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El

Visitante de Valeria

Por

Lina Durango


Capítulo 1. Destrozo

Aquella fría mañana de marzo se sentía como cualquier otra mañana de


aquel mes, ese tipo de días que no se guardan de manera especial en la
memoria, como sucede con la mayoría de los días que vivimos. Pero ese no
fue el caso para Valeria Alix; ella no tenía ni la más mínima idea que aquel día
sería el inicio del gran cambio en lo que consideraba era tener una buena vida.
Perdería mucho y se aferraría a lo que aún le quedaba, pero como en muchas
ocasiones, aferrarse a algo, a alguien, a una idea, solo sirve para convertirse en
una escultura de sal.
Era una espléndida mañana del sábado, era común que aquel día las
familias se dirigieran en sus automóviles a visitar a los demás familiares que
vivían en otras ciudades, ir a la playa o estar en familia por un par de días en
una cabaña alquilada. Estos viajes familiares, muchas veces estaban
impulsados por un sentimiento de afecto o por un sentimiento de culpa por
pasar poco tiempo con la familia lejana y peor aún, con la cercana. Lo
importante era que los niños no estaban al tanto de esto y podían convertir
aquello en agradables recuerdos, todavía no podían comprender los
sentimientos de los adultos y distinguir la diferencia entre afecto y obligación.
En muchos casos ni los propios mayores podían hacerlo.
En una camioneta blanca, sentada en uno de los asientos traseros, una niña
parecía que estaba a punto de dormirse mientras que escuchaba música por sus
audífonos. Siempre había odiado los viajes largos en automóvil, no sabía qué
hacer con ella misma, así que su entretenimiento era con el celular en sus
manos. No muy diferente de lo que hacía en su habitación. No tenía ganas de
mensajearse con sus amigas: las veía casi todos los días en clases, no veía el
caso de escribirles para que le contaran las mismas cosas que le habían
contado antes, pero con diferentes palabras. Además, ya sentía que sus ojos le
molestaban al tenerlos fijos en la pantalla.
— Cariño…–dijo la madre de la niña– deja de poner esa cara. Sabes
que siempre nos toma tiempo llegar a la casa de la abuela.
La niña escuchó la voz de su madre a través del estribillo de la canción de
pop del momento, por suerte, tenía la costumbre de escuchar música con
audífonos en volumen bajo. No quería destrozarse los oídos antes de tiempo,
aunque la perdida de la audición era un proceso natural, y por el momento
inevitable como sucedía con otros sentidos, no significaba que ella quería
adelantar el proceso. Alejó un auricular de su oreja, miró a la mujer que le
hablaba y frunció con capricho los labios, pareciendo aún menor de lo que era,
aunque aquello era un gesto que no realizaba con aquella intensión.
— Solo tengo sueño –dijo la niña mientras que se quitaba el otro
audífono.
La mujer de ojos verdes observó a su hija mientras que esta se acomodaba
en el asiento, para tratar de dormir de una forma más correcta. Luego miró a
su esposo, Laison Alix, que estaba concentrado en la carretera mientras
conducía.
— Solo falta media hora –dijo el hombre de cabello rubio, casi dorado,
mismo color de cabello que había heredado su hija.
Valeria tenía que reconocer que ella también sentía un poco de sueño ante
el viaje; no había dormido muy bien la noche anterior, a veces se quedaba
mirando hacia el techo sin ningún motivo en particular, el sueño se le escapaba
y no era ni por preocupaciones del día, ni por equipaje de memorias pasadas.
Solo miraba el techo por horas. En algunas horas tenía que viajar a la casa de
su suegra, esto no era algo que le agradara mucho. No le molestaba del todo su
compañía, que no podían congeniar fácilmente con ella. Nunca pudo formarse
un lazo de cariño entre ellas, a pesar que su hija había nacido hace más de diez
años.
En la estación de radio habían colocado una canción de amor que había
sido muy popular en los 70´s. Era la favorita de su madre. Aquella canción le
traía buenos recuerdos a Valeria, era imposible desligar la melodía con la
presencia de su madre, la recordaba tarareándola con una sonrisa en los labios,
era como un homenaje al tiempo donde el amor estaba en abundancia en las
letras, a diferencia de lo que ocurrió después de la reforma del año 2012. Solo
queda en la imaginación que tipo de música estaría reinando si no hubieran
impulsado la ley Cero impudicias, donde cierto tipo de música, con sobrecarga
sexual y violenta, fue prohibida en las emisoras radiales, fiestas, y en vía
pública. Solo podía ser escuchada en casa y por obligación con audífonos para
evitar ser escuchado por los vecinos, ya que, si te descubrían tarareando una
canción con ese tipo de letras, podía ser denunciado por parte de algún
ciudadano; si era la primera vez que lo hacía, era una reprimenda, si era la
segunda vez que ocurría, entonces se ganaba una multa, y si se insistía en ello
pues, habría reprimendas más severas. Ya sea porque fuera así, o por
casualidad, se podía observar que en los lugares en donde aquella música fue
popular, era en donde existía un evidente nivel de consumo de drogas, alcohol,
y también una considerable cantidad de niños que nacían sin tener un padre
alrededor. El estado sabía que esto era un grave problema que con el tiempo se
profundizaría aún más; ciertos tipos de música, siendo más exactos, las letras
en sus canciones, no convertían a alguien en un ser desperdiciado, pero
también si ya tenía un potencial a la autodestrucción, entonces ciertas cosas
podían ayudar a empujarlo al abismo. Como dicen, la mente se desarrolla con
lo que se es alimentada. Actuar de manera honorable, era esencial para una
sociedad estable.
La chica se había quedado dormida, con su delicado rostro apoyado en el
espaldar del asiento del automóvil, con la boca entre abierta, mostrando sus
blancos dientes, boca de la cual todavía no derramaba saliva, pero dentro de
poco se formaría un hilillo traslucido que tocaría la ropa de la niña. Era bueno
que dentro del automóvil no volaba ni una sola mosca ni otro tipo de bicho. La
madre miró para atrás, encontrándose con la imagen poco elegante de su hija
dormida ahora con la saliva amenazándole con salirse, si estuviera más cerca
le hubiera quitado el cabello de la cara y por supuesto, cerrarle la boca, pero
tampoco un poco de saliva era algo del por qué molestarse.
A través de la ventanilla del vehículo, los rayos del sol bañaban el rostro de
su hija, a pesar de pensar en echarle más protector solar en la piel, no pudo
tampoco evitar imaginar en la hermosa jovencita en que ella en un futuro se
convertiría. La canción suave y romántica sonaba a la distancia, acompañando
el ambiente tranquilo que se manifestaba dentro del vehículo. Valeria cerró los
ojos y se acomodó en su asiento, dispuesta a disfrutar de la tranquilidad y
dormir por unos minutos. Todo estuvo bien hasta que de un momento dejo de
estarlo.
De pronto, todos ellos fueron movidos bruscamente, arrojando todo por
todas partes; el móvil de la niña se estrelló contra el techo interno del
automóvil, el paquete abierto de papas fritas y demás bocadillos se
esparcieron, la niña despertó confundida ante la horrible sacudida, Valeria
sabía que debieron ocurrir más cosas en esos segundos, pero todo fue tan
rápido que su cerebro no pudo registrar de manera competente lo que sucedía
por el impacto que estaban sufriendo sus sentidos. Lo último que pudo
registrar con toda angustiante seguridad, fue escuchar el grito de su hija que se
sintió para ella como el trueno de la noche más oscura. Después de eso… no
estaba segura de lo que escuchó. No estaba segura de lo que vio. No estaba
segura de nada. Solo fue invadida por la más profunda oscuridad.
Al abrir los ojos, un fuerte dolor de cabeza la invadió, sentía como si su
cabeza en cualquier momento fuera a detonar como una granada en un campo
de guerra. No entendía que estaba sucediendo a sus alrededores, sintiéndose
perdida ante lo que veía. Todo estaba de cabeza. Literalmente, ella estaba de
cabeza aferrada a su asiento gracias al cinturón de seguridad. Volteó como
pudo su rostro hacia el ruido ensordecedor que provenía desde la puerta
metálica del lado del conductor, la cual estaban abriendo con una motosierra,
las chispas que producían metal contra metal causaban chispas, pareciendo
aquellas pequeñas luces de bengalas con los que en algún tiempo atrás los
niños jugaban. El ruido ensordecedor le hacía doler aún más la cabeza,
deseando desesperadamente volver al silencio del cual había salido. La
confusión no le dejaba ponerse al tanto sobre la sangre que escurría por la
cara, pero lo que no pudo evitar ver fue a su esposo sostenido en su asiento por
el cinturón de seguridad, con los brazos extendidos lánguidos hacia el techo
del automóvil, completamente inmóvil, con los ojos abiertos, pero no mirando
nada. La realización de esa verdad fue como si le hundieran la cabeza bajo el
agua. Después de eso, todo se volvió oscuro.
Al abrir los ojos fue recibida por la claridad que se filtraba por las cortinas
entre abiertas de las ventas del cuarto de hospital, su cabeza le retumbaba
como si caballos galoparan dentro de ella. Siguió con los ojos abiertos
mientras como rayos dolorosos en su mente se producían como fragmentos de
una película que no quería ver, los recuerdos de lo que había sucedido en la
carretera. Trató de levantarse de la cama, pero no pudo hacerlo al sentir un
intenso dolor en todo su cuerpo. Su hija… ¿Qué había sucedido con su hija?
¿Qué había sucedido con su esposo? ¿Estaban bien? “Deben estar bien”, se
repetía así misma en torpes murmureos, mientras que la desesperación
rápidamente iba creciendo. De pronto abrieron la puerta.
El enfermero allí presente se percató de su despertar, salió de la habitación
para después reingresar en esta al poco tiempo con un médico que tenía en su
rostro una expresión que podía decirse que era una mezcla de formalidad y
apatía. Éste la revisó y a pesar de la desesperación e incertidumbre que se
reflejaba en su rostro, no fueron capaces de decirle lo que había sucedido con
su familia, a pesar de haber preguntado por ellos. Le dijeron simplemente que
descansara, que lo más importante era que se concentrase en recuperarse lo
más que pudiera.
Ella no estaba satisfecha con aquellas palabras: quería respuestas, pero no
le dejaban nada en claro. Luego le administraron algo más a su líquido
intravenoso, lo cual casi al instante provocó tanto sueño que al final se
desconectó del mundo.
Pasó un tiempo, no sabía cuánto, ni siquiera estaba segura si quería
saberlo. Sospechaba que eran pocos los momentos en los que permanecía
despierta, o por lo menos, que recordaba estarlo. Finalmente fue mejorando,
fue tomando más conciencia, y después de tanto preguntar al personal del
hospital, estos se vieron con la obligación de responderle con una verdad que
no quería oír, pero necesitaba hacerlo: su esposo había dejado este mundo un
día después del accidente.
Al saber esa verdad, se sintió como si en cualquier momento alguien
entraría a la habitación y le diría que hubo una equivocación, que su esposo
continuaba con vida. Pero eso nunca pasó, nadie llego con una aclaración que
la hiciera respirar tranquila de nuevo, nadie vendría a decirle lo que quería oír,
lucho con todos sus esfuerzos para no dejarse llevar por su dolor, aun así, unas
cuantas lágrimas lograron escaparse de sus ojos. Y a esto se suma que su
hija…su hija estaba en coma y no se sabía cuándo iba a despertar. Ni siquiera
se sabía si lo haría. Quería cerrar los ojos, acostarse en aquella cama de
hospital y dormir profundamente. Y quedarse así para siempre.
Hasta ese momento, nunca había comprendido también la expresión de
tener el corazón roto. Sentía como si los pedazos de este se le clavaban
adentro.
Fue difícil salir de la jaula mental en la que quería aislarse, tener el cuerpo,
la mente, el alma estática, repitiendo en un bucle el choque de los automóviles.
Mirar sin mirar lo que había frente a ella. Quería llorar, pero era como si sus
lagrimales ya no pudieran funcionar adecuadamente por el sobre uso. No
estaba muerta, pero no se sentía muy diferente a eso. Quería volverse bolita y
dejar que el polvo la cubriera hasta que su corazón por fin se detuviera, pero
debía salir de allí, se puso de acuerdo para levantarse por quien seguía
peleando por su hija, y con cada día su cuerpo se fortalecía, cada día tenía en
la mente el mejorar para poder ser fuerte por su hija; su cuerpo se quejaba del
dolor, pero su mente estaba dispuesta a ignorar aquellas quejas. Tenía que
mejorar por su hija, tenía que hacerlo por la única motivación que le quedaba
para despertar cada mañana. Por fin llego el día en que su cuerpo fue lo
suficientemente fuerte para poder ir con muletas a través de los corredores
blancos, evitando tropezar con el personal y pacientes que se encontraba a su
paso. Pasar por aquella puerta, era como pasar a otro mundo, todo tan blanco y
azul, pero el olor a hipoclorito era molesto. El escalofrió que le corría por la
espalda al estar cerca de ella, pero al verla de nuevo, era como si su corazón
volviera a desangrarse nuevamente; su preciosa hija tenía la cabeza envuelta
en vendajes, no había rastros de su cabellera dorada, necesitaba de un tubo
para respirar, y lo que se escuchaba en aquella habitación, era las máquinas
que ayudaban que su hija no se fuera de este mundo. Sus manos temblaron al
verla tan indefensa. Su vitalidad era solo un recuerdo que parecía de un
momento muy lejano, pero que en verdad fue algo de tan solo unos días. Sus
piernas se sentían como si fueran hechas de cemento, cada paso era como si
estuviera acercando al abismo y su caída en este se sentía irremediablemente
inevitable. Al estar al lado de la cama, era como si no sintiera las fuerzas para
avanzar un poco más, era como si otra vez estuviera en el auto; todo revuelto
alrededor, la confusión y el terror. Aquella mañana habían salido como una
familia de tres, pero ahora temía que ahora se convertiría en alguien sin
familia. Quería decirle algo a su hija, como si de alguna manera pudiera
escucharla. Pero era imposible formular palabra ante esto que sentía en su
pecho.
Destino, mala suerte, como quiera llamarse, aquel sábado coincidió que un
hombre perturbado tuvo los ánimos de disparar y a arroyar con su camioneta a
quienes se encontrara a su paso. Si hubieran pospuesto la visita a su suegra, tal
vez… tal vez… las lágrimas bajaron por su rostro, pensando en el tal vez o en
el si pudiera, que es tan inútil. Ella no podía retroceder el tiempo, por mucho
que lo deseara.
Aquel hombre que había causado su desgracia, dejándose llevar por su
estado egoísta y destructivo. Causó el daño irreparable a varias familias,
incluyendo la de él mismo; ya que una bala por parte de la policía impactó
contra su pecho desprotegido. Cuando vio la fotografía de aquel hombre, con
su sangre ensuciando la carretera, deseó que aquel disparo hubiera sido
realizado horas antes. Sintió que por lo menos hubo algo de justicia. Esperaba
que donde sea que este su alma, en el caso que el alma exista, estuviera
sufriendo mil torturas.
Su niña, su querida niña en esta cama enfrentando una posible vida de
vegetal. Casi tres días desde que ocurrió ese fatídico día. Un día que parecía
una pesadilla, con la diferencia que no tenía la posibilidad de despertar. Era un
milagro que solo se hubiera roto un brazo, si la palabra suerte se podía aplicar
ante esta situación. Si el cielo fuera consecuente con su ánimo, posiblemente
sería un cielo gris ceniza, pero no lo era. Era un día esplendoroso y despejado
como aquellas imágenes que son utilizadas en los mensajes positivos que
dicen cosas como “cada día viene con un comienzo nuevo”, lo que dirían
muchos, un buen día, pero no tanto cuando este vestido de negro, sentada al
frente del féretro del hombre que amaste durante 16 años. Sin importarle ni un
rábano mostrar su vulnerabilidad, cabizbaja, frente a los que habían asistido al
entierro. Era como la mitad de su vida fuera a ser enterrada y la otra mitad
estaba todavía en suspenso. Su suegra, una mujer que, a pesar de su
constitución delgada, siempre se había visto imponente y algo rígida, por lo
menos en su perspectiva, pero en aquel momento estaba igual de rota que ella,
posiblemente aún más, allí parada junto al ataúd de madera fina, sus manos
temblaron mientras que veía a su hijo, a pesar del maquillaje, podía apreciarse
aquella sutura que le cruzaba el rostro. La casa fúnebre había hecho un buen
trabajo tomando en cuenta con lo que debían trabajar. Estando de pie, con su
rostro solemne, la madre de Laison se desvaneció en medio de su dolor,
cayendo al lado del ataúd, su brazo tropezó con la corona de flores amarillas y
blancas, separándose así algunos pétalos, quedando esparcidos junto a la
mujer.
Y de esa manera la mujer que no pudo aguantar más se despidió de este
mundo.
Valeria no sentía mucho aprecio por la mujer, pero no podía negar que su
muerte le había afectado, era como si estuvieran cayendo como fichas de
dominó. Sentía como si la muerte le rodeara y ésta no pensaba marcharse
pronto. ¿Quién podía huir de algo que no podía ver? ¿Cómo se podría pelear
contra el cemento solidificado en sus piernas mientras que estaba hundiéndose
en el mar? A veces solo puedes observarte a ti mismo mientras que caes al
abismo.
Valeria visitó durante varios días esperando que su hija mejorara, y
aquellos días se convirtieron en meses. Meses en que la angustia se
acomodaba y el tiempo parecía un torturador en aquella habitación de hospital;
la estadía entre el blanco de las paredes, los pasillos, tanta blancura había
creado una aversión por el color. Odiaba que el olor que antes relacionaba con
la limpieza, ahora lo relacionaba con la enfermedad, con la sangre y caras
afligidas.
Aquella mañana estaba en la habitación de hospital, sentada en una silla al
lado de la cama de su hija, cambiando las flores que se habían marchitado. Su
hija debía tener siempre flores frescas, no quería ver algo más que le recordara
a la muerte. Sacó de su bolso de cuero un libro, era una de las novelas de
romance adolescente que le pertenecían a su hija, no sabía si era una de las
novelas favoritas de su hija, no sabía si era de aquellas lecturas que se
empiezan y a la décima página te das cuenta que el libro no es lo que
esperabas y lo dejas en el librero con desinterés, esperando que en algún
momento en el futuro se vuelva a tener interés en él. No sabía nada de eso.
Pero lo que importaba, por lo menos lo que esperaba, era que, de alguna
manera, su hija pudiera escucharla mientras que le leía. Los médicos le habían
dicho que, en su condición, no se sabía cuándo su hija podría despertar,
mientras tanto estaba atada en este plano existencial como alguien que estuvo
cerca de irse de esta tierra, pero que aun así no estaba experimentando la
verdadera vida. Deseaba que este limbo terminara, y por supuesto, que su hija
volviera a ella, tener en sus brazos a su preciada niña.
Llegó a su casa de paredes blanca y tejados rojos, situada en lo que
considerarían un vecindario decente, aquella casa en que había vivido con su
familia en los últimos 9 años, aquella casa que ahora parecía ser solo un
reflejo desgastado de los tiempos pasados. Ella se sentía como una
observadora de una vida que ya no le pertenecía, y aquello le hizo humedecer
sus ojos, hasta el punto que las lágrimas altaneras se escaparon por sus
mejillas, caminando con las rodillas debilitadas hasta donde estaba el sofá rojo
de la sala, para luego encogerse en su propio cuerpo, abrazándose como lo
haría un niño que teme ir a dormirse solo a la cama. Se permitió diez minutos
para llorar y autocompadecerse, para luego cortar poco a poco ese afluente de
emociones pintadas con carboncillo. Retiró los brazos de su cuerpo y se
enderezó en el asiento, se levantó de allí dirigiéndose al baño, caminando
descalza, sintiendo la rigidez del suelo a pesar del alfombrado. Un cuerpo que
se sentía delicado a como lo era por el momento su alma. Ya en el baño, abrió
el cierre de su falda tipo lápiz color marrón, esta resbaló por las esbeltas
piernas de la mujer, luego se quitó la blusa blanca de boleros. Arrojó las
prendas a la canasta de la ropa sucia: recordó como a veces tenía pequeñas
discusiones con Laison por a veces no echar la ropa sucia en la canasta y
dejarla descuidadamente en el suelo. Sonrió para consigo misma, amaría que
volvieran a tener esas tontas discusiones. Amaría el volver a verlo cuando
ponía los ojos en blanco cuando no se ponían de acuerdo. Extrañaba sobre
todo no poder volver a oírle reír, no podía decir que había una cosa que no
extrañara en absoluto.
El agua pasaba por su cuerpo, se enjuagaba el jabón líquido con olor a
manzana, si no fuera porque tenía la costumbre de bañarse antes de irse a
dormir, hubiera ido directamente a su habitación y posiblemente se hubiera
visto tentada a echarse a la cama con la ropa puesta. Al salir de la ducha se
envolvió en la toalla, suave por el suavizante de ropa y el par de años de uso,
tomó otra toalla más pequeña y se acercó al espejo de baño mientras que se
secaba el pelo castaño que le llegaba hasta un poco por debajo de los hombros.
Pensó en verse en el espejo, intentó hacerlo, pero mientras que se acercaba se
convenció que no era necesario; pálida y ojerosa, las noches sin dormir debían
ser evidentes en su semblante. Que más se podía esperar cuando había
mañanas en que al recordar cuál era la realidad, solo quería tener un momento
para dejarse llevar. Nadie espera encontrarse de ese modo, recientemente
viuda y con la posibilidad que si tu hija despierta… no quería pensar en las
secuelas. Se pasó la mano por la cara. Salió del baño, casi arrastrando los pies,
hombros caídos, la comisura de los labios para abajo. Se sentó en la cama
matrimonial, en la que en los primeros días después del incidente evitó
durmiendo en el sofá de su sala, hasta que el dolor del alma se apaciguó un
poco y el de la espalda se profundizo. Tomó los pantalones de pijama azul
oscuro y la camiseta blanca que estaba a su lado. Cerró los ojos, esperando que
mañana fuera un día más tolerable. Aunque posiblemente no lo fuera.
“Hola”
Valeria abrió los ojos y levantó la cabeza de la almohada con casi
violencia. ¿Realmente había escuchado a alguien hablar? ¿O posiblemente el
trasnocho y el comer poco y, a deshoras, estaban comenzando a afectarle de
maneras más profundas? Se dijo así misma que era una tontería, un juego de
su propia mente. Así que volvió a recostar su cabeza en la almohada, sintiendo
así la humedad de su cabello, estaba demasiado cansada para esperar que se
secara naturalmente o para tomar la secadora de pelo. Dio un respiro profundo
y suspiró sonoramente antes de volver a cerrar los ojos.
“Hola”
En esta ocasión volvió a abrir los ojos de golpe y prácticamente brincó de
la cama ante aquella voz que ahora pudo escuchar con claridad. Sus ojos
viajaron por cada rincón de la habitación, entre las paredes color crema no
había sitio en que alguien pudiera esconderse, sintió un escalofrió y el sudor
que cada vez empezaba a producir más al pensar en una posibilidad, dio unos
cuantos pasos hacia adelante, para después dar media vuelta, sintiendo la
saliva en medio de su garganta, en tanto apretaba los labios entre los dientes y
con mano temblorosa, levantó la sabana para poder ver por debajo de la cama.
Suspiró al comprobar que debajo de la cama no había nada. Se levantó del
suelo, pero mientras que estaba levantándose sintió que algo no estaba bien, se
dio media vuelta para mirar tras de sí, No había nada. Pensó en que debía por
aquella noche tomar uno de sus calmantes, hasta que miró a una de las
esquinas de su habitación. Y tembló al ver lo que había allí.
Un hombre, posiblemente menor que ella, figura larga, de cabello cobrizo
y lacio, con una piel que parecía decir que disfrutaba de los días soleados,
vestido con ropas apropiadas para un funeral occidental.
Lo ideal habría sido correr, pero no lo hizo, no pudo hacerlo; el cuerpo no
le respondió a pesar de sus deseos. El miedo no le permitía tomar aquella
acción, mientras que su corazón se aceleraba como loco.
El hombre sonrió, pero no de mala manera, era más bien una sonrisa
confiada. Eso no sirvió para calmar los nervios de la mujer.
— No voy a atacarte –dijo el hombre de pie, guardando sus distancias
con Valeria.
— ¿Cómo entraste? ¿Qué haces aquí? –dijo con la mandíbula tensa,
peleando para que su voz no se cortara mientras que hablara.
El hombre amplió su sonrisa. Lo que antes parecía confianza, ahora parecía
altivez.
— Entrar no fue un problema –dijo mientras que cruzaba los brazos –
Tú me llamast...
— Yo no te llamé –dijo la mujer abriendo un poco los ojos ante la
mentira de aquel hombre. –Ni siquiera le conozco.
— No me conoces, – asintió con la cabeza –pero igual llamaste mi
atención.
Pensar en la manera en que posiblemente le había llamado la atención, le
hizo sentir algo desagradable en el estómago.
— Tu dolor lo hizo –dijo el hombre como si aquello fuera lo más obvio.
Valeria sintió que, a pesar de su miedo, volvió a recuperar el dominio de
sus piernas, así que se dispuso como más rápido le fue posible, correr fuera de
la habitación, bajando por las escaleras procurando que sus pies no tropezaran
en su escape. Pero cuando se dirigía para la puerta lo vio al frente suyo.
Recostado sobre la puerta, con esa sonrisa como si todo en la vida le saliera
bien. La mujer dio unos cuantos pasos hacia atrás, mientras que su cerebro
intentaba buscar la lógica en el cómo este hombre había llegado a la puerta
antes que ella. Eso no era posible.
— A tu otra pregunta –dijo de pronto con toda tranquilidad –Estoy aquí
porque puedes verme, y quiero charlar.
Esto, esto es un sueño. Esto es un sueño. Esto debe ser un sueño. Pensaba
ella mientras que luchaba contra un posible ataque de pánico, desde hacía
muchísimos años que no sufría uno.
— Tranquila –dijo el hombre, como tratando de calmar a un animalito
temeroso.
— ¿Cómo puedo estar tranquila? –dijo mientras que su respiración se
alteraba un poco más. “Tengo en mi casa a un extraño”, pensaba preocupada.
No podía esconder en su mirada el miedo y el pensamiento que se producía en
su mente y se reflejaba en sus ojos. Tenía que ver la manera en que podía salir
de allí. Para ella era como si viera como las llamas se acercaban y la
desesperación se incrementa con cada segundo que el calor se intensificaba.
— Solo quiero hablar – puso las palmas de sus manos hacia el frente–,
podrías prepararte un té, sacar una galletas dulces o saladas mientras que
charlamos –bajó sus manos, para después dar una pequeña sonrisa– además,
¿qué piensas decir? ¿Que alguien entró en tu casa sin forzar las cerraduras? –
inclinó altivo su cabeza un poco para atrás–, sabes que con todo lo que ha
sucedido, posiblemente crean que por todo lo que has pasado, tu mente por fin
se ha fracturado.
— ¿Quién eres? –dijo mientras que buscaba el aplomo que tanto
necesitaba.
— Tú lo sabes –dijo un poco más exasperado–, sabes que es lo que no
soy.
Valeria sintió un intenso escalofrió ante sus palabras, porque era cierto.
Ella sabía lo que él no era. Él no era humano.

Capítulo 2. Conociéndolo

Valeria vaciaba cierta cantidad del contenido de la tetera en una frágil taza
de té. Nunca había sido amante de aquella bebida, se consideraba así misma
más una bebedora de café, pero en la condición actual de sus nervios, no era lo
más indicado de beber, en su opinión, la bebida que tenía mejor olor y sabor.
Se dirigió con taza en mano hacia la mesa de la cocina, puso la taza sobre la
mesa redonda, para después volver a la cocina por la caja de galletas dulces
que había olvidado. Se sentó en el que siempre había sido su puesto en la mesa
y allí frente a ella, aquel hombre la observaba con algo que podía llamarse
curiosidad.
Valeria colocó las galletas en el plato sobre la mesa, para luego dar un
sorbo a su té mientras que el otro hombre la miraba como si tuviera todo el
tiempo del mundo, posiblemente era así. Tomó del plato una galleta grande
con chispas de chocolate, y le dio un mordisco. El hombre continuaba
mirándola.
— Si pudiera, te serviría también– dijo ella antes de desparecer la
galleta en sus manos.
— Sí. Es una lástima –dijo pensativo, mientras que veía la taza de té–.
No tengo hambre, pero me gustaría poder comer.
Se quedaron en silencio por un momento, ella quería tomar otra galleta,
pero no estiró la mano para cogerla. Se sintió más pequeña de lo que era,
como si no fuera suficiente que apenas las plantas de sus pies tocaran el suelo
mientras que estaba en su asiento.
—Debes de ser un producto de mi imaginación —dijo Valeria cuando por
fin tomó la galleta.
— Podría ser –dijo él pareciendo entretenido con la situación– Si lo vemos
desde el punto de vista de otra persona, posiblemente si le dices sobre mí,
creerán que estés loca– Su sonrisa desapareció — pero yo ya existía antes de
encontrarte.
Valeria cabeceaba mientras que comía otra galleta, para luego dar otro
sorbo a su té. Posiblemente estaba loca, posiblemente este hombre nadie más
podía verlo, pero eso no significaba que era un invento. Tal vez las cosas en su
niñez tampoco eran producto de su imaginación.
— ¿Quién eres?
— Sabes que soy¬– dijo él mostrando de nuevo su sonrisa.
— Sé que no eres. Pero quiero saber quién eres tú.
La mirada del hombre pareció por un momento como si hubiera perdido
algo.
— ¿No lo recuerdas? –ella antes de poner la taza de nuevo en la mesa.
— No—dijo casi solemne —. No sé de dónde vengo. He estado
caminando por lugares que me llevan a ninguna parte.
Valeria no sabía que decir ¿Sería muy inoportuno decir preguntarle más
detalles? Bueno, a veces cuando no sabes que hacer, es mejor mantener tus
labios sellados.
— Estas incomoda –aquello era indudablemente una afirmación. –. No
tienes por qué estarlo. Ya no es algo que me atormente tanto — un corto
silencio se posó entre ellos—, solo sé que un día desperté en la calle,
desorientado, sin saber qué hacer, que decir, sin saber nada, sin entender lo que
decía la gente alrededor mía. Cuando intenté pedir su ayuda… mis manos los
atravesó…y empecé a temblar…solo pude abrazarme a mí mismo.
El hombre frunció el ceño ante los recuerdos, ante esos primeros tiempos
y, toda la atención que tuvo que tener para aprender lo que decían las personas
con las que se encontraba, aprender a relacionar las palabras y concentrarse
para poder mover las páginas de los libros. Era un tacto en el cual no sentía
nada. Aprender a hacerlo necesitó de mucha paciencia.
— ¿Cuánto tiempo llevas así?
— No lo sé –dijo para después dar un suspiro–, puede ser semanas,
meses, años– Sin un cuerpo corpóreo, el tiempo no se mide de la misma
manera. A veces cerraba los ojos y todo cambiaba a su alrededor.
Posteriormente de experimentarlo varias veces, el terror va difuminándose,
para dar paso a la costumbre. Pero por acostumbrarte a algo no significa que
aceptes abiertamente la situación.
— ¿Desde cuándo me observas? –dijo Valeria mientras que tomaba el
mechón que desde un rato había caído al lado de su rostro, teniendo que
tomarlo entre sus dedos para ponerlo detrás de su oreja.
— En una de tus visitas de tu hija. –dijo mirándola con una mirada de
disculpa. Valeria al escuchar esto dejo caer sus manos sobre sus muslos.
— A veces aparezco en los hospitales –dio un soplo, pero sin exhalar
aire–, entonces comienzo a caminar por los corredores de los hospitales, a
veces me meto en las salas de operaciones, otras veces observo a los pacientes
en sus camas –su ceño se frunció ligeramente al decir aquello. Los hospitales
no son lugares para crear buenos recuerdos.
— Entonces un día pasando por el corredor, te vi a través de la puerta
que estaba entre abierta; entre tus manos tenías la mano pálida de tu hija, la
acariciabas y le hablabas como si estuviera despierta. —Él tocó con la punta
de su lengua la comisura de sus labios— Pero no te diste cuenta que yo estaba
allí, y para mí no fue extraño; lo normal era ser ignorado —el hombre levantó
su rostro para mirarla directo a los ojos: los ojos tristes cafés claros se
encontraron con los de él que se asemejaban al whisky de 20 años de cosecha.
— Pero cuando empezaste a mirar para atrás, cuando yo estaba detrás
de ti… —dijo para dar paso a una pequeña sonrisa— fue cuando me di cuenta
que no eras como todos los demás.
Valeria se quedó pensativa ante esto; su padre siempre le había dicho que
lo de sentir presencias y ver cosas era producto de su imaginación y que no
debía prestar atención a ello. Existe un momento que ella nunca olvidará, ese
momento fue cuando una tarde, siendo una niña, su padre la abrazó, le acarició
la cabeza como mucho cariño y le dijo: En el caso que fuera cierto, en el caso
que ellos existan…en el caso que sea verdad…no debes comentar esto con las
demás personas. No quiero que sufras por ver algo que nadie más puede ver.
Su padre la miró a los ojos, y solemnemente dijo: a veces, estar loco es
cuestión de ver más de lo que los demás no son capaces de ver. Recuerda que
te amo y solo quiero tu bien.
Su padre le sonrió y la abrazó un poco más fuerte, antes que su madre les
avisara que la cena ya estaba servida en la mesa. Los días siguientes, ignoró
las presencias, los sonidos extraños, fingió que era normal como los demás y
se convenció a si misma que tal vez si era todo producto de su imaginación.
Aquella etapa de su vida había quedado guardada profundamente en su
memoria. Hasta ahora.
— Por primera vez, —sonrió un poco nervioso— tuve esperanza —
cubrió su boca su mano, mostrando una vulnerabilidad que pocas veces había
presenciado ante ella. Para ser alguien que no pertenecía del todo a este
mundo, expresaba emociones como cualquiera.
Ella continúo comiendo sus galletas y tomando su té, más por buscar que
hacer con ella misma que por cuestión de hambre, en tanto su acompañante
mantenía una mirada de congoja mal disimulada. De pronto, pareció que él se
acordó de la existencia de ella.
— Tus labios –dijo él señalándola con un dedo.
— ¿Qué? – dijo mientras que se tocaba la boca.
— Tienes migajas por toda la boca.
Valeria tomó la servilleta que estaba al lado de su plato y empieza a
limpiarse las migajas.
— Podría burlarme de ti por ser desordenada al comer algo tan simple –
sonrió por un segundo, antes que su boca se volviera casi una línea recta y una
mirada opaca– Pero ni siquiera recuerdo cual era mi forma de comer, ni
siquiera sé si alguna vez estuve vivo. No estoy seguro de lo que soy.
La mujer lo observó por un momento, sus cabellos castaños lucían suaves,
tenía la curiosidad de extender su mano y comprobar que no los podía tocar,
pero el experimento además de verse irrespetuoso, también podría llenarla de
terror el demostrar que no podía tocar nada. El cambio del estado de ánimo del
hombre, le provocó que desviara su mirada, no pensaba que era oportuno que
se le quedara viendo. Cuando alzó su mirada otra vez; él ya no estaba allí.
Miró por sus alrededores, lo llamó varias veces, pero no tuvo respuesta.
Después de unos segundos se convenció completamente que él en verdad se
había ido. Otra vez estaba sola.
Habían pasado varios días desde la última vez que lo había visto, no podía
evitar preguntarse qué había sucedido con aquel hombre, claro, en el caso que
no fuera todo resultado del estrés de haberse quedado viuda y tener a su
preciosa en aquel estado. Sí, eso debía ser, alguna especie de juego lucido. De
todas maneras, tenía cosas más importantes en que pensar.
Cada vez que iba a visitar a su hija, siempre se encargaba de organizarle
los cabellos dorados, a veces le hacía una media trenza, la cual con los días se
iba soltando; otras veces solo le peinaba los cabellos para dejárselos sueltos.
Tocaba su rostro y sentía congoja en el corazón, deseando pronto verla abrir
los ojos. No podía evitar recordar cuando su hija era pequeña, cuando la
cargaba entre sus brazos y con sus dientes faltantes de leche mostraba la
sonrisa más brillante para ella. Como madre, deseaba protegerla con su propia
vida, pero ella era solo una mujer, y no pudo evitar que su pequeña fuera
víctima en todo esto.
¿Qué podía hacer para que su hija volviera con ella? ¿Qué es lo que podía
hacer? Era algo que no dejaba de preguntarse a sí misma.
A veces cuando todo parece estar mal y crees que es tas cerca de la luz,
todo se oscurece aún más.
Valeria salió con cara larga de la oficina del médico, fue una conversación
que pareció haberla dejado como un cascaron; su niña, su querida niña
posiblemente permanecería así definitivamente, nunca volvería a escuchar la
voz de su hija, nunca volvería a ver su sonrisa. Mientras que caminaba por el
corredizo sentía como sus fuerzas disminuían con cada paso, se detuvo,
apoyando por un momento su mano contra la pared, sintiendo como si
estuviera en un lugar invadido por el humo, necesitaba aire fresco, necesitaba
un respiro, escapar de estos sentimientos de tragedia ¿Pero quién puede
escapar de sí mismo? ¿Quién puede observar la salida en la oscuridad? La
mujer luchó para no dejarse caer de rodillas en aquel mismo lugar. Salió del
edificio lleno de colores blanco, azul y verde claro, huyendo al olor de
esterilidad, el lugar donde se junta la enfermedad, la preocupación y el
aburrimiento. Su taxi, que había pedido hace unos minutos, estaba esperando
por ella. Su auto había quedado destrozado por lo ocurrido, pero en el caso que
estuviera bien, sabía que tampoco lo conduciría. Después de lo que vivió, estar
al frente del volante no parecía algo posible.
Durante el viaje solo miró por la ventana, en realidad no mirando nada, y
tan ensimismada en su propia cabeza, en su pasado y tratando de ver entre la
oscuridad cual sería el resultado a lo que ahora estaba viendo. Al llegar a casa,
prácticamente se dejó caer en el sillón y sin soportarlo más comenzó a llorar.
De pronto, mientras tenía su cara sobre sus rodillas, sintió que alguien más se
encontraba en la sala.
Él estaba allí frente a ella, a unos cuantos pasos de distancia se encontraba
aquel hombre de cabello cobrizo, con la sorpresa en sus ojos, como si no
esperaba que ella se fijara en él. Se quedaron mirando por un rato, hasta que
finalmente Valeria se sentó más recta en el sofá y empezó a secarse el rastro
que dejaron las lágrimas en su rostro.
— Creí que nunca más te volvería a ver —dijo ella con incredulidad en su
voz.
— Yo también creí lo mismo —dijo aun pareciendo desconcertado.
Valeria lo miró por un momento, algo había detrás de esas palabras, algo
que irrumpió como un foco que ilumina una habitación que estaba en la
completa oscuridad.
— Has…estado cerca de mí —dijo ella entre tanto alzaba las cejas.
Él mostró una pequeña sonrisa, y en su mirada se vio algo que parecía
decir tristeza.
— Sí —frunció un poco el ceño—, he estado por un tiempo por tu
alrededor, confirmando que ya no podías sentirme, mientras que toda tu
atención estaba en tu hija; pero también he estado en otros lugares, como
siempre caminando sin dejar huellas y observando con poco interés a la gente
a mi lado, ya que ellos no pueden verme. Pero mientras tanto, me siento
observado por el tiempo–al decir lo último la tristeza pareció profundizarse.
Ella pensó dos cosas: 1. Una persona normal no habla de esa manera. 2. El
pobre hombre por el momento estaba melancólico.
— ¿Entonces qué harás? —dijo él de imprevisto.
— ¿A qué te refieres? —dijo girando ligeramente la cabeza.
— Me refiero a tu hija —imitó tomar un respiro—, ella…ya no será la
misma.
Ella tomó una profunda respiración, para después sentir un nudo en su
garganta que le impedía hablar. Esperó unos segundos hasta que se forzó a
hacerlo.
— ¿Qué puedo hacer? —dijo para después llevarse las manos a la cara,
mientras que sus ojos se volvían acuosos —No puedo hacer nada.
— Podrías…podrías aceptar una de las opciones que te dio el médico.
Valeria retiró sus manos de su cara, abriendo más los ojos al mirarlo. Él
también estaba en aquella oficina. Él se estaba refiriendo a…
— No puede ser que te estés refiriendo…
— A desconectarla.
Valeria se levantó de pronto y su mirada estaba llena de enojo.
— Es mi única hija —dijo alterada mientras que con su dedo índice lo
señalaba— yo no puedo permitir que la maten.
— ¿Y aquello es vivir?
Pareció que en aquel momento su rabia había disminuido de golpe,
dejando caer su brazo. Volvió a sentarse y a cubrir sus ojos con las palmas de
sus manos.
— Es mi única hija. — dijo con voz entre cortada, aun con sus ojos
cubiertos por sus manos.
— ¿Entonces sería más fácil si tuvieras más hijos?
Ella levantó la cabeza y lo miró horrorizada, luego movió su cabeza de
derecha a izquierda y viceversa.
— Entonces este no es el motivo. –Afirmó– si tuvieras otra hija, dos o
tres más. Igual sería difícil.
El hombre se quedó en silencio por un momento, observando a la mujer
que era consumida por el dolor–Tal vez no lo decida hoy, tampoco lo decidirás
mañana, pero tienes que tomar esa decisión.
Valeria mantuvo sus ojos ocultos detrás de sus manos, inmóvil,
esforzándose en pensar en tiempos mejores y fingir que lo que sucedía ahora
era solo un sueño.
— Es mejor que tomes una aspirina y trates de dormir —dijo el de
cabello cobrizo mientras dada una sonrisa que no podía ser observada por la
mujer—. Pensar demasiado sobre una situación, generalmente no sirve de
nada. Créeme, lo sé por experiencia.
Valeria observó por un momento al hombre, pensó en buscarle en como
refutarle aquello, pero se dio cuenta que en verdad no los tenía. Así que se
levantó del sofá y no sabía que decirle a aquel hombre.
— ¿Quieres que me vaya? –dijo él, sin mostrar mayor expresión en su
rostro.
Lo pensó por un momento, pensando a fondo la propuesta.
— No es necesario —dio un suspiro cansado— Estar sola en este
momento, no es bueno para mi cabeza —dijo ella mientras que se secó con la
mano una lagrima que se le escapó, esperando que en el trascurso de la noche
más no le siguieran. Dio media vuelta y se quitó el abrigo mientras que subía
las escaleras, al llegar a su habitación dejó la prenda sobre el pequeño
escritorio. Aquella noche no pensaba bañarse; sentía un gran esfuerzo por solo
estar allí de pie junto a la cama, así que se quitó la blusa, asegurándose antes
que el hombre no estuviera allí (¿por qué si él no es exactamente un hombre?),
bueno, al parecer él no estaba en la habitación, así que ella se cambió la ropa y
se puso el pijama de dos piezas color melocotón; se puso una la bata verde
oscuro y se sentó en la cama.
— ¿Hola? —dijo ella mientras que miraba para todos los lados de la
habitación. Frunció el ceño, se dispuso a hablar nuevamente.
— Hola —apareció a un lado de su visión aquel hombre, ella no pudo
dar un brinco ante la impresión
— No quería molestarte mientras que te cambiabas.
Valeria solo movió a cabeza ante aquello, se sentó en el centro de la cama
cubriéndose con las sabanas.
— Entonces… ¿Qué has hecho en este tiempo? –dijo ella al no ver que
más preguntar.
— Caminar sin rumbo fijo–dijo él mientras que se sentaba encima del
escritorio
— Está bien… — dijo ella finalmente, después de un rato en pensar
que decir.
— Me pregunto que se sentirá realmente tocar.
— Pero estás sentado en mi escritorio.
Él la miró como si hubiera dicho algo tierno, para luego bajar ligeramente
la cabeza.
— Puedo sentarme sobre cosas, concentrándome un poco en ello, algo
como la fuerza de voluntad; si no fuera así lo atravesaría. Pero la cosa es que,
no puedo sentir, es como por más que apoye, no siento, como si una piedra
intentara saber qué es lo que siente al tocar a una pared.
La tristeza de Valeria sobre su hija había sido disminuida, un poco diluida
por el pesar que sentía por este hombre… ¿y si aquello era un destino en
común para todo ser humano después de la muerte? Se llenó una paralizante
sensación ante aquel pensamiento.
— ¿Has visto a otros como tú?
Él se quedó por un momento en un profundo e incluso feo silencio.
— Hace un tiempo observe a alguien que parecía estar en problemas,
no estoy seguro si era un hombre, sus ropas me hicieron creer que era del
medio oriente, aunque podía ser alguien solo cubierto con varias sabanas; no
estaba lo suficientemente cerca para comprobarlo. Pero era evidente para mí
que no era un ser humano, quiero decir, uno vivo. Intenté acercarme, pero
empezó a moverse inquietamente, intentando quitarse a ropa como si le
quemara, pero parecía que sus ropas se pegaban a su cuerpo y le cubrían aún
más; la angustia ante la ropa que parecía tragarle como si fuera una
serpiente…hasta que finalmente… simplemente desapareció.
La imagen que creó en su cabeza le hizo estremecerse como si fuera ella
quien desapareciera en aquel momento, esa sensación no le serviría para
dormir.
— Lamento haberte contado eso —dijo pareciendo ligeramente
arrepentido.
— No es nada—dijo todavía sintiendo escalofríos-descuida.
Se quedaron callados por unos momentos, hasta que él le dio una pequeña
sonrisa.
— Duerme —se levantó del escritorio para luego dirigir su mirada
hacia la ventana–, este día ha sido agotador para ti.
Ella quería decir algo más, pero estaba muy cansada para continuar con la
conversación, lo miró y el alejó su mirada de la ventana para mirarla a ella, le
dio una pequeña sonrisa y volvió a mirar a l ventana.
— Buenas noches —dijo como si fuera la brisa del mar.
— Buenas noches —contestó ella, finalmente cerrando sus ojos,
dejándose ganar por el cansancio. El hombre continúo por un rato más
observando por la ventana.

Capítulo 3. Proposición

Otro día más en el hospital y Valentina seguía cuidando de su hija,


deseando casi infantil que algún milagro sucediera, que todo fuera un sueño y
su familia estuviera nuevamente reunida. Pero sabía que todo eso era nada más
que deseos irrealizables. Hace dos días no había vuelto a ver a aquel hombre;
la última conversación sobre lo que debía hacer con respecto a su hija,
rondaban constantemente en su cabeza. ¿Cómo ella podría permitir que le
hicieran daño a su niña? Tal vez…es posible que despierte en algún futuro.
Los médicos no son dioses. Ellos no pueden estar del todo seguros de cómo se
desarrollará la situación.
Dio un suspiro, estando sentada en la silla plástica que estaba al lado de su
hija. La observó con el detenimiento que posee un fotógrafo; sus mejillas
descoloridas, toda su piel estaba así, su rostro más fino por la pérdida de peso.
Parecía como aquellas fotografías antiguas en que la gente hacia posar a sus
muertos. Tomó entre sus manos la mano de su hija, aquella mano que antes era
tan cálida, ahora se sentía casi fría en comparación. Cerró los ojos, para
después, besar aquella mano. ¿Por qué esto le tuvo que ocurrir a su familia?
¿Qué habían hecho para merecer esto? ¿Era algún plan divino o las cosas
simplemente suceden? Bueno, aquellas cosas no importan por el momento,
muchas cosas que antes le habían importado ahora parecían tonterías. Su más
grande deseo, en lo más profundo de su corazón, era que su hija volviera a
abrir sus ojos y le volviera a sonreír, como si todo esto no fuera más que un
mal recuerdo. Pero era una pesadilla en la que no podía salir con solo
despertar.
Antes de irse, el Dr. Laurel Peixo la llamó para que conversaran en
privado, esta era la primera vez que hablaba con el hombre de apariencia
joven, cabello castaño, piel rosada y ojos verdes detrás de anteojos de marco
delgado.
— Sé que no es fácil tomar una decisión en este momento —dijo el
hombre mientras que se acomodaba las gafas– pero entre más rápido
comencemos —la miró directo a los ojos–. Será lo mejor.
Ella presionó sus manos en sus rodillas, su mirada se posaba sobre ningún
pensamiento razonable cruzaba en su cabeza, solo podía sentir confusión, el
desorden emocional, el estrés, las ganas entre aceptar el ofrecimiento de
inmediato o no precipitarse a tomar una decisión errónea.
— Necesito pensarlo.
— Es entendible —dijo el médico casi de inmediato, pero con una
mirada que le decía que tiempo no era lo que les sobraba.
Se despidieron de mano, el hombre trataba de mostrar en su mirada que
lamentaba la situación de la mujer, pero en el fondo, se podía apreciar que era
solo mera formalidad. Finalmente ella salió de aquella oficina más inquieta de
lo que había salido. Para ir a casa tomó el transporte público, sin saber
exactamente del por qué, decidió no tuvo de otra que sentarse al lado de una
mujer gorda y rosada de cabello castaño y cara de pocos amigos. Tuvo que
apretujarse contra la ventana del autobús, para evitar rosarse mucho con la otra
mujer. Mientras que trataba de no apretar su mejilla contra el vidrio de la
ventana, se arrepentía de haber tomado su decisión de tomar aquel transporte,
pero, ¿quién no se ha arrepentido de alguna decisión que ha tomado?
Apenas había cerrado la puerta principal de su casa cuando se permitió
dejar escapar un largo suspiro. Colgó el abrigo en el perchero, abrigo que le
había regalado hace unos meses su marido. No creyó que volvería a utilizarlo
tan pronto.
Se sentó sin cuidado en el sofá en el que parecía buscar cada vez que
llegaba estresada del hospital, descansó la parte inferior de la cabeza y miró
hacia el techo, luego cerró los ojos deseando que por un momento pudiera
olvidar que su familia estaba destruida. Abrió los ojos nuevamente para
cerrarlos de inmediato, y vio el cielo raso, mientras que agradecía su suerte de
tener ahorros, que su esposo le dejó una pequeña herencia y que tenía en
arriendo una propiedad, ya que en el estado emocional y mental en el que se
encontraba no consideraba que era posible concentrarse en su trabajo como
diseñadora de interiores.
Abrió los ojos al sentir algo más en la habitación, enderezó su postura y
vio que era lo que estaba allí y, como en otras ocasiones, el hombre de cabello
cobrizo era el que estaba allí.
— ¿Qué sucede? —dijo él sin perder el tiempo en las buenas
costumbres– te ves mal.
— Me siento mal —dijo ella entre tanto colocaba las palmas de sus
manos sobre sus ojos.
Pasaron unos cuantos segundos en que ella solo saboreaba la oscuridad y el
silencio, pero sabía que no podía acostumbrarse a ello, porque la realidad le
exigía que saliera de toda comodidad.
— Tuve una propuesta por parte de uno de los médicos —retuvo su
respiración por un momento, para después soltar un fuerte respiro—, es sobre
la posibilidad que mi hija pueda volver conmigo.
El hombre la miró con los ojos un poco entre cerrados. Parecía pensativo
mientras que observaba el rostro de la mujer.
— Deberías de verte feliz…pero no lo estás. —dijo aun permaneciendo
sentado en una de los asientos del comedor.
— Es como un milagro —dio una pequeña sonrisa— pero es
experimental y si algo malo pasara no podría reclamar ante la ley.
— Suena peligroso.
— Debo decidir lo más pronto posible.
— Ya veo. —dijo el moviendo la cabeza— es una decisión difícil.
— Sabes, aunque pudieras ser un producto de mi imaginación-dijo
sonriendo un poco, pero con la mirada un tanto apagada— me alegra tener con
quien hablar, en vez de mis amistades que me dicen que todo estará bien ¿Qué
pueden saber ellos? Solo son consuelos vacíos y por eso ya no me importa lo
que digan.
El hombre apartó su mirada y Valeria también hizo lo mismo, tratando de
no pensar.
— Pero no lo soy —escuchó Valeria al lado de su oreja, provocando
que diera un pequeño grito por la impresión.
— No hagas eso —dijo colocando su mano en el pecho, tratando de
apaciguar los latidos de su corazón.
— Disculpa —dijo con una sonrisa, sin mostrarse realmente arrepentido
— A veces se me olvida lo raro que puede parecerte esto.
Valeria quiso preguntar exactamente qué era lo que quería decir, pero
prefirió dejar pasar el momento. A veces era mejor no saber todas las cosas.
— Es mejor que te acuestes temprano —dijo mostrándole una pequeña
sonrisa—Mañana será otro día. El día de hoy ya se ha terminado.
Valeria se quedó por un momento inmóvil, para después afirmar con un
cabeceo y alejarse del sillón; se dirigió a su habitación, se quitó la ropa sin
asegurarse esta vez que él no estuviera en los alrededores, tomó la bata y se
metió al baño. Tiempo después, ya se encontraba lista para irse a la cama,
incluso, se había cepillado el cabello.
— ¿Hola? —dijo ella un tanto insegura.
— Hola —contestó casi de inmediato el hombre, estando de pie a varios
pies de distancia de ella, mostrándole una sonrisa confiada.
— No estaba segura que te encontraras por aquí
— Estaba abajo, esperando por si querías hablar un poco.
Valeria dio una sonrisa, que simplemente parecía una mueca dolorosa.
— Quiero que mi hija este bien —sus ojos se volvieron acuosos–quiero
tratar todo lo posible para que ella vuelva a mí.
— Está bien —dijo el hombre después de un rato— Espero que todo
salga bien.
Ella apretó los labios y frunció ligeramente el ceño. Después apartó
ligeramente los labios, pero pareció pensarlo mejor y desmotivarse a hablar.
— Que sucede —dijo el al ver su actuar.
— ¿Por qué sigues apareciendo?, —dijo ella aun pensativa- no me mal
entiendas, no es que me moleste. Pero me parece raro.
— No lo sé —dijo pareciendo un poco confundido consigo mismo- a
veces cuando me doy cuenta, ya estoy junto a ti. Raro, ¿cierto? —las
comisuras de sus labios se tornaron un poco hacia abajo— Es como si
necesariamente tuviera que estar junto a ti. Tal vez sea aquello que algunos
llaman destino.
— Tal vez… puede ser…
Finalmente, sin encontrar que más decir, ella se acostó en la cama
cubriéndose con las sábanas, por alguna razón, no sentía que este ente fuera a
lastimarla mientras dormía, y así casi de inmediato, cayó en un sueño
profundo.
Fue en la mañana al hospital, había tomado su decisión: había aceptado la
propuesta experimental del médico. Esteban en la oficina de este, tenía en
frente de ella la documentación que se le había dado para firmar; con mano un
tanto temblorosa empezó a firmar los papeles, entregándolos después al
hombre que parecía siempre tan calmado, quedándose ella con las copias. A
partir de ese día comenzaría el tratamiento.
Las cosas cambiaron a partir de allí; las visitas se volvieron más
restringidas, solo una vez cada dos semanas, además que, gracias al traslado a
una nueva instalación, tenía que viajar a una mayor distancia. Parecía un lugar
sospechoso que fingía ser un lugar normal, pero inevitablemente sentías que
allí había algo más. Pero a veces la esperanza nos obliga a aferrarnos al hocico
de un cocodrilo. No sabía exactamente que tratamiento era el que le estaban
administrando a su hija, pero si esto estaba bajo el ala del gobierno, entonces
podía sentirse más segura, ¿cierto? No había forma que la cura resultara peor
que la enfermedad, además, la única forma en que su hija pudiera empeorar
sería con la muerte y una parte de ella ya estaba preparada para eso.

Capítulo 4. Esperanza

Era una mañana del domingo, Valeria se encontraba en pijama


preparándose un café con leche en la cocina, el cabello largo castaño se
encontraba revuelto por las horas de estar presionado desordenadamente
contra la almohada y a veces parte de éste sobre su cara, inevitablemente la
saliva tenía contacto con los mechones, sus profundas ojeras en contraste con
su piel pálida, la hacía verse como un cadáver, o bueno, eso le diría su esposo
con palabras más suaves, cuando le insistía que salieran a alguna parte, que
tomara un poco más de sol, que tanto encierro no le hacía bien al cuerpo. Cada
día pensaba en él, cada día recordaba las pequeñas cosas sobre él; como le
gustaba el café, sus tontos chistes, y su prudente y no conflictiva personalidad.
Extrañaba a su esposo, extrañaba a su gran amigo. ¿Algún día dejaría de
extrañarlo? Según otros viudos, si en verdad lo amaste, solo aprenderás a
acostumbrarte a su perdida. Solo es fácil de olvidar lo que no te importa.
Terminó de tomar su café, dejo la taza en la mesa y tomó un respiro
profundo para tomar fuerzas para hacer lo que no se atrevió a hacer en todo
este tiempo. Con cada paso sentía una tensión que parecía crecer, pensando
con lógica no debería de sentirse nerviosa, pero es común sentir algo que se
puede confundir con miedo respecto a algo que ya no nos puede hacer daño.
Pero la mente siente todo lo contrario.
Puso la mano sobre la manija de la puerta y otra vez tuvo que tomar un
profundo respiro, dejando escapar el aire sonoramente. Por fin abrió la puerta
y, fue recibida por la nostalgia. Desde la puerta observó la habitación de su
hija. Todo estaba como cuando ella había estado allí la última vez; la cama
estaba cubierta por sabanas azules con flores rosadas, los osos y elefantes de
peluches habían reclamado la cama, tomando distancia del ordenador portátil
plateado, las paredes pintadas de azul cielo, tal como lo son los ojos de su hija,
el afiche del cantante juvenil del momento parecía más viejo de lo que
realmente era, hace mucho tiempo los ojos de la niña que lo había comprado
no se posaba en él. Había experimentado el olvido, lo que es tocado por el
olvido, tiene que acostumbrado a estar entre el polvo. Nunca imaginó que, en
un futuro al ver las cosas de su hija, sentiría tanto dolor frente a los buenos
recuerdos. Salió de la ha
Se dio un baño, se vistió dispuesta a salir un rato, tal vez a tomar un café, a
comprar un libro a simplemente caminar un rato. Pero cuando estaba enfrente
de la puerta principal, se desanimó de golpe, su energía se había ido de pronto;
dejó su bolso en el sillón, se quitó el chaleco mientras se dirigió a su
habitación, se sentó en la cama y se quitó los zapatos. Se acostó en la cama y
estuvo así por casi media hora hasta que por fin perdió ante el sueño y se
quedó dormida. Era de noche cuando volvió a despertarse, su estómago le
recordó que debía comer.
Fue a la cocina, sacó de la nevera la hamburguesa que había comprado el
día anterior, la metió en el horno microondas y esperó 30 segundos. Se sentó
en la mesa y observó sin ganas la hamburguesa, le dio un mordisco y le supo
insípido. Movió el bocado entre su boca como si intentara encontrarle el gusto,
pero aquello fue como buscar la virginidad en una madre. Le dio otro bocado,
igual debía obligarse a comer, igual de insípido que el bocado anterior, dio un
tercero y último bocado. Guardó las sobas en la nevera, prendió la televisión y
trató de concentrarse en lo que estaba viendo, pero su mente se negaba a
hacerlo. Al ver que era inútil, finalmente apagó la televisión y se dirigió a su
habitación, hasta que el timbre del teléfono la interrumpió.
Tomó el teléfono, en el identificador aparecía el nombre del Dr. Laurel
Peixo, empezó a sentir una presión en su pecho, casi paralizándole sus dedos
para contestar la llamada. Escuchó la voz gruesa del hombre y sintió
escalofríos, cerró los ojos esperando lo peor.
— Le tengo muy buenas noticias. —dijo el hombre con animosidad en
la voz.
Estaba estupefacta ante esas palabras que no se esperaba. Buenas noticias
eran casi palabras desconocidas para ella desde lo acontecido en los últimos
meses.
— ¿Señora? —dijo para comprobar que no estaba hablando solo.
— Sí, disculpe, le escucho. —dijo para después tragar saliva.
— Su hija ha despertado hace unos días. Es casi un milagro.
— ¿Por qué no me lo habían dicho antes? —dijo ella mientas que sentía
que las lágrimas se acumulaban en sus ojos.
— Teníamos que asegurarnos que no habría una decaída, hacer más
estudios—se quedó por unos segundos en silencio —. Lo sentimos por no
haberla llamado antes.
— ¿Cómo esta ella? —dijo con la voz más afectada.
— En este momento está durmiendo. Ella ha estado preguntando mucho
por usted. Le dijimos que mañana podría verla.
Hablaron un poco más, Valeria hizo un buen intento en no permitirse llorar
en tanto conversaba con el hombre. Cuando se terminó la conversación, ella
puso el móvil en la mesa y se sentó nuevamente en el sillón, se abrazó a sí
misma, para después pellizcarse con fuerza un brazo para comprobar que no
era un sueño y al ver que no lo era, empezó a sonreír como una tonta. Las
lágrimas cayeron por sus mejillas ante la sensación en su pecho, una sensación
llamada felicidad.
Estaba en las instalaciones en la hora de la mañana, se sentía nerviosa
mientras caminaba por los pasillos grises, mientras que era acompañada por
alguien del lugar, mientras que se acercaba a la habitación donde estaba su
hija. Estando de pie ante la puerta, mientras que su corazón latía un poco más
de prisa, y con decisión, por fin se atrevió a entrar en la habitación.
Ella estaba sentada en la cama, leyendo una revista para adolescentes como
si todo lo que había ocurrido en los meses anteriores fuera solo una pesadilla.
Allí estaba, levantando su mirada hacia su madre, sus ojos azules, aquellos
ojos que pensó que nunca volvería a ver, y por ello parecía increíble verla sana
y salva.
— Mamá —dijo ella sonriéndole con alegría.
Valeria se dirigió hasta su pequeña, convenciéndose así misma que aquello
era real, luego se agachó un poco para ponerse a su nivel, abrió sus brazos y
atrapó a su hija entre ellos. La abrazó como si retara a cualquiera que se
atreviera a quitársela de entre sus brazos, posiblemente le sacaría los ojos a
quien lo intentase. Lloró al sentirla viva, al sentirla bien, abrazándola aun poco
más fuerte.
— Mama…—dijo la niña moviéndose un poco— no puedo respirar.
Valeria se obligó a disminuir la fuerza de su abrazo, se alejó un poco, pero
aun sin soltarla del todo. Continuaba mirándole el rostro como si fuera la
primera vez que lo hacía en muchos años, y así era como lo sintió la madre
que tuvo el corazón roto.
La niña miraba un poco sorprendida a su madre, pero también miraba hacia
la puerta, donde estaban otros dos hombres observando.
— ¿Y dónde está papá? —dijo con la interrogante en si rostro— ¿Por
qué no está aquí?
El rostro de la mujer cambió de semblante, esa pregunta había
interrumpido un poco en la corriente de felicidad que sentía en su ser. Tomó
un fuerte respiro y se preparó a decirlo que era lo que había ocurrido. No era
fácil, pero quien dijo que la vida suele ser fácil.
— Mi amor…—apretó sus labios entre sus dientes por pocos segundos,
como si ella misma temiera continuar con la oración– Tú padre…tu padre no
lo logró.
— ¿Qué? – dijo la niña como si su madre la madre le hubiera hablado
en otro idioma.
— Tú papá ya no está con nosotros –dijo sentándose en la silla junto a
la cama– tú papá está en un lugar mejor.
— No…—dijo la niña moviendo la cabeza– No…–las lágrimas
comenzaron a caer por sus mejillas.
A la verdad no le importa nuestros sentimientos, siempre pesará más que la
mentira que deseamos que sea verdad.
Pasaron los días, la niña estaba muy afectada por la muerte de su padre,
pero ya con el tiempo se le pasaría, por lo menos, eso es lo que quería creer
Valeria. El Dr. Peixo le dio las indicaciones sobre los cuidados en casa que
debía tener con su hija, los horarios de la medicina y otras cosas. También que
los jueves de cada semana tenía que volver a traerla para evaluar su evolución.
Con una sonrisa cabeceó ante las indicaciones del hombre. Finalmente llegó el
día en que su hija fue dada de alta.
Ambas estaban en un auto, el conductor Uber, un hombre de treinta y
tantos, parecía formal y silencioso. Eso era bueno, tenía que pensar en la vida
que ella y su hija tenían que seguir a partir de ahora, como una familia de dos.
Todo saldría bien, todo tenía que salir bien. La niña usaba una capucha
amarilla mostaza, parecía estar bien, exceptuando que en su semblante
indicaba un inicio de gripe, pero eso no debía ser mayor cosa. Miraba por la
ventanilla, observando los demás automóviles en la carretera, observando con
supuesta tranquilidad, sus ojos azules parecían verse un poco más claros, tal
vez era por la luz del sol que entraba por el vidrio de la ventana.
Antes de abrir la puerta de su casa, sintió una pequeña ansiedad, pero
prefirió no prestarle atención a eso. Lo importante era que su hija estaba con
ella. Finalmente estaba a su lado.
Abrió la puerta, se hizo a un lado para dejar pasar a su hija; la niña entró a
la casa y la observó como si el lugar le pareciera conocido, pero como si fuera
de hace muchos años.
— ¿Sucede algo Ava? —dijo la madre al ver la expresión de su hija.
— No —dijo la niña con una pequeña sonrisa—, estoy contenta de estar
en casa–, ensanchó más la sonrisa.
Valeria le respondió con otra sonrisa, cerró la puerta tras de sí, se quitó la
chaqueta y la colgó en el perchero. Observando a su hija mientras que se
sentaba en el sillón, aquel sofá en el cual ella misma se había sentado llena de
tanta preocupación, casi le causa que permitiera liberar algunas lágrimas.
— ¿Mamá? –dijo Ava a ver la reacción de su madre. Ocasionando que
ella se levantara del sillón casi de inmediato.
— No pasa nada malo –dijo sonriendo otra vez–. Estoy feliz.
Ava abrazó a su madre y se sintió muy bien entre los brazos de su madre.
Valeria acarició el cabello de su niña, cruzándose el pensamiento que cuando
ella fuera una adolescente, posiblemente ya no querría abrazarla de esta forma.
Cosas de adolescentes. Retiró ese pensamiento, para concentrarse en la
sensación. En aquel momento, toda la angustia sobre lo acontecido con su hija
había quedado atrás como una pesadilla, pero nadie puede asegurar que las
pesadillas nunca regresaran.
Para la cena preparó hamburguesas con papas fritas; normalmente no
presentaría algo así para la cena, pero esta ocasión era especial; era la primera
noche en la que su hija estaba en la casa y acorde a la ocasión, era justo
prepararle su comida favorita.
Ava se sentó en el comedor, puso un mechón de su cabello detrás de la
oreja mientras que sonreía ante lo que veía que había en su plato y la malteada
de chocolate que estaba a su lado. Valeria se sintió feliz al verla sonreír de
aquella manera, como si lo malo que había sucedido solo fuera una
descolorida sombra.
Mientras que comía su cena, recordaba que cuando era una adolescente
también le gustaba este tipo de comida, no importándole mucho las grasas y
los azucares, hasta que le aparecieron los molestos granos en la cara. Después
de ello, empezó a comer con más cuidado. Ava comía con tantísimo gusto que
no valía la pena en el momento pensar que esa comida no era lo mejor para su
salud. Igual, aquello no iba a ser algo de todos los días.
Después de cenar recogieron los platos y entre las dos los lavaron y
secaron. Luego fueron a ver una película en televisión, en ese momento
estaban pasando una de terror, género que a ambas le gustaba, esta era una
película de fantasmas desde el punto de vista del fantasma y como ellos
pensaban que su habitad había sido invadida. En ese caso, ¿quién es el
villano? La película faltaba poco para terminar cuando Ava empezó a bostezar,
pero hizo un esfuerzo para terminar de verla, peleando con sus parpados para
que estos no se cerraran, mirando el final de la película con un ojo abierto.
Por fin se terminó la película, Ava estaba casi durmiéndose con la cabeza
en el pecho de su madre. Valeria tuvo que removerla un poco por el hombro, la
niña se quejó un poquito antes de abrir los ojos.
— Cepíllate los dientes antes de ir a la cama –dijo Valeria mientras que
le acariciaba el cabello a su hija.
— Claro—dijo la niña antes de levantarse del sofá— siempre lo hago
—su respuesta no sonó muy convincente.
Valeria la miró pensando si aquello era cierto, luego le sonrió decidiendo
no decirle nada. Mientras que Ava se fue al baño a tomarse una ducha y a
cepillarse los dientes, la madre apagó el televisor y fue a la nevera para tomar
un vaso de agua fría, al darse la vuelta, casi soltó el vaso que sostenía su
mano: allí estaba él, el hombre de cabello cobrizo que siempre vestía de ropas
oscuras. Él le sonrió como lo haría un amigo.
— Hola –dijo manteniendo su sonrisa.
— Hola – respondió esperando que su hija no fuera a verla conversando
con la nada.
— Me alegro –dijo mientras que cruzaba sus brazos—, me alegro que
tu hija este bien. Me alegro que este bien.
— Gracias —dijo Valeria mientras que escondía un mechón de pelo
detrás de la oreja—me alegro verte, creí que esta vez ya no aparecerías.
— Ya me vez aquí —dijo con esa sonrisa entre amistosa y tramposa—,
no es fácil deshacerse de mí.
Valeria lo miraba, mientras que volvía a beber en el vaso de cristal,
pensaba preguntarle si había visto algo interesante en ese tiempo en que no se
habían visto, cuando de pronto la puerta del baño se abrió.
Ava salió en vuelta en una toalla blanca, secándose el pelo con otra más
pequeña, para después dirigirse a su habitación, sin ni siquiera dirigir su
mirada a la cocina, sin percatarse de la presencia de su madre.
— Bien, como dicen —dijo el hombre un tanto pensativo— a veces es
mejor esperar, cosas buenas puede traer el mañana.
— Sí, cosas buenas piden suceder —dijo mientras que veía el suelo por
donde su hija había pasado — ¿Dónde escuchaste eso?
— De una maestra de preescolar que cuando se encontraba a solas abría
las loncheras de sus estudiantes.
— Oh –abrió un poco los ojos—, ya veo.
— Pero de todas maneras no deja de ser una frase útil.
— Espera —dijo después de un momento— debo despedirme de mi
hija.
El pelo cobrizo solo movió la cabeza en afirmación, ella se dirigió a la
habitación y dio un golpeteo a la puerta antes de entrar.
— Estoy lista. —se escuchó la voz de la niña afectada por el sueño.
Valeria entró a la recamara con paso tranquilo, su hija estaba acostada en la
cama, cubierta con la cobija y luchando por no dormirse, aunque era una
batalla que no duraría mucho. Valeria sintió que por fin aquella cama estaba
como debía estar: ocupada por su hija. Sana y salva. Sonrió aún más cuando su
rostro se acercó a besarle la frente, no estaba seguro si el tiempo en que no
estuvo era el sueño, o que besarla en aquel momento era el sueño. Pero en ese
lugar, su hija frente a ella, era la realidad. Y la realidad era mucho mejor que
los pensamientos de los días anteriores.
— Buenas noches mami —dijo Ava sonriéndole dulcemente a su
madre.
— Buenas noches mi amor —dijo pasando su pulgar por la mejilla de la
niña– que tengas dulces sueños.
— Tú también — bostezó.
Valeria sonrió al ver esa acción tan mundana y cuando estaba a punto de
salir por la puerta pudo escuchar “te amo mamá”. Ella se detuvo un momento
en la puerta, una ráfaga de sentimientos la habían inmovilizado, solo pudo
responder con “Yo también, te amo demasiado”. Finalmente salió de la
habitación.
Se dirigió a la cocina, esperando encontrarse al hombre de cabello cobrizo,
pero como había ocurrido otras veces, él ya no estaba allí.

Capítulo 5. Sombras

Era extraño volver a esas instalaciones, lugar en el que por algún tiempo
observaba a su hija acostada en aquella cama, sabiendo que allí le aplicaban
medicamentos que todavía no estaban aprobados ¿Eso la hacía una mala
madre? ¿O simplemente una madre desesperada? El amor a veces te obligaba
a tomar medidas desesperadas. ¿Alguien puede culpar a quien se lanza por el
barranco cuando está siendo consumido por las llamas? A veces es muy fácil
tomar el lugar de juez.
A ella se le permitió entrar hasta cierto punto, a partir de allí su hija debía
ser ingresada a una habitación a puertas cerradas, cosa que provocó que ella le
tomara con más firmeza del antebrazo, se negaba ante la idea que estar
nuevamente separada de su hija.
— Señora —dijo de manera suave uno de los hombres, a lo cual Valeria
relajó su agarré y finalmente dejo ir a la niña. Tendría que estar en otra
habitación pacientemente, esperar varias horas antes de que se dirigieran
nuevamente a casa.
Las semanas habían transcurrido como la lluvia que resbala por las hojas
de los árboles. La niña parecía que estaba bien, como si no tuviera secuelas del
accidente, incluso Valeria estaba consultando en la escuela si de alguna
manera Ava podía ponerse al día a pesar de los meses que faltó. Debían
retomar la vida en donde ellas la habían dejado, aunque para los demás no fue
así. La niña generalmente estaba de buen humor y tranquila, pero también
había momentos en que el semblante de ella parecía opacarse al pensar que
nunca volvería a ver a su padre, era normal aquella reacción, el saber que solo
podremos ver a nuestros seres amados en fotografías, vídeos, recuerdos y
muchas veces, en nuestros sueños.
No fue fácil, nunca es fácil llevar a un niño a ver la tumba de su padre, y
menos, cuando ese niño es tuyo. Aquella mañana soleada, Valeria estaba al
frente de la tumba de su amado esposo, en aquella lápida decía lo común que
diría en muchas lapidas: su nombre, fecha de nacimiento y la de muerte, la
inscripción “amado esposo y padre”. 35 años de edad es todavía muy pronto
para marcharse de este mundo, para irse tan repentinamente, pero pensándolo
de otro modo; irse de una vez, muchas veces es mejor que desmoronarse día
tras día en tu propio cuerpo. Igualmente, quisiéramos que los que amaramos
fueran eternos. Pero al parecer, casi todo está condenado a desaparecer.
Ava estaba al lado de ella, sosteniéndole la mano mientras que veía
fijamente la lápida de su padre, en opinión de la madre, la niña parecía no
creer lo que está viendo frente a ella, era como si leyera y volviera a leer lo
escrito allí para convencerse que aquello era cierto, que allí estaba el cuerpo de
su padre, el cual debería estar pudriéndose, convirtiéndose en comida de
gusanos, mientras que su esencia tal vez estaría en otra parte. El cabello
dorado que caía por la espalda, contrastando con el vestido azul oscuro, la tez
de la niña se veía más pálida. Atribuía aquello como un efecto del contraste de
la luz. Parecía una burla ir de visita a un cementerio en un día que puede
considerarse precioso.
— Demos una oración —dijo la madre mientras que juntaba sus manos.
La niña hizo como le había indicado su madre y ambas comenzaron a
rezar. Después de terminar, la niña buscó la mano de su madre, ambas
regresaron a casa casi en silencio. Estando en casa, agotadas por el desgaste
emocional se fueron a dormir. La niña pidió dormir con su madre, ambas
durmieron en el cuarto de Valeria.
Despertó horas más tarde, la imagen de su hija durmiendo fue lo que la
recibió, se levantó de la cama con el cuidado de no despertarla, sus pies
descalzos tocaron la alfombra de fibra sintética, y permaneció por unos
segundos sentada al borde de la cama, mirando sus pies con las mientras que
pensaba en otras cosas. Finalmente se levantó de la cama y salió de la
habitación.
Mientras que estaba en la cocina preparándose un café con leche, sintió
una sensación en su pecho, no era dolor, era otra cosa que no sabía cómo
poner en palabras, era como si la paz que vivía no fuera algo real. Se regañó
mentalmente, debía disfrutar que su hija estaba durmiendo tranquila en su
habitación, tomó la taza de café entre sus manos y dio un sorbo al líquido. Se
sentó en la mesa y empezó a navegar por Internet en su ordenador portátil para
distraerse un poco. Llevaba 15 minutos en ello hasta que sintió la necesidad de
ver por encima de la pantalla.
Allí estaba ese hombre, el mismo que la ha visitado por varios meses, era
el secreto que no compartiría con su hija. El resultado posible de aquello, sería
que su hija pensaría que su madre andaba mal de la cabeza.
— Hola –dijo él, pero no se veía sonriente como las veces anteriores.
— Hola –contestó mientras que cerraba la tapa del computador.
— ¿Has notado algo extraño en tu hija?
Lo miró con interrogante, no entendía a qué se refería con esa pregunta. Su
hija no tenía ningún problema. Él continuaba mirándola con rostro pasivo,
hasta que finalmente habló otra vez.
— Llévala a revisión. –dijo mirando más solemnemente.
El pulso de Valeria se aceleró, una presión se instaló en su pecho ante esas
palabras. Aquello no podía ser, no debía estar pasando nada malo. Todo estaba
bien, los médicos no le habían dicho que estaba sucediendo algo malo. Ellos
no…
El hombre la miró sin decir nada, dejando que el silencio fuera la
respuesta. Ella giró su cabeza en dirección a la habitación de su hija, con la
presión incrementándose, haciendo que pusiera una mano sobre el pecho.
Volvió a girar el rostro hacia su acompañante y para su sorpresa este no se
había ido como en veces anteriores.
— Trata de no alterarte, esto no sirve de nada. Déjala descansar, come algo
y después descansa.
Ella cubrió sus ojos por un momento, dio un profundo respiro, luego retiró
las manos de ellos. Él ya no se encontraba allí.
En otro tiempo estaría sorprendida por su desaparición, pero aquello ya era
un hábito. Dio un suspiro, movió sus dedos sobre la superficie de la mesa,
miró su mano por un momento, para después dirigirse a la cocina; tomó una
taza de sopa de pastas instantánea. Se obligó a comerlas a pesar de la
preocupación. Terminó de comer, botó el recipiente en el bote de basura, se
dirigió a la habitación de Ava y desde la puerta la vio dormir. Apretó la
mandíbula, luego la relajó al sentir molestia en sus muelas. Se alejó con el
móvil en mano, se fue a su propia alcoba y desde allí realizó una llamada.
A la mañana siguiente, se dirigieron al hospital, durante el viaje Ava se
quedó dormida, apoyando la cabeza en el hombro de su madre, en tanto ella
miraba a través de la ventana del vehículo. Tratando de no pensar en oscuras
posibilidades, pero estas insistían en no marcharse.
El carro estaba casi al frente del hospital, Valeria movió a su hija, tratando
de despertarla. El conductor, un hombre de pocas palabras y mirada amable,
las miraba través del espejo retrovisor, en su opinión, aquella niña no se veía
bien. El vehículo se detuvo frente a su destino, después de unas cuantas
sacudidas más, la niña por fin levantó la cabeza; dio un fuerte suspiro mientras
que salió del automóvil, sus ojos luchaban por mantenerse abiertos.
Estaban en la oficina del Dr. Peixo, con la neutralidad que lo caracterizaba,
rostro serio, pero no mal humorado. El hombre comenzó a revisar a la niña;
revisando sus escleras, haciéndole toser, realizándole ciertas preguntas. Ava
respondió de forma que se consideraría aceptable, a excepción de sentirse
frecuentemente cansada. Hasta el punto de quedarse dormida en casi cualquier
sitio. Después de terminar la revisión, el Doctor le dio recomendaciones y le
recetó algo para el problema del sueño, además de ordenar muestras de sangre,
aunque reiteró que no encontraba nada particularmente malo. Pero era mejor
asegurarse. Valeria se sintió mejor ante la falta de encontrar alguna
anormalidad. Todo estaba bien. El hombre de cabello cobrizo solo la había
preocupado, puede que en verdad era solo la representación de sus
preocupaciones, un producto de su mente. ¿Sería bueno decírselo al Doctor en
ese momento?, es decir, aprovechando que lo tenía al frente de ella. Pero
mejor cambió de idea, recordando el consejo que le había dado su padre. Podía
arriesgarse y hablar sobre su “amigo” pelo rojizo, pero su instinto le insistía
que mantuviera la boca cerrada.
De regreso a casa, la niña volvió a dormirse en el camino; su cabeza
apoyada en el hombro de su madre, sus cabellos dorados cubrían parte de su
rostro, con cuidado, Valeria apartó los mechones de su cara, estos estaban
ligeramente sudorosos, le tocó la mejilla, comprobó que su temperatura no
estaba más alta de lo normal.
Al llegar a casa, Valeria tuvo que despertar a su hija, la niña le sonrió y se
restregó un poco el ojo mientras que se acercaban al portón de la casa. Ya
estando dentro de la casa, la sensación de cansancio la obligó a tomar una
siesta en su habitación. El propio agotamiento de la mujer, también le exigió
que hiciera lo mismo que su hija. Cuando descansara estaría mejor. Eso
esperaba.
Despertó pasadas unas horas, su mirada se encontró con la funda blanca de
la almohada, su mejilla presionada contra está sintiendo la humedad
provocada por su saliva. Se sentó en la cama, con el dorso de la mano se
limpió la saliva de su mejilla, llevó a la otra mano a su cabello, se lo revolvió
un poco, notando que pronto debería lavárselo. Sabía que había sido
despertada por un mal sueño, aunque no lo pudiera recordar, reconocía esta
sensación desagradable desde que era niña. Las preocupaciones no podían
dejarla sola ni mientras dormía. Giró su cabeza, como por fuerza magnética y
allí estaba quien era un desconocido, pero a la vez le era tan familiar.
— Parece que una ventisca te visitó mientras dormías—dijo con un tono de
burla el hombre de cabello castaño.
Era la primera vez que lo veía estando recién despierta, él siempre parecía
como si estuviera a punto de salir a la calle; con su agradable cabello, su rostro
fresco, su sonrisa de comercial de televisión, y su estatura. Este hombre
debería medir más del 1.80 m. Su imagen no desentonaría en la portada de
alguna revista de moda. Pero no era momento de pensar eso, ella debía
comentar sobre algo más importante.
— Dijiste que Ava tenía algo raro. –dijo ella con amargura en su voz.
— Pregunte que si estaba bien –dijo mientras su aura burlona se aplacaba–.
No aseguré que estaba mal.
— Ella está bien–dijo casi orgullosa —, la revisaron y no encontraron nada
malo. Le mandaron unos exámenes de sangre solo para asegurarse.
— Entonces es perfecto –dijo mirándola- deberías estar contenta que nada
malo sucedió.
— Pero me asustaste con eso.
— No era mi intensión—murmuró poniéndose más serio–pero sentí que
algo no andaba bien–de pronto sonrió con un poco de tristeza– ¿Qué voy a
saber yo de esas cosas?
Valeria se sintió un poco mal al ver aquella expresión en él, pero tenía que
expresar la preocupación que sintió por la insinuación que algo malo pasaba.
— Eso ya no importa, – suspiró– lo importante es que no ha sucedido
nada.
El hombre la miró y por un momento su mirada se tornó distante, como si
fuera a desvanecerse en cualquier momento. Parecía que él iba a decir algo
más, pero fue interrumpido por el sonido de una puerta abriéndose. Ava salió
de su habitación, con algunos mechones pegados a su cara, restregándose un
ojo mientras que se dirigía hacia su madre.
— Hola mami–dijo con una sonrisita, la cual se borró cuando giró un poco
el rostro.
La niña se quedó mirando fijamente en dirección al hombre, para luego
abrir aún más los ojos.
— Mami…–dijo escuchándose la voz en tono tembloroso– ¿Qué es eso? –
empezó a temblar.
La niña continuaba abrazando a su madre, la cual estaba sorprendida al ver
la situación. Acariciándole el cabello en tanto le hablaba con voz dulce.
— ¿Qué ves? –dijo ella preocupada, pero sobre todo curiosa.
— Una cosa borrosa –dijo para después cerrar los ojos y esconder su cara
entre la unión del cuello y el hombro de su madre.
El hombre al principio parecía estar sorprendido, para después mostrar un
ligero brillo de curiosidad en su mirada. Pero esta también cambió a otra que
ella no fue capaz de identificar.
— No ocurre nada malo –dijo Valeria mientras que abrazaba a su hija–. No
va hacerte daño.
La niña abrazó con más fuerza a su madre, como si esto la protegiera de la
criatura que ella no podía propiamente identificar. El hombre frunció
ligeramente el ceño.
— ¿Vamos a acostarnos un rato en tu cama? —dijo Valeria buscando una
manera en la que su hija se pudiera calmar.
La niña solo movió la cabeza, ocultando su rostro de aquella criatura que
estaba en su casa. Deseando que eso fuera solo un sueño.
Valeria se acostó con su hija en la cama, los peluches daban la apariencia
que aquel era un lugar lejos de hostil, la madre acariciaba la rubia cabeza de su
hija, diciéndole dulces palabras para calmar sus ánimos.
— Cierra los ojos y piensa en cosas bonitas –dijo con la voz más dulce que
pudo reproducir.
Después de un rato, la niña se dejó vencer por los mimos de su madre, tal
vez despertaría creyendo que todo era un sueño, quizás creería que su
imaginación estaba intensificada. Había que esperar.
Valeria salió de la habitación de la niña, en la sala le estaba esperando el
hombre de cabello cobrizo, con una mirada que le hizo preocuparse un poco.
— ¿Qué sucede? –dijo ella mientras que se volvía a sentar.
— Estoy casi seguro que a tu hija le sucede algo, pero no sé qué es, es
como–parecía indeciso– es como si su ida estuviera debilitada– sé que sonará
tonto, pero es como una especie de algo…
— No me vas a asustar de nuevo –dijo ella levantando un poco su voz– Ya
me preocupé muchísimo sobre que algo podía estar mal y no quiero estarlo
otra vez.
— Yo tampoco quiero preocuparte, pero creo que debo ser sincero. Algo
no es normal aquí.
Valeria pensó que era un poco raro que justamente él era el que dijera que
algo no era normal, pero dejando de lado ese pensamiento, nada raro le estaba
sucediendo a su hija. El hombre la miró en silencio, Valeria en aquel momento
hubiera deseado leer los pensamientos de aquel hombre.
— Es innegable que es hija tuya –dio una minúscula sonrisa–. Ella también
puede verme. Aunque en una versión desmejorada.
La morena no supo que decir ante aquello. ¿Eso era algo bueno? A su
sentir que su hija tuviera aquella “habilidad” parecía ser más un problema que
una ventaja. Bueno, por lo menos esto le sirvió de confirmación que este
hombre no era solo un producto de su cabeza.
— Tengo que irme –dijo de pronto el hombre, sorprendiendo a la mujer
por esta ser la primera vez en que se despedía antes de desaparecer–. Fue un
gusto verte hoy. Cuídate.
Y sin más, sin esperar que ella dijera algo, él desapareció como si fuera
una alucinación en el desierto. Dejando a la mujer con varias preguntas tras de
sí.
Un par de horas después, se volvió a escuchar ruidos en la habitación de
Ava, Valeria en aquellos instantes estaba viendo la televisión, observando una
película de detectives, a pesar de ello, escuchó los pasos de su hija
acercándose a la puerta.
— Hola mami– dijo la niña cuando estaba cerca de su madre.
— Hola mi amor– dijo Valeria sonriéndole– ¿Cómo dormiste?
— Bien –dijo la niña entre tanto se tocaba la nuca.
Por un momento las dos se miraron a la cara, como si ambas esperaban
algo más. En el fondo se escuchaba un tiroteo que sucedía en la película. Para
después ser interrumpido por el comercial de toallas sanitarias.
— No fue un sueño, ¿cierto? –dijo la niña mirando a su madre con ojos
suplicantes.
Valeria pensó en mentirle, pensó en hacer pasar aquello como una pesadilla
para que la niña olvidara el asunto. Pero mentirle a su hija no era uno de sus
pasatiempos.
— Yo también lo puedo ver.
Ava abrió un poco más los ojos y la boca, sin saber que decir, la confusión
la había golpeado fuertemente. Pero tampoco era como si se podía esperar
muchas reacciones ante una información de este tipo.
— ¿Por qué? – Fue lo que dijo después de un rato.
— ¿Por qué lo veo? –dijo Valeria alzando un poco la ceja.
La niña solo movió la cabeza afirmativamente.
— No lo sé –dijo para después dar un suspiro– digamos que es solo el
destino.
— ¿Es un fantasma? –dijo escuchándose un poco más nerviosa.
— Tal vez –dijo en tanto su mirada se volvía un poco distante– aunque
parece que ni él mismo sabe.
La expresión de confusión de la niña no se había marchado, se volvió a
tocar el cuello, para ser más exactos, un poco más debajo de este.
— Ava, voy a darte un consejo que me dio mi padre hace años –su voz
sonó más sobria–. No hables a nadie sobre esto.
— ¿Por qué? –dijo la niña con inocencia.
— Para evitar problemas.
— ¿Con quién?
— Con los demás.
Valeria abrazó a su hija, se alejó un poco para acariciarle las mejillas. La
niña parecía preocupada, pero parecía sentirse mejor al estar entre los brazos
de su madre. La niña volvió a tocarse por debajo de la nuca.
— ¿Qué sucede? –dijo al ver que su hija no dejaba de tocarse esa parte.
— No sé –dijo estirando un poco más la mano en su espalda– me molesta.
— Ven –dijo girando a su hija para que su espalda quedara al frente de su
rostro, luego le alzó la camisa.
Los ojos de Valeria se ensancharon al ver aquel gran y profundo moretón
en su hija, ¿cómo era que hasta ahora se diera cuenta de su existencia? Puso
sus dedos sobre el hematoma, la niña se estremeció y se quejó ante su
contacto. Valeria retiró su mano, con mirada fruncida continuaba observando
aquella parte amoratada.
— ¿Qué sucede? —dijo la niña ante el silencio de su madre, mientras que
esta le organizaba la camisa.
— Nada grave, —dijo la mujer tratando de disimular su preocupación lo
mejor posible. -de todas maneras, es mejor ver al doctor.
La niña se volteó y vio a su madre a los ojos, sus ojos azules como un cielo
de un día soleado, observaba a su madre con inquietud. Valeria tocó la mejilla
de su hija y le dio una sonrisa.
— No te preocupes, mi vida —forzó más su sonrisa– miremos una película
y comamos algo de helado.
Ava miró por un momento a su madre, para después mostrarle una sonrisa.
Todo estaba bien, su mamá le había dicho que no había problema. Quería
comer helado y pasarla bien con su madre. Lejos de las pesadillas que no le
había contado a su madre.
Valeria había sacado de la nevera un recipiente de helado de chocolate, se
sentaron en el sofá y en silencio comenzaron a ver la película. Estaban viendo
una película de fantasía, un niño que debía viajar a tierras desconocidas para
que un mago le quitara una maldición. En su travesía conocerá a un grupo de
personas con heridas en el corazón, y en la mente.
Los ojos de Valeria estaban fijos en la pantalla de televisión, pero su mente
estaba en su hija, la cual se encontraba al lado de ella, ambas sentadas en el
sofá. Por fortuna, transcurrido cierto tiempo, la niña se levantó del sofá para ir
un momento al baño, momento que Valeria aprovechó para tomar su móvil, y
realizó la llamada.
La niña volvió a poco tiempo, se sentó en el sofá y continuó comiendo su
porción de helado. Su madre solo mantenía un rostro tranquilo, esforzándose
en mostrar que todo estaba bien. Aunque era todo lo contrario.
Terminaron de ver la película, Ava estaba durmiendo en el hombro de su
madre, su respiración era serena, parecía tan tranquila que Valeria se preguntó
por un momento, si algo en verdad estaba mal, pero recordando aquel gran
hematoma, le hizo desistir la idea de bienestar. La niña después de darle un
beso de despedida a su madre, se fue a dormir a su habitación, tratando de no
pensar más, en mantener sus preocupaciones en silencio, Valeria se fue a su
habitación con un vaso de agua; el zolpidem la había ayudado en todas esas
noches que el pánico le obligaba a permanecer las noches en vela. Aquella
noche, no quería pensar en las posibilidades de su hija, ni en el hombre
fantasma que le visitaba.
La luz del sol sobre su rostro la despertó, al abrir los ojos y dejar pasar
unos momentos, se pudo percatar de la sensación de cansancio, cosa común
por el medicamento, buscó su móvil sobre la mesita de noche, en este marcaba
las 12:00 p.m. se sentó en la cama de inmediato al ver lo tarde que era, era
poco común que durmiera hasta esas horas. Se levantó de la cama y se dirigió
a la sala, no había señales de su hija, ¿estaría todavía durmiendo? Pero eso no
debía ser, ella no tenía la costumbre de dormir tan tarde. Tocó la puerta de la
habitación, pero la puerta no fue abierta. La tocó unas cuantas veces más, y no
sucedió nada. Valeria finalmente abrió la puerta y entró en la habitación. Se
acercó a la cama de su hija, le apartó el cabello de su rostro. Tocó su rostro,
estaba frío.

Capítulo 6. Preocupación

Sus manos empezaron a temblar mientras tocaba la cara de su hija, su


rostro tenía menos color de lo normal. La empezó a mover, su hija tenía que
despertar, debía que despertar, pero continuaba tendida en la cama, continuaba
allí como…muerta. Las lágrimas empezaron a salir, las lágrimas empezaron a
desbordarse, mojando el rostro de su hija. Quería gritar, pero todo esto estaba
atrapado en su pecho, la boca ligeramente abierta, pero a pesar de toda esta
confusión, tristeza e ira que sentía, tuvo la suficiente claridad para tomar su
teléfono y llamar a quien le había dado una esperanza. El Dr. Peixo.
Terminó la llamada, dejo el teléfono sobre la cama, tenía que esperar, le
había dicho que tenía que esperar y no llamar a la ambulancia todavía. Sentada
al borde de la cama, dejaba que las lágrimas siguieran brotando, giró su
cabeza, miró nuevamente a su hija, tuvo que cerrar los ojos para no
angustiarse aún más por la imagen. Deseaba que lo que pareciera que estaba
ocurriendo fuera solo una pesadilla, deseaba despertar en su cama, asustada, y
después suspirar al darse cuenta que nada de esto había sucedido. Pero no era
así. Aquello era la realidad.
Tocaron a la puerta, ella se levantó de la cama sintiendo como si cargara
mil pecados, pero aun así se movió lo más rápido posible para abrir la puerta.
El Dr. Peixo entró deprisa a la vivienda sin ni siquiera saludar. En el momento
que entraron a la habitación de Ava, el hombre se acercó a la niña, la tocó en la
mejilla, estaba más fría en comparación a cuando la madre la tocó, tomó sus
signos vitales y casi no sentía sus pulsaciones. El hombre alejó su mano, con
la cara rutinaria que algunos médicos obtienen por el tiempo de estar entre
enfermedades y horribles diagnósticos, una expresión como si habían
escuchado tantas cosas, al final te acostumbras a casi todo, incluso a lo malo.
Estaba a punto de hablar, pero en aquel momento, sin esperárselo, la niña
abrió los ojos.
Valeria dio un gemido al ver que su niña abrió los ojos, corrió a su lado,
prácticamente apartó al hombre junto a la cama, vio a sus ojos azules pálidos y
toco su rostro con la emoción del que le regresan algo valioso que creía haber
perdido para siempre.
— Mi amor, –dijo con la voz entre cortada mientras le acariciaba la
cabeza.
El hombre la alejó de la niña, empezó a revisarla, esta no se movió ante las
palabras de su madre, solo permaneció allí acostado con los ojos abiertos,
como si no escuchara lo que decía su madre, como si su cuerpo solo fuera un
caparazón vacío. Valeria deseaba estar equivocada, pero parecía que su
respiración era casi imperceptible. De pronto la niña cerró sus ojos, solo se
veían la hilera de pestañas doradas, para después ver el iris azul claro de su iris
al abrir los ojos.
— ¿Qué es…? —El hombre no pudo terminar su frase, ya que por sorpresa
Ava se sentó en la cama y encajó sus dientes en la muñeca.
Valeria se cubrió la boca con su mano ante lo que veían sus ojos, el Doctor
afanado por separar los dientes de la niña de su muñeca sangrante, dejando de
sangre sobre la cama. Eso no podía ser real, lo que estaba viendo y esta
sensación en su cuerpo no debía ser real. Aquella no podía ser su hija: el
cabello cubriéndole la cara, la sangre desbordando de su boca, los gruñidos de
un animal. Su niña no podía actuar así.
El hombre logró desencajar los dientes de la menor, se alejó de ella lo más
que pudo, tomando su muñeca sangrante, con el miedo en sus ojos. Ava tenía
la rabia en sus ojos, como si pudiera quemar cualquier cosa con su mirada, se
arrinconó en la cabecera de la cama, parecía un animal salvaje que estaba
dispuesto a atacar a la menor provocación, dispuesto a despedazar a quien se
le acercara.
— Ava, – dijo Valeria al ver el estado de su hija. Ella quería extender su
mano hacia ella, pero su instinto o más bien, su sentido común, le dijo que no
lo hiciera. Que, si lo hacía, no estaría lejos de lo acontecido con el médico.
La niña continuaba con la mirada fija en el hombre que se había apartado
de ella, todavía cubriendo la herida con la otra mano. El hombre pensaba
mucho cada pequeño movimiento que realizaba, temía que algo peor pudiera
ocurrir.
— Ava — volvió a decir, esperando que la niña la mirara por fin.
La niña giró su rostro, miró a su madre como si no la reconociera, la
miraba como si fuera un intruso que fuera a atacarla, aquella mirada manchada
perforó el corazón de la mujer.
— Ava, soy yo —dijo casi con la voz quebrada. Las lágrimas
amenazándole en desbordase.
Ava permaneció mirando fijamente a su madre, hasta que en sus ojos se
reflejó una chispa de reconocimiento y su cara dejo de contraerse, inclinando
su cabeza ligeramente para un lado.
— ¿Mamá?
Ava miró a su alrededor, sintió una humedad sobre su boca, la tocó y sintió
el espesor en sus dedos, alejó su mano, observó que esta estaba manchada por
el rojo que contrastaba con su pálida piel, más rojo que la mermelada de fresa,
tan rojo como lo más rojo que pudiera recordar en aquel momento. Un hombre
con anteojos la miraba con recelo, entrecerró los ojos, fijándose más en la cara
del hombre, para después cambiar su expresión. Era como si solo en aquel
momento reconociera que ese hombre era el Doctor que la había atendido
antes, ella lo había visto varias veces, por supuesto ella lo conocía, ahora lo
recordaba. ¿Qué había ocurrido? ¿Ella había hecho esto? ¿Por qué?
La confusión en la cara de la niña era evidente, empezó a temblar mientras
volvía a observar sus manos ensangrentadas. El miedo así mismo era algo que
nunca había experimentado antes.
Valeria se acercó a la cama con preocupación al ver que su hija ya no
estaba en modo salvaje. A pesar del aun persistente temor, la brisa de
esperanza al verla reaccionar como una niña asustada, le hizo acercarse, quería
consolarla. Valeria, sin importarle la sangre en la boca y manos de su hija, se
sentó en la cama, estiró su mano y le tocó el pelo con el cariño que por general
tienen las madres. La niña cerró los ojos, se permitió disfrutar del contacto de
su madre, cerrando los ojos, evitando absorber la escena que la hacía ver como
alguien que había perdido la cabeza.
— Por favor señora —dijo el Dr. Peixo con un afán que intentó disimular,
observando a la niña que por el momento parecía estar tranquila– Hablemos
un momento– aclaró su garganta– afuera.
Por última vez, Valeria entrelazó sus dedos en el cabello de su hija, se
levantó de la cama y salió de la habitación en compañía del Doctor. Cerrando
la puerta en el mismo momento en que salieron.
— Esto no está bien —dijo mirando la mordida en su muñeca— no
esperábamos que esto ocurriera –dijo respirando deprisa, mientras que sacaba
del bolsillo de su pantalón un pañuelo, que hasta el momento recordaba que
poseía.
— ¿A qué se refiere? —dijo Valeria asustada por la expresión del hombre.
— Rayos, —dijo molesto, buscando en el bolsillo de su pantalón— deje el
celular en el auto— se cubrió la herida con el pañuelo que por un momento
olvidó que estaba allí.
— Las cosas han salido mal antes, ¿no? —dijo ella alzando su voz para
que la escuchara y ensanchando sus ojos.
El hombre todavía no la había escuchado, su mente estaba envuelta en las
posibilidades de esta situación.
— Doctor —dijo Valeria con voz firme, – ¿Qué le está sucediendo a mi
hija? – esta vez su voz sonó con menos claridad.
— El medicamento que le hemos administrado... —su respiración se
aceleró mientras observaba su mordida—. Esto no se suponía que volviera a
suceder.
Valeria sintió una sensación tan desconcertante, como un mensaje que no
podía o no quería entender, una amenaza que no comprendía en su magnitud,
no estaba preparada para ello.
— No abra la puerta — dijo el hombre mirándola con autoridad— No lo
haga, no sé qué es lo que podría pasar. —tensó la mandíbula— quien está
dentro de esa habitación, no es la hija que usted conoció.
El Dr. Peixo apenas se despidió, necesitaba realizar una llamada lo más
pronto posible, salió tan deprisa que la mujer no tuvo tiempo de detenerlo.
Cuando él salió de la casa, fue recibido por la lluvia, había empezado a llover
un poco después que había sido mordido. Corrió hacia el auto, escapando de l
lluvia, lo cual fue inútil porque de todas maneras se mojó, con un ligero
temblor en sus manos sacó las llaves de su bolsillo, abrió la puerta y se metió
al auto, empapando su asiento, se tuvo que quitar las gafas empapadas que no
le permitían ver, las secó con una parte del pañuelo que aun parecía limpio.
Finalmente le dio marcha al auto, y se alejó de aquella casa.
Mientras que conducía, pensaba que había cometido un error: había ido
solo y estaba lejos de llegar a despedirse, estos dolores, estos sudores y la
palidez en su rostro. Esperaba que, si conducía a la velocidad que iba, y si no
se detenía… no, sabía que ya no tenía tiempo. Detuvo otra vez el automóvil
junto a la carretera. Se miró otra vez en el espejo, sus ojos se veían más
rojizos, el dolor de cabeza aumentaba; recordó lo que le sucedieron aquellas
ratas en el laboratorio, creía que eso ya se había solucionado, ya vio que estaba
equivocado. Tomó el arma de la guantera, se la puso en la sien, cerró los ojos.
Se escuchó un disparo.

Capítulo 7. Pleixo

Llevaba años en aquel proyecto, que le aprobaran a su equipo los fondos


para el mismo, no había sido cosas fácil, necesitaba crear algo que permitiera
sacar a los pacientes del estado grave de pérdida de conciencia, pero después
de tantos experimentos con ratas y otros animales más grandes creía que todo
el esfuerzo había sido para nada, hasta que finalmente dio resultados positivos
con un animal, el X 7.4 después del “despertar” había demostrado cierta
rigidez, pero con el tiempo había comenzado a actuar de modo que podía
considerarse normal, como un perro cualquiera, hasta que un día, simplemente
volvió a quedar en estado de coma. El sujeto tuvo que ser eliminado.
Pensaron en secuestrar vagabundos y experimentar con ellos, pero todavía
contaban con algo de moral para hacer aquello, además que tarde o temprano,
la ley podría intervenir. Lo mejor era intentar hacer las cosas lo más
legalmente posible.
La oportunidad se dio cuando esta madre abrumada por todas las
circunstancias que le habían sucedido en tan poco tiempo, algo que cualquier
persona hubiera aceptado por tener la esperanza de volver a tener a su niño a
su lado. ¿El hombre cuestionaba su moralidad ante sus acciones?
Indudablemente, pero había trabajado tanto en este proyecto, había perdido
varias cosas por ello, que no podían dejar pasar la oportunidad de probarlo con
un ser humano, aunque este fuera un niño.
A veces, al inicio de su carrera, se preguntaba qué clase de vida tendría si
hubiera seguido el camino de su padre, ¿sería su vida más tranquila? ¿Viviría
más feliz?, recordaba que su padre era un hombre que le gustaba muchísimo a
su trabajo, aunque lamentaba que no tenían una relación muy cercana, lo cual
no significaba que se llevaran mal, o que no le importaba el bienestar del otro.
Fue devastador el día que la policía fue a su casa y les informó a su madre y a
él, que habían encontrado a su padre en el apartamento que alquilaba en la
ciudad en la cual trabajaba por el momento. Al parecer, su padre estando
borracho intentó suicidarse, lo cual lo logró, se cortó las venas y se desangró
en su sala, desconectando el teléfono antes de hacerlo, dejando su celular a la
distancia. Tal vez imaginando que se arrepentiría en el momento de suicidio,
eso se llama ser prevenido. Lo peor había sido fue el descubrimiento de la
carta que escribió, no imaginaba que su padre tenía ciertas inclinaciones y
llegó a ser poco profesional, tal vez el peso de su conciencia lo había
empujado a tomar esa acción irremediable.
Continuaba lloviendo mientras que conducía por la carretera, todavía no
había realizado su llamada ya que el celular se le resbaló de las manos y temía
que al ir a buscarlo, en ese momento que su vista se alejara de la carretera,
algo pudiera suceder y acompañaría a su padre en el otro mundo.
Estaba anocheciendo, debía tener más cuidado en la carretera, pero se le
estaba dificultando con sus parpados que tenían la intención de cerrarse,
también desde hace un rato había empezado a sentir mucho frío; suponía que
eso se debía a que todavía vestía la ropa mojada por la lluvia. Cabeceaba, una
tendencia a mirar más hacia abajo, que hacia el frente. Un lento dolor de
cabeza continuaba persistente, fastidioso, hasta el punto que ya no podía
seguir conduciendo. A pesar de resistirse a hacerlo, tuvo que hacerse a un lado
en la carretera, puso su frente sobre el volante y dio profundas respiraciones,
su cabello castaño cubría parte de sus ojos, levantó la cabeza y un fuerte
mareo le hizo cerrar los ojos. Los abrió lentamente, se vio en el espejo
retrovisor y casi no pudo reconocer la mirada con la que se encontró: su
mirada se veía vidriosa, atacado por la fiebre, ojos rojizos como si hubiera
consumido algún tipo de droga o como si se hubiera pasado de copas, además
que su piel se empalideció, se quitó las gafas, estas estaban empañadas por la
sudoración. Esta sensación de sofocación, lo desesperaba, se pasó la mano por
el cabello sudoroso, se pasó el pañuelo sucio de sangre por su cara, lo tiró en
el asiento del pasajero, era casi una bola de secreciones. Se inclinó para tomar
el celular, lo tomó a pesar de la dificultad de sus dedos sudorosos, marcó el
número deseado, después de varias veces de sonar, no tuvo respuesta alguna,
el agarre de su mano se debilito, sus parpados se cerraron y después de eso, no
supo nada.
Abrió los ojos, se encontraba dentro de su auto, al precio no recortaba
como había llegado allí, pero poco a poco el entendimiento comenzó a
aparecer. Recordó a la niña, recordó a la madre de esta, recordó la mordida…
Sus ojos se ensancharon, miró su muñeca, ¿cómo hasta ahora no lo había
entendido? La mordida había tomado un color más oscuro, pero lo que más le
preocupaba era el olor, era como carne descomponiéndose.
Se tensó por un momento en el asiento del auto, pensó en poner el auto en
marcha, pero se conocía así mismo, sabía que en el estado en que estaba,
posiblemente terminaría estrellándose. Ahora su desconcierto era la rabia que
estaba comenzando a sentir. Como un animal enjaulado, como un perro
hambriento.
No recuerda la última vez que sus manos habían temblando tanto, lo más
parecido fue cuando debía presentar su examen de admisión a la escuela de
medicina, pero aceptaba que la comparación era algo exagerado. Sus parpados
querían cerrarse nuevamente, ero debía luchar contra ello, debía intentar…
Y el Doctor Peixo volvió a quedarse dormido.
Tomó el revolver en su mano, nunca imaginó que iba a terminar así. Su
dedo estaba sobre el gatillo, contó 1,2,3, tratando de acumular la fuerza para
jalar del gatillo, pero no pudo hacerlo. Retiró el revólver de su sien, y lo puso
sobre su regazo, lo miró detenidamente, tratando de calmarse. Solo quería
estar calmado por un momento.
Sentada en su sofá, sin saber que más hacer, Valeria se abrazaba a sí
misma, todavía una parte de ella no podía comprender lo que había sucedido
hace unos instantes, pero estaba comprendiendo que tal vez, pero que tal vez,
comprometer a su hija a ser sujeto a experimentación había sido un error.
¿Pero alguien podía juzgarla? Claro que alguien podría juzgarla, nunca faltan
los jueces.
No percibía desde el cuarto de su hija algún sonido, deseaba saber si ella
estaba bien, pero tenía muy presente lo que el Doctor le había dicho. No estaba
segura de poderla controlar. No estaba segura si Ava trataría de atacarla en el
momento que abriera esa puerta o un poco después de eso. No lo sabía, pero
temía descubrir la respuesta.
— ¿Por qué estás tan preocupada? –dijo aquella voz que conocía tan bien.
Ella solo levantó la cabeza de sus rodillas, y encontró de frente la figura de
aquel hombre.
— Mi hija–dijo quebrándose la voz –, está enferma.
El hombre la miró desapasionadamente, para luego mirar hacia la puerta de
la habitación de la niña. Luego volteó a mirar a Valeria, con un gesto que
parecía de lástima.
— ¿Qué? –dijo ella al ver esa expresión.
— En este momento está durmiendo.
Valeria se sorprendió por un momento, pero después entendió que él no
tenía las mismas limitaciones que ella tenía.
— Ten mucho cuidado –El hombre cambió ligeramente su semblante.
— ¿A qué te refieres? –dijo ella profundizando su preocupación.
— Ten cuidado de ella. No te acerques.
Valeria lo miró desconcertada, sintió escalofríos que le hicieron cerrar los
ojos. Al abrirlos, él ya no estaba.
Esmeralda ya no se sorprendió tanto al no verlo allí, al parecer, nos
terminamos a acostumbrando a ciertas cosas, sin importar si estas son buenas
o malas. Las palabras de su “amigo” se reproducían constantemente en su
cabeza, aquella advertencia se volvía más estruendosa en su mente. Sin saber
que más hacer, esperó, y siguió esperando, hasta que alguien tocó a la puerta.
La mujer sintió el estremecimiento en su cuerpo al escuchar el toque de la
puerta, se dirigió a la puerta principal, vio a través de la mirilla de la puerta,
allí estaba él, el Doctor Peixo, el hombre que tan afanado se había ido. ¿Por
qué había vuelto? Algo no andaba bien, pero a pesar de sus sentimientos, abrió
la puerta.
— No pude hacerlo –dijo el hombre más para sí mismo que para ella– sentí
miedo ante mi propia muerte, y más ante ser yo mismo que lo realizara.
— ¿Qué está diciendo? –dijo Valeria sin poder ocultar su desconcierto.
— Estoy sintiendo los cambios –dijo tocándose el pecho–, no puedo
arriesgar a nadie más con esto. Debemos de hacer lo que es lo correcto y no
arriesgar a nadie más.
— No entiendo –dijo la mujer mientras que daba pasos hacia atrás.
El hombre se pasa una mano por la cabeza y la deja allí con su cabello
castaño entre sus dedos como si no pudiera procesar con suficiente rapidez lo
que pasaba por su mente.
— Es tarde para mí –dijo como si volviera a tener un momento de
realización– No hay esperanza para ninguno de los dos.
Valeria se le quedó mirando a la distancia, imaginándose que en el estado
emocional del hombre no sabía que podía suceder. El Doctor, sin decir nada,
se dirigió a la habitación de Ava, con mucho cuidado medio abrió la puerta,
mientras que Valeria solo lo observaba desde la distancia.
— ¿Qué sucede? –dijo ella dijo ella mientras que tenía ganas de ver lo que
él estaba viendo, pero a la vez no.
El Doctor no le contestó, solo se quedó observando como la niña lo miraba
fijamente con una mirada de rabia, una mirada que solo un enemigo te
dirigiría. Lo que temía era una realidad ante sus ojos, la niña se acercó con
paso lento y el hombre le hizo caso a lo que le dijo su instinto, aquella parte
que todos tenemos y muchas veces ignoramos, aquello que también puede
conocérsele como sentido común. Cerró la puerta.
Al otro lado de la madera, la niña comenzó a tocar la puerta sin ritmo,
toques desganados que daría alguien que ha estado buen rato tratando de
mantenerse a flote en al agua, pero ya no tiene fuerzas para continuar con ello.
Instantes antes de quedarse inmóvil y dejarse hundir.
— ¿Qué ocurre? –Esta vez la madre levantó su voz, su corazón latía por la
desesperación al ver la expresión en el Doctor que por lo general era tan
neutro.
El hombre bajó la mirada, luego la miró directo a los ojos de modo tan
enfático que causó que Valeria se tensara un poco más.
— Su hija ya no es su hija, ella está pasando por un proceso que va a
querer atacar a cualquiera que tenga cerca de ella. Llegará un punto en que no
podrá hablar, ni pensar, ni realizar acciones más complejas. Solo tendrá
intensiones de atacar lo que tenga enfrente, víctima de algo similar a los
síntomas de la rabia.
Valeria lo miró con una expresión que él Doctor tantas veces ya había
visto, una de aquellas que hace la gente cuando les das un diagnostico terrible.
— Usted no puede estar hablando en serio –dijo ella con un gesto que
parecía estar entre reír y llorar–. Lo que usted me está describiendo es un
muerto viviente, como en las películas de terror– Eso no puede ser enserio.
El Doctor Peixo la miró con toda la seriedad que tenía. Aquello no era una
broma, no era un juego; era una tragedia en la que los tres eran participes.
Valeria aflojó los hombros, fue como si un baldado de agua fría cayera por su
espalda.
— Cómo pudieron hacerle esto a mi hija? –dijo mientras que las primeras
lágrimas comenzaron a desbordarse— Es solo una niña.
— En los últimos especímenes habíamos tenido resultados favorables, así
que no pensábamos que con ella conllevaría este desarrollo de los resultados.
— ¿Quiénes eran los especímenes? —dijo mirándolo con intensidad.
— Ratas– contestó después de unos segundos de largo silencio.
Valeria se cubrió la cara con ambas manos, quería despertar en cualquier
momento; esto sí debía ser producto del cansancio. La situación que su hija
estuviera al nivel de una rata de laboratorio era surrealista.
— ¿La ha mordido? —dijo él mientras que miraba las partes de su cuerpo
que estaba descubierto.
— No —dijo simplemente, como si todavía no creyera que todo esto
estaba sucediendo.
— Ella me mordió. No hay solución para ello. El tiempo se está acabando.
El hombre sacó de su chaqueta el arma que tenía guardad, Valeria por lo
inesperado de su regreso no había notado su existencia, él empuñó el metal
entre su mano y se dispuso a abrir la puerta.
— ¿Qué piensa hacer? —dijo la mujer cuando le agarró un brazo al
hombre.
— Eliminar lo que no se puede curar.
El hombre zafó el brazo del agarre de ella y la empujó un poco, se dispuso
a girar la llave, estaba un poco nervioso ante lo que pensaba hacer, se sentía
tenso con su mano temblorosa, se disponía a hacerlo, hasta que un fuerte golpe
se lo impidió. El hombre cayó al suelo sin mucha resistencia.

Capítulo 8. Disparos

Al abrir los ojos el dolor de cabeza no se hizo esperar, además de sentir su


mejilla dolía al estar contra el suelo, trató de levantarse del suelo, pero al
hacerlo se dio cuenta que no le era posible, tenía las piernas y las manos
atadas.
— Ya llamé a la policía –escuchó el hombre que apenas estaba tomando
conciencia de su situación, tratando de razonar a pesar de sentir como si le
clavaran agujas en el cerebro, debido al golpe que recibió provocado por un
florero. La rabia iba aumentando, pero debía controlarse.
— Era necesario, ella no es su hija, ya no es la hija que usted cuidó y amó.
Yo tampoco…
Cada vez se volvía más difícil pensar, quería desatarse, y abalanzarse sobre
la mujer que no entendía razones, no podía entender las consecuencias si no
permitía que él actuara adecuadamente.
— Usted está loco –dijo la mujer, mientras que veía a la distancia al
hombre que se retorcía en el suelo, la sangre que salió por detrás de su cabeza
había manchado un poco la camisa gris claro que usaba, con la caída sus
anteojos reposaban en el suelo lejos de él.
El Doctor como si sintiera que las ligaduras le quemaran, siguió insistente
en desatarse, Valeria intentó detenerlo, pero fue inútil, él se había liberado. Y
estando en libertad sintió mucha hembra, tanta, como si hubiera pasado un día
sin comer. Pero la realidad es que había comido hace pocas horas.
Los golpes en la puerta empezaron a hacerse más intenso, para el hombre
aquel ruido se le estaba haciendo insoportable. No podía pensar en paz, peo
necesitaba hacerlo, necesitaba pensar con calma, pero el ruido, el olor a
comida que venía de la cocina que le daba ganas de vomitar, sentía como si
por su piel caminaran docenas de bichos, el sudor que otra vez volvía a ser
profuso, y el frío, este frío que lo podía sentir en los huesos, ¿por qué esa
mujer lo miraba horrorizada? Se tocó la cara y se tocó la piel fría. Lo había
intentado, en verdad había intentado crear algo bueno para la humanidad, pero
había fallado. Siguió dando pasos hacia adelante, acercándose hacia la mujer
que retrocedía a su presencia; por ayudar a la hija de esta mujer, por ayudar a
esta mujer, él nunca podría hacer las cosas que tanto deseó y estaba tan cerca
de hacer, por insistir en esta supuesta cura. Era tarde, tan tarde para
arrepentirse, ahora en este momento lo que más deseaba era probar un poco de
su carne, no podía negar que a pesar de las náuseas hacia lo demás, la mujer se
le hacía muy apetecible. Y el pensamiento normal estaba retrocediendo, y los
pensamientos abominables se fortalecían hasta el punto que quien parecía ya
no parecían el de un hombre, sino el de un animal salvaje.
El hombre se acercó a la mujer, y ella tuvo una de las reacciones del
miedo: quedarse casi paralizada, lamentablemente no tuvo la precaución de
tener a su alcance el arma, dejándola distante de ambos. Cuanto lo lamentaba.
El hombre se dispuso a morderla, a probar la suave carne, pero de pronto soltó
el brazo de la mujer, y no fue a consecuencia que ella empezara a pelearle. El
hombre se alejó de ella, y fue hasta el comedor, donde estaba reposando el
arma. Valeria estaba congelada mientras que veía al Doctor empuñar el arma,
algo se sentía distinto, pero no podía decir exactamente que era, el hombre se
dirigió hacia la invitación de la niña, Valeria al percatarse de las intenciones
retomadas de éste, ella intentó detenerlo, pero…
— No –dijo el hombre con una voz que no era la suya, pero era una voz
que ella conocía; era aquel hombre que la había visitado en ese tiempo, era él
que, si ella lo mencionaba con alguien más, creerían que ella necesitaba tratar
su posible esquizofrenia. Él la miró con una mirada que decía que en verdad
lamentaba lo que iba hacer. La mujer no tuvo tiempo de reaccionar, él abrió la
puerta y allí estaba su hija, callada, con la mirada vidriosa y manchada, como
si fuera otra persona y no su dulce niña, la cual se acercó al hombre soltando
un chillido, similar al del de un cerdo, el cual fue interrumpido cuando recibió
un tiro en la cabeza. La sangre salió abundante, manchando la alfombra azul
pálido de la alcoba de la niña, mucha parte de su cabello durado también fue
afectado, convirtiéndose en un rojo carmín.
Otra vez, el mundo para Valeria había caído en pedazos, ahora no le
quedaba nada, su familia estaba destruida, entre más veía el cuerpo sin vida de
su hija, más sentía que aquello no era real, era una horrible pesadilla. Su hija
no… ¿Por qué? ¿Por qué todo tuvo que terminar así? El sonido de un segundo
disparo la hizo sacar de su ensimismamiento, alzó el rostro y vio el cuerpo del
Doctor Peixo en el suelo, con la sangre saliendo de su cabeza, manchando la
entrada a la habitación de su hija y, además, pintando con sus sesos la pared
blanca. Junto al cuerpo se encontraba el hombre de cabello cobrizo, mirándola
a ella con esa mirada que lamentaba como se había desarrollado todo esto.
— ¿Por qué lo hiciste? –dijo ella mientras que las lágrimas furiosas caían
por sus mejillas.
— Fue necesario –dijo el hombre, viéndose agotado- un bien común,
además, tu niña no era la misma, solo era su cuerpo y él –miró al cadáver a sus
pies- deseaba descansar y no convertirse en algo que no era.
Valeria no dijo nada, no podía pensar en una objeción ante eso, solo se
sentía completamente vacía al saber que su hija estaba muerta, quería ir y
tocarla, pero sus piernas no querían responderle, solo estaba allí de pie, con la
inclinación de reposar sobre sus rodillas. La policía derrumbó la puerta al
escuchar el último tiro, la escena ante ellos; una mujer que lloraba con la
mirada perdida, mientras que en el suelo un hombre con un revolver en su
mano estaba sobre un charco de sangre, que cada vez aumentaba más, el olor
era insoportable, lo peor fue cuando se acercaron a la habitación y
descubrieron que allí se encontraba una niña de no más de 12 años, sobre un
charco de sangre formado por otro tiro en la cabeza.
Pasaron los días, Valeria se sentía como si estuviera bajo un fuerte efecto
de las drogas, lo cual era en parte cierto por el tratamiento que estaba
recibiendo por ser testigo de algo tan espeluznante como el asesinato de tu
niña, además del suicidio de su asesino. Pero ella sabía que este gran vacío se
debe al sentir que tu vida ha sido despedazada, y ya no sabes que más hacer,
ya no sabes cómo seguir, era como estar dentro de una burbuja de plástico
llena de humo, estas atrapado, asfixiado y a oscuras.
La policía revisó el móvil del Dr. Peixo, descubrieron allí un diario en el
que relataba ciertas cosas que erizó los pelos de los brazos de los que estaban
involucrados con la investigación de aquella tarde en la que un hombre
reconocido en su campo, había matado a una niña a sangre fría. Algo que los
medios de noticias aprovecharon para explotar, y varios le ofrecieron dinero a
la pobre madre afectada para que se dignara a dar entrevistas. Las cuales ella
no estaba en un estado mental para realizar, pero a pesar del estado de su
mente, Valeria no fue lo suficientemente imprudente para hablar sobre su
amigo que la visitaba o que él fue el que dio aquellos disparos. Ya su vida era
lo suficientemente complicada.
Los días pasaron como si solo su única función fuera marcar los días en el
calendario, estaba bajo medicamento para que pudiera continuar viviendo con
aceptable normalidad, ese era el cometido, pero éste nunca se cumplió. Ella se
sentía muerta en vida, caminaba por la casa cuan anima en pena, no podía
evitar ver ante sí, como si de fantasmas se tratara, a su esposo y su hija riendo
y tranquilos, diciéndole que la extrañaban y deseaban que ella estuviera con
ellos. Ella también lo deseaba, pero no creía que era el momento de irse, lo
deseaba, pero no quería irse de esa forma. Necesitaba salir de la casa, por lo
menos vivir por unos días en otra parte, necesitaba un lugar que no fuera
tocado por los recuerdos. La gente dice que los malos recuerdos lastiman, pero
se les olvida decir que los buenos también pueden hacerlo.
Dejó las pocas pertenencias que había llevado consigo sobre la cama de la
habitación de hotel, una pequeña habitación que podía alterar los nervios de un
claustrofóbico. Pero, aun así, esta pequeña habitación le permitía no
encontrarse de cara con la nostalgia. Se sentó en la cama de hotel, dejó que sus
ojos se posaran en la biblia que había en la mesita de noche junto a la cama,
una mosca se posó sobre este, ¿sería tan malo vivir sin pensar demasiado?
¿Podría algún día no sentirse ahogada por sus propios pensamientos y por lo
que pudieran decir aquellos seres que la veían a la distancia y no se atrevían a
acercarse a ella? ¿Algún día dejaría de sentirse como si ya no pudieran sacar
nada más de ella? Porque así es como se sentía, como una concha vacía desde
que perdió a su hija. Si fuera otro tipo de persona, tal vez… tal vez decidiría
irse al ver que ya no hay nada que la ate a este mundo. No encontraba su
motivo para despertar.
El desayuno que ofrecía aquel lugar le daba que sospechar, dos tostadas de
pan, una de ellas un poco quemada, y un huevo frito entero acompañado con
jugo de naranja, algo muy normal, excepto por un ligero olor a cigarrillo. Se
comió las tostadas, y dejó el huevo en el plato, casi no sintiendo el sabor de la
tostada que tenía partes negras, se tomó el jugo sin percatarse demasiado en el
sabor. Volvió a acostarse en la cama, cerró los ojos, intentando dormir, hasta
que por fin lo logró. A veces sentía que aquel hombre estaba también en
aquella habitación, pero no tenía las fuerzas para levantarse de la cama, abrir
los ojos y comprobarlo. No quería ver a quien había terminado con la vida de
su hija. No quería nada.

Capítulo 9. Entre las sombras


Era de noche y el hombre de cabello cobrizo estaba sentado en la banca de


un parque, si el pudiera sentir se hubiera dado cuentas que aquella noche
estaba fría y para salir era necesario estar muy bien abrigado, pero la cosa era
que él no podía sentir, sentir era algo que tal vez sería un recuerdo, si él
pudiera recordar. Observaba a las personas pasar y deseaba la simplicidad que
veía allí, deseaba saber a dónde pertenecía y quien había sido, pero por el
momento ese pensamiento no era lo que más le preocupaba: Valeria era lo que
más le preocupaba, la tristeza en su semblante del cual era participe en su
causa, él no vio otra opción sobre qué hacer con aquella niña, pensó en otras
posibilidades, pero no las veía como soluciones ante el evidente mal que
caería sobre la mujer que se había convertido en su amiga, cuando escuchó lo
que aquel hombre murmuraba cuando se creía solo en su automóvil al lado de
la carretera, se dio cuenta definitivamente que la niña ya no podía escapar a un
lamentable destino, y que Valeria tenía el riesgo de ser arrastrada en aquella
suerte. No sabía por qué había aparecido en el interior del automóvil de ese
hombre, no se dio cuenta en el momento que salió de este, pero si se dio
cuenta en el momento que ingresó a la casa.
La preocupación de la mujer era tan alta que ni siquiera se dio cuenta de su
presencia, estaba más concentrada en el Doctor que parecía estar alterado, en
el hombre que decía cosas que ella no parecía entender, así que intervino
cuando lo vio adecuado, ni siquiera estaba seguro si podía poseer cuerpos,
pero debía intentarlo. Lo hizo y… y se sintió… frío, aquel hombre por dentro
estaba frío, esperaría que estuviera cálido por ser un ser humano, pero no era
así, al principio sintió un poco de resistencia para manejarlo, pero después de
la rebelión inicial, lo demás fue más sencillo. Lo más difícil fue dispararle a la
niña, matar a un niño es algo de lo cual nadie debería obligarse a hacer,
aunque lo que veía ante sí, era más como un niño que se estaba transformando
en otro tipo de criatura. Se volteó para mirar a la madre de la niña, y ver su
rostro desolado y con lágrimas hizo que algo dentro de él, dentro de ese
cuerpo que poseía se moviera por dentro. Y aunque no lo deseaba, tuvo que
poner el revolver en su sien, ¿podría considerarse esto un crimen?, iba a
obligar alguien con terminar su vida, ¿pero acaso vivir de la forma en la que se
convertiría, era vivir? A veces se tienen que tomar medidas radicales para
evitar daños más grandes. Así que mirando a los ojos de aquella mujer que
tanto apreciaba, tiró del gatillo. Por lo menos ella no tendría el destino de la
niña y el Doctor.
Lo ultimó que escuchó fue el estruendo del disparo, abrió los ojos y no
había nada, era como si estuviera en un inmenso cuarto banco, se miró así
mismo, y sus ropas eran de color marfil, no entendía que era todo aquello.
Levantó su rostro cuando escuchó algo, se vio dentro de un restaurante de
comida rápida, allí estaban sentados frente a él, una joven de cabello negro y
ojos oscuros, la piel tan pálida que era comparable con el color de la leche, al
lado de ella estaba un hombre de piel un tanto bronceada, ojos oscuros y
grandes, casi tan grandes como los de la chica al lado, su cabello era castaño
oscuro, y aunque estuviera sentado, podía intuirse que era alto. El hombre de
pelo cobrizo miró a su derecha, junto a él estaba una joven mujer, su cabello
era corto, castaño, un tanto ondulado, sus ojos eran cafés claros, sus labios era
acolchados, parecían llenos y suaves, su piel era como el color de arna
morena, una piel tan saludable, aunque la joven mujer parecía llevar una
tristeza muy profunda que trataba disimular. Le pareció muy atractiva.
¿Quiénes eran estas personas? Se preguntaba desconcertado mientras
compartía mesa con aquellas tres personas que conversaban, y él no prestaba
atención a la conversación de ellos, no se explicaba por qué estaba teniendo
esta alucinación.
— Jadeen, no seas así –dijo la muchacha de cabello negro, haciendo un
ligero puchero.
— Ah, pero eres una tontita quejosa.
Se paralizó al escuchar aquella voz que respondió. No podía ser, aquella
voz sonaba como la suya, miró hacia su izquierda, allí vio algo que, si él
pudiera respirar, le hubiera detenido la respiración, lo que vio allí, fue así
mismo. Sonriente, era el sonriente mientras que molestaba un poco a la
muchacha pálida, parecía ser que tenían una relación de hermano mayor y
hermana menor ingenua, se reía con energía, parecía alguien muy feliz con su
vida. Jadeen, ese era su nombre, por fin sabía cuál era su nombre, eso le
quitaba un peso que no era del todo consiente que cargaba encima.
De pronto apareció en otro lugar, en la parte trasera de un automóvil, en los
asientos de adelante había otras dos personas que no podía ver bien por la
oscuridad inicial, poco a poco los vio con más claridad...
Una tarde Valeria estaba en su otra casa, no estaba lista para volver a la
casa donde todo había ocurrido, tal vez nunca lo haría. Estaba sentada en un
sofá, tomando una taza de té, tratando de pensar en cosas buenas, para que la
idea del suicidio se viera menos apetecible, estaba en esas hasta que alguien
interrumpió sus pensamientos.
— Hola –dijo el de pelo cobrizo, portando una sonrisa triste en su rostro.
— Hola —respondió ella, sin sentir rabia, pero sintiendo algo que podía
confundirse con apatía, pero sabía que eso era efecto de los medicamentos. A
veces, es mejor casi no sentir que sentir demasiado.
— Vine a despedirme –dijo evitando mirarla a los ojos- recordé que fue lo
que sucedió conmigo. Ellos me dijeron que ya podía avanzar.
— ¿Hacia dónde? —dijo ella suavemente.
— No lo sé. No me dijeron. Pero espero que sea algo bueno.
— También lo espero. No te odio. –dijo para después quedarse varios
segundos pensando cómo articular las palabras— ¿Qué fue lo que sucedió
contigo?
Él se quedó en silencio, recordó nuevamente como había intentado abusar
de una mujer, que por más que lo intentara, no podía recordar su nombre, pero
la letra K parecía estar relacionada en el nombre que desconocía. Recordó los
ojos llorosos de ella, eran cafés, su mirada de desilusión era algo que no sabía
cómo pudo haber olvidado. Esa mirada le mortificaba. Entre las cosas que
recordó fue como un hombre muy blanco, mejor dicho, muy pálido y de
cabello negro le mordió, le abrió la garganta aún más con ayuda de sus dedos
y empezó a beber de su sangre. Nunca imaginó que aquella fue la forma en
que murió. Recordó muy bien aquel dolor y miedo que sintió antes de que
cesara de respirar.
— No fue agradable —se limitó a decir. No quería dar detalles sobre ello.
— Por favor, —dijo de pronto, como si se acordara que no podía irse sino lo
decía —. No vayas a terminar con tu vida. Si tanto amas a tu familia, vive la
vida que ellos no tuvieron la oportunidad de seguir disfrutando. Ni la vida es
eterna, ni el intenso dolor que sientes en este momento lo es. Recuérdalo.
Valeria lo miró fijamente, todo lo que podía a pesar del efecto de los
medicamentos, asintió con la cabeza y le sonrió.
— Gracias — dijo ella, en tanto dejaba la taza de té a un lado, para después
levantarse del sofá y dirigirse hacia el hombre allí de pie. Quedando frente a
él.
— Te deseo una feliz vida —dijo antes de desaparecer como si fuera una
neblina esparcida por el viento.
Valeria se sintió un poco en paz consigo misma, fue a la alcoba donde
dormía, abrió uno de los cajones y observó la cuerda que allí tenía guardada,
ahora solo la veía nada más como una guarda, más tarde pensaría en que más
de provecho utilizarla. Cerró el cajón, abrió la ventana iluminando un poco la
alcoba, era una tarde despejada, dentro de unas horas anochecería, y aquello
estaba bien para ella. Cerró los ojos y respiró profundamente, sintiendo como
el aire llenaba sus pulmones, la brisa chocaba contra su rostro y movía sus
castaños cabello. En aquel momento se sentía agradecida por sentir las
pequeñas cosas de la vida. Era una bonita tarde y más agradables días
llegarían, sonrió, cerrando los ojos, recordando a su esposo y a su hija,
recordando los buenos momentos con ellos.
Pasó una semana días y Valeria había puesto en arriendo sus dos casas,
sabía que nunca podría volver a habitar la casa en donde había muerto su hija.
No se tiene la fuerza suficiente para enfrentar diariamente algo así. Por ello
vivía en un pequeño apartamento con una vieja conocida, cada una tenía que
pagar la mitad del arriendo. Era bueno tener compañía y no vivir sola con los
recuerdos de su familia y aquel visitante de cabello cobrizo. Ella sabía que
vivir en el mundo de los recuerdos te alejaba del mundo de los vivos.
Estaba en el parque que quedaba cerca de donde vivía, era un buen día
despejado y los niños jugaban entre ellos mientras que alguno de los padres u
otro cuidador los observaba, sentada en una banqueta no podía evitar recordar
cuando su propia hija tenía aquella edad, la edad de la inocencia donde creen
que todo va a estar bien, a menos que hayas sido un mal padre. Sacó de su
mochila color celeste una de las novelas que pertenecía a su hija, continuó su
lectura en la página 43, le hacía gracia cada vez que encontraba algunas
palabras subrayadas y comentarios en lapicero naranja. Una de las pruebas que
su hija había pasado por este mundo. De pronto vio de espaldas a un hombre
alto de cabello cobrizo, y por un momento, tan solo por un momento, pensó
que podría ser él, pero esa pequeña esperanza fue sacudida cuando el hombre
se dio la vuelta con su pequeño hijo en brazos. A pesar de saber que aquello
era ilógico, no pudo evitar sentirse decepcionada.
Estaba tranquila leyendo una parte que se suponía era de conflicto, cuando
de pronto sintió como un viento intenso le movía mechones de pelo, ella en
aquel momento sintió algo extraño, como que alguien con mucha suavidad le
habló, pero sin utilizar su voz, y como si lo viera frente a sus ojos vio el
cabello rubio de su hija ondeándose frente a ella, para después desaparecer
mientras que veía como agitada un poco su pequeña mano como señal de
despedida, sin ninguna muestra de estar sufriendo, por el contrario, parecía
tranquila y contenta.
Valeria abrazó el libro contra su pecho, con más fuerza de la necesaria y se
permitió que las lágrimas escurrieran por su rostro, era una mezcla de
emociones, y entre las emociones estaba la alegría.

Epilogo

Las cicatrices no desaparecen en totalidad con el tiempo, pero por lo


menos se difumina en algo el dolor emocional. Pasó casi dos años antes de que
ella conociera a otro hombre con el cual sintió lo que podría llamarse
conexión, un «clic» cuando creía que era imposible volver a comenzar una
relación romántica con alguien más después de todo lo ocurrido; lo conoció
cuando estaba haciendo voluntariado en la escuela del sector donde vivía
actualmente, empezaron a conversar y a darse cuenta que tenían varias cosas
en común, por ejemplo; ambos estaban prácticamente solos y no tenían con
quien hablar a profundidad de ciertas cosas, él le dijo que en su momento le
contaría cuales eran las cosas de las cuales no podía hablar. Él era alguien que
no le recordaba en nada a su esposo, ni en personalidad, ya que su esposo era
tranquilo y aquel nuevo hombre se le podía culpar de poseer mucha energía, ni
físicamente, ya que su esposo era pálido, rubio, de ojos azules y estatura
media, aunque que este hombre era de similar estatura, su piel era
mediterránea, cabello negro, ojos cafés con un tinte rojizo. Pero aun así se le
hacía extrañamente familiar, no podía explicar esa sensación de déjà vu, ya
que no recordaba haber visto su rostro en algún otro lugar.
En la segunda vez que fueron a cenar a un restaurante que a él le gustaba
como preparaban la ensalada de zanahoria con fruta, la estaban pasando bien,
comiendo en un silencio agradable, escuchándose a lo lejos los cubiertos y las
conversaciones de los otros comensales. Cuando ambos habían terminado de
comer, ella lo miró y le sonrió satisfecha y le sonrió y la miró con tal
intensidad que le hizo estremecer, nunca la había mirado así antes, pero ya
había sentido aquella mirada antes y no pudo evitar recordar a ese
hombre/fantasma que la visitaba cuando ella estaba en esos momentos tan
difíciles con su hija. El hombre que estaba sentado frente a ella, suavizó su
mirada y su sonrisa y con voz tranquila le dijo algo que la hizo estremecer
mucho más, tanto que ella pensó en levantarse de su asiento y salir del
restaurante para poder calmar su mente o tirarse un vaso de agua en la cara
para comprobar que no estaba soñando, pero a pesar de esa palabra que él dijo,
ella prefirió quedarse allí sentada hasta que sus sentidos volvieran a la
normalidad, ya que las experiencias que había obtenido los últimos años, le
habían enseñado a permanecer un poco más en calma.
— Si quieres... — dijo él mostrándose en el momento un poco inseguro al
desviar su mirada, para después pensarlo mejor y verla a los ojos, con algo que
parecía expectativa –desde ahora puedes llamarme... Jadeen.

FIN

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