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Samantha Kane
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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ARGUMENTO
polinesio, Gregory está entre dos mundos. No está buscando amor. Sólo
jóvenes y tontos, casi naufraga antes casi de empezar cuando los dos se
Cuando los tres se encuentran, creen que no serán nada más que
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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ÍNDICE
CAPÍTULO 1 4
CAPÍTULO 2 15
CAPÍTULO 3 26
CAPÍTULO 4 44
CAPÍTULO 5 64
CAPÍTULO 6 78
CAPÍTULO 7 98
CAPÍTULO 8 110
CAPÍTULO 9 125
CAPÍTULO 10 136
CAPÍTULO 11 155
EPÍLOGO 174
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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CAPÍTULO 1
Gregory Anderson se volvió hacia la voz cansina, la malicia del otro hombre
apenas contenida bajo su tono aburrido, ligeramente divertido. Era Hardington.
La primera incursión de Gregory en la sociedad cortés desde que regresó a
Inglaterra y tuvo que toparse con uno de sus conocidos menos tolerables. No
había visto a Hardington desde poco después de la guerra. Gregory había
rechazado sus avances, y su oferta de invertir en su primer viaje. El hombre era
completamente indigno de confianza.
Gregory arqueó una ceja con frialdad mientras se encontraba con la mirada
de Hardington y luego insolentemente recorrió con la mirada la forma del otro
hombre. Hardington engañaba maravillosamente, por supuesto. El hombre sabía
que lo único agradable sobre él era su aspecto. Era alto, moreno, amenazante y
de buena constitución. Lástima que su mente fuera un pozo negro.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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Hardington se acercó.
Sabía que era imponente con su más de metro ochenta de alto, con
hombros tan anchos que su sastre se desesperaba. Pero también sabía que no
era su presencia física lo que ponía nerviosa a las personas a su alrededor. Era el
miedo. Él era, después de todo, medio salvaje y Dios sabía que podía volver a su
baja naturaleza en cualquier momento. Se burló cuando dos debutantes incoloras
se escabulleron de su camino. No necesitaban tener miedo. No sentía ningún
deseo de tirarlas abajo y robar sus inocencias invioladas. Ellas le atraían tanto
como Hardington.
El saludo de Daniel era tan cálido que Gregory olvidó la fría bienvenida que
había recibido hasta ahora.
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Sabía que su sonrisa era tan amplia como la de Daniel. Había echado de
menos a su viejo amigo de la infancia todos estos años que había estado fuera.
—Así que finalmente has decidido que no todos somos malos y vamos a
honrarnos con su presencia —una voz divertida arrastró las palabras desde la
mitad del grupo mientras se acercaban y Simon Gantry caminó suavemente
entre dos personas para estar de pie delante de Gregory.
—¿Cómo estoy? —dijo Simon riéndose—. Bueno, estoy muy bien, teniendo
en cuenta que he estado atrapado aquí, en Inglaterra, mientras tú navegabas
por el mundo, descubriendo nuevas tierras y seduciendo a nativas inocentes.
Gregory se rió por primera vez desde su llegada a la fría sala de baile.
—Eso sería descubriendo nuevas plantas y dejarse seducir por las nativas.
—No para las plantas —replicó Gregory seriamente, provocando otra risa de
Simon.
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—Sr. Anderson —dijo, y su voz era dulce y profunda, como el ron oscuro—.
He oído hablar mucho de usted. Y podría añadir que está a la altura de su bien
merecida reputación.
Decir que Gregory se había sorprendido al recibir una invitación al baile que
el Conde de Wilchester daba para celebrar el matrimonio de su sobrino Ian
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—Bailando por ahí —dijo una voz femenina detrás de él, con no poco
descontento—. Al parecer, algunos esperan que salgamos a bailar
Gregory se dio la vuelta para ver a Kate Collier... no, ahora era Lady
Randall... de pie a unos metros de distancia, sonriéndole. Todavía era
llamativamente hermosa con el pelo tan rubio que parecía blanco.
—Lady Randall —dijo, dando un paso hacia ella, al mismo tiempo que ella
daba un paso adelante.
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—¿Cómo está usted, Sr. Anderson? —Arrastró las palabras con una sonrisa
coqueta—. Es absolutamente encantador conocerle.
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todo esto Tarrant se mantuvo frío y distante, pero sus ojos siguieron a la
Señorita Thomas cuando se acercó a su tía y puso algo de distancia entre ellos.
El único inglés que podía mirar a Gregory a los ojos se acercó y le fulminó
con la mirada.
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cuenta de que la señorita Thomas y Lady Randall todavía estaban allí de pie y se
sonrojó.
—¿Supongo que está aquí para reclamar un baile? —preguntó con irritación
mal disimulada. Miró su tarjeta de baile—. ¿Sr. Rutherford? ¿Es eso correcto?
La señorita Thomas ignoró a Randall mientras hacía una reverencia con una
sonrisa cortés y le tendía la mano a su pobre indeseada pareja de baile, quien se
atrancó en una disculpa, aunque Gregory no estaba seguro de por qué y la llevó
fuera. Gregory observó con fascinación cuando ella se giró para mirar
ansiosamente a Tarrant, quien la observaba como un ave de rapiña viendo su
última comida robada bajo sus narices.
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—Bien, bien —dijo el conde con una sonrisa cortés. Se giró hacia su sobrino
y la sonrisa se volvió una de genuino afecto—. Te devuelvo a tu novia, Ian. No
podía estar separada de ti por más tiempo —como una ocurrencia tardía se
volvió hacia Gregory—. Lo siento, Anderson. No ha conocido a mi querida
sobrina, ¿verdad? —Su afecto por la joven en su brazo era evidente—. Querida,
permíteme presentarte al famoso Sr. Gregory Anderson. Su padre era el célebre
naturalista Gordon Anderson, que navegó con el capitán James Cook. Y su madre
era una nativa de las Islas Friendly. Él mismo es —miró a Gregory, como
buscando su confirmación— un poco famoso naturalista en estos días, ¿eh?
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mojigata Inglaterra mientras había estado fuera? El ceño de Derek se hizo más
profundo y Gregory miro para ver que Ian y el conde le fulminaban con la
mirada. Se dio cuenta de que había estado en silencio demasiado tiempo.
—Yo no lo lamento —dijo con firmeza—, porque ahora voy a ser capaz de
aburrirla en persona con todos los detalles de mis últimos descubrimientos —ella
le sonrió tímidamente—. Mis felicitaciones por su matrimonio, señora. Le deseo
buena suerte —miró de reojo a Ian y, después, a Derek, y se volvió hacia ella
con un movimiento de consideración de la cabeza—. La necesitará.
Ella se rió entonces, un trino de placer femenino, que hizo que los ojos de
Derek se oscureciesen mientras la miraba con orgullo y posesión. Gregory estuvo
tan sorprendido por aquella mirada que se quedó boquiabierto de asombro.
—Sí, bueno, esa es una excelente idea, Anderson —tronó un poco en voz
demasiado alta—. Sophie e Ian deben preparar una recepción para usted. Es la
introducción perfecta para Sophie como una anfitriona. Ahora que ya no estás de
luto por tu hermano, querida, puedes tener una pequeña fiesta —la señora
Witherspoon palideció notablemente.
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Gregory sólo podía reír de completo deleite. Oh, sí, iba a disfrutar de esta
nueva Inglaterra.
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CAPÍTULO 2
—Así que Ian, Derek y Sophie se casaron —dijo Simon, ellos estaban en el
balcón con Daniel disfrutando del aire fresco de la noche con una copa y teniendo
una tregua del calor del salón de baile.
Gregory llevaba aquí más de una hora ya, pero el tiempo había volado por
lo que alcanzó a los viejos amigos e hizo otros nuevos. Nunca antes había estado
tan relajado en una reunión social. Pero había estado aislado toda la noche de los
maliciosos Hardingtons, rodeados de gente que parecía que lo aceptaban como a
uno de ellos. Fue una experiencia nueva y estimulante. Ni siquiera durante la
guerra había experimentado este nivel de aceptación de sus compañeros. Pero,
de nuevo, se había quedado atrapado con sus propios problemas y no había
podido notar sus simpatías.
—Sí, así que ten cuidado. Esta felicidad parece ser contagiosa.
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—¿Quién puede decir que no estamos muy felices juntos? —gorjeo con una
voz de falsete.
Su marido, Gregory no tenía ninguna duda de saber quién era, era alto y
bien constituido. Parecía un hombre de Corinto, tal vez. Cabello castaño claro,
casi rubio oscuro, lo tenía cortado tipo Brutus1. El pelo le rozaba a lo largo de su
amplia frente y fijó la mirada de Gregory a su cara. Tenía las pestañas más
ligeras que sus pequeñas y abundantes cejas con una leve inclinación en ellas.
Su rostro era alargado, como su nariz. El puente era delgado y afilado en el
extremo. Era una nariz muy inglesa. Gregory tuvo la impresión que sonreía con
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Parece ser un corte de melena con rizos con claroscuros (N. de la T)
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—¿¡Hola!? ¿Gregory?
—Ah, veo que te has fijado en Nat y Alecia —La voz de Daniel translucía
una irónica diversión—. ¿Te apetece que te hable de ellos?
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hombre que tentaba a la gente recta. Solo a las almas intrépidas que se
aventuraron en las oscuras aguas de la pasión antes de encontrarse en su
camino. Él era demasiado diferente, un extraño, una curiosidad para ser
estudiado y examinado antes de volver a colocarlo en la estantería.
—No parece lo que tú piensas. —Hablo Daniel con voz calmada, su voz
suave calmaba la ira confusa de Gregory—. Ellos son simplemente nuestros
verdaderos amigos aquí en Londres —Gregory arqueo una ceja inquisitiva—.
Seguramente tú sabes que los enlaces entre nuestros amigos no son aceptados.
Ellos mantienen una presencia moderada en la sociedad, pero todo el mundo
sabe lo que realmente está pasando. Muy pocos cortan directamente. Pero la
mayoría de las personas mantienen una distancia prudencial, de desaprobación.
—Se encogió de hombros—. Nat y Alecia no lo hacen. Ellos son amigos. —Daniel
les llamó con un gesto—. Creo que tú les vas a gustar.
¿El hombre estaba loco? ¿Cómo ellos? Gregory casi se río en voz alta por las
palabras dichas mientras intentaba dominarse tanto como sus sentimientos
salvajes eran cazados por la pareja que se acercaban. Si tuviera alguna
posibilidad, los follaría antes de que acabase la noche.
— ¡Oh, Dios mío, Nat! —susurró Alecia—. Creo que él quiere reunirse con
nosotros.
—Creo que quiero follarte —susurró Nat. Alecia se rió como él sabía que ella
haría—. Hablo en serio, Lee —le dijo él.
—Lo sé —se rió—. Es que yo estaba pensando la misma cosa. —Ellos ieron
juntos por un momento y ella sonaba sin aliento. Infierno, él también—. Él es
magnífico, ¿Verdad? Más aún cuanto más nos acercamos.
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Sus rasgos eran fascinantes. Nat nunca había visto a nadie como él. Tenía
una amplia nariz chata y unos ojos hundidos e intensos. Su boca hizo temblar a
Nat. Era amplia con labios generosos, llenos y deliciosos. Nat quería besar esa
boca. Quería ver esos labios alrededor de su polla. Quería ver esos labios chupar
los pechos de Alecia y llenar su coño de besos. Cristo, tenía que poner fin a esta
fantasía. Iba a avergonzar a todos con estos pantalones ajustados.
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Miró a Simon con afecto. Él, había cambiado todo. Los había hecho crecer y
aprender a amarse unos a otros. Había sido el primero, el primer hombre que
compartían y había sido idea de Simón. En sus brazos aprendieron a amarse sin
favores unos a otros. Nat estaría siempre agradecido al hombre por devolverle a
su esposa.
—Daniel, Simón. —Nat los saludo con una pequeña inclinación de cabeza—
¿Cómo están? —Él desconocido miraba fijamente a Alecia y a él. Nat sintió
ponerse el pelo de punta en su nuca y sudar bajo los brazos, mientras su polla
tiraba y crecía y solo con esa mirada fija.
—Oh, vaya —dijo sin aliento. Ella miró al desconocido con aquella mezcla de
confianza y una inocente hambre lasciva que nunca fallaba en volver a Nat loco,
un rubor feroz teñía sus mejillas—. Simon dice que le gustaría volver a casa con
nosotros —le dijo y Nat casi se atragantó por su asombro.
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—Mi nombre es Gregory Anderson. Si desea saber más, hay un precio. —Su
voz era profunda. Nat había esperado algún tipo de acento extranjero, pero él
sonaba muy británico.
Nat se aclaró la garganta y con gratitud eterna hacia el hombre que volvió
una mirada hambrienta y encantada hacia él como había sido sobre Alecia. Sus
ojos eran de un rico y profundo marrón oscuro.
—¿Un precio? —preguntó Nat un poco avergonzado por el temblor del deseo
en su voz. Pero sólo un poco. La sonrisa de Gregory Anderson se hizo más
profunda cuando él asintió con la cabeza— ¿Y que podría ser? —preguntó Nat,
empezando a disfrutar del juego.
El Sr. Anderson inclinó su cabeza y Nat notó que sólo tenía algunas canas
en las sienes, perdidas entre sus rizos. Entonces él parecía más grande de lo que
Nat había pensado en un principio
—Donde usted nos guíe le seguiré —le dijo a Nat con una sonrisa astuta.
—Pensé que usted era el explorador intrépido en este viaje —bromeó Alecia.
—No esta noche, querida Alecia —murmuró. —Esta noche soy territorio para
ser explorado.
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La boca de Alecia estaba seca. Lamió sus labios y el Sr. Anderson siguió el
movimiento de su lengua con sus ojos. Ella no podía disfrazar su dificultad al
respirar, tampoco. Cuando él no miraba como lamía sus labios, parecía
hipnotizado por la subida y bajada de su pecho con cada aliento profundo.
Ella era un charco de deseo. ¡Por Dios! El hombre era magnífico. Ella no
podía acordarse alguna vez de desear a alguien así. Bueno, alguien además de
Nat. Y ella no lo había querido así desde antes de casarse, desde antes de todo el
dolor, escándalo y miedo. El Sr. Anderson la hacía sentirse como una inexperta
virgen de nuevo. Como si él tuviera en mente cada cosa indecente que ella
nunca hubiera probado antes. Y ella había probado un poco bastante, la verdad
sea dicha. A veces más de lo que quería recordar a la mañana siguiente. Pero
quería que Nat fuera feliz. Y Nat era feliz cuando ella dejaba ir sus inhibiciones y
disfrutaba de sus pasiones. Sinceramente, ella era bastante feliz entonces,
también.
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salón porque Alecia no estaba segura en la forma de proceder y no era por Nat.
Una vez que ellos se habían dado cuenta de quién era, Nat estuvo admirándole
en el carruaje, pero Alecia se había avergonzado de no haber hecho la conexión
de inmediato. Y ella le había tomado el pelo sobre ser un explorador en
Wilchester también. Ahora se sentía abrumada y muda. Él era un naturalista
brillante que había visto medio mundo. Ella fue formalmente entrenada en la
etiqueta, no en la literatura clásica o en las ciencias y nunca había abandonado
Inglaterra. Seguramente notaria su carencia si ella intentaba conversar.
—No estoy segura de que hacer aquí, Sr. Anderson —aventuró Alecia
tanteando.
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Tomó la mano de Alecia y tiró de ella desde el sofá. Ella fue de buena gana,
dejándose guiar. Estaba claro que él sabía dónde iban ellos mucho mejor que Nat
y Alecia. Puso su brazo sobre los hombros de Nat y luego suavemente lo apretó
contra él, también abrazó a Alecia. Comenzaron a caminar hacia la puerta del
salón, los dos juntos a sus lados y Alecia se dio cuenta que era fácil seguir el
paso de él con bastante facilidad.
—Pensé que te gustaría verme follar a tu mujer —dijo Palu feliz. Alecia
perdió un paso y su brazo se apretó alrededor de ella mientras seguía andando,
sosteniéndola.
—Y luego ella puede verme joderte —contestó Palu con total naturalidad.
Habían llegado a las puertas del salón y él los soltó y pasó los brazos por
encima para agarrar las manecillas. Se volvió a mirarlos por encima del hombro
con una sonrisa y movió las cejas, con un centelleo en sus ojos.
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—¿Listos? —preguntó.
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CAPÍTULO 3
Nat cerró la puerta de la habitación tras él y Palu se volvió para ver al otro
hombre recostándose contra la puerta, mirándolo fijamente.
Nat mostraba una percepción, que Palu no había esperado. Negó con la
cabeza.
—Queremos que seas el verdadero tú cuando estés aquí con nosotros —la
voz de Alecia era dulce e indecisa y Palu se giró para verla sentada en el borde
de la cama agarrándose las manos nerviosamente—. Sí te parece bien. —Al ver
que no contestaba enseguida ella se precipitó para llenar el silencio—. Quiero
decir, me siento cómoda con Palu. ¿Nat?
—La comodidad no tiene nada que ver con esto, Alecia —le dijo Nat con una
sonrisa—. Él es Palu.
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Palu se sentía libre, no cargado por las preocupaciones que por lo general lo
acosaban aquí en Inglaterra. En el carruaje había observado a Nat y Alecia y
estaba claro que estaban felizmente casados, tal vez hasta enamorados. Esto no
era un capricho o algún plan para hacerse daño el uno al otro. Y ahora habían
aceptado su nombre verdadero. Quizá, aquí, con ellos él podría bajar la guardia
durante unas horas. Podría ser Palu y no el inglés Gregory Anderson. Era tan
endemoniadamente difícil a veces intentar ser ambos. Él no había conectado con
su naturaleza inglesa durante años. Evitaba a los ingleses y su civilización tanto
como le fue posible. Pero durante el mes pasado, día tras día había tenido que
interpretar el papel y quería, no, necesitaba dejarlo de lado durante una noche.
Quizás si todo iba bien, durante dos o tres noches con Nat y Alecia.
—Entonces, Palu —preguntó Nat con un malvado destello en los ojos—. ¿Te
vas a follar a mi esposa?
—Breve y conciso. Muy bien —Nat caminó con lentitud alrededor de Palu.
Después de una vuelta colocó una mano sobre el hombro de Palu y fue
arrastrándola por su espalda y su brazo mientras lo rodeaba por segunda vez. El
toque dejó una estela de deseo en la piel de Palu. Cuando estuvo de nuevo
frente a él, desabotonó la chaqueta de Palu.
Nat lentamente deslizó las manos de abajo hacia arriba por las solapas y los
hombros de Palu y luego las bajó por sus brazos, empujando la chaqueta que
cayó olvidada al suelo.
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No podía recordar la última vez que había estado tan excitado por la
perspectiva de follar con alguien. Nunca había tenido a la vez un hombre y una
mujer. Por separado sí, pero nunca dos amantes al mismo tiempo. A pesar de
todo, sabía perfectamente lo que quería hacer. Le gustaría probar a la pequeña y
dulce Alecia mientras Nat miraba. Se comería su coñito, rosado y blanco
mientras acariciaba sus hermosos pechos. También estaba seguro de que Nat no
permanecería ocioso. No, el guapo y sonriente inglés probablemente sería
incapaz de mantener las manos alejadas de Palu. Pero no dejaría a Nat ir deprisa
con Alecia. Quería tomarla lento y profundo y oír como gemía y gritaba para él.
Sabía que eso volvería loco a Nat. Y después de darle placer a Alecia, tomaría al
risueño marido, con fuerza, rápido y rudamente, porque sabía que eso era lo que
Nat quería. Y Nat gemiría y gritaría, también. Y quizás la pequeña y preciosa
Alecia se correría de nuevo, tan sólo mirándolos.
—Los quiero a los dos, desnúdense para mí —les dijo Palu con voz
ligeramente tensa. No lo podía evitar. Estaba cerca de la pérdida de control con
estos dos. Había sido demasiado tiempo, hacía mucho que deseaba esto. No
había apartado la vista de Alecia y él vio como cerraba los ojos brevemente,
como si la idea de desnudarse para él fuese a superarla—. Y luego quiero que los
dos me desnuden.
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—Son míos para venderlos como considere adecuado —aseguró él con una
sonrisa burlona—. Y los revelaría todos por verlos a los dos desnudos y
esperando darme placer.
Nat resopló con una pequeña risita y Palu se giró para ver la sonrisa burlona
que rápidamente había comenzado a ansiar. Cuando Nat se rió sus ojos
arrugados parecía pequeñas aberturas de cielo azul en su cara. Palu lo encontró
encantador.
—Entonces Alecia tiene razón. Es un pequeño precio a pagar por todos tus
secretos —rozó suavemente con la mano el pecho de Palu hasta su estómago,
separándola cuando alcanzó la parte superior de los pantalones de Palu—. Y creo
que puedes tener bastantes, Palu.
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cambiado de idea y no quería que viera a su esposa desnuda. Pero entonces Nat
le lanzó una sonrisa burlona sobre el hombro y Palu supo que era solamente otra
forma de bromear. Se dio cuenta de que le gustaban las bromas de Nat.
Muchísimo.
—Ahora no mires —le indicó Nat—. Quiero que nos veas a ambos. Date la
vuelta.
—Ah, ¿y supongo que el escote de mi vestido no ha tenido nada que ver con
atraer su interés? —ironizó Alecia irguiéndose—. Porque no era tu cintura lo que
ha estado mirando fijamente esta noche.
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Si Palu creía que antes les deseaba, había sido un idiota. Nat estaba de pie
detrás de Alecia y ligeramente ladeado por lo que Palu podía ver la línea
ininterrumpida de su cuerpo del hombro a los dedos del pie. Alecia se encontraba
muy cerca de él, una de sus manos descansando sobre el vientre desnudo de
Nat. La otra mano sujetando la cadera de Nat y agarrado. Nat sostenía un
hermoso pecho en su mano y mientras Palu miraba él rozó ligeramente el pezón
rosa pálido y ambos hombres lo vieron fruncirse y oscurecerse. Palu dejó vagar a
sus ojos, su sangre calentándose al ver el vientre suave y los rizos rubios entre
sus piernas. Ella era la perfección. Se le hacía la boca agua al pensar en recorrer
cada delicioso centímetro de su cuerpo.
—¿Bien? —preguntó Nat irónicamente—. ¿Te has vuelto a quedar sin habla?
—Eres hermoso, los dos lo son —contestó. No había más palabras. Estaba
sumamente excitado ante la idea de tenerles a los dos como amantes. Se les
veía tan obviamente enamorados entre ellos. Que le permitiesen compartir esto,
aunque solo fuese por una noche, era un regalo.
—Palu —susurró Alecia, y cuando él la miró pudo ver en sus ojos que ella
entendía lo que él no podía decir.
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Ella asintió y dejó que Nat tomase los alfileres de su pelo uno por uno. Nat
ofreció su mano y ella los depositó en su palma abierta mientras los iba
extrayendo. De nuevo, la intimidad de la escena impactó a Palu. Cuando hubo
terminado ella sacudió la cabeza y Nat dio un paso para vaciar su palma sobre el
tocador.
Palu miró a Nat mientras éste regresaba hasta Alecia. La polla de Nat
estaba dura, inclinándose hacia su vientre desde una entrepierna llena de pelo
rizado, más oscuro que el pelo de su cabeza. Su miembro era rosado y blanco,
como el resto de él, la cabeza un poco más oscura, hacía su boca salivar. No era
demasiado grande, pero era hermoso y Palu estaba bastante seguro de que Nat
sabía muy bien como usar su polla.
Palu asintió.
—Sí. Esa iba a ser mi siguiente petición. Quiero veros a los dos. Todo.
—Todo lo que tienes que hacer es pedirlo —le dijo Nat, su voz profunda y
lenta. A Palu le gustó esa voz. Infiernos, le gustaba todo de Nat.
Asintió.
—Lo haré.
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Esta vez Nat se rió y luego se giró hacia Alecia. Envolvió con ambos brazos
la cintura de Alecia y descansó la barbilla sobre su hombro, mirando con ceño
fruncido a Palu.
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—Mi querida Alecia —le dijo Palu con una amplia sonrisa burlona—, no
tienes ni idea de cuánto deseo yo esto. Lo siento, las palabras no se me dan
bien. Pero si, los deseo a ambos debajo de mí, sobre mí, tocándome, follándome.
Eso es lo que quiero. Usteds son lo que deseo. No lo dudes nunca.
—Yo no follo con otros hombres —dijo Alecia vacilando y mirando a Nat. El
asintió, alentándola para que continuase. Nat no había dicho nada antes porque
no estaba seguro de lo que Alecia quería esta noche. Sabía que ella deseaba a
Palu. Y sorprendentemente, supo que él no se opondría si ella decidía romper
esta regla no escrita con Palu.
—De acuerdo entonces. Tan sólo quería estar segura —se rió, sonando
bastante aliviada—. ¡Qué noche extraña está siendo! Creo que nunca he tenido
un encuentro como éste.
Fue una observación espontánea, pero llegó al corazón de Nat. No, nunca
habían tenido un encuentro como éste. Por lo general Nat buscaba a sus
hombres y orquestaba la tarde. Esta noche había sido improvisado, inesperado,
una huida hacia delante, hacia la aventura con un exótico forastero. Y Nat sabía
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que nunca lamentaría el deseo impulsivo que había traído a este hombre a su
cama.
—El viaje acaba de comenzar —le dijo Palu con una sonrisa burlona—.
Tenemos mucho más territorio que explorar antes de que alcancemos nuestro
destino.
—¿Y tú? —Palu se había girado hacia Nat—. ¿Tú follas con otros hombres?
—Por supuesto.
—Bien.
Nat sabía que había peligros que estaban al acecho esta noche. Le gustaba
Palu quizá demasiado. No buscaba una atadura emocional con nadie más. Él
tenía a Alecia. La amaba. Eran marido y mujer, los mejores amigos y eso era
todo lo que él quería. Tenía amigos que disfrutaban de matrimonios a tres, pero
Nat nunca lo había deseado. Le gustaba follar a otros hombres, pero no quería
amar a uno. Con todas las dificultades que conllevaba. Lo había visto. Había visto
a todos ellos teniendo que negar sus sentimientos ante la buena sociedad, había
visto el daño, el sufrimiento y el ostracismo que un amor como ese suponía. No,
no deseaba eso. No quería hacer daño a nadie a quien amase.
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—No frunzas el ceño, hermoso Nat —dijo Palu colocando una mano grande,
áspera y cálida en el cuello de Nat, atrayéndolo. Palu enterró la cara en la curva
del hombro de Nat, frotando la nariz contra él antes de besar el pulso que
golpeaba pesadamente en su cuello.
Palu le dejó apartarse y Nat dio un inestable paso hacia atrás. Alecia
continuaba allí de pie con una sonrisa en su cara.
—Tu mayordomo sí que sabe como atar esto —se quejó mientras luchaba
con el lino almidonado.
—Todos los hombres decís lo mismo —Alecia se rió mientras daba un paso
detrás de Palu dejando pasar sus manos suavemente por la espalda y los brazos
de él. Ella tarareó con placer.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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algo sobre el pecho de Palu. Echó un vistazo hacia arriba y vio a Palu mirarlo
atentamente.
Nat sacó la camisa de los pantalones de Palu y luego, muy despacio, deslizó
sus manos bajo al estómago desnudo de Palu. La piel era lisa y caliente y Nat tan
solo mantuvo las manos allí por un momento, disfrutando de ello. De repente
Palu gimió y arqueó el cuello y Nat empujó la camisa hasta ver las manos de
Alecia deslizarse alrededor de la cintura de Palu desde atrás, sus uñas
arañándole la piel. Nat continuó empujando la camisa hacia arriba y Palu
finalmente agarró la parte inferior y con un rápido movimiento se la quitó
tirándola al suelo, bajando los brazos.
—He leído sobre esto —dijo maravillado, tendiendo la mano hacia el brazo
de Palu. Vaciló y Palu movió el brazo, indicando que Nat podía tocarlo. Había
esperado ser capaz de sentir el diseño al tacto, pero no podía. La piel era tan
tersa y cálida como el resto de Palu—. Es un tatau.
—Sí —contestó Palu y Nat pudo sentir más que oír su cautela—. Es tatatau
en el mundo de mi madre, moko a otros.
Alecia pasaba las manos sobre el brazo de Palu, con un placer evidente.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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peine o un cincel y frotan la tinta sobre el corte para hacer una marca
permanente.
Alecia jadeó.
Alecia se había sobresaltado. Lo admitía. Nunca había visto nada como esto.
Palu tenía tatuajes sobre su culo. Le habían quitado los pantalones en un tiempo
récord cuando les dijo que tenía más de esos hermosos diseños. Pero no habían
esperado esto.
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—Es el tatatau tradicional masculino en parte de los Mares del Sur —explicó
Palu—. Tuve miedo al principio, así que me hice el del brazo. Después de
sobrevivir a la experiencia, decidí hacerme este. No fui aceptado hasta que me lo
hice.
—También hay por el interior —jadeó ella. Agarró el muslo con ambas
manos, y las fue subiendo por el firme y musculoso culo.
Alecia le miró y vio a Nat lamiendo una senda a través de la otra mejilla de
Palu, siguiendo un remolino. La visión fue tan excitante que Alecia sintió de
inmediato como la humedad llegaba a su sexo.
—Nat —susurró, hipnotizada. Nat abrió los ojos para mirarla y a la vez,
suavemente mordió la mejilla de Palu.
—¿Es bastante ruidoso, verdad? —le preguntó Nat a Alecia y había algo en
su voz que ella raras veces había oído antes cuando habían estado con alguien
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más, algo caliente e íntimo que tan sólo habían compartido entre ellos. Sin
embargo a Alecia no le importó. Quería compartir esto con Palu, también.
Alecia se movió para afrontar a Palu, todavía sobre sus rodillas. El tatuaje
recorría su estómago, caderas y piernas y Alecia gimió cuando vio que también
cubría su polla. Y era una gruesa, hermosa y llena polla. Su piel marrón y el
tatuaje hacían que pareciese púrpura al excitarse y Alecia podía ver una gran
vena pulsando hacia abajo a lo largo del lateral. La cabeza, húmeda de deseo,
era tan gruesa como el resto y de pronto todo lo que Alecia quiso hacer en la
vida fue tomar esa polla en su boca y probarla.
—En la polla también lo tiene —le dijo a Nat con voz temblorosa.
Palu rió en silencio y pareció tan sin aliento como ella y Nat.
—Sí —llevó una mano hacia abajo y, con cuidado, tiró del pelo de Alecia,
obligándola a alzar la vista hacia él. Sus ojos oscuros brillaron intensamente, sus
mejillas enrojecieron y un hoyuelo apareció en su mejilla al sonreírle dulcemente.
Un hoyuelo. Ah Dios, estaba perdida—. Quiero que lo beses, lo anhelo Alecia —
susurró él aproximándose. Cerró el puño lentamente sobre su pelo y la atrajo
hacia él. Con un gemido alegre, Alecia se lo permitió.
Abrió la boca y Palu se deslizó dentro y Alecia gimió por el gusto caliente,
picante. Era tan grueso en su boca, que ella apenas podía cobijarlo. Pero una vez
que estuvo dentro aspiró y lamió y disfrutó de él, mucho.
—Lee —jadeó Nat y ella se asustó. Nat nunca había querido que le hiciera
esto a otro hombre antes. En realidad ella nunca había querido hacerlo. Era algo
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tan íntimo y personal y la ponía en manos de Palu mientras lo hacía. Nunca había
confiado en nadie, excepto en Nat para hacérselo con la boca. Pero cuando había
visto la polla de Palu y él había preguntado tan dulcemente, no lo había pensado.
Tan solo había reaccionado, tan solo lo había hecho, había hecho lo que quería.
Comenzó a apartarse de mala gana pero Nat la detuvo.
—¡No! —exclamó él. De repente Nat estaba detrás de ella, pudo sentir sus
piernas rodeándola, su mejilla pegada contra la de ella, mientras observaba.
Jadeaba pesadamente, su evidente excitación marcándola calidamente desde
atrás. Él agarró sus codos mientras ella se aferraba a los muslos de Palu para
mantenerse erguida.
—Lo siento —jadeó Palu—. No me moveré otra vez, lo juro. Tan sólo no te
pares Alecia. Lo que tú me haces es suficiente —se rió tembloroso—. Es más que
suficiente.
—Lee, —susurró Nat otra vez, y luego ella lo vio inclinarse y lamer el tatuje
sobre la polla de Palu, para después seguir un remolino hasta la zona donde su
boca lo abrigaba. Palu gimió y acercó una mano para descansarla sobre la
cabeza de Nat mientras él lamía y mordisqueaba la base de la polla. Palu se
estremeció otra vez gimiendo.
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que él hacía sobre la verga de Palu. Ella deslizó sus manos por los muslos de
Palu e introdujo una entre sus piernas para luego acariciar ligeramente sus
testículos.
—Por favor, no nos hagas parar —susurró Nat, hocicando su nariz en el pelo
oscuro y rizado de la ingle de Palu. Alecia encontró la visión de Nat así
tremendamente sensual. Su piel blanca contra la piel oscura, el pelo y tatuaje de
Palu hacían a éste parecer incluso más exótico, más extraño y desconocido y
encantador.
—¿Es eso lo qué quieren? —les preguntó Palu suavemente—. ¿Qué me corra
en sus bocas? ¿O quieres que te folle?
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CAPÍTULO 4
Palu rió.
2
Tal cual el original cuando Nat y Alecia hablan de sus tatuajes lo hemos dejado en la forma conocida, pero
cuando Palu los menciona dejaremos la palabra en su original: tatau. (N. de la T)
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—Cristo, también quiero ver eso. Esperen —Nat bajó de las piernas de Palu
apresuradamente. Se tumbó de lado junto a Palu, su brazo doblado y la cabeza
apoyada en su mano—. Muy bien, hazlo.
Alecia rió y pareció relajarse y Palu sonrió hacia Nat, que miraba su polla y
el sexo de Alecia, que estaban justo a la altura de los ojos, con perverso deleite.
Palu sintió una extraña opresión en el pecho ante el tierno momento entre
marido y mujer.
—¿No sientes celos? —Se oyó preguntar, y entonces maldijo para sus
adentros. ¿Intentaba hablarles de lo que ellos hacían? Él era un idiota.
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Y no a los otros hombres eso estaba tácito, pero Palu comprendió. Esto no
era sobre él, sino sobre Nat y Alecia. Era posible que lo desearan y justo ahora lo
obtuvieran mediante intrigas, pero mañana sería simplemente otro hombre que
habían compartido, y ellos aún estarían juntos. Sin embargo, Nat lo confundió
con sus siguientes palabras.
Pasó las manos por la espalda de Alecia y se apoderó de sus caderas una
vez más. Sin romper el beso la empujó hacia abajo, hasta que la cabeza de su
polla encontró su caliente y húmeda entrada. Se echó atrás y se acomodó hasta
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—No te preocupes, Alecia —dijo en voz baja en sus rizos de oro, frotando la
nariz sobre el hermoso cabello, con olor a lavanda—. No voy a entrar. Me
quedaré aquí.
Palu sólo podía pensar; ¡sí, así, juntos!, mientras Nat empujaba a Alecia
hacia abajo sobre su pene. Las caderas de Alecia dieron un pequeño empujón al
tiempo que su polla se apretaba más contra su tibia crema. Palu la vio morderse
los labios mientras sus mejillas se volvían más rosadas y sus ojos vidriosos. No
quería nada más que empujar sus caderas hacia arriba y meter cada pulgada de
su oscura polla dentro de ella, lo más profundo que pudiera, pero se
contuvo. Palu meció suavemente las caderas y la cabeza de Alecia cayó hacia
atrás sobre el pecho de Nat.
—¿Estás bien? —Preguntó en voz baja Palu, ansioso por moverse, pero
tratando desesperadamente de no hacerle daño. Sólo quería darle placer. Había
otras formas en las que ellos podían hacer esto, otras cosas que podían hacerse
unos a otros.
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—Cristo, quiero joderla tan malditamente duro —se quejó Palu mientras
suavemente empujaba de nuevo hacia arriba contra Alecia. Ella bajo su coño
hacia él, su húmedo vello púbico, entremezclándose y rozándose. Palu siseó en
un suspiro ante el exquisito placer. Su coño lo envolvió tan estrechamente por
fuera que casi podía imaginarse dentro de ella. El beso de los labios de su sexo
sobre su polla le quitaba el habla y dejaban su mente en blanco.
—Eres tan grande —ella se frotó más duro contra él y ambos gimieron—.
Esto se siente absolutamente divino. Por favor, dime que también se siente bien
para ti.
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era verdad. Él no podía estar dentro de ella, pero esto era follar, estaba más
cerca de lo que nadie había estado en años.
Nat y Palu se congelaron. Palu apenas podía hablar a través del espeso
deseo que le obstruía la garganta.
—¡No! Por favor, no se detengan. ¡Dios!, se siente tan bien —se presionó
contra él, buscando el empuje y roce previos, y Palu respondiendo, tratando de
ser amable. Ella no lo deseaba suave—. Follame, Palu, duro, del modo que
deseas —sus ojos se abrieron de golpe, nublados por el deseo y ella jadeó en voz
baja—. No follar. Quiero decir...
—¡Sí, sí! —gritó empujando contra sus manos y las de Nat—. Por favor.
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No podía negársele, así que empujó sus caderas hacia arriba. Gritó y le
clavó las uñas en los hombros. Pero ella retrocedió y se deslizó rudamente a lo
largo de su longitud, y Palu gruñó de placer.
Mientras él jodía contra Alecia, Nat ahuecó los pechos en sus palmas y
amasó los pálidos globos. Su toque no era suave, y Palu se dio cuenta de que
Alecia no era tan delicada como había temido. Tal vez, le gustaba el placer un
poco rudo. Palu se inclinó hacia adelante y chupó un pequeño y duro pezón, de
color rosa. Nat empujó su pecho hacia arriba, posicionándolo para Palu. Él tiró
profundamente del pezón, y luego lo mordió, no demasiado duro, pero tampoco
suave. Alecia gritó, pero sonó extraño, Palu levantó la vista para verla
mordiéndose los labios tratando de contener sus gritos. Sonrió alrededor del
pezón en su boca y luego succionó, más duro que antes. Alecia tomó su cabeza
entre sus manos, sus dedos halando su cabello, y a Palu le encantó cada agudo
tirón.
—¡Oh Dios, Palu! ¡Dios! —se quejó—. Me voy a correr. Lo siento, no puedo
esperar. No puedo —ella gritó esto último, mientras nuevamente le rodeaba el
cuello con sus brazos y se meneaba sobre su eje. Palu mamó de su pecho con
un tirón final, y luego sintió las contracciones de su coño contra su polla mientras
ella se corría. Se empujó hacia arriba, ofreciéndole su polla para que la
cabalgara, a pesar de todo ella lo deseaba, y él la dejó disfrutar de su placer.
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Cuando terminó ella se dejó caer encima de él, sólo los brazos de Nat la
sostenían.
—Sí, ángel.
—Oh, bien —suspiró ella—. Vas a disfrutar tanto de Palu —ella se acurrucó
sobre la cadera de Palu y la besó, ni siquiera levantó la cabeza de la cama—. Él
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es tan hermoso —levantó lánguidamente la mano y trazó con el dedo el tatau del
muslo—. ¿No lo es?
Los ojos de Palu giraron bruscamente hacia Nat, y se ruborizó. Nat se echó
a reír.
—Nunca he visto nada tan hermoso como ustedes dos jodiendo —le dijo Nat
rudamente, su respiración inestable—. La visión de esa polla deslizándose por el
coño de mi esposa, sus pálidos brazos envueltos a tu alrededor, demasiado
blanco contra el negro de tu tatuaje. Tu semen derramado sobre ella.
—¡Oh, sí!—gimió Alecia—. Por favor, fóllalo por mí, Natty. Por favor.
—Dime lo que quieres que haga —le ordenó a Palu, el hambre royéndolo
mientras él miraba la polla de Palu, que ya estaba poniéndose dura nuevamente.
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Nat había estado fantaseando con besar a Palu desde el primer momento
que lo vio en el salón de baile. La fantasía era aburrida comparada con la
emoción de sentir los suaves y cálidos labios de Palu sobre él. Nat se abrió y lo
invitó dentro de su boca, y él respondió a la invitación, su lengua se aventuró
audazmente en la búsqueda de todos los secretos de Nat. Nat recibió cada una
de las audaces incursiones con fervor. Palu sabía a lujuria y necesidad, una
embriagadora combinación. Inhaló y casi perdió la poca compostura que le
quedaba cuando olió a Alecia en Palu. Sus aromas combinados lo elevaron,
avanzó torpemente sobre sus rodillas sin romper el beso. Cuando sus pollas se
tocaron ambos gimieron y Nat deslizó sus manos sobre el pecho de Palu hasta
llegar a su mandíbula. Corrió los pulgares sobre sus pómulos, y luego metió las
manos entre el salvaje cabello rizado de Palu. Se apretó contra Palu, hasta que
su estómago estuvo recubierto por el semen que aún cubría el estómago de Palu.
Palu gimió y frotó su pene contra el de Nat. Nat se alejó del beso con un
suspiro, y de inmediato Palu comenzó a besarle el cuello y la mandíbula. La polla
de Palu era como una tea ardiente contra la suya, humedecida con la crema de
Alecia, el semen de Palu y la humedad que se filtraba de él.
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Palu negó.
—Aquí —murmuró Alecia. Nat miró hacia abajo para verla deslizar un dedo
a través del semen en el estómago de Palu. Nat podía olerlos a su alrededor, y
olía tan malditamente bien que gimió.
Y entonces Nat supo lo que ellos estaban a punto de hacer. Palu humedeció
su dedo cubriéndolo con la capa de humedad de Alecia para poder estirar a Nat.
—¡Oh, Dios! —gimió Nat, y luego el dedo Palu estaba allí, presionando
dentro de su agujero. Nat siseó por la quemadura ante la invasión inicial, pero
Palu fue lento, su dedo suavemente girando, explorando, probando los límites de
Nat. Nat se relajó, y el dedo Palu se deslizó en su interior.
—Eso está bien, Natty —Palu susurró en su oído—. Déjame entrar. Estas
tan caliente y apretado aquí. ¿Cuántos hombres han estado aquí?
Nat rió sin aliento y luego gimió mientras Palu lo follaba con el dedo.
—No los suficientes para prepararme para ti —dijo con voz temblorosa.
Palu agarró con fuerza el culo de Nat y metió el dedo profundamente. Nat
gritó, pero solo había placer, sin dolor.
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—No muchos, Palu —le dijo en voz baja Alecia— no en los últimos años —
ella se colocó a horcajadas sobre las piernas de Palu detrás de Nat. Imitando
exactamente sus posiciones previas, excepto que sus papeles se invirtieron—. A
Nat le gusta follar más que ser follado —Alecia pasó las manos dulcemente sobre
los hombros de Nat y bajo por sus brazos—. ¿No es así, Nat?
—Sí —se sacudió cuando Palu encontró su dulce punto y le dio unos toques
con el dedo. Nat se estremeció.
—¿Por qué me dejas follarte? — Preguntó Palu calladamente. Nat abrió los
ojos. No se había dado cuenta que los tenía cerrados. Palu lo miraba
intensamente.
—Eso no significa que no planeo joderte también —le dijo con voz gruesa,
presionándose contra el grueso y áspero dedo dentro de él—. Quiero follar tu
tatuaje.
Palu sonrió entre dientes contra su piel, y Nat sintió erizarse la piel de sus
brazos.
—Tanto como el tatau de Palu desea joder tu lindo y blanco trasero —le dijo
Palu rudamente.
—¡Dios, sí! —dijo débilmente. Temblaba por las palabras de Palu y ante la
imagen que le había pintado—. ¡Ahora!, por favor.
Palu sacó el dedo lentamente y Nat contuvo el aliento. Palu lamió el cuello
de Nat y luego mordió su mandíbula.
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—Necesito más de lo que Alecia nos puede dar —Palu frotó los dedos sobre
su estómago, recogiendo el líquido cremoso, y luego los presionó hacia adentro—
. No es suficiente —murmuró—. Mi polla necesita más.
—Lee —dijo Nat, apenas era capaz de pensar, mucho menos de hablar en
este punto. Maldición, Palu iba a follarlo. Justo ahora lo estaba jodiendo con el
dedo cubierto de su esencia. Nat tembló.
Nat frotó la cara contra el pelo Palu, mientras oía las sábanas crujir y un
cajón abrirse. Trató de ignorar los sonidos. Quería quedarse donde estaba, lleno
de la magia de Palu. El cabello de Palu era basto, pero no ordinario. Le hizo
cosquillas en las mejillas, olía a jabón, tan limpio y maravilloso, almizclado, un
afrodisíaco como ningún otro. Nat se retiró un poco cuando Palu lo empujó
suavemente. Palu sacó el dedo y Nat sintió dolor de tanto deseo.
Mientras Palu y Alecia frotaban el aceite sobre su polla, Nat tocó las canas
en la sien de Palu.
—¿Qué edad tienes? —preguntó, pasando sus dedos a través del pelo,
retirándolos suavemente cuando se enredaban en los rizos de Palu.
—Treinta y seis —respondió Palu. Agarró las caderas de Nat y tiró de él—.
Mírame, Nat.
Nat miró hacia abajo, y pudo ver la llama de la vela reflejada en los oscuros
ojos de Palu.
—¿Cómo lo deseas, Nat? —preguntó Palu—. Creo que sería más fácil si
estuvieras sobre tus rodillas.
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—¡Sí, así Alecia puede ver! —gruñó—. Sí, eso es lo que quiero.
Alecia se bajo de las piernas de Palu y Palu empujó a Nat hacia abajo sobre
el colchón.
—Ven —le dijo a ella y le tendió la mano. Alecia se arrastró a su lado y Palu
se inclinó para besarla en la comisura de su boca, luego en la mejilla, y,
finalmente, sus labios se posaron sobre la oreja—. Ayúdame —dijo de nuevo.
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—Oh Dios —Alecia susurró, Nat no podía controlar sus temblores. Cristo,
Alecia tenía un dedo en su interior.
—¿Alguna vez has hecho esto? —Palu susurró—. ¿Alguna vez has follado a
tu esposo así, Alecia? —agregó otro hábil y suave dedo, Alecia y Nat gimieron.
—Puedes aceptar estos dedos, Nat —le dijo Palu satisfecho—. ¿Deberíamos
follarte ahora?
—¡Bien, follame ahora! —jadeó Nat y Palu rió mientras ambos sacaban sus
dedos.
—¡Mira! —le dijo Palu, jalando sus caderas. Nat volteó y vio la mano de
Alecia guiando la polla de Palu hacia su agujero. ¡Cristo!, el tatau se veía
malditamente hermoso.
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—¡Ah! Bésame, Alecia —Palu ronroneó, Nat sintió como ella ponía todo su
peso sobre las manos apoyadas en sus nalgas mientras lo complacía. Al romper
el beso Nat pudo oír como ambos respiraban agitadamente, y supo sin ninguna
duda que esto era la cosa más excitante que Alecia y él jamás habían hecho.
Nat serpenteó sus brazos alrededor de los muslos Alecia y agarró su dulce
trasero. Ella chilló y él rió entre dientes. El cálido rumor de la risa de Palu lo
erizó, haciéndolo sacudirse por la sensación. Este movimiento provocó que la
polla de Palu se moviera con él, golpeándolo profundamente, Nat gimió.
—Si, así es —Palu dijo con esa voz rica y profunda, deslizó una mano hacia
abajo para tomar a Nat de las caderas, y la otra sobre su espalda lo empujaba
hacia abajo reteniéndolo en su lugar— ¿Nat?
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—Sí —dijo con voz gruesa. Alecia se puso de nuevo sobre sus rodillas para
que Nat pudiera soltar su trasero y en su lugar abrazar sus piernas. Las manos
de ella se deslizaron por su espalda hasta que estuvieron justo encima de las de
Palu—. ¿Tienes una buena vista? —preguntó Nat divertido.
—¡Maldita sea! —gritó Nat, arqueando la espalda. Era la cosa más increíble
que jamás hubiese sentido. Nadie lo había penetrado así, nadie.
Palu se congeló.
—Exactamente.
Nat perdió el sentido del tiempo. Estuvo allí, tendido aferrándose a Alecia,
mientras Palu le mostraba como se suponía debía ser entre los hombres.
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—Nat —se quejó Palu. Sus manos deslizándose por su espalda, Alecia se
inclinó hacia atrás. Las manos de Palu continuaron bajando por sus brazos hasta
aferrar de Nat que estaban sobre las pantorrillas de Alecia. El pecho duro y
caliente de Palu lo empujaban hacia abajo, y él hundió la cara contra la nuca de
Nat—. No puedo esperar, Natty. Voy a correrme dentro de ti —gruñó—. Córrete
conmigo —Palu pasó una mano por debajo de Nat y envolvió su gran puño
alrededor de su dolorosa polla y Nat gritó ante la ráfaga de calor que se desplazó
rápidamente a través de su polla, bolas y culo.
Palu se derrumbó sobre él, pero aun aguantó la mayor parte de su peso en
sus brazos para que así Nat no se sintiera aplastado. Tendría que haber sido
así. Tendría que haberse sentido asfixiado bajo el hombre más grande, asfixiado
por su peso físico y el peso de lo que le había hecho sentir, jodiendolo hasta el
olvido. Pero no fue así. Lo único que sintió fue felicidad.
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Alecia, aun de rodillas frente a él. Se echó hacia atrás, y Nat levantó la
cabeza un poco para ver sus rodillas extendidas, los dedos de una mano dentro
de su coño mientras se frotaba el clítoris con la otra. Aun podía ver sobre su
estómago la semilla de Palu.
—¿Todo eso? No tenía idea de que era tan apetecible. Déjame probar —se
inclinó sobre Alecia, y enredó su lengua con la de Nat mientras él la lamía.
Alecia gemía y empujaba sus caderas hacia arriba.
Nat apretó la boca contra su sexo y metió la lengua entre sus pliegues,
lamiendo los escondidos valles, encontrando el sabor fuerte y picante que tanto
ansiaba. Alecia gimió y él empujó de nuevo, luego sintió el aliento de Palu en su
oído y lo oyó chupar el duro botón de su raja. Ella gritó y sus piernas se abrieron
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aún más. Su mano apretada contra la cabeza de Nat, manteniendo su boca sobre
ella, luchó contra su agarre hasta que pudo levantar la cabeza lo suficiente para
ver la otra mano de ella enterrada en los rizos de Palu, sosteniéndolo sobre ese
lugar que chupaba y lamía con abandono.
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CAPÍTULO 5
—Ven más cerca —le ordenó, haciendo un mohín. Agarró el brazo de Palu y
tiró, atrayéndolo más cerca a Nat hasta que los hombros de los dos hombres se
tocaron. Le gustó cómo se veían, el amplio hombro de Nat con aquellas pecas
adorables al lado del de Palu, ancho y músculos, con los primitivos rizos de tinta
negros en su piel. Palu pasó su mano sobre la pierna de Alecia, trabajando su
pantorrilla y la parte de atrás de su muslo y Alecia suspiró de gusto.
—Lee —Nat rió, apartando su mano. Él tembló un poco, y ella frotó su brazo
con bríos—. Estoy un poco demasiado sensible todavía, creo.
—¿Estás bien? —preguntó Palu otra vez. Él era tan dulce, estaba tan
preocupado por Nat, temeroso de haber sido demasiado rudo. Pero a Nat le
había gustado, Alecia lo sabía. Y Nat les había tranquilizado ambos sobre eso
repetidamente.
—Palu, por última vez, estoy bien. Estoy mejor que bien. Estoy bien follado
y contento de que sea así. Por favor deja de preguntarme. Cualquiera pensaría
que nunca habías follado a un hombre. —Nat se quedó quieto de repente bajo
ella y miró a Palu con los ojos bien abiertos— ¿Ya habías follado a otros
hombres, verdad?
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—Muchos. No creo que haga falta decirte que las mujeres son escasas en un
barco navegando por aguas inexploradas y peligrosas.
Palu levantó una ceja mirándola con una pequeña sonrisa burlona.
—De verdad no, al menos no abiertamente. Pero los líos realmente ocurren.
—Nat ha leído todo lo que has escrito —le dijo a Palu impulsivamente.
Nat tiró bajo ella y agarró su mano sobre su pecho. Cuando ella lo miró él le
fruncía el ceño ferozmente.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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—Bien, no soy seguramente ningún erudito, no como tú, Palu. Soy, como
mucho, un naturalista aficionado —miró airadamente a Alecia—. Y Alecia ha leído
casi tanto como yo.
Alecia brilló de felicidad por su elogio. Cuando se habían casado ella había
sido una pequeña muchacha tonta de dieciocho años que no sabía nada a parte
de vestidos de fiesta y chismes. ¡Cómo la había intimidado Nat! Pero él la había
animado a extender sus alas y le había mostrado un mundo entero nuevo con
sus estudios.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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—No muchas personas sabían que había regresado —dijo él, su tono no tan
gélido ya.
—Sí, muy agradable, Alecia —habló Nat arrastrando las palabras—. Dile al
hombre que apenas nos ha hecho pasar el filo de razón que es aburrido. Bien
hecho.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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Palu resopló.
—Es lo mismo.
—Escribes sobre las plantas y animales que descubres en tus viajes, pero
no sobre la gente. Tu padre se hizo famoso escribiendo sobre la gente.
Alecia no podía soportar el dolor de su voz. Ella alargó la mano hacia él,
agarrándolo del brazo.
—Tú de entre toda la gente, sabes que eso no significa nada, Alecia.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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Alecia lo miró y ella de repente quiso ser sostenida en sus brazos. Ella
quería que toda esa fuerza y calor de Palu la rodearan. Ella sorprendió a Nat
cuando se salió de su regazo. Él dio un gañido cuando su rodilla resbaló por su
entrepierna.
—Oh, Nat —ella gritó, intentando girar y mover su rodilla sin caerse—
¿Estás bien?
—Mi padre detesta incluso verme —ella le dijo—. Y creo que él desearía
poderle pegar un tiro a Nat nada más verlo.
Nat se rió y se inclinó para besar su hombro. —Tienes mucha razón, querida
mía.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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—Cuando nos casamos, yo nunca antes había estado con una mujer. Ella
era completamente inocente, y se podría decir que yo también. Ninguno de
nosotros disfrutó de nuestro tiempo en la cama.
Él miró sorprendido. —¿No? Bien, supongo que pensé que era obvio —él
pasó su dedo abajo por su brazo hasta que cogió su mano con la suya—. La
culpé, porque yo era joven e ignorante. Volví a lo que conocía y disfrutaba.
—Me gusta follar a hombres. Sólo por que me casé eso no cambió —él se
encogió de hombros—. Y no tengo que decirte que es más fácil encontrar a un
hombre para follar en Inglaterra que a una mujer. No estamos tan resguardados.
—Eso es verdad —rió en silencio Palu—. A no ser que uno sea lo bastante
afortunado como para encontrar a ambos —. Él se inclinó y besó a Nat mientras
deslizaba su mano hacia arriba y acariciaba el pecho de Alecia. Ella sostuvo el
aliento al ver a los dos hombres besarse, sus lenguas luchando lánguidamente.
Sintió abrirse su sexo y humedecerse, y notó la polla de Palu crecer bajo ella.
Nat empujó sus caderas contra el costado de Palu, y supo que también él se
estaba excitando.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
La respiración de Alecia era desigual. Una cosa tan pequeña y simple como
un beso: uno para Nat y uno para Alecia. Y aún así ella estaba más encendida
por los simples besos de Palu que por los complicados juegos sexuales de la
mayor parte de los hombres que habían entretenido aquí.
Alecia se ruborizó.
—¿Soy demasiado vieja para ti? —ella bromeó—. Tú eres, después de todo,
un anciano de treinta y seis —de repente estaba nerviosa. Ella sabía de hombres
mayores que preferían a sus mujeres muy jóvenes.
—Sí, lo es —él se retiró con un suspiro y se sentó. Alecia podía ver su polla,
semi-dura, rosada, su saco asomándose bajo su pelo pubiano. Le gustó ver a Nat
así, sabiendo que con sólo un toque, o un beso, se pondría totalmente erguido.
La anticipación era deliciosa—. Tengo veintiséis años —se pasó una mano por el
pelo, despeinándose todavía más—. Nos casamos muy jóvenes —sacudió su
cabeza—. Demasiado jóvenes.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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—Nat volvió a sus hombres y pensé que quería ver lo que él encontraba tan
maravilloso en ellos —dijo ella resueltamente—. Los primeros años de nuestro
matrimonio no fueron felices.
—Lo siento, Natty —susurró ella. Apartó la mirada de los dos hombres,
sentada sobre el regazo de Palu, juntando sus manos—. Lo adoraba, ¿sabes?, y
sabía que no era la esposa ideal para él. Yo era ignorante de todo, no solamente
en las relaciones sexuales. Era infantil y lo estropeé y lo aparté porque pensaba
que no lo merecía.
Palu le frotaba la espalda y ella miró para ver que Nat tenía la mirada fija
en su regazo.
Alecia asintió.
—Sí. Simon se hizo amante de los dos al mismo tiempo. Al cabo de un rato,
él sugirió que los tres —ella agitó su mano alrededor—, ya sabes, estuviéramos
juntos.
—Sí, juntos —dejó caer su mano—. Simon nos enseñó cómo amarnos el uno
al otro. Fue bastante simple, en realidad. Descubrimos que teníamos bastante
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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más en común que con Simon. Después de unos meses, Simon se desvaneció tal
y como él suele hacer, y Alecia y yo descubrimos que nos habíamos enamorado.
El uno del otro —él rió su típica risa de caramelo y divertida, y el corazón de
Alecia se aligeró otra vez—. Enamorado de su propia esposa. ¡Qué raro!
—Muy raro, de verdad —concordó ella con una risa—. Pero confieso que aún
cuando él me hizo daño, y yo a él, nunca dejé de amarle.
—Lee —susurró Nat. Él se inclinó y la besó. Cuando sus labios tocaron los
suyos ella comprendió que ellos no se habían besado en toda la noche. Habían
estado tan absorbidos con Palu. Su corazón bombeaba rápido y ella sintió pánico.
¿Estaba pasando otra vez? ¿Se distanciaban? ¿Es por eso por lo que se sentía
tan atraída hacia Palu? Pero el beso de Nat la encendió como siempre hacía, su
gusto tan familiar y aún tan atrayente por su misma familiaridad. Ella ahuecó su
mejilla con su palma mientras se mordía el labio inferior. Nat se alzó sobre sus
rodillas delante de ella y pasó las palmas de sus manos desde sus rodillas hacia
sus muslos, y ella tembló con su toque. Ella podía sentir la mirada de Palu sobre
ellos, y ésto la encendía todavía más. Ellos nunca habían compartido eso con
nadie más. Ellos podrían joder a un tercero en su cama, pero sólo se corrían
juntos cuando estaban a solas. Sin embargo, de pronto ella quiso hacer todo por
Palu. Ella quiso joder a Nat para Palu, ya que se daba cuenta que él disfrutaba
mirándolos juntos. Él respiraba pesadamente, y su mano descansada sobre su
trasero, acariciándolo sugestivamente.
Nat rompió el beso y miró fijamente en los ojos de Alecia durante largo
tiempo. Finalmente habló.
Palu nunca realmente había visto nada como esto antes. Había pensado que
sí. En las islas, los miembros de la tripulación no habían sido siempre
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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circunspectos en cuanto a sus encuentros sexuales. Pero estaba claro que había
un mundo de diferencia entre lo que había visto y este acto nacido del amor.
Era... te quitaba el aliento.
Palu estaba hipnotizado. Ellos eran magníficos. No se podía creer que se los
hubiera follado. ¿Nat todavía sentía su semen en su pasaje? ¿Alecia todavía
estaba adolorida por su polla? Sólo de pensar en ellos todavía sintiendo lo que
Palu les había hecho mientras se follaban mutuamente era más excitante de lo
que jamás pensó.
—Me encanta joderte —susurró Nat—. Eres tan dulce y estás tan mojada,
Less, tan hermosa.
—Sí —Palu susurró, y luego pensó que mejor se podría haber mordido la
lengua, por miedo de haberles arruinado el momento.
Pero en vez de resentirse por su intrusión, Nat se giró hacia él con una
sonrisa bromista. —Tú lo sabes, ¿verdad, Palu? Tú sabes lo dulce que es su
coñito.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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—Nat —Palu gimió. Él se deslizó hacia abajo para ponerse boca abajo al
lado de ellos, su mejilla descansando sobre su puño mientras los miraba. Clavó
su dolorida polla en la cama y encontró un poco de alivio—. Los dos sois
perfectos. —Los sonidos de su follada eran tan calientes como verlos. Los
pequeños gemidos de Alecia que intentaba sofocar, ¿Por qué lo hacía?. Y la
respiración pesada de Nat y sus palabras de amor murmuradas. Y ella estaba tan
mojada que Palu podía oír el sonido cada vez que Nat empujaba dentro y fuera.
—Palu —gimió Alecia. Ella tironeó su mano libre del apretón de Nat y la
estiró hacia él. Palu tomó su mano y la besó—. Vente, Palu —susurró ella.
Nat gimió y Alecia se rió jadeando. —No, tonto —dijo ella, tirando de la
mano de él—. Ven aquí y déjanos probarte otra vez.
Palu gimió, pero negó con la cabeza. —No, esto es sólo tú y Nat.
Nat lo miró frunciendo el ceño. —No, esto es para ti también, Palu. Ha sido
para ti también desde que te vimos por primera vez. ¿No lo sabías?
Él quiso creer a Nat. Él quiso creer que estos dos jóvenes amantes querían
compartir este momento con él. No importaba lo tonto o ridículo que pudiera ser,
quiso creerlo. Elevándose sobre sus rodillas él se movió hasta que estuvo al lado
de la cabeza de Alecia sobre el colchón. Él bajó sus manos sobre la cama al otro
lado de ellos, para inclinarse sobre ellos, su polla encima de Alecia, delante de
Nat. La vista de su dura polla colgando allí enmarcada por sus rojas caras lo
hicieron querer aullar de satisfacción. Él tomó varios alientos profundos,
intentando calmarse.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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Nat dejó de lamerlo, y Palu estaba tanto alegre como devastado. Los labios
de Alecia todavía lo rodeaban, pero ella era muy suave con él, como si supiera
que estaba al límite. Nat comenzó a empujar más duro en Alecia y la cabeza de
ella se movió sobre la cama y contra su polla. Él no pudo reprimir un gemido.
—Sí —gruñó Nat, acelerando el ritmo. Y luego Alecia gritó sobre la polla de
Palu, sus piernas cerradas alrededor de Nat, su espalda arqueada. Palu se retiró
de la exquisita sensación de su voz vibrando por todo su eje. Se sentó sobre sus
talones y observó la cara de Alecia mientras ella se corría. Y luego vio los
temblores en la espalda de Nat, el manojo de músculos de sus nalgas, y Nat
enterró su cara en el cuello de Alecia cuando se corrió con un quejido, el mismo
quejido había hecho cuando Palu lo había jodido. Que Nat hiciera el mismo ruido
para él y Alecia le complacía increíblemente.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
su cabeza con un ritmo más rápido. Él necesitaba esto, ¡tanto! ¿Cómo lo había
sabido Nat? Nunca hubiera podido follar a Alecia así, era demasiado pequeña.
Pero la boca de Nat estaba hecha para que lo follara.
Cuando acabó, Nat torció su cabeza del apretón de Palu y se sacó la polla
con un jadeo. Se estaba riendo.
—Nunca me habían follado la boca tan bien —dijo, su voz gruesa, como si le
doliera la garganta. Palu sintió una primitiva emoción por haber usado a Nat de
esa manera y hacerle eso a su voz. Alecia rió y se deslizó hasta besar a Nat,
todavía riendo. Entonces ella se dio vuelta hacia Palu y lo besó, también, con el
gusto de él y Nat todavía sobre sus labios sonrientes.
Palu sintió como si la tierra se abriera bajo él. Quería más que una sola
noche con estos dos. Le habían hecho desear cosas que había dado por perdidas.
Y eso era peligroso. Lo sabía, pero no podía parar la marea de deseo que tiraba
de él acercándolo a ellos cada vez más.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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CAPÍTULO 6
—Sí, gracias —respondió cortésmente Palu. Nat había notado que el otro
hombre se retiraba a la cortesía meticulosa cuando no estaba seguro de una
situación. El refugio del inglés bien educado, pensó Nat irónicamente.
Nat se rió.
—Dime qué pasa, Nat —exigió Palu en voz baja—. ¿Quieres que me
marche?
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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Nat lanzó una carcajada y alzó la mirada para ver a Palu darle una apenas
sonrisa irónica.
—Sí, bueno, soy un tipo ágil, ¿verdad? —Nat sintió que se ruborizaba. Las
cosas que habían hecho durante el último día y dos noches también eran casi
increíbles para Nat. ¿Realmente había dejado a este hombre follarle una y otra
vez, compartido a su esposa, lamido, mordisqueado, chupado y probado cada
centímetro de la piel oscura y tatuada de Palu? Sí, lo hizo. Y lo haría otra vez. Al
menos tenía la esperanza de volver a hacerlo.
Nat se ruborizó.
—Mis intereses no son tan amplios como los tuyos —se aclaró la garganta
con timidez—. Pesces —ante la mirada en blanco de Palu amplió la respuesta—.
Estoy interesado en los peces. Los escritos de tu padre mencionan algunas de las
nuevas especies que vio en los Mares del Sur. Pero los tuyos no lo hacen. ¿Sabes
algo de los peces de allí?
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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—Son hermosos —el comentario de Palu hizo que Nat levantara la cabeza
otra vez. Buscó señales de burla o indulgencia, pero, en realidad, Palu parecía
interesado en la discusión—. Hay muchos que son similares a los que se
encuentran aquí en Europa, pero también hay muchos peces que son
impresionantemente hermosos, obras maestras de color, diseño y forma. Son
muy exóticos, y, en algunos casos, bastante letales.
Palu asintió.
—Sí, como venenosos. Así que cuando digo saber cuáles son los buenos
para comer, me refería más que al mero gusto —su sonrisa era divertida y sacó
los hoyuelos en sus mejillas. Maldita sea, él era tan jodidamente increíble que
Nat quería saltar a través de la habitación y tomarle allí mismo.
—Has hecho muy feliz a Alecia —le dijo a Palu honestamente. Se dio la
vuelta para estar enfrente del otro hombre, que permanecía de pie donde se
había detenido cuando entró en el cuarto. Captó sorpresa y alivio en el rostro de
Palu—. Gracias.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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—Nat —Palu habló en voz baja pero firme justo detrás de él. Nat sintió su
mano en el hombro, una caricia sólida y suave. Se dio la vuelta para ver a Palu
mirándole con compasión y preocupación. Se le retorció el estómago y estuvo
más confundido y enfadado que antes. Intentó quitarse su mano, pero el apretón
de Palu se tensó y se mantuvo firme.
—No menosprecies esto, Nat. No rebajes lo que ella siente por ti. Es una
mujer adulta y te ha dado su amor. Ese es un tesoro que no tiene precio.
Fue el turno de Nat de agarrar los brazos de Palu. Apartó sus manos, pero
no soltó los brazos de Palu. Le agarró con fuerza tratando de hacerle entender y
desesperadamente esperando que no lo hiciera.
Palu se liberó con una sacudida y tiró a Nat en un apretado abrazo. Nat
envolvió sus brazos alrededor del pecho de Palu y hundió los dedos en su
espalda. Enterró su rostro en la piel recién afeitada de su cuello e inhaló. Palu
olía como él. Había usado el jabón de afeitar de Nat, y su olor sobre Palu hizo
sentir a Nat posesivo y hambriento y desesperado. ¿Qué estaba haciendo?
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
Palu presionó los labios al lado del pelo de Nat, su aliento agitaba el cabello
sobre la oreja, haciendo temblar a Nat.
—Nat, eres todo lo que alguien podría desear. Eres inteligente y amable,
divertido, guapo, generoso. ¿Debo continuar? Si yo fuera Alecia me sentiría como
ella. Haría cualquier cosa por ti, Nat. Cualquier cosa.
Nat se sintió mareado. ¿Palu también sentía así? ¿O sólo hablaba de Alecia?
Apoyó la frente sobre el hombro de Palu. ¿Eso importaba? Palu se marcharía, lo
habían sabido desde el principio. Y Nat siempre se había dicho que no haría esto.
No se dejaría cuidar por un hombre. Palu era un amante, nada más. Una
distracción temporal. Era posible que se gustaran el uno al otro, podían tener
muchas cosas en común, pero eso no cambiaba el hecho de que ambos eran
hombres, y que Nat y Alecia estaban casados. Nat no haría daño a nadie como él
había visto a Derek Knightly e incluso a Tony Richards lastimados. Ellos habían
sido excluidos en público, relegado a ―amigo‖ soltero en beneficio de la
aceptación social. ¿Se sentían ellos como si su amor no fuera importante? Palu
merecia más. Se merecía a alguien que le reclamara con valentía y orgullo, y Nat
y Alecia no podían hacer eso.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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entre ellos, iban a utilizar a Palu para sus propios fines? ¿Cómo podría describir
adecuadamente lo enfermo y enfadado que le ponía que no tuviera otra opción?
Los ojos de Palu brillaban con ardor y los estrechó mientras miraba
fijamente a Nat.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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Con ese pensamiento Nat rodó hasta que la espalda de Palu golpeó la
estantería y profundizó el beso otra vez. Él lo hizo por la lujuria, por la
satisfacción sexual y no por las emociones. No podía ser por las emociones.
Palu se rindió, dejando a Nat controlar el beso y controlarle a él. Nat metió
una rodilla entre las piernas de Palu y el otro hombre gimió cuando su muslo
entró en contacto con su ingle. Las manos de Palu agarraron las caderas de Nat,
acercándole y frotándose contra él. Sí, esto era lo que tenían. Nat nunca había
tenido más con un hombre. Palu encajaba todas sus curvas, siempre que
presionara en los lugares correctos.
Nat se separó con un jadeo, mirando a Palu con desafiante satisfacción. Los
ojos de Palu estaban vidriosos, sus labios hinchados y húmedos, las mejillas
enrojecidas. Nat tenía aquí el control. Estaba de nuevo controlado. Golpeó la
polla de Palu con el muslo, y bajó la mirada para ver el contorno de su longitud
rígida que tiraba contra los pantalones apretados. El conocimiento de lo que Palu
ocultaba debajo de sus ropas, su tatau sensual e hipnotizante, una verga gruesa
cubierta de tinta negra, sus bíceps abultados decorados con remolinos primitivos
y bandas, volvió a Nat loco de lujuria. Eso era todo suyo ahora mismo.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
dientes al mismo tiempo que agarraba las caderas de Nat más fuerte, y le
sostuvo más cerca.
—No —dijo Palu entre dientes—. No quiero hablar sobre joder. Solo quiero
que me jodas.
—Si eres un chico muy bueno —dijo Nat a Palu con una sonrisa maliciosa—
podría hacerlo más tarde.
Palu gruñó sin decir nada, empujandose contra Nat y Nat se rió.
—¿Estamos impacientes?
—No sé —respondió Palu cuando hizo que Nat inspirase mientras se frotaba
contra él—, ¿lo estamos?
Palu intentó besarle otra vez, pero Nat se apartó. Podía ver la sorpresa en
el rostro de Palu. Sabía cuánto disfrutaba Nat besándole. Pero ahora se sentía
demasiado íntimo. Nat había llevado su encuentro donde quería, lejos de las
confesiones y de vuelta a la jodienda. Besándole destruiría el poco progreso que
había hecho.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
que los criados vieran lo que estaba pasando. Cuando se giró hacia ellos sonreía
con aprensión.
Nat puso las manos sobre la estantería y se apartó de Palu, que le dejó ir
inmediatamente.
—Por supuesto —le dijo frunciendo el ceño. Ella no debía perder el valor
ahora. Esta vez iba a funcionar. Estaba seguro de ello. Empujó su propia
inquietud profundamente y se concentró en lo que había hacer—. Siempre vamos
a tomar el té con sus padres en el segundo martes de cada mes.
—¿Alecia? —preguntó Palu desde atrás. Nat se dio la vuelta hacia ella, con
una dura mirada. Ella mantuvo la mirada fija sobre Nat, parpadeando
rápidamente.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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—No quiero que nos dejes —su respuesta era ambigua, Nat tuvo que darle
crédito por eso. Sabía que ella no estaba a favor de su plan, pero haría lo que le
pedía porque confiaba en él. Por favor, Dios, rezó Nat, deja que funcione esta
vez. Por una vez déjale tomar la decisión correcta para ellos. Casi se había dado
la vuelta cuando vio el anhelo en su mirada mientras contemplaba fijamente a
Palu. Tal vez su respuesta no había sido tan ambigua entonces. Ella realmente
no quería que Palu los abandonara. Pero el viaje tenía que terminar en algún
sitio. Nat se temía que su lugar de destino de hoy bien podría ser su único final.
***
La madre de Alecia, la señora Colby, era tan menuda como su hija. También
era tímida, pero de un modo diferente que Alecia. Era un ratón tímido, abrumada
por su marido dominante. Quizás podría haberlo superado si no hubiera sido
atada a un hombre que quería mantenerla de esa manera.
Palu no estaba exactamente seguro de por qué estaba allí. Él y Nat y Alecia
habían pasado casi dos días haciendo el amor y riendo, y lo siguiente que supo
fue que ellos le habían liado y le trajeron aquí a tomar el té con el padre que les
odiaba. La cabeza le daba vueltas, sobre todo después de aquella conversación
confusa con Nat esta mañana. No había ninguna señal del risueño inglés que le
había fascinado en Wilchester's la otra noche.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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destacado erudito. Todo lo que ellos veían era su piel morena y la nariz ancha y
el pelo grueso y ellos temían su naturaleza primitiva. Por cierto, fuera del
dormitorio Palu no creía que tuviera una naturaleza muy primitiva. Era un tipo
más bien relajado si la gente se molestaba en llegar a conocerle. En realidad se
había sorprendido al descubrir su primitiva naturaleza sexual con Nat y Alecia. Él
sonrió en su taza mientras tomaba un sorbo de té. Ellos no parecieron temer al
salvaje.
—¿Qué quieres? —atacó el señor Colby. Palu se asustó y se giró hacia él,
pero estaba hablando a Nat.
—Ya sabe lo que queremos. Lo que siempre queremos. Es usted quien nos
hace aparecer aquí cada mes para arrastrarnos por lo que es legítimamente
nuestro. Si no desea vernos, entonces dénos la suma total.
Palu se sorprendió más allá del habla. Incluso aunque Alecia se lo había
dicho, en realidad no había esperado que Nat y el señor Colby fueran tan hostiles
entre sí. Parecía como si Nat deseara disparar al señor Colby tanto como el
hombre más mayor quisiera disparar a Nat. ¿Y sobre qué suma estaba hablando?
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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—Ya sabe que los doctores dijeron que ella no concebirá otra vez —informó
Nat—. ¿No piensa que nos duele a ambos? ¿Tiene que frotar nuestras narices en
ello?
Los labios del señor Colby se convirtieron en una airada línea hasta que
desaparecieron.
La señora Colby lanzó un grito apagado y Palu vio que sus labios
temblaban. Tuvo que apretar los dientes contra las palabras airadas atascadas
en su garganta.
—Suficiente —dijo Alecia con voz temblorosa—. Hemos venido para nuestra
asignación mensual, Padre —dijo, apretando las manos en el regazo—. Nat tiene
razón. Si nos diera los fondos de mi dote, no tendríamos que soportar esta
tortura mensual.
—No, Padre. Con mucho gusto visitaría a Madre —no necesitaba añadir que
no deseaba ver a su padre. El sentimiento tácito fue entendido por todos.
—No estoy obligado a entregar el dinero hasta que tengas treinta años —
dijo con frialdad—. Siento que es mi deber mantener el control hasta entonces.
Tú y tu marido no tienen ningún sentido de la responsabilidad o el decoro. Darles
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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el dinero ahora para desperdiciarlo en sus placeres hedonistas sería una locura, y
un perjuicio para ti.
Nat se burló.
—El señor Anderson es un conocido reciente —dijo Nat con calma—. Hemos
estado pasando mucho tiempo juntos. Estoy seguro de que pronto será de
conocimiento público.
El señor Colby se puso de pie y Palu vio que Alecia se mordía el labio tan
fuerte que tuvo miedo que ella se hiciera daño. Pero, ¿por qué estaba
preocupado por ella? ¿Era tan idiota?
Palu se puso de pie y todos los ojos se volvieron hacia él. Los ojos de Alecia
estaban rojos y llenos de lágrimas no derramadas. Podía ver la súplica en sus
bonitas profundidades castañas. Cuando miró a Nat todo lo que vio fue cólera.
Pero cuando Nat echó un vistazo a Alecia, Palu vio el pesar y la determinación en
sus ojos. Palu se giró hacia el señor Colby.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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—Sí —dijo. Con aquella única palabra lanzó su propio orgullo a un lado.
Sabía que había sido utilizado por ellos. Pero, ciertamente, ellos también habían
dado de sí mismos. No vio ninguna vergüenza en devolver el favor. Esta era una
situación que escapaba a su control. Alecia había aludido varias veces a su falta
de fondos, para viajar y otros pasatiempos. Obviamente, Palu no había
entendido. Tampoco, había entendido lo que Nat le decía esta mañana. Ahora lo
hacía.
—Uno que requiere que la víctima admita por qué está siendo chantajeado
—contestó—. Y no creo que eso sea lo que desea.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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—Adiós, Madre —dijo Alecia. La señora Colby miró a su marido, pero luego
se levantó y agarró la mano de Alecia. Palu podía ver que la sostenía
fuertemente. Le dio un beso en la mejilla a Alecia.
— Sí, yo creo que lo está. Tengo que llamarte fanfarrón. No harás nada
para dañar a Alecia, Digby. Ha cometido el fatal error de se enamorarse de ella.
Te compadezco.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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Nat apoyó los antebrazos en los muslos, dando vueltas al sombrero en sus
manos entre las rodillas. Suspiró profundamente.
—No, no lo era.
—No sé —gritó—. Fue una estupidez, una tontería —finalmente miró Palu, y
había verdadero pesar y turbación en su rostro—. Sólo pensé... —suspiró otra
vez—. Diablos, no sé lo que pensé.
— ¿Por qué necesitan el dinero? —si fuera para algo importante, algo que
significara la vida o la muerte, entonces podría entenderlo. Podría perdonarles.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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—No, Nat, no lo haremos. Él nos tiene y lo sabe. Cuando tenga treinta años
la mayor parte del dinero habrá desaparecido. No lo invierte en absoluto. —se
limpió la nariz—. Lo tiene todo planeado. Todavía tiene las cuerdas del
monedero, y entonces nunca seremos libres.
Palu sentía una extraña compasión por ellos. Le habían utilizado de una
manera abominable, pero no podía odiarles por ello. Lo habían hecho el uno por
el otro. Siempre había sabido que todo se trataba sobre Nat y Alecia, ¿verdad?
La confesión de Nat de esta mañana sobre su incompetencia y su incapacidad
para cuidar de Alecia ahora tenía perfecto sentido.
—Ciertamente me dieron todo lo que pedí y más en los últimos dos días. No
podía negarme a devolver el favor.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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—Los últimos dos días, ellos no tuvieron nada que ver con esto —le dijo Nat
con brusquedad.
—Tuvieron todo que ver con ello. ¿Lo planearon desde el principio, antes de
que se me acercaran en el baile?
—¡No! —gritó Alecia, agarrando su brazo—. No, sólo te queríamos, eso fue
todo.
Bien, eso dolía, que Nat confirmara que Palu era el equivalente del coco.
El coche fue más despacio y Palu miró fuera para ver que habían llegado a
la casa de Nat y Alecia. Después de que desembarcaron, Palu se inclinó
cortésmente.
—Palu, por favor —rogó Alecia con seriedad—, no te marches así, por favor.
Entra con nosotros. Déjanos hablar.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—Tengo un negocio que he dejado desatendido durante los últimos dos días
del que debo ocuparme. No puedo llegar antes, digamos a las nueve. ¿Eso le
satisface?
—Hasta esta noche entonces —dijo en voz baja. Se dio la vuelta y se alejó,
maldiciéndose por haber sido un idiota.
***
No se había sentido tan mal desde que Alecia había llorado y dicho cuánto
la había lastimado con su constante serie de amantes. Fue cuando perdió al
bebé. Ellos sólo lo supieron poco tiempo antes de que ella lo perdiera. Pero
cuando sucedió, había provocado un agujero en ambos y quedaron destrozados.
Cuando el dolor pasó, habían hablado de las cosas que tuvieron durante mucho
tiempo ulceradas bajo la superficie, y estuvieron más cerca que nunca. Pero Nat
nunca olvidó el sentimiento de desolación que había tenido al saber que la había
hecho tanto daño.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
Pero tenía que decírselo. Los secretos no tenían lugar entre ellos.
—Alecia —se ahogó. Tropezó con la cama y se sentó al lado de ella, tirando
de ella a sus brazos. Él la abrazó con fuerza y susurró ferozmente contra su
cabello—. Creo que me estoy enamorando de él.
—¿Qué vamos a hacer ahora? —le preguntó en voz baja. Ella no tenía
ninguna respuesta, y él tampoco. Una vez más, Nat había tomado las decisiones
equivocadas para ellos y había lastimado a Alecia en el proceso. ¿Nunca haría lo
correcto?
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
CAPÍTULO 7
— ¿De qué está hablando? —escupió Nat. Había vacilado cuando Soames
anunció a Hardington. Habría preferido que el mayordomo le dijera que Alecia y
él no estaban en casa, lo cual habría complacido a Alecia. Pero había decidido
que debían verlo y dejarle perfectamente claro que no estaban interesados en
ningún otro enlace con él.
Hardington se burló.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—Así que han desarrollado un gusto por los nativos. ¿No es así? Debe ser
tan bueno como dicen —lo último lo dijo burlándose con sarcasmo, Alecia sintió
su genio elevarse.
—Él está pasando momentos difíciles aquí en Inglaterra, ustedes saben —su
tono engañosamente suave—. Detestaría ponérselo más difícil, viendo que es un
hombre de ley.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
Alecia casi se rió ante la ironía de la situación. Esa mañana ellos habían
intentado chantajearlo y no tuvieron éxito debido a lo que sentían el uno por el
otro. Esta tarde tendrían que ceder al chantaje, debido a sus sentimientos por
Palu. Ciertamente el Dios de la justicia tenía un sentido del humor retorcido.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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Alecia sintió como el color desaparecía de su rostro. ¿Así era como los
demás los veían a ellos? ¿Cómo prostitutas que se compran?
TRADUCTORAS INEXPERTAS
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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Hardington rió y se levantó del sofá. Camino dos pasos hacia el canapé
donde estaba Alecia y se agachó cerca de ella, lo suficientemente cerca para que
sus costados se presionaran uno sobre el otro mientras él colocaba un brazo
alrededor de ella. Se inclinó y la besó en el cuello, y ella miró hacia otro lado,
lágrimas ardiendo en sus ojos. Supuso que Nat tendría que hacerlo también,
para mantener tranquilo a Hardington. Cerró sus ojos y pensó en Palu mientras
la mano de Hardington subía por su muslo y mordía su cuello no muy
gentilmente.
Hardington suspiró.
—Supuse que podrías decir eso —se levantó y enderezó las solapas de su
abrigo—. Pero valió la pena intentarlo —su sonrisa aun era engreída—. Sin
embargo, no creo que puedan rechazar mi segunda alternativa.
TRADUCTORAS INEXPERTAS
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—¿Lo juras Hardington? ¿Si nos mantenemos alejados del Sr. Anderson no
le iras con cuentos a la Royal Society?
—Mófate si lo deseas, Digby. Pero seré quien ría al último —abrió la puerta
y comenzó a salir, pero se detuvo a la mitad y se giró hacia ellos—. No traten de
verlo nuevamente, ni siquiera una vez, o me aseguraré de que las historias de
sus aventuras lleguen a oídos apropiados.
TRADUCTORAS INEXPERTAS
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
— ¿Qué haces? —Alecia preguntó con voz acuosa, aspirando de Nuevo. Nat
se giró hacia ella sosteniendo un pañuelo. Ella se levantó y lo tomó y entonces se
asomó por encima de su hombro.
—Querido Sr. Anderson —leyó ella, su voz temblorosa—. Es con pesar que
debemos cancelar nuestro compromiso de esta noche. Los eventos se han
desarrollado de manera que resulta imposible determinar cuándo podremos
volver a verle. Por favor acepte nuestras disculpas. Nat y Alecia Digby.
***
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—No, pero difícilmente clasifica como tal —dijo Palu seco—. Apenas entra en
la lista de conocidos.
Hardington rió como si fuera una broma, pero Palu simplemente estaba
confundido.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
¡Oh Dios! Palu trato de dominar sus facciones bajo una máscara de
desinteresada calma, pero sabía que estaba fallando miserablemente por la
alegría en el rostro de Hardington.
—Oh querido, ¿no me digas que pensaste que tu encuentro con ellos fue
algo especial? —dijo Hardington en un tono de simpatía exagerada—. Aun que tal
vez lo fue, considerando quién y qué eres. Estoy seguro que ellos nunca habían
follado a nadie como tú —hizo una pausa momentánea—. Palu.
—No estaba al tanto de que prodigaran tan ricamente sus favores como
para incluir a todo Londres —replicó Palu, bastante orgulloso de cómo sonaba su
voz—. Pero no, no pensé que era el primero en disfrutar de ellos —por dentro se
estaba tambaleando. Ellos habían hablado con Hardington sobre su noche juntos.
Ellos inclusive le habían dicho el verdadero nombre de Palu, algo que solo un
puñado de personas conocía.
—¡Oh! —dijo Hardington con un mohín—. Supongo que solo aquellos que
llegan a follarte tienen permitido llamarte por tu nombre primitivo.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
compasivamente—, pero siempre he sentido cierta tendre3 por usted, como bien
lo sabes—sonrió despectivamente—.No pude ser capaz de tenerte, pero no
quiero verte lastimado —levantó una mano suplicante—. No eres más que una
curiosidad para ellos, y odiaría escuchar por todo Londres frívolas historias sobre
tus hazañas sexuales con ellos, como si fueras algún fenómeno de la naturaleza
para ser estudiado y discutido.
Palu apenas podía respirar con la desilusión corriendo por sus venas. Todo
sus viejos temores estaban justificados, su rareza se hacia evidente. Cómo si no
lo hubiera visto venir. Habían estado tan fascinados con su tatau, su naturaleza
primitiva, sus viajes. No era más que un experimento para ellos, una
curiosidad. Él ya se había sentido utilizados por ellos, pero ahora la sensación era
diez veces peor. ¿Nunca aprendería? ¿Siempre sería traicionado cada vez que
otorgara su confianza?
3
En francés en el original, Tendre= Ternura (N. de la T)
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
Cuando una hora después Palu recibió la nota del Nat y Alecia, se sintió
aliviado. No quería verlos de nuevo, pero no había sabido que escribir cuando se
sentó a escribir una nota cancelando su reunión. Ahora no había necesidad de
ello. De una manera extraña, la nota finalizaba su relación tan rápida y
claramente que le hizo pensar mejor de Nat y Alecia. Ellos no tenían intención de
engañarlo y continuar su relación basada en mentiras. Era evidente que habían
conseguido lo que querían de él. Si solo Palu pudiera decir lo mismo.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
CAPÍTULO 8
—No logro recordar la última vez que paseé por Hyde Park como si
caminase por un cementerio —se lamentó Simon—. ¿Puedo, al menos, conocer el
motivo de ese semblante moribundo?
Había pasado ya una semana desde que había recibido la nota de Nat y
Alecia, y continuaba sin poder olvidar el tiempo pasado con ellos. Se torturaba
todas las noches con los recuerdos. Su trabajo y las conferencias en la Royal
Society no le ocupaban tanto tiempo como había pensado que lo harían. Todo le
recordaba a Nat y Alecia y lo que podría haber sido. No había sido capaz de
resistirse a preguntar a la gente de la Society sobre ellos. Había descubierto que
Nat era verdaderamente un respetado naturalista aficionado, que leía
ávidamente todo lo que los miembros publicaban y asistía a las conferencias.
Estaba bien visto entre sus compañeros, nadie le dijo nada negativo sobre la vida
personal de Nat y Alecia.
Palu había evitado contactos sociales, pero beber hasta el estupor cada
noche no ayudaba tampoco. Cuando Daniel le había enviado una nota
respondiendo a su petición de pasear por el parque hoy, había aceptado
enseguida. Quizás su viejo amigo podría apartar su mente de ellos.
—Venga —dijo Daniel, apartándose del camino principal para sentarse sobre
un banco desocupado. Tocando el asiento junto a él—. Dime que va mal, Palu.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—Ah, vaya, esto si que es bueno —dijo Simon—. Palu. Enorme. Muy bueno.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
Palu se rió.
—¿Nuestro primer tutor? Sí, me acuerdo de él, pobre hombre. Fuimos una
prueba para él.
—¿Te educó uno de los eruditos más brillantes de nuestro tiempo y nunca lo
has mencionado?
Palu sacudió la cabeza y se inclinó hacia delante para descansar los brazos
sobre las rodillas, mirando al suelo entre sus pies.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—Simplemente he tenido una historia que terminó mal —dijo Palu con
desdén—. Lo superaré.
Simon apoyó los brazos en el respaldo del banco entre Daniel y Palu y le
miró con ceño fruncido.
—Ah, ¿No serán Nat y Alecia, verdad? Realmente pensé que iba a funcionar.
Palu suspiró.
— ¿Por qué? —Daniel estaba todavía tranquilo, pero su voz era firme, y Palu
sabía por experiencia que Daniel continuaría con ello hasta que lo confesara
todo, maldito fuese.
—Fui simplemente una curiosidad para ellos —les dijo, mirando a lo lejos
sobre la multitud que ocupaba el césped—. Y un medio para un fin.
Llevó un momento pero Palu pudo ver el instante en que Daniel reunió los
hechos para alcanzar una conclusión. Cerró los ojos afligido.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
Palu asintió.
—Sí. Lo hicieron.
—¿El qué? —preguntó Simon turbado—. ¿Tienen ustedes dos algún tipo de
la lenguaje secreto? ¿Qué pasó?
Palu resopló.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—Parece que él es también su amante. Me dijo que mi valor para ellos era
el de una curiosidad, una rareza para dos jóvenes eruditos impacientes.
Esta vez Simon le golpeó en el hombro, casi sacando a Palu del banco.
—¿Qué?
Esto hizo que Palu se sintiese un poco mejor. Al menos su baremo era más
alto que Hardington.
Daniel no dijo una palabra, tan sólo continuó pensativo haciendo círculos en
el suelo con el bastón.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—Bien —dijo Daniel con una risa suave—, no vas a encontrar quien acepte
la apuesta. Hardington siempre va detrás de algo.
—El amor nos hace un poco tontos a todos —dijo Daniel simplemente.
—Eso parece —miró como Nat y Alecia caminaban despacio hacia ellos
como en un trance. Ni una mirada para Simon y Daniel, tan sólo mirando
fijamente, con atención a Palu.
—Buenas tardes —contestó Palu también quedo. Se giró para mirar a Nat,
quien observaba a Palu y Alecia como un hombre famélico que mira fijamente un
banquete.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—Oh, sí, por favor —dijo Alecia jadeando. Se dieron la vuelta, Alecia
agarrada del brazo de Nat, mientras Palu caminaba a su lado, las manos unidas
tras la espalda.
Daniel los miró irse con una pequeña punzada de celos. Todo el mundo a su
alrededor se enamoraba. Lastima que Daniel lo hubiese hecho hace mucho, y no
pareciese capaz de reproducir la hazaña.
—Estoy más bien alarmado por este nuevo papel de mamá gallina que al
parecer hemos adoptado —reflexionó Simon mientras se sentaba al lado de
Daniel, ajustándose el abrigo y sonriendo a una atractiva viuda que pasaba. Por
lo que Daniel recordaba Simon había dormido con la viuda durante un mes o dos
después de la muerte de su marido.
Simon resopló.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—¿Qué diablos tienen que ver mis aventuras sexuales con tu inhabilidad
para aceptar consejos sobre amor no correspondido?
—Tú siempre estás en tu mejor momento —dijo Daniel con una sonrisa
burlona poco dispuesta. Maldito Simon, siempre podía hacerle olvidar su mal
humor.
—Eres demasiado amable, amigo —dijo Simon con una cálida palmada en la
espalda de Daniel—. Demasiado amable.
***
Alecia se dio la vuelta para mirar a Palu en cuanto entraron en el salón. Ella
esperó para hablar hasta que Nat cerró la puerta.
—Tan bien como era de esperar —su risa desapareció—. Gracias por notarlo
Nat había estado de pie silenciosamente, pero ante las palabras de Palu se
giró y golpeó con un puño contra la pared.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—Nat, no puedo. Tan solo no puedo. Por favor, tenemos que encontrar otro
modo. ¿No podríamos ser discretos?
—¡No, Palu! No es eso —ella le tendió la mano—. Por favor, debes dejarnos
explicarte. No queremos arruinarte.
Parecía tan desanimado que Alecia corrió y se sentó junto a él, pasándole
un brazo alrededor, abrazándolo. La sensación era tan buena, él olía tan bien
que Alecia se sintió aturdida. No había esperado tenerlo a su lado de nuevo.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—Maldición —juró Nat otra vez. Les siguió y se lanzó sobre el sofá frente a
ellos—. No podemos arriesgarnos, Palu. Él juró que mientras nos mantengamos
alejados de ti, no hablaría a los Mecenas sobre nuestra relación —Nat se frotó el
pelo con tanta fuerza que quedó hacia arriba en la parte superior de la cabeza—.
No queremos que dejes la Society —rogó con seriedad—. Sabemos cuánto
significa para ti.
—¿Es eso por lo que terminaron conmigo? —preguntó Palu con cautela.
Nat asintió.
Palu inclinó la cabeza de ese modo tan suyo, el que decía que intentaba
entender algo.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
Alecia asintió.
—Lo lamento.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—¿Le amabas? —la pregunta de Nat era afilada y cuando Alecia le miró él
se ruborizó y frunció el ceño. Palu le miraba atentamente, la cabeza inclinada
otra vez.
—Sí. Pero… no como piensas, no creo —Nat tan solo continuó mirándole
fijamente y Palu le dirigió una pequeña risa—. Lo amé profundamente, como un
amigo y confidente. Pero estaba sobreentendido que lo nuestro acabaría cuando
la guerra terminara.
Nat asintió, su cara aún más roja que antes. Miraba al hombro de Palu,
evitando sus ojos.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—Lo siento. De acuerdo. ¿Pero vas a las conferencias, y conoces a los otros
mecenas?
—Wilchester es un mecenas.
—Entonces sabes que lo que digo es así —Palu parecía tan seguro.
—Sí, pero eso es cierto para cualquier miembro. Hay pequeños celos y
discusiones entre todos nosotros —hizo una pausa y su mirada se volvió
cautelosa—. Soy muy bueno en lo que hago.
—Gracias.
—Nat —dijo Palu dijo con la voz llena de risa—. Me crees más importante de
lo que soy realmente. Alguno gritará desde lejos o me menospreciará a mí y a
mis investigaciones debido a nuestra relación, pero hay muchos que ya lo hacen
ahora, debido a lo que era mi madre.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
Palu la miró.
Alecia se envolvía el vientre con los brazos. Ella casi había olvidado como lo
habían traicionado. Era imperdonable.
—Lo siento tanto, Palu —dijo suavemente—. Nat tiene razón. Te tratamos
vergonzosamente. Estás en tu derecho de odiarnos por eso.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
CAPÍTULO 9
Nat lo interrumpió.
—Sí. Lo que hicimos... no estuvo bien, y no fue justo para ti. Pero teníamos
nuestros motivos.
—Hemos pasado por esto ya. Te perdono —le dijo y Nat sabía que lo decía
en serio. Pero no era suficiente.
—Alecia perdió un bebé hace varios años —Palu mantuvo el rostro tan
neutral como pudo, pero Nat podía ver la pena allí. Por una vez no se sintió
resentido. Miró a Alecia y ésta miraba hacia abajo a sus manos en su regazo,
mordiéndose el labio.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—Así que sea cual sea la razón que se encuentra detrás de su incapacidad
de tener un bebé depende de ti —Palu sonaba frío, como si estuviera hablándole
de algún tema científico. Nat asintió— ¿Por qué perdió al bebé?
—No lo sabemos —dijo Alecia. Su voz era firme, pero el efecto quedó
arruinado al sorberse los mocos—. Después de decirle a Natty lo del bebé, pensé
que estaría tan enojado. Pero no lo estaba. Él quería un hijo. No le importaba de
quién fuera.
—Es verdad, me daba igual. Sabía cuánto quería un hijo Alecia y por
supuesto su padre estaba obsesionado con eso. El bebé habría hecho las cosas
mucho más fáciles —se aclaró la garganta—. Y yo quería un niño, también.
Quería ser padre.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—Ah —dijo Palu, viniendo a sentarse frente a ellos—. Es por eso que no
jodes con otros hombres.
—Sí. Es por eso. Porque, aunque le decimos a todos que no puedo concebir,
la verdad es que yo puedo.
—Pero si eso hiciese las cosas más fáciles con su padre… —Palu dejó la idea
inacabada.
Nat lo miró fijamente y se secó los ojos con el dorso de la mano libre.
—No voy a hacer que Alecia haga algo que ella no quiere. Y desde luego no
va a tener un hijo por él.
Nat negó con la cabeza consternado porque Palu lo había entendido mal.
—Ya veo —dijo Palu—. Así que me estan diciendo esto para hacerme
entender por qué trataron de usarme contra el padre de Alecia.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—Sabía que no iba a funcionar, también —agregó Alecia en voz baja—. Pero
parece que cada mes nos encontramos con una nueva idea, igualmente estúpida,
para obligarle a darnos el dinero —se mordió el labio, pero luego enderezó la
espalda y se lamió los labios—. Yo también tenía miedo de darle demasiada
importancia a nuestra breve relación, porque pensé que esto nos llevaría a Nat y
a mí a separarnos otra vez —ella se volvió para mirar a Nat con tanto amor que
su corazón se llenó en el pecho—. No voy a perderlo de nuevo —ella le devolvió
la mirada a Palu—. Pero esto es algo que los dos queremos.
El silencio de Alecia hizo que Nat se diera la vuelta para mirarla. Lo que
encontró en su rostro fue inquietante.
—¿Si esto es lo que quiero? —se preguntó en voz baja, pero firme, lo que le
hizo sentirse orgullosa—. Sí, por primera vez en mucho tiempo, sí.
—Oh, Natty, lo admito. Los hombres que hemos traído a nuestra cama nos
han dejado insatisfechos. Y creo que la razón principal de eso soy... yo —suspiró
y dio media vuelta, mordiéndose el labio fuertemente—. Me encanta estar
contigo, Nat, y me encanta verte con otros hombres, pero nunca realmente
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
deseé a ninguno de ellos. Cuando les tocaba, o dejaba que me tocaran, era para
hacerte feliz.
Se puso de pie y se alejó de Nat. Sabía que Nat era reacio a hablar de sus
sentimientos. Ella también lo era. Sabía que Palu se interesaba por ellos. Esa era
su naturaleza. Estaba segura de que no estaría aquí si no fuera el caso. Pero
¿amor, amor y todo lo que significaría para los tres? Ella y Nat habían comentado
las relaciones de sus amigos, lo difícil y doloroso que debía ser para ellos negar
un amor al tiempo que se reconoce a otro. Habían jurado que ellos no lo querían
así. Y ahora allí estaban, enamorados de Palu. Temía el rechazo, pero también
temía causarle más daño. Sin embargo, ella no quería entrar en una relación de
pleno derecho sin revelar lo que quería, y en cierta medida, cómo se sentía.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
lado, la observaba con una mirada cerrada. Qué increíble era su habilidad para
ocultar o mostrar sus sentimientos en su rostro a voluntad—. Yo sólo tenía
diecisiete años cuando nos conocimos. Las diferencias entre una chica de
diecisiete años de edad apenas introducida en la sociedad y un muchacho de
dieciocho años de edad, son enormes, por cierto —sonrió ante el recuerdo—.
Pero Nat era muy guapo, alegre y divertido, y oh, tan inteligente —dijo a Palu
fervorosa. Él le sonrió, animándola a continuar—. Nunca pensé que yo le pudiera
interesar —dijo ella, tirando de la cortina para mirar hacia fuera a una tarde
repentinamente cálida, con profundos cielos morados cayendo en una puesta de
sol temprana—. Yo era joven, estúpida y torpe. La única hija de un comerciante
enormemente rico, indulgente, sin modales de clase alta.
—Nunca fuiste torpe —dijo Nat secamente, y cuando Alecia dejó caer la
cortina y se volvió hacia ellos se sintió aliviada al ver que Nat había recobrado su
sentido del humor y el equilibrio—. Sabías exactamente cómo coquetear con un
hombre.
Nat suspiró.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
Nat se ruborizó.
—Eso es todo lo que sabía. Qué decepción terrible debo haber sido para ti.
Miró a Palu.
—Hmm —dijo Alecia, se acercó y se sentó de nuevo, esta vez junto a Palu.
Se volvió hacia ella—. Tal vez no disfrutes de esta parte —respiró hondo—.
Comencé a tener relaciones sexuales con otros hombres después de encontrar a
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
Nat con uno de sus amantes, en una fiesta a la que asistimos por separado. Fui
en busca de él, y lo encontré jodiendo a un conocido mutuo en la biblioteca—.
Se volvió hacia Nat con la cara roja y una mirada irónica. —Desde entonces ha
restringido tales demostraciones públicas—. Ella se volvió de nuevo a Palu y su
voz se volvió un poco soñadora. —Pero él estaba magnífico. La expresión de su
cara, su polla tan dura, las cosas eróticas que le estaba diciendo al hombre
debajo de él mientras lo montaba tan duro y profundo. Cuando se corrió echó
hacia atrás la cabeza y gimió, y el otro hombre gritó su nombre, se dejó caer
como sin vida en el Aubusson4 —sonrió torcidamente—. En medio de su mejor
momento, Nat alzó la vista y me vio, pero no podía parar. Y supe entonces que
quería eso. Yo quería esa clase de pasión, pasión que Nat estaba claramente
reservándose para otros y no para mí.
Alecia sonrió.
—Sí, hoy día y también entonces. Salí derecho afuera, seduje al primer
hombre que encontré en el pasillo, y le puse los cuernos a mi marido en los
establos esa misma noche.
4
Tipo de tapiz. En este contexto se refiere al tapizado del sofá donde lo estában ―haciendo‖ (N. de la T.)
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—Oh, no. He descubierto que los hombres sienten incluso menos pasión por
una mujer de virtud fácil de lo que sienten por sus esposas. Me follaron en el
granero, y fui abandonada sin ni siquiera un ‗gracias‗ tan pronto como él se
corrió. Y como de costumbre, me quedé a medias —apartó la mirada,
avergonzada—. Y así que lo intenté de nuevo, con otro hombre. Y luego otra vez,
y otra vez.
—¿Y tú? —preguntó a Nat en voz baja— ¿Cómo te hacía sentir eso?
—Sí. Y por primera vez me di cuenta de toda la excitación de eso —se echó
a reír al recordarlo—. La primera vez que me corrí pensé que me estaba
muriendo. A Simon le tomó casi una hora calmarme.
—No estoy seguro si debería reír —dijo Nat divertido— considerando que
nunca la había hecho correrse —Sacudió la cabeza con arrepentimiento.
—Sí, bueno, yo ya me había corrido antes —se rieron de nuevo—. Pero, sí,
Simon insistió no habría nadie más mientras estubieramos juntos, y fue una
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—¿Lo disfrutaste? —la voz de Palu era áspera cuando le hizo la pregunta.
—No sabía que se podía follar a una mujer como si fuera un hombre —
susurró Nat—. Pero a Alecia le encantó.
Alecia abrió los ojos para ver a Palu observándola con atención. Él la
deseaba tanto que casi podía tocar con la mano el deseo en el aire.
Nat tenía esa sonrisa deliciosa, una sonrisa malvada que decía que quería
desesperadamente hacer algo travieso.
—¿Te gustaría?
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—¿Saber cómo se siente follar a una mujer con otro hombre? ¿Llenarla por
delante y por detrás, y sentirme mover dentro de ella contigo? ¿Realmente
compartir a Alecia?
Alecia sentía cada músculo interno tensarse de anticipación. Sí, Dios sí, eso
era lo que quería. Cuando Palu asintió con la cabeza, atravesándola con su
mirada, ella sonrió.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
CAPÍTULO 10
Palu temía que el interludio fuera a ser muy breve. Sólo observar a Nat y
Alecia mirarle mientras se desvestía lo tenía peligrosamente cerca de hacerle
sentir vergüenza. Estaban tan hambrientos por él. Y después de haberlos oído,
se diría que su hambre era más que por tener a otro hombre en su cama. Ellos le
deseaban a él, y a ningún otro. Esto era cosa de ellos tres. Cuando su última
pieza de ropa tocó el suelo, Alecia le hizo un gesto para que se acercara a ella.
Hoy se la veía diferente. Era como si ella hubiera cruzado su línea personal y
hubiera descubierto algo nuevo sobre sí misma. Había dicho que ella nunca había
deseado realmente a otro hombre hasta Palu, nunca había entendido lo que
podría ser entre dos hombres y una mujer. Palu dio un paso obedeciendo sus
órdenes, pero luego se detuvo.
—Nunca lo imaginé —le dijo él. Ella se detuvo a mitad de lo que estaba
haciendo y su mano cayó suavemente sobre su regazo al sentarse en borde de la
cama.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
más relajado, más dispuesto a permitir que Palu y Alecia llevaran la iniciativa, y
él les seguía.
—¿Y eso? —preguntó curioso Nat—. Dijiste que habías estado con ambas
cosas con anterioridad.
Palu asintió.
—¿Entonces por qué ahora? —le preguntó Alecia—. ¿Por qué nosotros?
Alecia fruncía el ceño, una pequeña línea apareciendo entre sus cejas.
—Así que ¿no nos ves separadamente? Como individuos, quiero decir.
Él resopló.
—No, no. No me estoy explicando bien. Te deseo, Alecia. Adoro tus rizos
dorados y tus exuberantes pechos, y tu naturaleza dulce. Y en cuanto a Nat, me
sentí atraído por él inmediatamente, por su apariencia, su presencia, su risa.
Pero lo que encuentro más atrayente es lo que sienten el uno por el otro, y el
hecho de que, incluso si es por un periodo breve, estan dispuestos a dejarme ser
parte de eso. Me siento... —luchó por encontrar la palabra correcta, con miedo
de decir demasiado— atraído por cómo se aman el uno al otro.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—Pero con Palu no ha sido así, Lee —dijo Nat suavemente. Se enderezó y
estuvo de pie allí con sus manos colgando a sus lados, como si se mostrara para
recibir la aprobación de Palu. ¿No veía que Palu lo había aprobado ya? ¿No era
evidente?—. Siempre ha sido Palu y nosotros, y lo que hemos encontrado juntos.
Y hemos encontrado mucho más que cualquier otra vez.
—Palu —Nat gritó, sus caderas tironeando. Su mano apretaba fuerte el pelo
de Palu, y se sintió tan bueno que Palu gimió. Nat sabía tan delicioso, caliente,
terroso y salado. Palu se lo comió, chupando y lamiendo y tragando la humedad
que se escapaba de la punta. Él lo quería, quería a Nat en su boca, quería
probarlo, devorarlo, poseer una pequeña parte de él para siempre.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—Palu —gimió Nat y Palu gruñó su aprobación al oírlo. Justo entonces Alecia
mordió su hombro, sus piernas abrazándolo más fuertemente. Palu la acercó
todavía más, frotando sus pechos contra él y empezó a follar a Nat con su boca.
Nat y Alecia parecieron saber lo que él necesitaba. Nat mantuvo aquel puño en
su pelo y jodió a Palu, dejando que Palu marcara el ritmo y la intensidad. Y
Alecia deslizó sus brazos bajo los de Palu y se apretó a su espalda mientras
besaba y lamía el tatau de su hombro y pecho. Se sentía tan bien los dos
disfrutándolo de esa manera. Compartiéndolo, usándolo, como fuera que se
dijera, a Palu no le importaba. Sólo le importaba que no pararan hasta que
estuviera completo de ellos, y ellos de él. Un zumbido constante de excitación
escapaba de Nat y su ritmo aumentó y sus empujes se hicieron más fuertes. Palu
veía que Nat no tenía intención de parar. Lo supo. Supo exactamente lo que Palu
quería: saborearlo, tragarlo, poseerlo durante un breve momento de tiempo.
Alecia compartía su excitación. La respiración de ella era entrecortada, los latidos
de su corazón retumbaban sus olas contra el pecho de él. Lo agarraba tan
fuertemente que pensó que se acabaría incrustando en su interior, justo junto a
su corazón. Ella susurraba ánimos en su oído.
TRADUCTORAS INEXPERTAS
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—Sí, Palu, querido, hazle correrse, hazle que te llene. Quiero beberlo en tí,
Palu, absorberlos a los dos. Eres tan hermoso —suspiró distraídamente— tan
hermoso.
—Dios, qué buen sabor tienes, Palu —dijo jadeando—. Sabes a Nat y a ti, y
a deseo y calor y todo lo maravilloso.
—Yo —le dijo Palu, su risa alimentada por la sonrisa en el rostro de Nat, la
sonrisa que lo había cautivado desde aquella primera noche—. Pensaba que no
TRADUCTORAS INEXPERTAS
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
tengo suficientes pollas para hacer todo lo que quiero hacerles a los dos ahora
mismo.
Nat se rió y el placer de Palu por habérsela provocado era casi tan bueno
como el placer que encontró en follárselos. Alecia ronroneó y se rozó contra él
como un gato y le hizo temblar al sentir su blanca y suave piel contra la suya,
sus delicados huesos y su precioso peso confiados a su cuidado.
—Doy gracias a Dios de que haya suficientes pollas en este cuarto para
hacer lo que quiero hacer —murmuró Alecia, ganándose más carcajadas de Nat y
un estremecimiento de deseo de Palu. Nat se inclinó abajo con la sonrisa todavía
en su cara y besó a Alecia. No fue un beso superficial. Fue caliente y voraz, casi
violento. Palu vio a Nat pellizcarle el labio inferior y Alecia gimió, abriéndose para
él. Sus lenguas se enredaron en el aire, suspendidas entre ellos, y Palu no pensó,
actuó por instinto. Se acercó y las tocó con la punta de su lengua. Nat tomó
aliento y Alecia gimió y los dos volvieron su atención hacia Palu. Le chuparon la
lengua y besaron sus labios, y Nat mordisqueó la mandíbula de Palu. Pero no fue
hasta que le besaron juntos, los dos metiendo las lenguas hasta el fondo en la
boca abierta de Palu, que él gimió y tembló. Nat se apartó y Alecia aspiró el labio
inferior de Palu mientras se retiraba hasta que lo soltó con un audible 'pop',
haciendo reírse a Nat. El sonido bajó por la espalda de Nat con un zumbido
increíble.
—Sí, Amante —susurró caliente Nat—. La tomarás primero a ella, por ese
exquisito culo, y luego yo llenaré su coño. Y entonces, juntos, volaremos todos al
paraíso.
TRADUCTORAS INEXPERTAS
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—Sí, sí, sí, —cantó Alecia desesperadamente con baja voz. Sus uñas se
clavaron en la espalda de Palu.
—Quiero mirar esa tatuada polla follar a mi esposa —susurró Nat—. Quiero
ver que esa negra tinta deslizarse entre sus redondas y blancas nalgas. ¿Harás
eso por mí, Palu?
—Sí —croó él, casi en el filo por causa de las palabras de Nat.
—Bien apenas lo describe —dijo Alecia irónicamente, y Nat resopló una risa
bajo la piel entre sus labios. Eso fue la gota que desbordó el vaso. Palu se puso
de pie, con Alecia en sus brazos. Caminó y la echó sin ninguna ceremonia sobre
la cama, ganándose un chillido de ella, y se giró para mirar a Nat todavía
arrodillado en el suelo, con las manos sobre sus rodillas mientras observaba a
Palu intensamente.
Sonaba tan preocupado, pero a la vez tan excitado, tan excitado por la
perspectiva de lo que iban a hacer. Nat estaba extremadamente agradecido de
que Palu lo hubiera chupado antes, o estaría ya listo para correrse otra vez justo
en ese momento de sólo oír a Palu y Alecia. Palu había estado haciendo esos
gruñiditos increíblemente eróticos desde el fondo de su garganta desde que Nat
y él habían empezado a jugar con el apretado culo de Alecia. Nat creía que Palu
no se daba ni cuenta de los sonidos, lo que los hacía todavía más excitantes.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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—Sí
Alecia soltó un gruñido, y Nat casi se rió por la semejanza entre ella y Palu.
—Sí, ella está segura —dijo firmemente. El efecto se perdió al girar Nat sus
dedos alrededor de los de Palu dentro de ella y Alecia dejó ir un jadeo de
sorpresa que acabó en un suspiro de placer. Nat realmente se rió de su
respuesta, pero el sonido fue oscuro y caliente y satisfecho. Cristo, le encantaba
cuando le hacía perder el control a Alecia de esa manera. Nunca había sucedido
con otro hombre, solo con Nat. Pero sus barreras habían caído en torno a Palu.
Ella confiaba en él. Infiernos, ella le amaba. Se lo había dicho a Nat. Y Nat
estaba ferozmente feliz por esto. Porque la libertad de ella esta noche era
diferente: un poco salvaje, un poco agresiva. Palu la había cambiado. Palu lo
había cambiado también a él. Al pensarlo Nat se inclinó y besó el hombro de
Palu, trazando uno de esos hermosísimos remolinos de tinta negra con su
lengua. Se había convertido en su pasatiempo favorito, hacerle el amor a los
tatau de Palu.
—¿Te encanta? —preguntó Palu con voz gruesa, inclinando su cabeza hacia
un lado y la boca de Nat viajó del hombro a su cuello.
—Me encanta darle a Alecia por el culo, tanto como follar a un hombre por
ahí —se encogió de hombros sugestivamente—. Está mucho más estirado y
caliente, Palu. Tan deliciosamente perverso, como dice Alecia. ¿No crees?
Nat podía ver en los ojos de Palu pasar los recuerdos de las noches que
habían pasado juntos, dejándolos ardientes con fuego negro.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—Sí —gruñó Palu—. Me encantó follar el tuyo, Nat. Y ahora —se giró y miró
abajo—, el de Alecia.
—Entonces hazlo, por última vez, hazlo —gimió Alecia—. los dos, dejen de
hablar sobre ello y fóllenme.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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—Es como la primera vez que te jodió, Nat —susurró ella, sus ojos absortos
en sus manos sobre la polla de Palu—. Cuando Palu y yo hicimos eso.
Tal vez Nat estaba intentando recrearlo deliberadamente. Sabía que no era
necesario. Sabía que esta primera vez para Palu y Alecia sería tan especial como
lo había sido su primera vez con Palu. Pero sería diferente, porque Nat
compartiría la follada de una manera que Alecia no hizo. Nat sentiría, de hecho, a
Palu dentro de ella, contra él. Parecían siglos desde que lo habían hecho con
Simon. Recordaba vagamente el sentido de excitación, de hacer algo prohibido.
Pero esta noche no existía esa sensación de cometer algo mal y prohibido junto
con la excitación de sus venas. En vez de eso, se sentía como algo muy bueno.
La mano de Nat se apretó sobre la de Palu al pensarlo, y Palu gimió y empujó
contra él.
Palu rodeó con su grande y resbalosa mano la nuca de Nat y lo acercó hacia
él.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
Los besos de Palu tenían ese efecto sobre él. Tenía un gusto tan rico y oscuro y
decadente, y Nat quería joder a Alecia con él más que respirar. Alecia agarró la
mano de Nat y la apretó contra su teta y Nat pudo sentir lo rápida y desigual que
era su respiración, y cómo corría el latido de su corazón. Alecia se restregó su
mano por su pecho y luego la empujó abajo a su estómago. Nat se apartó del
beso de Palu, tambaleante, para ver lo que ella estaba haciendo.
—Frótalo por todo mi cuerpo —gimió ella. Se echó hacia atrás y agarró la
mano libre de Palu y empezó a restregarla sobre ella también—. Quiero estar
resbaladiza. Quiero resbalarme y deslizarme contra sus cuerpos mientras
ustedes se deslizan y resbalan dentro de mí.
Por algún motivo su petición puso a los dos hombres a cien. Pensar en
Alecia cubierta de aceite, brillando y resbalosa por todas partes mientras la
follaban atraía a Nat de una manera primaria, y por el gruñido de Palu, Nat se
imaginaba que se sentía igual. Frotaron a Alecia con sus manos, no demasiado
duro pero tampoco amablemente. Nat magreó sus pechos firmemente,
cubriéndolos de aceite. Mientras exprimía los pálidos globos que eran sus tetas,
se inclinó hacia abajo y tomó uno de los pezones con la boca, lamiendo y
chupando el turgente pico, rozando y apretando el firme y redondeado
montículo. Palu se había movido a su otro lado y frotaba sus manos contra su
estómago y las nalgas. Alecia se retorcía entre ellos. Nat nunca la había visto tan
salvaje. Cuando la mano y la boca de Palu se unieron a las de Nat en sus tetas,
Alecia dejó ir un grito estrangulado y tembló entre sus brazos. Como uno, se
acercaron más a ella, encajonándola, y sus manos continuaron deambulando
libremente mientras se hacían un festín con sus tetas. Alecia rodeó con su mano
el bíceps de Nat y sus caderas dieron un tirón cuando la mano de él se deslizó
entre sus piernas. De repente se retorció, abriendo sus piernas más y Nat sintió
la mano de Palu deslizarse junto a la suya. Los dos hombres presionaron sus
dedos dentro de su caliente y tirante coño, y antes de que Nat lo pudiera hacer,
el pulgar de Palu fue hacia el clítoris de Alecia y empezó a restregarlo allí. Con
solo unas pocas caricias ella se corrió en sus brazos. Gritando sus nombres, se
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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convulsionó entre ello, sus paredes internas vibrando de placer. Palu gruñó
mientras ella se corría y Nat lo sintió hacer círculos con su dedo y restregarlo en
su interior. Ella gritó de nuevo y tembló un minuto más.
—Ahora estás lista —dijo Palu con voz baja, espesa—. Ahora este bonito
coño está mojado y listo.
—También estoy lista para ti, Palu —le dijo Alecia jadeante—. Me muero por
los dos.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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Y las propias nalgas de Nat se apretaron al recordar—. Lo sé, Lee —le dijo
con voz irregular, frotando su mejilla en su pelo—, lo sé. Él se siente tan bueno.
—Sí —sollozó ella—, esto es tan bueno —ella inspiró y gimió y frotó su
frente sobre el hombro de Nat—. Se siente tan bueno tenerlo dentro de mí por
fin.
Nat entendió lo que realmente quería decir. Ella lo amaba. Había necesitado
tenerlo, hacerlo parte de ella. Nat esperaba por Dios poder hacer lo mismo antes
de que Palu se volviera a ir. Pero compartir a Alecia era igual de importante. Palu
estaba en lo cierto, había un 'nosotros' en él y Alecia que era inviolable,
inseparable. Él la amaba tanto que ella era parte de sí mismo. Pero con Palu,
ellos eran diferentes, eran más. Al darle a Palu, se habían dado el uno al otro, al
compartirlo se habían unido. ¿Por qué con él? ¿Acaso importaba? Esta era la
primera vez que iban a estar verdaderamente juntos, los tres. Pero no la última,
juró Nat. Se compartirían mutuamente de cada manera posible antes de que
tuvieran que dejarlo marchar. Cuando Nat empujó dentro, Alecia pensó que la
partirían en dos hasta que el dolor pasó y quedó sólo el placer, placer que borró
todo pensamiento y le robó la capacidad de pensar, y que amenazaba con
quitarle también la voz. Palu la agarró fuertemente por debajo de los brazos
mientras despacio la bajaba hacia la polla de Nat. Ella sintió cada centímetro
mientras entraba en ella. Estaba más apretada de lo que podía recordar. La polla
de Palu en su parte trasera la hacía así, y Nat tuvo que esforzarse por entrar
mientras Alecia forzaba a sus músculos a relajarse y aceptarlo. Podía oír gemidos
y gritos, pero no podía controlarlos. Tenía que confiar en sus dos hombres,
porque para ella no había nada más que placer, ni control ni miedo.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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—Te amo —dijo casi sin voz. Sabía que Palu no lo entendería. Pero Nat le
colocó la mano en la mejilla y la hizo mirarle, y ella supo que él había visto y
entendido todo—. Ámame —susurró ella.
—Lo hago —le dijo Nat y la besó suavemente sobre los labios—. Lo hago.
Alecia sacudió su cabeza. Ella necesitaba que Palu supiera lo que quería.
Nat parecía preocupado, pero no la detuvo.
Palu se salió de Alecia solo unos milímetros pero ese pequeño movimiento
en su estrecho pasaje fue suficiente para hacerle apretar los dientes y cada uno
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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de sus músculos para evitar correrse. Podía sentir a Nat dentro de ella. Era la
cosa más increíble que hubiera hecho. Sentir a los dos tan íntimamente, saber
que cada movimiento, cada respiración, cada latido del corazón era compartido
por los tres. Cuando hacía una semana habían estado juntos habían compartido
sus cuerpos los unos con los otros con manos, bocas y palabras. Pero esto, esto
era mucho más.
Empujó de nuevo y Nat gimoteó. Palu adoraba ese sonido. Adoraba el hecho
de estar haciéndoles a los dos gritar de placer cuando los jodía. Necesitaba
oírlos, empujarlos, hacerles sentir de esta manera una y otra vez. Por un
momento pensó en lo que había visto aquella primera noche cuando observó a
Nat y Alecia follar, la intensidad y la necesidad. Al empujar en Alecia,
conduciendo su polla junto a la de Nat dentro de ella y al mirar abajo a Nat, se
dio cuenta, en shock, que tanto Nat como Alecia le miraban con esa misma
intensidad y necesidad. No la había visto antes, no la había querido ver. Había
deseo, pero también ternura y vulnerabilidad en la cara de Nat. Palu tomó esa
confianza y ternura y la devolvió en el movimiento de sus caderas, en el ritmo de
sus empujes. Estaba listo, ahora, listo para verlo. Palu entendió por fin lo que
podía darles, por qué estaba él ahí. Ellos se amaban el uno al otro, pero aquellos
primeros años de matrimonio había creado un abismo que sencillamente no
podían cruzar. Hacía una semana Nat le había dicho por qué querían irse, no sólo
por el padre de ella, sino también por su pasado. Querían un nuevo principio.
¿Se lo podría proporcionar? Dios, cuándo deseaba estar con ellos en ese nuevo
principio. En ese mismo momento les podía dar lo que ambos ansiaban, la
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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satisfacción de compartirse. Con los otros amantes Palu creía que la satisfacción
les venía de regresar el uno al otro cuando el interludio había acabado. El final de
cada historia era una nueva oportunidad de demostrarse entre ellos dos su amor.
Si eso era lo que necesitaban de él, estaría contento de dárselo. Pero pensaba
que con él había más. Por qué, no lo sabía. Pero le habían dicho que estaban
haciendo cosas con él que no habían hecho con los otros amantes. ¿Qué
significaba eso? Esperaba que significara que estaban experimentando sus
mismos terroríficos sentimientos. Alecia le había pedido que la amara. Buen Dios,
¿es que no veía ya cuánto la amaba? Pensarlo hizo que se le detuviera todo:
pensamiento, sentimiento, respiración, latido del corazón. Él la amaba. Amaba a
Nat. Tenía treinta y seis años de edad y nunca había estado enamorado. Nunca
se había arriesgado de esa manera. Y ahora estaba enamorado de dos personas
mucho más jóvenes y casadas. Un hombre y una mujer que se amaban tanto
que se habían perdonado los pecados del pasado y que buscaban un nuevo y
más brillante futuro juntos. ¿Quién se pensaba que era, interfiriendo de esa
manera? ¿Podría amarlos? Les podía dar su cuerpo a su voluntad, y
secretamente, en silencio, darles su alma. O podía desnudar esa alma y ver lo
que ellos descubrían juntos. Alecia se estremeció bajo él. Él sintió cada temblor
en su caliente piel, humedecida por el sudor, le sintió los músculos de la espalda
y nalgas flexionarse al intentar arquearse contra él.
—Ámame, Palu —dijo otra vez con voz rota. Nat lo miraba atentamente, sus
ojos entrecerrados y brillantes. Palu no podía negarlo. No quería hacerlo.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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hombro de Nat y miraba a Palu con los ojos llenos de lágrimas. Se mordía el
labio, y Palu la alcanzó con su pulgar y dulcemente la liberó.
—Te amo —susurró ella con voz rota—. Creo que lo hago desde aquella
primera noche.
—Tú sabes cómo me siento —susurró Nat—. Lo sabes —Nat se lamió los
labios, y Palu quiso besarlo otra vez. Quería que Nat olvidara que supuestamente
estaba al cargo—. Ámame, Palu —susurró Nat y la sonrisa de Palu estuvo llena
de alegría. Era como si las palabras los liberaron a todos. De repente no podían
follar lo suficientemente rápido o lo suficientemente duro. Palu nunca había
conocido esta clase de necesidad. Tenía que mostrarles cómo se sentía, llenarlos
con su polla, su simiente, su amor. En algún lugar de su mente se dio cuenta de
que Nat estaba intentando marcar un ritmo. Cada vez que Palu se salía Nat se
metía. Las cabezas de sus pollas se rozaban así como el resto de su longitud
mientras Alecia los apretaba fuerte dentro, con pequeños temblores en su coño y
en su culo haciendo que los dos hombres gimieran. Alecia gritaba, pero se
corcoveaba entre sus brazos, dando y recibiendo mientras ellos la follaban
desordenadamente. Palu se salió apoyándose en sus rodillas y rodeando a Alecia
con un brazo la atrajo hacia él. Al elevarse ella cambió el ángulo para todos ellos,
forzando a Nat más profundo, y la polla de Palu rozaba más directamente la de
Nat con cada empujón.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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—Joder, sí —gritó Nat, y sus hombros rotaron sobre la cama al dar un tirón
y Palu sintió el calor y la vibración de la liberación de Nat en el coño de Alecia.
Nat gimoteó al correrse, y la polla de Palu, al oírlo, de algún modo se las apañó
para revivir lo suficiente como para darle un último relámpago caliente placer.
Cuando todo hubo acabado quedó arrodillado allí, respirando duramente,
sosteniendo a Alecia. Ella estaba blanda, agotada, yaciendo confiadamente en
sus brazos, su cabeza girada y su mejilla descansando en su pecho justo encima
de su corazón. Miró hacia abajo y vio una sonrisita medio dormida de satisfacción
en su rostro. Nat tenía una casi idéntica. Los ojos de Nat estaban cerrados, su
cabello oscurecido por el sudor, sus manos colgando a los lados y su pecho
subiendo y bajando rápidamente por su dura respiración. Todos ellos sonaban
como si hubieran corrido una carrera.
—Nada, cualquier cosa —contestó Nat con una voz igualmente desigual—.
¿Importa?
—Todo —Alecia susurró. Ella levantó ambos brazos sobre su cabeza y rodeó
con ellos el cuello de Palu con un lánguido apretón que hizo que su ablandada
polla saliera de su pasaje interno—. Oh —gritó ella suavemente, sonando
decepcionada.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
CAPÍTULO 11
Palu estaba tendido sobre su estómago, sus piernas abiertas, mientras que
Nat escudriñaba su tatuaje de nuevo. Nat estaba arrodillado entre sus piernas
mientras pasaba las manos sobre los muslos y las nalgas de Palu, siguiendo los
remolinos. Alecia le sonrió. Era como un niño pequeño con un juguete nuevo.
Aunque tenía que admitir que ella estaba igual de fascinada con el tatau de Palu.
—He leído —se aventuró vacilante— que las mujeres en las islas del Pacífico
tienen esas marcas también.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
Alecia se ruborizó.
—Y un libro o dos o tres —le dijo Nat a Palu—. No dejes que te engañe,
Palu. Ella es una lectora voraz.
—Ya veo que tendré que estudiar cada noche para seguirle el ritmo.
¿Estaba bromeando? Alecia pensó que debía estarlo. Ella nunca sabría tanto
como Palu. Había viajado por el mundo y había escrito uno de los libros que
había leído. No se dio cuenta que estaba frunciendo el ceño hasta que Nat alargó
la mano hacia ella y alisó con su dedo las arrugas entre sus ojos.
Palu rodó sobre su costado, casi derribando a Nat. Nat se estabilizó y luego
se recostó hacia abajo sobre el muslo de Palu. Palu dobló su brazo y apoyó su
mejilla en la palma de su mano mientras estudiaba a Alecia en silencio. Ella
quería retorcerse bajo su escrutinio, pero se mantuvo quieta.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—No fui educada como tú y Nat lo fueron, Palu —le dijo, irritada por su falta
de comprensión—. Estoy segura de que nunca sabré lo que ustedes dos saben,
sin importar cuantos libros lea.
—Dime lo que has aprendido del tatau —preguntó de repente. Sin previo
aviso, rodó de nuevo, esta vez a su espalda, y Nat gritó disgustado: ¡Para! —
cuando él casi se cae del borde de la cama. Palu sonrió juguetonamente y agarró
las manos de Nat, tirando de él y asegurándolo sobre sus piernas. La nueva
posición le hizo a Nat lamerse labios cuando se agachó y comenzó a trazar el
tatau sobre el estómago y caderas de Palu, evitando la ingle. Cuando Palu
empujó sus caderas, tratando de forzar la mano de Nat sobre su endurecida
polla, fue el turno de Nat de sonreír con picardía.
—El libro de tu padre decía que estos remolinos representaban las hojas de
los helechos. ¿Hay muchos de ellos allí, entonces?
Palu asintió mientras miraba hacia abajo a su dedo donde trazaba el diseño.
Palu se rió.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—Oh, sí. Hace calor allí, Alecia y humedad. Al igual que los naranjales aquí.
Los helechos crecen por todas partes. Yo mismo he catalogado más de treinta
especies.
—Fuerza interior —dijo sin pensar. Ella le echó una mirada a Palu, quien se
mostró sorprendido.
—Creo que debes tener una gran fuerza interior para crecer como lo hiciste,
un niño de dos mundos, uno de los primeros de tu clase, dividido entre las
fronteras y la lealtad.
Palu extendió la mano y acarició sus mejillas con los nudillos tiernamente.
—Tú tienes una sabiduría, Alecia, que no se puede obtener de los libros.
Se mordió los labios, sin saber qué decir, pero terriblemente complacida por
el cumplido. Palu tocó su labio y ella inmediatamente lo liberó.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—Oh, sí. He leído sobre eso —Alecia hizo una mueca—. No creo que me
gustara algo así.
Palu se rió.
Alecia rió.
Palu asintió.
—Mucho. Sólo las mujeres más ricas de las mejores familias tienen ese
tatau.
—No me gustaría ver siquiera una pulgada de tu gloriosa piel con tatau, Lee
—recorrió con la yema de sus dedos la parte delantera del cuello y a lo largo de
su clavícula. Ella se estremeció con el suave toque—. Eres hermosa —dijo Palu
solemne—. Pálida, de porcelana, esta piel es magnífica —recorrió los nudillos
sobre su pezón y la punta, volviéndola rosa brillante—. Me encanta el rosado
rubor que la cubre cuando estás excitada —la miró con oscuros e insondables
ojos—. Me encanta tu piel. Quiero cubrirla con la mía, besarla, adorarla —deslizó
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—No lo haré, Palu —prometió en voz baja. Esa era una promesa fácil de
hacer. ¿Dónde diablos iba a conseguir un tatau en Inglaterra? Sintiéndose mal,
añadió—: No donde tú puedas verlo, de todos modos.
Palu se echó hacia atrás y ella se sentó de nuevo. Él pareció haber perdido
su buen humor y ella se entristeció al darse cuenta. Miró a Nat y su cara le dijo
que él lo había notado, también. Él dobló su brazo y mostró su músculo.
—Sí —dijo con voz entrecortada—. Oh, sí, Natty, igual que el de Palu. Los
dos con un maravilloso tatau sobre sus hermosos y anchos hombros —ella se
estremeció—. Qué absolutamente delicioso sería.
—Creo que le gusta la idea, Nat —dijo divertido. Luego le miró y deslizó un
dedo subiendo por su hombro y bajando por su brazo. Nat se estremeció y Alecia
vio el vello de su brazo erizarse—. Creo que me gustaría también —dijo Palu
bruscamente—. Quiero seguir el rastro con mi lengua, como tú lo haces.
Palu se echó a reír con fuerte voz y Alecia sonrió. Lo que fuera que le
hubiera preocupado antes ya estaba olvidado.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—Nunca más, Palu. Nadie más nunca más —cuando se inclinó para besar a
Palu, Palu tiró de Alecia también, y los tres sellaron la promesa de Nat con un
hambriento beso.
Cuando llamaron a la puerta Alecia se apartó con un jadeo, pero Nat tardó
más en apartarse del abrazo de Palu. No comprendía que en realidad era alguien
en la puerta y no los latidos de su corazón bombeando fuertemente a causa de
las promesas que parecían estar haciendo.
—El señor Colby está aquí para verlo, señor —dijo Soames, a través de la
puerta.
—No lo dijo, señor. Sólo que era urgente y parecía bastante inquieto.
—Alecia —dijo Palu, deteniéndola con una mano en su brazo. Cayó en sus
brazos y él la abrazó con fuerza mientras Nat agarraba los pantalones y metía
sus pies en ellos.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—Dígale que voy para allá —Nat dijo a través de la puerta. Soames
contestó afirmativamente. Una vez que Nat tuvo los pantalones puestos agarró la
ropa interior de Alecia de la silla donde ella la había tirado y la empujó hacia
Palu—. Ayúdame.
—¿Por qué no te estás vistiendo? —le espetó—. Tenemos que darnos prisa.
Nat sintió retorcerse su corazón. Esto es por lo que había temido, estas
elecciones. Palu no podía estar allí para Alecia, y Alecia no podía tenerlo cuando
lo necesitaba a su lado. ¿Era esto amor? ¿Era esto lo que querían?
—Viene —dijo Nat con gravedad. Agarró los pantalones de Palu del suelo y
se los arrojó. Palu los sujetó contra su pecho con una mirada acalorada—. Vístete
y reúnete con nosotros abajo —cuando Palu vaciló, Nat agregó—: El viaje
empieza aquí —¿Palu recordaría aquellas palabras que él les había dicho hacía
apenas unas semanas?
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
Su padre saltó de su asiento. Sostenía los brazos del sillón con fuerza, y su
rostro estaba encendido de un rojo furioso.
—¿Qué? —susurró.
—¿De que está hablando? —Nat exigió con ira—. ¿Qué ha hecho?
—¿Qué qué he hecho? —dijo su padre con voz áspera—. Más bien es que
has hecho tú. —dio un paso hacia ella, dejándola ver que estaba literalmente
temblando de rabia—. El señor Hardington vino a verme hoy para avisarme que
la noticia de su romance con ese salvaje de Anderson se está extendiendo por
toda la ciudad.
—Nadie puede probar ni una maldita cosa —gruñó Nat—. Y aun cuando
pudieran no hace ninguna diferencia. Alecia y yo estamos casados. Lo que
hagamos en la intimidad de nuestro dormitorio no es asunto de nadie, sino
nuestro.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
Alecia quedó sin aliento y su boca abierta por las palabras feas de su padre.
Ella lo vio retroceder el puño y gritó una advertencia:
—¡Nat!
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
El señor Colby se alejó varios pasos de Nat, luego se volvió y lo apuntó con
un dedo tembloroso.
—¡Ja! —el señor Colby rió perversamente—. Por lo menos ella no es tan
estúpida como obviamente lo eres tú —se mofó—. Ella sabe que hacer eso
supondría exponer tus actos vulgares y poner tu vida en peligro.
—Ya no necesitas el dinero —le dijo. Señaló a Palu—. No, ahora que le
tienes a él.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
El señor Colby se puso las manos sobre las orejas y lanzó un grito de
desesperación.
—¡No me digas cosas tan horribles! ‗Lo amamos‘, como si eso no fuera
antinatural y repugnante.
—Palu —dijo Nat lenta pero claramente—. ¿De que está hablando?
—Creo que se está refiriendo a los tres juntos —respondió Palu, evadiendo
la verdadera pregunta de Nat.
—Su 'maldito salvaje' tiene un ingreso de cerca de quince mil libras al año
—le dijo a Nat.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—Mi padre trajo un especímen de cada rara especie que halló en sus
expediciones hace cuarenta años. Compró una propiedad y la invirtió. También
escribió varios libros, todos los cuales se siguen solicitando hoy.
Sí, eso era a lo que había tenido miedo. Una de las muchas cosas. Pero se
dio cuenta que ya no estaba preocupado por eso. Los conocía mejor ahora. Él
sabía que no eran así.
—Sal —dijo Nat, su voz baja y rabiosa. Se acercó y abrió la puerta con
violencia contenida—. Fuera, Colby, y no vuelva. No necesitamos su dinero.
TRADUCTORAS INEXPERTAS
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—No puedo creer que sea mi padre —dijo Alecia lentamente. Se levantó y
se sacudió la falda, lo miraba con tranquila dignidad—. Toda su vida ha
intimidado a quienes le rodean, incluida yo. He terminado con eso y con usted.
Yo no le necesito a usted o su dinero. Mi marido le ha pedido que se vaya. Le
ruego que no vuelva. Nunca.
La salida de Colby de la casa pareció cortar una cuerda invisible y tanto Nat
como Alecia encontraron asientos y se dejaron caer en ellos.
TRADUCTORAS INEXPERTAS
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—¿No lo ves? —le preguntó a Palu con una voz torturada—. No podemos
dejarte hacer eso. Todo el mundo pensará que te hemos engañado por tu dinero.
No tengo ningún deseo de ser conocido como esa clase de hombre.
—Estoy diciendo que no podemos estar contigo nunca más —exclamó Nat.
Se frotó las manos con fuerza sobre su rostro y se quedó con las manos en las
caderas mirando al techo por un momento. Cuando volvió a mirar a Palu la
angustia escrita en su cara lo calmó, a pesar de sus palabras. Él no quería dejar
a Palu. Eso era evidente. Y por Dios, él no iba a ninguna parte. Ahora no. Nunca
más. No sin estos dos.
—No seas ridículo —tan pronto como las palabras salieron Palu sabía que él
había hablado precipitadamente.
—No, tú estás siendo ridículo —le dijo Palu cuando se levantó y le encaró—.
Pensar siquiera que iba a dejarte ir ahora —incluyó a Alecia en su dura mirada—.
O que yo dejaría que tú me rechazaras.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
Palu movió la mano bruscamente, por una vez, dejando salir su enojo.
—¡A la mierda el orgullo! ¿Qué creen que la gente dirá de mí? —él golpeó su
pecho bruscamente con el dedo—. Van a decir que soy un idiota al pensar que
dos jóvenes amantes como ustedes podrían interesarse en mí. ¿Yo, un bastardo
nativo mestizo? —lanzó las manos al aire—. ¡Y sin embargo, no me importa! Que
hablen. Ellos han estado hablando de mí desde que puse mis pies en esta orilla.
Lo único que importa es lo que tenemos, lo que podríamos tener. ¿No entienden
cómo me siento? ¿No entienden lo que significáis para mí?
Alecia había cubierto su boca con la mano y meneaba la cabeza mientras las
lágrimas caían sin control. Nat estaba mirándolo con ojos hambrientos,
esperanzadores.
Palu rodeó el sofá y agarró la mano de Nat y lo arrastró hacia Alecia. Luego
envolvió a los dos entre sus brazos con fuerza.
—Díganme que sienten lo mismo —les rogó con dureza—. Díganme que no
estoy soñando. Díganme que donde quiera que esten me dejaran estar allí con
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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—No quiero el mundo —exclamó Alecia. Ella levantó la cara hacia él, y
acomodó su mejilla en la palma de su mano—. Sólo te quiero a ti, nosotros, esto.
¿Estás seguro?
El podía probar las lágrimas de Alecia, y juró que jamás volverían a menos
que fueran lágrimas de alegría. Poco a poco se dio cuenta del silencio de Nat, y
alejó lentamente a Alecia. La mirada de deseo y adoración en su cara era algo
que nunca olvidaría.
Nat asintió. Había estado demasiado abrumado para hablar, pero ya no.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
Palu se echó a reír con esa risa profunda y viva que hizo que la sangre de
Nat se calentara en sus venas.
—Y yo he querido verlo desde hace tanto —gritó de alegría. Los miró con
brillantes, sonrientes ojos, secándose las mejillas con las palmas de sus manos—
. ¿Van a hacerme esperar mucho más?
—Un minuto eres tímida y lloras y el próximo exiges que tu marido me folle
—sonrió incitante—. Me encanta que te guste esto tanto como a nosotros.
Cruzó los brazos sobre el pecho y los fulminó con la mirada tercamente.
—Le pedí a Palu que viniera a casa con nosotros la primera vez, ¿No?
—Creo que tuvo más que ver con que Simon te tomó de improviso —
observó secamente Palu—. Y debo añadir que me tomó por sorpresa también. No
le había dicho lo mucho que te deseaba —Palu acechó a Alecia, con una ágil
maniobra alrededor de la mesa delante del sofá. Alecia lo miraba con recelo—. Y
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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Alecia se ruborizó.
—Su dura polla en esos apretados bombachos debería haberte dado una
idea, Lee.
—Dime lo que quieres que haga —dijo Nat, utilizando a propósito las
mismas palabras que la primera noche.
—Quiero estar desnudo para ambos —dijo Palu—. Y quiero que me folles.
Nat sintió como si estuviera preguntando mucho más con esa palabra.
¿Estaban preparados para los retos que enfrentarían? ¿Listos para salir
finalmente de Inglaterra con Palu y encontrar la vida que siempre habían
soñado? ¿Listos para el amor, una familia y todo lo que venía con esas
responsabilidades?
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
EPÍLOGO
—Pero Mamá —argumentó él—, ¿Cómo si no se supone que iba a saltar tan
alto a los brazos de Papá?
Palu se rió y despeinó su rizado pelo castaño oscuro. Apenas podía creer
cuánto se le parecía Gordon. Él lo consideraba una bendición, pero cuando
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
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llegaran a Inglaterra eso sería más bien una maldición, suponía él. Ellos
esperaban llegar a Londres a mediados de semana, y Palu se ponía cada vez más
inquieto por ello. Nat y Alecia estaban tranquilos. Ellos simplemente se encogían
de hombros y Nat había dicho filosóficamente: ―Lo que sea, será‖. Palu no tenía
ningún argumento para esto.
—Se parecen como dos guisantes en una vaina —se rió Alecia, repitiendo
sus pensamientos. Ella vio la mirada sobre su cara y arrugó la nariz—. No
comiences otra vez, Palu. Ya hemos pasado por esto. Estaremos todos bien —ella
se dio vuelta y frunció el ceño al horizonte—. Estoy más preocupada por cómo la
Society reaccionará a mi documento. Es muy frustrante que no pueda estar allí
para leerlo yo misma.
—Quizás un día ellos permitirán mujeres, querida mía —dijo Nat por
detrás— y luego serás capaz de presentar tus propios documentos.
Palu se giró y tuvo que reírse de la imagen que Nat componía con la
pequeña Grace dormida sobre su hombro. Como Gordon, ella tenía el pelo oscuro
y rizado de Palu, pero a diferencia de Gordon, ella tenía la piel clara y los rasgos
de Alecia. Nat la adoraba, como todos. Ella tenía sólo dos años, pero ya
gobernaba la familia con puño de hierro.
—Estoy segura que harás un maravilloso trabajo leyéndolo por mí, Natty, —
ella le dijo—. Y Sophie va a tener el salón donde seré capaz de contestar
cualquier pregunta más tarde —se mordisqueó el labio nerviosamente—. No es la
presentación lo que me preocupa, sino el contenido. La Royal Society parece
estar llena de ciencias físicas y médicas últimamente. No sé cómo van a estar
interesados en la estructura familiar y la vida hogareña de diferentes grupos
nativos de la Polinesia.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—Pensé que era sólo para tus ojos y los de Alecia —bromeó Nat.
Palu se rió.
—Sólo para ojos de familia, entonces, pequeño hombre —dijo él, besando la
sien de Gordon.
Alecia se ruborizó.
—¿Por qué no? —preguntó Gordon—. ¿Ellos no saben que las tienes bajo
tus faldas?
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
—¡Por Dios!, ¿De verdad piensan que Inglaterra está lista para esta familia?
Palu silenciosamente estuvo de acuerdo con ella. Miró abajo y vio una
manada grande de delfines que nadaban junto al barco.
—Los americanos a bordo lo llaman una vaina —le dijo Nat, mirando por el
lado, cuidadoso de mantener a Grace a distancia de la baranda.
—¿Ah sí? —Palu preguntó sonriente—. Quizás tengas algo para estudiar
aquí después de todo.
Palu reflexionó en los cambios que los últimos cinco años les habían traído a
todos ellos.
Nat y Alecia lo miraron, y él podía ver los recuerdos en sus ojos, el amor y
la alegría sobre sus caras.
Palu no contestó. Él simplemente giró su cara ante el viento con una sonrisa
y dejó que la aventura lo tomara.
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CAMARADAS 6 – AMOR EN EXILIO
Samantha Kane
Fin
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