. Ellos
quieren ser el foco de nuestro deseo y no están contentos cuando nuestros
encuentros se centran más en Nat y yo que en ellos.
—Pero con Palu no ha sido así, Lee —dijo Nat suavemente. Se
enderezó y estuvo de pie allí con sus manos colgando a sus lados, como si
se mostrara para recibir la aprobación de Palu. ¿No veía que Palu lo había
aprobado ya? ¿No era evidente?—. Siempre ha sido Palu y nosotros, y lo
que hemos encontrado juntos. Y hemos encontrado mucho más que
cualquier otra vez.
El corazón de Palu tronaba en su pecho. Ellos estaban esperando,
dejando que la elección fuera suya. Tomó un paso hacia ellos y pareció
mayor y más importante de lo que hubiera debido. Era sólo un affaire, ¿
verdad? Lo que habían encontrado era asombroso, pero era sólo deseo.
Incluso aunque se esforzara por creérselo, Palu sentía que la pequeña
semilla de la esperanza que llevaba en su interior brotaba a través de su
capa y pensamientos de lo que podría ser entre ellos, rodeando su corazón
como enredaderas. Decidió no contestar, no hablar en absoluto. En cambio
dio otro paso y otro. Levantó a Alecia de la cama y la hizo arrodillarse junto a
él enfrente de Nat. Nat extendió la mano y pasó su mano por entre el pelo de
Palu, y Alecia le rodeó con brazos y piernas, frotando sus tetas contra su
pecho. Palu alargó la mano y suavemente rodeó la dura polla de Nat con su
puño y tiró. Nat dio el pequeño paso necesario para que Palu se inclinara
sólo un poco hacia adelante y tomara la polla de Nat en su boca.
—Palu —Nat gritó, sus caderas tironeando. Su mano apretaba fuerte el
pelo de Palu, y se sintió tan bueno que Palu gimió. Nat sabía tan delicioso,
caliente, terroso y salado. Palu se lo comió, chupando y lamiendo y tragando
la humedad que se escapaba de la punta. Él lo quería, quería a Nat en su
boca, quería probarlo, devorarlo, poseer una pequeña parte de él para
siempre.
—Sí —susurró Alecia, su cabeza apoyada en el hombro de Palu. Se
frotó contra él otra vez, esta vez no solamente pecho con pecho, si no
también ingle a ingle. Su sexo estaba mojado, el vello una humedad
cosquilleante contra la necesitada polla de Palu. Palu no hacía esto con
amantes ocasionales. Lo había hecho con William. Y lo haría, lo necesitaba
desesperadamente, con Nat. Su polla era del tamaño perfecto, llena y larga,
pero no demasiado larga para que no cupiera en la boca de Palu. Agarró la
polla de Nat, profundamente en su boca, casi en su garganta, su nariz
enterrada en el vello púbico de Nat, e inhaló profundamente por su nariz.
Pudo oler a Nat, su jabonosa y almizcleña esencia, y saborearlo, un gusto
tan único que no se podía comparar con nada. Palu gimió al sentir temblar a
Nat y el sonido se escapó por entre su polla. Nat intentó salirse, pero Palu le
agarró entre las piernas con su mano y le agarró el trasero a Nat. Su mano
era tan grande que casi podía cubrir las nalgas de Nat con ella. La apretó,
conduciendo a Nat más profundamente en su boca.
—Palu —gimió Nat y Palu gruñó su aprobación al oírlo. Justo entonces
Alecia mordió su hombro, sus piernas abrazándolo más fuertemente. Palu la
acercó todavía más, frotando sus pechos contra él y empezó a follar a Nat
con su boca. Nat y Alecia parecieron saber lo que él necesitaba. Nat
mantuvo aquel puño en su pelo y jodió a Palu, dejando que Palu marcara el
ritmo y la intensidad. Y Alecia deslizó sus brazos bajo los de Palu y se apretó
a su espalda mientras besaba y lamía el tatau de su hombro y pecho. Se
sentía tan bien los dos disfrutándolo de esa manera. Compartiéndolo,
usándolo, como fuera que se dijera, a Palu no le importaba. Sólo le
importaba que no pararan hasta que estuviera completo de ellos, y ellos de
él. Un zumbido constante de excitación escapaba de Nat y su ritmo aumentó
y sus empujes se hicieron más fuertes. Palu veía que Nat no tenía intención
de parar. Lo supo. Supo exactamente lo que Palu quería: saborearlo,
tragarlo, poseerlo durante un breve momento de tiempo. Alecia compartía su
excitación. La respiración de ella era entrecortada, los latidos de su corazón
retumbaban sus olas contra el pecho de él. Lo agarraba tan fuertemente que
pensó que se acabaría incrustando en su interior, justo junto a su corazón.
Ella susurraba ánimos en su oído.
—Sí, Palu, querido, hazle correrse, hazle que te llene. Quiero beberlo
en ti, Palu, absorberlos a los dos. Eres tan hermoso —suspiró
distraídamente— tan hermoso.
Él alargó la mano hacia abajo y le agarró su redondeado trasero a la
vez que apretaba el de Nat de nuevo. Los dos eran suyos en ese instante,
suyos esa noche. Los agarró a ambos y los disfrutó como si los hubiera
reclamado. El quejido de Nat se volvió gemido, y luego se corrió, tirando del
pelo de Palu mientras empujaba profundamente en su boca y la llenaba de
su liberación caliente y salada. Palu la bebió como si fuera el mejor de los
vinos, adorando los temblores de Nat mientras se vertía una y otra vez hasta
que finalmente se retiró con un grito ahogado, sacando su polla de la boca
de Palu. Antes de que pudiera decir una palabra Alecia lo besó. Ella empujó
la lengua en su boca y lamió profundamente, un gruñidito encantado vibraba
junto a la lengua de Palu mientras lo devoraba. La mano de Nat cayó a su
hombro y lo apretó y Palu se dejó ir en el beso. Dejó que Alecia lo tuviera
todo, todo lo que tenía y lo que Nat le había dado. Ella estaba prácticamente
escalando hasta su pecho antes de que se apartara con una risa gutural.
—Dios, qué buen sabor tienes, Palu —dijo jadeando—. Sabes a Nat y a
ti, y a deseo y calor y todo lo maravilloso.
Palu se rió, sorprendido de encontrarse sin respiración como Alecia.
Deseaba tanto a los dos. Lo quería todo, cada pedacito de ellos. Quería
empujar su polla en la boca de ambos, y follar el coñito caliente de Alecia y el
culo prieto de Nat y, oh Dios, el delicioso trasero redondeado de Alecia.
Siguió riéndose de sí mismo. No tenía suficientes pollas para hacer todo eso,
todo lo que quería. ¿Qué hacer? ¿Por dónde empezar? Nat se dejó caer
abajo junto a él y Alecia con una sonrisa en su rostro mientras observaba a
Palu.
— ¿Qué es tan divertido? —preguntó ligeramente.
—Yo —le dijo Palu, su risa alimentada por la sonrisa en el rostro de
Nat, la sonrisa que lo había cautivado desde aquella primera noche—.
Pensaba que no tengo suficientes pollas para hacer todo lo que quiero
hacerles a los dos ahora mismo.
Nat se rió y el placer de Palu por habérsela provocado era casi tan
bueno como el placer que encontró en follárselos. Alecia ronroneó y se rozó
contra él como un gato y le hizo temblar al sentir su blanca y suave piel
contra la suya, sus delicados huesos y su precioso peso confiados a su
cuidado.
—Doy gracias a Dios de que haya suficientes pollas en este cuarto para
hacer lo que quiero hacer —murmuró Alecia, ganándose más carcajadas de
Nat y un estremecimiento de deseo de Palu. Nat se inclinó abajo con la
sonrisa todavía en su cara y besó a Alecia. No fue un beso superficial. Fue
caliente y voraz, casi violento. Palu vio a Nat pellizcarle el labio inferior y
Alecia gimió, abriéndose para él. Sus lenguas se enredaron en el aire,
suspendidas entre ellos, y Palu no pensó, actuó por instinto. Se acercó y las
tocó con la punta de su lengua. Nat tomó aliento y Alecia gimió y los dos
volvieron su atención hacia Palu. Le chuparon la lengua y besaron sus labios,
y Nat mordisqueó la mandíbula de Palu. Pero no fue hasta que le besaron
juntos, los dos metiendo las lenguas hasta el fondo en la boca abierta de
Palu, que él gimió y tembló. Nat se apartó y Alecia aspiró el labio inferior de
Palu mientras se retiraba hasta que lo soltó con un audible 'pop', haciendo
reírse a Nat. El sonido bajó por la espalda de Nat con un zumbido increíble.
—Ya —retumbó—. Necesito follar ahora.
Nat se deslizó detrás de él, presionando su pecho contra la espalda de
Palu y lo abrazó tanto a él como a Alecia, que todavía estaba en su regazo.
Nat le lamió el lóbulo de la oreja y el temblor de Palu aumentó.
—Sí, Amante —susurró caliente Nat—. La tomarás primero a ella, por
ese exquisito culo, y luego yo llenaré su coño. Y entonces, juntos, volaremos
todos al paraíso.
—Sí, sí, sí, —cantó Alecia desesperadamente con baja voz. Sus uñas
se clavaron en la espalda de Palu.
—Quiero mirar esa tatuada polla follar a mi esposa —susurró Nat—.
Quiero ver que esa negra tinta deslizarse entre sus redondas y blancas
nalgas. ¿Harás eso por mí, Palu?
—Sí —croó él, casi en el filo por causa de las palabras de Nat.
—Bien —canturreó Nat suavemente, besando la sien de Palu—. Bien.
—Bien apenas lo describe —dijo Alecia irónicamente, y Nat resopló una
risa bajo la piel entre sus labios. Eso fue la gota que desbordó el vaso. Palu
se puso de pie, con Alecia en sus brazos. Caminó y la echó sin ninguna
ceremonia sobre la cama, ganándose un chillido de ella, y se giró para mirar
a Nat todavía arrodillado en el suelo, con las manos sobre sus rodillas
mientras observaba a Palu intensamente.
—Ahora —dijo Palu firmemente y Nat sonrió con satisfacción. Pero
lentamente se puso de pie, obedeciendo la sutil orden.
—Ahora —concordó Nat, y el corazón de Palu se saltó un latido. Nat
deslizó sus dedos hacia Alecia junto a los de Palu. Ella jadeó y contoneó las
caderas contra las almohadas que habían puesto debajo de ella.
—Natty —gimió ella—. Es suficiente, puedo hacerlo. Por favor.
—Ella está tan apretada —susurró Palu—. ¿Estás seguro, Nat?
Sonaba tan preocupado, pero a la vez tan excitado, tan excitado por la
perspectiva de lo que iban a hacer. Nat estaba extremadamente agradecido
de que Palu lo hubiera chupado antes, o estaría ya listo para correrse otra
vez justo en ese momento de sólo oír a Palu y Alecia. Palu había estado
haciendo esos gruñiditos increíblemente eróticos desde el fondo de su
garganta desde que Nat y él habían empezado a jugar con el apretado culo
de Alecia. Nat creía que Palu no se daba ni cuenta de los sonidos, lo que los
hacía todavía más excitantes.
—Sí
Alecia soltó un gruñido, y Nat casi se rió por la semejanza entre ella y
Palu.
—Sí, ella está segura —dijo firmemente. El efecto se perdió al girar Nat
sus dedos alrededor de los de Palu dentro de ella y Alecia dejó ir un jadeo de
sorpresa que acabó en un suspiro de placer. Nat realmente se rió de su
respuesta, pero el sonido fue oscuro y caliente y satisfecho. Cristo, le
encantaba cuando le hacía perder el control a Alecia de esa manera. Nunca
había sucedido con otro hombre, solo con Nat. Pero sus barreras habían
caído en torno a Palu. Ella confiaba en él. Infiernos, ella le amaba. Se lo
había dicho a Nat. Y Nat estaba ferozmente feliz por esto. Porque la libertad
de ella esta noche era diferente: un poco salvaje, un poco agresiva. Palu la
había cambiado. Palu lo había cambiado también a él. Al pensarlo Nat se
inclinó y besó el hombro de Palu, trazando uno de esos hermosísimos
remolinos de tinta negra con su lengua. Se había convertido en su
pasatiempo favorito, hacerle el amor a los tatau de Palu.
—Sí —murmuró él, su boca ocupada gustando la piel salada y oscura
de Palu—, ella sabe cómo tomar a un hombre por ahí, Palu. A ella le
encanta.
—¿Te encanta? —preguntó Palu con voz gruesa, inclinando su cabeza
hacia un lado y la boca de Nat viajó del hombro a su cuello.
—Mmm —dijo Nat—, sí.
Él se retiró y miró Palu por debajo de sus pestañas.
—Me encanta darle a Alecia por el culo, tanto como follar a un hombre
por ahí —se encogió de hombros sugestivamente—. Está mucho más
estirado y caliente, Palu. Tan deliciosamente perverso, como dice Alecia. ¿
No crees?
Nat podía ver en los ojos de Palu pasar los recuerdos de las noches
que habían pasado juntos, dejándolos ardientes con fuego negro.
—Sí —gruñó Palu—. Me encantó follar el tuyo, Nat. Y ahora —se giró y
miró abajo—, el de Alecia.
—Entonces hazlo, por última vez, hazlo —gimió Alecia—. los dos, dejen
de hablar sobre ello y fóllenme.
Palu rió y Nat sonrió de oreja a oreja.
—Oh, linda Alecia, tan dispuesta a tomar mi polla en su apretado
agujerito —murmuró Palu, metiendo su dedo dentro y fuera junto al de Nat.
Alecia gimió de desesperación y Palu colocó una sonrisita malvada en su
rostro. La polla de Nat brincó y goteó y él esperaba que Palu estuviera listo,
porque Nat creía que no iba a poder esperar ni un minuto más. Cuando Palu
le miró, sus ojos ligeramente extraviados, Nat supo que definitivamente era el
momento. Sacó sus dedos fuera y Palu lo imitó. Sin mediar palabra Nat se
echó aceite en su palma e inclinó la botella en la mano de Palu. Llenó
también la mano de Palu, dejó la botella en su sitio y los dos restregaron sus
puños por la gruesa polla de Palu.
—Cristo —dijo Palu estremeciéndose, el sudor goteando por su sien
para perderse entre su pelo al echar la cabeza hacia atrás y cerrar los ojos.
Nat nunca se cansaría de esto. Darse cuenta era un poco como un shock.
Siempre había disfrutado los placeres sexuales. Tal vez más que la mayoría
de los hombres, lo que era decir un montón. Pero había pasado más de un
año desde que Alecia y él habían llevado a otro hombre a su cama, y Nat
estaba listo para admitir que era porque se había cansado de hacerlo. Se
había cansado de los encuentros sin emoción y sin sentido. Pero el placer
que había encontrado con Alecia y Palu era algo diferente. Más que
meramente sexual. Se concentró en su mano rodeando la cálida carne dura
de Palu, el tatau brillante con el aceite en la temblorosa luz. La mano de Nat
parecía pálida junto a la oscura piel de Palu, y no se veía delicada gracias a
los anchos nudillos y gruesos dedos. Tenía callos en los dedos de cabalgar,
y Palu parecía disfrutar la rugosidad de ellos sobre la aterciopelada suavidad
de la piel de su polla. Alecia se había subido un poco hacia arriba y se
apoyaba en sus manos, observándolos.
—Es como la primera vez que te jodió, Nat —susurró ella, sus ojos
absortos en sus manos sobre la polla de Palu—. Cuando Palu y yo hicimos
eso.
Tal vez Nat estaba intentando recrearlo deliberadamente. Sabía que no
era necesario. Sabía que esta primera vez para Palu y Alecia sería tan
especial como lo había sido su primera vez con Palu. Pero sería diferente,
porque Nat compartiría la follada de una manera que Alecia no hizo. Nat
sentiría, de hecho, a Palu dentro de ella, contra él. Parecían siglos desde que
lo habían hecho con Simon. Recordaba vagamente el sentido de excitación,
de hacer algo prohibido. Pero esta noche no existía esa sensación de
cometer algo mal y prohibido junto con la excitación de sus venas. En vez de
eso, se sentía como algo muy bueno. La mano de Nat se apretó sobre la de
Palu al pensarlo, y Palu gimió y empujó contra él.
—Nat —gruñó. Apartó la mano de Nat—. Basta. Quiero correrme dentro
de Alecia, no sobre ella.
Nat se rió con timidez.
—Lo siento —dejó ir el aliento—. Estaba pensando en lo bueno de todo
esto.
—Alecia —dijo Palu bruscamente, mirando fijamente a Nat—, date la
vuelta.
—Con mucho gusto —dijo Alecia fervientemente. Ella trepó y se apoyó
sobre sus rodillas y lanzó las almohadas al suelo—. Nat, ponte debajo de mí
—le pidió ella.
Nat levantó una ceja mirando del uno al otro.
—Ah, ¿ahora llevas tú el mando?
Palu rodeó con su grande y resbalosa mano la nuca de Nat y lo acercó
hacia él.
—No me había dado cuenta de que se suponía que tú estabas al
mando aquí —murmuró contra los labios de Nat. Luego lo besó. Nat se rindió
sin luchar. Los besos de Palu tenían ese efecto sobre él. Tenía un gusto tan
rico y oscuro y decadente, y Nat quería joder a Alecia con él más que
respirar. Alecia agarró la mano de Nat y la apretó contra su teta y Nat pudo
sentir lo rápida y desigual que era su respiración, y cómo corría el latido de
su corazón. Alecia se restregó su mano por su pecho y luego la empujó
abajo a su estómago. Nat se apartó del beso de Palu, tambaleante, para ver
lo que ella estaba haciendo.
—Frótalo por todo mi cuerpo —gimió ella. Se echó hacia atrás y agarró
la mano libre de Palu y empezó a restregarla sobre ella también—. Quiero
estar resbaladiza. Quiero resbalarme y deslizarme contra sus cuerpos
mientras ustedes se deslizan y resbalan dentro de mí.
Por algún motivo su petición puso a los dos hombres a cien. Pensar en
Alecia cubierta de aceite, brillando y resbalosa por todas partes mientras la
follaban atraía a Nat de una manera primaria, y por el gruñido de Palu, Nat
se imaginaba que se sentía igual. Frotaron a Alecia con sus manos, no
demasiado duro pero tampoco amablemente. Nat magreó sus pechos
firmemente, cubriéndolos de aceite. Mientras exprimía los pálidos globos que
eran sus tetas, se inclinó hacia abajo y tomó uno de los pezones con la boca,
lamiendo y chupando el turgente pico, rozando y apretando el firme y
redondeado montículo. Palu se había movido a su otro lado y frotaba sus
manos contra su estómago y las nalgas. Alecia se retorcía entre ellos. Nat
nunca la había visto tan salvaje. Cuando la mano y la boca de Palu se
unieron a las de Nat en sus tetas, Alecia dejó ir un grito estrangulado y
tembló entre sus brazos. Como uno, se acercaron más a ella, encajonándola,
y sus manos continuaron deambulando libremente mientras se hacían un
festín con sus tetas. Alecia rodeó con su mano el bíceps de Nat y sus
caderas dieron un tirón cuando la mano de él se deslizó entre sus piernas.
De repente se retorció, abriendo sus piernas más y Nat sintió la mano de
Palu deslizarse junto a la suya. Los dos hombres presionaron sus dedos
dentro de su caliente y tirante coño, y antes de que Nat lo pudiera hacer, el
pulgar de Palu fue hacia el clítoris de Alecia y empezó a restregarlo allí. Con
solo unas pocas caricias ella se corrió en sus brazos. Gritando sus nombres,
se convulsionó entre ello, sus paredes internas vibrando de placer. Palu
gruñó mientras ella se corría y Nat lo sintió hacer círculos con su dedo y
restregarlo en su interior. Ella gritó de nuevo y tembló un minuto más.
—Ahora estás lista —dijo Palu con voz baja, espesa—. Ahora este
bonito coño está mojado y listo.
—También estoy lista para ti, Palu —le dijo Alecia jadeante—. Me
muero por los dos.
Nat no podía soportarlo más. Se apartó y se tumbó de espaldas y
entonces tiró de Alecia para que se pusiera sobre él a horcajadas. Palu la
ayudó porque ella todavía no estaba recuperada de su orgasmo. Nat quería
follarla ahora. Ahora mientras estaba suave y húmeda y todavía temblorosa
por dentro. Estaba a punto para ellos. Tiró de ella hacia abajo para que su
culo estuviera en el aire y su cara presionando contra el hombro de él. Palu
no necesitaba que le dijeran nada. Se movió detrás de ella y la agarró por las
caderas y sin una palabra apretó en su tieso pasaje. Se movía despacio,
pero Nat sintió tensarse a Alecia y un gemido se escapó. Por el ruido él sabía
que se estaba mordiendo el labio.
—¿Alecia? —preguntó Palu silenciosamente. Él temblaba. Nat podía
ver temblar sus brazos mientras la agarraba de las caderas. Tanto control.
Tanto miedo por ella.
—Por favor, Palu —gimió ella—, por favor, toda entera.
Palu se movió y gimió largamente en voz baja mientras se deslizaba
más adentro. Nat observó aquella gruesa polla desaparecer entre las
hermosas y pálidas nalgas y era algo tan excitante e incitante como sabía
que sería. Ver la polla de Palu, con sus tatau, sus caderas y piernas y
estómago oscuros con los hermosos y primitivos diseños mientras follaba a
su Alecia era asombroso, maravilloso e increíble. Nat también quería estar
ahí dentro, compartiendo el momento con ellos, la fisicalidad y el puro poder
de esa entrada.
—Oh Dios —gritó Alecia—Oh Dios, Palu
Y las propias nalgas de Nat se apretaron al recordar—. Lo sé, Lee —le
dijo con voz irregular, frotando su mejilla en su pelo—, lo sé. Él se siente tan
bueno.
—Sí —sollozó ella—, esto es tan bueno —ella inspiró y gimió y frotó su
frente sobre el hombro de Nat—. Se siente tan bueno tenerlo dentro de mí
por fin.
Nat entendió lo que realmente quería decir. Ella lo amaba. Había
necesitado tenerlo, hacerlo parte de ella. Nat esperaba por Dios poder hacer
lo mismo antes de que Palu se volviera a ir. Pero compartir a Alecia era igual
de importante. Palu estaba en lo cierto, había un 'nosotros' en él y Alecia que
era inviolable, inseparable. Él la amaba tanto que ella era parte de sí mismo.
Pero con Palu, ellos eran diferentes, eran más. Al darle a Palu, se habían
dado el uno al otro, al compartirlo se habían unido. ¿Por qué con él? ¿Acaso
importaba? Esta era la primera vez que iban a estar verdaderamente juntos,
los tres. Pero no la última, juró Nat. Se compartirían mutuamente de cada
manera posible antes de que tuvieran que dejarlo marchar. Cuando Nat
empujó dentro, Alecia pensó que la partirían en dos hasta que el dolor pasó y
quedó sólo el placer, placer que borró todo pensamiento y le robó la
capacidad de pensar, y que amenazaba con quitarle también la voz. Palu la
agarró fuertemente por debajo de los brazos mientras despacio la bajaba
hacia la polla de Nat. Ella sintió cada centímetro mientras entraba en ella.
Estaba más apretada de lo que podía recordar. La polla de Palu en su parte
trasera la hacía así, y Nat tuvo que esforzarse por entrar mientras Alecia
forzaba a sus músculos a relajarse y aceptarlo. Podía oír gemidos y gritos,
pero no podía controlarlos. Tenía que confiar en sus dos hombres, porque
para ella no había nada más que placer, ni control ni miedo.
—Lee, Lee —le canturreó suavemente Nat, su voz tensa y
desesperada. Su cuello se arqueó por un momento, pero la volvió a echar
atrás para verla tomarlo, como si no quisiera perderse ni un segundo de la
vista. Su rostro estaba sonrojado, sus mejillas tirantes y sus ojos brillaban
como el diamante. Ella amaba esto, ella le amaba a él. Él quería esto tanto
como ella. Quería ver y sentirla tomar a ambos, él y Palu. Palu. Ella le sintió
detrás de ella, llenándola, sosteniéndola. Era tan amable, grande y cálido, su
fuerza y poder contendidos a causa de ella, ahora parte de ella. Alecia se
agachó ciegamente y agarró la mano de Nat, que la estaba tomando de la
cadera, entonces ella se echó atrás y arriba, rodeando con su brazo los
hombros de Palu, y él se inclinó hacia abajo para que ella lo pudiera rodear,
la boca de él descansando en el hombro de ella, besándola, murmurándole
suavemente, preocupándose por ella, sintiéndola, Alecia, y no otra mujer.
Cuando Nat estuvo completamente dentro, Alecia casi no podía respirar. Se
sentía como al borde de un precipicio. Palu la codeó ligeramente hacia abajo,
y con sus manos Nat la agarró por los brazos hasta que estuvo sobre él, sus
tetas presionando contra su pecho. Su piel se sentía muy tirante por todos
los lados, tan sensible que sentía el aire moviéndose por la habitación, cada
uno de los vellos del pecho de Nat acariciándola. Entonces Palu se agachó
detrás de ella, sus manos descansando junto a los hombros de Nat en la
cama. Ella estaba rodeada por ellos, llena de ellos, respiraba con ellos, sus
corazones latían con el mismo ritmo, y de repente lo supo. Esto era la
felicidad. Este incontenible amor, alegría y anticipación que sentía era
verdadera y descontrolada felicidad. Se mordió el labio pero no pudo impedir
caer las lágrimas de sus ojos. Nunca se había sentido así. Era mágico,
maravilloso.
—Te amo —dijo casi sin voz. Sabía que Palu no lo entendería. Pero Nat
le colocó la mano en la mejilla y la hizo mirarle, y ella supo que él había visto
y entendido todo—. Ámame —susurró ella.
—Lo hago —le dijo Nat y la besó suavemente sobre los labios—. Lo
hago.
Alecia sacudió su cabeza. Ella necesitaba que Palu supiera lo que
quería. Nat parecía preocupado, pero no la detuvo.
—Palu, ámame –pidió, esperando, anhelando.
Él no contestó. En cambio, comenzó a moverse.
Palu se salió de Alecia solo unos milímetros pero ese pequeño
movimiento en su estrecho pasaje fue suficiente para hacerle apretar los
dientes y cada uno de sus músculos para evitar correrse. Podía sentir a Nat
dentro de ella. Era la cosa más increíble que hubiera hecho. Sentir a los dos
tan íntimamente, saber que cada movimiento, cada respiración, cada latido
del corazón era compartido por los tres. Cuando hacía una semana habían
estado juntos habían compartido sus cuerpos los unos con los otros con
manos, bocas y palabras. Pero esto, esto era mucho más.
—Palu —gritó Alecia. Su voz era temblorosa y como sin aliento y a él le
empapaba su piel y le calentaba la sangre. Ella lo deseaba. Lo necesitaba. Él
se inclinó y le lamió el hombro y la sintió temblar.
— ¿Va todo bien? —susurró él.
Alecia se rió débilmente.
—Sí, sí, mejor que bien. Perfecto.
Empujó de nuevo y Nat gimoteó. Palu adoraba ese sonido. Adoraba el
hecho de estar haciéndoles a los dos gritar de placer cuando los jodía.
Necesitaba oírlos, empujarlos, hacerles sentir de esta manera una y otra vez.
Por un momento pensó en lo que había visto aquella primera noche cuando
observó a Nat y Alecia follar, la intensidad y la necesidad. Al empujar en
Alecia, conduciendo su polla junto a la de Nat dentro de ella y al mirar abajo
a Nat, se dio cuenta, en shock, que tanto Nat como Alecia le miraban con
esa misma intensidad y necesidad. No la había visto antes, no la había
querido ver. Había deseo, pero también ternura y vulnerabilidad en la cara de
Nat. Palu tomó esa confianza y ternura y la devolvió en el movimiento de sus
caderas, en el ritmo de sus empujes. Estaba listo, ahora, listo para verlo.
Palu entendió por fin lo que podía darles, por qué estaba él ahí. Ellos se
amaban el uno al otro, pero aquellos primeros años de matrimonio había
creado un abismo que sencillamente no podían cruzar. Hacía una semana
Nat le había dicho por qué querían irse, no sólo por el padre de ella, sino
también por su pasado. Querían un nuevo principio. ¿Se lo podría
proporcionar? Dios, cuándo deseaba estar con ellos en ese nuevo principio.
En ese mismo momento les podía dar lo que ambos ansiaban, la satisfacción
de compartirse. Con los otros amantes Palu creía que la satisfacción les
venía de regresar el uno al otro cuando el interludio había acabado. El final
de cada historia era una nueva oportunidad de demostrarse entre ellos dos
su amor. Si eso era lo que necesitaban de él, estaría contento de dárselo.
Pero pensaba que con él había más. Por qué, no lo sabía. Pero le habían
dicho que estaban haciendo cosas con él que no habían hecho con los otros
amantes. ¿Qué significaba eso? Esperaba que significara que estaban
experimentando sus mismos terroríficos sentimientos. Alecia le había pedido
que la amara. Buen Dios, ¿es que no veía ya cuánto la amaba? Pensarlo
hizo que se le detuviera todo: pensamiento, sentimiento, respiración, latido
del corazón. Él la amaba. Amaba a Nat. Tenía treinta y seis años de edad y
nunca había estado enamorado. Nunca se había arriesgado de esa manera.
Y ahora estaba enamorado de dos personas mucho más jóvenes y casadas.
Un hombre y una mujer que se amaban tanto que se habían perdonado los
pecados del pasado y que buscaban un nuevo y más brillante futuro juntos. ¿
Quién se pensaba que era, interfiriendo de esa manera? ¿Podría amarlos?
Les podía dar su cuerpo a su voluntad, y secretamente, en silencio, darles su
alma. O podía desnudar esa alma y ver lo que ellos descubrían juntos. Alecia
se estremeció bajo él. Él sintió cada temblor en su caliente piel, humedecida
por el sudor, le sintió los músculos de la espalda y nalgas flexionarse al
intentar arquearse contra él.
—Ámame, Palu —dijo otra vez con voz rota. Nat lo miraba atentamente,
sus ojos entrecerrados y brillantes. Palu no podía negarlo. No quería hacerlo.
—Sí, Alecia —susurró, bajándose él mismo con sus antebrazos,
presionando más profundamente dentro de ella, presionando contra Nat
dentro de ella. Ambos jadearon y él sintió la polla de Nat dar un tirón
mientras Alecia se arqueaba contra él, amarrándolo allí—. Sí, te amo —
susurró, su corazón latiendo con un retumbar aterrorizado en su pecho.
—Palu —gimió Nat. Su cuello se arqueó cuando Palu se salió y volvió a
deslizarse dentro. Las mejillas sonrosadas de Alecia descansaban contra el
hombro de Nat y miraba a Palu con los ojos llenos de lágrimas. Se mordía el
labio, y Palu la alcanzó con su pulgar y dulcemente la liberó.
—Dímelo —pidió Palu—. No te quedes callada.
—Te amo —susurró ella con voz rota—. Creo que lo hago desde
aquella primera noche.
Palu sintió como si un peso aplastante se levantara de su pecho. Miró a
Nat. ¿Eran lágrimas eso en sus sienes? Palu alargó su temblorosa mano y
acarició su suave cabello castaño de ahí y lo encontró húmedo.
—Tú sabes cómo me siento —susurró Nat—. Lo sabes —Nat se lamió
los labios, y Palu quiso besarlo otra vez. Quería que Nat olvidara que
supuestamente estaba al cargo—. Ámame, Palu —susurró Nat y la sonrisa
de Palu estuvo llena de alegría. Era como si las palabras los liberaron a
todos. De repente no podían follar lo suficientemente rápido o lo
suficientemente duro. Palu nunca había conocido esta clase de necesidad.
Tenía que mostrarles cómo se sentía, llenarlos con su polla, su simiente, su
amor. En algún lugar de su mente se dio cuenta de que Nat estaba
intentando marcar un ritmo. Cada vez que Palu se salía Nat se metía. Las
cabezas de sus pollas se rozaban así como el resto de su longitud mientras
Alecia los apretaba fuerte dentro, con pequeños temblores en su coño y en
su culo haciendo que los dos hombres gimieran. Alecia gritaba, pero se
corcoveaba entre sus brazos, dando y recibiendo mientras ellos la follaban
desordenadamente. Palu se salió apoyándose en sus rodillas y rodeando a
Alecia con un brazo la atrajo hacia él. Al elevarse ella cambió el ángulo para
todos ellos, forzando a Nat más profundo, y la polla de Palu rozaba más
directamente la de Nat con cada empujón.
—Sí —siseó Nat—. Jódeme, Palu. Jódeme así.
Alecia se echo a reír desordenadamente.
—No, jódeme a mí así —dijo ella.
Él no podía contestar. Estaba perdido, perdido. No pensó que pudiera
ser así. No había tenido ni idea. Intentó concentrarse, intentó aferrarse a este
momento y convertirlo en recuerdo. El olor a lavanda del cabello de Alecia, el
tacto de su piel, resbalosa con el aceite de almendras y la dulce y caliente
presión de su culo, la primera mujer a la que había follado así. Palu deslizó
su mano por el brazo de ella y lo enterró entre sus dorados rizos, cerrando el
puño hasta que ella gimió y se apoyó en él. Y Nat. Nat subía sus caderas,
sus manos agarrando las caderas de Alecia para mantenerla en equilibro
ante sus empujes. Su barbilla descansaba en su pecho al intentar mantener
tiesa la cabeza para observar lo que estaban haciendo. Sus hombros
estaban tensos por el esfuerzo, las pecas casi desaparecidas en el sonrojo
de la excitación que pintaba su pálida piel. Los músculos de sus brazos
destacaban en crudo alivio y Palu sintió una increíble urgencia de clavarle los
dientes en esos firmes músculos. Quería devorarlo. Todavía podía saborear
el gusto del semen de Nat en su boca, sentir el latido de las venas de la polla
de Nat en su boca. Al gemir Alecia por el agarre del puño de Palu en su
cabello, la mirada de Nat subió y chocó con la suya. Palu sintió los temblores
dentro de Alecia al estar alcanzando ella su cima, oyó la desesperación en
su voz. Podía ver brillar el sudor en el puente de la nariz de Nat y motas de
polvo en un débil rallo de luz solar del atardecer que atravesaba la cama, y el
tiempo pareció detenerse. Entonces Alecia dio un tirón y se liberó del agarre
de Nat y empezó a follarlos, conduciéndose a sí misma arriba y abajo,
pequeños grititos escapándosele con cada empuje. Palu gruñó y cerró los
ojos y se quedó quieto. No quería que se hiciera daño. Ella tomó la mano que
Palu tenía en su cintura y la condujo por su estómago hasta presionarla
contra su coño, empujando el dedo de él entre sus labios húmedos e
hinchados. Él encontró el tesoro que ella estaba buscando allí, un duro botón
de deseo desesperado, e hizo movimientos en círculo con brusquedad,
presionándolo con cada rotación.
—Palu —gritó ella.
—Quiero correrme contigo, maldita sea —rugió él, y se olvidó de ser
cuidadoso. En vez de eso clavó su polla dentro de ella una y otra vez,
persiguiendo su liberación mientras ella sollozaba de placer. Nat la estaba
jodiendo igual de duro y ella lo adoraba, los amaba, y se los dijo, una y otra
vez. Palu sonrió de alivio al sentir sus bolas tensarse dolorosamente y el
cosquilleo de una cálida sensación le atravesó la espina. Y entonces empezó
a venirse, a correrse dentro de ella, con chorros húmedos y calientes,
dolorosos, llenándola.
—Joder, sí —gritó Nat, y sus hombros rotaron sobre la cama al dar un
tirón y Palu sintió el calor y la vibración de la liberación de Nat en el coño de
Alecia. Nat gimoteó al correrse, y la polla de Palu, al oírlo, de algún modo se
las apañó para revivir lo suficiente como para darle un último relámpago
caliente placer. Cuando todo hubo acabado quedó arrodillado allí, respirando
duramente, sosteniendo a Alecia. Ella estaba blanda, agotada, yaciendo
confiadamente en sus brazos, su cabeza girada y su mejilla descansando en
su pecho justo encima de su corazón. Miró hacia abajo y vio una sonrisita
medio dormida de satisfacción en su rostro. Nat tenía una casi idéntica. Los
ojos de Nat estaban cerrados, su cabello oscurecido por el sudor, sus manos
colgando a los lados y su pecho subiendo y bajando rápidamente por su dura
respiración. Todos ellos sonaban como si hubieran corrido una carrera.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Palu silenciosamente, divertido. El
sonido desigual y sin aliento de su voz lo sorprendió.
—Nada, cualquier cosa —contestó Nat con una voz igualmente
desigual—. ¿Importa?
—Todo —Alecia susurró. Ella levantó ambos brazos sobre su cabeza y
rodeó con ellos el cuello de Palu con un lánguido apretón que hizo que su
ablandada polla saliera de su pasaje interno—. Oh —gritó ella suavemente,
sonando decepcionada.
—Todo —concordó Palu fervientemente. Él echó un vistazo sobre su
hombro para ver a Nat deslizar sus manos por los muslos abiertos de ella
con una suave caricia.
—Sí —concordó Nat, encontrándose con sus ojos—. Todo.
Capítulo 11