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samantha kane

Amor
en
Exilio
(camaradas 6)

© TRADUCTORAS INEXPERTAS 2010


ARGUMENTO

1817. Gregory Anderson ha vuelto a Inglaterra sin tener muchas

ganas después de más de siete años navegando por el mundo. Medio

polinesio, Gregory está entre dos mundos. No está buscando amor.

Sólo un cuerpo caliente de ingenio e inteligencia razonable para que le

ayude a pasar los pocos meses que estará en Inglaterra.

El matrimonio de Nat y Alecia Digby, concertado cuando ambos

eran jóvenes y tontos, casi naufraga antes casi de empezar cuando los

dos se buscaron amantes. No quieren dejar los juegos eróticos que

aprendieron a jugar y disfrutar, pero no arriesgarán de nuevo su

matrimonio enamorándose de otra persona.

Cuando los tres se encuentran, creen que no serán nada más que

una o dos noches de placer compartido y emociones eróticas. Pero lo

impensable sucede, porque el amor se niega a ser exiliado.


© TRADUCTORAS INEXPERTAS 2010

Capítulo 1

—Ah, veo que el nativo ha regresado.


Gregory Anderson se volvió hacia la voz cansina, la malicia del otro
hombre apenas contenida bajo su tono aburrido, ligeramente divertido. Era
Hardington. La primera incursión de Gregory en la sociedad cortés desde que
regresó a Inglaterra y tuvo que toparse con uno de sus conocidos menos
tolerables. No había visto a Hardington desde poco después de la guerra.
Gregory había rechazado sus avances, y su oferta de invertir en su primer
viaje. El hombre era completamente indigno de confianza.
Gregory arqueó una ceja con frialdad mientras se encontraba con la
mirada de Hardington y luego insolentemente recorrió con la mirada la forma
del otro hombre. Hardington engañaba maravillosamente, por supuesto. El
hombre sabía que lo único agradable sobre él era su aspecto. Era alto,
moreno, amenazante y de buena constitución. Lástima que su mente fuera
un pozo negro.
—Sigues siendo sorprendentemente poco atractivo, Hardington —
Gregory respondió cortésmente— y la respuesta sigue siendo no.
Hubo gritos ahogados de varias personas que estaban de pie cerca y
escuchaban a escondidas descaradamente. El rostro de Hardington se puso
rígido de disgusto mientras sus mejillas se tiñeron de rojo. Gregory suspiró
para sus adentros. Como si su aspecto no fuera suficiente para los chismes,
había perdido el control de su indisciplinada lengua una vez más. Pero ya
que mañana iban a hablar sobre él durante el té de todos modos, bien podía
asegurarse de que los rumores fueran tan espectaculares como pudiera
hacerlo posible.
Hardington se acercó.
—Ahora estás en mi mundo, Anderson —afirmó tranquilamente—. Yo
tendría mucho cuidado si fuera tú.
Gregory apartó la mirada de Hardington, disgustado con sí mismo casi
tanto como con el otro hombre. Entonces vio a Daniel Steinberg que le
sonreía ampliamente desde el otro lado del salón de baile y se olvidó por
completo de la presencia de Hardington.
—Discúlpenme —dijo Gregory a nadie en particular y cruzó la
habitación hacia Daniel. Era como nadar contra la corriente. Los vestidos y
chalecos de colores alegres en el salón de baile brillaban a la luz de las velas
recordando a Gregory los peces de colores brillantes de los Mares del Sur. Y,
como peces asustados, la gente se apartó de su camino a su paso.
Sabía que era imponente con su más de metro ochenta de alto, con
hombros tan anchos que su sastre se desesperaba. Pero también sabía que
no era su presencia física lo que ponía nerviosa a las personas a su
alrededor. Era el miedo. Él era, después de todo, medio salvaje y Dios sabía
que podía volver a su baja naturaleza en cualquier momento. Se burló
cuando dos debutantes incoloras se escabulleron de su camino. No
necesitaban tener miedo. No sentía ningún deseo de tirarlas abajo y robar
sus inocencias invioladas. Ellas le atraían tanto como Hardington.
Daniel luchó a través de la multitud y le encontró a mitad de camino.
—Gregory —gritó con obvio placer—. ¿Cuándo llegaste a la ciudad? —
alargó la mano y cogió la de Gregory en un firme apretón de manos al llegar
y le apretó el hombro con la otra.
El saludo de Daniel era tan cálido que Gregory olvidó la fría bienvenida
que había recibido hasta ahora.
—Ayer —respondió Gregory estrechando la mano de Daniel con las
suyas—. Dios, Daniel, es bueno verte.
Sabía que su sonrisa era tan amplia como la de Daniel. Había echado
de menos a su viejo amigo de la infancia todos estos años que había estado
fuera.
—Palu —fue todo lo que dijo Daniel, un mundo de significado en el
antiguo nombre de la infancia.
Gregory pudo ver la comprensión en los ojos de Daniel antes de que él
soltara su mano y le agarrara del brazo, tirando de Gregory hacia un grupo
de personas que les observaban con interés no disimulado.
—Vamos, permíteme presentarte a algunos nuevos amigos y hay
algunos viejos aquí que estarán muy contentos de verte de nuevo.
—Así que finalmente has decidido que no todos somos malos y vamos
a honrarnos con su presencia —una voz divertida arrastró las palabras desde
la mitad del grupo mientras se acercaban y Simon Gantry caminó
suavemente entre dos personas para estar de pie delante de Gregory.
—Simon —exclamó Gregory y estrechó la mano ofrecida—. ¿Cómo
estás?
—¿Cómo estoy? —dijo Simon riéndose—. Bueno, estoy muy bien,
teniendo en cuenta que he estado atrapado aquí, en Inglaterra, mientras tú
navegabas por el mundo, descubriendo nuevas tierras y seduciendo a
nativas inocentes.
Gregory se rió por primera vez desde su llegada a la fría sala de baile.
—Eso sería descubriendo nuevas plantas y dejarse seducir por las
nativas.
Simón agitó la mano despreocupadamente delante de él con un
resoplido.
—La diferencia es insignificante.
—No para las plantas —replicó Gregory seriamente, provocando otra
risa de Simon.
Él se giró entonces y sacó a una voluptuosa belleza de pelo castaño de
la pandilla.
—Querida, permíteme presentarte al Sr. Gregory Anderson. Gregory,
ésta es la Señora Neville, la esposa de Phillip Neville —la dama sonrió
ampliamente y Gregory se inclinó para besarle la mano extendida.
—Sr. Anderson —dijo, y su voz era dulce y profunda, como el ron
oscuro—. He oído hablar mucho de usted. Y podría añadir que está a la
altura de su bien merecida reputación.
—Gracias —respondió Gregory con una sonrisa—. Creo.
Parecía estar embarazada, aunque su vestido lo disimulaba muy bien.
Tal vez por eso parecía brillar con salud y exudaba sensualidad.
Ella se echó a reír justo cuando Phillip Neville y Jonathan Overton se
acercaron. Neville le tendió un vaso y su mujer lo tomó agradecida. Gregory
notó que Overton se puso al otro lado de ella, la mano en su brazo con
propiedad. Por lo tanto, había leído la carta de Daniel correctamente. Los
tres estaban juntos. Interesante.
—Anderson —dijo sombríamente Overton, sacudiendo su mano. Luego
sonrió, y a Gregory le impresionó el cambio en él. Siempre había sido serio
hasta el punto de melancólico. Parecía que Neville y su bella esposa habían
provocado un cambio milagroso—. Es bueno verte de nuevo. ¿Cuándo
volviste?
—A Londres, ayer —respondió, comprendiendo que lo repetiría toda la
noche—. Pero atracamos en Liverpool hace un mes. Presenté mis respetos a
mi tía y tío y primos antes de venir aquí —sacudió la cabeza con
incredulidad—. Y de alguna manera Wilchester se enteró de la situación y
envió una invitación. ¿Dónde está la feliz pareja?
Decir que Gregory se había sorprendido al recibir una invitación al baile
que el Conde de Wilchester daba para celebrar el matrimonio de su sobrino
Ian Witherspoon era un eufemismo. Cuando llegó a su casa de Londres para
encontrar la invitación pensó que seguramente era un error. Pero el conde,
un mecenas de la Real Sociedad, había incluido un mensaje escrito a mano
instándole a venir. Difícilmente podía negarse.
—Bailando por ahí —dijo una voz femenina detrás de él, con no poco
descontento—. Al parecer, algunos esperan que salgamos a bailar
—Todos —dijo otra mujer en voz baja.
Gregory se dio la vuelta para ver a Kate Collier... no, ahora era Lady
Randall... de pie a unos metros de distancia, sonriéndole. Todavía era
llamativamente hermosa con el pelo tan rubio que parecía blanco.
—Lady Randall —dijo, dando un paso hacia ella, al mismo tiempo que
ella daba un paso adelante.
Su sonrisa era genuina.
—Sr. Anderson, qué alegría verle de nuevo.
—Mis felicitaciones por el nacimiento de su hijo —dijo Gregory.
Lady Randall rebosó alegría.
—Gracias. Sí, Anthony. Es un encanto. Pero debo decir que el bebé ha
puesto la casa de cabeza.
Se rió mientras se giraba a la mujer de pie detrás de ella y la arrastró
hacia adelante. Era joven, pero estaba claro que iba a llevar a algún hombre
a una alegre persecución muy pronto. Alta, delgada, bien proporcionada, con
brillante cabello oscuro y ojos que partían con inteligencia y picardía, la
mirada de la joven lady viajó de arriba a abajo por su persona con obvia
admiración.
—¿Puedo presentarle a mi sobrina, la señorita Thomas? —dijo Lady
Randall.
La joven hizo una reverencia con elegancia, de alguna forma logrando
mantener los ojos en él todo el tiempo.
—¿Cómo está usted, Sr. Anderson? —Arrastró las palabras con una
sonrisa coqueta—. Es absolutamente encantador conocerle.
Gregory se inclinó desde una distancia segura. Prefería admirar a su
clase desde lejos. Atrayendo y desplegando sus alas para comenzar a
explorar los juegos que hombres y mujeres jugaban. No se aventuraba en
aquellas aguas si podía evitarlas.
—Señorita Thomas —respondió cortésmente.
La joven belleza vio a alguien en la multitud detrás de él y sus ojos se
iluminaron como estrellas caídas del cielo. Por un instante, Gregory se
molestó un poco, aunque sonara hipócrita. Pero el alivio ahuyentó aquellos
sentimientos. No tendría que preocuparse por la búsqueda en esta época.
—Hola, Anderson —dijo Wolf Tarrant y Gregory no pudo ocultar su
sorpresa. Kensington no estaba a la vista y estaba claro que la presencia de
Wolf alrededor de la señorita Thomas era señal de propiedad. Las cosas
habían cambiado mucho en su prolongada ausencia.
La señorita Thomas se escabulló hasta el lado de Tarrant y metió su
mano alrededor de su brazo.
—Varios de nosotros asistimos a una conferencia en la Royal Society el
mes pasado, Sr. Anderson, la que se basó en su último estudio del Pacífico.
Lady Randall se movió para estar de pie junto a su sobrina con un
movimiento sutil de la cabeza. La señorita Thomas dejó ir a Tarrant a
regañadientes. Era divertido ver qué parecidas eran las dos mujeres en
belleza y temperamento. Había afecto entre ellas, pero era evidente que
Lady Randall no estaba demasiado contenta con el evidente favoritismo de la
muchachita. Por todo esto Tarrant se mantuvo frío y distante, pero sus ojos
siguieron a la Señorita Thomas cuando se acercó a su tía y puso algo de
distancia entre ellos.
—¿Y usted? —respondió Gregory, con lo que todo el mundo volvió a la
conversación.
—Oh, sí —respondió Lady Randall—. Fuimos bastante populares
porque le conocíamos personalmente —ella se rió—. Aunque debo decir que
el Dr. Appleton se decepcionó al averiguar que éramos terriblemente
ignorantes de su investigación.
—¿Anderson? —Gregory sintió una mano sobre su hombro. Se giró y
Ian Witherspoon estaba allí de pie, sonriéndole.
— ¡Gregory! —Ian rió. Echó un brazo alrededor de sus hombros y le
abrazó—. ¡Eres tú! ¿Has hecho todo el trayecto desde los Mares del Sur
para desearme lo mejor?
Gregory se rió con él.
—Apenas. Estoy aquí para estudiar los patrones de apareamiento de la
nativa aristocracia Inglesa —bromeó.
El único inglés que podía mirar a Gregory a los ojos se acercó y le
fulminó con la mirada.
—Ni siquiera pienses en establecer un puesto de observación en
nuestra casa, Anderson —gruñó Derek Knightly—. Tendré que despellejarte
vivo y comerte como uno de tus isleños —Ian se separó de Gregory para
estar de pie al lado de Knightly y Gregory fue golpeado de nuevo por la
elegancia rubia de Ian en contraste con el oscuro y rufián atractivo de Derek.
Estaba un poco sorprendido de ver que los dos seguían juntos después del
matrimonio de Witherspoon.
—Bien, me han dicho que mi sabor es bastante bueno —respondió
Gregory agradablemente y la mayoría de los hombres se rieron. Tardíamente
se dio cuenta de que la señorita Thomas y Lady Randall todavía estaban allí
de pie y se sonrojó.
La señorita Thomas le sonrió maliciosamente y luego volvió la mirada
ardiente hacia Tarrant, que hacía señas detrás de ella. Un joven caballero
estaba allí de pie, con la boca abierta. Estaba flanqueado por Jason Randall
y Tony Richards. La señorita Thomas suspiró como una molesta heroína de
una novela gótica.
—¿Supongo que está aquí para reclamar un baile? —preguntó con
irritación mal disimulada. Miró su tarjeta de baile—. ¿Sr. Rutherford? ¿Es eso
correcto?
—Mucho —Jason Randall gruñó en señal de advertencia.
La señorita Thomas ignoró a Randall mientras hacía una reverencia con
una sonrisa cortés y le tendía la mano a su pobre indeseada pareja de baile,
quien se atrancó en una disculpa, aunque Gregory no estaba seguro de por
qué y la llevó fuera. Gregory observó con fascinación cuando ella se giró
para mirar ansiosamente a Tarrant, quien la observaba como un ave de
rapiña viendo su última comida robada bajo sus narices.
—Hola, Anderson —dijo Tony calurosamente—. Ha pasado mucho
tiempo —estrechó la mano de Gregory con afecto—. Todos hemos seguido
tus viajes con gran interés.
En ese momento, el conde de Wilchester se acercó con otra mujer
increíblemente hermosa en su brazo. Dios mío, ¿se habían vuelto las
inglesas más atractivas desde que se había marchado? ¿O es que estaba
hambriento de algo inglés? Ese pensamiento era un poco deprimente, ya que
él apenas era considerado inglés por la mayoría de sus compatriotas.
—Anderson —dijo el conde con un gesto de la cabeza en su
dirección—. Es muy amable de su parte venir con tan poca antelación.
Espero que su viaje de regreso fuera bueno.
Gregory hizo una ligera reverencia.
—Sí, gracias, señor. Buen tiempo y mar en calma.
—Bien, bien —dijo el conde con una sonrisa cortés. Se giró hacia su
sobrino y la sonrisa se volvió una de genuino afecto—. Te devuelvo a tu
novia, Ian. No podía estar separada de ti por más tiempo —como una
ocurrencia tardía se volvió hacia Gregory—. Lo siento, Anderson. No ha
conocido a mi querida sobrina, ¿verdad? —Su afecto por la joven en su
brazo era evidente—. Querida, permíteme presentarte al famoso Sr. Gregory
Anderson. Su padre era el célebre naturalista Gordon Anderson, que navegó
con el capitán James Cook. Y su madre era una nativa de las Islas Friendly.
Él mismo es —miró a Gregory, como buscando su confirmación— un poco
famoso naturalista en estos días, ¿eh?
Gregory se limitó a sonreír cortésmente. Sabía que el linaje era
importante para estas personas, el salón de baile lleno de la cream de la
aristocracia inglesa. Debería estar acostumbrado a sentirse como la rareza
de mala educación entre ellos, una curiosidad que su padre había traído a
casa de sus exploraciones. Pero su estómago se sentía incómodo y su
sonrisa era forzada.
La señora Witherspoon le tendió la mano con timidez, un rubor coloreó
sus mejillas, casi ahogando las pecas allí.
— ¿Cómo está usted, Sr. Anderson? —habló suavemente—. He oído
hablar mucho de usted a Ian y Derek y Very no podía dejar de hablar de la
conferencia a la que asistió el mes pasado —si fuese posible su rubor se
intensificó—. Lamento que no pudiese asistir con ella —su oscuro cabello
castaño rojizo ardió en la luz de las velas y se mordía el labio nerviosamente
como si esperase un rechazo. ¿De él? ¿Ella no podía verle en la luz débil del
salón de baile? Apenas era alguien para criticar.
Derek dio un paso adelante, con un ceño fruncido en su rostro y
Gregory recordó lo que ella acababa de decir. Había oído hablar mucho
sobre él a Ian y Derek. Sacudió la cabeza con una risita. ¿Qué demonios le
había pasado a la mojigata Inglaterra mientras había estado fuera? El ceño
de Derek se hizo más profundo y Gregory miró para ver que Ian y el conde le
fulminaban con la mirada. Se dio cuenta de que había estado en silencio
demasiado tiempo.
Dio un paso adelante y tomó la mano de la señora Witherspoon, con
una amplia sonrisa antes de besarla cortésmente.
—Yo no lo lamento —dijo con firmeza—, porque ahora voy a ser capaz
de aburrirla en persona con todos los detalles de mis últimos
descubrimientos —ella le sonrió tímidamente—. Mis felicitaciones por su
matrimonio, señora. Le deseo buena suerte —miró de reojo a Ian y, después,
a Derek, y se volvió hacia ella con un movimiento de consideración de la
cabeza—. La necesitará.
Ella se rió entonces, un trino de placer femenino, que hizo que los ojos
de Derek se oscureciesen mientras la miraba con orgullo y posesión. Gregory
estuvo tan sorprendido por aquella mirada que se quedó boquiabierto de
asombro.
Ian se acercó y tomó la mano de ella de Gregory y la colocó en su
brazo.
—Gracias, tío —dijo, el mismo orgullo y posesión en su voz que
Gregory había visto en el rostro de Derek. La señora Witherspoon miró hacia
Ian con adoración y luego le dio la misma mirada a Derek. Gregory casi
podía sentir lo mucho que ella quería agarrar el brazo de Derek también. El
conde carraspeó, rompiendo el hechizo.
—Sí, bueno, esa es una excelente idea, Anderson —tronó un poco en
voz demasiado alta—. Sophie e Ian deben preparar una recepción para
usted. Es la introducción perfecta para Sophie como una anfitriona. Ahora
que ya no estás de luto por tu hermano, querida, puedes tener una pequeña
fiesta —la señora Witherspoon palideció notablemente.
—No estoy seguro de que me apetezca algo muy fastuoso, Señora
Witherspoon —se apresuró a decir Gregory—. Acabo de regresar a
Inglaterra y me estoy tomando un poco de tiempo familiarizándome de nuevo
con las costumbres de aquí —sonrió con desaprobación hacia sí mismo—.
No queremos que el nativo olvide sus maneras delante de la sociedad, ¿
verdad?
La Señora Witherspoon arrugó la frente mientras le miraba seriamente.
—Estoy bastante segura de que no tenemos ninguna necesidad de
temer tal cosa, Sr. Anderson —le aseguró en voz baja—.Y si sucediera un
desliz, seguramente los dejaremos pasar como los buenos modales que
tenemos —miró expresivamente a Derek, quien se encogió de hombros
inocentemente.
Gregory se estaba divirtiendo con el juego secundario.
—Sí, bueno, es usted demasiado amable, Señora Witherspoon.
—Hmm —respondió ella con una sonrisa—. A veces pienso lo mismo.
Su maliciosa franqueza encantaba a Gregory. ¿Dónde la había
encontrado Ian? Ian y Derek, se corrigió.
En ese momento Brett Haversham se acercó.
— ¡Dios mío, Anderson! —gritó—. ¿Qué perversa marea te ha traído de
vuelta a nuestras costas? Old Nick debe estar patinando en el hielo —
Gregory estrechó su mano, mirando a la mujer menuda en su brazo. Tenía el
cabello oscuro salvajemente rizado enmarcando un rostro dulce con ojos tan
llenos de travesura como el baile de la Señorita Thomas. En el otro brazo de
ella estaba un hombre alto, magnífico y pelirrojo. Tenía un porte regio, una
expresión divertida y unos ojos azules que Gregory pensó que podía
perderse en ellos. Brett se giró hacia ellos—. Permíteme presentarte a mi...
—se detuvo de repente y se aclaró la garganta, ruborizado—. Es decir, ¿
puedo presentarte al Duque de Ashland y su esposa?
Gregory sólo podía reír de completo deleite. Oh, sí, iba a disfrutar de
esta nueva Inglaterra.

© TRADUCTORAS INEXPERTAS 2010


Capítulo 2

—Así que Ian, Derek y Sophie se casaron —dijo Simon, ellos estaban
en el balcón con Daniel disfrutando del aire fresco de la noche con una copa
y teniendo una tregua del calor del salón de baile.
Gregory llevaba aquí más de una hora ya, pero el tiempo había volado
por lo que alcanzó a los viejos amigos e hizo otros nuevos. Nunca antes
había estado tan relajado en una reunión social. Pero había estado aislado
toda la noche de los maliciosos Hardingtons, rodeados de gente que parecía
que lo aceptaban como a uno de ellos. Fue una experiencia nueva y
estimulante. Ni siquiera durante la guerra había experimentado este nivel de
aceptación de sus compañeros. Pero, de nuevo, se había quedado atrapado
con sus propios problemas y no había podido notar sus simpatías.
—No, no —corrigió Daniel a Simon. —Técnicamente, Ian se casó con
Sophie. Pero te olvidas que Valentine y Kurt se casaron con Leah antes de
que Ian y Sophie estuvieran casados.
Gregory miro a ambos con incredulidad.
—¿Valentine y Kurt están casados? ¿Juntos?
Daniel asintió con una sonrisa irónica.
—Sí, así que ten cuidado. Esta felicidad parece ser contagiosa.
Gregory movió la bebida en dirección de Daniel y Simon.
—¿Pero ninguno de los dos estáis afectados?
Simón se acurrucó al lado de Daniel y recostó su cabeza sobre el
hombro más bajo de este.
—¿Quién puede decir que no estamos muy felices juntos? —gorjeo con
una voz de falsete.
—Yo —respondió Daniel empujándolo y Simon se rió, mientras bailaba
fuera de su alcance tratando de evitar el puñetazo que Daniel intentaba darle
en la cabeza.
Gregory se divirtió con sus payasadas, pero su atención fue
interceptada por una joven en el interior del salón de baile, que podía ver a
través de las puertas abiertas francesas. Bailaba completamente ajena a
todo el mundo alrededor de ella o eso pensaba. Pero cuando pasaba por la
puerta bailando ambos se volvieron y sus ojos se encontraron. Habían
llegado hacia poco tiempo, antes de que Gregory hubiera salido. Él había
visto como bajaban las escaleras hacia el salón de baile. Era pequeña y
delicada, con pechos generosos. Tenía el pelo rubio, ese tono de hermoso
amarillo que sólo las inglesas parecían capaz de tener. Oro y manteca,
cayendo en cascada alrededor de su cabeza en un motón de rizos naturales,
similar al de Gregory. Pero el de ella parecía como si fuera suave y liso al
tacto. El azul pálido de su vestido solo parecía poner de relieve la perfección
pálida de su piel. Su cara era un corazón delicioso un mentón afilado y
mejillas redondas, con una nariz inclinada y unos grandes inocentes ojos.
Su marido, Gregory no tenía ninguna duda de saber quién era, era alto
y bien constituido. Parecía un hombre de Corinto, tal vez. Cabello castaño
claro, casi rubio oscuro, lo tenía cortado tipo Brutus. El pelo le rozaba a lo
largo de su amplia frente y fijó la mirada de Gregory a su cara. Tenía las
pestañas más ligeras que sus pequeñas y abundantes cejas con una leve
inclinación en ellas. Su rostro era alargado, como su nariz. El puente era
delgado y afilado en el extremo. Era una nariz muy inglesa. Gregory tuvo la
impresión que sonreía con frecuencia. Juntos el hombre y su esposa
parecían tan…ingleses. Y sin embargo, había algo exótico en ellos. ¿Era la
manera en que se movían, tan en sintonía con los otros? Cada contacto era
una caricia, cada mirada llena de nostalgia. ¿Qué era lo que encontraba tan
intrigante acerca de ellos?
Vio como un hombre alto y elegante se acercó a ellos y dejaron de
bailar. En un principio, Gregory se dio cuenta que era Hardington. Vio como
el marido sacudía la cabeza y él y Hardington intercambiaban lo que parecía
ser palabras desagradables, mientras que su esposa se movía detrás de él y
miraba hacia el balcón, a Gregory.
—¿¡Hola!? ¿Gregory?
El tono divertido de Simon atrajo a Gregory de su ensueño y el
comprendió que miraba fijamente sin disimulo y que la pareja estaba de pie
en la entrada, mirando fijamente atrás, Hardington se había ido.
—Ah, veo que te has fijado en Nat y Alecia —La voz de Daniel
translucía una irónica diversión—. ¿Te apetece que te hable de ellos?
—¿Los conoces? —preguntó Gregory, incapaz de mirar a otro lado. ¿
Ellos lo miraban tan ávidamente como él los miraba? Había estado
esperando desesperadamente encontrar a alguien mientras estaba aquí en
Inglaterra. Había pasado tanto tiempo desde que había follado con alguien
que era más que un cuerpo caliente. El quería una conversación inteligente,
apetitos sensuales, frases ingeniosas, bocas y manos hambrientas. Él quería
ser explorado, descubierto, pillado. Él quería que alguien lo hiciera suyo
aunque solo durante un tiempo corto, hasta que él se marchara otra vez.
Porque él se marcharía. Él no pertenecía aquí más de lo que pertenecía a la
tierra de su madre.
—Sí. Son conocidos por todos. —Algo en la observación improvisada
de Simon, hizo que Gregory apartara la mirada de la pareja y mirara a éste.
—¿Qué significa eso? —le sorprendió el enojo en su pregunta.
Seguramente él no creía que era el primer hombre en fijar sus ojos en ellos.
No era la clase de hombre que tentaba a la gente recta. Solo a las almas
intrépidas que se aventuraron en las oscuras aguas de la pasión antes de
encontrarse en su camino. Él era demasiado diferente, un extraño, una
curiosidad para ser estudiado y examinado antes de volver a colocarlo en la
estantería.
—No parece lo que tú piensas. —Hablo Daniel con voz calmada, su voz
suave calmaba la ira confusa de Gregory—. Ellos son simplemente nuestros
verdaderos amigos aquí en Londres —Gregory arqueo una ceja inquisitiva—.
Seguramente tú sabes que los enlaces entre nuestros amigos no son
aceptados. Ellos mantienen una presencia moderada en la sociedad, pero
todo el mundo sabe lo que realmente está pasando. Muy pocos cortan
directamente. Pero la mayoría de las personas mantienen una distancia
prudencial, de desaprobación. —Se encogió de hombros—. Nat y Alecia no
lo hacen. Ellos son amigos. —Daniel les llamó con un gesto—. Creo que tú
les vas a gustar.
¿El hombre estaba loco? ¿Cómo ellos? Gregory casi se rió en voz alta
por las palabras dichas mientras intentaba dominarse tanto como sus
sentimientos salvajes eran cazados por la pareja que se acercaban. Si
tuviera alguna posibilidad, los follaría antes de que acabase la noche.
Nat no podía creer en su suerte. Daniel los llamaba. Parecía como si
quisiera presentarles al hombre que ellos habían estado mirando desde que
entraron en el salón de baile. ¿Quién era él? Maldita sea, él era jodidamente
asombroso.
— ¡Oh, Dios mío, Nat! —susurró Alecia—. Creo que él quiere reunirse
con nosotros.
—Creo que quiero follarte —susurró Nat. Alecia se rió como él sabía
que ella haría—. Hablo en serio, Lee —le dijo él.
—Lo sé —se rió—. Es que yo estaba pensando la misma cosa. —Ellos
rieron juntos por un momento y ella sonaba sin aliento. Infierno, él también—.
Él es magnífico, ¿Verdad? Más aún cuanto más nos acercamos.
Magnífico, no le hacía justicia. Él era un gigante, varios centímetros más
alto sin duda. Sus hombros eran los más amplios que alguna vez había visto
Nat. Su piel era exótica, con un toque de color marrón besada por el sol.
Tenía el pelo negro, espeso y rizado, más largo de lo que estaba de moda.
Separado por el centro y peinado hacia atrás, pero desafiaba los esfuerzos
por domesticarlo. Su mirada era hosca y Nat se estremeció al imaginar el
roce del pelo de ese hombre sobre sus muslos cuando él se inclinara hacia
abajo para chuparle su polla. Oh, por favor, rezó Nat, si hay un Dios, que
permita hacer que este hombre que me quiera.
Sus rasgos eran fascinantes. Nat nunca había visto a nadie como él.
Tenía una amplia nariz chata y unos ojos hundidos e intensos. Su boca hizo
temblar a Nat. Era amplia con labios generosos, llenos y deliciosos. Nat
quería besar esa boca. Quería ver esos labios alrededor de su polla. Quería
ver esos labios chupar los pechos de Alecia y llenar su coño de besos.
Cristo, tenía que poner fin a esta fantasía. Iba a avergonzar a todos con
estos pantalones ajustados.
¿Qué pasa si no le gustaban los hombres? ¿Qué pasa si no le gustaba
la idea de ser el tercero en su cama? No a todos los hombres les gustaba.
Ellos estaban dispuestos a joder a Alecia. Pero eso no era lo que Nat y
Alecia querían. No era lo que les gustaba. A ellos les gustaba compartir,
simple y llanamente. No muy a menudo, solo un puñado de veces. Pero les
gustaba compartir a alguien, no que alguien les compartiera. Era una línea
muy fina, pero era su línea. Cuando ellos llevaban a alguien a la cama era lo
que Nat y Alecia querían. ¿Estaría de acuerdo este gigante con aquellas
condiciones? ¿Y si no, se lo llevarían a la cama de todos modos? Nat pensó
que quizás ellos podrían, porque él era más que tentador.
La mano de Alecia apretó su brazo cuando ellos se acercaron a los tres
hombres que los esperaban en el balcón. Nat y Daniel habían sido amantes
poco después de que Nat y Alecia se hubieran casado. Pero sólo una vez.
Cuando Daniel averiguó que Nat estaba casado se puso furioso. Eso había
requerido tiempo y el perdón de Alecia a Daniel, para hablarle otra vez. Nat
todavía sacudía su cabeza maravillado de lo egoísta e inmaduro que él había
sido entonces. Había hecho daño a Alecia en sus primeros años de
matrimonio. La había conducido a los brazos de otros hombres y el daño y la
confusión entre ellos casi habían causado una grieta irreparable.
Miró a Simon con afecto. Él, había cambiado todo. Los había hecho
crecer y aprender a amarse unos a otros. Había sido el primero, el primer
hombre que compartían y había sido idea de Simón. En sus brazos
aprendieron a amarse sin favores unos a otros. Nat estaría siempre
agradecido al hombre por devolverle a su esposa.
—Daniel, Simón. —Nat los saludo con una pequeña inclinación de
cabeza— ¿Cómo están? —Él desconocido miraba fijamente a Alecia y a él.
Nat sintió ponerse el pelo de punta en su nuca y sudar bajo los brazos,
mientras su polla tiraba y crecía y solo con esa mirada fija.
—¿Puedo presentarte a Nathaniel y Alecia Digby? —Daniel arrastró las
palabras y Nat vio a Simon ocultar una sonrisa sabia detrás de su copa.
—Hola, Daniel —dijo Alecia calurosamente—. Simon querido, ¿Cómo
estás?
Simón se inclinó y besó la mejilla de Alecia, susurrándola algo al oído
que la hizo ruborizarse y sus ojos se agrandaron a medida que miraba al alto
forastero.
—Oh, vaya —dijo sin aliento. Ella miró al desconocido con aquella
mezcla de confianza y una inocente hambre lasciva que nunca fallaba en
volver a Nat loco, un rubor feroz teñía sus mejillas—. Simon dice que le
gustaría volver a casa con nosotros —le dijo y Nat casi se atragantó por su
asombro.
—¿Podemos saber su nombre primero o es un gran secreto que solo
comparte con unos pocos?
La sonrisa del desconocido era tan hambrienta y franca como la de
Alecia.
—Mi nombre es Gregory Anderson. Si desea saber más, hay un precio.
—Su voz era profunda. Nat había esperado algún tipo de acento extranjero,
pero él sonaba muy británico.
Nat se aclaró la garganta y con gratitud eterna hacia el hombre que
volvió una mirada hambrienta y encantada hacia él como había sido sobre
Alecia. Sus ojos eran de un rico y profundo marrón oscuro.
—¿Un precio? —preguntó Nat un poco avergonzado por el temblor del
deseo en su voz. Pero sólo un poco. La sonrisa de Gregory Anderson se hizo
más profunda cuando él asintió con la cabeza— ¿Y que podría ser? —
preguntó Nat, empezando a disfrutar del juego.
El Sr. Anderson inclinó su cabeza y Nat notó que sólo tenía algunas
canas en las sienes, perdidas entre sus rizos. Entonces él parecía más
grande de lo que Nat había pensado en un principio
—Eso, lo tendrá que descubrir en el viaje —declaro el Sr. Anderson en
voz baja, y Nat dejó de tratar de ocultar su deseo. Daniel y Simon fueron
olvidados mientras Nat devoraba al otro hombre con su mirada.
—Entonces déjenos comenzar el viaje, cueste lo que cueste —contestó
Nat. Él se dio la vuelta hacia las puertas del salón de baile, trayendo a Alecia
con él y miró por encima del hombro—. ¿Viene usted, Sr. Anderson?
Gregory Anderson se acercó al otro lado de Alecia.
—Donde usted nos guíe le seguiré —le dijo a Nat con una sonrisa
astuta.
—Pensé que usted era el explorador intrépido en este viaje —bromeó
Alecia.
El Sr. Anderson sonrió abiertamente mientras dejaba que Nat y Alecia
lo precedieran por la puerta del salón de baile.
—No esta noche, querida Alecia —murmuró. —Esta noche soy territorio
para ser explorado.

****

La boca de Alecia estaba seca. Lamió sus labios y el Sr. Anderson


siguió el movimiento de su lengua con sus ojos. Ella no podía disfrazar su
dificultad al respirar, tampoco. Cuando él no miraba como lamía sus labios,
parecía hipnotizado por la subida y bajada de su pecho con cada aliento
profundo.
Ella era un charco de deseo. ¡Por Dios! El hombre era magnífico. Ella
no podía acordarse alguna vez de desear a alguien así. Bueno, alguien
además de Nat. Y ella no lo había querido así desde antes de casarse,
desde antes de todo el dolor, escándalo y miedo. El Sr. Anderson la hacía
sentirse como una inexperta virgen de nuevo. Como si él tuviera en mente
cada cosa indecente que ella nunca hubiera probado antes. Y ella había
probado un poco bastante, la verdad sea dicha. A veces más de lo que
quería recordar a la mañana siguiente. Pero quería que Nat fuera feliz. Y Nat
era feliz cuando ella dejaba ir sus inhibiciones y disfrutaba de sus pasiones.
Sinceramente, ella era bastante feliz entonces, también.
Quería disfrutar muchísimo de la pasión con el Sr. Anderson.
Y el modo en el que él miraba fijamente a Nat hizo retorcerse a Alecia.
A ella le gustaba mirar a Nat con otro hombre. Había algo tan ilícito en ello,
tan travieso y divino. El mirar a Nat follar a un hombre hacía a Alecia feliz.
Ella no estaba segura de si esto era porque sabía cuanto disfrutaba Nat de
ello o si era que la excitaba solamente. La sola idea de que Nat y el Sr.
Anderson follaran entre ellos estuvo a punto de hacer que Alecia se
desmayase ahí en el sofá de su salón.
—¿Entonces eres el Gregory Anderson, explorador y naturalista? —
preguntó cortésmente Alecia, aunque un poco sin aliento. Ellos estaban
sentados en el salón porque Alecia no estaba segura en la forma de
proceder y no era por Nat. Una vez que ellos se habían dado cuenta de quién
era, Nat estuvo admirándole en el carruaje, pero Alecia se había
avergonzado de no haber hecho la conexión de inmediato. Y ella le había
tomado el pelo sobre ser un explorador en Wilchester también. Ahora se
sentía abrumada y muda. Él era un naturalista brillante que había visto medio
mundo. Ella fue formalmente entrenada en la etiqueta, no en la literatura
clásica o en las ciencias y nunca había abandonado Inglaterra. Seguramente
notaria su carencia si ella intentaba conversar.
El Sr. Anderson había estado muy tranquilo en el camino de regreso de
su casa. Era casi como si estuviera observando. Se sentía un poco como
una muestra científica bajo su escrutinio.
—Sí —respondió simplemente. Claramente no tenía prisa por llenar el
silencio que se extendía entre ellos.
Alecia miró a Nat con desesperación y se encogió de hombros.
—No estoy segura de que hacer aquí, Sr. Anderson —aventuró Alecia
tanteando.
—Llámame Palu —interrumpió él. Por un momento pareció mirar
asustado, como si se hubiera sorprendido consigo mismo por hablar.
— ¿Palu? —pregunto ella—. ¿Es italiano?
Él negó con la cabeza.
—No. Es mi nombre en la lengua del pueblo de mi madre. —Pareció
llegar a una decisión de algún tipo, que a su vez pareció abrir las compuertas
para seguir hablando—. Mi padre me llama así. Era el nombre que mi madre
me dio antes de morir. Es el nombre que uso en las islas —se puso de pie
bruscamente y Nat hizo lo mismo.
—Bien, Palu —dijo Alecia, el nombre le sonaba extraño pero exótico en
su boca.
El hombre era tan exótico como su nombre. Él empequeñecía su
saloncito. Alecia había temido por el bienestar del pequeño sofá en el que él
se había sentado. Al mismo tiempo había querido sentarse en su regazo, a
horcajadas en él y montarlo hasta que ella gritara. Se mordió el labio
mientras le miraba fijamente hacia arriba, preguntándose si podía leer sus
pensamientos licenciosos en su cara.
Él rió y Alecia se relajó. Ésta era la risa hambrienta, relajada y
juguetona que él les había dado en Wilchester. Esto era deseo y Alecia sabía
qué hacer con esto.
Tomó la mano de Alecia y tiró de ella desde el sofá. Ella fue de buena
gana, dejándose guiar. Estaba claro que él sabía dónde iban ellos mucho
mejor que Nat y Alecia. Puso su brazo sobre los hombros de Nat y luego
suavemente lo apretó contra él, también abrazó a Alecia. Comenzaron a
caminar hacia la puerta del salón, los dos juntos a sus lados y Alecia se dio
cuenta que era fácil seguir el paso de él con bastante facilidad.
—Vamos —dijo alegremente.
—¿Dónde vamos? —preguntó Nat. Alecia escuchó la risa y el deseo en
su voz. No estaba acostumbrado a ser llevado, se dio cuenta. Por lo general,
se movían al ritmo de Nat cuando invitaba a otro hombre más.
—Pensé que te gustaría verme follar a tu mujer —dijo Palu feliz. Alecia
perdió un paso y su brazo se apretó alrededor de ella mientras seguía
andando, sosteniéndola.
—¿Y luego? —pregunto Nat, con voz baja y sin aliento.
—Y luego ella puede verme joderte —contestó Palu con total
naturalidad.
Habían llegado a las puertas del salón y él los soltó y pasó los brazos
por encima para agarrar las manecillas. Se volvió a mirarlos por encima del
hombro con una sonrisa y movió las cejas, con un centelleo en sus ojos.
—¿Listos? —preguntó.
—¡Oh, sí! —dijo Alecia con su aliento temblando y Palu la recompensó
abriendo las puertas y haciéndola pasar.

© TRADUCTORAS INEXPERTAS 2010

Capítulo 3

Nat cerró la puerta de la habitación tras él y Palu se volvió para ver al


otro hombre recostándose contra la puerta, mirándolo fijamente.
—Todo el mundo te llama Gregory. ¿Por qué?
Palu no percibió ninguna desaprobación en su tono, solo curiosidad.
—Es un nombre con el que están cómodos. Y supongo que es mi
verdadero nombre para ellos, el nombre de la familia de mi padre y mi
nombre en todos los documentos legales.
—Y sin embargo, ¿para ti no es tu verdadero nombre?
Nat mostraba una percepción, que Palu no había esperado. Negó con
la cabeza.
—No. Para mí no es mi verdadero nombre.
—Queremos que seas el verdadero tú cuando estés aquí con nosotros
—la voz de Alecia era dulce e indecisa y Palu se giró para verla sentada en
el borde de la cama agarrándose las manos nerviosamente—. Sí te parece
bien. —Al ver que no contestaba enseguida ella se precipitó para llenar el
silencio—. Quiero decir, me siento cómoda con Palu. ¿Nat?
—La comodidad no tiene nada que ver con esto, Alecia —le dijo Nat
con una sonrisa—. Él es Palu.
—Sí —interrumpió Palu antes de que Alecia sintiese la necesidad de
tranquilizarle otra vez. Era dulce, aún nerviosa e insegura como estaba—. Sí,
aquí soy Palu.
Palu se sentía libre, no cargado por las preocupaciones que por lo
general lo acosaban aquí en Inglaterra. En el carruaje había observado a Nat
y Alecia y estaba claro que estaban felizmente casados, tal vez hasta
enamorados. Esto no era un capricho o algún plan para hacerse daño el uno
al otro. Y ahora habían aceptado su nombre verdadero. Quizá, aquí, con
ellos él podría bajar la guardia durante unas horas. Podría ser Palu y no el
inglés Gregory Anderson. Era tan endemoniadamente difícil a veces intentar
ser ambos. Él no había conectado con su naturaleza inglesa durante años.
Evitaba a los ingleses y su civilización tanto como le fue posible. Pero
durante el mes pasado, día tras día había tenido que interpretar el papel y
quería, no, necesitaba dejarlo de lado durante una noche. Quizás si todo iba
bien, durante dos o tres noches con Nat y Alecia.
—Entonces, Palu —preguntó Nat con un malvado destello en los
ojos—. ¿Te vas a follar a mi esposa?
—Sí —su simple respuesta pareció complacer al risueño inglés.
—Breve y conciso. Muy bien —Nat caminó con lentitud alrededor de
Palu. Después de una vuelta colocó una mano sobre el hombro de Palu y fue
arrastrándola por su espalda y su brazo mientras lo rodeaba por segunda
vez. El toque dejó una estela de deseo en la piel de Palu. Cuando estuvo de
nuevo frente a él, desabotonó la chaqueta de Palu.
—¿Puedo? —preguntó tranquilamente, con sus manos serenas delante
del torso de Palu. Supo que él quería quitarle el abrigo. Asintió y Nat colocó
ambas manos sobre su estómago. Sus músculos se apretaron
involuntariamente ante el toque y oyó el aliento retenido por Nat.
Nat lentamente deslizó las manos de abajo hacia arriba por las solapas
y los hombros de Palu y luego las bajó por sus brazos, empujando la
chaqueta que cayó olvidada al suelo.
—Cristo —susurró—. Eres enorme.
Palu se rió a carcajadas.
—Sí, lo soy —de nuevo, su simple respuesta pareció agradar a Nat.
Lo miró fijamente a través de sus pestañas. Una mirada sensual,
burlona.
—¿Qué quieres que haga, Palu?
Palu se sintió como si estuviese corriendo hacia arriba en una montaña.
La sangre espesa en sus venas y el corazón palpitante en su pecho. Podía
ver la dura polla de Nat perfilada por los apretados pantalones de montar y
podía oír la respiración excitada de Alecia desde la cama. La miró y vio como
enrojecía, con los ojos abiertos y algo salvajes observando como su marido
le tocaba.
No podía recordar la última vez que había estado tan excitado por la
perspectiva de follar con alguien. Nunca había tenido a la vez un hombre y
una mujer. Por separado sí, pero nunca dos amantes al mismo tiempo. A
pesar de todo, sabía perfectamente lo que quería hacer. Le gustaría probar a
la pequeña y dulce Alecia mientras Nat miraba. Se comería su coñito, rosado
y blanco mientras acariciaba sus hermosos pechos. También estaba seguro
de que Nat no permanecería ocioso. No, el guapo y sonriente inglés
probablemente sería incapaz de mantener las manos alejadas de Palu. Pero
no dejaría a Nat ir deprisa con Alecia. Quería tomarla lento y profundo y oír
como gemía y gritaba para él. Sabía que eso volvería loco a Nat. Y después
de darle placer a Alecia, tomaría al risueño marido, con fuerza, rápido y
rudamente, porque sabía que eso era lo que Nat quería. Y Nat gemiría y
gritaría, también. Y quizás la pequeña y preciosa Alecia se correría de nuevo,
tan sólo mirándolos.
—Los quiero a los dos, desnúdense para mí —les dijo Palu con voz
ligeramente tensa. No lo podía evitar. Estaba cerca de la pérdida de control
con estos dos. Había sido demasiado tiempo, hacía mucho que deseaba
esto. No había apartado la vista de Alecia y él vio como cerraba los ojos
brevemente, como si la idea de desnudarse para él fuese a superarla—. Y
luego quiero que los dos me desnuden.
—¿Lo quieres? —preguntó Nat suavemente, con un punto de dureza en
la voz—. ¿Y si nosotros queremos algo diferente?
—Ese es mi precio —contestó Palu con calma—. El viaje comienza
aquí.
—Es un pequeño precio —dijo Alecia mientras se levantaba de la cama,
apoyándose en una mano, como si se sintiese desequilibrada—. Con
seguridad podrías valorar en más tus secretos.
—Son míos para venderlos como considere adecuado —aseguró él con
una sonrisa burlona—. Y los revelaría todos por verlos a los dos desnudos y
esperando darme placer.
Nat resopló con una pequeña risita y Palu se giró para ver la sonrisa
burlona que rápidamente había comenzado a ansiar. Cuando Nat se rió sus
ojos arrugados parecía pequeñas aberturas de cielo azul en su cara. Palu lo
encontró encantador.
—Entonces Alecia tiene razón. Es un pequeño precio a pagar por todos
tus secretos —rozó suavemente con la mano el pecho de Palu hasta su
estómago, separándola cuando alcanzó la parte superior de los pantalones
de Palu—. Y creo que puedes tener bastantes, Palu.
Palu tan sólo sonrió abiertamente, haciendo reír a Nat de nuevo.
Nat llamó a Alecia y la giró sin una palabra, comenzando a desabrochar
su vestido por la espalda. El corazón de Palu palpitó en su pecho mientras el
vestido se iba abriendo. Llevaba un corsé debajo, pero encontró la escena
íntima impresionantemente excitante. Era obvio que Nat había desnudado a
su esposa muchas veces. Lo hacía de una manera eficiente, pero en cada
toque se veía amor y Nat intercalaba en cada movimiento besos y palabras
susurradas. ¿Desnudaría a Palu del mismo modo?
Nat se giró ligeramente y Palu comprendió que deliberadamente
bloqueaba su visión de Alecia. Por un momento se alarmó, pensando que
quizás Nat había cambiado de idea y no quería que viera a su esposa
desnuda. Pero entonces Nat le lanzó una sonrisa burlona sobre el hombro y
Palu supo que era solamente otra forma de bromear. Se dio cuenta de que le
gustaban las bromas de Nat. Muchísimo.
—Ahora no mires —le indicó Nat—. Quiero que nos veas a ambos.
Date la vuelta.
Suspiró admitiéndolo y se dio la vuelta para afrontar la pared. Oyó la
risita que Alecia dirigió a Nat.
—Muy bien, pero no me hagáis esperar demasiado tiempo Nat —
advirtió—. Estoy desesperado por follaros a los dos.
—Ah Dios —murmuró Alecia fervientemente y Palu le sonrió
abiertamente a la pared frente a él.
Oyó crujir la ropa tras él.
—Francamente, Nat —dijo Alecia exasperada—. ¿Tienes que llevar un
corte tan ajustado en los abrigos? Esto se parece a pelar una naranja.
Palu se echó a reír.
—Me gusta el corte de su abrigo. Le marca los hombros y la estrecha
cintura a la perfección.
Oyó la risita de Nat.
—Lo ves, Alecia. A él le gusta el corte de mi abrigo. Si cambiase de
sastre como tú quieres, Palu no estaría desesperado por follarte, preciosa.
—Ah, ¿y supongo que el escote de mi vestido no ha tenido nada que
ver con atraer su interés? —ironizó Alecia irguiéndose—. Porque no era tu
cintura lo que ha estado mirando fijamente esta noche.
—Confieso que os encontré a ambos irresistibles —les aseguró Palu—.
¿Ahora, por favor, puedo ver lo que ocultaba toda esa ropa?
—Date la vuelta —le dijo Nat aproximándose.
Si Palu creía que antes les deseaba, había sido un idiota. Nat estaba de
pie detrás de Alecia y ligeramente ladeado por lo que Palu podía ver la línea
ininterrumpida de su cuerpo del hombro a los dedos del pie. Alecia se
encontraba muy cerca de él, una de sus manos descansando sobre el vientre
desnudo de Nat. La otra mano sujetando la cadera de Nat y agarrado. Nat
sostenía un hermoso pecho en su mano y mientras Palu miraba él rozó
ligeramente el pezón rosa pálido y ambos hombres lo vieron fruncirse y
oscurecerse. Palu dejó vagar a sus ojos, su sangre calentándose al ver el
vientre suave y los rizos rubios entre sus piernas. Ella era la perfección. Se le
hacía la boca agua al pensar en recorrer cada delicioso centímetro de su
cuerpo.
Después de memorizar cada línea del cuerpo de Alecia, Palu dirigió su
examen a Nat. Lo primero que él notó fue que Nat tenía los hombros
cubiertos de pecas. Deseó probar aquello también. ¿Podría sentirlas con su
lengua? La piel de Nat no era de porcelana clara como la de Alecia, pero aun
así relucía rosada y blanca a la luz de la vela. Tenía músculos delgados,
duros, un pecho pesado ligeramente espolvoreado de vello y un vientre
apretado, muslos gruesos y musculosos y unas bien torneadas pantorrillas.
Eran hermosos, en cada uno de sus ingleses centímetros.
—¿Bien? —preguntó Nat irónicamente—. ¿Te has vuelto a quedar sin
habla?
—Eres hermoso, los dos lo son —contestó. No había más palabras.
Estaba sumamente excitado ante la idea de tenerles a los dos como
amantes. Se les veía tan obviamente enamorados entre ellos. Que le
permitiesen compartir esto, aunque solo fuese por una noche, era un regalo.
—Palu —susurró Alecia, y cuando él la miró pudo ver en sus ojos que
ella entendía lo que él no podía decir.
—¿Podrías soltarle el pelo? —preguntó, esperando que ella lo
permitiese. Quería sentir su gran puño rodeado de esos brillantes rizos
castaños.
Ella asintió y dejó que Nat tomase los alfileres de su pelo uno por uno.
Nat ofreció su mano y ella los depositó en su palma abierta mientras los iba
extrayendo. De nuevo, la intimidad de la escena impactó a Palu. Cuando
hubo terminado ella sacudió la cabeza y Nat dio un paso para vaciar su
palma sobre el tocador.
Palu miró a Nat mientras éste regresaba hasta Alecia. La polla de Nat
estaba dura, inclinándose hacia su vientre desde una entrepierna llena de
pelo rizado, más oscuro que el pelo de su cabeza. Su miembro era rosado y
blanco, como el resto de él, la cabeza un poco más oscura, hacía su boca
salivar. No era demasiado grande, pero era hermoso y Palu estaba bastante
seguro de que Nat sabía muy bien como usar su polla.
—¿Te gusta? —preguntó Nat silenciosamente. Se había detenido y
estaba pacientemente quieto bajo la mirada de Palu.
Palu asintió.
—Sí. Esa iba a ser mi siguiente petición. Quiero veros a los dos. Todo.
Vio el pecho y el vientre de Nat temblar mientras suspiraba y cuando
Palu miró su cara la encontró enrojecida, sus ojos pequeños e intensos,
entrecerrados ahora por el deseo, no por la risa.
—Todo lo que tienes que hacer es pedirlo —le dijo Nat, su voz profunda
y lenta. A Palu le gustó esa voz. Infiernos, le gustaba todo de Nat.
Asintió.
—Lo haré.
Esta vez Nat se rió y luego se giró hacia Alecia. Envolvió con ambos
brazos la cintura de Alecia y descansó la barbilla sobre su hombro, mirando
con ceño fruncido a Palu.
—Llevas demasiada ropa.
Asintió, sintiendo como los viejos miedos crecían en su pecho. ¿
Todavía lo desearían cuándo vieran los secretos que se ocultaban bajo su
ropa inglesa? Nunca se veía más salvaje que cuando estaba desnudo. Pero
por alguna razón inexplicable deseaba muchísimo revelar esa faceta suya a
ellos dos. Tan sólo rezó para que todavía lo encontrasen aceptable cuando él
lo hiciese.
Nat miró la expresiva cara de Palu. El otro hombre no podía ocultar la
mayor parte de lo que pensaba o quizás simplemente no intentaba ocultarlo.
De un modo u otro, Nat disfrutó del placer que había visto, en la cara de Palu
mientras les había mirado fijamente a él y a Alecia, el hambre en su mirada
cuando había visto la polla de Nat. Le gustó cuan franco era Palu, cuan
impaciente. Dios, Nat quería follarlo. Quiso ver la cara de ese hombre
mientras Nat lo llenaba. Pero lo primero era lo primero.
—Y será nuestro trabajo desnudarte, ¿Verdad? —preguntó Nat,
intentando mantener un tono coloquial y ligero. Lo justo es lo justo, después
de todo. Palu ya los había visto y ahora era el momento de la recompensa.
—Vamos —dijo el gran hombre lentamente—. Vengan y desnúdenme.
Nat comenzó a avanzar, pero se detuvo al ver que Alecia no le seguía.
Se volvió hacia ella con el ceño fruncido y la encontró mordiéndose los labios
y mirando a Palu nerviosamente. Nat sabía que eso lo hacía cuando estaba
preocupada por algo. Él miró hacia atrás a Palu y lo vio dejar caer la mano e
inclinar la cabeza mirando fijamente a Alecia.
—¿Qué pasa, mi amor? —preguntó Nat.
—Yo solo… —respondió Alecia tragado nerviosamente—, solo quiero
asegurarme de que Palu entiende que queremos. Nosotros dos, quiero decir.
Y que él desea lo mismo.
La explosión de risa de Palu fue inesperada y sorprendió tanto a Nat
como a Alecia.
—Mi querida Alecia —le dijo Palu con una amplia sonrisa burlona—, no
tienes ni idea de cuánto deseo yo esto. Lo siento, las palabras no se me dan
bien. Pero si, los deseo a ambos debajo de mí, sobre mí, tocándome,
follándome. Eso es lo que quiero. Ustedes son lo que deseo. No lo dudes
nunca.
—Yo no follo con otros hombres —dijo Alecia vacilando y mirando a
Nat. El asintió, alentándola para que continuase. Nat no había dicho nada
antes porque no estaba seguro de lo que Alecia quería esta noche. Sabía
que ella deseaba a Palu. Y sorprendentemente, supo que él no se opondría
si ella decidía romper esta regla no escrita con Palu.
Palu lo observó por un momento, su cara completamente ilegible. Así
que, antes había decidido deliberadamente no ocultarse sus pensamientos,
comprendió Nat. Entonces Palu asintió.
—Eso es justo. Cualquier cosa que los dos deseen, lo haré.
Alecia suspiró como si hubiese estado manteniendo la respiración.
—De acuerdo entonces. Tan sólo quería estar segura —se rió,
sonando bastante aliviada—. ¡Qué noche extraña está siendo! Creo que
nunca he tenido un encuentro como éste.
Fue una observación espontánea, pero llegó al corazón de Nat. No,
nunca habían tenido un encuentro como éste. Por lo general Nat buscaba a
sus hombres y orquestaba la tarde. Esta noche había sido improvisado,
inesperado, una huida hacia delante, hacia la aventura con un exótico
forastero. Y Nat sabía que nunca lamentaría el deseo impulsivo que había
traído a este hombre a su cama.
—El viaje acaba de comenzar —le dijo Palu con una sonrisa burlona—.
Tenemos mucho más territorio que explorar antes de que alcancemos
nuestro destino.
Alecia se rió y Nat sonrió abiertamente. Le gustó como sonaba.
—¿Y tú? —Palu se había girado hacia Nat—. ¿Tú follas con otros
hombres?
Nat asintió, y no pudo evitar que su sonrisa burlona se convirtiese en
una de anticipación.
—Por supuesto.
Palu sonrió abiertamente de nuevo.
—Bien.
Cuando se acercaron a Palu la atmósfera era bastante más ligera de lo
que había sido. Nat estaba contento. Deseaba una noche alegre en lugar de
los acoplamientos intensos y sombríos que, por lo general, Alecia y él habían
tenido con otros hombres. Raras veces sus compañeros fueron joviales o
juguetones. Por primera vez desde Simon, Nat tenía ganas no solo de sexo,
sino de sexo con un hombre en particular. Con Palu.
Nat sabía que había peligros que estaban al acecho esta noche. Le
gustaba Palu quizá demasiado. No buscaba una atadura emocional con
nadie más. Él tenía a Alecia. La amaba. Eran marido y mujer, los mejores
amigos y eso era todo lo que él quería. Tenía amigos que disfrutaban de
matrimonios a tres, pero Nat nunca lo había deseado. Le gustaba follar a
otros hombres, pero no quería amar a uno. Con todas las dificultades que
conllevaba. Lo había visto. Había visto a todos ellos teniendo que negar sus
sentimientos ante la buena sociedad, había visto el daño, el sufrimiento y el
ostracismo que un amor como ese suponía. No, no deseaba eso. No quería
hacer daño a nadie a quien amase.
—No frunzas el ceño, hermoso Nat —dijo Palu colocando una mano
grande, áspera y cálida en el cuello de Nat, atrayéndolo. Palu enterró la cara
en la curva del hombro de Nat, frotando la nariz contra él antes de besar el
pulso que golpeaba pesadamente en su cuello.
—Maldición —murmuró Nat, hundiéndose con lujuria en la sensación de
la boca de Palu sobre él, en el tamaño de su mano contra su cuello. Palu rió
en silencio y lo atrajo de nuevo, hasta que Nat dio un último paso y presionó
su cuerpo desnudo contra el aun totalmente vestido de Palu. El calor de Palu
traspasaba su ropa, calentando a Nat. Tuvo que tomar aliento y tragar
profundamente para impedir que sus rodillas se doblasen ante el erotismo de
todo esto.
—Desnúdame —le susurró Palu y Nat sólo pudo asentir.
Palu le dejó apartarse y Nat dio un inestable paso hacia atrás. Alecia
continuaba allí de pie con una sonrisa en su cara.
—¿Eso es bueno? —bromeó ella.
—Sí —fue todo lo que Nat dijo y ella y Palu se rieron.
—Nat —gruñó Palu y Nat supo lo que pedía.
Agarró la corbata de fantasía y la desató. Le resultó muy difícil.
—Tu mayordomo sí que sabe como atar esto —se quejó mientras
luchaba con el lino almidonado.
—Siéntete libre de cortarlo —dijo Palu disgustado—. Los odio.
—Todos los hombres decís lo mismo —Alecia se rió mientras daba un
paso detrás de Palu dejando pasar sus manos suavemente por la espalda y
los brazos de él. Ella tarareó con placer.
Nat finalmente consiguió deshacer la corbata de fantasía y la lanzó
hacia abajo. La camisa de Palu se abrió casi hasta la cintura y Nat pareció
vislumbrar algo sobre el pecho de Palu. Echó un vistazo hacia arriba y vio a
Palu mirarlo atentamente.
Nat sacó la camisa de los pantalones de Palu y luego, muy despacio,
deslizó sus manos bajo al estómago desnudo de Palu. La piel era lisa y
caliente y Nat tan solo mantuvo las manos allí por un momento, disfrutando
de ello. De repente Palu gimió y arqueó el cuello y Nat empujó la camisa
hasta ver las manos de Alecia deslizarse alrededor de la cintura de Palu
desde atrás, sus uñas arañándole la piel. Nat continuó empujando la camisa
hacia arriba y Palu finalmente agarró la parte inferior y con un rápido
movimiento se la quitó tirándola al suelo, bajando los brazos.
Nat se quedó congelado. Palu tenía el brazo superior derecho y el
hombro cubiertos de complejos dibujos. Era un diseño complicado de
remolinos negros y un modelo de puntos y líneas con una gruesa cinta negra
de unos cinco centímetro de espesor dibujado alrededor de su bíceps.
Mientras miraba, Palu dobló el brazo y el músculo se hinchó, apretando la
cinta y creando la ilusión de que los remolinos se movían a lo largo de su
brazo. La parte superior del diseño bajaba desde el hombro hasta su pecho.
De repente Nat supo lo que era.
—He leído sobre esto —dijo maravillado, tendiendo la mano hacia el
brazo de Palu. Vaciló y Palu movió el brazo, indicando que Nat podía tocarlo.
Había esperado ser capaz de sentir el diseño al tacto, pero no podía. La piel
era tan tersa y cálida como el resto de Palu—. Es un tatau.
—Sí —contestó Palu y Nat pudo sentir más que oír su cautela—. Es
tatau en el mundo de mi madre, moko a otros.
Alecia pasaba las manos sobre el brazo de Palu, con un placer
evidente.
—Es hermoso, Palu —exclamó—. ¿Es un dibujo?
—Sí y no —dijo Palu, relajándose bajo las manos de Alecia—. Es tinta
originaría de las islas hecha tan sólo para esto. Cortan la piel con un
pequeño peine o un cincel y frotan la tinta sobre el corte para hacer una
marca permanente.
Alecia jadeó.
—¡Pero eso debe haber sido increíblemente doloroso! Es hermoso,
pero suena tan peligroso, Palu.
Palu se rió y Nat sintió un zarpazo en su estómago que decidió ignorar.
Se había permitido a si mismo que Palu le gustase, encontrarlo irresistible.
Esto no significaba que fuera a enamorarse. A pesar de que el tatau era la
cosa más hermosa que había visto nunca.
—Fue increíblemente doloroso, preciosa Alecia. Pero es importante en
el Pacífico, entre la gente de mi madre en las Islas Friendly. Son una
demostración de que eres un hombre, de que puedes soportar el dolor. Si no
me los hubiese hecho me habrían considerado un cobarde.
Nat no pudo resistirse más. Se inclinó y lamió un camino a lo largo de
uno de los complicados remolinos del tatau.
—¿Te gustan? —preguntó Palu con voz ronca.
Esto hizo que Nat se riese de nuevo.
—¿Qué si me gustan? Planeo lamer cada centímetro de ellos.
Palu le sonrió abiertamente.
—Estupendo. Porque hay más.
Alecia se había sobresaltado. Lo admitía. Nunca había visto nada como
esto. Palu tenía tatuajes sobre su culo. Le habían quitado los pantalones en
un tiempo récord cuando les dijo que tenía más de esos hermosos diseños.
Pero no habían esperado esto.
—Parece que llevases pantalones cortos —le dijo maravillada. El
tatuaje de su culo, le cubría en realidad por todas partes desde la cintura
hasta cerca de las rodillas. El diseño era similar al de su brazo, aunque más
denso ahí, cubriendo casi cada centímetro de piel.
—Es el tatau tradicional masculino en parte de los Mares del Sur —
explicó Palu—. Tuve miedo al principio, así que me hice el del brazo.
Después de sobrevivir a la experiencia, decidí hacerme este. No fui aceptado
hasta que me lo hice.
Alecia se arrodilló detrás de él para lograr una perspectiva mejor y Nat
se unió a ella. Juntos pasaron las manos sobre los hermosos diseños de tinta
negra. Gigantescos remolinos negros cubrían las mejillas de sus nalgas para
después recorrer la parte inferior del trasero y continuar bajando por las
piernas. Sin ningún tipo de vacilación Alecia le empujó una pierna, obligando
a Palu a ensanchar su postura.
—También hay por el interior —jadeó ella. Agarró el muslo con ambas
manos, y las fue subiendo por el firme y musculoso culo.
—Eso está bien —gimió Palu.
Alecia le miró y vio a Nat lamiendo una senda a través de la otra mejilla
de Palu, siguiendo un remolino. La visión fue tan excitante que Alecia sintió
de inmediato como la humedad llegaba a su sexo.
—Nat —susurró, hipnotizada. Nat abrió los ojos para mirarla y a la vez,
suavemente mordió la mejilla de Palu.
—Maldición, sí —gimió Palu.
Nat sonrió abiertamente y lamió el lugar donde había mordido, haciendo
a Palu gemir de nuevo.
—¿Es bastante ruidoso, verdad? —le preguntó Nat a Alecia y había
algo en su voz que ella raras veces había oído antes cuando habían estado
con alguien más, algo caliente e íntimo que tan sólo habían compartido entre
ellos. Sin embargo a Alecia no le importó. Quería compartir esto con Palu,
también.
Alecia se movió para afrontar a Palu, todavía sobre sus rodillas. El
tatuaje recorría su estómago, caderas y piernas y Alecia gimió cuando vio
que también cubría su polla. Y era una gruesa, hermosa y llena polla. Su piel
marrón y el tatuaje hacían que pareciese púrpura al excitarse y Alecia podía
ver una gran vena pulsando hacia abajo a lo largo del lateral. La cabeza,
húmeda de deseo, era tan gruesa como el resto y de pronto todo lo que
Alecia quiso hacer en la vida fue tomar esa polla en su boca y probarla.
—En la polla también lo tiene —le dijo a Nat con voz temblorosa.
—Maldito infierno —gimió Nat y avanzó lentamente alrededor para
arrodillarse al lado de Alecia—. Eso sí que tuvo que doler —comentó Nat
jadeando.
Palu rió en silencio y pareció tan sin aliento como ella y Nat.
—Sí —llevó una mano hacia abajo y, con cuidado, tiró del pelo de
Alecia, obligándola a alzar la vista hacia él. Sus ojos oscuros brillaron
intensamente, sus mejillas enrojecieron y un hoyuelo apareció en su mejilla
al sonreírle dulcemente. Un hoyuelo. Ah Dios, estaba perdida—. Quiero que
lo beses, lo anhelo Alecia —susurró él aproximándose. Cerró el puño
lentamente sobre su pelo y la atrajo hacia él. Con un gemido alegre, Alecia
se lo permitió.
—Sí, Palu —estuvo de acuerdo, temblando de anticipación—. Sí, quiero
hacerlo, también.
Abrió la boca y Palu se deslizó dentro y Alecia gimió por el gusto
caliente, picante. Era tan grueso en su boca, que ella apenas podía cobijarlo.
Pero una vez que estuvo dentro aspiró y lamió y disfrutó de él, mucho.
—Lee —jadeó Nat y ella se asustó. Nat nunca había querido que le
hiciera esto a otro hombre antes. En realidad ella nunca había querido
hacerlo. Era algo tan íntimo y personal y la ponía en manos de Palu mientras
lo hacía. Nunca había confiado en nadie, excepto en Nat para hacérselo con
la boca. Pero cuando había visto la polla de Palu y él había preguntado tan
dulcemente, no lo había pensado. Tan solo había reaccionado, tan solo lo
había hecho, había hecho lo que quería. Comenzó a apartarse de mala gana
pero Nat la detuvo.
—¡No! —exclamó él. De repente Nat estaba detrás de ella, pudo sentir
sus piernas rodeándola, su mejilla pegada contra la de ella, mientras
observaba. Jadeaba pesadamente, su evidente excitación marcándola
calidamente desde atrás. Él agarró sus codos mientras ella se aferraba a los
muslos de Palu para mantenerse erguida.
—Sí — Palu silbaba y su mano apretaba en su pelo. Pero no dolía. No
habría daño. Ella sabía que no. Con mucho cuidado él sacó tan sólo unos
centímetros y luego avanzó de nuevo en su boca. Era demasiado, era
demasiado grueso y ella gimoteó angustiada.
—Lo siento —jadeó Palu—. No me moveré otra vez, lo juro. Tan sólo no
te pares Alecia. Lo que tú me haces es suficiente —se rió tembloroso—. Es
más que suficiente.
Alecia chupó la polla y notó el estremecimiento grande, fuerte que
sacudió su cuerpo. Se sintió poderosa aquí a sus pies. Ni débil, ni
amenazada. Si no poderosa con la confianza que Palu le mostraba.
—Lee, —susurró Nat otra vez, y luego ella lo vio inclinarse y lamer el
tatuaje sobre la polla de Palu, para después seguir un remolino hasta la zona
donde su boca lo abrigaba. Palu gimió y acercó una mano para descansarla
sobre la cabeza de Nat mientras él lamía y mordisqueaba la base de la polla.
Palu se estremeció otra vez gimiendo.
Los brazos de Nat rodearon a Alecia y ronroneó su aprobación, Alecia
no estaba segura si por el sabor o por la reacción de Palu. Presionó su dura
polla contra ella y aspiró con cuidado el eje de Palu. A Alecia le gustaban los
sonidos que él hacía sobre la verga de Palu. Ella deslizó sus manos por los
muslos de Palu e introdujo una entre sus piernas para luego acariciar
ligeramente sus testículos.
—Paren—siseó Palu y Alecia retiró su mano hacia atrás como si se
quemase. Palu tiró con cuidado de su pelo y ella despacio le dejó deslizarse
de su boca.
—Por favor, no nos hagas parar —susurró Nat, hocicando su nariz en el
pelo oscuro y rizado de la ingle de Palu. Alecia encontró la visión de Nat así
tremendamente sensual. Su piel blanca contra la piel oscura, el pelo y tatuaje
de Palu hacían a éste parecer incluso más exótico, más extraño y
desconocido y encantador.
—¿Es eso lo qué quieren? —les preguntó Palu suavemente—. ¿Qué
me corra en sus bocas? ¿O quieres que te folle?
Alecia se imaginó la gruesa y tatuada polla de Palu follándola y se sintió
enervada. Su sexo palpitó y los músculos interiores se apretaron
anticipándolo.
Palu le acarició la mejilla y alejó su cabeza. La miraba tiernamente, pero
había un borde de desesperación en sus ojos y en su boca.
—Tú lo quieres ¿verdad, Alecia?
Ella se mordía el labio indecisa pero finalmente su cabeza negó.
—No puedo —susurró.
Palu suspiró, pero le sonrió gentilmente.
—¿Me dejarás tocarte?¿Besarte?
—Por favor, Palu —susurró y la gratitud y la satisfacción que destelló a
través de su cara valió la pena por todo en aquel momento.
© TRADUCTORAS INEXPERTAS 2010
Capítulo 4

Palu se sentó en la cama, con la espalda apoyada en el marco de


madera contra la pared. Su piel oscura y el relieve de sus tatau quedaban
claramente enmarcados por las sabanas blancas. Le gustaba. Le gustaba
cómo se veía así, como si se exhibiera para su placer. Nadie más había visto
la tatau aquí en Inglaterra, sólo Nat y Alecia. Y a ellos le gustaba. Palu sonrió
mientras Nat trepaba por sus piernas como un gato, lamiendo los remolinos
sobre sus muslos. Corrección, ellos amaban su tatau.
Alecia subió a la cama junto a él y se colocó a horcajadas sobre su
regazo. Palu alzó las manos mientras se acomodaba sobre él. Apoyó la
cabeza contra la pared, cerrando los ojos de placer al sentir el calor húmedo
de su coño suspendido sobre su polla, al mismo tiempo la brillante lengua de
Nat dejaba un rastro húmedo sobre los patrones de su tatau. Cuando ella no
se movió, Palu levantó la cabeza para mirarla.
—Bien—ronroneó ella—. Me gusta cuando me miras —mordió sus
labios, insegura. Ella era un rompecabezas, tímida y lasciva al mismo tiempo.
Palu rió.
—También me gusta cuando me miras.
Él inclinó la cabeza y estudió el deseo escrito en su cara. Ella lo
deseaba. Podría no estar dispuesta a follar con él, y él tendría que respetar
su decisión de sólo joder con su marido, pero ella lo deseaba.
—Quiero ver que me toques—Alecia susurró tentadora como una sirena
pero Palu vio sus mejillas sonrosadas de la vergüenza al hablar.
Nat gimió detrás de Alecia.
—Cristo, también quiero ver eso. Esperen —Nat bajó de las piernas de
Palu apresuradamente. Se tumbó de lado junto a Palu, su brazo doblado y la
cabeza apoyada en su mano—. Muy bien, hazlo.
Alecia rió y pareció relajarse y Palu sonrió hacia Nat, que miraba su
polla y el sexo de Alecia, que estaban justo a la altura de los ojos, con
perverso deleite.
—¿Siempre disfrutas tanto viendo a un hombre dar placer a tu
esposa?—Palu preguntó, mientras tomaba las delicadas caderas de Alecia
con sus grandes manos. Podía sentir los huesos bajo la suave piel que le
recordaban lo pequeña que era. Debía ser cuidadoso para no hacerle daño.
Nat no respondió de inmediato y Palu se detuvo para mirarlo de nuevo.
La frente de Nat estaba arrugada.
—¡No! Me gusta ver a Alecia cuando experimenta placer —él miró a su
esposa y sonrió con ternura—. Ella es tan endemoniadamente hermosa, ¿
No? —Nat extendió la mano y le colocó un mechón de pelo detrás de la
oreja—. Me gusta verla disfrutar de sí misma. Me gusta verla perderse en el
placer cuando no estoy tan perdido como ella —miró a Palu con el ceño
fruncido—. ¿Eso tiene sentido?
—Oh, Natty —dijo ella con un dulce suspiro de placer.
Palu sintió una extraña opresión en el pecho ante el tierno momento
entre marido y mujer.
—¿No sientes celos? —Se oyó preguntar, y entonces maldijo para sus
adentros. ¿Intentaba hablarles de lo que ellos hacían? Él era un idiota.
Nat negó ligeramente con su cabeza.
—No, yo quiero que ella sea feliz. Y sé que Alecia me ama.
Y no a los otros hombres eso estaba tácito, pero Palu comprendió. Esto
no era sobre él, sino sobre Nat y Alecia. Era posible que lo desearan y justo
ahora lo obtuvieran mediante intrigas, pero mañana sería simplemente otro
hombre que habían compartido, y ellos aún estarían juntos. Sin embargo, Nat
lo confundió con sus siguientes palabras.
—Pero contigo, Palu, deseo verlos a ambos perdidos uno en el otro.
—Mmm, sí —Alecia murmuró, se inclinó hacia delante y rozó su boca
contra la de Palu. Frotó su labio inferior con el suyo y sin pensarlo se abrió a
ella. Cuando su boca se hundió en la suya, caliente, abierta y entusiasta, se
olvidó acerca de las palabras. La lengua de Alecia se deslizó dentro de su
boca, tan tímida como ella a veces podía ser, Palu gimió ante el sabor y la
dulzura de ella. Sus manos se deslizaron hacia arriba por su espalda hasta
alcanzar sus delicados hombros mientras se enderezaba y la apretaba contra
él. Alecia rodeó el cuello con sus brazos y se aferró a él como si estuviera
siendo sacudida por un mar tormentoso y necesitara algo a que aferrarse. Él
sentía lo mismo.
Ella era delicada y deliciosa, y hambrienta y suya por el momento. Se
posesionó del beso, explorando su boca con la lengua, bebiendo sus
suspiros e inhalando su fragancia en respiraciones profundas. Sus senos
estaban aplastados contra su pecho y sintió sus pequeños y duros pezones y
el rápido latido de su corazón.
De repente Palu sintió a Nat morder suavemente el tatau de su brazo y
la mano de Nat deslizándose para agarrar la parte interior de su muslo. No
podía controlar el temblor de deseo que lo aquejó. Ellos lo deseaban.
Pasó las manos por la espalda de Alecia y se apoderó de sus caderas
una vez más. Sin romper el beso la empujó hacia abajo, hasta que la cabeza
de su polla encontró su caliente y húmeda entrada. Se echó atrás y se
acomodó hasta que su polla se ubicó en su raja, acolchada en la humedad
de su suave pelo, su sensible cabeza chocando contra el pequeño y duro
botón allí escondido.
Alecia rompió el beso con un grito.
—¡Palu! —exclamó, sus uñas clavadas en la espalda. Se quedaron así
durante un minuto, sus jadeos eran el único sonido en la sala.
—No te preocupes, Alecia —dijo en voz baja en sus rizos de oro,
frotando la nariz sobre el hermoso cabello, con olor a lavanda—. No voy a
entrar. Me quedaré aquí.
—Más —Nat finalmente susurró, se levantó colocándose a horcajadas
sobre Palu detrás de Alecia. Él presiono contra su espalda y puso sus manos
encima de las de Palu que estaban sobre las caderas de ella.
Palu sólo podía pensar; ¡sí, así, juntos!, mientras Nat empujaba a Alecia
hacia abajo sobre su pene. Las caderas de Alecia dieron un pequeño
empujón al tiempo que su polla se apretaba más contra su tibia crema. Palu
la vio morderse los labios mientras sus mejillas se volvían más rosadas y sus
ojos vidriosos. No quería nada más que empujar sus caderas hacia arriba y
meter cada pulgada de su oscura polla dentro de ella, lo más profundo que
pudiera, pero se contuvo. Palu meció suavemente las caderas y la cabeza de
Alecia cayó hacia atrás sobre el pecho de Nat.
—¿Estás bien? —Preguntó en voz baja Palu, ansioso por moverse,
pero tratando desesperadamente de no hacerle daño. Sólo quería darle
placer. Había otras formas en las que ellos podían hacer esto, otras cosas
que podían hacerse unos a otros.
Alecia rió débilmente.
—¿Bien? Estoy maravillosamente. Eres tan grueso, Palu, y tan caliente.
Se siente delicioso —suspiró.
Nat rió calladamente detrás de ella.
—Luce como si estar dentro de ti también fuese delicioso —comentó y
Palu no pudo controlar la fuerte sacudida de sus caderas. Alecia chilló y
luego gimió—. Creo que a ella le gusta —le dijo a Palu, su voz áspera—.
Hazlo de nuevo.
—Cristo, quiero joderla tan malditamente duro —se quejó Palu mientras
suavemente empujaba de nuevo hacia arriba contra Alecia. Ella bajó su coño
hacia él, su húmedo vello púbico, entremezclándose y rozándose. Palu siseó
en un suspiro ante el exquisito placer. Su coño lo envolvió tan estrechamente
por fuera que casi podía imaginarse dentro de ella. El beso de los labios de
su sexo sobre su polla le quitaba el habla y dejaban su mente en blanco.
Alecia sacudía la cabeza y gemía mientras se frotaba de un lado a otro,
la polla de Palu apenas se movía arriba y abajo plegándose a sus
movimientos, moliendo la cabeza de su polla contra sus aterciopelados y
suaves labios y su duro clítoris.
—No puedo —jadeó—. Lo siento, Palu, pero no puedo.
Palu presionó su mejilla contra un lado de su cabeza y murmuró
dulcemente al oído.
—No, no lo sientas, Alecia. No hay nada que lamentar.
Alecia se mordió el labio en un gemido.
—Eres tan grande —ella se frotó más duro contra él y ambos
gimieron—. Esto se siente absolutamente divino. Por favor, dime que
también se siente bien para ti.
—¡Maldita sea, esto es jodidamente asombroso! —gruñó, haciéndose
eco de la frase favorita de Nat. Al decirlo, notó a Nat detrás de Alecia,
observándolos. Miró al otro hombre y los ojos de Nat se estrecharon, cegado
por el deseo que se filtraba a través de las azules rendijas, un rostro tenso
por la excitación al ver a Palu y Alecia follar. A pesar de que Palu lo pensó,
sabía que era verdad. Él no podía estar dentro de ella, pero esto era follar,
estaba más cerca de lo que nadie había estado en años.
Cuando Nat captó la atención de Palu, se recostó y volvió a sentarse
sobre sus talones. Luego tomó el trasero de Alecia con sus palmas y la
empujó hacia arriba hasta que sólo la cabeza de la polla de Palu estaba
ubicada contra ella, irguiéndose en su entrepierna, como si la buscara. Nat
ladeó la cabeza hacia el costado, y luego inclinó su cuerpo también, hasta
que pudo mirar debajo de Alecia. Palu sabía que Nat estaba mirando su
polla, brillante con los jugos de Alecia, apoyada en su cremosa concha, de
color rosa.
—Magnifica —Nat suspiró densamente—. Tu polla con ese tatau negro
en contra de mi esposa es absolutamente magnífica, Palu —empujó a Alecia
hacia abajo y Palu gimió desesperadamente al ser envuelto de nuevo por su
húmedo calor. Alecia gimoteó.
Nat y Palu se congelaron. Palu apenas podía hablar a través del espeso
deseo que le obstruía la garganta.
—¿Estás bien?—carraspeó, mientras Nat se inclinaba hacia delante
para alcanzarla por encima de su hombro y tiernamente acariciar el poblado
y rizado cabello de Alecia, retirándolo de su cara.
—¿Lee? —Nat pregunto suavemente—. Podemos detenernos.
Ella negó con la cabeza.
—¡No! Por favor, no se detengan. ¡Dios!, se siente tan bien —se
presionó contra él, buscando el empuje y roce previos, y Palu respondiendo,
tratando de ser amable. Ella no lo deseaba suave—. Fóllame, Palu, duro, del
modo que deseas —sus ojos se abrieron de golpe, nublados por el deseo y
ella jadeó en voz baja—. No follar. Quiero decir...
—¿Esto? —Palu preguntó, deslizándose adelante y atrás entre sus
pliegues.
—¡Sí, sí! —gritó empujando contra sus manos y las de Nat—. Por favor.
No podía negársele, así que empujó sus caderas hacia arriba. Gritó y le
clavó las uñas en los hombros. Pero ella retrocedió y se deslizó rudamente a
lo largo de su longitud, y Palu gruñó de placer.
Mientras él jodía contra Alecia, Nat ahuecó los pechos en sus palmas y
amasó los pálidos globos. Su toque no era suave, y Palu se dio cuenta de
que Alecia no era tan delicada como había temido. Tal vez, le gustaba el
placer un poco rudo. Palu se inclinó hacia adelante y chupó un pequeño y
duro pezón, de color rosa. Nat empujó su pecho hacia arriba, posicionándolo
para Palu. Él tiró profundamente del pezón, y luego lo mordió, no demasiado
duro, pero tampoco suave. Alecia gritó, pero sonó extraño, Palu levantó la
vista para verla mordiéndose los labios tratando de contener sus gritos.
Sonrió alrededor del pezón en su boca y luego succionó, más duro que
antes. Alecia tomó su cabeza entre sus manos, sus dedos halando su
cabello, y a Palu le encantó cada agudo tirón.
No pasó mucho tiempo antes de que estuviera al borde de la liberación.
—¡Oh Dios, Palu! ¡Dios! —se quejó—. Me voy a correr. Lo siento, no
puedo esperar. No puedo —ella gritó esto último, mientras nuevamente le
rodeaba el cuello con sus brazos y se meneaba sobre su eje. Palu mamó de
su pecho con un tirón final, y luego sintió las contracciones de su coño contra
su polla mientras ella se corría. Se empujó hacia arriba, ofreciéndole su polla
para que la cabalgara, a pesar de todo ella lo deseaba, y él la dejó disfrutar
de su placer.
Lucia tan malditamente hermosa mientras se corría. Echó la cabeza
hacia atrás sobre el hombro de Nat, gimiendo en voz baja. Mordió su rojo y
jugoso labio inferior, y cerró los ojos. Su rostro se tornó en una brillante
sombra de color rosa mientras continuaba gimiendo calladamente. El clímax
seguía y seguía, sus uñas le arañaron los hombros mientras el daba duros y
cortos empujones. Esto fue suficiente para llevarlo hasta el borde. Su polla
dio un fuerte tirón y su liberación los bañó, el calor de su pegajoso semen los
cubrió empapando su vello púbico y sus estómagos. Palu nunca había
sentido tanto placer, no sólo en su clímax, sino en el de un amante. Ver y
escuchar el placer de Alecia con Nat mirándolos, el hambre y la emoción
evidente en sus mejillas encendidas y sus brillantes ojos azules, era la cosa
más erótica que Palu jamás había hecho. En todos los sentidos Nat y él
habían compartido este momento con Alecia, compartiendo su placer y su
cuerpo.
Cuando terminó ella se dejó caer encima de él, sólo los brazos de Nat
la sostenían.
—¿Lee? —preguntó Palu, entonces se dio cuenta de que había usado
el apodo especial de Nat para ella. Tenía miedo de que hubiese traspasado
los límites cuando Nat lo miró fijamente. Estaba a punto de pedir disculpas
cuando Nat sonrió ferozmente.
—Mi turno —dijo Nat.
Nat levantó suavemente a Alecia de Palu, el sonido húmedo que
hicieron al separarse hizo que la polla de Nat se sacudiera y este sintió una
gota de humedad escapar de su hendidura. Cristo habían estado hermosos y
tan malditamente excitantes, jodiéndose el uno al otro de esa manera, duro y
suave al mismo tiempo, meneándose uno sobre el otro. Y ahora ambos
estaban cubiertos con la semilla de Palu, el olor almizclado de su mutua
liberación llenando el aire y los pulmones de Nat. Estaba un poco inestable
mientras el perfume embriagador erguía su polla a proporciones aún
mayores.
—¿Natty? —Alecia murmuró mientras se curvaba sobre las sábanas
junto a Palu—. ¿Van a joder ahora? —sonaba somnolienta y satisfecha.
Nat apartó el pelo de sus ojos.
—Sí, ángel.
—Oh, bien —suspiró ella—. Vas a disfrutar tanto de Palu —ella se
acurrucó sobre la cadera de Palu y la besó, ni siquiera levantó la cabeza de
la cama—. Él es tan hermoso —levantó lánguidamente la mano y trazó con
el dedo el tatau del muslo—. ¿No lo es?
Nat miró a Palu entonces y lo sorprendió viendo a Alecia con nostalgia,
tanta que hizo sentir dolor a Nat al verlo.
—Sí —asintió Nat en voz baja—, él es hermoso.
Los ojos de Palu giraron bruscamente hacia Nat, y se ruborizó. Nat se
echó a reír.
—¿Te he avergonzado?—preguntó con una sonrisa burlona.
Palu asintió con la cabeza una sola vez, secamente.
—Los hombres no son hermosos.
Alecia rió alegre, claramente recuperando su equilibrio.
—Oh, tonto, tonto Palu —ella dijo, golpeándose el muslo—. Confía en
mí cuando te digo que definitivamente eres hermoso.
—Nunca he visto nada tan hermoso como ustedes dos jodiendo —le
dijo Nat rudamente, su respiración inestable—. La visión de esa polla
deslizándose por el coño de mi esposa, sus pálidos brazos envueltos a tu
alrededor, demasiado blanco contra el negro de tu tatuaje. Tu semen
derramado sobre ella.
Palu respiraba bruscamente.
—Fóllame —gruñó—. Quiero estar dentro de ti, Nat.
—¡Oh, sí!—gimió Alecia—. Por favor, fóllalo por mí, Natty. Por favor.
Nat reía, emocionado por lo mucho que ambos querían esto.
—Dime lo que quieres que haga —le ordenó a Palu, el hambre
royéndolo mientras él miraba la polla de Palu, que ya estaba poniéndose
dura nuevamente.
Palu se recostó contra la cabecera de la cama y silenciosamente le hizo
un gesto a Nat. Éste se colocó a horcajadas sobre las piernas de Palu y bajó
hasta que uno de los musculosos muslos presionó contra el pliegue entre sus
nalgas. Palu gruñó sin palabras y Nat se estremeció al oírlo.
—Quiero joderte —le dijo Palu rudamente, inclinándose hacia delante y
tomando a Nat por la parte posterior del cuello. Palu cayó hacia atrás contra
el cabecero de madera y tiró a Nat con él. Nat cayó sobre él, sus manos
apretadas contra el pecho de Palu. No podía creer lo grande y duro que era
sus pectorales. Deslizó las manos sobre ellos hasta que cubrió los duros
pezones de Palu y apretó las palmas contra ellos. Esta vez Palu mostró los
dientes en una fiera sonrisa antes de enganchar la boca de Nat a la suya.
Nat había estado fantaseando con besar a Palu desde el primer
momento que lo vio en el salón de baile. La fantasía era aburrida comparada
con la emoción de sentir los suaves y cálidos labios de Palu sobre él. Nat se
abrió y lo invitó dentro de su boca, y él respondió a la invitación, su lengua se
aventuró audazmente en la búsqueda de todos los secretos de Nat. Nat
recibió cada una de las audaces incursiones con fervor. Palu sabía a lujuria y
necesidad, una embriagadora combinación. Inhaló y casi perdió la poca
compostura que le quedaba cuando olió a Alecia en Palu. Sus aromas
combinados lo elevaron, avanzó torpemente sobre sus rodillas sin romper el
beso. Cuando sus pollas se tocaron ambos gimieron y Nat deslizó sus manos
sobre el pecho de Palu hasta llegar a su mandíbula. Corrió los pulgares
sobre sus pómulos, y luego metió las manos entre el salvaje cabello rizado
de Palu. Se apretó contra Palu, hasta que su estómago estuvo recubierto por
el semen que aún cubría el estómago de Palu.
Palu gimió y frotó su pene contra el de Nat. Nat se alejó del beso con un
suspiro, y de inmediato Palu comenzó a besarle el cuello y la mandíbula. La
polla de Palu era como una tea ardiente contra la suya, humedecida con la
crema de Alecia, el semen de Palu y la humedad que se filtraba de él.
—Ahora —jadeo Nat—. Te necesito ahora.
Palu negó.
—Soy demasiado grande, Nat. Déjame prepararte primero.
Nat apoyó la frente sobre la de Palu, con una débil sonrisa.
—¡Cristo!, me olvidé de eso. Sí, por favor.
—Aquí —murmuró Alecia. Nat miró hacia abajo para verla deslizar un
dedo a través del semen en el estómago de Palu. Nat podía olerlos a su
alrededor, y olía tan malditamente bien que gimió.
De repente, Palu extendió la mano y metió un dedo en el coño de
Alecia.
—Dame un poco del tuyo —gruñó.
Alecia gimió y se acurrucó más cerca.
—Sí —dijo ella —tómalo.
Y entonces Nat supo lo que ellos estaban a punto de hacer. Palu
humedeció su dedo cubriéndolo con la capa de humedad de Alecia para
poder estirar a Nat.
—¡Oh, Dios! —gimió Nat, y luego el dedo Palu estaba allí, presionando
dentro de su agujero. Nat siseó por la quemadura ante la invasión inicial,
pero Palu fue lento, su dedo suavemente girando, explorando, probando los
límites de Nat. Nat se relajó, y el dedo Palu se deslizó en su interior.
—Eso está bien, Natty —Palu susurró en su oído—. Déjame entrar.
Estas tan caliente y apretado aquí. ¿Cuántos hombres han estado aquí?
Nat rió sin aliento y luego gimió mientras Palu lo follaba con el dedo.
—No los suficientes para prepararme para ti —dijo con voz temblorosa.
Palu agarró con fuerza el culo de Nat y metió el dedo profundamente.
Nat gritó, pero solo había placer, sin dolor.
—¡Contéstame! —gruñó Palu.
—No muchos, Palu —le dijo en voz baja Alecia— no en los últimos
años —ella se colocó a horcajadas sobre las piernas de Palu detrás de Nat.
Imitando exactamente sus posiciones previas, excepto que sus papeles se
invirtieron—. A Nat le gusta follar más que ser follado —Alecia pasó las
manos dulcemente sobre los hombros de Nat y bajo por sus brazos—. ¿No
es así, Nat?
—Sí —se sacudió cuando Palu encontró su dulce punto y le dio unos
toques con el dedo. Nat se estremeció.
—¿Por qué me dejas follarte? — Preguntó Palu calladamente. Nat abrió
los ojos. No se había dado cuenta que los tenía cerrados. Palu lo miraba
intensamente.
—Porque esto es lo que he deseado desde el momento en que te vi —
le dijo Nat, incapaz de mentir—. Quiero sentirte dentro de mí.
Palu gruñó de nuevo, y enterró su cara en el cuello de Nat, besándolo.
—Eso no significa que no planeo joderte también —le dijo con voz
gruesa, presionándose contra el grueso y áspero dedo dentro de él—. Quiero
follar tu tatuaje.
Palu sonrió entre dientes contra su piel, y Nat sintió erizarse la piel de
sus brazos.
—Tanto como el tatau de Palu desea joder tu lindo y blanco trasero —le
dijo Palu rudamente.
—¡Dios, sí! —dijo débilmente. Temblaba por las palabras de Palu y ante
la imagen que le había pintado—. ¡Ahora!, por favor.
Palu sacó el dedo lentamente y Nat contuvo el aliento. Palu lamió el
cuello de Nat y luego mordió su mandíbula.
—Necesito más de lo que Alecia nos puede dar —Palu frotó los dedos
sobre su estómago, recogiendo el líquido cremoso, y luego los presionó
hacia adentro—. No es suficiente —murmuró—. Mi polla necesita más.
—Lee —dijo Nat, apenas era capaz de pensar, mucho menos de hablar
en este punto. Maldición, Palu iba a follarlo. Justo ahora lo estaba jodiendo
con el dedo cubierto de su esencia. Nat tembló.
Nat frotó la cara contra el pelo Palu, mientras oía las sábanas crujir y un
cajón abrirse. Trató de ignorar los sonidos. Quería quedarse donde estaba,
lleno de la magia de Palu. El cabello de Palu era basto, pero no ordinario. Le
hizo cosquillas en las mejillas, olía a jabón, tan limpio y maravilloso,
almizclado, un afrodisíaco como ningún otro. Nat se retiró un poco cuando
Palu lo empujó suavemente. Palu sacó el dedo y Nat sintió dolor de tanto
deseo.
—Ayúdame —le susurró Palu a Alecia mientras ella vertía aceite en su
mano. Se colocó un poco en su propia mano y luego tapó la botella. Cuando
las manos de ambos estuvieron alrededor de su polla y comenzaron a
masajearla con aceite, Palu gimió y el pasaje de Nat se estremeció.
Mientras Palu y Alecia frotaban el aceite sobre su polla, Nat tocó las
canas en la sien de Palu.
—¿Qué edad tienes? —preguntó, pasando sus dedos a través del pelo,
retirándolos suavemente cuando se enredaban en los rizos de Palu.
—Treinta y seis —respondió Palu. Agarró las caderas de Nat y tiró de
él—. Mírame, Nat.
Nat miró hacia abajo, y pudo ver la llama de la vela reflejada en los
oscuros ojos de Palu.
—¿Cómo lo deseas, Nat? —preguntó Palu—. Creo que sería más fácil
si estuvieras sobre tus rodillas.
—¡Mmm! —Alecia murmuró detrás de él—. Sí. Así yo podría ver.
Eso fue suficiente para sacar a Nat de su extraño estupor. De repente,
la lujuria se estrelló contra él con tal fuerza que perdió el equilibrio y tuvo que
sostenerse con una mano sobre el duro y pegajoso estómago de Palu.
—¡Sí, así Alecia puede ver! —gruñó—. Sí, eso es lo que quiero.
Alecia se bajo de las piernas de Palu y Palu empujó a Nat hacia abajo
sobre el colchón.
— ¡De rodillas, Natty! —gruñó Palu—. No puedo esperar mucho más.
Ustedes me tienen a punto de correrme, y ni siquiera estoy dentro de ti
todavía.
—¡No te atrevas a correrte! —gruñó Nat sobre su hombro mientras él lo
ponía de rodillas—, no hasta que estés dentro.
Palu sonrió oscuramente.
—No me digas qué hacer, Nat. Ahora no.
—Un infierno si no lo hago —gruñó Nat. Él era salvaje para el oscuro
extranjero.
De repente, Alecia estaba allí, con un puñado de cabello de Nat en la
mano.
—Natty malo —susurró. Se inclinó y mordió su labio fuertemente, y Nat
se echó hacia atrás. Alecia rió—. Cálmate, cariño. Palu quiere follarte —
Alecia pasó la mano suavemente sobre el cabello de Nat—. Te ves tan bien,
Nat. Me encanta verte. Me encanta verlos, a ti y a Palu.
Nat se inclinó hacia delante y la besó, esperando. Pero Palu
simplemente se sentó en sus rodillas detrás de Nat, sin tocarlo. Nat rompió el
beso y miró por encima del hombro para ver a Palu mirando fijamente a
Alecia.
—Ven —le dijo a ella y le tendió la mano. Alecia se arrastró a su lado y
Palu se inclinó para besarla en la comisura de su boca, luego en la mejilla, y,
finalmente, sus labios se posaron sobre la oreja—. Ayúdame —dijo de
nuevo. Tomó el aceite y derramó algunas gotas en el pliegue de Nat. Palu
atrapó el aceite en los dedos y lo frotó alrededor de la entrada de Nat. Se
sentía tan bien, Nat se mordió el labio para contener otro gemido. Una vez
que Alecia dejó la botella de aceite, Palu guió la aceitada mano de Alecia
hasta el trasero de Nat. Palu empujó su propio dedo adentro y Nat quedó sin
aliento, su cabeza cayó hacia adelante. De repente se sintió otro toque y un
segundo dedo más pequeño presionando dentro.
—Oh Dios —Alecia susurró, Nat no podía controlar sus temblores.
Cristo, Alecia tenía un dedo en su interior.
—¿Alguna vez has hecho esto? —Palu susurró—. ¿Alguna vez has
follado a tu esposo así, Alecia? —agregó otro hábil y suave dedo, Alecia y
Nat gimieron.
—No —ella susurró—. Él es tan apretado y caliente.
—Mmm —murmuró Palu, un sonido profundo y provocador—. Sí, lo es
—Palu introdujo otro dedo. Nat estaba ardiendo, pero era un dulce y salvaje
ardor.
—Puedes aceptar estos dedos, Nat —le dijo Palu satisfecho—. ¿
Deberíamos follarte ahora?
—¡Bien, fóllame ahora! —jadeó Nat y Palu rió mientras ambos sacaban
sus dedos.
—¡Mira! —le dijo Palu, jalando sus caderas. Nat volteó y vio la mano de
Alecia guiando la polla de Palu hacia su agujero. ¡Cristo!, el tatau se veía
malditamente hermoso.
Palu apretó su polla contra la entrada de Nat y éste contuvo el aliento.
En un instante Palu estaba dentro, tan grande y grueso que Nat temió no
poder tomarlo, no poder tomar esa hermosa polla cubierta con el oscuro
tatau.
—Respira, Nat —Palu susurró—, respira y relájate. Déjame entrar.
—¡Oh, Nat! —Alecia suspiró— es perfecto, absolutamente perfecto.
—¡Ah! Bésame, Alecia —Palu ronroneó, Nat sintió como ella ponía todo
su peso sobre las manos apoyadas en sus nalgas mientras lo complacía. Al
romper el beso Nat pudo oír como ambos respiraban agitadamente, y supo
sin ninguna duda que esto era la cosa más excitante que Alecia y él jamás
habían hecho.
Nat forzó su espalda y se inclinó, haciendo que los músculos se
estrecharan alrededor de la polla de Palu. Alecia se movió sentándose sobre
sus talones frente a él. Nat presionó su cara contra las sábanas entre sus
rodillas. De pronto Palu empujó hasta el fondo, y Nat no tuvo tiempo de
prepararse. Jadeó, su culo estaba en llamas.
—¿Nat? —preguntó Alecia—. ¿Estás bien?
—Cristo, se siente como si me hubiera partido en dos —susurró.
Palu estaba frotando sus manos sobre la espalda y el trasero de Nat.
—¡Lo siento! —dijo calladamente, y Nat pudo oír la sinceridad en sus
palabras—. ¿Quieres que me salga?
—¡No! —dijo rápidamente—. No, solo deja que me acostumbre —tomó
varias respiraciones profundas y se concentró en las manos de Palu frotando
su espalda, luego Alecia comenzó a masajear sus hombros, pasando
suavemente sus manos. Era tan calmado y relajante que pronto Nat pudo
sentir que su pasaje lleno era más placentero que doloroso, era un tipo
diferente de ardor.
Nat serpenteó sus brazos alrededor de los muslos Alecia y agarró su
dulce trasero. Ella chilló y él rió entre dientes. El cálido rumor de la risa de
Palu lo erizó, haciéndolo sacudirse por la sensación. Este movimiento
provocó que la polla de Palu se moviera con él, golpeándolo profundamente,
Nat gimió.
—¡Oh! Eso suena bien —murmuró Alecia.
—Si, así es —Palu dijo con esa voz rica y profunda, deslizó una mano
hacia abajo para tomar a Nat de las caderas, y la otra sobre su espalda lo
empujaba hacia abajo reteniéndolo en su lugar— ¿Nat?
Nat sabía lo que le estaba preguntando.
—Sí —dijo con voz gruesa. Alecia se puso de nuevo sobre sus rodillas
para que Nat pudiera soltar su trasero y en su lugar abrazar sus piernas. Las
manos de ella se deslizaron por su espalda hasta que estuvieron justo
encima de las de Palu—. ¿Tienes una buena vista? —preguntó Nat divertido.
—Mmm, sí —murmuró ella feliz y Palu rió de nuevo. Entonces probó,
saliéndose solo una pulgada o dos y luego empujó.
—¡Maldita sea! —gritó Nat, arqueando la espalda. Era la cosa más
increíble que jamás hubiese sentido. Nadie lo había penetrado así, nadie.
Palu se congeló.
—¡No! —dijo Nat, su respiración entrecortada—. Quiero decir, ¡
maldición se siente asombroso!
—¡Ah! —Palu rió entre dientes—. ¡Maldita sea, esto es jodidamente
asombroso! —Nat rió sin aliento.
—Exactamente.
—Entonces no me detendré —le dijo Palu y empujó de nuevo, una y
otra vez.
Nat perdió el sentido del tiempo. Estuvo allí, tendido aferrándose a
Alecia, mientras Palu le mostraba como se suponía debía ser entre los
hombres.
Podía oír a Alecia encima de él, su respiración entrecortada, un gemido
se le escapaba de vez en cuando. Cristo, a ella le encantaba verlo con otro
hombre. Él estaba increíblemente feliz, feliz de que algo que él disfrutaba
tanto también le diera placer a ella. Sus uñas se clavaron en su espalda, y
era sólo una sensación más, encima de todas las cosas increíbles que Palu
estaba haciéndole con esa polla de aspecto primitivo.
—Nat —se quejó Palu. Sus manos deslizándose por su espalda, Alecia
se inclinó hacia atrás. Las manos de Palu continuaron bajando por sus
brazos hasta aferrar las de Nat que estaban sobre las pantorrillas de Alecia.
El pecho duro y caliente de Palu lo empujaban hacia abajo, y él hundió la
cara contra la nuca de Nat—. No puedo esperar, Natty. Voy a correrme
dentro de ti —gruñó—. Córrete conmigo —Palu pasó una mano por debajo
de Nat y envolvió su gran puño alrededor de su dolorosa polla y Nat gritó
ante la ráfaga de calor que se desplazó rápidamente a través de su polla,
bolas y culo.
—¡Dios! —dijo Palu rudamente en su oído, mientras trabajaba la polla
de Nat y lo follaba tratando de controlar su fuerza—. Ha pasado un largo
tiempo desde que vi a mi oscura polla cubierta por el negro tatau joder un
dulce, estrecho y blanco culo. Luce endemoniadamente bien. ¡Tú, luces
endemoniadamente bien, Natty!, tomándome tan estrecho y caliente. Y esos
pequeños ruidos que haces…
Nat se sorprendió por un momento. ¿Él hacía pequeños ruidos?
El agarre de Palu sobre él se estrechó, entonces Nat supo que se iba a
correr. Sus bolas se elevaron y hormiguearon, y sintió la presión, el dolor de
su inminente liberación.
—¡Nat! —Palu gritó, apretó el puño mientras empujaba profundamente
dentro de Nat y se corrió. Las caderas de Palu se sacudieron
inconscientemente y Nat pudo sentir el calor de su semilla. Era suficiente.
Con un grito se corrió, su polla bombeando duro en el puño de Palu.
Palu se derrumbó sobre él, pero aun aguantó la mayor parte de su peso
en sus brazos para que así Nat no se sintiera aplastado. Tendría que haber
sido así. Tendría que haberse sentido asfixiado bajo el hombre más grande,
asfixiado por su peso físico y el peso de lo que le había hecho sentir,
jodiéndolo hasta el olvido. Pero no fue así. Lo único que sintió fue felicidad.
Alecia, aun estaba de rodillas frente a él. Se echó hacia atrás, y Nat
levantó la cabeza un poco para ver sus rodillas extendidas, los dedos de una
mano dentro de su coño mientras se frotaba el clítoris con la otra. Aun podía
ver sobre su estómago la semilla de Palu.
Nat se movió hasta estar junto a Alecia y tiró de sus piernas.
—Ábrelas, Lee —susurró—. Quiero ver a que sabe Palu.
Alecia lo complació rápidamente, colocándose sobre su espalda y
extendiendo sus piernas. Nat se inclinó y hundió la nariz en su pelo húmedo.
Olía fuerte y penetrante, como el océano. ¿Así olía él ahora? Sintió el calor
de la semilla de Palu correr entre sus pliegues y gimió. Retrocedió y deslizó
la punta de la lengua en su raja. La combinación de Palu y Alecia era una
ambrosía. Nat gimió y empezó a lamer su estomago.
—Mmm —gimió Palu. Se arrodilló y besó el trasero de Nat—. ¿Cómo es
mi sabor? —murmuró.
—Como el océano —le dijo Nat, mordisqueando el estómago de Alecia,
chupando la semilla de Palu de su suave piel—. Como aventura y
descubrimiento, y emoción.
La risa de Palu retumbó por todas sus terminaciones nerviosas, dejándole la
piel de gallina.
—¿Todo eso? No tenía idea de que era tan apetecible. Déjame probar
—se inclinó sobre Alecia, y enredó su lengua con la de Nat mientras él la
lamía. Alecia gemía y empujaba sus caderas hacia arriba.
—Mi coño, Nat —dijo sin aliento—. Lámeme allí. Ambos.
Nat apretó la boca contra su sexo y metió la lengua entre sus pliegues,
lamiendo los escondidos valles, encontrando el sabor fuerte y picante que
tanto ansiaba. Alecia gimió y él empujó de nuevo, luego sintió el aliento de
Palu en su oído y lo oyó chupar el duro botón de su raja. Ella gritó y sus
piernas se abrieron aún más. Su mano apretada contra la cabeza de Nat,
manteniendo su boca sobre ella, luchó contra su agarre hasta que pudo
levantar la cabeza lo suficiente para ver la otra mano de ella enterrada en los
rizos de Palu, sosteniéndolo sobre ese lugar que chupaba y lamía con
abandono.
En segundos ella estaba luchando debajo de ellos, pidiendo a gritos
que la dejaran correrse. Nat Apretó un dedo dentro de ella, en ese lugar que
le pertenecía a él y solo a él desde hacia años, y algo le hizo coger la mano
de Palu y llevarlo allí, le hizo presionar el dedo de Palu junto al suyo, hasta
que ambos la llenaron. Alecia sollozó de placer mientras se apoderaba de los
dedos dentro de ella, sus fuertes contracciones presionando ambos dedos.
Cuando los músculos de Alecia se relajaron, Nat se sentó. Palu miraba
fijamente ambas manos tan fuertemente apretadas, los dedos follándola
claramente. La respiración de Nat era entrecortada. Nunca había compartido
a Alecia así, nunca. Su corazón palpitaba de entusiasmo, pero también de
temor. ¿Por qué esta noche? ¿Por qué Palu?
Alecia rió sin aliento.
— ¡Oh, Natty! —suspiró. ¿Eso no lo decía todo?

© TRADUCTORAS INEXPERTAS 2010


Capítulo 5

Alecia estaba en el cielo. Se habían bañado, y se había acurrucado


sobre el regazo de Nat en la cabecera de la cama, sus pies descansando
sobre el hermoso muslo de Palu. Ella frunció el ceño. Él estaba demasiado
lejos.
—Ven más cerca —le ordenó, haciendo un mohín. Agarró el brazo de
Palu y tiró, atrayéndolo más cerca de Nat hasta que los hombros de los dos
hombres se tocaron. Le gustó cómo se veían, el amplio hombro de Nat con
aquellas pecas adorables al lado del de Palu, ancho y músculos, con los
primitivos rizos de tinta negros en su piel. Palu pasó su mano sobre la pierna
de Alecia, trabajando su pantorrilla y la parte de atrás de su muslo y Alecia
suspiró de gusto.
—Esto se siente maravilloso —dijo ella felizmente, acariciando con su
mano la pelusilla del pecho de Nat. Sus pezones alcanzaron su punto
máximo y Alecia rodeó uno de ellos con su dedo, jugueteando.
—Lee —Nat rió, apartando su mano. Él tembló un poco, y ella frotó su
brazo con bríos—. Estoy un poco demasiado sensible todavía, creo.
—¿Estás bien? —preguntó Palu otra vez. Él era tan dulce, estaba tan
preocupado por Nat, temeroso de haber sido demasiado rudo. Pero a Nat le
había gustado, Alecia lo sabía. Y Nat les había tranquilizado ambos sobre
eso repetidamente.
—Palu, por última vez, estoy bien. Estoy mejor que bien. Estoy bien
follado y contento de que sea así. Por favor deja de preguntarme. Cualquiera
pensaría que nunca habías follado a un hombre. —Nat se quedó quieto de
repente bajo ella y miró a Palu con los ojos bien abiertos— ¿Ya habías
follado a otros hombres, verdad?
Palu se rió, sacudiendo la cama.
—Muchos. No creo que haga falta decirte que las mujeres son escasas
en un barco navegando por aguas inexploradas y peligrosas.
—¿Entonces es normal para los hombres a bordo follarse el uno al
otro? —Alecia preguntó con interés. Ella pensaba que más bien disfrutaría de
un barco así.
Palu levantó una ceja mirándola con una pequeña sonrisa burlona.
—De verdad no, al menos no abiertamente. Pero los líos realmente
ocurren.
—¿Cómo diablos lo soportaste, Palu? —preguntó ella con un
estremecimiento—. Debes haber estado meses sin hacerlo.
Palu levantó sus manos delante de él y las giró varias veces,
examinándolas.
—Llegó un momento en el que estaba tan enamorado que casi le pedí
a mi mano derecha que se casara conmigo —Nat resopló de la risa. Palu
levantó la ceja otra vez y añadió sombríamente—. Pero no quise que la
izquierda estuviera celosa.
Alecia estaba entretenida y divertida de la cabeza a los pies. Él también
tenía sentido del humor.
—Nat ha leído todo lo que has escrito —le dijo a Palu impulsivamente.
Nat tiró bajo ella y agarró su mano sobre su pecho. Cuando ella lo miró
él le fruncía el ceño ferozmente.
Palu no se movió, pero Alecia sintió su retirada de todos modos.
—¿Ah sí? —preguntó educadamente.
¿Qué diablos? Ella no tenía ni idea de lo que había incitado su
reacción.
—Sí, lo ha hecho. Él querría de verdad viajar como lo haces tú, pero
simplemente no tenemos los medios.
Palu la miró de una manera extraña.
—Vaya — fue todo lo que él dijo.
Nat se aclaró la garganta.
—Bien, no soy seguramente ningún erudito, no como tú, Palu. Soy,
como mucho, un naturalista aficionado —miró airadamente a Alecia—. Y
Alecia ha leído casi tanto como yo.
Alecia se ruborizó. —Sólo porque quise ser capaz de entender de lo
que hablabas —ella se apresuró en explicar—. Y todavía no entiendo ni la
mitad de ello —ella esperaba desesperadamente que Palu no quisiera hablar
de su investigación. Se había estado sintiendo tan feliz y contenta; no tenía
ningún deseo de arruinarlo mostrando lo ignorante que era. ¿Por qué sacó el
tema? ¿Por qué?
—No seas ridícula, Alecia —soltó Nat—. Eres bastante inteligente, y
mantienes tu punto en cualquier conversación.
Alecia brilló de felicidad por su elogio. Cuando se habían casado ella
había sido una pequeña muchacha tonta de dieciocho años que no sabía
nada a parte de vestidos de fiesta y chismes. ¡Cómo la había intimidado Nat!
Pero él la había animado a extender sus alas y le había mostrado un mundo
entero nuevo con sus estudios.
—Pues los dos deben haber estado muy contentos de encontrarme,
entonces —dijo Palu con voz fría, cortés. A Alecia no le gustó aquella voz.
—Imagínate nuestra sorpresa cuando comprendimos que tú eras
Gregory Anderson —dijo Nat cautelosamente—. Nosotros no teníamos ni
idea que estuvieras de vuelta en Inglaterra, mucho menos en Wilchester.
Palu los miraba tan atentamente que Alecia se retorció. La mano de él
se apretó sobre su pierna, pero no parecía consciente de ello.
—No muchas personas sabían que había regresado —dijo él, su tono
no tan gélido ya.
Alecia se rió nerviosamente.
—Francamente, Palu, yo no tenía ni idea de que el escritor de aquellos
secos tratados científicos fuera tan hermoso y llamativo.
Palu sonrió reluctante y Alecia comprendió lo que había dicho. Ella se
mordió el labio horrorizada.
—Sí, muy agradable, Alecia —habló Nat arrastrando las palabras—.
Dile al hombre que apenas nos ha hecho pasar el filo de la razón que es
aburrido. Bien hecho.
En esto Palu se rió y se relajó.
—¿Entonces no sabían quién era yo cuando se acercaron a mí?
Alecia de repente entendió.
—Ah, Palu. ¿Mucha gente se te acerca por ser quién eres?
Él asintió y comenzó a acariciar su pierna de nuevo, rechazando
mirarla.
—Es un verdadero golpe, llevarse a la cama a Gregory Anderson,
erudito y rareza.
—¿Rareza? —Nat preguntó calladamente. Él puso su mano sobre la de
Palu, aquietando sus movimientos.
La mano de Palu apretaba fuerte la pierna de Alecia otra vez.
—¿Conoces a muchos otros Ingleses que tengan mi aspecto? ¿Cuyas
madres fueran nativas?
—No —Nat levantó la mano de Palu de encima de ella y la atrajo a su
boca, besando su palma. Palu observó con aquellos ojos profundos, oscuros,
reservados—. Lo que te hace único, no una rareza.
Palu resopló.
—Es lo mismo.
Nat inclinó su cabeza mientras le devolvía la mirada a Palu.
—Escribes sobre las plantas y animales que descubres en tus viajes,
pero no sobre la gente. Tu padre se hizo famoso escribiendo sobre la gente.
Palu frunció el ceño.
—Ellos son mi gente. No los convertiré en especimenes para que sean
fijados a una tabla y estudiados —apartó la mirada un momento, y luego se
giró para afrontarlos otra vez—. Mi padre me amó, ¿saben?
Alecia no podía soportar el dolor de su voz. Ella alargó la mano hacia él,
agarrándolo del brazo.
—Desde luego que sí, Palu. Él era tu padre.
Ahora fue el turno de Nat de resoplar.
—Tú de entre toda la gente, sabes que eso no significa nada, Alecia.
Eso dolió. Pero Nat estaba en lo cierto. Su padre apenas la toleraba. Él
la había casado con Nat para ganar una conexión con las clases superiores.
Sin embargo, lo que consiguió fue una hija y un yerno que bordeaban el filo
de la sociedad educada con sus intereses insólitos y apetitos sexuales. Y,
para encabezar su fracaso como hija, ella no había logrado producir un nieto
para asegurar que la conexión fuera permanente.
Nat la abrazó fuerte.
—Lo siento, Less —susurró.
— ¿Qué quieres decir? —Palu preguntó bruscamente.
Alecia lo miró y ella de repente quiso ser sostenida en sus brazos. Ella
quería que toda esa fuerza y calor de Palu la rodearan. Ella sorprendió a Nat
cuando se salió de su regazo. Él dio un gañido cuando su rodilla resbaló por
su entrepierna.
—Oh, Nat —ella gritó, intentando girar y mover su rodilla sin caerse— ¿
Estás bien?
Nat gimió y ahuecó su sexo.
—Ojalá dejaran de preguntarme eso —dijo jadeando. Él se dio un
golpecito experimentalmente—. Creo que viviremos para luchar otro día.
Palu rió y colocó a Alecia en su regazo, abrazándola muy fuerte.
— ¿Tu padre no te aprecia, preciosa Alecia?
Alecia puso su cabeza sobre su hombro y lo abrazó. Seguramente
estaba mal que él hiciera que todo pareciera bueno.
—Mi padre detesta incluso verme —ella le dijo—. Y creo que él
desearía poderle pegar un tiro a Nat nada más verlo.
Nat se rió y se inclinó para besar su hombro. —Tienes mucha razón,
querida mía.
Palu descansó su barbilla sobre la cabeza de Alecia mientras Nat
frotaba su nariz sobre el hombro de Palu.
—¿Por qué lo haces? —él preguntó silenciosamente.
Alecia estaba confundida, pero Nat entendió su pregunta.
—Yo no sabía como amarla.
—¿Qué? —Alecia dijo, no segura de haberlo oído correctamente.
Nat la miró, colocando su hombro contra el de Palu.
—Cuando nos casamos, yo nunca antes había estado con una mujer.
Ella era completamente inocente, y se podría decir que yo también. Ninguno
de nosotros disfrutó de nuestro tiempo en la cama.
Alecia sintió caer su mandíbula.
—¿Nunca habías estado con una mujer? —preguntó con
incredulidad—. Natty, nunca me lo habías contado.
Él miró sorprendido. —¿No? Bien, supongo que pensé que era obvio —
él pasó su dedo abajo por su brazo hasta que cogió su mano con la suya—.
La culpé, porque yo era joven e ignorante. Volví a lo que conocía y
disfrutaba.
—¿Hombres? —Palu preguntó, su tono curioso.
Nat asintió y luego sonrió abiertamente a Palu.
—Me gusta follar a hombres. Sólo por que me casé eso no cambió —él
se encogió de hombros—. Y no tengo que decirte que es más fácil encontrar
a un hombre para follar en Inglaterra que a una mujer. No estamos tan
resguardados.
—Eso es verdad —rió en silencio Palu—. A no ser que uno sea lo
bastante afortunado como para encontrar a ambos —. Él se inclinó y besó a
Nat mientras deslizaba su mano hacia arriba y acariciaba el pecho de Alecia.
Ella sostuvo el aliento al ver a los dos hombres besarse, sus lenguas
luchando lánguidamente. Sintió abrirse su sexo y humedecerse, y notó la
polla de Palu crecer bajo ella. Nat empujó sus caderas contra el costado de
Palu, y supo que también él se estaba excitando.
Cuando Palu rompió el beso él rió tiernamente en Nat, y Alecia
comprendió que nunca había visto a Nat así con otro hombre. Nat y Alecia
los follaban, uno o dos habían pasado la noche, y luego se marchaban y Nat
y ella hablaban sobre lo que hicieron, pero no con quién. Pero esto era tan
diferente con Palu. Todo era diferente.
— ¿Cuántos años tienes, hermoso Nat? —Palu susurró. Entonces él se
dio la vuelta para mirar a Alecia, y se inclinó y besó su pezón—. E inocente
Alecia —se sentó y se apoyó atrás contra la pared. — ¿Cuánto tiempo llevan
casados?
La respiración de Alecia era desigual. Una cosa tan pequeña y simple
como un beso: uno para Nat y uno para Alecia. Y aún así ella estaba más
encendida por los simples besos de Palu que por los complicados juegos
sexuales de la mayor parte de los hombres que habían entretenido aquí.
—Hemos estado casados durante siete años —ella le dijo—. Tengo
veinticinco años.
Palu la miró sorprendido.
— ¿Tan vieja, entonces? Yo te había imaginado más joven.
Alecia se ruborizó.
—¿Soy demasiado vieja para ti? —ella bromeó—. Tú eres, después de
todo, un anciano de treinta y seis —de repente estaba nerviosa. Ella sabía de
hombres mayores que preferían a sus mujeres muy jóvenes.
Palu sonrió lobunamente.
—Apenas. Tú eres, creo, perfecta.
Nat rió en silencio y besó el cuello de Palu.
—Sí, lo es —él se retiró con un suspiro y se sentó. Alecia podía ver su
polla, semi-dura, rosada, su saco asomándose bajo su pelo pubiano. Le
gustó ver a Nat así, sabiendo que con sólo un toque, o un beso, se pondría
totalmente erguido. La anticipación era deliciosa—. Tengo veintiséis años —
se pasó una mano por el pelo, despeinándose todavía más—. Nos casamos
muy jóvenes —sacudió su cabeza—. Demasiado jóvenes.
—Pero de algún modo pasasteis de ser dos esposos inexpertos y
extraños a ésto —dijo Palu, y eso fue más de una pregunta que una
declaración.
Alecia se rió, sorprendida por la amargura de la risa. ¿Ella todavía era
amarga? Había pensado que no.
—Nat volvió a sus hombres y pensé que quería ver lo que él encontraba
tan maravilloso en ellos —dijo ella resueltamente—. Los primeros años de
nuestro matrimonio no fueron felices.
La mirada de Nat estaba llena de dolor y de pesar. ¿Ella no le había
hecho sufrir bastante? ¿Ella no había intentado hacerle daño, también?
—Lo siento, Natty —susurró ella. Apartó la mirada de los dos hombres,
sentada sobre el regazo de Palu, juntando sus manos—. Lo adoraba, ¿
sabes?, y sabía que no era la esposa ideal para él. Yo era ignorante de todo,
no solamente en las relaciones sexuales. Era infantil y lo estropeé y lo aparté
porque pensaba que no lo merecía.
Palu le frotaba la espalda y ella miró para ver que Nat tenía la mirada
fija en su regazo.
—¿Y luego? —Palu preguntó con cuidado.
Alecia sonrió, y Nat miró hacia ella y medio le sonrió.
—Y luego llegó Simon —dijo ella.
— ¿Simon? ¿Simon Gantry? —Palu preguntó.
Alecia asintió.
—Sí. Simon se hizo amante de los dos al mismo tiempo. Al cabo de un
rato, él sugirió que los tres —ella agitó su mano alrededor—, ya sabes,
estuviéramos juntos.
Nat rió y agitó su mano imitándola.
—Sí, juntos —dejó caer su mano—. Simon nos enseñó cómo amarnos
el uno al otro. Fue bastante simple, en realidad. Descubrimos que teníamos
bastante más en común que con Simon. Después de unos meses, Simon se
desvaneció tal y como él suele hacer, y Alecia y yo descubrimos que nos
habíamos enamorado. El uno del otro —él rió su típica risa de caramelo y
divertida, y el corazón de Alecia se aligeró otra vez—. Enamorado de su
propia esposa. ¡Qué raro!
—Muy raro, de verdad —concordó ella con una risa—. Pero confieso
que aún cuando él me hizo daño, y yo a él, nunca dejé de amarle.
—Lee —susurró Nat. Él se inclinó y la besó. Cuando sus labios tocaron
los suyos ella comprendió que ellos no se habían besado en toda la noche.
Habían estado tan absorbidos con Palu. Su corazón bombeaba rápido y ella
sintió pánico. ¿Estaba pasando otra vez? ¿Se distanciaban? ¿Es por eso por
lo que se sentía tan atraída hacia Palu? Pero el beso de Nat la encendió
como siempre hacía, su gusto tan familiar y aún tan atrayente por su misma
familiaridad. Ella ahuecó su mejilla con su palma mientras se mordía el labio
inferior. Nat se alzó sobre sus rodillas delante de ella y pasó las palmas de
sus manos desde sus rodillas hacia sus muslos, y ella tembló con su toque.
Ella podía sentir la mirada de Palu sobre ellos, y esto la encendía todavía
más. Ellos nunca habían compartido eso con nadie más. Ellos podrían joder
a un tercero en su cama, pero sólo se corrían juntos cuando estaban a solas.
Sin embargo, de pronto ella quiso hacer todo por Palu. Ella quiso joder a Nat
para Palu, ya que se daba cuenta que él disfrutaba mirándolos juntos. Él
respiraba pesadamente, y su mano descansada sobre su trasero,
acariciándolo sugestivamente.
Nat rompió el beso y miró fijamente en los ojos de Alecia durante largo
tiempo. Finalmente habló.
—Palu —dijo silenciosamente—, ¿Te gustaría verme follar a mi
esposa?
El corazón de Alecia saltó golpeteando y ella sonrió a Nat.
—Sí —contestó Palu simplemente—. Sí, me gustaría.
Palu nunca realmente había visto nada como esto antes. Había
pensado que sí. En las islas, los miembros de la tripulación no habían sido
siempre circunspectos en cuanto a sus encuentros sexuales. Pero estaba
claro que había un mundo de diferencia entre lo que había visto y este acto
nacido del amor. Era... te quitaba el aliento.
Nat se puso encima de Alecia, empujando despacio en ella, los brazos
de ella colocados sobre su propia cabeza con las manos de Nat sobre las
suyas. Ella le rodeaba con las piernas, apretándolo, con sus talones
presionando su musculoso culo. Palu adoraba el modo en que esos
músculos se flexionaban a la luz de las velas mientras él follaba su
hermosísima esposa. Y Alecia, tenía los ojos cerrados y sus perfectos
dientes blancos mordisqueaban su labio inferior. Con cada empuje, su cuello
se arqueaba un poco más. El acto era simple mientras lo hacían, pero
increíblemente íntimo en su simplicidad.
—Less —susurró Nat, su boca apretándose en su oído. Ella giró su
cabeza sobre el colchón hacia Palu, y abrió sus ojos. Sus ojos se
encontraron y los sostuvieron, y Alecia sonrió. Casi en cuanto liberó su
agarre sobre su labio ella gimió mientras Nat se hundía en ella.
—Nat —gimió. —Más duro.
Palu estaba hipnotizado. Ellos eran magníficos. No se podía creer que
se los hubiera follado. ¿Nat todavía sentía su semen en su pasaje? ¿Alecia
todavía estaba adolorida por su polla? Sólo de pensar en ellos todavía
sintiendo lo que Palu les había hecho mientras se follaban mutuamente era
más excitante de lo que jamás pensó.
—Me encanta joderte —susurró Nat—. Eres tan dulce y estás tan
mojada, Less, tan hermosa.
—Sí —Palu susurró, y luego pensó que mejor se podría haber mordido
la lengua, por miedo de haberles arruinado el momento.
Pero en vez de resentirse por su intrusión, Nat se giró hacia él con una
sonrisa bromista. —Tú lo sabes, ¿verdad, Palu? Tú sabes lo dulce que es su
coñito.
—Nat —Palu gimió. Él se deslizó hacia abajo para ponerse boca abajo
al lado de ellos, su mejilla descansando sobre su puño mientras los miraba.
Clavó su dolorida polla en la cama y encontró un poco de alivio—. Los dos
sois perfectos. —Los sonidos de su follada eran tan calientes como verlos.
Los pequeños gemidos de Alecia que intentaba sofocar, ¿Por qué lo hacía?.
Y la respiración pesada de Nat y sus palabras de amor murmuradas. Y ella
estaba tan mojada que Palu podía oír el sonido cada vez que Nat empujaba
dentro y fuera.
—Palu —gimió Alecia. Ella tironeó su mano libre del apretón de Nat y la
estiró hacia él. Palu tomó su mano y la besó—. Vente, Palu —susurró ella.
Palu sonrió abiertamente.
—Sí, creo que voy a venirme sólo de miraros.
Nat gimió y Alecia se rió jadeando. —No, tonto —dijo ella, tirando de la
mano de él—. Ven aquí y déjanos probarte otra vez.
Palu gimió, pero negó con la cabeza. —No, esto es sólo tú y Nat.
Nat lo miró frunciendo el ceño. —No, esto es para ti también, Palu. Ha
sido para ti también desde que te vimos por primera vez. ¿No lo sabías?
Él quiso creer a Nat. Él quiso creer que estos dos jóvenes amantes
querían compartir este momento con él. No importaba lo tonto o ridículo que
pudiera ser, quiso creerlo. Elevándose sobre sus rodillas él se movió hasta
que estuvo al lado de la cabeza de Alecia sobre el colchón. Él bajó sus
manos sobre la cama al otro lado de ellos, para inclinarse sobre ellos, su
polla encima de Alecia, delante de Nat. La vista de su dura polla colgando allí
enmarcada por sus rojas caras lo hicieron querer aullar de satisfacción. Él
tomó varios alientos profundos, intentando calmarse.
Entonces Nat lamió tentativamente la punta de la polla de Palu, y Palu
se deshizo. Él comenzó a temblar y apretó los puños en las ropas de cama
tan fuertemente que pensó que las rompería. Bajó sus caderas despacio, y
Alecia abrió su boca para mamarle la cabeza de la polla. Palu se mordió el
labio y se obligó a quedarse quieto para ellos. Nat recorrió el tatau con su
lengua otra vez, como ya había hecho antes. Palu nunca había estado tan
contento de tenerlos como esta noche.
—Estás temblando —susurró Nat—. ¿Por nosotros?
—Sí —él no podía hablar más. No quería hablar. No quería revelar el
tumulto de emociones que lo ahogaban.
Nat dejó de lamerlo, y Palu estaba tanto alegre como devastado. Los
labios de Alecia todavía lo rodeaban, pero ella era muy suave con él, como si
supiera que estaba al límite. Nat comenzó a empujar más duro en Alecia y la
cabeza de ella se movió sobre la cama y contra su polla. Él no pudo reprimir
un gemido.
—Sí —gruñó Nat, acelerando el ritmo. Y luego Alecia gritó sobre la polla
de Palu, sus piernas cerradas alrededor de Nat, su espalda arqueada. Palu
se retiró de la exquisita sensación de su voz vibrando por todo su eje. Se
sentó sobre sus talones y observó la cara de Alecia mientras ella se corría. Y
luego vio los temblores en la espalda de Nat, el manojo de músculos de sus
nalgas, y Nat enterró su cara en el cuello de Alecia cuando se corrió con un
quejido, el mismo quejido había hecho cuando Palu lo había jodido. Que Nat
hiciera el mismo ruido para él y Alecia le complacía increíblemente.
Cuando los dos hubieron acabado, tumbados jadeantes, Palu se
imaginó que estaban agotados. Pero de repente Nat se levantó sobre sus
manos y rodillas y se volvió hacia él. Sin una palabra, agarró la polla de Palu
con una mano y la chupó profundamente en su boca. Palu gritó sin palabras
y empujó en la calidez húmeda de su boca. Nat gruñó y agarró la cadera de
Palu para girarlo un poco. En cuanto tuvo el ángulo correcto, Nat empezó a
follar a Palu con su boca, mamándolo fuerte con cada golpe rápido y luego
deslizándose lentamente. La saliva resbalaba por la polla de Palu desde la
boca de Nat, humedeciendo sus testículos, mientras Nat murmuraba su
placer por el gusto y rodeaba con su lengua la punta. Palu agarró el pelo de
Nat con un gran puño y empezó a mover su cabeza con un ritmo más rápido.
Él necesitaba esto, ¡tanto! ¿Cómo lo había sabido Nat? Nunca hubiera
podido follar a Alecia así, era demasiado pequeña. Pero la boca de Nat
estaba hecha para que lo follara.
—Voy a correrme, Nat —gruñó, esperando sin esperanza que Nat no se
apartara. Él quería llenar la boca de Nat, llenar a Nat. Quería que alguien
tomara su liberación en su interior y no lo tirara. Nat no lo tiraría. Nat no lo
apartaría.
Nat agarró su muslo y tiró de Palu más cerca, mamándolo más
profundamente en su garganta. Palu gimió mientras se corría, intentando
mirar a Nat todo el tiempo, no queriendo perderse a Nat tomándolo así.
Cuando acabó, Nat torció su cabeza del apretón de Palu y se sacó la
polla con un jadeo. Se estaba riendo.
—Nunca me habían follado la boca tan bien —dijo, su voz gruesa, como
si le doliera la garganta. Palu sintió una primitiva emoción por haber usado a
Nat de esa manera y hacerle eso a su voz. Alecia rió y se deslizó hasta besar
a Nat, todavía riendo. Entonces ella se dio vuelta hacia Palu y lo besó,
también, con el gusto de él y Nat todavía sobre sus labios sonrientes.
Palu sintió como si la tierra se abriera bajo él. Quería más que una sola
noche con estos dos. Le habían hecho desear cosas que había dado por
perdidas. Y eso era peligroso. Lo sabía, pero no podía parar la marea de
deseo que tiraba de él acercándolo a ellos cada vez más.© TRADUCTORAS
INEXPERTAS 2010
Capítulo 6

Palu entró en el salón y Nat se giró de donde estaba de pie en la


ventana. Tenía una mano apoyada en el marco y había estado mirando la
calle con el ceño fruncido. Borró la expresión de su rostro, pero no antes de
que ver a Palu tomar nota de ello.
—¿Todo aclarado? —preguntó suavemente, alejándose de la ventana.
—Sí, gracias —respondió cortésmente Palu. Nat había notado que el
otro hombre se retiraba a la cortesía meticulosa cuando no estaba seguro de
una situación. El refugio del inglés bien educado, pensó Nat irónicamente.
— ¿Dónde está Alecia? —preguntó Nat, ignorando la mirada inquisitiva
de Palu.
Palu le dio una risa genuina, divertida.
—Me desalojó de su vestidor. Me dijo que ocupo demasiado espacio y
la distraigo con mi intensa observación de sus artículos de tocador.
Nat se rió.
—No te preocupes. He recibido mucho del mismo trato en ocasiones.
Nat no sabía qué hacer. ¿Debería caminar de regreso a la ventana y
fingir estar ocupado con la calle muy transitada? ¿O debería sentarse y fingir
una indiferencia que no sentía? Se quedó allí de pie mirando a Palu con
indecisión y frustración.
—Dime qué pasa, Nat —exigió Palu en voz baja—. ¿Quieres que me
marche?
—¿Qué te marches? —El asombro de Nat era genuino—. ¡No! ¿Deseas
marcharte? —Él no podía marcharse todavía. Era demasiado pronto.
Palu negó con la cabeza.
— No. Pero tu comportamiento parece inquieto. ¿Por qué?
Nat escogió la opción de sentarse. Se dejó caer en el sofá y cruzó las
manos, los codos sobre sus rodillas. No podía mirar a Palu.
—¿Comportamiento inquieto? ¿Vas a escribir un estudio sobre mí?
—Nadie creería las cosas las que te he visto hacer.
Nat lanzó una carcajada y alzó la mirada para ver a Palu darle una
apenas sonrisa irónica.
—Sí, bueno, soy un tipo ágil, ¿verdad? —Nat sintió que se ruborizaba.
Las cosas que habían hecho durante el último día y dos noches también eran
casi increíbles para Nat. ¿Realmente había dejado a este hombre follarle una
y otra vez, compartido a su esposa, lamido, mordisqueado, chupado y
probado cada centímetro de la piel oscura y tatuada de Palu? Sí, lo hizo. Y lo
haría otra vez. Al menos tenía la esperanza de volver a hacerlo.
—¿Qué estudias? —preguntó de repente Palu. Nat sacudió la cabeza
sorprendido. Palu tenía una mirada atenta en su rostro, observando a Nat
cuidadosamente—. Sé que has leído mi trabajo, pero no has hablado de tus
intereses.
Nat se ruborizó.
—Mis intereses no son tan amplios como los tuyos —se aclaró la
garganta con timidez—. Peces —ante la mirada en blanco de Palu amplió la
respuesta—. Estoy interesado en los peces. Los escritos de tu padre
mencionan algunas de las nuevas especies que vio en los Mares del Sur.
Pero los tuyos no lo hacen. ¿Sabes algo de los peces de allí?
Palu sonrió cautivadoramente.
—Sólo los que son buenos para comer.
Nat suspiró. Había esperado que el tema les ocupara un rato.
—Son hermosos —el comentario de Palu hizo que Nat levantara la
cabeza otra vez. Buscó señales de burla o indulgencia, pero, en realidad,
Palu parecía interesado en la discusión—. Hay muchos que son similares a
los que se encuentran aquí en Europa, pero también hay muchos peces que
son impresionantemente hermosos, obras maestras de color, diseño y forma.
Son muy exóticos, y, en algunos casos, bastante letales.
—¿Letales? —Nat se inclinó hacia adelante, fascinado.
Palu asintió.
—Sí, como venenosos. Así que cuando digo saber cuáles son los
buenos para comer, me refería más que al mero gusto —su sonrisa era
divertida y sacó los hoyuelos en sus mejillas. Maldita sea, él era tan
jodidamente increíble que Nat quería saltar a través de la habitación y
tomarle allí mismo.
Se puso de pie, sin importarle que su inquietud confirmase su agitación.
Iba y venía por la biblioteca a lo largo de la pared.
—Has hecho muy feliz a Alecia —le dijo a Palu honestamente. Se dio la
vuelta para estar enfrente del otro hombre, que permanecía de pie donde se
había detenido cuando entró en el cuarto. Captó sorpresa y alivio en el rostro
de Palu—. Gracias.
—¿Tú me das las gracias? —preguntó Palu con incredulidad.
Finalmente, cruzó la habitación, sin detenerse hasta que estuvo
aproximadamente a un pie de distancia de Nat—. Nat, esta vez contigo y
Alecia ha sido una de las cosas más agradables que he experimentado. Yo
te doy las gracias por permitirme estar contigo.
Nat negó con la cabeza, rehusando la gratitud de Palu.
—No. No lo entiendes —suspiró profundamente—. Lo intento, pero no
puedo hacerla feliz solo, Palu. Lo he intentado, Dios lo sabe. —Volvió a la
estantería, vencido con la frustración y la rabia desenfocada—. No puedo
cuidar de ella o darle lo que necesita.
—Nat —Palu habló en voz baja pero firme justo detrás de él. Nat sintió
su mano en el hombro, una caricia sólida y suave. Se dio la vuelta para ver a
Palu mirándole con compasión y preocupación. Se le retorció el estómago y
estuvo más confundido y enfadado que antes. Intentó quitarse su mano, pero
el apretón de Palu se tensó y se mantuvo firme.
—Nat, Alecia te ama, más de lo que piensas, creo.
Nat resopló con disgusto.
—Sí, y mucho bien le ha hecho.
Palu agarró los hombros de Nat con ambas manos y le sacudió.
—No menosprecies esto, Nat. No rebajes lo que ella siente por ti. Es
una mujer adulta y te ha dado su amor. Ese es un tesoro que no tiene precio.
Fue el turno de Nat de agarrar los brazos de Palu. Apartó sus manos,
pero no soltó los brazos de Palu. Le agarró con fuerza tratando de hacerle
entender y desesperadamente esperando que no lo hiciera.
—¿Crees que no lo sé? No es Alecia o su amor lo que pongo en duda.
Se trata de mí, Palu. Yo soy el inadecuado aquí.
Palu se liberó con una sacudida y tiró a Nat en un apretado abrazo. Nat
envolvió sus brazos alrededor del pecho de Palu y hundió los dedos en su
espalda. Enterró su rostro en la piel recién afeitada de su cuello e inhaló.
Palu olía como él. Había usado el jabón de afeitar de Nat, y su olor sobre
Palu hizo sentir a Nat posesivo y hambriento y desesperado. ¿Qué estaba
haciendo?
Palu presionó los labios al lado del pelo de Nat, su aliento agitaba el
cabello sobre la oreja, haciendo temblar a Nat.
—Nat, eres todo lo que alguien podría desear. Eres inteligente y
amable, divertido, guapo, generoso. ¿Debo continuar? Si yo fuera Alecia me
sentiría como ella. Haría cualquier cosa por ti, Nat. Cualquier cosa.
Nat se sintió mareado. ¿Palu también sentía así? ¿O sólo hablaba de
Alecia? Apoyó la frente sobre el hombro de Palu. ¿Eso importaba? Palu se
marcharía, lo habían sabido desde el principio. Y Nat siempre se había dicho
que no haría esto. No se dejaría cuidar por un hombre. Palu era un amante,
nada más. Una distracción temporal. Era posible que se gustaran el uno al
otro, podían tener muchas cosas en común, pero eso no cambiaba el hecho
de que ambos eran hombres, y que Nat y Alecia estaban casados. Nat no
haría daño a nadie como él había visto a Derek Knightly e incluso a Tony
Richards lastimados. Ellos habían sido excluidos en público, relegado a
“amigo” soltero en beneficio de la aceptación social. ¿Se sentían ellos como
si su amor no fuera importante? Palu merecía más. Se merecía a alguien que
le reclamara con valentía y orgullo, y Nat y Alecia no podían hacer eso.
Empujó a Palu bruscamente, sorprendiéndole. Palu se tambaleó un
paso contra la estantería. Nat cayó sobre él, fijándole allí con las caderas, las
manos aplanadas contra los libros a cada lado de los hombros de Palu.
—No lo entiendes —gruñó, frustrado más allá de la creencia en su
incapacidad de transmitir su verdadero significado a Palu.
Palu se recostó contra el estante con calma, en absoluto preocupado
por la agresión de Nat.
—Sigues diciendo eso. Explícamelo.
Nat sacudió la cabeza, las palabras atascadas en su garganta. ¿Cómo
podría explicarle que le estaban utilizando? ¿Qué debido a que nunca podría
haber más entre ellos, iban a utilizar a Palu para sus propios fines? ¿Cómo
podría describir adecuadamente lo enfermo y enfadado que le ponía que no
tuviera otra opción?
No importaba. Lo que cualquiera de ellos sintiera en esta situación no
haría ninguna diferencia en absoluto. Las cosas eran como eran. Lo único
que importaba era el deseo entre ellos, la satisfacción física que podrían
darse el uno al otro durante un breve tiempo. Eso era todo lo que había y
todo lo que alguna vez podría haber.
—Esto no necesita ninguna explicación —susurró, mirando fijamente la
boca de Palu. Tuvo una visión de Palu de cómo había estado esa mañana,
su boca enterrada entre las piernas de Alecia, retirándose con los labios
brillantes, y Nat había lamido aquellos labios hasta limpiarlos, comido toda la
crema dulce de la pasión de Alecia de la boca carnosa y sensual de Palu. Se
inclinó para besar a Palu y el otro hombre se retorció como si evitara el
contacto.
—No, Nat, tenemos que hablar...
Nat no le hizo caso. Agarró un puñado de cabello áspero y rizado y la
protesta de Palu se volvió un gemido. Nat sonrió misteriosamente. Había
aprendido bastante acerca de cómo complacer a Palu en el último día y
medio.
—No me digas que no —gruñó Nat.
Los ojos de Palu brillaban con ardor y los estrechó mientras miraba
fijamente a Nat.
—No —dijo muy claramente.
La sonrisa de Nat aumentó. Al parecer, Palu también había aprendido
una cosa o dos sobre complacerle. Palu, de pronto, hizo girar a Nat y le
arrojó contra la biblioteca, sacudiendo los libros y derribando una pequeña
figurilla de una pastora. Cuando se hizo pedazos en el suelo los dos hombres
sonrieron de forma siniestra el uno al otro como si se desafiaran. Y entonces
Palu se abalanzó e intentó tomar el control del beso. Nat casi le dejó. Cristo,
el hombre sabía besar.
Palu condujo su lengua en la boca de Nat y comió de él como un
hombre hambriento. Envolvió sus brazos alrededor de la cintura de Nat y le
arrastró cerca, sosteniéndole con tanta fuerza que Nat apenas podía respirar.
Nat llevó las manos al cabello de Palu y tiró, con fuerza. Palu gruñó pero no
se movió un centímetro. En cambio mordió bruscamente el labio inferior de
Nat hasta que éste gimió y aflojó la tensión en el pelo de Palu. Palu le
recompensó por suavizar el beso, lamiendo los labios de Nat y enredándose
sensualmente con su lengua. Nat gimió de placer. Palu sabía dulce, como el
dentífrico de menta, pero el sabor se mezclaba con algo salvaje que era
claramente Palu. Nat estaba empezando a ansiar ese sabor, y que nunca era
suficiente.
Con ese pensamiento Nat rodó hasta que la espalda de Palu golpeó la
estantería y profundizó el beso otra vez. Él lo hizo por la lujuria, por la
satisfacción sexual y no por las emociones. No podía ser por las emociones.
Palu se rindió, dejando a Nat controlar el beso y controlarle a él. Nat
metió una rodilla entre las piernas de Palu y el otro hombre gimió cuando su
muslo entró en contacto con su ingle. Las manos de Palu agarraron las
caderas de Nat, acercándole y frotándose contra él. Sí, esto era lo que
tenían. Nat nunca había tenido más con un hombre. Palu encajaba todas sus
curvas, siempre que presionara en los lugares correctos.
Nat se separó con un jadeo, mirando a Palu con desafiante
satisfacción. Los ojos de Palu estaban vidriosos, sus labios hinchados y
húmedos, las mejillas enrojecidas. Nat tenía aquí el control. Estaba de nuevo
controlado. Golpeó la polla de Palu con el muslo, y bajó la mirada para ver el
contorno de su longitud rígida que tiraba contra los pantalones apretados. El
conocimiento de lo que Palu ocultaba debajo de sus ropas, su tatau sensual
e hipnotizante, una verga gruesa cubierta de tinta negra, sus bíceps
abultados decorados con remolinos primitivos y bandas, volvió a Nat loco de
lujuria. Eso era todo suyo ahora mismo.
Nat miró mientras él rozaba su polla contra la de Palu a través de su
ropa. Lentamente, giró las caderas, restregándose contra Palu, y Palu
maldijo entre dientes al mismo tiempo que agarraba las caderas de Nat más
fuerte, y le sostuvo más cerca.
—¿Esto es lo que quieres? —susurró Nat, mirando desde la distancia
sus caderas demoledoras. Él miró fijamente a los ojos de Palu, desafiándole
a negarlo—. ¿Es esto de lo que quieres hablar?
—No —dijo Palu entre dientes—. No quiero hablar sobre joder. Solo
quiero que me jodas.
El estremecimiento que recorrió la espalda de Nat no tenía nada que
ver con el tumulto de emociones en su interior y todo con la posesión y el
deseo y una necesidad abrumadora de ver a este gran hombre tendido
debajo de él, tomándole en ese magnífico y marcado trasero suyo.
Pero ahora no. Aquí no. Ellos tenían cosas de hacer.
—Si eres un chico muy bueno —dijo Nat a Palu con una sonrisa
maliciosa— podría hacerlo más tarde.
Palu gruñó sin decir nada, empujándose contra Nat y Nat se rió.
—¿Estamos impacientes?
—No sé —respondió Palu cuando hizo que Nat inspirase mientras se
frotaba contra él—, ¿lo estamos?
Palu intentó besarle otra vez, pero Nat se apartó. Podía ver la sorpresa
en el rostro de Palu. Sabía cuánto disfrutaba Nat besándole. Pero ahora se
sentía demasiado íntimo. Nat había llevado su encuentro donde quería, lejos
de las confesiones y de vuelta a la jodienda. Besándole destruiría el poco
progreso que había hecho.
En ese mismo momento Alecia entró en el salón. Entendió la situación
de un vistazo y rápidamente dio vuelta para cerrar la puerta detrás de ella
antes de que los criados vieran lo que estaba pasando. Cuando se giró hacia
ellos sonreía con aprensión.
—Lo siento. No quería interrumpir.
Nat puso las manos sobre la estantería y se apartó de Palu, que le dejó
ir inmediatamente.
—No lo hiciste —dijo Nat despreocupadamente—. Sólo estábamos
pasando el tiempo —No miró a Palu. Sintió más que vio la retirada de Palu,
su retraimiento en aquella expresión cortés que ocultaba sus pensamientos.
Era mejor así, para todos ellos.
—¿Estás lista para ir, querida? —preguntó a Alecia.
Ella palideció ligeramente y se mordió los labios antes de contestar.
— ¿Estás seguro de que sigues queriendo ir, Natty?
—Por supuesto —le dijo frunciendo el ceño. Ella no debía perder el
valor ahora. Esta vez iba a funcionar. Estaba seguro de ello. Empujó su
propia inquietud profundamente y se concentró en lo que había hacer—.
Siempre vamos a tomar el té con sus padres en el segundo martes de cada
mes.
—¿Qué? —exclamó Palu, su confusión era evidente.
—¿Seguramente no te importará acompañarnos? —preguntó Nat
mientras se detenía delante de un pequeño espejo para ajustarse la corbata
y solapas. Le resultaba insoportable no mirar a Palu. Cristo, qué puñetero
horrible día de mierda iba a ser éste.
—¿Alecia? —preguntó Palu desde atrás. Nat se dio la vuelta hacia ella,
con una dura mirada. Ella mantuvo la mirada fija sobre Nat, parpadeando
rápidamente.
—¿Sí? —Su voz era delgada. ¿Lo notaría Palu?
—¿Deseas que me vaya?
Ella se volvió hacia Palu, su expresión preocupada.
—No quiero que nos dejes —su respuesta era ambigua, Nat tuvo que
darle crédito por eso. Sabía que ella no estaba a favor de su plan, pero haría
lo que le pedía porque confiaba en él. Por favor, Dios, rezó Nat, deja que
funcione esta vez. Por una vez déjale tomar la decisión correcta para ellos.
Casi se había dado la vuelta cuando vio el anhelo en su mirada mientras
contemplaba fijamente a Palu. Tal vez su respuesta no había sido tan
ambigua entonces. Ella realmente no quería que Palu los abandonara. Pero
el viaje tenía que terminar en algún sitio. Nat se temía que su lugar de
destino de hoy bien podría ser su único final.

***
—¿Más té, Señor Anderson?
La madre de Alecia, la señora Colby, era tan menuda como su hija.
También era tímida, pero de un modo diferente que Alecia. Era un ratón
tímido, abrumada por su marido dominante. Quizás podría haberlo superado
si no hubiera sido atada a un hombre que quería mantenerla de esa manera.
Palu no estaba exactamente seguro de por qué estaba allí. Él y Nat y
Alecia habían pasado casi dos días haciendo el amor y riendo, y lo siguiente
que supo fue que ellos le habían liado y le trajeron aquí a tomar el té con el
padre que les odiaba. La cabeza le daba vueltas, sobre todo después de
aquella conversación confusa con Nat esta mañana. No había ninguna señal
del risueño inglés que le había fascinado en Wilchester's la otra noche.
—No, gracias, señora —respondió Palu cortésmente. Trató de no
suspirar ante su estremecimiento cuando habló. Podía ver que la ponía
nerviosa. Lo habían visto cientos de veces antes, en muchos salones. No
importaba que hubiera sido criado en Inglaterra, tuviera la mejor educación, y
fuera un destacado erudito. Todo lo que ellos veían era su piel morena y la
nariz ancha y el pelo grueso y ellos temían su naturaleza primitiva. Por cierto,
fuera del dormitorio Palu no creía que tuviera una naturaleza muy primitiva.
Era un tipo más bien relajado si la gente se molestaba en llegar a conocerle.
En realidad se había sorprendido al descubrir su primitiva naturaleza sexual
con Nat y Alecia. Él sonrió en su taza mientras tomaba un sorbo de té. Ellos
no parecieron temer al salvaje.
Nat estaba merodeando por el perímetro de la habitación. Estaba claro
que no le gustaba estar aquí, lo que hacía la visita aún más desconcertante,
puesto que había insistido en ello. Alecia se sentó a la izquierda de Palu,
mordiéndose el labio y jugueteando con su taza de té. Su padre se sentó en
solitario esplendor en una silla ornamentada bajo un gran retrato de sí mismo
encima de la chimenea vacía. Era bastante gótico, y Palu se habría reído
pero temió que nadie más entendería la broma.
—¿Qué quieres? —atacó el señor Colby. Palu se asustó y se giró hacia
él, pero estaba hablando a Nat.
Nat se volvió hacia Colby con una mueca.
—Ya sabe lo que queremos. Lo que siempre queremos. Es usted quien
nos hace aparecer aquí cada mes para arrastrarnos por lo que es
legítimamente nuestro. Si no desea vernos, entonces dénos la suma total.
Palu se sorprendió más allá del habla. Incluso aunque Alecia se lo
había dicho, en realidad no había esperado que Nat y el señor Colby fueran
tan hostiles entre sí. Parecía como si Nat deseara disparar al señor Colby
tanto como el hombre más mayor quisiera disparar a Nat. ¿Y sobre qué
suma estaba hablando?
—¿Está embarazada? —El señor Colby sonrió con desprecio—. ¿O no
lo ha logrado todavía? —Apuntó con el dedo tembloroso a Palu—. ¿Se trata
de tu intento de chantaje? ¿Vas a hacerle conseguir un bebé en ella? ¿Para
avergonzarnos?
—¿Qué? —exclamó Palu. ¡Por Dios!, uno simplemente no hablaba de
estas cosas en el salón durante el té. Echó un vistazo a Alecia y vio que sus
mejillas estaban manchadas con la mortificación. Ella no le miraría.
—Ya sabe que los doctores dijeron que ella no concebirá otra vez —
informó Nat—. ¿No piensa que nos duele a ambos? ¿Tiene que frotar
nuestras narices en ello?
¿Otra vez? Palu estaba conmocionado y consternado. ¿Nat y Alecia
habían perdido un bebé? ¿Cuándo?
Los labios del señor Colby se convirtieron en una airada línea hasta que
desaparecieron.
—Ella perdió al bebé porque se prostituyó por ti.
La señora Colby lanzó un grito apagado y Palu vio que sus labios
temblaban. Tuvo que apretar los dientes contra las palabras airadas
atascadas en su garganta.
—Suficiente —dijo Alecia con voz temblorosa—. Hemos venido para
nuestra asignación mensual, Padre —dijo, apretando las manos en el
regazo—. Nat tiene razón. Si nos diera los fondos de mi dote, no tendríamos
que soportar esta tortura mensual.
—¿Llamas a visitar a tu madre una tortura? —preguntó el señor Colby
con ira.
—No, Padre. Con mucho gusto visitaría a Madre —no necesitaba
añadir que no deseaba ver a su padre. El sentimiento tácito fue entendido
por todos.
La cara del señor Colby adquirió un tono más oscuro de rojo.
—No estoy obligado a entregar el dinero hasta que tengas treinta años
—dijo con frialdad—. Siento que es mi deber mantener el control hasta
entonces. Tú y tu marido no tienen ningún sentido de la responsabilidad o el
decoro. Darles el dinero ahora para desperdiciarlo en sus placeres
hedonistas sería una locura, y un perjuicio para ti.
Nat se burló.
—Usted desea controlarnos con su tacaña tutela. Seguramente sabe
que no va a pasar.
El señor Colby señaló otra vez con el dedo tembloroso a Palu.
—No ha respondido a mi pregunta. ¿Por qué está él aquí?
Palu se preguntaba lo mismo. Había una fría sospecha arrastrándose
por sus venas. Todas sus especulaciones absurdas y emocionales de los
dos últimos días parecieron burlarse de él desde cada punto de vista. Intentó
captar la atención de ellos, pero ni Nat ni Alecia le miraban. Dejó su taza,
temiendo que repiquetearía en sus manos temblorosas.
—El señor Anderson es un conocido reciente —dijo Nat con calma—.
Hemos estado pasando mucho tiempo juntos. Estoy seguro de que pronto
será de conocimiento público.
El señor Colby se puso de pie y Palu vio que Alecia se mordía el labio
tan fuerte que tuvo miedo que ella se hiciera daño. Pero, ¿por qué estaba
preocupado por ella? ¿Era tan idiota?
—A no ser que yo te pague, ¿verdad? —Acusó el señor Colby—. ¿
Ahora recurres al chantaje? Si no deseo que sea de conocimiento público
que mi hija está asociándose con este salvaje, debo ceder a tus demandas.
Palu se puso de pie y todos los ojos se volvieron hacia él. Los ojos de
Alecia estaban rojos y llenos de lágrimas no derramadas. Podía ver la súplica
en sus bonitas profundidades castañas. Cuando miró a Nat todo lo que vio
fue cólera. Pero cuando Nat echó un vistazo a Alecia, Palu vio el pesar y la
determinación en sus ojos. Palu se giró hacia el señor Colby.
—Sí —dijo. Con aquella única palabra lanzó su propio orgullo a un lado.
Sabía que había sido utilizado por ellos. Pero, ciertamente, ellos también
habían dado de sí mismos. No vio ninguna vergüenza en devolver el favor.
Esta era una situación que escapaba a su control. Alecia había aludido varias
veces a su falta de fondos, para viajar y otros pasatiempos. Obviamente,
Palu no había entendido. Tampoco, había entendido lo que Nat le decía esta
mañana. Ahora lo hacía.
El Señor Colby le miró airadamente.
—El chantaje es un delito castigable —escupió.
Palu se limitó a sonreír cortésmente.
—Uno que requiere que la víctima admita por qué está siendo
chantajeado —contestó—. Y no creo que eso sea lo que desea.
El Señor Colby le miró durante un momento y luego se sentó con una
sonrisa helada.
—Bien. Cuénteles —agitó la mano distraídamente en la dirección de la
calle—. Cuénteles todo. No es a mí a quien harán daño por los cotilleos.
Depositaré el subsidio mensual habitual en su cuenta. Pero no más —bajó la
mirada y cepilló algo en su solapa—. Pero si se llega a saber que mi hija se
ha... hecho amiga de usted, entonces tendré que prohibirles venir a esta
casa otra vez —la señora Colby dio un pequeño hipo de angustia, y el señor
Colby la hizo callar con una mirada furiosa—. No corromperé mi casa por la
asociación.
Palu empezó a hablar, pero Alecia le interrumpió.
—No. No más —se puso de pie y en su angustia casi perdió el
equilibrio. Palu dio un paso rápidamente a su lado y ella colocó su mano en
su brazo. El contacto provocó un temblor de conciencia. Él sonrió con
gravedad. Evidentemente su cuerpo no estaba al corriente de la situación
actual.
—Adiós, Madre —dijo Alecia. La señora Colby miró a su marido, pero
luego se levantó y agarró la mano de Alecia. Palu podía ver que la sostenía
fuertemente. Le dio un beso en la mejilla a Alecia.
—Adiós, querida —susurró. Se sentó rápidamente, sin mirar a Palu o
Nat.
Nat fue hacia la puerta y la abrió. Miró airadamente al señor Colby.
—Esto no ha terminado —prometió.
El señor Colby se burló de él.
— Sí, yo creo que lo está. Tengo que llamarte fanfarrón. No harás nada
para dañar a Alecia, Digby. Ha cometido el fatal error de enamorarse de ella.
Te compadezco.
Se les acompañó hasta la puerta de la casa, Nat estaba a punto de
estallar con la rabia apenas contenida. Palu estaba entumecido. ¿Podría
haber estado tan equivocado sobre ellos? Cuando llegaron a la calle Alecia
se quedó allí con la mirada abatida y las manos cruzadas fuertemente
delante de ella. Palu se detuvo junto a ella, la mano en su codo con
amabilidad, pero nada más. Esperaron a que el coche fuese llevado. Nat iba
y venía a unos pocos metros de distancia en el borde de la calle.
—Palu... —empezó Alecia con la voz llena de lágrimas.
—Aquí no —la interrumpió. Sacó su pañuelo y se lo entregó. Ninguno
de ellos miró al otro. Cuando el carruaje llegó Palu dudó en entrar.
—Entra —ladró Nat. Se lanzó contra el asiento de la parte de atrás y
miró fijamente por la ventana de su lado, ocultando el rostro a Palu. Palu
subió, más como una cortesía que otra cosa. Supuso que todos merecían un
final mejor que ese.
Alecia parecía la mejor opción de compañero de viaje, y Palu se sentó
al lado de ella. El coche dio sacudidas en el tráfico y Palu esperó.
Alecia se rompió primero.
—Lo siento tanto —lloró, sorbiéndose en su pañuelo—. No se suponía
que debía ser así. No se suponía que iba a ser tan... tan feo.
Nat apoyó los antebrazos en los muslos, dando vueltas al sombrero en
sus manos entre las rodillas. Suspiró profundamente.
—No, no lo era.
—Exactamente, ¿cómo esperabas que fuera? —preguntó Palu
desapasionadamente. Sentía muy poco en aquel momento. Tenía un
presentimiento terrible de que los sentimientos vendrían más tarde, cuando
estuviera solo.
Nat se recostó contra el asiento otra vez.
—No sé —gritó—. Fue una estupidez, una tontería —finalmente miró
Palu, y había verdadero pesar y turbación en su rostro—. Sólo pensé... —
suspiró otra vez—. Diablos, no sé lo que pensé.
— ¿Por qué necesitan el dinero? —si fuera para algo importante, algo
que significara la vida o la muerte, entonces podría entenderlo. Podría
perdonarles.
—Nat, quiere viajar —dijo Alecia, sonándose la nariz—. Es más que un
naturalista aficionado. En realidad, es brillante, Palu —dijo con sinceridad,
suplicándole con la mirada que la creyera—. Se merece la oportunidad. El
dinero, es nuestro. Me pertenece, mi dote. Pero ellos pusieron algo en los
contratos, el padre de Nat y el mío, para que no podamos recibirlo hasta que
yo tenga treinta años —ella se desplomó en el asiento, como si hubiera
perdido la voluntad para convencerlo—. Está atrapado aquí conmigo —
murmuró, apartando la mirada.
—Esto no es para mí, Lee —se defendió Nat apasionadamente—. Yo
haría cualquier cosa para que escaparas de aquí, para alejarte de él. Te
daría el mundo. Todo—extendió la mano y agarró la suya, todavía
sosteniendo el pañuelo—. Encontraremos otro modo.
Alecia negó con la cabeza.
—No, Nat, no lo haremos. Él nos tiene y lo sabe. Cuando tenga treinta
años la mayor parte del dinero habrá desaparecido. No lo invierte en
absoluto. —se limpió la nariz—. Lo tiene todo planeado. Todavía tiene las
cuerdas del monedero, y entonces nunca seremos libres.
Palu sentía una extraña compasión por ellos. Le habían utilizado de una
manera abominable, pero no podía odiarles por ello. Lo habían hecho el uno
por el otro. Siempre había sabido que todo se trataba sobre Nat y Alecia, ¿
verdad? La confesión de Nat de esta mañana sobre su incompetencia y su
incapacidad para cuidar de Alecia ahora tenía perfecto sentido.
—¿Y tu familia? —preguntó a Nat.
Nat sacudió la cabeza.
—Soy el tercer hijo de un vizconde, y no uno acomodado —resopló con
poca elegancia—. Mi asignación apenas paga al cochero.
—Lamento que no pudiera ser de más ayuda —dijo Palu, y lo pensaba
a un nivel.
Nat lo miró con incredulidad.
—¿Perdón? Palu nosotros fuimos horribles incluso por utilizarte de esta
manera. Fuiste más caballero de lo que tenías que ser, poniéndote de pie
con nosotros. No tienes nada que lamentar. Somos nosotros quienes lo
lamentamos. —Su mirada se volvió especulativa—. ¿Por qué lo hiciste?
Palu se encogió de hombros y ocultó su dolor bajo una sonrisa cortés.
—Ciertamente me dieron todo lo que pedí y más en los últimos dos
días. No podía negarme a devolver el favor.
Alecia se mordió el labio y Nat se ruborizó.
—Los últimos dos días, ellos no tuvieron nada que ver con esto —le dijo
Nat con brusquedad.
Palu se rió, y esta vez no pudo disimular toda la amargura.
—Tuvieron todo que ver con ello. ¿Lo planearon desde el principio,
antes de que se me acercaran en el baile?
—¡No! —gritó Alecia, agarrando su brazo—. No, sólo te queríamos, eso
fue todo.
—Ya veo —contestó Palu—. ¿Y cuándo cambió su deseo?
—Nuestro deseo nunca cambió —le dijo Nat bruscamente—. Pero no vi
el daño en asustar un poco a Colby. Ya está avergonzado por nosotros entre
sus piadosos amigos.
Bien, eso dolía, que Nat confirmara que Palu era el equivalente del
coco.
—¿Cuándo lo decidiste? —Eso era lo que no podía entender. Habían
estado juntos cada minuto desde que se conocieron.
—Ayer —dijo Alecia suavemente—, cuando estabas... indispuesto.
—Ah —dijo Palu, divertido a pesar de todo—. Bueno, eso me enseñará
a buscar intimidad en mi propio riesgo.
El coche fue más despacio y Palu miró fuera para ver que habían
llegado a la casa de Nat y Alecia. Después de que desembarcaron, Palu se
inclinó cortésmente.
—Gracias por los dos días agradables.
—Palu, por favor —rogó Alecia con seriedad—, no te marches así, por
favor. Entra con nosotros. Déjanos hablar.
No podía. Ahora no. Estaba demasiado confundido y demasiado herido.
Tenía miedo de lo que podría revelar. Negó con la cabeza.
—Esta noche —dijo Nat, su voz no toleraba ninguna discusión—.
Volverás esta noche.
Palu sonrió cortésmente otra vez y se quitó el sombrero.
—Tengo un negocio que he dejado desatendido durante los últimos dos
días del que debo ocuparme. No puedo llegar antes, digamos a las nueve. ¿
Eso le satisface?
Nat asintió con gravedad y Alecia se mordisqueó el labio. Palu alargó la
mano y suavemente tocó su labio inferior con el pulgar hasta que ella dejó de
hacerlo.
—Hasta esta noche entonces —dijo en voz baja. Se dio la vuelta y se
alejó, maldiciéndose por haber sido un idiota.

***

Nat esperó hasta que él y Alecia estuvieron solos en su dormitorio antes


de hablar.
—Me equivoqué. Nunca debería haberlo sugerido. Le hemos hecho
daño, creo —su corazón estaba oprimido en su pecho.
No se había sentido tan mal desde que Alecia había llorado y dicho
cuánto la había lastimado con su constante serie de amantes. Fue cuando
perdió al bebé. Ellos sólo lo supieron poco tiempo antes de que ella lo
perdiera. Pero cuando sucedió, había provocado un agujero en ambos y
quedaron destrozados. Cuando el dolor pasó, habían hablado de las cosas
que tuvieron durante mucho tiempo ulceradas bajo la superficie, y estuvieron
más cerca que nunca. Pero Nat nunca olvidó el sentimiento de desolación
que había tenido al saber que la había hecho tanto daño.
Él se detuvo en seco, incapaz de respirar por la comprensión que le
ahogaba. Se preocupó. A pesar de todos sus dolores, a pesar de las
advertencias que se había dado una y otra vez, se preocupaba por Palu, le
preocupaba que estuviese herido.
—Oh Nat —lloró Alecia. Se sentó en el borde de la cama y se cubrió el
rostro las manos—. Ahora mismo me odio —sacudió la cabeza y sollozó—.
Nunca quise hacerlo daño. Es tan dulce, y divertido, y... y cariñoso, y él
siente, Natty, se preocupa. Nadie se ha preocupado de verdad.
Nat estaba desgarrado. ¿Debería confesarle a Alecia que tenía
sentimientos por Palu? ¿O eso abriría todas las viejas heridas de nuevo?
Ahora eran felices, bueno, ahora no, sino en su matrimonio, felices el uno
con el otro. No podía imaginarse no amando a Alecia. Ella era su mejor
amiga, su más ardiente defensora. Ella le parecía brillante e ingeniosa y
excitante. Si perdiera su amor y admiración, ¿cómo podría continuar?
Pero tenía que decírselo. Los secretos no tenían lugar entre ellos.
—Alecia —se ahogó. Tropezó con la cama y se sentó al lado de ella,
tirando de ella a sus brazos. Él la abrazó con fuerza y susurró ferozmente
contra su cabello—. Creo que me estoy enamorando de él.
Alecia se congeló por un momento y luego jadeó y le abrazó de nuevo.
—Oh, Natty, yo también. Yo también.
—¿Qué vamos a hacer ahora? —le preguntó en voz baja. Ella no tenía
ninguna respuesta, y él tampoco. Una vez más, Nat había tomado las
decisiones equivocadas para ellos y había lastimado a Alecia en el proceso.
¿Nunca haría lo correcto?

© TRADUCTORAS INEXPERTAS 2010


Capítulo 7

A Alecia no le gustaba el modo en que Hardington la miraba. Le echó


un vistazo al reloj. Apenas llevaba cinco minutos allí y ella ya deseaba que se
marchara. Al infierno, preferiblemente. Cuando Soames les había anunciado
que tenían visita, pensó por un breve instante que tal vez Palu lo había
reconsiderado. Se sintió consternada al descubrir que era Hardington. Hacia
un año que Nat y ella se habían entretenido con él, desde entonces los había
estado acosando para que lo llevaran de nuevo a la cama con ellos. Se
había convertido en una molestia, y Nat había dejado de ser cortés en sus
negativas.
No habían disfrutado su noche con Hardington, lo interrumpieron,
mostrándole la salida menos de dos horas después. Era vano y egoísta,
dentro y fuera de la cama. Lamentablemente ellos no lo supieron antes de
invitarlo. Resultaba atractivo y encantador cuando lo deseaba. Eligió no serlo
cuando estuvo en la cama con ellos. Era demandante, hacía pucheros
cuando no obtenía lo que quería, y no le importaba para nada el placer que
obtuvieran Nat o Alecia.
—Así que le mostraron a Anderson la salida, ¿No es así? —preguntó
Hardington satisfecho mientras se sentaba en el sofá, frente a ellos—.
Prefiero pensar que apeló por desaparecer rápidamente. Se necesita más
que fuerza bruta y curiosidad para satisfacer a amantes como ustedes.
— ¿De qué está hablando? —escupió Nat. Había vacilado cuando
Soames anunció a Hardington. Habría preferido que el mayordomo le dijera
que Alecia y él no estaban en casa, lo cual habría complacido a Alecia. Pero
había decidido que debían verlo y dejarle perfectamente claro que no
estaban interesados en ningún otro enlace con él.
Hardington se burló.
—Por favor. Fue dolorosamente evidente cuando salieron del
Wilchester`s la otra noche que ustedes tres no podían esperar a follarse
unos a otros.
Nat se levantó abruptamente.
—Creo que deberías marcharte, Hardington. Y no deseamos que
regreses, jamás. Pensé que habíamos sido obvios. Pero claramente eres
muy estúpido para comprender mis rechazos demasiado corteses. Nosotros
no te queremos. No deseamos verte más. No vuelvas. Si lo haces, no
estaremos disponibles ni siquiera para conversar.
El rostro de Hardington estaba arrugado por la rabia y algo más. ¿
Celos?, ¿Especulación? Alecia no estaba segura, pero sabía que no le
gustaba su aspecto. Hardington se acomodó en el sofá y cruzó una pierna
sobre la otra, descansando el tobillo sobre la rodilla. Ignorando el despido de
Nat.
—Así que han desarrollado un gusto por los nativos. ¿No es así? Debe
ser tan bueno como dicen —lo último lo dijo burlándose con sarcasmo, Alecia
sintió su genio elevarse.
—Él es mejor hombre de lo que tú jamás tendrías esperanzas de ser —
dijo ella acaloradamente—, dentro y fuera de la cama.
La mandíbula de Hardington se flexionó como si estuviera triturando sus
dientes.
—Él está pasando momentos difíciles aquí en Inglaterra, ustedes saben
—su tono engañosamente suave—. Detestaría ponérselo más difícil, viendo
que es un hombre de ley.
Nat cruzó los brazos.
— ¿Ahora qué disparate estás diciendo?
—Obtuve de buena fuente, que unos cuantos miembros de la Royal
Society, patrocinantes y académicos por igual, no apoyaron su elección como
miembro. Solo la intercesión de Sir Joseph Banks aseguró su elección.
Alecia sintió un escalofrió y frotó sus brazos.
— ¿Por qué nos estás diciendo eso?
—Existen varios patrocinantes de la Royal Society que no serían felices
al saber de la hospitalidad algo inusual de Anderson —Hardington los miró
fijamente—. Sería prudente para él que ponga fin a esas actividades si desea
que la Sociedad permanezca ignorante de ellas.
Alecia casi se rió ante la ironía de la situación. Esa mañana ellos habían
intentado chantajearlo y no tuvieron éxito debido a lo que sentían el uno por
el otro. Esta tarde tendrían que ceder al chantaje, debido a sus sentimientos
por Palu. Ciertamente el Dios de la justicia tenía un sentido del humor
retorcido.
—No te atreverías a intentar manchar la reputación de Palu —gruñó
Nat—. La destrucción de tu propia reputación no estaría muy lejos.
Hardington rió genuinamente divertido.
—Yo no soy Anderson. Él lleva el pecado como una corona de espinas.
— ¿Qué significa eso? —gruñó Nat.
Hardington parecía divertido.
— ¡Vamos!, él luce oscuro y salvaje, lo que inclina a la gente a pensar
lo peor de él. Sabes que es verdad —se llevó una mano a su pecho y los
miró inocentemente—. Mientras que yo soy el epitome de un respetado
caballero inglés.
— ¿Por qué estás haciendo esto? —susurró Alecia.
Hardington la miró sorprendido por un momento. Entonces sonrió
sombríamente.
—Estoy cansado de perder ante Anderson. Él tenía un amante durante
la guerra, ¿saben?, un muy hermoso chico llamado William. William podía
elegir entre ese salvaje y yo. Eligió a Anderson —tomó varias inspiraciones
profundas mientras su furia iba en ascenso—. Y ahora a ustedes dos.
—Tal vez si no fueses semejante bastardo, Hardington, alguien te
elegiría—dijo Nat, con odio goteando de cada palabra.
La sonrisa de Hardington era maliciosa.
—Pero más importante, él me ha costado dinero. Una gran cantidad de
dinero —se recostó en el sofá y extendió sus brazos sobre el respaldo.
—¿Qué dinero? ¿Cómo? —exigió Nat.
—Quise invertir en sus pequeñas excursiones al Mar del Sur —escupió
Hardington—. La exploración en esa área se ha vuelto sumamente lucrativa.
Él me rechazó —frunció el seño fieramente—. Habría hecho suficiente dinero
para comprarlos a ambos, y varios más como ustedes.
Alecia sintió como el color desaparecía de su rostro. ¿Así era como los
demás los veían a ellos? ¿Cómo prostitutas que se compran?
—Ninguna cantidad de dinero nos habría hecho elegirte, Hardington —
gruñó Nat.
—Van a escogerme —les dijo Hardington con aire de suficiencia—. Si
quieren salvar a su precioso Anderson, ustedes me elegirán.
Alecia se mordió el labio horrorizada. Dios, simplemente no podría.
Ahora no podría tener relaciones con Hardington. ¡Jamás! Pero por Palu…
cruzó la mirada con Nat quien veía fijamente al otro hombre. Sin embargo, él
no dijo nada.
Hardington rió y se levantó del sofá. Camino dos pasos hacia el canapé
donde estaba Alecia y se agachó cerca de ella, lo suficientemente cerca para
que sus costados se presionaran uno sobre el otro mientras él colocaba un
brazo alrededor de ella. Se inclinó y la besó en el cuello, y ella miró hacia
otro lado, lágrimas ardiendo en sus ojos. Supuso que Nat tendría que hacerlo
también, para mantener tranquilo a Hardington. Cerró sus ojos y pensó en
Palu mientras la mano de Hardington subía por su muslo y mordía su cuello
no muy gentilmente.
De pronto la agarraron del brazo y fue arrebatada de las manos de
Hardington a los brazos de Nat. Ella se aferró a él aliviada.
—Ni mi esposa ni yo nos prostituiremos para ti, Hardington —dijo
fríamente—. Mi respuesta anterior se mantiene. ¡No queremos volver a verle!
¡Jamás! ¡Lárgate de mi casa y vete al infierno!
Hardington suspiró.
—Supuse que podrías decir eso —se levantó y enderezó las solapas de
su abrigo—. Pero valió la pena intentarlo —su sonrisa aun era engreída—.
Sin embargo, no creo que puedan rechazar mi segunda alternativa.
— ¡Largo! —gritó Nat.
Hardington resopló entre dientes.
—No sé porque me molesto —chasqueó sus dedos—. Oh si, venganza
—se acercó a las puertas del salón y se volvió hacia ellos—. Él se marchara
pronto, ¿lo entienden? Inglaterra no está de acuerdo con él. Si se mantienen
alejados hasta su partida no informaré de su relación a la Royal Society.
Al principio Alecia sintió alivio, pero luego el verdadero significado de
sus palabras la golpeó.
— ¿Nunca volver a ver a Palu? —preguntó incrédula.
—¿Palu? —Hardington parecía confundido, pero luego soltó una
carcajada—. ¿Ahora se llama a sí mismo por un absurdo nombre nativo? ¡
Cuán absolutamente ridículo es! —asintió a Alecia—. Eso es correcto,
querida. Nunca volverás a ver a ¿Cómo lo llamaste, Palu?
Los brazos de Nat se apretaron alrededor de ella.
—¿Lo juras Hardington? ¿Si nos mantenemos alejados del Sr.
Anderson no le iras con cuentos a la Royal Society?
Hardington se inclinó burlonamente.
—¡Lo juro! —se levantó, su sonrisa amable, sus maneras impecables—.
Y habré logrado castigarlos tanto a él como a ustedes por rechazarme. Es un
trato justo, ¿no lo crees?
Nat suspiró con repulsión.
—De hecho es un hombre muy inteligente.
Hardington perdió sus formas educadas.
—Mófate si lo deseas, Digby. Pero seré quien ría al último —abrió la
puerta y comenzó a salir, pero se detuvo a la mitad y se giró hacia ellos—.
No traten de verlo nuevamente, ni siquiera una vez, o me aseguraré de que
las historias de sus aventuras lleguen a oídos apropiados.
Cerró la puerta a pesar de la maldición de Nat y las lágrimas de Alecia.
Nat empujó a Alecia hacia el canapé, pero ella no quería sentarse más allí,
donde Hardington la había tocado. Correteó hacia una silla de alto respaldo
frente a la ventana. Aspiró con fuerza, tratando de detener sus lágrimas. Las
lágrimas no lograrían nada, y ya ella había llorado un cubo de lágrimas el día
de hoy. Nat estaba sentado en el pequeño escritorio de la esquina,
escribiendo algo.
— ¿Qué haces? —Alecia preguntó con voz acuosa, aspirando de
Nuevo. Nat se giró hacia ella sosteniendo un pañuelo. Ella se levantó y lo
tomó y entonces se asomó por encima de su hombro.
—Querido Sr. Anderson —leyó ella, su voz temblorosa—. Es con pesar
que debemos cancelar nuestro compromiso de esta noche. Los eventos se
han desarrollado de manera que resulta imposible determinar cuándo
podremos volver a verle. Por favor acepte nuestras disculpas. Nat y Alecia
Digby.
— ¡Oh, Natty! —lloró, tratando de agarrar el papel—. Es tan frío. ¿No
puedes simplemente decirle lo que ha pasado?
Nat lo sostuvo fuera de su alcance.
—¿Estás loca? Vendría como una tormenta y trataría de protegernos de
Hardington, sin importarle un comino su reputación —Nat se volvió y agarró
su mano con fuerza—. ¿No lo ves, Lee? La Royal Society es todo lo que él
tiene aquí en Inglaterra. Es lo único que hace que lo acepten aquí. Si lo
perdiera… no podemos permitir que pase, Lee. Tenemos que protegerlo.
Sabes que debemos —la soltó y se dejó caer en la silla—. Además, ¿Qué
mas podemos esperar de él? Nos aprovechamos terriblemente de él esta
mañana. Lastimamos sus sentimientos y traicionamos su confianza. No hay
manera que pueda perdonarnos. La sombra de nuestra traición y el espectro
de ser descubiertos siempre nos seguirá. No hay futuro para él con nosotros
—Nat la miró suplicante—. Estaremos bien, Lee. Aun nos tendremos el uno
al otro, ¿No es así? Vamos a estar bien.
Alecia asintió en silencio, en tanto Nat apoyaba su mejilla contra su
estómago y ella lo abrazaba. Ellos estarían bien, pero nunca serían los
mismos.

***

—¿Qué quiere, Hardington? —preguntó Palu con voz cansada.


Hardington era la última persona con la que quería lidiar hoy.
—¿Es esa la manera de saludar a un viejo amigo? —respondió
Hardington gratamente, tirando de sus faldones mientras tomaba asiento
frente al escritorio de Palu.
—No, pero difícilmente clasifica como tal —dijo Palu seco—. Apenas
entra en la lista de conocidos.
Hardington llevó una mano a su pecho fingiendo angustia.
—Me lastima, Anderson.
Palu suspiró resignado. Claramente Hardington estaba de un humor
extraño.
—Diga su asunto, Hardington —le preguntó de nuevo—. ¿Qué lo trae
por aquí?
— ¿Por qué?, acabo de venir de visita —declaró Hardington—. Al
parecer una vez más nuestros intereses han viajado en la misma dirección, y
pensé que deberíamos comparar notas.
Hardington rió como si fuera una broma, pero Palu simplemente estaba
confundido.
— ¿Desea ver mis notas de investigación?
Hardington continúo riendo mientras negaba con su cabeza.
— ¡Buen Dios!, usted en realidad no tomó notas mientras te los
follabas, ¿no?
Palu contuvo el aliento.
—¿Qué? —se atragantó.
—Nat y Alecia, por supuesto —dijo Hardington como si le hablara a un
tonto—. He escuchado que tuvo una probada de lo que todo Londres alardea
—sonrió maliciosamente—. Yo sin duda les di una alta calificación luego de
nuestra aventura.
¡Oh Dios! Palu trato de dominar sus facciones bajo una máscara de
desinteresada calma, pero sabía que estaba fallando miserablemente por la
alegría en el rostro de Hardington.
—Oh querido, ¿no me digas que pensaste que tu encuentro con ellos
fue algo especial? —dijo Hardington en un tono de simpatía exagerada—.
Aun que tal vez lo fue, considerando quién y qué eres. Estoy seguro que
ellos nunca habían follado a nadie como tú —hizo una pausa
momentánea—. Palu.
Las manos de Palu apretaban fuertemente los posabrazos de su silla.
—No estaba al tanto de que prodigaran tan ricamente sus favores como
para incluir a todo Londres —replicó Palu, bastante orgulloso de cómo
sonaba su voz—. Pero no, no pensé que era el primero en disfrutar de ellos
—por dentro se estaba tambaleando. Ellos habían hablado con Hardington
sobre su noche juntos. Ellos inclusive le habían dicho el verdadero nombre
de Palu, algo que solo un puñado de personas conocía.
—Bueno, eres la comidilla de Londres, Palu —le dijo Hardington con
deleite—, así que no es de extrañar que se abalanzaran antes de que alguien
más te consiguiera primero.
—Anderson —respondió Palu automáticamente. El sonido de su
nombre en la boca de Hardington hacia que se le revolvieran sus entrañas
con repulsión.
—¡Oh! —dijo Hardington con un mohín—. Supongo que solo aquellos
que llegan a follarte tienen permitido llamarte por tu nombre primitivo.
—¿Qué es lo que quiere? —preguntó Palu de nuevo. Conocía a
Hardington, conocía a los de su tipo. No hacía nada sin un motivo.
—¿Querer? ¿Por qué? ¡Nada! —exclamó jovialmente—. Realmente yo
solo quería chismear acerca de la experiencia. Quiero decir, ellos son muy
buenos, ¿no? Y Alecia sin duda le encanta mirar a su esposo follar a otro
hombre, ¿no es así?
Palu pensó que iba vomitar. No se arriesgó a responder por temor de
avergonzarse a sí mismo.
—Y Alecia, ella es tan diminuta, siempre temía que pudiera lastimarla
—Hardington sonrió—. Pero a ella le gustaba, así que eso no era realmente
un problema.
Palu tomó varias respiraciones profundas a través de su nariz, tratando
de controlar las nauseas.
—¿Conseguiste que Nat chupara tu polla? —dijo Hardington en un
susurro, inclinándose sobre el escritorio conspirador—. En verdad debes
hacerlo, si puedes. Simplemente le encanta hacerlo.
Palu se levantó abruptamente.
—No comprendo por qué me dices estas cosas —escupió.
Hardington se levantó también suspirando.
—Anderson, lo creas o no he venido para aconsejarte —levantó una
mano al momento en que Palu comenzaba a replicar sarcásticamente—. No,
escúchame, te lo ruego —camino hasta sentarse en el borde del escritorio de
Palu, junto a donde él estaba de pie—. Nat es un naturalista aficionado, lo
sabes —dijo él, observando a Palu cuidadosamente. Cuando no mostró
ninguna reacción, Hardington continuo—. Por largo tiempo ha estado
fascinado con tus escritos y viajes. Estoy seguro de que la oportunidad de
follar a Anderson el extraño y misterioso mestizo fue irresistible para él. Y
Alecia, por supuesto. Va donde Nat la lleva, pero ella tiene un… apetito
inusual —Hardington se levantó con un sonoro suspiro y se dirigió a la
puerta—. Se que no te agrado, Anderson —dijo compasivamente—, pero
siempre he sentido cierta tendre por usted, como bien lo sabes—sonrió
despectivamente—.No pude ser capaz de tenerte, pero no quiero verte
lastimado —levantó una mano suplicante—. No eres más que una curiosidad
para ellos, y odiaría escuchar por todo Londres frívolas historias sobre tus
hazañas sexuales con ellos, como si fueras algún fenómeno de la naturaleza
para ser estudiado y discutido.
Palu apenas podía respirar con la desilusión corriendo por sus venas.
Todo sus viejos temores estaban justificados, su rareza se hacia evidente.
Cómo si no lo hubiera visto venir. Habían estado tan fascinados con su tatau,
su naturaleza primitiva, sus viajes. No era más que un experimento para
ellos, una curiosidad. Él ya se había sentido utilizados por ellos, pero ahora la
sensación era diez veces peor. ¿Nunca aprendería? ¿Siempre sería
traicionado cada vez que otorgara su confianza?
—Lo siento, Anderson —dijo Hardington, sus palabras desmentidas por
el brillo en sus ojos satisfechos. Que fuese el único en decir estas cosas a
Palu duplicaba la perfidia en la actitud de Nat y Alecia.
Palu permaneció en silencio, y Hardington inclinó su sombrero y salió
de la habitación, cerrando la puerta sin hacer ruido detrás de él. Tan pronto
como se cerró Palu se dejó caer sin gracia en la silla, sacudido por la
enormidad de la decepción. Había llegado a pensar que por fin había
encontrado a alguien que pudiera llamar suyo. En realidad ayer había
abrigado pensamientos sobre enamorarse de ellos. Luego el encuentro de
esta mañana con Colby, y ahora esto. Se había convertido en un tonto
mientras que había estado navegando alrededor del mundo.
Sacudió la cabeza mientras miraba por la ventana el sombrío y nublado
día. Se adaptaba perfectamente a su estado de ánimo, pero no a su
persona. Se estremeció. No estaba hecho para Inglaterra, o los engaños de
los ingleses. Cuanto antes pusiera en orden sus asuntos, mejor. Le
notificaría al capitán de su barco para que encontrara una nueva tripulación y
se preparara a navegar dentro de dos meses. Podía tolerar dos meses, si
eso significaba no tener que ver estas costas de nuevo.
Cuando una hora después Palu recibió la nota del Nat y Alecia, se sintió
aliviado. No quería verlos de nuevo, pero no había sabido que escribir
cuando se sentó a escribir una nota cancelando su reunión. Ahora no había
necesidad de ello. De una manera extraña, la nota finalizaba su relación tan
rápida y claramente que le hizo pensar mejor de Nat y Alecia. Ellos no tenían
intención de engañarlo y continuar su relación basada en mentiras. Era
evidente que habían conseguido lo que querían de él. Si solo Palu pudiera
decir lo mismo.
© TRADUCTORAS INEXPERTAS 2010
Capítulo 8

—No logro recordar la última vez que paseé por Hyde Park como si
caminase por un cementerio —se lamentó Simon—. ¿Puedo, al menos,
conocer el motivo de ese semblante moribundo?
La risa de Palu surgió forzada.
—Está mal, ¿verdad?
Había pasado ya una semana desde que había recibido la nota de Nat
y Alecia, y continuaba sin poder olvidar el tiempo pasado con ellos. Se
torturaba todas las noches con los recuerdos. Su trabajo y las conferencias
en la Royal Society no le ocupaban tanto tiempo como había pensado que lo
harían. Todo le recordaba a Nat y Alecia y lo que podría haber sido. No había
sido capaz de resistirse a preguntar a la gente de la Society sobre ellos.
Había descubierto que Nat era verdaderamente un respetado naturalista
aficionado, que leía ávidamente todo lo que los miembros publicaban y
asistía a las conferencias. Estaba bien visto entre sus compañeros, nadie le
dijo nada negativo sobre la vida personal de Nat y Alecia.
Palu había evitado contactos sociales, pero beber hasta el estupor cada
noche no ayudaba tampoco. Cuando Daniel le había enviado una nota
respondiendo a su petición de pasear por el parque hoy, había aceptado
enseguida. Quizás su viejo amigo podría apartar su mente de ellos.
—Venga —dijo Daniel, apartándose del camino principal para sentarse
sobre un banco desocupado. Tocando el asiento junto a él—. Dime que va
mal, Palu.
—¿Palu? —inquirió Simon, andando alrededor del banco mientras Palu
se sentaba.
—Es el antiguo nombre de mi infancia —contestó Palu, sin entusiasmo
mirando los carruajes y la gente pasar, luciéndose los últimos vestidos y
conquistas en la hora punta—. Es el nombre que me dio mi madre.
—Creía que su nombre era Gregory —Simon pareció sólo vagamente
interesado. Un vistazo confirmó que tenía la sonrisa y la coquetería ocupadas
con un carruaje lleno de ruborizadas jóvenes y una bruja vieja que golpeaba,
abanico en mano, las muñecas de las pobres muchachas amonestándolas
mientras ellas saludaban a los conocidos.
—Ese es mi nombre inglés.
Simon frunció el ceño y luego rió intensamente.
— Ah, vamos a hablar de nombres nativos? Me gusta eso. ¿Cómo se
dice enorme en su lengua natal, Anderson? —soslayó lascivamente Simon,
empujando sugestivamente las caderas en dirección al carruaje. Palu oyó el
chillido de placer de las mujeres así como el bramido rabioso de la anciana.
A su lado Daniel suspiró con resignación cansada ante las travesuras de
Simon.
—Palu —contestó secamente, y Simon lo miró inexpresivamente y
luego se rió.
—Ah, vaya, esto si que es bueno —dijo Simon—. Palu. Enorme. Muy
bueno.
—Gracias —contestó Palu educadamente, divertido a pesar de su
melancolía. El recuerdo de Nat gimiendo cuan enorme era aquella primera
noche alejó la diversión de su cara.
—Entonces Daniel te llama por tu nombre de juventud —dijo Simon,
agitando sus mano hacia el carruaje que se alejaba—. ¿Cuánto tiempo hace
que se conocen?
—Desde que éramos críos —contestó Palu—. No puedo recordar
exactamente cuando nos conocimos.
—Sí —Daniel estuvo de acuerdo—. Éramos bastante jóvenes, creo,
cuando nuestros padres comenzaron a escribirse y luego se conocieron. Mi
padre estaba fascinado con los viajes del Capitán Cook y los
descubrimientos del Sr. Anderson —sonrió a Palu—. ¿Te acuerdas del Sr.
Cadley?
Palu se rió.
—¿Nuestro primer tutor? Sí, me acuerdo de él, pobre hombre. Fuimos
una prueba para él.
—Entonces, ¿se educaron juntos? —preguntó Simon interesado—. ¿En
qué colegio?
Daniel movió la cabeza.
—En ningún colegio. Teníamos un tutor privado, y por supuesto el Sr.
Anderson nos enseñaba ciencias naturales.
Simon miró excitado a Daniel.
—¿Te educó uno de los eruditos más brillantes de nuestro tiempo y
nunca lo has mencionado?
Daniel se encogió de hombros.
—No he dicho que aprendiese todo lo que él tenía que enseñar.
Palu sacudió la cabeza y se inclinó hacia delante para descansar los
brazos sobre las rodillas, mirando al suelo entre sus pies.
—Ni yo tampoco —se mostró solemnemente de acuerdo—. Trató de
enseñarme a ser siempre cuidadoso aquí. Pero nunca le di a esa lección el
crédito que merecía.
—Habla —ordenó Daniel firmemente. Se sentó más al fondo en el
banco, cruzando las piernas, sin hacer caso a la gente que desfilaba por el
parque alrededor de ellos.
—Simplemente he tenido una historia que terminó mal —dijo Palu con
desdén—. Lo superaré.
Simon apoyó los brazos en el respaldo del banco entre Daniel y Palu y
le miró con ceño fruncido.
—Ah, ¿No serán Nat y Alecia, verdad? Realmente pensé que iba a
funcionar.
—Déjale terminar, Simon —dijo Daniel pacientemente.
—He terminado —contestó Palu. No tenía ningún deseo de diseccionar
su credulidad para la iluminación de Daniel y Simon.
—Nada de eso —habló Daniel arrastrando las palabras—. ¿Qué pasó?
Palu suspiró.
—Pasé un par de noches con ellos, eso es todo. Ellos lo finalizaron.
— ¿Por qué? —Daniel estaba todavía tranquilo, pero su voz era firme, y
Palu sabía por experiencia que Daniel continuaría con ello hasta que lo
confesara todo, maldito fuese.
—Fui simplemente una curiosidad para ellos —les dijo, mirando a lo
lejos sobre la multitud que ocupaba el césped—. Y un medio para un fin.
—¿De qué hablas? —Simon preguntó bruscamente—. ¿Qué te dijeron?
Palu se rió amargamente.
—Ah, no es lo que me dijeron. Es donde me llevaron —él echó un
vistazo a Daniel y el otro hombre levantó una ceja inquisitiva—. Nosotros
tuvimos un té con los padres de Alecia.
Llevó un momento pero Palu pudo ver el instante en que Daniel reunió
los hechos para alcanzar una conclusión. Cerró los ojos afligido.
—No lo hicieron —dijo, pero no era una pregunta.
Palu asintió.
—Sí. Lo hicieron.
—¿El qué? —preguntó Simon turbado—. ¿Tienen ustedes dos algún
tipo de la lenguaje secreto? ¿Qué pasó?
Palu se reclinó contra el banco estirándose de un modo poco elegante.
No le preocupaba su aspecto ahora mismo.
—Intentaron chantajear a su padre por su dote amenazando con
revelar nuestra historia a todo el mundo.
—Buen Dios —dijo Simon anonadado—. Pequeños malditos
estúpidos… —se detuvo con un suspiro. Su mano bajó sobre el hombro de
Palu y Palu lo miró. Por una vez Simon apareció serio—. No les juzgue
demasiado severamente, Anderson. Están en una encrucijada.
Palu frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
Daniel giró su bastón en el suelo ante él, mirando pensativamente a
través del parque.
—Desde su reconciliación y tras la pérdida de su niño, van sin
dirección. Viven el día a día, aguardando las limosnas que su padre les da a
regañadientes, buscando al siguiente hombre para meter en su cama,
esperando que sea el adecuado, y hablando fervientemente de dejarlo todo
atrás.
Palu resopló.
—¿Entonces soy uno de tantos?
Daniel lo miró bruscamente.
—¿Te sentiste así?
Palu no podía engañar a Daniel, nunca podría. Negó con la cabeza.
—No —suspiró y le contó el resto—. Pero Hardington vino a verme. Al
parecer Nat y Alecia le han estado contando de nuestra historia juntos, por lo
menos.
—¿Hardington? —exclamó Simon—. ¿Por qué hablaron con
Hardington?
Palu se encogió de hombros.
—Parece que él es también su amante. Me dijo que mi valor para ellos
era el de una curiosidad, una rareza para dos jóvenes eruditos impacientes.
Esta vez Simon le golpeó en el hombro, casi sacando a Palu del banco.
—¿Y lo creíste, idiota?
Palu parpadeó mirándole.
—¿Qué?
Simon resopló con repugnancia.
—Hardington ha estado intentando meterse en su cama durante más
de un año. De acuerdo, estuvo allí una vez, un tiempo, pero lo han
rechazado desde entonces, muy a su pesar. Rabia siempre que ellos eligen
un nuevo amante que no es él.
Esto hizo que Palu se sintiese un poco mejor. Al menos su baremo era
más alto que Hardington.
Daniel no dijo una palabra, tan sólo continuó pensativo haciendo
círculos en el suelo con el bastón.
—Hardington va tras algo —dijo Simon convencido—. Me apuesto lo
que sea.
—Bien —dijo Daniel con una risa suave—, no vas a encontrar quien
acepte la apuesta. Hardington siempre va detrás de algo.
Palu movió la cabeza con disgusto, esta vez dirigido a si mismo.
—Sí, lo sé. Y a pesar de ello, permití que me convenciese.
—El amor nos hace un poco tontos a todos —dijo Daniel simplemente.
—Ah, entonces, ¿está enamorado de ellos? —preguntó Simon con
incredulidad—. Maldición, que bueno.
Palu había dejado de prestar atención. Acababa de descubrir a Nat y
Alecia avanzando por el camino. Se quedó quieto y supo el instante en el
que le reconocieron.
—Creo que lo hemos perdido de nuevo —comentó Simon mientras él y
Daniel miraban a Palu ponerse rígido y apartar la vista del recorrido de Nat y
Alecia.
Daniel sonrió abiertamente.
—Eso parece —miró como Nat y Alecia caminaban despacio hacia
ellos como en un trance. Ni una mirada para Simon y Daniel, tan sólo
mirando fijamente, con atención a Palu.
—Puf —comentó Simon secamente—. Ni nos ven.
—Buenas tardes —dijo Alecia quedamente mientras se paraba delante
de Palu, más cerca de lo correcto, aunque a ninguno de los tres pareció
preocuparle. Ella le miraba con ojos hambrientos, y Palu se quedó allí, la
cabeza inclinada hacia abajo mientras sus ojos la devoraban.
—Buenas tardes —contestó Palu también quedo. Se giró para mirar a
Nat, quien observaba a Palu y Alecia como un hombre famélico que mira
fijamente un banquete.
—Buenas tardes —susurró Nat.
—Buenas tardes —exclamó Simon cordialmente, pero ninguno de los
tres le hizo caso. Daniel se giró y le miró con el ceño fruncido. Simon sólo se
encogió de hombros con una divertida sonrisa burlona.
—¿Podemos hablar en su casa? —preguntó Palu cortésmente, aunque
su tono de voz oscuro y rudo, hablaba de cosas no tan corteses.
—Oh, sí, por favor —dijo Alecia jadeando. Se dieron la vuelta, Alecia
agarrada del brazo de Nat, mientras Palu caminaba a su lado, las manos
unidas tras la espalda.
Daniel los miró irse con una pequeña punzada de celos. Todo el mundo
a su alrededor se enamoraba. Lastima que Daniel lo hubiese hecho hace
mucho, y no pareciese capaz de reproducir la hazaña.
—Estoy más bien alarmado por este nuevo papel de mamá gallina que
al parecer hemos adoptado —reflexionó Simon mientras se sentaba al lado
de Daniel, ajustándose el abrigo y sonriendo a una atractiva viuda que
pasaba. Por lo que Daniel recordaba Simon había dormido con la viuda
durante un mes o dos después de la muerte de su marido.
—Yo también —murmuró Daniel—. No me veo adecuado para ofrecer
asesoramiento sobre las heridas de amor.
Simon resopló.
—Tonterías. Eres estupendo aconsejando sobre amor. Es aceptando
consejos en lo que fallas estrepitosamente.
—Dijo el hombre que parece no poder resistirse a subirse a la cama de
cada viuda desconsolada y alma descarriada que pueda encontrar, ninguna
de las cuales le ofrece un futuro de cualquier clase —replicó Daniel
bruscamente.
Simon lo miró con turbación exagerada.
—¿Qué diablos tienen que ver mis aventuras sexuales con tu
inhabilidad para aceptar consejos sobre amor no correspondido?
Daniel se puso pie bruscamente.
—Realmente puedes ser un bastardo, Simon —sacudió el polvo sus
pantalones y comenzó a andar. Simon comenzó a caminar a su lado.
—Por supuesto que puedo serlo —estuvo de acuerdo afablemente—. Y
soy malditamente bueno siéndolo, cuando estoy en mi mejor momento. Pero
no le preguntes a mi madre. Ella lo negará.
—Tú siempre estás en tu mejor momento —dijo Daniel con una sonrisa
burlona poco dispuesta. Maldito Simon, siempre podía hacerle olvidar su mal
humor.
—Eres demasiado amable, amigo —dijo Simon con una cálida palmada
en la espalda de Daniel—. Demasiado amable.

***
Alecia se dio la vuelta para mirar a Palu en cuanto entraron en el salón.
Ella esperó para hablar hasta que Nat cerró la puerta.
— ¿Estás bien? —se le veía fantástico. Grande, oscuro y fuerte. Y tan
elegante que era difícil reconciliar la imagen de este caballero urbano con el
amante salvaje que ella había llegado a adorar.
Él rió un poco tristemente.
—Tan bien como era de esperar —su risa desapareció—. Gracias por
notarlo
Nat había estado de pie silenciosamente, pero ante las palabras de
Palu se giró y golpeó con un puño contra la pared.
—¡Maldita sea! —Su cólera se disolvió tan rápidamente como había
aparecido. Se apoyó hacia adelante y presionó la frente contra la pared que
acababa de golpear—. No deberíamos estar aquí juntos. Esto lo arruinará
todo. Todo.
Alecia colocó una mano temblorosa contra su estómago revuelto.
Deseaba tanto tocar a Palu, saltar hacia sus fuertes brazos y besar su dulce
boca.
—Nat, no puedo. Tan solo no puedo. Por favor, tenemos que encontrar
otro modo. ¿No podríamos ser discretos?
Palu había palidecido.
—Entonces ¿Se trata de eso? ¿No los pueden ver conmigo?
La expresión herida de Alecia era desgarradora.
—¡No, Palu! No es eso —ella le tendió la mano—. Por favor, debes
dejarnos explicarte. No queremos arruinarte.
—¿Qué? —estaba demasiado confuso y Alecia no hizo caso de la
advertencia que Nat le hacía sacudiendo la cabeza.
—Es Hardington —le contó a Palu, enderezando la espalda y mirando
airadamente a Nat—. Vino a vernos.
—Sí, lo sé —Palu se acercó y se sentó en el sofá, los brazos apoyados
sobre las rodillas y la cabeza baja.
Parecía tan desanimado que Alecia corrió y se sentó junto a él,
pasándole un brazo alrededor, abrazándolo. La sensación era tan buena, él
olía tan bien que Alecia se sintió aturdida. No había esperado tenerlo a su
lado de nuevo.
—Entonces sabes que él podría arruinarte. Podría hacerte expulsar de
la Royal Society —su voz se rompió. Nat tenía razón. Tenía que dejar a Palu
solo. Tenían que permanecer alejados, o destruirían su vida, su carrera.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Palu con incredulidad. Se
apartó de los brazos de Alecia y la miró fijamente horrorizado.
—Maldición —juró Nat otra vez. Les siguió y se lanzó sobre el sofá
frente a ellos—. No podemos arriesgarnos, Palu. Él juró que mientras nos
mantengamos alejados de ti, no hablaría a los Mecenas sobre nuestra
relación —Nat se frotó el pelo con tanta fuerza que quedó hacia arriba en la
parte superior de la cabeza—. No queremos que dejes la Society —rogó con
seriedad—. Sabemos cuánto significa para ti.
—¿Es eso por lo que terminaron conmigo? —preguntó Palu con
cautela.
Nat asintió.
—Él vino a vernos no mucho después de que te marchaste hace una
semana —se inclinó hacia delante y habló atentamente—. Debes creernos,
Palu. Nunca le habríamos buscado. Si hubiésemos sabido que estabas en el
parque nunca habríamos ido allí. Explicaremos a Hardington que fue un
accidente, una coincidencia.
Palu se rió irónicamente y el corazón de Alecia saltó porque había tanto
humor como una ligereza creciente en su cara, disipando la depresión de
hace unos momentos.
—¿En serio? —él habló arrastrando las palabras—. ¿Una coincidencia?
¿Y cómo vas a explicar que haya venido a casa con ustedes? ¿Simplemente
íbamos en la misma dirección? ¿Me había dejado un guante en tu sala?
Alecia se mordió un labio, insegura sobre sí reírse de lo absurdo de la
observación o gritar ante la inutilidad de todo ello. Él tenía razón. Hardington
nunca los creería.
Palu inclinó la cabeza de ese modo tan suyo, el que decía que
intentaba entender algo.
—¿Por qué? ¿Por qué quiere Hardington mantenernos separados?
—Venganza —dijo Alecia suavemente. Palu giró para dirigirle una
sorprendida mirada. Ella asintió—. Al parecer él no te ha perdonado por
robarle un amante durante la guerra. Y cuando te escogimos en vez de él en
Wilchester, intentó castigarnos a todos.
Palu se rió con alegría genuina.
— ¿Le robé un amante durante la guerra? ¿Quiere decir William?
Alecia asintió.
— ¿Por qué no nos hablaste de él?
De nuevo Palu miró sorprendido.
—Simplemente porque nunca se me ocurrió —contestó, y era obvio que
decía la verdad—. William fue mi amante durante varios meses. Éramos muy
cercanos —miró a los lejos y se rió de algún recuerdo que había resucitado
con el nombre —era mi mejor amigo antes de ser mi amante —sacudió la
cabeza—. Él no tenía ningún interés en Hardington, en absoluto —resopló
con desdén—. Hardington se engañaba si lo creía —Palu se frotó la
mandíbula—. Pero démosle a cada cual su crédito, la persecución de William
por parte de Hardington es lo que nos condujo uno a los brazos del otro.
—¿Qué pasó? —preguntó Alecia, aunque creía que ya lo sabía.
—Murió —contestó Palu de su modo franco—, en Albufera —sonrió
tristemente—. Si tan sólo hubiese resistido hasta que comenzó a llover. Los
mosquetes franceses no funcionan cuando se mojan —se encogió de
hombros con fatalidad—. Aunque las bayonetas francesas si lo hacen.
Alecia colocó su mano a su brazo.
—Lo lamento.
Palu acarició su mano confortándola.
—Eso pasa. Estábamos en guerra, después de todo. No fue
inesperado.
—¿Le amabas? —la pregunta de Nat era afilada y cuando Alecia le
miró él se ruborizó y frunció el ceño. Palu le miraba atentamente, la cabeza
inclinada otra vez.
Palu suspiró antes de contestar.
—Sí. Pero… no como piensas, no creo —Nat tan solo continuó
mirándole fijamente y Palu le dirigió una pequeña risa—. Lo amé
profundamente, como un amigo y confidente. Pero estaba sobreentendido
que lo nuestro acabaría cuando la guerra terminara.
Nat se relajó visiblemente y Alecia comprendió que estaba celoso. Le
gustó verlo así. Eso significaba que sus sentimientos eran verdaderos.
—Eso no es todo — le dijo Nat seriamente—. La verdadera motivación
de Hardington es el dinero. Opina que le hiciste perder mucho dinero cuando
rechazaste dejarlo invertir en tus viajes.
Palu les sorprendió a ambos riéndose.
—Y está en lo cierto —dijo con una burlona sonrisa satisfecha—.
Hardington no puede hacerme daño —dijo Palu firmemente—. Cualquiera
que sean los sinsentidos que les haya contado, es mentira —se levantó y
caminó para colocarse ante Nat—. A los miembros de la Royal Society no les
preocupa lo que hago en mi vida personal, Nat —dijo silenciosamente—. Los
Mecenas sólo se preocupan por la ciencia y los descubrimientos, y el dinero
que se puede ganar con ello —miró a Alecia por encima del hombre y luego
volvió a Nat—. ¿No eres tú un mecenas?
Nat asintió, su cara aún más roja que antes. Miraba al hombro de Palu,
evitando sus ojos.
—No tenemos fondos para apoyar la investigación de nadie.
—Lo siento. De acuerdo. ¿Pero vas a las conferencias, y conoces a los
otros mecenas?
Nat asintió vacilante.
—Wilchester es un mecenas.
—Entonces sabes que lo que digo es así —Palu parecía tan seguro.
—Pero Hardington dijo que había varios miembros y mecenas que no
estaban contentos con su elección.
—Sí, pero eso es cierto para cualquier miembro. Hay pequeños celos y
discusiones entre todos nosotros —hizo una pausa y su mirada se volvió
cautelosa—. Soy muy bueno en lo que hago.
—¿Bueno? —exclamó Nat—. Eres el mejor y lo sabes. Eres el
naturalista más famoso que trabaja con la Society en la actualidad, no solo
por tu familia, si no por tus propios viajes y descubrimientos.
Era el momento de Palu para ruborizarse.
—Gracias.
Nat levantó sus manos en el aire.
— ¡Eso significa que todos te observan, Palu! Habrá habladurías y
todas esas pequeñas rivalidades y discusiones se magnificarán mientras tus
detractores intentan destruirte.
Palu se rió y Nat frunció el ceño.
—Nat —dijo Palu dijo con la voz llena de risa—. Me crees más
importante de lo que soy realmente. Alguno gritará desde lejos o me
menospreciará a mí y a mis investigaciones debido a nuestra relación, pero
hay muchos que ya lo hacen ahora, debido a lo que era mi madre.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó Alecia con voz temblorosa.
Palu la miró.
—Digo que si esa es la única objeción a continuar con lo nuestro,
entonces es fácilmente soslayable. Hardington los ha engañado para
conseguir sus propios fines.
—Seguramente no nos quieras ver más —dijo Nat angustiado—.
Después de lo que hicimos.
Alecia se envolvía el vientre con los brazos. Ella casi había olvidado
como lo habían traicionado. Era imperdonable.
—Lo siento tanto, Palu —dijo suavemente—. Nat tiene razón. Te
tratamos vergonzosamente. Estás en tu derecho de odiarnos por eso.
Palu se acercó y se sentó a su lado, abrazándola fuerte. Ella se derritió
en su abrazo. Era tan fuerte y calido. Ella había sentido frío en los huesos
toda la semana pasada sin su calor.
—Eso es absurdo —susurró él contra su pelo—. ¿Odiarlos? No podría.
Quizás hicieron algo equivocado, y sí, me dolió, pero entiendo por qué
ocurrió —él agarró sus hombros y examinó sus ojos—. He visto en sus
corazones, y sé como me ven, y como me tratan. No se parecen al resto, que
no son capaces de ver lo que soy detrás de mis orígenes.
Alecia temblaba, casi con miedo a creerlo.
—Te he echado tanto de menos —susurró.
Ella colocó la mano sobre su pecho, directamente sobre su corazón, y
sintió la furiosa palpitación.
—Entonces tómame —dijo Palu silenciosamente. Se dio vuelta para
incluir a Nat—. Los dos.
© TRADUCTORAS INEXPERTAS 2010

Capítulo 9

—No —Palu y Alecia miraron sorprendidos a Nat. Él negó con la


cabeza—. No. Si vamos a hacer esto, entonces vamos a hacerlo bien.
Palu le dio una risa torcida.
—Bien, ésa era la dirección en la que iba.
Nat no pudo reprimir una sonrisa en respuesta. Pero se aclaró la
garganta.
—Te mereces otra explicación.
Palu se puso serio ante las palabras de Nat. —No, Nat.
Nat lo interrumpió.
—Sí. Lo que hicimos... no estuvo bien, y no fue justo para ti. Pero
teníamos nuestros motivos.
Palu se puso de pie y caminó hacia Nat.
—Hemos pasado por esto ya. Te perdono —le dijo y Nat sabía que lo
decía en serio. Pero no era suficiente.
—Alecia perdió un bebé hace varios años —Palu mantuvo el rostro tan
neutral como pudo, pero Nat podía ver la pena allí. Por una vez no se sintió
resentido. Miró a Alecia y ésta miraba hacia abajo a sus manos en su regazo,
mordiéndose el labio.
—Lo siento —dijo Palu, claramente tratando de hacer que ambos se
sintieran mejor, pero sin estar seguro de cómo hacerlo.
Nat sonrió tristemente. —Nos sentimos devastados —respiró hondo y a
continuación le dijo a Palu lo que nunca había dicho a otra persona —. Pero
el niño no era mío.
Palu sólo inclinó la cabeza y esperó. Nat realmente apreciaba la
naturaleza taciturna del otro hombre en ese punto. Él habría odiado que
dijera tópicos.
—Alecia se mantuvo fiel a mí los dos primeros años de nuestro
matrimonio —explicó Nat, caminando detrás del sofá—. Ella nunca concibió
—miró a Palu por el rabillo del ojo y vio comprensión en sus ojos—. Cuando
ella comenzó a… entretener a otros hombres, sólo unos meses después, ella
concibió.
—Así que sea cual sea la razón que se encuentra detrás de su
incapacidad de tener un bebé depende de ti —Palu sonaba frío, como si
estuviera hablándole de algún tema científico. Nat asintió— ¿Por qué perdió
al bebé?
—No lo sabemos —dijo Alecia. Su voz era firme, pero el efecto quedó
arruinado al sorberse los mocos—. Después de decirle a Natty lo del bebé,
pensé que estaría enojado. Pero no lo estaba. Él quería un hijo. No le
importaba de quién fuera.
Nat se acercó de inmediato y se sentó junto a Alecia. Le tomó la mano
fría en la suya.
—Es verdad, me daba igual. Sabía cuánto quería un hijo Alecia y por
supuesto su padre estaba obsesionado con eso. El bebé habría hecho las
cosas mucho más fáciles —se aclaró la garganta—. Y yo quería un niño,
también. Quería ser padre.
Alecia se apoderó de la mano con fuerza.
—Simplemente no estaba destinado a ser —ella sacudió la cabeza
como si tratara de borrarlo y exhaló un suspiro—. Después, esto nos acercó
—levantó la mano de Nat y se la besó y sintió que le ardían los ojos,
parpadeó alejando las lágrimas—. No quise al bebé de ningún otro después
de eso. Sólo de Nat.
—Ah —dijo Palu, viniendo a sentarse frente a ellos—. Es por eso que
no jodes con otros hombres.
Alecia asintió con la cabeza.
—Sí. Es por eso. Porque, aunque le decimos a todos que no puedo
concebir, la verdad es que yo puedo.
—Pero si eso hiciese las cosas más fáciles con su padre… —Palu dejó
la idea inacabada.
Nat lo miró fijamente y se secó los ojos con el dorso de la mano libre.
—No voy a hacer que Alecia haga algo que ella no quiere. Y desde
luego no va a tener un hijo por él.
—Entiendo —la voz de Palu estaba llena de compasión, y Alecia le
apretó la mano de nuevo—. Voy a respetar sus límites. No voy a pedirles
algo que no desean dar en esta relación. Entiendo que primero están
ustedes dos.
Nat negó con la cabeza consternado porque Palu lo había entendido
mal.
—No, eso no es lo que te estoy diciendo —ahora Palu parecía
confundido. Nat quería decirle cómo se sentía, pero era demasiado pronto.
Palu no les había indicado que quisiera algo más que una aventura—. Alecia
y yo queremos dejar Inglaterra —dijo Nat—. Queremos tener una vida en otro
lugar, lejos de su padre y lo que se espera de nosotros, y lejos de nuestro
pasado —sacudió la cabeza, insatisfecho con su explicación—. Vamos a
tener hijos, y una familia, pero aquí no.
—Ya veo —dijo Palu—. Así que me están diciendo esto para hacerme
entender por qué trataron de usarme contra el padre de Alecia.
—Sí —Alecia lo miró suplicante—. Sé que fue imprudente y
despreciable, pero estamos desesperados. Por favor, no nos juzgues con
demasiada dureza.
—Cuando te llevamos a Colby... —Nat hizo una pausa y suspiró
dolorido, avergonzado—. Sabía que no funcionaría. Desgraciadamente, lo
conozco muy bien —se obligó a mirar directamente a Palu mientras
hablaba—. Yo estaba tratando de alejarme de ti —hizo un movimiento
circular—. De nosotros y de lo que estaba pasando.
Palu los miró con cautela.
—Sabía que no iba a funcionar, también —agregó Alecia en voz baja—.
Pero parece que cada mes nos encontramos con una nueva idea, igualmente
estúpida, para obligarle a darnos el dinero —se mordió el labio, pero luego
enderezó la espalda y se lamió los labios—. Yo también tenía miedo de darle
demasiada importancia a nuestra breve relación, porque pensé que esto nos
llevaría a Nat y a mí a separarnos otra vez —ella se volvió para mirar a Nat
con tanto amor que su corazón se llenó en el pecho—. No voy a perderlo de
nuevo —ella le devolvió la mirada a Palu—. Pero esto es algo que los dos
queremos.
—¿Lo es? —preguntó Palu en voz baja.
El silencio de Alecia hizo que Nat se diera la vuelta para mirarla. Lo que
encontró en su rostro fue inquietante.
Alecia no miraba a Nat. Mantenía su mirada concentrada en Palu.
—¿Si esto es lo que quiero? —se preguntó en voz baja, pero firme, lo
que le hizo sentirse orgullosa—. Sí, por primera vez en mucho tiempo, sí.
—¿Alecia? —Nat habló a su lado, y ella pudo sentir su turbación y
alarma.
Ella se volvió hacia él.
—Oh, Natty, lo admito. Los hombres que hemos traído a nuestra cama
nos han dejado insatisfechos. Y creo que la razón principal de eso soy... yo
—suspiró y dio media vuelta, mordiéndose el labio fuertemente—. Me
encanta estar contigo, Nat, y me encanta verte con otros hombres, pero
nunca realmente deseé a ninguno de ellos. Cuando les tocaba, o dejaba que
me tocaran, era para hacerte feliz.
—Alecia, no —jadeó Nat, horrorizado— ¿Qué te he hecho?
Alecia dejó escapar una risita débil.
—Oh, no seas tan melodramático. No quedé devastada por las
experiencias, de ningún modo —le apretó la mano—. Como he dicho, me
encantó verte con ellos. Y ten por cierto que siempre encontré mucho placer
en los encuentros. Pero el placer que había entre tú y yo juntos tenía muy
poco que ver con quien compartiéramos nuestra cama —se humedeció los
labios y sintió el rubor en sus mejillas, pero siguió adelante, decidida a
aclarar las cosas después de todo—. Nunca he deseado realmente a otro
hombre —se volvió para mirar a Palu, emocionada de nuevo por su alta,
oscura y demandante presencia, y por su conocimiento secreto de los
diseños tintados bajo su traje de caballero a la moda. Se encendió
recordando su gruesa polla, y cómo la besó, y lo que él y Alecia le habían
hecho a Nat—. Hasta Palu —susurró—. Por primera vez, sé lo que podría
llegar a ser, antes sólo hemos estado jugando —hizo una pausa y observó
oscurecerse los ojos de Palu con el conocimiento secreto de ella, también—.
Y yo lo deseo a él. Nos quiero todos juntos.
Se puso de pie y se alejó de Nat. Sabía que Nat era reacio a hablar de
sus sentimientos. Ella también lo era. Sabía que Palu se interesaba por ellos.
Esa era su naturaleza. Estaba segura de que no estaría aquí si no fuera el
caso. Pero ¿amor, amor y todo lo que significaría para los tres? Ella y Nat
habían comentado las relaciones de sus amigos, lo difícil y doloroso que
debía ser para ellos negar un amor al tiempo que se reconoce a otro. Habían
jurado que ellos no lo querían así. Y ahora allí estaban, enamorados de Palu.
Temía el rechazo, pero también temía causarle más daño. Sin embargo, ella
no quería entrar en una relación de pleno derecho sin revelar lo que quería, y
en cierta medida, cómo se sentía.
—Me enamoré de Nat a primera vista —Nat estaba mirándola, miles de
emociones destellaban a través de su expresiva y hermosa cara. Palu, por
otro lado, la observaba con una mirada cerrada. Qué increíble era su
habilidad para ocultar o mostrar sus sentimientos en su rostro a voluntad—.
Yo sólo tenía diecisiete años cuando nos conocimos. Las diferencias entre
una chica de diecisiete años de edad apenas introducida en la sociedad y un
muchacho de dieciocho años de edad, son enormes, por cierto —sonrió ante
el recuerdo—. Pero Nat era muy guapo, alegre y divertido, y oh, tan
inteligente —dijo a Palu fervorosa. Él le sonrió, animándola a continuar—.
Nunca pensé que yo le pudiera interesar —dijo ella, tirando de la cortina para
mirar hacia fuera a una tarde repentinamente cálida, con profundos cielos
morados cayendo en una puesta de sol temprana—. Yo era joven, estúpida y
torpe. La única hija de un comerciante enormemente rico, indulgente, sin
modales de clase alta.
—Nunca fuiste torpe —dijo Nat secamente, y cuando Alecia dejó caer la
cortina y se volvió hacia ellos se sintió aliviada al ver que Nat había
recobrado su sentido del humor y el equilibrio—. Sabías exactamente cómo
coquetear con un hombre.
Alecia se echó a reír.
—Si lo hice, no tenía ni idea. Quizás era sólo contigo.
Los ojos de Nat eran cálidos mientras sonreía.
—Sería bonito pensar eso.
Alecia movió un dedo.
—Pero no engañes a Palu, Nat. No tenías tiempo para mí, ni ganas de
dedicármelo. Estabas muy ocupado con tu cadena de amantes.
Nat suspiró.
—Sí, lo estaba. Yo era un inmaduro. Me casé con Alecia por su dinero,
y para hacer feliz a mi padre. No tenía ilusiones sobre mí. La encontré
tolerable, y atractiva, y pensé que nos llevaríamos bien. Pero no estaba
enamorado —sonrió con tristeza hacia Alecia—. Lo siento, mi amor.
Por alguna razón, su confesión de la verdad en vez de hacerle sentir
peor, la alivió. Ella había estado allí, ninguna cantidad de mentiras o
recuerdos rosas podrían cambiar el pasado que ambos conocían.
—No lo sientas. Eso es ciertamente más de lo que muchas mujeres
reciben de sus esposos —se giró hacia Palu, reacia a decirle el resto, pero
decidida—. Nat estaba en lo cierto. No teníamos ni idea de qué hacer en la
cama juntos —se echó a reír por algunos de los recuerdos—. Estaba
completamente desconcertado por la anatomía femenina, y yo por la
masculina.
Nat se ruborizó.
—Yo entendía lo básico, creo.
Alecia inclinó la cabeza en reconocimiento.
—Acepto la corrección. Efectivamente, sabías dónde meterla.
Nat de repente se echó a reír.
—Eso es todo lo que sabía. Qué decepción terrible debo haber sido
para ti.
Alecia negó con la cabeza.
—No, no lo fuiste. Estaba tan feliz de que visitaras mi cama después de
todo. No tenía ni idea de lo que me estaba perdiendo.
Miró a Palu.
—¿Nada que decir?
Negó con la cabeza con una sonrisa divertida.
—No. Disfruto de la historia.
—Hmm —dijo Alecia, se acercó y se sentó de nuevo, esta vez junto a
Palu. Se volvió hacia ella—. Tal vez no disfrutes de esta parte —respiró
hondo—. Comencé a tener relaciones sexuales con otros hombres después
de encontrar a Nat con uno de sus amantes, en una fiesta a la que asistimos
por separado. Fui en busca de él, y lo encontré jodiendo a un conocido
mutuo en la biblioteca—. Se volvió hacia Nat con la cara roja y una mirada
irónica. —Desde entonces ha restringido tales demostraciones públicas—.
Ella se volvió de nuevo a Palu y su voz se volvió un poco soñadora. —Pero él
estaba magnífico. La expresión de su cara, su polla tan dura, las cosas
eróticas que le estaba diciendo al hombre debajo de él mientras lo montaba
tan duro y profundo. Cuando se corrió echó hacia atrás la cabeza y gimió, y
el otro hombre gritó su nombre, se dejó caer como sin vida en el Aubusson
—sonrió torcidamente—. En medio de su mejor momento, Nat alzó la vista y
me vio, pero no podía parar. Y supe entonces que quería eso. Yo quería esa
clase de pasión, pasión que Nat estaba claramente reservándose para otros
y no para mí.
—Alecia —empezó Nat, pero ella lo interrumpió.
—Uh, uh, uh —dijo ella, negando con el dedo—. Es mi turno.
Palu se echó a reír a su lado.
—¿Te la estás cobrando?— bromeó.
Alecia sonrió.
—Sí, hoy día y también entonces. Salí derecho afuera, seduje al primer
hombre que encontré en el pasillo, y le puse los cuernos a mi marido en los
establos esa misma noche.
Palu le tomó la mano.
—¿Encontraste la pasión que estabas buscando?
Alecia se echó a reír con amargura.
—Oh, no. He descubierto que los hombres sienten incluso menos
pasión por una mujer de virtud fácil de lo que sienten por sus esposas. Me
follaron en el granero, y fui abandonada sin ni siquiera un ‘gracias‘ tan pronto
como él se corrió. Y como de costumbre, me quedé a medias —apartó la
mirada, avergonzada—. Y así que lo intenté de nuevo, con otro hombre. Y
luego otra vez, y otra vez.
Palu le apretó la mano.
—¿Y tú? —preguntó a Nat en voz baja— ¿Cómo te hacía sentir eso?
Nat se encogió de hombros.
—¿Qué podía decir? Yo estaba haciendo lo mismo. Se convirtió en casi
en chiste entre mis amigos, ver quién podía follar la mayor cantidad de gente
en el menor lapso de tiempo, yo o Alecia —parecía disgustado y Alecia le
sonrió dándole a entender que ella lo comprendía. Él se la devolvió.
—¿Y luego, Simon? —preguntó Palu.
Alecia asintió con la cabeza.
—Sí. Y por primera vez me di cuenta de toda la excitación de eso —se
echó a reír al recordarlo—. La primera vez que me corrí pensé que me
estaba muriendo. A Simon le tomó casi una hora calmarme.
Los tres se echaron a reír.
—No estoy seguro si debería reír —dijo Nat divertido— considerando
que nunca la había hecho correrse —Sacudió la cabeza con arrepentimiento.
—¿Y tú y Simon? —Palu le preguntó.
Nat asintió con la cabeza.
—Sí, bueno, yo ya me había corrido antes —se rieron de nuevo—.
Pero, sí, Simon insistió no habría nadie más mientras estuviéramos juntos, y
fue una revelación —miró con ojos calientes a Alecia—. Y a él le gustaba
hablar. Le gustaba hablar de las mujeres, que a mi me parecían bastante
extrañas. Acerca de como hacérselo a una, de cómo hacerla gritar, llorar y
correrse, y de los placeres que se tenían cuando dos hombres tomaban a
una mujer juntos —se acercó y se arrodilló a los pies de Alecia, y cogió su
mano y la besó en la palma, y ella sintió el calor recorrerla desde los dedos
hasta los pies, y la sostuvo sabiendo con exactitud que su sexo ardía—. Y lo
que describió sonaba divino. De repente todo lo que podía pensar era en
Alecia. Y que precisamente yo tenía una mujer que tal vez podría disfrutar de
eso.
—¿Lo disfrutaste? —la voz de Palu era áspera cuando le hizo la
pregunta.
Alecia asintió y cerró los ojos, recordando la sensación de ambos, Nat y
Simon, dentro de ella, llenándola, follándola hasta que gritó. Ellos no lo
habían vuelto a hacer con nadie más.
—No sabía que se podía follar a una mujer como si fuera un hombre —
susurró Nat—. Pero a Alecia le encantó.
La respiración Palu se hizo un poco irregular.
—Nunca he hecho eso.
Alecia abrió los ojos para ver a Palu observándola con atención. Él la
deseaba tanto que casi podía tocar con la mano el deseo en el aire.
—¿Nunca has tenido a una mujer por el trasero?
Palu sacudió la cabeza.
—Tampoco he compartido una mujer —se sonrojó un poco—. Contigo y
Nat fue la primera vez que tuve dos amantes al mismo tiempo.
Nat tenía esa sonrisa deliciosa, una sonrisa malvada que decía que
quería desesperadamente hacer algo travieso.
—¿Te gustaría?
—¿Qué?—preguntó Palu, pero ella sabía que él sabía la respuesta.
La respuesta susurrada de Nat hizo temblar a Alecia.
—¿Saber cómo se siente follar a una mujer con otro hombre? ¿Llenarla
por delante y por detrás, y sentirme mover dentro de ella contigo? ¿
Realmente compartir a Alecia?
Alecia sentía cada músculo interno tensarse de anticipación. Sí, Dios sí,
eso era lo que quería. Cuando Palu asintió con la cabeza, atravesándola con
su mirada, ella sonrió.
—Ahora ya lo sabes. Eso es lo que quiero —susurró.

Capítulo 10

Palu temía que el interludio fuera a ser muy breve. Sólo observar a Nat
y Alecia mirarle mientras se desvestía lo tenía peligrosamente cerca de
hacerle sentir vergüenza. Estaban tan hambrientos por él. Y después de
haberlos oído, se diría que su hambre era más que por tener a otro hombre
en su cama. Ellos le deseaban a él, y a ningún otro. Esto era cosa de ellos
tres. Cuando su última pieza de ropa tocó el suelo, Alecia le hizo un gesto
para que se acercara a ella. Hoy se la veía diferente. Era como si ella hubiera
cruzado su línea personal y hubiera descubierto algo nuevo sobre sí misma.
Había dicho que ella nunca había deseado realmente a otro hombre hasta
Palu, nunca había entendido lo que podría ser entre dos hombres y una
mujer. Palu dio un paso obedeciendo sus órdenes, pero luego se detuvo.
—Nunca lo imaginé —le dijo él. Ella se detuvo a mitad de lo que estaba
haciendo y su mano cayó suavemente sobre su regazo al sentarse en borde
de la cama.
—¿A qué te refieres?
Nat estaba apoyado contra el poste de la cama observando a ambos
con avidez, su excitación y anticipación llenaban el aire como una niebla de
deseo. Él también lo quería. Quería compartir a Alecia, compartir a la mujer
que amaba, con Palu. Y quería compartir a Palu con Alecia, darle lo que
había dicho que quería. Él, también, al parecer, había cruzado alguna línea
imaginaria. Estaba más relajado, más dispuesto a permitir que Palu y Alecia
llevaran la iniciativa, y él les seguía.
—Nunca me imaginé cómo sería, con un hombre y una mujer.
—¿Y eso? —preguntó curioso Nat—. Dijiste que habías estado con
ambas cosas con anterioridad.
Palu asintió.
—Sí, y conocí gente que se embarcó en esta clase de relaciones
durante la guerra. Pero nunca me sentí tentado. Siempre estuve satisfecho
con un sólo amante.
—¿Entonces por qué ahora? —le preguntó Alecia—. ¿Por qué
nosotros?
—Porque con ustedes es un 'nosotros' —dijo sencillamente Palu—.
Porque su mutuo amor es parte de ustedes, y los deseo a ambos. Tenerlos
por separado… —Él sacudió su cabeza—. No es posible. No puedo
separarlos ¿Esto tiene sentido?
Alecia fruncía el ceño, una pequeña línea apareciendo entre sus cejas.
—Así que ¿no nos ves separadamente? Como individuos, quiero decir.
Él resopló.
—No, no. No me estoy explicando bien. Te deseo, Alecia. Adoro tus
rizos dorados y tus exuberantes pechos, y tu naturaleza dulce. Y en cuanto a
Nat, me sentí atraído por él inmediatamente, por su apariencia, su presencia,
su risa. Pero lo que encuentro más atrayente es lo que sienten el uno por el
otro, y el hecho de que, incluso si es por un periodo breve, están dispuestos
a dejarme ser parte de eso. Me siento... —luchó por encontrar la palabra
correcta, con miedo de decir demasiado— atraído por cómo se aman el uno
al otro.
Alecia parecía asombrada por su respuesta, pero sus palabras habían
excitado a Nat. El otro hombre estaba sonriendo, pero su mirada era intensa
y su cuerpo estaba más inflamado.
—A la mayoría de hombres no les gusta eso —murmuró Alecia—. Ellos
quieren ser el foco de nuestro deseo y no están contentos cuando nuestros
encuentros se centran más en Nat y yo que en ellos.
—Pero con Palu no ha sido así, Lee —dijo Nat suavemente. Se
enderezó y estuvo de pie allí con sus manos colgando a sus lados, como si
se mostrara para recibir la aprobación de Palu. ¿No veía que Palu lo había
aprobado ya? ¿No era evidente?—. Siempre ha sido Palu y nosotros, y lo
que hemos encontrado juntos. Y hemos encontrado mucho más que
cualquier otra vez.
El corazón de Palu tronaba en su pecho. Ellos estaban esperando,
dejando que la elección fuera suya. Tomó un paso hacia ellos y pareció
mayor y más importante de lo que hubiera debido. Era sólo un affaire, ¿
verdad? Lo que habían encontrado era asombroso, pero era sólo deseo.
Incluso aunque se esforzara por creérselo, Palu sentía que la pequeña
semilla de la esperanza que llevaba en su interior brotaba a través de su
capa y pensamientos de lo que podría ser entre ellos, rodeando su corazón
como enredaderas. Decidió no contestar, no hablar en absoluto. En cambio
dio otro paso y otro. Levantó a Alecia de la cama y la hizo arrodillarse junto a
él enfrente de Nat. Nat extendió la mano y pasó su mano por entre el pelo de
Palu, y Alecia le rodeó con brazos y piernas, frotando sus tetas contra su
pecho. Palu alargó la mano y suavemente rodeó la dura polla de Nat con su
puño y tiró. Nat dio el pequeño paso necesario para que Palu se inclinara
sólo un poco hacia adelante y tomara la polla de Nat en su boca.
—Palu —Nat gritó, sus caderas tironeando. Su mano apretaba fuerte el
pelo de Palu, y se sintió tan bueno que Palu gimió. Nat sabía tan delicioso,
caliente, terroso y salado. Palu se lo comió, chupando y lamiendo y tragando
la humedad que se escapaba de la punta. Él lo quería, quería a Nat en su
boca, quería probarlo, devorarlo, poseer una pequeña parte de él para
siempre.
—Sí —susurró Alecia, su cabeza apoyada en el hombro de Palu. Se
frotó contra él otra vez, esta vez no solamente pecho con pecho, si no
también ingle a ingle. Su sexo estaba mojado, el vello una humedad
cosquilleante contra la necesitada polla de Palu. Palu no hacía esto con
amantes ocasionales. Lo había hecho con William. Y lo haría, lo necesitaba
desesperadamente, con Nat. Su polla era del tamaño perfecto, llena y larga,
pero no demasiado larga para que no cupiera en la boca de Palu. Agarró la
polla de Nat, profundamente en su boca, casi en su garganta, su nariz
enterrada en el vello púbico de Nat, e inhaló profundamente por su nariz.
Pudo oler a Nat, su jabonosa y almizcleña esencia, y saborearlo, un gusto
tan único que no se podía comparar con nada. Palu gimió al sentir temblar a
Nat y el sonido se escapó por entre su polla. Nat intentó salirse, pero Palu le
agarró entre las piernas con su mano y le agarró el trasero a Nat. Su mano
era tan grande que casi podía cubrir las nalgas de Nat con ella. La apretó,
conduciendo a Nat más profundamente en su boca.
—Palu —gimió Nat y Palu gruñó su aprobación al oírlo. Justo entonces
Alecia mordió su hombro, sus piernas abrazándolo más fuertemente. Palu la
acercó todavía más, frotando sus pechos contra él y empezó a follar a Nat
con su boca. Nat y Alecia parecieron saber lo que él necesitaba. Nat
mantuvo aquel puño en su pelo y jodió a Palu, dejando que Palu marcara el
ritmo y la intensidad. Y Alecia deslizó sus brazos bajo los de Palu y se apretó
a su espalda mientras besaba y lamía el tatau de su hombro y pecho. Se
sentía tan bien los dos disfrutándolo de esa manera. Compartiéndolo,
usándolo, como fuera que se dijera, a Palu no le importaba. Sólo le
importaba que no pararan hasta que estuviera completo de ellos, y ellos de
él. Un zumbido constante de excitación escapaba de Nat y su ritmo aumentó
y sus empujes se hicieron más fuertes. Palu veía que Nat no tenía intención
de parar. Lo supo. Supo exactamente lo que Palu quería: saborearlo,
tragarlo, poseerlo durante un breve momento de tiempo. Alecia compartía su
excitación. La respiración de ella era entrecortada, los latidos de su corazón
retumbaban sus olas contra el pecho de él. Lo agarraba tan fuertemente que
pensó que se acabaría incrustando en su interior, justo junto a su corazón.
Ella susurraba ánimos en su oído.
—Sí, Palu, querido, hazle correrse, hazle que te llene. Quiero beberlo
en ti, Palu, absorberlos a los dos. Eres tan hermoso —suspiró
distraídamente— tan hermoso.
Él alargó la mano hacia abajo y le agarró su redondeado trasero a la
vez que apretaba el de Nat de nuevo. Los dos eran suyos en ese instante,
suyos esa noche. Los agarró a ambos y los disfrutó como si los hubiera
reclamado. El quejido de Nat se volvió gemido, y luego se corrió, tirando del
pelo de Palu mientras empujaba profundamente en su boca y la llenaba de
su liberación caliente y salada. Palu la bebió como si fuera el mejor de los
vinos, adorando los temblores de Nat mientras se vertía una y otra vez hasta
que finalmente se retiró con un grito ahogado, sacando su polla de la boca
de Palu. Antes de que pudiera decir una palabra Alecia lo besó. Ella empujó
la lengua en su boca y lamió profundamente, un gruñidito encantado vibraba
junto a la lengua de Palu mientras lo devoraba. La mano de Nat cayó a su
hombro y lo apretó y Palu se dejó ir en el beso. Dejó que Alecia lo tuviera
todo, todo lo que tenía y lo que Nat le había dado. Ella estaba prácticamente
escalando hasta su pecho antes de que se apartara con una risa gutural.
—Dios, qué buen sabor tienes, Palu —dijo jadeando—. Sabes a Nat y a
ti, y a deseo y calor y todo lo maravilloso.
Palu se rió, sorprendido de encontrarse sin respiración como Alecia.
Deseaba tanto a los dos. Lo quería todo, cada pedacito de ellos. Quería
empujar su polla en la boca de ambos, y follar el coñito caliente de Alecia y el
culo prieto de Nat y, oh Dios, el delicioso trasero redondeado de Alecia.
Siguió riéndose de sí mismo. No tenía suficientes pollas para hacer todo eso,
todo lo que quería. ¿Qué hacer? ¿Por dónde empezar? Nat se dejó caer
abajo junto a él y Alecia con una sonrisa en su rostro mientras observaba a
Palu.
— ¿Qué es tan divertido? —preguntó ligeramente.
—Yo —le dijo Palu, su risa alimentada por la sonrisa en el rostro de
Nat, la sonrisa que lo había cautivado desde aquella primera noche—.
Pensaba que no tengo suficientes pollas para hacer todo lo que quiero
hacerles a los dos ahora mismo.
Nat se rió y el placer de Palu por habérsela provocado era casi tan
bueno como el placer que encontró en follárselos. Alecia ronroneó y se rozó
contra él como un gato y le hizo temblar al sentir su blanca y suave piel
contra la suya, sus delicados huesos y su precioso peso confiados a su
cuidado.
—Doy gracias a Dios de que haya suficientes pollas en este cuarto para
hacer lo que quiero hacer —murmuró Alecia, ganándose más carcajadas de
Nat y un estremecimiento de deseo de Palu. Nat se inclinó abajo con la
sonrisa todavía en su cara y besó a Alecia. No fue un beso superficial. Fue
caliente y voraz, casi violento. Palu vio a Nat pellizcarle el labio inferior y
Alecia gimió, abriéndose para él. Sus lenguas se enredaron en el aire,
suspendidas entre ellos, y Palu no pensó, actuó por instinto. Se acercó y las
tocó con la punta de su lengua. Nat tomó aliento y Alecia gimió y los dos
volvieron su atención hacia Palu. Le chuparon la lengua y besaron sus labios,
y Nat mordisqueó la mandíbula de Palu. Pero no fue hasta que le besaron
juntos, los dos metiendo las lenguas hasta el fondo en la boca abierta de
Palu, que él gimió y tembló. Nat se apartó y Alecia aspiró el labio inferior de
Palu mientras se retiraba hasta que lo soltó con un audible 'pop', haciendo
reírse a Nat. El sonido bajó por la espalda de Nat con un zumbido increíble.
—Ya —retumbó—. Necesito follar ahora.
Nat se deslizó detrás de él, presionando su pecho contra la espalda de
Palu y lo abrazó tanto a él como a Alecia, que todavía estaba en su regazo.
Nat le lamió el lóbulo de la oreja y el temblor de Palu aumentó.
—Sí, Amante —susurró caliente Nat—. La tomarás primero a ella, por
ese exquisito culo, y luego yo llenaré su coño. Y entonces, juntos, volaremos
todos al paraíso.
—Sí, sí, sí, —cantó Alecia desesperadamente con baja voz. Sus uñas
se clavaron en la espalda de Palu.
—Quiero mirar esa tatuada polla follar a mi esposa —susurró Nat—.
Quiero ver que esa negra tinta deslizarse entre sus redondas y blancas
nalgas. ¿Harás eso por mí, Palu?
—Sí —croó él, casi en el filo por causa de las palabras de Nat.
—Bien —canturreó Nat suavemente, besando la sien de Palu—. Bien.
—Bien apenas lo describe —dijo Alecia irónicamente, y Nat resopló una
risa bajo la piel entre sus labios. Eso fue la gota que desbordó el vaso. Palu
se puso de pie, con Alecia en sus brazos. Caminó y la echó sin ninguna
ceremonia sobre la cama, ganándose un chillido de ella, y se giró para mirar
a Nat todavía arrodillado en el suelo, con las manos sobre sus rodillas
mientras observaba a Palu intensamente.
—Ahora —dijo Palu firmemente y Nat sonrió con satisfacción. Pero
lentamente se puso de pie, obedeciendo la sutil orden.
—Ahora —concordó Nat, y el corazón de Palu se saltó un latido. Nat
deslizó sus dedos hacia Alecia junto a los de Palu. Ella jadeó y contoneó las
caderas contra las almohadas que habían puesto debajo de ella.
—Natty —gimió ella—. Es suficiente, puedo hacerlo. Por favor.
—Ella está tan apretada —susurró Palu—. ¿Estás seguro, Nat?
Sonaba tan preocupado, pero a la vez tan excitado, tan excitado por la
perspectiva de lo que iban a hacer. Nat estaba extremadamente agradecido
de que Palu lo hubiera chupado antes, o estaría ya listo para correrse otra
vez justo en ese momento de sólo oír a Palu y Alecia. Palu había estado
haciendo esos gruñiditos increíblemente eróticos desde el fondo de su
garganta desde que Nat y él habían empezado a jugar con el apretado culo
de Alecia. Nat creía que Palu no se daba ni cuenta de los sonidos, lo que los
hacía todavía más excitantes.
—Sí
Alecia soltó un gruñido, y Nat casi se rió por la semejanza entre ella y
Palu.
—Sí, ella está segura —dijo firmemente. El efecto se perdió al girar Nat
sus dedos alrededor de los de Palu dentro de ella y Alecia dejó ir un jadeo de
sorpresa que acabó en un suspiro de placer. Nat realmente se rió de su
respuesta, pero el sonido fue oscuro y caliente y satisfecho. Cristo, le
encantaba cuando le hacía perder el control a Alecia de esa manera. Nunca
había sucedido con otro hombre, solo con Nat. Pero sus barreras habían
caído en torno a Palu. Ella confiaba en él. Infiernos, ella le amaba. Se lo
había dicho a Nat. Y Nat estaba ferozmente feliz por esto. Porque la libertad
de ella esta noche era diferente: un poco salvaje, un poco agresiva. Palu la
había cambiado. Palu lo había cambiado también a él. Al pensarlo Nat se
inclinó y besó el hombro de Palu, trazando uno de esos hermosísimos
remolinos de tinta negra con su lengua. Se había convertido en su
pasatiempo favorito, hacerle el amor a los tatau de Palu.
—Sí —murmuró él, su boca ocupada gustando la piel salada y oscura
de Palu—, ella sabe cómo tomar a un hombre por ahí, Palu. A ella le
encanta.
—¿Te encanta? —preguntó Palu con voz gruesa, inclinando su cabeza
hacia un lado y la boca de Nat viajó del hombro a su cuello.
—Mmm —dijo Nat—, sí.
Él se retiró y miró Palu por debajo de sus pestañas.
—Me encanta darle a Alecia por el culo, tanto como follar a un hombre
por ahí —se encogió de hombros sugestivamente—. Está mucho más
estirado y caliente, Palu. Tan deliciosamente perverso, como dice Alecia. ¿
No crees?
Nat podía ver en los ojos de Palu pasar los recuerdos de las noches
que habían pasado juntos, dejándolos ardientes con fuego negro.
—Sí —gruñó Palu—. Me encantó follar el tuyo, Nat. Y ahora —se giró y
miró abajo—, el de Alecia.
—Entonces hazlo, por última vez, hazlo —gimió Alecia—. los dos, dejen
de hablar sobre ello y fóllenme.
Palu rió y Nat sonrió de oreja a oreja.
—Oh, linda Alecia, tan dispuesta a tomar mi polla en su apretado
agujerito —murmuró Palu, metiendo su dedo dentro y fuera junto al de Nat.
Alecia gimió de desesperación y Palu colocó una sonrisita malvada en su
rostro. La polla de Nat brincó y goteó y él esperaba que Palu estuviera listo,
porque Nat creía que no iba a poder esperar ni un minuto más. Cuando Palu
le miró, sus ojos ligeramente extraviados, Nat supo que definitivamente era el
momento. Sacó sus dedos fuera y Palu lo imitó. Sin mediar palabra Nat se
echó aceite en su palma e inclinó la botella en la mano de Palu. Llenó
también la mano de Palu, dejó la botella en su sitio y los dos restregaron sus
puños por la gruesa polla de Palu.
—Cristo —dijo Palu estremeciéndose, el sudor goteando por su sien
para perderse entre su pelo al echar la cabeza hacia atrás y cerrar los ojos.
Nat nunca se cansaría de esto. Darse cuenta era un poco como un shock.
Siempre había disfrutado los placeres sexuales. Tal vez más que la mayoría
de los hombres, lo que era decir un montón. Pero había pasado más de un
año desde que Alecia y él habían llevado a otro hombre a su cama, y Nat
estaba listo para admitir que era porque se había cansado de hacerlo. Se
había cansado de los encuentros sin emoción y sin sentido. Pero el placer
que había encontrado con Alecia y Palu era algo diferente. Más que
meramente sexual. Se concentró en su mano rodeando la cálida carne dura
de Palu, el tatau brillante con el aceite en la temblorosa luz. La mano de Nat
parecía pálida junto a la oscura piel de Palu, y no se veía delicada gracias a
los anchos nudillos y gruesos dedos. Tenía callos en los dedos de cabalgar,
y Palu parecía disfrutar la rugosidad de ellos sobre la aterciopelada suavidad
de la piel de su polla. Alecia se había subido un poco hacia arriba y se
apoyaba en sus manos, observándolos.
—Es como la primera vez que te jodió, Nat —susurró ella, sus ojos
absortos en sus manos sobre la polla de Palu—. Cuando Palu y yo hicimos
eso.
Tal vez Nat estaba intentando recrearlo deliberadamente. Sabía que no
era necesario. Sabía que esta primera vez para Palu y Alecia sería tan
especial como lo había sido su primera vez con Palu. Pero sería diferente,
porque Nat compartiría la follada de una manera que Alecia no hizo. Nat
sentiría, de hecho, a Palu dentro de ella, contra él. Parecían siglos desde que
lo habían hecho con Simon. Recordaba vagamente el sentido de excitación,
de hacer algo prohibido. Pero esta noche no existía esa sensación de
cometer algo mal y prohibido junto con la excitación de sus venas. En vez de
eso, se sentía como algo muy bueno. La mano de Nat se apretó sobre la de
Palu al pensarlo, y Palu gimió y empujó contra él.
—Nat —gruñó. Apartó la mano de Nat—. Basta. Quiero correrme dentro
de Alecia, no sobre ella.
Nat se rió con timidez.
—Lo siento —dejó ir el aliento—. Estaba pensando en lo bueno de todo
esto.
—Alecia —dijo Palu bruscamente, mirando fijamente a Nat—, date la
vuelta.
—Con mucho gusto —dijo Alecia fervientemente. Ella trepó y se apoyó
sobre sus rodillas y lanzó las almohadas al suelo—. Nat, ponte debajo de mí
—le pidió ella.
Nat levantó una ceja mirando del uno al otro.
—Ah, ¿ahora llevas tú el mando?
Palu rodeó con su grande y resbalosa mano la nuca de Nat y lo acercó
hacia él.
—No me había dado cuenta de que se suponía que tú estabas al
mando aquí —murmuró contra los labios de Nat. Luego lo besó. Nat se rindió
sin luchar. Los besos de Palu tenían ese efecto sobre él. Tenía un gusto tan
rico y oscuro y decadente, y Nat quería joder a Alecia con él más que
respirar. Alecia agarró la mano de Nat y la apretó contra su teta y Nat pudo
sentir lo rápida y desigual que era su respiración, y cómo corría el latido de
su corazón. Alecia se restregó su mano por su pecho y luego la empujó
abajo a su estómago. Nat se apartó del beso de Palu, tambaleante, para ver
lo que ella estaba haciendo.
—Frótalo por todo mi cuerpo —gimió ella. Se echó hacia atrás y agarró
la mano libre de Palu y empezó a restregarla sobre ella también—. Quiero
estar resbaladiza. Quiero resbalarme y deslizarme contra sus cuerpos
mientras ustedes se deslizan y resbalan dentro de mí.
Por algún motivo su petición puso a los dos hombres a cien. Pensar en
Alecia cubierta de aceite, brillando y resbalosa por todas partes mientras la
follaban atraía a Nat de una manera primaria, y por el gruñido de Palu, Nat
se imaginaba que se sentía igual. Frotaron a Alecia con sus manos, no
demasiado duro pero tampoco amablemente. Nat magreó sus pechos
firmemente, cubriéndolos de aceite. Mientras exprimía los pálidos globos que
eran sus tetas, se inclinó hacia abajo y tomó uno de los pezones con la boca,
lamiendo y chupando el turgente pico, rozando y apretando el firme y
redondeado montículo. Palu se había movido a su otro lado y frotaba sus
manos contra su estómago y las nalgas. Alecia se retorcía entre ellos. Nat
nunca la había visto tan salvaje. Cuando la mano y la boca de Palu se
unieron a las de Nat en sus tetas, Alecia dejó ir un grito estrangulado y
tembló entre sus brazos. Como uno, se acercaron más a ella, encajonándola,
y sus manos continuaron deambulando libremente mientras se hacían un
festín con sus tetas. Alecia rodeó con su mano el bíceps de Nat y sus
caderas dieron un tirón cuando la mano de él se deslizó entre sus piernas.
De repente se retorció, abriendo sus piernas más y Nat sintió la mano de
Palu deslizarse junto a la suya. Los dos hombres presionaron sus dedos
dentro de su caliente y tirante coño, y antes de que Nat lo pudiera hacer, el
pulgar de Palu fue hacia el clítoris de Alecia y empezó a restregarlo allí. Con
solo unas pocas caricias ella se corrió en sus brazos. Gritando sus nombres,
se convulsionó entre ello, sus paredes internas vibrando de placer. Palu
gruñó mientras ella se corría y Nat lo sintió hacer círculos con su dedo y
restregarlo en su interior. Ella gritó de nuevo y tembló un minuto más.
—Ahora estás lista —dijo Palu con voz baja, espesa—. Ahora este
bonito coño está mojado y listo.
—También estoy lista para ti, Palu —le dijo Alecia jadeante—. Me
muero por los dos.
Nat no podía soportarlo más. Se apartó y se tumbó de espaldas y
entonces tiró de Alecia para que se pusiera sobre él a horcajadas. Palu la
ayudó porque ella todavía no estaba recuperada de su orgasmo. Nat quería
follarla ahora. Ahora mientras estaba suave y húmeda y todavía temblorosa
por dentro. Estaba a punto para ellos. Tiró de ella hacia abajo para que su
culo estuviera en el aire y su cara presionando contra el hombro de él. Palu
no necesitaba que le dijeran nada. Se movió detrás de ella y la agarró por las
caderas y sin una palabra apretó en su tieso pasaje. Se movía despacio,
pero Nat sintió tensarse a Alecia y un gemido se escapó. Por el ruido él sabía
que se estaba mordiendo el labio.
—¿Alecia? —preguntó Palu silenciosamente. Él temblaba. Nat podía
ver temblar sus brazos mientras la agarraba de las caderas. Tanto control.
Tanto miedo por ella.
—Por favor, Palu —gimió ella—, por favor, toda entera.
Palu se movió y gimió largamente en voz baja mientras se deslizaba
más adentro. Nat observó aquella gruesa polla desaparecer entre las
hermosas y pálidas nalgas y era algo tan excitante e incitante como sabía
que sería. Ver la polla de Palu, con sus tatau, sus caderas y piernas y
estómago oscuros con los hermosos y primitivos diseños mientras follaba a
su Alecia era asombroso, maravilloso e increíble. Nat también quería estar
ahí dentro, compartiendo el momento con ellos, la fisicalidad y el puro poder
de esa entrada.
—Oh Dios —gritó Alecia—Oh Dios, Palu
Y las propias nalgas de Nat se apretaron al recordar—. Lo sé, Lee —le
dijo con voz irregular, frotando su mejilla en su pelo—, lo sé. Él se siente tan
bueno.
—Sí —sollozó ella—, esto es tan bueno —ella inspiró y gimió y frotó su
frente sobre el hombro de Nat—. Se siente tan bueno tenerlo dentro de mí
por fin.
Nat entendió lo que realmente quería decir. Ella lo amaba. Había
necesitado tenerlo, hacerlo parte de ella. Nat esperaba por Dios poder hacer
lo mismo antes de que Palu se volviera a ir. Pero compartir a Alecia era igual
de importante. Palu estaba en lo cierto, había un 'nosotros' en él y Alecia que
era inviolable, inseparable. Él la amaba tanto que ella era parte de sí mismo.
Pero con Palu, ellos eran diferentes, eran más. Al darle a Palu, se habían
dado el uno al otro, al compartirlo se habían unido. ¿Por qué con él? ¿Acaso
importaba? Esta era la primera vez que iban a estar verdaderamente juntos,
los tres. Pero no la última, juró Nat. Se compartirían mutuamente de cada
manera posible antes de que tuvieran que dejarlo marchar. Cuando Nat
empujó dentro, Alecia pensó que la partirían en dos hasta que el dolor pasó y
quedó sólo el placer, placer que borró todo pensamiento y le robó la
capacidad de pensar, y que amenazaba con quitarle también la voz. Palu la
agarró fuertemente por debajo de los brazos mientras despacio la bajaba
hacia la polla de Nat. Ella sintió cada centímetro mientras entraba en ella.
Estaba más apretada de lo que podía recordar. La polla de Palu en su parte
trasera la hacía así, y Nat tuvo que esforzarse por entrar mientras Alecia
forzaba a sus músculos a relajarse y aceptarlo. Podía oír gemidos y gritos,
pero no podía controlarlos. Tenía que confiar en sus dos hombres, porque
para ella no había nada más que placer, ni control ni miedo.
—Lee, Lee —le canturreó suavemente Nat, su voz tensa y
desesperada. Su cuello se arqueó por un momento, pero la volvió a echar
atrás para verla tomarlo, como si no quisiera perderse ni un segundo de la
vista. Su rostro estaba sonrojado, sus mejillas tirantes y sus ojos brillaban
como el diamante. Ella amaba esto, ella le amaba a él. Él quería esto tanto
como ella. Quería ver y sentirla tomar a ambos, él y Palu. Palu. Ella le sintió
detrás de ella, llenándola, sosteniéndola. Era tan amable, grande y cálido, su
fuerza y poder contendidos a causa de ella, ahora parte de ella. Alecia se
agachó ciegamente y agarró la mano de Nat, que la estaba tomando de la
cadera, entonces ella se echó atrás y arriba, rodeando con su brazo los
hombros de Palu, y él se inclinó hacia abajo para que ella lo pudiera rodear,
la boca de él descansando en el hombro de ella, besándola, murmurándole
suavemente, preocupándose por ella, sintiéndola, Alecia, y no otra mujer.
Cuando Nat estuvo completamente dentro, Alecia casi no podía respirar. Se
sentía como al borde de un precipicio. Palu la codeó ligeramente hacia abajo,
y con sus manos Nat la agarró por los brazos hasta que estuvo sobre él, sus
tetas presionando contra su pecho. Su piel se sentía muy tirante por todos
los lados, tan sensible que sentía el aire moviéndose por la habitación, cada
uno de los vellos del pecho de Nat acariciándola. Entonces Palu se agachó
detrás de ella, sus manos descansando junto a los hombros de Nat en la
cama. Ella estaba rodeada por ellos, llena de ellos, respiraba con ellos, sus
corazones latían con el mismo ritmo, y de repente lo supo. Esto era la
felicidad. Este incontenible amor, alegría y anticipación que sentía era
verdadera y descontrolada felicidad. Se mordió el labio pero no pudo impedir
caer las lágrimas de sus ojos. Nunca se había sentido así. Era mágico,
maravilloso.
—Te amo —dijo casi sin voz. Sabía que Palu no lo entendería. Pero Nat
le colocó la mano en la mejilla y la hizo mirarle, y ella supo que él había visto
y entendido todo—. Ámame —susurró ella.
—Lo hago —le dijo Nat y la besó suavemente sobre los labios—. Lo
hago.
Alecia sacudió su cabeza. Ella necesitaba que Palu supiera lo que
quería. Nat parecía preocupado, pero no la detuvo.
—Palu, ámame –pidió, esperando, anhelando.
Él no contestó. En cambio, comenzó a moverse.
Palu se salió de Alecia solo unos milímetros pero ese pequeño
movimiento en su estrecho pasaje fue suficiente para hacerle apretar los
dientes y cada uno de sus músculos para evitar correrse. Podía sentir a Nat
dentro de ella. Era la cosa más increíble que hubiera hecho. Sentir a los dos
tan íntimamente, saber que cada movimiento, cada respiración, cada latido
del corazón era compartido por los tres. Cuando hacía una semana habían
estado juntos habían compartido sus cuerpos los unos con los otros con
manos, bocas y palabras. Pero esto, esto era mucho más.
—Palu —gritó Alecia. Su voz era temblorosa y como sin aliento y a él le
empapaba su piel y le calentaba la sangre. Ella lo deseaba. Lo necesitaba. Él
se inclinó y le lamió el hombro y la sintió temblar.
— ¿Va todo bien? —susurró él.
Alecia se rió débilmente.
—Sí, sí, mejor que bien. Perfecto.
Empujó de nuevo y Nat gimoteó. Palu adoraba ese sonido. Adoraba el
hecho de estar haciéndoles a los dos gritar de placer cuando los jodía.
Necesitaba oírlos, empujarlos, hacerles sentir de esta manera una y otra vez.
Por un momento pensó en lo que había visto aquella primera noche cuando
observó a Nat y Alecia follar, la intensidad y la necesidad. Al empujar en
Alecia, conduciendo su polla junto a la de Nat dentro de ella y al mirar abajo
a Nat, se dio cuenta, en shock, que tanto Nat como Alecia le miraban con
esa misma intensidad y necesidad. No la había visto antes, no la había
querido ver. Había deseo, pero también ternura y vulnerabilidad en la cara de
Nat. Palu tomó esa confianza y ternura y la devolvió en el movimiento de sus
caderas, en el ritmo de sus empujes. Estaba listo, ahora, listo para verlo.
Palu entendió por fin lo que podía darles, por qué estaba él ahí. Ellos se
amaban el uno al otro, pero aquellos primeros años de matrimonio había
creado un abismo que sencillamente no podían cruzar. Hacía una semana
Nat le había dicho por qué querían irse, no sólo por el padre de ella, sino
también por su pasado. Querían un nuevo principio. ¿Se lo podría
proporcionar? Dios, cuándo deseaba estar con ellos en ese nuevo principio.
En ese mismo momento les podía dar lo que ambos ansiaban, la satisfacción
de compartirse. Con los otros amantes Palu creía que la satisfacción les
venía de regresar el uno al otro cuando el interludio había acabado. El final
de cada historia era una nueva oportunidad de demostrarse entre ellos dos
su amor. Si eso era lo que necesitaban de él, estaría contento de dárselo.
Pero pensaba que con él había más. Por qué, no lo sabía. Pero le habían
dicho que estaban haciendo cosas con él que no habían hecho con los otros
amantes. ¿Qué significaba eso? Esperaba que significara que estaban
experimentando sus mismos terroríficos sentimientos. Alecia le había pedido
que la amara. Buen Dios, ¿es que no veía ya cuánto la amaba? Pensarlo
hizo que se le detuviera todo: pensamiento, sentimiento, respiración, latido
del corazón. Él la amaba. Amaba a Nat. Tenía treinta y seis años de edad y
nunca había estado enamorado. Nunca se había arriesgado de esa manera.
Y ahora estaba enamorado de dos personas mucho más jóvenes y casadas.
Un hombre y una mujer que se amaban tanto que se habían perdonado los
pecados del pasado y que buscaban un nuevo y más brillante futuro juntos. ¿
Quién se pensaba que era, interfiriendo de esa manera? ¿Podría amarlos?
Les podía dar su cuerpo a su voluntad, y secretamente, en silencio, darles su
alma. O podía desnudar esa alma y ver lo que ellos descubrían juntos. Alecia
se estremeció bajo él. Él sintió cada temblor en su caliente piel, humedecida
por el sudor, le sintió los músculos de la espalda y nalgas flexionarse al
intentar arquearse contra él.
—Ámame, Palu —dijo otra vez con voz rota. Nat lo miraba atentamente,
sus ojos entrecerrados y brillantes. Palu no podía negarlo. No quería hacerlo.
—Sí, Alecia —susurró, bajándose él mismo con sus antebrazos,
presionando más profundamente dentro de ella, presionando contra Nat
dentro de ella. Ambos jadearon y él sintió la polla de Nat dar un tirón
mientras Alecia se arqueaba contra él, amarrándolo allí—. Sí, te amo —
susurró, su corazón latiendo con un retumbar aterrorizado en su pecho.
—Palu —gimió Nat. Su cuello se arqueó cuando Palu se salió y volvió a
deslizarse dentro. Las mejillas sonrosadas de Alecia descansaban contra el
hombro de Nat y miraba a Palu con los ojos llenos de lágrimas. Se mordía el
labio, y Palu la alcanzó con su pulgar y dulcemente la liberó.
—Dímelo —pidió Palu—. No te quedes callada.
—Te amo —susurró ella con voz rota—. Creo que lo hago desde
aquella primera noche.
Palu sintió como si un peso aplastante se levantara de su pecho. Miró a
Nat. ¿Eran lágrimas eso en sus sienes? Palu alargó su temblorosa mano y
acarició su suave cabello castaño de ahí y lo encontró húmedo.
—Tú sabes cómo me siento —susurró Nat—. Lo sabes —Nat se lamió
los labios, y Palu quiso besarlo otra vez. Quería que Nat olvidara que
supuestamente estaba al cargo—. Ámame, Palu —susurró Nat y la sonrisa
de Palu estuvo llena de alegría. Era como si las palabras los liberaron a
todos. De repente no podían follar lo suficientemente rápido o lo
suficientemente duro. Palu nunca había conocido esta clase de necesidad.
Tenía que mostrarles cómo se sentía, llenarlos con su polla, su simiente, su
amor. En algún lugar de su mente se dio cuenta de que Nat estaba
intentando marcar un ritmo. Cada vez que Palu se salía Nat se metía. Las
cabezas de sus pollas se rozaban así como el resto de su longitud mientras
Alecia los apretaba fuerte dentro, con pequeños temblores en su coño y en
su culo haciendo que los dos hombres gimieran. Alecia gritaba, pero se
corcoveaba entre sus brazos, dando y recibiendo mientras ellos la follaban
desordenadamente. Palu se salió apoyándose en sus rodillas y rodeando a
Alecia con un brazo la atrajo hacia él. Al elevarse ella cambió el ángulo para
todos ellos, forzando a Nat más profundo, y la polla de Palu rozaba más
directamente la de Nat con cada empujón.
—Sí —siseó Nat—. Jódeme, Palu. Jódeme así.
Alecia se echo a reír desordenadamente.
—No, jódeme a mí así —dijo ella.
Él no podía contestar. Estaba perdido, perdido. No pensó que pudiera
ser así. No había tenido ni idea. Intentó concentrarse, intentó aferrarse a este
momento y convertirlo en recuerdo. El olor a lavanda del cabello de Alecia, el
tacto de su piel, resbalosa con el aceite de almendras y la dulce y caliente
presión de su culo, la primera mujer a la que había follado así. Palu deslizó
su mano por el brazo de ella y lo enterró entre sus dorados rizos, cerrando el
puño hasta que ella gimió y se apoyó en él. Y Nat. Nat subía sus caderas,
sus manos agarrando las caderas de Alecia para mantenerla en equilibro
ante sus empujes. Su barbilla descansaba en su pecho al intentar mantener
tiesa la cabeza para observar lo que estaban haciendo. Sus hombros
estaban tensos por el esfuerzo, las pecas casi desaparecidas en el sonrojo
de la excitación que pintaba su pálida piel. Los músculos de sus brazos
destacaban en crudo alivio y Palu sintió una increíble urgencia de clavarle los
dientes en esos firmes músculos. Quería devorarlo. Todavía podía saborear
el gusto del semen de Nat en su boca, sentir el latido de las venas de la polla
de Nat en su boca. Al gemir Alecia por el agarre del puño de Palu en su
cabello, la mirada de Nat subió y chocó con la suya. Palu sintió los temblores
dentro de Alecia al estar alcanzando ella su cima, oyó la desesperación en
su voz. Podía ver brillar el sudor en el puente de la nariz de Nat y motas de
polvo en un débil rallo de luz solar del atardecer que atravesaba la cama, y el
tiempo pareció detenerse. Entonces Alecia dio un tirón y se liberó del agarre
de Nat y empezó a follarlos, conduciéndose a sí misma arriba y abajo,
pequeños grititos escapándosele con cada empuje. Palu gruñó y cerró los
ojos y se quedó quieto. No quería que se hiciera daño. Ella tomó la mano que
Palu tenía en su cintura y la condujo por su estómago hasta presionarla
contra su coño, empujando el dedo de él entre sus labios húmedos e
hinchados. Él encontró el tesoro que ella estaba buscando allí, un duro botón
de deseo desesperado, e hizo movimientos en círculo con brusquedad,
presionándolo con cada rotación.
—Palu —gritó ella.
—Quiero correrme contigo, maldita sea —rugió él, y se olvidó de ser
cuidadoso. En vez de eso clavó su polla dentro de ella una y otra vez,
persiguiendo su liberación mientras ella sollozaba de placer. Nat la estaba
jodiendo igual de duro y ella lo adoraba, los amaba, y se los dijo, una y otra
vez. Palu sonrió de alivio al sentir sus bolas tensarse dolorosamente y el
cosquilleo de una cálida sensación le atravesó la espina. Y entonces empezó
a venirse, a correrse dentro de ella, con chorros húmedos y calientes,
dolorosos, llenándola.
—Joder, sí —gritó Nat, y sus hombros rotaron sobre la cama al dar un
tirón y Palu sintió el calor y la vibración de la liberación de Nat en el coño de
Alecia. Nat gimoteó al correrse, y la polla de Palu, al oírlo, de algún modo se
las apañó para revivir lo suficiente como para darle un último relámpago
caliente placer. Cuando todo hubo acabado quedó arrodillado allí, respirando
duramente, sosteniendo a Alecia. Ella estaba blanda, agotada, yaciendo
confiadamente en sus brazos, su cabeza girada y su mejilla descansando en
su pecho justo encima de su corazón. Miró hacia abajo y vio una sonrisita
medio dormida de satisfacción en su rostro. Nat tenía una casi idéntica. Los
ojos de Nat estaban cerrados, su cabello oscurecido por el sudor, sus manos
colgando a los lados y su pecho subiendo y bajando rápidamente por su dura
respiración. Todos ellos sonaban como si hubieran corrido una carrera.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Palu silenciosamente, divertido. El
sonido desigual y sin aliento de su voz lo sorprendió.
—Nada, cualquier cosa —contestó Nat con una voz igualmente
desigual—. ¿Importa?
—Todo —Alecia susurró. Ella levantó ambos brazos sobre su cabeza y
rodeó con ellos el cuello de Palu con un lánguido apretón que hizo que su
ablandada polla saliera de su pasaje interno—. Oh —gritó ella suavemente,
sonando decepcionada.
—Todo —concordó Palu fervientemente. Él echó un vistazo sobre su
hombro para ver a Nat deslizar sus manos por los muslos abiertos de ella
con una suave caricia.
—Sí —concordó Nat, encontrándose con sus ojos—. Todo.

© TRADUCTORAS INEXPERTAS 2010

Capítulo 11

El sol se había puesto. Se habían lavado y quedado dormidos


enredados en los brazos del otro. Cuando Alecia despertó varias horas más
tarde fue para encontrar a Palu a su espalda mientras que ella estaba
apretada contra el pecho de Nat, con la cabeza metida bajo su barbilla.
Nunca se había sentido tan segura y cálida como en aquel momento. Ahora
todos estaban despiertos, pero parecían tan poco dispuestos a salir de la
cama como ella.
Palu estaba tendido sobre su estómago, sus piernas abiertas, mientras
que Nat escudriñaba su tatuaje de nuevo. Nat estaba arrodillado entre sus
piernas mientras pasaba las manos sobre los muslos y las nalgas de Palu,
siguiendo los remolinos. Alecia le sonrió. Era como un niño pequeño con un
juguete nuevo. Aunque tenía que admitir que ella estaba igual de fascinada
con el tatau de Palu.
Alecia se medio-reclinó sobre algunas almohadas de cara a ellos.
—He leído —se aventuró vacilante— que las mujeres en las islas del
Pacífico tienen esas marcas también.
Palu abrió los ojos y le sonrió soñoliento. Tenía la mejilla apoyada en el
dorso de la mano. Parecía muy joven y feliz a la luz de las velas.
—Hmm, ¿Sí? —respondió—. Pensé que no estabas familiarizada con
ellos.
Alecia se ruborizó.
—En las últimas semanas he leído algunos folletos.
Nat resopló y se inclinó para frotar la nariz en la parte baja de la
espalda de Palu. Palu se estremeció.
—Y un libro o dos o tres —le dijo Nat a Palu—. No dejes que te engañe,
Palu. Ella es una lectora voraz.
La sonrisa de Palu creció.
—Ya veo que tendré que estudiar cada noche para seguirle el ritmo.
¿Estaba bromeando? Alecia pensó que debía estarlo. Ella nunca sabría
tanto como Palu. Había viajado por el mundo y había escrito uno de los libros
que había leído. No se dio cuenta que estaba frunciendo el ceño hasta que
Nat alargó la mano hacia ella y alisó con su dedo las arrugas entre sus ojos.
—No frunzas el ceño, Alecia —regañó suavemente—. Palu estaba
bromeando. No quería decir nada con ello.
Palu rodó sobre su costado, casi derribando a Nat. Nat se estabilizó y
luego se recostó hacia abajo sobre el muslo de Palu. Palu dobló su brazo y
apoyó su mejilla en la palma de su mano mientras estudiaba a Alecia en
silencio. Ella quería retorcerse bajo su escrutinio, pero se mantuvo quieta.
—No pongo en duda tu inteligencia, Alecia —dijo finalmente. Cogió su
mano y besó las yemas de sus dedos—. ¿Por qué lo harías tú?
Alecia se encogió de hombros con impotencia.
—No fui educada como tú y Nat lo fueron, Palu —le dijo, irritada por su
falta de comprensión—. Estoy segura de que nunca sabré lo que ustedes
dos saben, sin importar cuantos libros lea.
Palu se limitó a gruñir y siguió observándola con atención por un
minuto.
—Dime lo que has aprendido del tatau —preguntó de repente. Sin
previo aviso, rodó de nuevo, esta vez a su espalda, y Nat gritó disgustado: ¡
Para! —cuando él casi se cae del borde de la cama. Palu sonrió
juguetonamente y agarró las manos de Nat, tirando de él y asegurándolo
sobre sus piernas. La nueva posición le hizo a Nat lamerse los labios cuando
se agachó y comenzó a trazar el tatau sobre el estómago y caderas de Palu,
evitando la ingle. Cuando Palu empujó sus caderas, tratando de forzar la
mano de Nat sobre su endurecida polla, fue el turno de Nat de sonreír con
picardía.
—No me has contestado —dijo Palu, girando a mirarla de nuevo—. ¿
Qué aprendiste?
Alecia estaba nerviosa, asustada de mostrar su ignorancia. Pero dentro
de ella sabía que Palu no la menospreciaría. Él contestaría sus preguntas. Y
tenía tantas. Se inclinó y delineó uno de los remolinos sobre su hombro.
—El libro de tu padre decía que estos remolinos representaban las
hojas de los helechos. ¿Hay muchos de ellos allí, entonces?
Palu asintió mientras miraba hacia abajo a su dedo donde trazaba el
diseño.
—Sí, se alimentan de ellos, construyen con ellos. Los utilizan de
innumerables maneras. El helecho es muy importante para muchos grupos
de allí.
Alecia lo encontró fascinante.
—¿Y crecen silvestres?
Palu se rió.
—Oh, sí. Hace calor allí, Alecia y humedad. Al igual que los naranjales
aquí. Los helechos crecen por todas partes. Yo mismo he catalogado más de
treinta especies.
Alecia volvió a sonrojarse. Ella ya sabía eso sobre el clima.
—¿Qué hay de los otros diseños? ¿Los puntos y la banda de tu brazo?
Era el turno de Palu para ruborizarse.
—Me temo que yo estaba soportando un gran dolor en ese momento.
Mi abuelo —hizo una pausa y alzó la vista hacia ella— el padre de mi madre,
por supuesto, eligió los diseños por mí. Hubo una ceremonia religiosa
cuando hicieron el tatau, y las mujeres cantaron su significado. Yo estaba
aturdido y solo entendí una palabra de cada cinco —sacudió la cabeza—. De
alguna manera me identifica. Otros polinesios sabrían con sólo mirarlos de
dónde y de qué familia soy —Alecia delineaba la banda alrededor de su
brazo—. Esto significa fuerza. Aunque no estoy seguro de qué tipo.
—Fuerza interior —dijo sin pensar. Ella le echó una mirada a Palu,
quien se mostró sorprendido.
—¿Por qué dices eso? —preguntó.
Ella se encogió de hombros.
—Creo que debes tener una gran fuerza interior para crecer como lo
hiciste, un niño de dos mundos, uno de los primeros de tu clase, dividido
entre las fronteras y la lealtad.
Palu extendió la mano y acarició sus mejillas con los nudillos
tiernamente.
—Tú tienes una sabiduría, Alecia, que no se puede obtener de los
libros.
Se mordió los labios, sin saber qué decir, pero terriblemente complacida
por el cumplido. Palu tocó su labio y ella inmediatamente lo liberó.
—Muchas mujeres polinesias tienen tatau alrededor de la boca —le dijo
Palu.
—Oh, sí. He leído sobre eso —Alecia hizo una mueca—. No creo que
me gustara algo así.
Palu se rió.
—Sus labios están entintados de negro y rodeados por dibujos. —dio
un golpecito al centro de su barbilla—. Y a menudo tienen un tatau aquí, que
parece como alguna clase de barba exótica.
Alecia rió.
—¡Que raro! ¿Y los hombres encuentran eso atractivo?
Palu asintió.
—Mucho. Sólo las mujeres más ricas de las mejores familias tienen ese
tatau.
Nat sacudió la cabeza.
—Ni siquiera pienses en colorear esos hermosos labios rojos de negro
—advirtió bromeando—. Voy a tener que refrenar ese impulso hasta que se
te pase.
Palu no se rió. Muy seriamente dijo:
—No me gustaría ver siquiera una pulgada de tu gloriosa piel con tatau,
Lee —recorrió con la yema de sus dedos la parte delantera del cuello y a lo
largo de su clavícula. Ella se estremeció con el suave toque—. Eres hermosa
—dijo Palu solemne—. Pálida, de porcelana, esta piel es magnífica —
recorrió los nudillos sobre su pezón y la punta, volviéndola rosa brillante—.
Me encanta el rosado rubor que la cubre cuando estás excitada —la miró con
oscuros e insondables ojos—. Me encanta tu piel. Quiero cubrirla con la mía,
besarla, adorarla —deslizó una mano por su hombro y besó la curva blanca
de su pecho—. No, no la estropees, Lee. Nunca.
Se pasó la mano por sus despeinados rizos.
—No lo haré, Palu —prometió en voz baja. Esa era una promesa fácil
de hacer. ¿Dónde diablos iba a conseguir un tatau en Inglaterra? Sintiéndose
mal, añadió—: No donde tú puedas verlo, de todos modos.
Palu se echó hacia atrás y ella se sentó de nuevo. Él pareció haber
perdido su buen humor y ella se entristeció al darse cuenta. Miró a Nat y su
cara le dijo que él lo había notado, también. Él dobló su brazo y mostró su
músculo.
—¿Y yo? —bromeó—. ¿Me pondré uno como el tuyo, Palu?
Alecia retuvo el aliento ante la imagen y respondió antes de que Palu
pudiera hacerlo.
—Sí —dijo con voz entrecortada—. Oh, sí, Natty, igual que el de Palu.
Los dos con un maravilloso tatau sobre sus hermosos y anchos hombros —
ella se estremeció—. Qué absolutamente delicioso sería.
Palu arqueó una sonrisa satisfecha.
—Creo que le gusta la idea, Nat —dijo divertido. Luego le miró y deslizó
un dedo subiendo por su hombro y bajando por su brazo. Nat se estremeció
y Alecia vio el vello de su brazo erizarse—. Creo que me gustaría también —
dijo Palu bruscamente—. Quiero seguir el rastro con mi lengua, como tú lo
haces.
Nat lo miró con alarma.
—No me pondré un tatau en la polla sin importar lo que ustedes dos
deseen..
Palu se echó a reír con fuerte voz y Alecia sonrió. Lo que fuera que le
hubiera preocupado antes ya estaba olvidado.
—No, no quiero a nadie más manoseando eso. Solo Alecia y yo —miró
divertido a Nat—. Eso va por tu apretado culo blanco también.
El corazón de Alecia estaba acelerado. ¿Qué quería decir? ¿Se
quedaba? ¿Quería una aventura a largo plazo?
Era el turno de Nat de ponerse serio.
—Nunca más, Palu. Nadie más nunca más —cuando se inclinó para
besar a Palu, Palu tiró de Alecia también, y los tres sellaron la promesa de
Nat con un hambriento beso.
Cuando llamaron a la puerta Alecia se apartó con un jadeo, pero Nat
tardó más en apartarse del abrazo de Palu. No comprendía que en realidad
era alguien en la puerta y no los latidos de su corazón bombeando
fuertemente a causa de las promesas que parecían estar haciendo.
—Nat —susurró Palu, mordisqueándole la oreja—. Hay alguien en la
puerta.
—¿Qué pasa? —Nat gritó finalmente con voz áspera.
—El señor Colby está aquí para verlo, señor —dijo Soames, a través de
la puerta.
—¿Qué? —Nat se incorporó y despejó la niebla de deseo de su
cabeza.
—¿El señor Colby? ¿Qué quiere?
—No lo dijo, señor. Sólo que era urgente y parecía bastante inquieto.
—Madre —Alecia jadeó, bajando de la cama. Se giró en un círculo,
claramente buscando la ropa, incapaz de concentrarse en ella, preocupada.
Nat se deslizó rápidamente tras ella y Palu le siguió.
—Alecia —dijo Palu, deteniéndola con una mano en su brazo. Cayó en
sus brazos y él la abrazó con fuerza mientras Nat agarraba los pantalones y
metía sus pies en ellos.
—Dígale que voy para allá —Nat dijo a través de la puerta. Soames
contestó afirmativamente. Una vez que Nat tuvo los pantalones puestos
agarró la ropa interior de Alecia de la silla donde ella la había tirado y la
empujó hacia Palu—. Ayúdame.
Entre los dos la metieron en su vestido. Ella corrió a su tocador y agarró
un cepillo, mientras que Nat se ponía una camisa. Se detuvo cuando vio a
Palu de pie allí.
—¿Por qué no te estás vistiendo? —le espetó—. Tenemos que darnos
prisa.
Palu pareció sorprendido.
—Nat, no puedo bajar contigo. ¿Qué pensará?
—¡Oh! —Alecia gritó. Se dio la vuelta, sujetando el cepillo contra su
pecho. Lágrimas se deslizaban por sus mejillas— ¡Oh, Palu, por favor! —ella
se mordió el labio y respiró hondo por la nariz, pareció calmarse un poco—.
Entiendo que no desees que él sepa que estás aquí —continuó en voz
baja— pero por favor no me dejes. Te necesito.
Nat sintió retorcerse su corazón. Esto es por lo que había temido, estas
elecciones. Palu no podía estar allí para Alecia, y Alecia no podía tenerlo
cuando lo necesitaba a su lado. ¿Era esto amor? ¿Era esto lo que querían?
—Viene —dijo Nat con gravedad. Agarró los pantalones de Palu del
suelo y se los arrojó. Palu los sujetó contra su pecho con una mirada
acalorada—. Vístete y reúnete con nosotros abajo —cuando Palu vaciló, Nat
agregó—: El viaje empieza aquí —¿Palu recordaría aquellas palabras que él
les había dicho hacía apenas unas semanas?
Alecia se desplomó sobre la banqueta frente a su mesa con un sollozo.
Los labios de Palu se estrecharon, pero no rompió el contacto visual con Nat.
Finalmente asintió. Nat le devolvió el asentimiento, el silencioso acuerdo
realizado, y fue hacia Alecia.
—¡Padre! —exclamó Alecia cuando se precipitó en la habitación. No
había sido capaz de esperar a que Palu se vistiera. Había prometido venir, y
ella tenía que creerle. Nat estaba justo detrás de ella.
Su padre saltó de su asiento. Sostenía los brazos del sillón con fuerza,
y su rostro estaba encendido de un rojo furioso.
—¿Es madre? —Alecia preguntó, desesperada por saber—. ¿Qué ha
sucedido?
—Nunca te permitiré ver a tu madre de nuevo —le dijo bruscamente.
Alecia se detuvo tan de repente que por poco se cae.
—¿Qué? —susurró.
—¿De que está hablando? —Nat exigió con ira—. ¿Qué ha hecho?
—¿Qué qué he hecho? —dijo su padre con voz áspera—. Más bien es
que has hecho tú. —dio un paso hacia ella, dejándola ver que estaba
literalmente temblando de rabia—. El señor Hardington vino a verme hoy
para avisarme que la noticia de su romance con ese salvaje de Anderson se
está extendiendo por toda la ciudad.
—¿Qué? —Alecia susurró. ¿Tan pronto? Hardington debió haberlos
visto en el parque hoy. Tuvo que haberlos seguido. ¿Qué iban a hacer?
—Nadie puede probar ni una maldita cosa —gruñó Nat—. Y aun
cuando pudieran no hace ninguna diferencia. Alecia y yo estamos casados.
Lo que hagamos en la intimidad de nuestro dormitorio no es asunto de nadie,
sino nuestro.
Su padre no había dejado de mirarla e incluso pasó sin mirar a Nat.
—Me has arruinado —le gritó a ella—. Yo te di todo lo que siempre
deseaste, compré el hijo de un maldito noble para ti, ¿Y así es como me
pagas? —avanzó y Alecia se retiró hasta que su espalda estuvo contra la
pared—. Nos has avergonzado a tu madre y a mí por última vez. No serás
bienvenida en nuestra casa. Te negaremos en la calle. Te trataremos como
la puta que eres. ¿Entiendes?
Alecia estaba temblando, no podía evitarlo. Nunca había visto a su
padre tan enojado. Lo decía en serio. Creía cada palabra.
—Tú, maldito bastardo —gritó Nat, apartando a su padre lejos de ella—.
¿Viene a acusarnos aquí, a esta hora de la noche, asustando de muerte a
Alecia, para amenazarla? ¿Por algo que no es asunto suyo?
Su padre se volvió hacia Nat con un gruñido.
—Y tú, un Caballero de la Puerta Trasera es lo que eres —acusó con
dureza—. La casé con un sodomita y ésta es mi recompensa. Tú la
arrastraste al infierno a tu lado, y mí y a su madre directamente contigo.
Alecia quedó sin aliento y su boca abierta por las palabras feas de su
padre. Ella lo vio retroceder el puño y gritó una advertencia:
—¡Nat!
De repente Palu irrumpió en la habitación y echó una mano, cogiendo el
puño de su padre en la palma de su mano.
—Conténgase, señor Colby —escupió. Se volvió hacia ella—. Alecia,
cierra la puerta.
—¡Suéltame, bastardo! —gritó el padre de ella cuando Alecia cerró la
puerta del salón en las aturdidas caras de Soames y el lacayo. Suponía que
tendría que buscar nuevo servicio mañana después de esto.
Alecia se apoyó contra la puerta cuando Palu alejó de un empujón al
señor Colby.
—A menos que quiera usted que yo en persona lo saque de esta casa y
lo eche a la calle —dijo con calma Palu— bajará su voz y sus puños. ¿
Entiende?
—Hazlo —gruñó Nat—. Él merece tal desplante.
El señor Colby se alejó varios pasos de Nat, luego se volvió y lo apuntó
con un dedo tembloroso.
—Jamás verás ni un penique más, ¿Me oyes? Ni siquiera un penique
de mí.
Nat dio un paso amenazador hacia adelante.
—Ése es el dinero de Alecia. Era de su madre, y ahora es suyo. Si ella
me hubiera dejado yo le hubiera llevado a los tribunales por ello.
—¡Ja! —el señor Colby rió perversamente—. Por lo menos ella no es
tan estúpida como obviamente lo eres tú —se mofó—. Ella sabe que hacer
eso supondría exponer tus actos vulgares y poner tu vida en peligro.
El corazón de Palu se detuvo y no pudo recobrar el aliento. Colby no
expondría a Nat al procesamiento como sodomita, ¿Verdad?
—Usted no lo haría —gritó Alecia—. ¡Padre, por favor!
—Ya no necesitas el dinero —le dijo. Señaló a Palu—. No, ahora que le
tienes a él.
—¿De qué está hablando? —Nat le preguntó con brusquedad—. El
dinero es nuestro.
—No es tuyo —escupió el señor Colby—. Y no te veré nunca tenerlo.
Tu maldito salvaje puede cuidar ahora de ti.
Palu vio la incomprensión en sus caras. No muchos lo sabían. ¿Cómo
lo había averiguado Colby?
—¡Dios mío! —dijo el Sr. Colby con incredulidad—. ¿Ambos lo ignoran?
Y yo que pensaba que era por el dinero. Pero no es así, ¿Verdad? Es sólo
alguna nueva perversión que han inventado entre los dos.
—Palu no es una perversión —dijo Alecia acaloradamente—. Él es un
hombre. Y lo amamos.
El corazón de Palu se sacudió ante la declaración. En medio de todo
esto, todavía lo reclamaba. No tenía ni idea de a dónde los podría llevar,
pero lo hizo de todos modos.
El señor Colby se puso las manos sobre las orejas y lanzó un grito de
desesperación.
—¡No me digas cosas tan horribles! ‘Lo amamos’, como si eso no fuera
antinatural y repugnante.
—Palu —dijo Nat lenta pero claramente—. ¿De que está hablando?
—Creo que se está refiriendo a los tres juntos —respondió Palu,
evadiendo la verdadera pregunta de Nat.
—Es mi hija de la que usted habla —recriminó Colby—. Mi hija.
—Algo que sólo parece recordar cuando mejor le conviene —respondió
mordazmente Palu.
—No es antinatural —empezó a decir Alecia pero Nat la cortó.
—Paren —ordenó. Tenía las manos en alto, y ambos Alecia y su padre
dejaron de hablar. Alecia se mordió el labio con fuerza y Palu quiso decirle
que no se hiciera daño. Nat se volvió hacia él—. ¿Exactamente cómo va
nuestro 'maldito salvaje' a cuidar de nosotros?
Palu suspiró, se acercó y se sentó en el sofá.
—Su 'maldito salvaje' tiene un ingreso de cerca de quince mil libras al
año —le dijo a Nat.
Alecia quedó boquiabierta, luego tropezó y cayó en la silla de respaldo
alto junto a la ventana.
—¿Quince mil? —susurró con incredulidad.
Nat suspiró enfadado y se pasó las manos por el pelo bruscamente,
dejándolo de punta.
—¿Y cuándo ibas a decírnoslo? —exigió.
—¿Por qué? ¿Importa? —Palu había tenido miedo de esto.
Deliberadamente vivía por debajo de sus medios y escondía su riqueza.
Odiaba la forma en que la gente cambiaba su trato hacia él cuando se
enteraban de ello.
—¿De dónde viene? —Alecia preguntó consternada. Ella tenía el ceño
fruncido de nuevo—. ¿De dónde diablos has sacado esa cantidad de dinero?
—Mi padre trajo un espécimen de cada rara especie que halló en sus
expediciones hace cuarenta años. Compró una propiedad y la invirtió.
También escribió varios libros, todos los cuales se siguen solicitando hoy.
Tras su explicación Alecia lo miraba atónita y Nat enojado y
desesperado.
El señor Colby se echó a reír groseramente.
—¿Esperaba comprarlos? Bueno, lo he hecho más fácil para usted,
Anderson. No tienen nada ahora, gracias a usted. Estoy seguro de que van a
estar abiertos a una oferta.
Sí, eso era a lo que había tenido miedo. Una de las muchas cosas.
Pero se dio cuenta que ya no estaba preocupado por eso. Los conocía mejor
ahora. Él sabía que no eran así.
—Sal —dijo Nat, su voz baja y rabiosa. Se acercó y abrió la puerta con
violencia contenida—. Fuera, Colby, y no vuelva. No necesitamos su dinero.
Colby se rió más fuerte.
—No, no lo necesita, ¿verdad? tienes el suyo ahora —señaló a Palu—.
Tal vez usted no es el gran tonto que yo creía, Digby. Buscó en territorio más
rico, ¿No?
—No puedo creer que sea mi padre —dijo Alecia lentamente. Se
levantó y se sacudió la falda, lo miraba con tranquila dignidad—. Toda su
vida ha intimidado a quienes le rodean, incluida yo. He terminado con eso y
con usted. Yo no le necesito a usted o su dinero. Mi marido le ha pedido que
se vaya. Le ruego que no vuelva. Nunca.
Colby resopló y agitó la mano despectivamente.
—No te preocupes. Nunca me verás de nuevo por aquí. He trabajado
muy duro para llegar a donde estoy para dejar que tu promiscuidad y
perversión arruine todo lo que he logrado —se acercó a la puerta, mirando a
Nat que aún la agarraba manteniéndola abierta—. Los dos han sido una
vergüenza para mí durante años. Mis esfuerzos para reducir su
comportamiento lascivo e indignante han fracasado. No acudan a mí cuando
cosechen su justa recompensa —pasó por la puerta y se volvió para decir
algo más, pero con una mirada de satisfacción suprema Nat se la cerró en la
cara. Colby pidió su sombrero y guantes y un minuto después se oyó el golpe
de la puerta de la entrada.
La salida de Colby de la casa pareció cortar una cuerda invisible y tanto
Nat como Alecia encontraron asientos y se dejaron caer en ellos.
—Bueno, se acabó entonces —dijo Nat malhumorado. Inhaló y volvió la
cabeza para mirar a la pared del fondo.
Alecia apoyó la cabeza en la silla y Palu vio el rastro de una lágrima.
—No necesitas preocuparte por tu padre —le dijo Palu—. Él estaba en
lo cierto. Tengo los medios para mantenerlos a los dos. No debes temer por
eso.
En lugar de tranquilizarla, su observación hizo que Alecia hipara cuando
sus lágrimas cayeron más rápido. La reacción de Nat era típica suya, como
Palu estaba comenzando a reconocer. Se arrojó de la silla y se metió las
manos en el pelo de nuevo, esta vez aplastándolo en la parte superior de su
cabeza y dando un grito de frustración, sin palabras. Palu estaba
sorprendido.
Los brazos de Nat cayeron a sus costados.
—¿No lo ves? —le preguntó a Palu con una voz torturada—. No
podemos dejarte hacer eso. Todo el mundo pensará que te hemos engañado
por tu dinero. No tengo ningún deseo de ser conocido como esa clase de
hombre.
Era el turno de Palu de quedarse con la boca abierta.
—¿Qué? ¿Qué estás diciendo?
—Estoy diciendo que no podemos estar contigo nunca más —exclamó
Nat. Se frotó las manos con fuerza sobre su rostro y se quedó con las manos
en las caderas mirando al techo por un momento. Cuando volvió a mirar a
Palu la angustia escrita en su cara lo calmó, a pesar de sus palabras. Él no
quería dejar a Palu. Eso era evidente. Y por Dios, él no iba a ninguna parte.
Ahora no. Nunca más. No sin estos dos.
—No seas ridículo —tan pronto como las palabras salieron Palu sabía
que él había hablado precipitadamente.
—¿Ridículo? Estoy siendo ridículo, porque no quiero que la gente me
llame cosas a mis espaldas, a la pregunta de mis sentimientos por ti, ¿Crees
dejaría que mi esposa y yo nos convirtiéramos en putas por tu dinero? —la
angustia de Nat se estaba convirtiendo en ira, que era mejor en opinión de
Palu.
—No, tú estás siendo ridículo —le dijo Palu cuando se levantó y le
encaró—. Pensar siquiera que iba a dejarte ir ahora —incluyó a Alecia en su
dura mirada—. O que yo dejaría que tú me rechazaras.
Alecia quedó así, con los brazos envueltos alrededor de su estómago.
—Palu, compréndelo. Nat tiene razón. La gente pensará lo peor de
nosotros. Si no tenemos nada más, por lo menos nos quedará nuestro
orgullo.
Palu movió la mano bruscamente, por una vez, dejando salir su enojo.
—¡A la mierda el orgullo! ¿Qué creen que la gente dirá de mí? —él
golpeó su pecho bruscamente con el dedo—. Van a decir que soy un idiota al
pensar que dos jóvenes amantes como ustedes podrían interesarse en mí. ¿
Yo, un bastardo nativo mestizo? —lanzó las manos al aire—. ¡Y sin embargo,
no me importa! Que hablen. Ellos han estado hablando de mí desde que
puse mis pies en esta orilla. Lo único que importa es lo que tenemos, lo que
podríamos tener. ¿No entienden cómo me siento? ¿No entienden lo que
significáis para mí?
Alecia había cubierto su boca con la mano y meneaba la cabeza
mientras las lágrimas caían sin control. Nat estaba mirándolo con ojos
hambrientos, esperanzadores.
—No eres un idiota —le dijo en voz baja.
Palu rodeó el sofá y agarró la mano de Nat y lo arrastró hacia Alecia.
Luego envolvió a los dos entre sus brazos con fuerza.
—Ustedes me han dado un lugar —susurró en el pelo de Alecia
mientras Nat hundía la cara en su hombro—. He vagado y buscado un lugar
al cual pertenecer, y lo he encontrado en ustedes dos. Había perdido la
esperanza, ya saben. Pensé que siempre estaría solo. Y ahora sé que nunca
lo estaré de nuevo. Que vale la pena pagar cualquier precio.
Alecia se aferró fuertemente a él. Podía sentir su mano agarrando en
un puño la tela de la espalda de su camisa.
—Palu —sollozó. Nat estaba en silencio, pero Palu sentía su temblor.
—Díganme que sienten lo mismo —les rogó con dureza—. Díganme
que no estoy soñando. Díganme que donde quiera que estén me dejaran
estar allí con ustedes. Aquí y en cualquier lugar. Yo les daré a ambos el
mundo. Tómenlo. Acéptenme.
—No quiero el mundo —exclamó Alecia. Ella levantó la cara hacia él, y
acomodó su mejilla en la palma de su mano—. Sólo te quiero a ti, nosotros,
esto. ¿Estás seguro?
Palu asintió, demasiado emocionado por sus palabras. Alecia se puso
de puntillas para besarlo apasionadamente, y él le devolvió su fervor. Pero
sostuvo firmemente a Nat también. Él no dejaría que ninguno de los dos se
fuera. No durante mucho tiempo.
El podía probar las lágrimas de Alecia, y juró que jamás volverían a
menos que fueran lágrimas de alegría. Poco a poco se dio cuenta del silencio
de Nat, y alejó lentamente a Alecia. La mirada de deseo y adoración en su
cara era algo que nunca olvidaría.
Se volvió hacia Nat y con un dedo bajo su barbilla le levantó la cabeza
de su hombro.
—Dime —pidió en voz baja—. Dime.
Nat asintió. Había estado demasiado abrumado para hablar, pero ya no.
—Sí. Te acepto, Palu. Y voy a tomar el mundo contigo —Palu apoyó la
frente contra la de Nat. Incluso ese pequeño beso de piel contra piel hizo que
el corazón de Nat se acelerara.
—¿Dónde está mi Inglés Risueño? —Palu susurró. Nat rió débilmente y
le sonrió—. Tendrás que hacerlo mejor —se inclinó y susurró al oído de
Nat—. ¿Vas a reír cuando me estés follando, precioso Nat? Me gustaría eso.
—Cristo, Palu —Nat se ahogó—. Tendré suerte si sobrevivo a la
experiencia —cerró los ojos e imaginó las hermosas nalgas de Palu con sus
oscuros dibujos y se estremeció de excitación—. Quise joder ese hermoso
culo tuyo desde la primera vez que lo vi.
Palu se echó a reír con esa risa profunda y viva que hizo que la sangre
de Nat se calentara en sus venas.
—¿Tú, Natty? —ronroneó Palu—. Te he deseado desde ese momento
—su voz se redujo a un gruñido—. Desde que no podías mantener la boca
lejos de él.
Alecia se echó a reír y se sintió aliviada, salvaje y excitada. Se separó
de ellos y se desplomó contra el respaldo del sofá, con los brazos arrojados
sobre su cabeza despreocupadamente.
—Y yo he querido verlo desde hace tanto —gritó de alegría. Los miró
con brillantes, sonrientes ojos, secándose las mejillas con las palmas de sus
manos—. ¿Van a hacerme esperar mucho más?
Palu se apartó de Nat con otra risa.
—Un minuto eres tímida y lloras y el próximo exiges que tu marido me
folle —sonrió incitante—. Me encanta que te guste esto tanto como a
nosotros.
Alecia se sintió ofendida.
—No soy tímida —protestó.
Nat no pudo evitarlo, se echó a reír con Palu.
—Lee, querida, eres tímida. También inteligente y apasionada. Pero
eres en verdad tímida.
Cruzó los brazos sobre el pecho y los fulminó con la mirada tercamente.
—Le pedí a Palu que viniera a casa con nosotros la primera vez, ¿No?
—Creo que tuvo más que ver con que Simon te tomó de improviso —
observó secamente Palu—. Y debo añadir que me tomó por sorpresa
también. No le había dicho lo mucho que te deseaba —Palu acechó a Alecia,
con una ágil maniobra alrededor de la mesa delante del sofá. Alecia lo
miraba con recelo—. Y cuando me trajiste a casa, te sentaste en el sofá y te
sonrojaste sin saber qué decir o hacer.
Alecia se ruborizó.
—Sabía lo que quería hacer. Lo que no sabía es si tú querías hacerlo
también.
Nat se echó a reír.
—Su dura polla en esos apretados bombachos debería haberte dado
una idea, Lee.
—Quieres decir, ¿Esto? —preguntó Palu, mirándose a sí mismo.
Estaba duro, su polla perfilaba magníficamente sus gamuzas. A Nat se le
hizo la boca agua, y Alecia dejó de ruborizarse, su mirada se volvió
hambrienta.
—Dime lo que quieres que haga —dijo Nat, utilizando a propósito las
mismas palabras que la primera noche.
—Quiero estar desnudo para ambos —dijo Palu—. Y quiero que me
folles.
—Oh Dios, Palu —gimió Nat—. Eso es lo que yo quiero también.
—Entonces, dejen de hablar —les dijo Alecia, exasperada. Se levantó y
cogió las dos manos, en primer lugar a Palu y luego a Nat, y los arrastró
hacia las puertas del salón. Ella agarró la manija y los miró por encima del
hombro con una sonrisa maliciosa—. ¿Listos?
Nat sintió como si estuviera preguntando mucho más con esa palabra.
¿Estaban preparados para los retos que enfrentarían? ¿Listos para salir
finalmente de Inglaterra con Palu y encontrar la vida que siempre habían
soñado? ¿Listos para el amor, una familia y todo lo que venía con esas
responsabilidades?
—Absolutamente —dijo, y Alecia abrió las puertas tirando de ambos
para atravesarlas.
© TRADUCTORAS INEXPERTAS 2010
Epílogo

Cinco años Más tarde

—¡Papá! —el pequeño muchacho corrió por la cubierta y se lanzó a los


brazos de Palu, sólo para ser levantado alto y balanceado dando vueltas
hasta que se rió de modo incontrolable.
—¡Gordon! —le reprendió Alecia—. Ya sabes que no debes correr por
la cubierta.
—Pero Mamá —argumentó él—, ¿Cómo si no se supone que iba a
saltar tan alto a los brazos de Papá?
Palu se rió y despeinó su rizado pelo castaño oscuro. Apenas podía
creer cuánto se le parecía Gordon. Él lo consideraba una bendición, pero
cuando llegaran a Inglaterra eso sería más bien una maldición, suponía él.
Ellos esperaban llegar a Londres a mediados de semana, y Palu se ponía
cada vez más inquieto por ello. Nat y Alecia estaban tranquilos. Ellos
simplemente se encogían de hombros y Nat había dicho filosóficamente: “Lo
que sea, será”. Palu no tenía ningún argumento para esto.
—Se parecen como dos guisantes en una vaina —se rió Alecia,
repitiendo sus pensamientos. Ella vio la mirada sobre su cara y arrugó la
nariz—. No comiences otra vez, Palu. Ya hemos pasado por esto. Estaremos
todos bien —ella se dio vuelta y frunció el ceño al horizonte—. Estoy más
preocupada por cómo la Society reaccionará a mi documento. Es muy
frustrante que no pueda estar allí para leerlo yo misma.
—Quizás un día ellos permitirán mujeres, querida mía —dijo Nat por
detrás— y luego serás capaz de presentar tus propios documentos.
Palu se giró y tuvo que reírse de la imagen que Nat componía con la
pequeña Grace dormida sobre su hombro. Como Gordon, ella tenía el pelo
oscuro y rizado de Palu, pero a diferencia de Gordon, ella tenía la piel clara y
los rasgos de Alecia. Nat la adoraba, como todos. Ella tenía sólo dos años,
pero ya gobernaba la familia con puño de hierro.
Alecia extendió la mano y acarició el brazo de Nat.
—Estoy segura que harás un maravilloso trabajo leyéndolo por mí,
Natty, —ella le dijo—. Y Sophie va a tener el salón donde seré capaz de
contestar cualquier pregunta más tarde —se mordisqueó el labio
nerviosamente—. No es la presentación lo que me preocupa, sino el
contenido. La Royal Society parece estar llena de ciencias físicas y médicas
últimamente. No sé cómo van a estar interesados en la estructura familiar y
la vida hogareña de diferentes grupos nativos de la Polinesia.
—Pues igual de interesados que en mi documento sobre los arrecifes
de Australia, supongo —dijo Nat suavemente.
—Bueno, Nat, siempre podrás mostrarles tu tatau y describir el proceso
—reflexionó Palu en broma.
—Pensé que era sólo para tus ojos y los de Alecia —bromeó Nat.
—Pero Papá Nat, yo lo he visto —soltó Gordon frunciendo el ceño.
Palu se rió.
—Sólo para ojos de familia, entonces, pequeño hombre —dijo él,
besando la sien de Gordon.
Alecia se inclinó y besó el hombro de Nat con cuidado, atenta de no
despertar a Grace.
—Sí, solamente para la familia.
—¿Podemos enseñarles a todos los tuyos, Papá? —preguntó Gordon
con impaciencia—. Tú tienes más.
Palu se atragantó y Nat se rió.
—Tú lo criaste —Nat le dijo con una ceja levantada.
Palu miró severamente a Gordon.
—Papá sólo bromeaba, Gordon. No mostramos o hablamos sobre
nuestros tatau a extraños.
—¿Ni tampoco sobre el de Mamá?
Alecia se ruborizó.
—Sobre todo no sobre el de Mamá —dijo ella fervientemente—. Los
caballeros no hablan sobre las piernas de una mujer en absoluto en público,
y aún menos sobre ningún tatau que pudiera tener en ellas.
—¿Por qué no? —preguntó Gordon—. ¿Ellos no saben que las tienes
bajo tus faldas?
Palu no podía controlar su risa.
—¡Por Dios!, ¿De verdad piensan que Inglaterra está lista para esta
familia?
Alecia rió engañosamente.
—No me importa. Esta es mi familia. A Inglaterra, que le den.
—¡Mamá! —Gordon aplaudió encantado y Alecia lo besó en la mejilla.
Palu silenciosamente estuvo de acuerdo con ella. Miró abajo y vio una
manada grande de delfines que nadaban junto al barco.
—Nat, mira —él señaló.
—Los americanos a bordo lo llaman una vaina —le dijo Nat, mirando
por el lado, cuidadoso de mantener a Grace a distancia de la baranda.
—¿Ah sí? —Palu preguntó sonriente—. Quizás tengas algo para
estudiar aquí después de todo.
—Bien —Nat contestó, la diversión vibrando en su tono—, lo veremos
al final del viaje, ¿verdad?
Palu reflexionó en los cambios que los últimos cinco años les habían
traído a todos ellos.
—Nuestro viaje está lejos de haber acabado —dijo silenciosamente—.
Hay todavía mucho más para descubrir.
Nat y Alecia lo miraron, y él podía ver los recuerdos en sus ojos, el amor
y la alegría sobre sus caras.
—Somos territorio para ser explorado —murmuró Alecia.
—Dejemos que empiece el viaje —respondió Nat con una sonrisa.
Palu no contestó. Él simplemente giró su cara ante el viento con una
sonrisa y dejó que la aventura lo tomara.
Fin

© TRADUCTORAS INEXPERTAS 2010

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