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El Visitante de Valeria
El Visitante de Valeria
Visitante de Valeria
Por
Lina Durango
Capítulo 1. Destrozo
Capítulo 2. Conociéndolo
Valeria vaciaba cierta cantidad del contenido de la tetera en una frágil taza
de té. Nunca había sido amante de aquella bebida, se consideraba así misma
más una bebedora de café, pero en la condición actual de sus nervios, no era lo
más indicado de beber, en su opinión, la bebida que tenía mejor olor y sabor.
Se dirigió con taza en mano hacia la mesa de la cocina, puso la taza sobre la
mesa redonda, para después volver a la cocina por la caja de galletas dulces
que había olvidado. Se sentó en el que siempre había sido su puesto en la mesa
y allí frente a ella, aquel hombre la observaba con algo que podía llamarse
curiosidad.
Valeria colocó las galletas en el plato sobre la mesa, para luego dar un
sorbo a su té mientras que el otro hombre la miraba como si tuviera todo el
tiempo del mundo, posiblemente era así. Tomó del plato una galleta grande
con chispas de chocolate, y le dio un mordisco. El hombre continuaba
mirándola.
— Si pudiera, te serviría también– dijo ella antes de desparecer la
galleta en sus manos.
— Sí. Es una lástima –dijo pensativo, mientras que veía la taza de té–.
No tengo hambre, pero me gustaría poder comer.
Se quedaron en silencio por un momento, ella quería tomar otra galleta,
pero no estiró la mano para cogerla. Se sintió más pequeña de lo que era,
como si no fuera suficiente que apenas las plantas de sus pies tocaran el suelo
mientras que estaba en su asiento.
—Debes de ser un producto de mi imaginación —dijo Valeria cuando por
fin tomó la galleta.
— Podría ser –dijo él pareciendo entretenido con la situación– Si lo vemos
desde el punto de vista de otra persona, posiblemente si le dices sobre mí,
creerán que estés loca– Su sonrisa desapareció — pero yo ya existía antes de
encontrarte.
Valeria cabeceaba mientras que comía otra galleta, para luego dar otro
sorbo a su té. Posiblemente estaba loca, posiblemente este hombre nadie más
podía verlo, pero eso no significaba que era un invento. Tal vez las cosas en su
niñez tampoco eran producto de su imaginación.
— ¿Quién eres?
— Sabes que soy¬– dijo él mostrando de nuevo su sonrisa.
— Sé que no eres. Pero quiero saber quién eres tú.
La mirada del hombre pareció por un momento como si hubiera perdido
algo.
— ¿No lo recuerdas? –ella antes de poner la taza de nuevo en la mesa.
— No—dijo casi solemne —. No sé de dónde vengo. He estado
caminando por lugares que me llevan a ninguna parte.
Valeria no sabía que decir ¿Sería muy inoportuno decir preguntarle más
detalles? Bueno, a veces cuando no sabes que hacer, es mejor mantener tus
labios sellados.
— Estas incomoda –aquello era indudablemente una afirmación. –. No
tienes por qué estarlo. Ya no es algo que me atormente tanto — un corto
silencio se posó entre ellos—, solo sé que un día desperté en la calle,
desorientado, sin saber qué hacer, que decir, sin saber nada, sin entender lo que
decía la gente alrededor mía. Cuando intenté pedir su ayuda… mis manos los
atravesó…y empecé a temblar…solo pude abrazarme a mí mismo.
El hombre frunció el ceño ante los recuerdos, ante esos primeros tiempos
y, toda la atención que tuvo que tener para aprender lo que decían las personas
con las que se encontraba, aprender a relacionar las palabras y concentrarse
para poder mover las páginas de los libros. Era un tacto en el cual no sentía
nada. Aprender a hacerlo necesitó de mucha paciencia.
— ¿Cuánto tiempo llevas así?
— No lo sé –dijo para después dar un suspiro–, puede ser semanas,
meses, años– Sin un cuerpo corpóreo, el tiempo no se mide de la misma
manera. A veces cerraba los ojos y todo cambiaba a su alrededor.
Posteriormente de experimentarlo varias veces, el terror va difuminándose,
para dar paso a la costumbre. Pero por acostumbrarte a algo no significa que
aceptes abiertamente la situación.
— ¿Desde cuándo me observas? –dijo Valeria mientras que tomaba el
mechón que desde un rato había caído al lado de su rostro, teniendo que
tomarlo entre sus dedos para ponerlo detrás de su oreja.
— En una de tus visitas de tu hija. –dijo mirándola con una mirada de
disculpa. Valeria al escuchar esto dejo caer sus manos sobre sus muslos.
— A veces aparezco en los hospitales –dio un soplo, pero sin exhalar
aire–, entonces comienzo a caminar por los corredores de los hospitales, a
veces me meto en las salas de operaciones, otras veces observo a los pacientes
en sus camas –su ceño se frunció ligeramente al decir aquello. Los hospitales
no son lugares para crear buenos recuerdos.
— Entonces un día pasando por el corredor, te vi a través de la puerta
que estaba entre abierta; entre tus manos tenías la mano pálida de tu hija, la
acariciabas y le hablabas como si estuviera despierta. —Él tocó con la punta
de su lengua la comisura de sus labios— Pero no te diste cuenta que yo estaba
allí, y para mí no fue extraño; lo normal era ser ignorado —el hombre levantó
su rostro para mirarla directo a los ojos: los ojos tristes cafés claros se
encontraron con los de él que se asemejaban al whisky de 20 años de cosecha.
— Pero cuando empezaste a mirar para atrás, cuando yo estaba detrás
de ti… —dijo para dar paso a una pequeña sonrisa— fue cuando me di cuenta
que no eras como todos los demás.
Valeria se quedó pensativa ante esto; su padre siempre le había dicho que
lo de sentir presencias y ver cosas era producto de su imaginación y que no
debía prestar atención a ello. Existe un momento que ella nunca olvidará, ese
momento fue cuando una tarde, siendo una niña, su padre la abrazó, le acarició
la cabeza como mucho cariño y le dijo: En el caso que fuera cierto, en el caso
que ellos existan…en el caso que sea verdad…no debes comentar esto con las
demás personas. No quiero que sufras por ver algo que nadie más puede ver.
Su padre la miró a los ojos, y solemnemente dijo: a veces, estar loco es
cuestión de ver más de lo que los demás no son capaces de ver. Recuerda que
te amo y solo quiero tu bien.
Su padre le sonrió y la abrazó un poco más fuerte, antes que su madre les
avisara que la cena ya estaba servida en la mesa. Los días siguientes, ignoró
las presencias, los sonidos extraños, fingió que era normal como los demás y
se convenció a si misma que tal vez si era todo producto de su imaginación.
Aquella etapa de su vida había quedado guardada profundamente en su
memoria. Hasta ahora.
— Por primera vez, —sonrió un poco nervioso— tuve esperanza —
cubrió su boca su mano, mostrando una vulnerabilidad que pocas veces había
presenciado ante ella. Para ser alguien que no pertenecía del todo a este
mundo, expresaba emociones como cualquiera.
Ella continúo comiendo sus galletas y tomando su té, más por buscar que
hacer con ella misma que por cuestión de hambre, en tanto su acompañante
mantenía una mirada de congoja mal disimulada. De pronto, pareció que él se
acordó de la existencia de ella.
— Tus labios –dijo él señalándola con un dedo.
— ¿Qué? – dijo mientras que se tocaba la boca.
— Tienes migajas por toda la boca.
Valeria tomó la servilleta que estaba al lado de su plato y empieza a
limpiarse las migajas.
— Podría burlarme de ti por ser desordenada al comer algo tan simple –
sonrió por un segundo, antes que su boca se volviera casi una línea recta y una
mirada opaca– Pero ni siquiera recuerdo cual era mi forma de comer, ni
siquiera sé si alguna vez estuve vivo. No estoy seguro de lo que soy.
La mujer lo observó por un momento, sus cabellos castaños lucían suaves,
tenía la curiosidad de extender su mano y comprobar que no los podía tocar,
pero el experimento además de verse irrespetuoso, también podría llenarla de
terror el demostrar que no podía tocar nada. El cambio del estado de ánimo del
hombre, le provocó que desviara su mirada, no pensaba que era oportuno que
se le quedara viendo. Cuando alzó su mirada otra vez; él ya no estaba allí.
Miró por sus alrededores, lo llamó varias veces, pero no tuvo respuesta.
Después de unos segundos se convenció completamente que él en verdad se
había ido. Otra vez estaba sola.
Habían pasado varios días desde la última vez que lo había visto, no podía
evitar preguntarse qué había sucedido con aquel hombre, claro, en el caso que
no fuera todo resultado del estrés de haberse quedado viuda y tener a su
preciosa en aquel estado. Sí, eso debía ser, alguna especie de juego lucido. De
todas maneras, tenía cosas más importantes en que pensar.
Cada vez que iba a visitar a su hija, siempre se encargaba de organizarle
los cabellos dorados, a veces le hacía una media trenza, la cual con los días se
iba soltando; otras veces solo le peinaba los cabellos para dejárselos sueltos.
Tocaba su rostro y sentía congoja en el corazón, deseando pronto verla abrir
los ojos. No podía evitar recordar cuando su hija era pequeña, cuando la
cargaba entre sus brazos y con sus dientes faltantes de leche mostraba la
sonrisa más brillante para ella. Como madre, deseaba protegerla con su propia
vida, pero ella era solo una mujer, y no pudo evitar que su pequeña fuera
víctima en todo esto.
¿Qué podía hacer para que su hija volviera con ella? ¿Qué es lo que podía
hacer? Era algo que no dejaba de preguntarse a sí misma.
A veces cuando todo parece estar mal y crees que es tas cerca de la luz,
todo se oscurece aún más.
Valeria salió con cara larga de la oficina del médico, fue una conversación
que pareció haberla dejado como un cascaron; su niña, su querida niña
posiblemente permanecería así definitivamente, nunca volvería a escuchar la
voz de su hija, nunca volvería a ver su sonrisa. Mientras que caminaba por el
corredizo sentía como sus fuerzas disminuían con cada paso, se detuvo,
apoyando por un momento su mano contra la pared, sintiendo como si
estuviera en un lugar invadido por el humo, necesitaba aire fresco, necesitaba
un respiro, escapar de estos sentimientos de tragedia ¿Pero quién puede
escapar de sí mismo? ¿Quién puede observar la salida en la oscuridad? La
mujer luchó para no dejarse caer de rodillas en aquel mismo lugar. Salió del
edificio lleno de colores blanco, azul y verde claro, huyendo al olor de
esterilidad, el lugar donde se junta la enfermedad, la preocupación y el
aburrimiento. Su taxi, que había pedido hace unos minutos, estaba esperando
por ella. Su auto había quedado destrozado por lo ocurrido, pero en el caso que
estuviera bien, sabía que tampoco lo conduciría. Después de lo que vivió, estar
al frente del volante no parecía algo posible.
Durante el viaje solo miró por la ventana, en realidad no mirando nada, y
tan ensimismada en su propia cabeza, en su pasado y tratando de ver entre la
oscuridad cual sería el resultado a lo que ahora estaba viendo. Al llegar a casa,
prácticamente se dejó caer en el sillón y sin soportarlo más comenzó a llorar.
De pronto, mientras tenía su cara sobre sus rodillas, sintió que alguien más se
encontraba en la sala.
Él estaba allí frente a ella, a unos cuantos pasos de distancia se encontraba
aquel hombre de cabello cobrizo, con la sorpresa en sus ojos, como si no
esperaba que ella se fijara en él. Se quedaron mirando por un rato, hasta que
finalmente Valeria se sentó más recta en el sofá y empezó a secarse el rastro
que dejaron las lágrimas en su rostro.
— Creí que nunca más te volvería a ver —dijo ella con incredulidad en su
voz.
— Yo también creí lo mismo —dijo aun pareciendo desconcertado.
Valeria lo miró por un momento, algo había detrás de esas palabras, algo
que irrumpió como un foco que ilumina una habitación que estaba en la
completa oscuridad.
— Has…estado cerca de mí —dijo ella entre tanto alzaba las cejas.
Él mostró una pequeña sonrisa, y en su mirada se vio algo que parecía
decir tristeza.
— Sí —frunció un poco el ceño—, he estado por un tiempo por tu
alrededor, confirmando que ya no podías sentirme, mientras que toda tu
atención estaba en tu hija; pero también he estado en otros lugares, como
siempre caminando sin dejar huellas y observando con poco interés a la gente
a mi lado, ya que ellos no pueden verme. Pero mientras tanto, me siento
observado por el tiempo–al decir lo último la tristeza pareció profundizarse.
Ella pensó dos cosas: 1. Una persona normal no habla de esa manera. 2. El
pobre hombre por el momento estaba melancólico.
— ¿Entonces qué harás? —dijo él de imprevisto.
— ¿A qué te refieres? —dijo girando ligeramente la cabeza.
— Me refiero a tu hija —imitó tomar un respiro—, ella…ya no será la
misma.
Ella tomó una profunda respiración, para después sentir un nudo en su
garganta que le impedía hablar. Esperó unos segundos hasta que se forzó a
hacerlo.
— ¿Qué puedo hacer? —dijo para después llevarse las manos a la cara,
mientras que sus ojos se volvían acuosos —No puedo hacer nada.
— Podrías…podrías aceptar una de las opciones que te dio el médico.
Valeria retiró sus manos de su cara, abriendo más los ojos al mirarlo. Él
también estaba en aquella oficina. Él se estaba refiriendo a…
— No puede ser que te estés refiriendo…
— A desconectarla.
Valeria se levantó de pronto y su mirada estaba llena de enojo.
— Es mi única hija —dijo alterada mientras que con su dedo índice lo
señalaba— yo no puedo permitir que la maten.
— ¿Y aquello es vivir?
Pareció que en aquel momento su rabia había disminuido de golpe,
dejando caer su brazo. Volvió a sentarse y a cubrir sus ojos con las palmas de
sus manos.
— Es mi única hija. — dijo con voz entre cortada, aun con sus ojos
cubiertos por sus manos.
— ¿Entonces sería más fácil si tuvieras más hijos?
Ella levantó la cabeza y lo miró horrorizada, luego movió su cabeza de
derecha a izquierda y viceversa.
— Entonces este no es el motivo. –Afirmó– si tuvieras otra hija, dos o
tres más. Igual sería difícil.
El hombre se quedó en silencio por un momento, observando a la mujer
que era consumida por el dolor–Tal vez no lo decida hoy, tampoco lo decidirás
mañana, pero tienes que tomar esa decisión.
Valeria mantuvo sus ojos ocultos detrás de sus manos, inmóvil,
esforzándose en pensar en tiempos mejores y fingir que lo que sucedía ahora
era solo un sueño.
— Es mejor que tomes una aspirina y trates de dormir —dijo el de
cabello cobrizo mientras dada una sonrisa que no podía ser observada por la
mujer—. Pensar demasiado sobre una situación, generalmente no sirve de
nada. Créeme, lo sé por experiencia.
Valeria observó por un momento al hombre, pensó en buscarle en como
refutarle aquello, pero se dio cuenta que en verdad no los tenía. Así que se
levantó del sofá y no sabía que decirle a aquel hombre.
— ¿Quieres que me vaya? –dijo él, sin mostrar mayor expresión en su
rostro.
Lo pensó por un momento, pensando a fondo la propuesta.
— No es necesario —dio un suspiro cansado— Estar sola en este
momento, no es bueno para mi cabeza —dijo ella mientras que se secó con la
mano una lagrima que se le escapó, esperando que en el trascurso de la noche
más no le siguieran. Dio media vuelta y se quitó el abrigo mientras que subía
las escaleras, al llegar a su habitación dejó la prenda sobre el pequeño
escritorio. Aquella noche no pensaba bañarse; sentía un gran esfuerzo por solo
estar allí de pie junto a la cama, así que se quitó la blusa, asegurándose antes
que el hombre no estuviera allí (¿por qué si él no es exactamente un hombre?),
bueno, al parecer él no estaba en la habitación, así que ella se cambió la ropa y
se puso el pijama de dos piezas color melocotón; se puso una la bata verde
oscuro y se sentó en la cama.
— ¿Hola? —dijo ella mientras que miraba para todos los lados de la
habitación. Frunció el ceño, se dispuso a hablar nuevamente.
— Hola —apareció a un lado de su visión aquel hombre, ella no pudo
dar un brinco ante la impresión
— No quería molestarte mientras que te cambiabas.
Valeria solo movió a cabeza ante aquello, se sentó en el centro de la cama
cubriéndose con las sabanas.
— Entonces… ¿Qué has hecho en este tiempo? –dijo ella al no ver que
más preguntar.
— Caminar sin rumbo fijo–dijo él mientras que se sentaba encima del
escritorio
— Está bien… — dijo ella finalmente, después de un rato en pensar
que decir.
— Me pregunto que se sentirá realmente tocar.
— Pero estás sentado en mi escritorio.
Él la miró como si hubiera dicho algo tierno, para luego bajar ligeramente
la cabeza.
— Puedo sentarme sobre cosas, concentrándome un poco en ello, algo
como la fuerza de voluntad; si no fuera así lo atravesaría. Pero la cosa es que,
no puedo sentir, es como por más que apoye, no siento, como si una piedra
intentara saber qué es lo que siente al tocar a una pared.
La tristeza de Valeria sobre su hija había sido disminuida, un poco diluida
por el pesar que sentía por este hombre… ¿y si aquello era un destino en
común para todo ser humano después de la muerte? Se llenó una paralizante
sensación ante aquel pensamiento.
— ¿Has visto a otros como tú?
Él se quedó por un momento en un profundo e incluso feo silencio.
— Hace un tiempo observe a alguien que parecía estar en problemas,
no estoy seguro si era un hombre, sus ropas me hicieron creer que era del
medio oriente, aunque podía ser alguien solo cubierto con varias sabanas; no
estaba lo suficientemente cerca para comprobarlo. Pero era evidente para mí
que no era un ser humano, quiero decir, uno vivo. Intenté acercarme, pero
empezó a moverse inquietamente, intentando quitarse a ropa como si le
quemara, pero parecía que sus ropas se pegaban a su cuerpo y le cubrían aún
más; la angustia ante la ropa que parecía tragarle como si fuera una
serpiente…hasta que finalmente… simplemente desapareció.
La imagen que creó en su cabeza le hizo estremecerse como si fuera ella
quien desapareciera en aquel momento, esa sensación no le serviría para
dormir.
— Lamento haberte contado eso —dijo pareciendo ligeramente
arrepentido.
— No es nada—dijo todavía sintiendo escalofríos-descuida.
Se quedaron callados por unos momentos, hasta que él le dio una pequeña
sonrisa.
— Duerme —se levantó del escritorio para luego dirigir su mirada
hacia la ventana–, este día ha sido agotador para ti.
Ella quería decir algo más, pero estaba muy cansada para continuar con la
conversación, lo miró y el alejó su mirada de la ventana para mirarla a ella, le
dio una pequeña sonrisa y volvió a mirar a l ventana.
— Buenas noches —dijo como si fuera la brisa del mar.
— Buenas noches —contestó ella, finalmente cerrando sus ojos,
dejándose ganar por el cansancio. El hombre continúo por un rato más
observando por la ventana.
Capítulo 3. Proposición
Capítulo 4. Esperanza
Capítulo 5. Sombras
Era extraño volver a esas instalaciones, lugar en el que por algún tiempo
observaba a su hija acostada en aquella cama, sabiendo que allí le aplicaban
medicamentos que todavía no estaban aprobados ¿Eso la hacía una mala
madre? ¿O simplemente una madre desesperada? El amor a veces te obligaba
a tomar medidas desesperadas. ¿Alguien puede culpar a quien se lanza por el
barranco cuando está siendo consumido por las llamas? A veces es muy fácil
tomar el lugar de juez.
A ella se le permitió entrar hasta cierto punto, a partir de allí su hija debía
ser ingresada a una habitación a puertas cerradas, cosa que provocó que ella le
tomara con más firmeza del antebrazo, se negaba ante la idea que estar
nuevamente separada de su hija.
— Señora —dijo de manera suave uno de los hombres, a lo cual Valeria
relajó su agarré y finalmente dejo ir a la niña. Tendría que estar en otra
habitación pacientemente, esperar varias horas antes de que se dirigieran
nuevamente a casa.
Las semanas habían transcurrido como la lluvia que resbala por las hojas
de los árboles. La niña parecía que estaba bien, como si no tuviera secuelas del
accidente, incluso Valeria estaba consultando en la escuela si de alguna
manera Ava podía ponerse al día a pesar de los meses que faltó. Debían
retomar la vida en donde ellas la habían dejado, aunque para los demás no fue
así. La niña generalmente estaba de buen humor y tranquila, pero también
había momentos en que el semblante de ella parecía opacarse al pensar que
nunca volvería a ver a su padre, era normal aquella reacción, el saber que solo
podremos ver a nuestros seres amados en fotografías, vídeos, recuerdos y
muchas veces, en nuestros sueños.
No fue fácil, nunca es fácil llevar a un niño a ver la tumba de su padre, y
menos, cuando ese niño es tuyo. Aquella mañana soleada, Valeria estaba al
frente de la tumba de su amado esposo, en aquella lápida decía lo común que
diría en muchas lapidas: su nombre, fecha de nacimiento y la de muerte, la
inscripción “amado esposo y padre”. 35 años de edad es todavía muy pronto
para marcharse de este mundo, para irse tan repentinamente, pero pensándolo
de otro modo; irse de una vez, muchas veces es mejor que desmoronarse día
tras día en tu propio cuerpo. Igualmente, quisiéramos que los que amaramos
fueran eternos. Pero al parecer, casi todo está condenado a desaparecer.
Ava estaba al lado de ella, sosteniéndole la mano mientras que veía
fijamente la lápida de su padre, en opinión de la madre, la niña parecía no
creer lo que está viendo frente a ella, era como si leyera y volviera a leer lo
escrito allí para convencerse que aquello era cierto, que allí estaba el cuerpo de
su padre, el cual debería estar pudriéndose, convirtiéndose en comida de
gusanos, mientras que su esencia tal vez estaría en otra parte. El cabello
dorado que caía por la espalda, contrastando con el vestido azul oscuro, la tez
de la niña se veía más pálida. Atribuía aquello como un efecto del contraste de
la luz. Parecía una burla ir de visita a un cementerio en un día que puede
considerarse precioso.
— Demos una oración —dijo la madre mientras que juntaba sus manos.
La niña hizo como le había indicado su madre y ambas comenzaron a
rezar. Después de terminar, la niña buscó la mano de su madre, ambas
regresaron a casa casi en silencio. Estando en casa, agotadas por el desgaste
emocional se fueron a dormir. La niña pidió dormir con su madre, ambas
durmieron en el cuarto de Valeria.
Despertó horas más tarde, la imagen de su hija durmiendo fue lo que la
recibió, se levantó de la cama con el cuidado de no despertarla, sus pies
descalzos tocaron la alfombra de fibra sintética, y permaneció por unos
segundos sentada al borde de la cama, mirando sus pies con las mientras que
pensaba en otras cosas. Finalmente se levantó de la cama y salió de la
habitación.
Mientras que estaba en la cocina preparándose un café con leche, sintió
una sensación en su pecho, no era dolor, era otra cosa que no sabía cómo
poner en palabras, era como si la paz que vivía no fuera algo real. Se regañó
mentalmente, debía disfrutar que su hija estaba durmiendo tranquila en su
habitación, tomó la taza de café entre sus manos y dio un sorbo al líquido. Se
sentó en la mesa y empezó a navegar por Internet en su ordenador portátil para
distraerse un poco. Llevaba 15 minutos en ello hasta que sintió la necesidad de
ver por encima de la pantalla.
Allí estaba ese hombre, el mismo que la ha visitado por varios meses, era
el secreto que no compartiría con su hija. El resultado posible de aquello, sería
que su hija pensaría que su madre andaba mal de la cabeza.
— Hola –dijo él, pero no se veía sonriente como las veces anteriores.
— Hola –contestó mientras que cerraba la tapa del computador.
— ¿Has notado algo extraño en tu hija?
Lo miró con interrogante, no entendía a qué se refería con esa pregunta. Su
hija no tenía ningún problema. Él continuaba mirándola con rostro pasivo,
hasta que finalmente habló otra vez.
— Llévala a revisión. –dijo mirando más solemnemente.
El pulso de Valeria se aceleró, una presión se instaló en su pecho ante esas
palabras. Aquello no podía ser, no debía estar pasando nada malo. Todo estaba
bien, los médicos no le habían dicho que estaba sucediendo algo malo. Ellos
no…
El hombre la miró sin decir nada, dejando que el silencio fuera la
respuesta. Ella giró su cabeza en dirección a la habitación de su hija, con la
presión incrementándose, haciendo que pusiera una mano sobre el pecho.
Volvió a girar el rostro hacia su acompañante y para su sorpresa este no se
había ido como en veces anteriores.
— Trata de no alterarte, esto no sirve de nada. Déjala descansar, come algo
y después descansa.
Ella cubrió sus ojos por un momento, dio un profundo respiro, luego retiró
las manos de ellos. Él ya no se encontraba allí.
En otro tiempo estaría sorprendida por su desaparición, pero aquello ya era
un hábito. Dio un suspiro, movió sus dedos sobre la superficie de la mesa,
miró su mano por un momento, para después dirigirse a la cocina; tomó una
taza de sopa de pastas instantánea. Se obligó a comerlas a pesar de la
preocupación. Terminó de comer, botó el recipiente en el bote de basura, se
dirigió a la habitación de Ava y desde la puerta la vio dormir. Apretó la
mandíbula, luego la relajó al sentir molestia en sus muelas. Se alejó con el
móvil en mano, se fue a su propia alcoba y desde allí realizó una llamada.
A la mañana siguiente, se dirigieron al hospital, durante el viaje Ava se
quedó dormida, apoyando la cabeza en el hombro de su madre, en tanto ella
miraba a través de la ventana del vehículo. Tratando de no pensar en oscuras
posibilidades, pero estas insistían en no marcharse.
El carro estaba casi al frente del hospital, Valeria movió a su hija, tratando
de despertarla. El conductor, un hombre de pocas palabras y mirada amable,
las miraba través del espejo retrovisor, en su opinión, aquella niña no se veía
bien. El vehículo se detuvo frente a su destino, después de unas cuantas
sacudidas más, la niña por fin levantó la cabeza; dio un fuerte suspiro mientras
que salió del automóvil, sus ojos luchaban por mantenerse abiertos.
Estaban en la oficina del Dr. Peixo, con la neutralidad que lo caracterizaba,
rostro serio, pero no mal humorado. El hombre comenzó a revisar a la niña;
revisando sus escleras, haciéndole toser, realizándole ciertas preguntas. Ava
respondió de forma que se consideraría aceptable, a excepción de sentirse
frecuentemente cansada. Hasta el punto de quedarse dormida en casi cualquier
sitio. Después de terminar la revisión, el Doctor le dio recomendaciones y le
recetó algo para el problema del sueño, además de ordenar muestras de sangre,
aunque reiteró que no encontraba nada particularmente malo. Pero era mejor
asegurarse. Valeria se sintió mejor ante la falta de encontrar alguna
anormalidad. Todo estaba bien. El hombre de cabello cobrizo solo la había
preocupado, puede que en verdad era solo la representación de sus
preocupaciones, un producto de su mente. ¿Sería bueno decírselo al Doctor en
ese momento?, es decir, aprovechando que lo tenía al frente de ella. Pero
mejor cambió de idea, recordando el consejo que le había dado su padre. Podía
arriesgarse y hablar sobre su “amigo” pelo rojizo, pero su instinto le insistía
que mantuviera la boca cerrada.
De regreso a casa, la niña volvió a dormirse en el camino; su cabeza
apoyada en el hombro de su madre, sus cabellos dorados cubrían parte de su
rostro, con cuidado, Valeria apartó los mechones de su cara, estos estaban
ligeramente sudorosos, le tocó la mejilla, comprobó que su temperatura no
estaba más alta de lo normal.
Al llegar a casa, Valeria tuvo que despertar a su hija, la niña le sonrió y se
restregó un poco el ojo mientras que se acercaban al portón de la casa. Ya
estando dentro de la casa, la sensación de cansancio la obligó a tomar una
siesta en su habitación. El propio agotamiento de la mujer, también le exigió
que hiciera lo mismo que su hija. Cuando descansara estaría mejor. Eso
esperaba.
Despertó pasadas unas horas, su mirada se encontró con la funda blanca de
la almohada, su mejilla presionada contra está sintiendo la humedad
provocada por su saliva. Se sentó en la cama, con el dorso de la mano se
limpió la saliva de su mejilla, llevó a la otra mano a su cabello, se lo revolvió
un poco, notando que pronto debería lavárselo. Sabía que había sido
despertada por un mal sueño, aunque no lo pudiera recordar, reconocía esta
sensación desagradable desde que era niña. Las preocupaciones no podían
dejarla sola ni mientras dormía. Giró su cabeza, como por fuerza magnética y
allí estaba quien era un desconocido, pero a la vez le era tan familiar.
— Parece que una ventisca te visitó mientras dormías—dijo con un tono de
burla el hombre de cabello castaño.
Era la primera vez que lo veía estando recién despierta, él siempre parecía
como si estuviera a punto de salir a la calle; con su agradable cabello, su rostro
fresco, su sonrisa de comercial de televisión, y su estatura. Este hombre
debería medir más del 1.80 m. Su imagen no desentonaría en la portada de
alguna revista de moda. Pero no era momento de pensar eso, ella debía
comentar sobre algo más importante.
— Dijiste que Ava tenía algo raro. –dijo ella con amargura en su voz.
— Pregunte que si estaba bien –dijo mientras su aura burlona se aplacaba–.
No aseguré que estaba mal.
— Ella está bien–dijo casi orgullosa —, la revisaron y no encontraron nada
malo. Le mandaron unos exámenes de sangre solo para asegurarse.
— Entonces es perfecto –dijo mirándola- deberías estar contenta que nada
malo sucedió.
— Pero me asustaste con eso.
— No era mi intensión—murmuró poniéndose más serio–pero sentí que
algo no andaba bien–de pronto sonrió con un poco de tristeza– ¿Qué voy a
saber yo de esas cosas?
Valeria se sintió un poco mal al ver aquella expresión en él, pero tenía que
expresar la preocupación que sintió por la insinuación que algo malo pasaba.
— Eso ya no importa, – suspiró– lo importante es que no ha sucedido
nada.
El hombre la miró y por un momento su mirada se tornó distante, como si
fuera a desvanecerse en cualquier momento. Parecía que él iba a decir algo
más, pero fue interrumpido por el sonido de una puerta abriéndose. Ava salió
de su habitación, con algunos mechones pegados a su cara, restregándose un
ojo mientras que se dirigía hacia su madre.
— Hola mami–dijo con una sonrisita, la cual se borró cuando giró un poco
el rostro.
La niña se quedó mirando fijamente en dirección al hombre, para luego
abrir aún más los ojos.
— Mami…–dijo escuchándose la voz en tono tembloroso– ¿Qué es eso? –
empezó a temblar.
La niña continuaba abrazando a su madre, la cual estaba sorprendida al ver
la situación. Acariciándole el cabello en tanto le hablaba con voz dulce.
— ¿Qué ves? –dijo ella preocupada, pero sobre todo curiosa.
— Una cosa borrosa –dijo para después cerrar los ojos y esconder su cara
entre la unión del cuello y el hombro de su madre.
El hombre al principio parecía estar sorprendido, para después mostrar un
ligero brillo de curiosidad en su mirada. Pero esta también cambió a otra que
ella no fue capaz de identificar.
— No ocurre nada malo –dijo Valeria mientras que abrazaba a su hija–. No
va hacerte daño.
La niña abrazó con más fuerza a su madre, como si esto la protegiera de la
criatura que ella no podía propiamente identificar. El hombre frunció
ligeramente el ceño.
— ¿Vamos a acostarnos un rato en tu cama? —dijo Valeria buscando una
manera en la que su hija se pudiera calmar.
La niña solo movió la cabeza, ocultando su rostro de aquella criatura que
estaba en su casa. Deseando que eso fuera solo un sueño.
Valeria se acostó con su hija en la cama, los peluches daban la apariencia
que aquel era un lugar lejos de hostil, la madre acariciaba la rubia cabeza de su
hija, diciéndole dulces palabras para calmar sus ánimos.
— Cierra los ojos y piensa en cosas bonitas –dijo con la voz más dulce que
pudo reproducir.
Después de un rato, la niña se dejó vencer por los mimos de su madre, tal
vez despertaría creyendo que todo era un sueño, quizás creería que su
imaginación estaba intensificada. Había que esperar.
Valeria salió de la habitación de la niña, en la sala le estaba esperando el
hombre de cabello cobrizo, con una mirada que le hizo preocuparse un poco.
— ¿Qué sucede? –dijo ella mientras que se volvía a sentar.
— Estoy casi seguro que a tu hija le sucede algo, pero no sé qué es, es
como–parecía indeciso– es como si su ida estuviera debilitada– sé que sonará
tonto, pero es como una especie de algo…
— No me vas a asustar de nuevo –dijo ella levantando un poco su voz– Ya
me preocupé muchísimo sobre que algo podía estar mal y no quiero estarlo
otra vez.
— Yo tampoco quiero preocuparte, pero creo que debo ser sincero. Algo
no es normal aquí.
Valeria pensó que era un poco raro que justamente él era el que dijera que
algo no era normal, pero dejando de lado ese pensamiento, nada raro le estaba
sucediendo a su hija. El hombre la miró en silencio, Valeria en aquel momento
hubiera deseado leer los pensamientos de aquel hombre.
— Es innegable que es hija tuya –dio una minúscula sonrisa–. Ella también
puede verme. Aunque en una versión desmejorada.
La morena no supo que decir ante aquello. ¿Eso era algo bueno? A su
sentir que su hija tuviera aquella “habilidad” parecía ser más un problema que
una ventaja. Bueno, por lo menos esto le sirvió de confirmación que este
hombre no era solo un producto de su cabeza.
— Tengo que irme –dijo de pronto el hombre, sorprendiendo a la mujer
por esta ser la primera vez en que se despedía antes de desaparecer–. Fue un
gusto verte hoy. Cuídate.
Y sin más, sin esperar que ella dijera algo, él desapareció como si fuera
una alucinación en el desierto. Dejando a la mujer con varias preguntas tras de
sí.
Un par de horas después, se volvió a escuchar ruidos en la habitación de
Ava, Valeria en aquellos instantes estaba viendo la televisión, observando una
película de detectives, a pesar de ello, escuchó los pasos de su hija
acercándose a la puerta.
— Hola mami– dijo la niña cuando estaba cerca de su madre.
— Hola mi amor– dijo Valeria sonriéndole– ¿Cómo dormiste?
— Bien –dijo la niña entre tanto se tocaba la nuca.
Por un momento las dos se miraron a la cara, como si ambas esperaban
algo más. En el fondo se escuchaba un tiroteo que sucedía en la película. Para
después ser interrumpido por el comercial de toallas sanitarias.
— No fue un sueño, ¿cierto? –dijo la niña mirando a su madre con ojos
suplicantes.
Valeria pensó en mentirle, pensó en hacer pasar aquello como una pesadilla
para que la niña olvidara el asunto. Pero mentirle a su hija no era uno de sus
pasatiempos.
— Yo también lo puedo ver.
Ava abrió un poco más los ojos y la boca, sin saber que decir, la confusión
la había golpeado fuertemente. Pero tampoco era como si se podía esperar
muchas reacciones ante una información de este tipo.
— ¿Por qué? – Fue lo que dijo después de un rato.
— ¿Por qué lo veo? –dijo Valeria alzando un poco la ceja.
La niña solo movió la cabeza afirmativamente.
— No lo sé –dijo para después dar un suspiro– digamos que es solo el
destino.
— ¿Es un fantasma? –dijo escuchándose un poco más nerviosa.
— Tal vez –dijo en tanto su mirada se volvía un poco distante– aunque
parece que ni él mismo sabe.
La expresión de confusión de la niña no se había marchado, se volvió a
tocar el cuello, para ser más exactos, un poco más debajo de este.
— Ava, voy a darte un consejo que me dio mi padre hace años –su voz
sonó más sobria–. No hables a nadie sobre esto.
— ¿Por qué? –dijo la niña con inocencia.
— Para evitar problemas.
— ¿Con quién?
— Con los demás.
Valeria abrazó a su hija, se alejó un poco para acariciarle las mejillas. La
niña parecía preocupada, pero parecía sentirse mejor al estar entre los brazos
de su madre. La niña volvió a tocarse por debajo de la nuca.
— ¿Qué sucede? –dijo al ver que su hija no dejaba de tocarse esa parte.
— No sé –dijo estirando un poco más la mano en su espalda– me molesta.
— Ven –dijo girando a su hija para que su espalda quedara al frente de su
rostro, luego le alzó la camisa.
Los ojos de Valeria se ensancharon al ver aquel gran y profundo moretón
en su hija, ¿cómo era que hasta ahora se diera cuenta de su existencia? Puso
sus dedos sobre el hematoma, la niña se estremeció y se quejó ante su
contacto. Valeria retiró su mano, con mirada fruncida continuaba observando
aquella parte amoratada.
— ¿Qué sucede? —dijo la niña ante el silencio de su madre, mientras que
esta le organizaba la camisa.
— Nada grave, —dijo la mujer tratando de disimular su preocupación lo
mejor posible. -de todas maneras, es mejor ver al doctor.
La niña se volteó y vio a su madre a los ojos, sus ojos azules como un cielo
de un día soleado, observaba a su madre con inquietud. Valeria tocó la mejilla
de su hija y le dio una sonrisa.
— No te preocupes, mi vida —forzó más su sonrisa– miremos una película
y comamos algo de helado.
Ava miró por un momento a su madre, para después mostrarle una sonrisa.
Todo estaba bien, su mamá le había dicho que no había problema. Quería
comer helado y pasarla bien con su madre. Lejos de las pesadillas que no le
había contado a su madre.
Valeria había sacado de la nevera un recipiente de helado de chocolate, se
sentaron en el sofá y en silencio comenzaron a ver la película. Estaban viendo
una película de fantasía, un niño que debía viajar a tierras desconocidas para
que un mago le quitara una maldición. En su travesía conocerá a un grupo de
personas con heridas en el corazón, y en la mente.
Los ojos de Valeria estaban fijos en la pantalla de televisión, pero su mente
estaba en su hija, la cual se encontraba al lado de ella, ambas sentadas en el
sofá. Por fortuna, transcurrido cierto tiempo, la niña se levantó del sofá para ir
un momento al baño, momento que Valeria aprovechó para tomar su móvil, y
realizó la llamada.
La niña volvió a poco tiempo, se sentó en el sofá y continuó comiendo su
porción de helado. Su madre solo mantenía un rostro tranquilo, esforzándose
en mostrar que todo estaba bien. Aunque era todo lo contrario.
Terminaron de ver la película, Ava estaba durmiendo en el hombro de su
madre, su respiración era serena, parecía tan tranquila que Valeria se preguntó
por un momento, si algo en verdad estaba mal, pero recordando aquel gran
hematoma, le hizo desistir la idea de bienestar. La niña después de darle un
beso de despedida a su madre, se fue a dormir a su habitación, tratando de no
pensar más, en mantener sus preocupaciones en silencio, Valeria se fue a su
habitación con un vaso de agua; el zolpidem la había ayudado en todas esas
noches que el pánico le obligaba a permanecer las noches en vela. Aquella
noche, no quería pensar en las posibilidades de su hija, ni en el hombre
fantasma que le visitaba.
La luz del sol sobre su rostro la despertó, al abrir los ojos y dejar pasar
unos momentos, se pudo percatar de la sensación de cansancio, cosa común
por el medicamento, buscó su móvil sobre la mesita de noche, en este marcaba
las 12:00 p.m. se sentó en la cama de inmediato al ver lo tarde que era, era
poco común que durmiera hasta esas horas. Se levantó de la cama y se dirigió
a la sala, no había señales de su hija, ¿estaría todavía durmiendo? Pero eso no
debía ser, ella no tenía la costumbre de dormir tan tarde. Tocó la puerta de la
habitación, pero la puerta no fue abierta. La tocó unas cuantas veces más, y no
sucedió nada. Valeria finalmente abrió la puerta y entró en la habitación. Se
acercó a la cama de su hija, le apartó el cabello de su rostro. Tocó su rostro,
estaba frío.
Capítulo 6. Preocupación
Capítulo 7. Pleixo
Capítulo 8. Disparos
Epilogo
FIN