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Andrés Gallardo – Obituario (fragmentos).

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PRÓLOGO – PARA LOS AMIGOS VIVOS
La escritura de estas breves notas comenzó como un ejercicio esporádico,
quizás como una manera de ir haciéndose el ánimo a la idea nada literaria de
morirse, pero poco a poco se fue transformando en una dedicación (y no es
que uno lo diga) ejemplar…se trataba de una especie – menor – de género
literario, como las églogas o los epigramas. Lo concreto es que los obituarios
–de alguna manera había que llamarlos – terminaron sin remilgos en
literatura…El carácter variado y lamentable de los obituarios les asegura
también un carácter (modestamente) ejemplar. Qué más podría uno querer
que algún amigo vivo se diera por aludido leyendo obituarios, o mejor aún,
que un desconocido pasara a ser amigo vivo y dado por aludido después de
leer obituarios. A los amigos vivos se dedica, pues, con total convicción,
Obituario. De los amigos muertos uno no sabe qué decir.

C.G.V.
En Chile hay numerosos Carlos González Vargas. Algunos se han ido
muriendo y en todo caso absolutamente todos se van a morir, lo que no es
óbice para que vayan a seguir naciendo otros Carlos González Vargas. Los
Carlos González Vargas nacen en provincia, pero sienten un atractivo
irresistible hacia Santiago y en esta ciudad se congregan y, para distinguirse
unos de otros, echan mano del ingenioso recurso de ponerse un segundo
nombre: por ejemplo, mi amigo Carlos González Vargas se llama oficialmente
Carlos Alfonso González Vargas. Otro notable recurso diferenciador son los
hipocorísticos: por ejemplo, a Carlos González Vargas le decimos también
Carlitos, lo que evita toda posible confusión.
Fue así como, siguiendo su destino, Carlos González Vargas llegó a Santiago
procedente de Futrono y en seguida adoptó el nombre oficial de Carlos Raúl
González Vargas y años más tarde, al entrar a trabajar en el Liceo de
Aplicación, adoptó el hipocorístico de Guatón, para distinguirse del entonces
rector don Carlos González Vargas (Q.E.P.D.), también conocido como don
Gonzalito.
Hoy he recibido, desolado, la noticia de que un camión nos atropelló a Carlos
González Vargas; termina su carta mi inconsolable amigo Carlos González
Vargas diciendo que son muchos los que han perdido para siempre algo de sí
mismos.
Últimas palabras, 1 - La necesaria solemnidad de las últimas palabras
Múltiples desencuentros y reiteradas frustraciones le enseñaron a don
Orocimbo Ripamonti Bórquez que carecía del sentido de la oportunidad. Así,
para dejar una buena impresión que borrara los desatinos anteriores, don
Orocimbo se pasó gran parte de su madurez preparando sus últimas palabras
y estudiando la ocasión para emitirlas. Estuvo varias veces en peligro de
muerte, pero se aguantó siempre, con muy buen ojo. Hasta que llegó el día
en que reconoció las circunstancias con una lucidez beatífica. Pálido,
hediondillo en su lecho de muerte, discreto centro de la atención final de sus
familiares, esperó el momento crítico para sentenciar en forma clara y
distinta 'cuan simple es lo inefable'. Eran las diez de la noche. A las once don
Orocimbo seguía vivo, pero callado e inmóvil, eso sí que con una vaga
inquietud en el vientre. A las doce y media no pudo más y le dijo a la
enfermera 'hijita, páseme la cantora' y sólo ahí se vino a dar cuenta y pudo
agregar 'ya la cagué' y doble, aunque esto último no alcanzó a saberlo.
La solemnidad intervenida
De alguna manera, don Joaquín Limonado Olmos de Aguilera olió que había
llegado el momento: frente a él cuajaba, nítido, el artículo de la muerte. Don
Joaquín estaba preparado; se acomodó un poco, cruzó las manos sobre el
pecho, abrió los ojos lo más que pudo, miró alrededor. Estaban todos. Don
Joaquín, entonces, dijo ‘luz, más luz’, sabiendo que eran unas últimas
palabras estupendas, que todos estaban emocionados. Pero doña Bertita,
que no tenía puestos los audífonos, preguntó ‘¿cómo?’, ‘¿qué dijo?’ Don
Joaquín, que había sido siempre tolerante, repitió en voz más alta, claro que
con un dejo de impaciencia, “luz, más luz”. Doña Bertita se puso algo ansiosa.
Preguntó ‘¿cómo, mijo?’. Don Joaquín, que ya no tenía tiempo, dijo ‘ándate a
la cresta’. Doña Bertita iba a preguntar ‘¿cómo, mijo?’ cuando vio que no
sacaba nada.
La falta de respeto
La señora, los hijos, las nueras y los yernos, los nietos mayores, hasta el
mismo cura, más que acompañar a don Pedro Vargas (ni pariente del otro
don Pedro Vargas) en sus últimos momentos, se puede decir que le hicieron la
vida imposible con esa insistencia absurda en que dijera sus últimas palabras.
Donde Pedro también insistía, decía ‘entiendan, no; no quiero decir últimas
palabras, yo me quiero morir tranquilo’ y lo increíble es que los familiares
seguían insistiendo, le daban argumentos, le decían que en su caso era poco
menos que una obligación ética decir últimas palabras, le decían que no
echara a perder una vida ejemplar. Ahí don Pedro se enojó. Se sentó en el
lecho, dijo ‘déjenme morirme tranquilo’ y entregó su espíritu, quiero decir que
se murió, quiero decir también que es de un oportunismo de mala clase usar
esas palabras como se usaron; por lo que a este Obituario respecta, don
Pedro Vargas no dijo últimas palabras.
LA OBRA MAESTRA.-
En general, los críticos literarios procuran morirse tranquilamente en sus
camas, ni envidiados ni envidiosos, sabedores de que el rencor de los literatos
les puede encajar a última hora un mal rato irreversible. Muy pocos críticos,
asumen su destino y se arriesgan a llevarse rencores, desapegos, insultos,
malicias y chismes de literatos sin sentido de las proporciones. De estos
críticos arriesgados fue don Lucho Losada, pero de modo maestro, pues don
Lucho se las arregló para dar el ataque final con las espaldas bien guardadas.
Don Lucho publicó un domingo la nota más virulenta de su carrera. Escribió,
entre otras cosas, ‘los literatos son una tropa de patanes ignorantes, fatuos,
chismosos, mediocres, borrachos, desaseados y casi todos maricones’. Y
ponía el remate perfecto: ‘esto lo escribo el jueves por la mañana y en las
últimas; estaré muerto a más tardar el sábado, de modo que el domingo
digan lo que quieran, palurdos descomedidos y soberbios.’
FLORIDOR PÉREZ.-
Elogio de la tabla del uno
Fue la antigua clase de Aritmética la que me dio, antes que nadie, un sentido
de identidad: (1 x 1 = 1): "uno por uno es igual a uno". -No a otro- a uno. (1 x
2 = 2): uno por dos es dos: algunas parejas no entienden esto y se dividen.
Otras lo entienden y se multiplican: ¡uno más una son tres! La multiplicación
-me explicó mi profesora primaria- es una suma abreviada. Y qué mal leyó
eso el teórico que en un tratado de Retórica escribió: "la metáfora es una
comparación abreviada". Qué manera de restarle significación a las tablas de
multiplicar el lenguaje. Mucho, muchísimo tiempo después, la campana me
exilió del recreo a una clase de Filosofía. Repicaba la lluvia en el tejado y en
mi cabeza repicó Parménides: "lo uno se opone a lo múltiple, que es el reino
de la ilusión y la opinión". ¿Y qué sería de uno si no pudiera sumarse a la
multitud a gritar su opinión y su ilusión? Es precisamente lo que uno hace,
según Enrique Santos Discépolo: Uno busca lleno de esperanzas / el camino
que los sueños / prometieron a sus ansias... Cierto es que ya Platón le
complicaba las cosas a Parménides: "Si lo uno es y no es, lo uno es también
otro". Le gustó eso a Borges y lo elevó a título de libro: El otro, el mismo. Y
dado como era a extremar las cosas, nuestro Juan Luis Martínez, en Poemas
del otro, dirá: "No solo ser otro sino escribir la obra de otro”. Pero ¿qué hago
tan lejos de mi tabla del uno? Vuelvo a ella: "Uno por uno es uno". Uno -por
uno- es uno. Por uno, uno es uno. Aunque también uno es uno por otros,
desde la profesora de primeras letras que -en alguna tarea que tal vez uno
olvidó hacer- nos dio aquella primera y gran lección de identidad.”
La partida inconclusa
"Isla Quiriquina, octubre 1973.

BLANCAS: Danilo González, Alcalde de Lota


NEGRAS: Floridor Pérez, Profesor rural de Mortandad

1. P4R P3AD
2. P4D P4D
3. CD3A PXP
4. CXP A4A
5. C3C A3C
6. C3A C2D
7. .........

Mientras reflexionaba su séptima jugada un cabo gritó su nombre desde la


guardia.
-¡Voy! -dijo
pasándome el pequeño ajedrez magnético.
Como no regresara en un plazo prudente anoté, en broma: "Abandona".

Sólo cuando el diario EL SUR la semana siguiente publicó en grandes letras la


noticia de su fusilamiento en el Estadio Regional de Concepción comprendí
toda la magnitud de su abandono.
Se había formado en las minas del carbón, pero no fue el peón oscuro que
parecía condenado a ser, y habrá muerto con señoríos de rey en su enroque.
Años después le cuento a un poeta. Sólo dice: ¿y si te hubieran tocado las
blancas?

Enero 1 / 74
-¡Se prohíbe cantar!
¿Oyeron?
Se prohíbe cantar.

Qué buen título para una canción.

Cierto que tardé


Cierto que tardé mucho en encontrarte. Pero eran cuatro millones doscientas
cuarenta y ocho mil quinientas treinta las chilenas, cuando salí a buscarte.

P.D. para la Cenicienta


Se casaron
fueron muy felices
tuvieron muchos hijos
y colorín
colorado
se divorciaron.
Pasó
por un zapatito roto
y después
se casó con otro.
Pre – epitafio
Aquí ni siquiera yace / pues no ha muerto todavía / un tipo que día a día /
cargó la cruz que a Dios place: / plantó un árbol, hizo clases / le dieron y dio
lecciones, / tuvo hijos, publicaciones / y -de serle concedido- / reeditará lo
vivido / con dos o tres correcciones.

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