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Flores para despertar

Bonnie Drake

Las relaciones entre Anne y Mitch eran muy particulares. Cuando se conocieron,
ambos necesitaban calor humano y comprensión, y se apoyaron mutuamente. Pero
ninguno de los dos quería comprometerse, por lo que trazaron un plan. Se verían sólo
durante las vacaciones, en un lugar aislado. Ninguno sabría quién era el otro, ni
siquiera cuál era su apellido.
Pero Anne pronto se dio cuenta de que necesitaba algo más, cada vez se le hacía más
insoportable no saber nada sobre el hombre que amaba... y Mitch se negaba
obstinadamente a aclarar sus dudas. ¿Quién era él? ¿Cuáles eran los secretos que con
tanto celo ocultaba?

FLORES PARA DESPERTAR (1984)


Titulo original: Lilac awakening (1982)
Traductor: Claudia Gandolfo
Editorial: Vergara
Sello / Colección: Violena Serie Oro 36
Protagonistas: Mitch y Anne Boulton
ISBN: 9789501502671
Bonnie Drake Flores para despertar

Capítulo 1

El anochecer era el último recurso que ofrecía la naturaleza para ocultar


su propio esplendor. Durante gran parte de la tarde en la campiña de
Vermont, las nubes oscuras que asomaban entre los picos de los árboles, se
habían agrupado, alejado y vuelto a reunir en un arabesco que se unía a la
belleza del paisaje. El poder de la tierra había sido establecido sutilmente a
través de toda la eternidad por el porte orgulloso del pino en la colina y el
correr libre del río que cruzaba el valle. La oscuridad era la protección
provisional de esta belleza natural que Anne Boulton había dejado atrás al
escapar de la ciudad.
El último verano había sido agobiante en Nueva York. Anne no recordaba
un verano tan caluroso como aquél. Además, sus amigos y parientes no la
habían dejado en paz invitándola a salir, cuando todo lo que quería era pasar
una tarde sola; la llevaban a pasar un fin de semana en compañía cuando lo
que le apetecía era un buen libro y soledad. En fin, lo único que deseaba era a
Jeff, pero él no estaba.
La leña de la chimenea era la única fuente de luz cuyas llamas
chisporroteaban delante de sus ojos, hipnotizándola. Ya que esa primera tarde
en el retiro de la cima de la colina parecía un presagio de la paz que buscaba
ávidamente, se decidió a alquilar la casa por una semana. Allí tendría tiempo
para leer, para andar, para trabajar y, lo más importante, tiempo para pensar.
Esto último tenía prioridad en la mente de Anne.
Vermont a fines de septiembre parecía brindar la oportunidad ideal para
un examen de conciencia. Esperaba mañanas nubosas y tardes doradas,
manzanas maduras, ciervos, ardillas y aire de la montaña, la cual era el
remedio adecuado para su enfermedad.
La casita cumplía con todo lo que el empleado de la inmobiliaria había
prometido. Las sacudidas del coche sobre los baches del camino que ascendía
empinado, tuvieron una recompensa al llegar al final y comprobar que la casa
era adorable. Ésta estaba situada en medio de arces gigantes y abetos que
parecían torres que delimitaban el camino, el campo y el paisaje:
Por dentro, el chalet era tan pequeño como grandioso su exterior. La sala
de estar con chimenea, delante; la cocina, el dormitorio y el baño atrás. Una
escalera estrecha en el lado más alejado llevaba al desván donde Anne dejó

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todo lo innecesario. La decoración funcional y confortable era muy distinta de


la de su apartamento en Nueva York, más elegante. Este contraste le gustaba.
Este era un lugar neutro, un sitio con pocos lujos y aún menos recuerdos
donde podría tan sólo descansar y disfrutar. El último día había sido agotador:
desde una mañana ocupada en diligencias de último momento hasta el tener
que pasar toda la tarde conduciendo.
Al mirarse en el espejo que había sobre la chimenea vio a una Anne
fatigada a la que le faltaba vigor desde hacía varias semanas. Entonces se
acordó de la cena que había tenido con sus padres el fin de semana anterior.
—No entiendo —había dicho su madre tratando de razonar con ella—.
¿Por qué sientes la necesidad de irte así, sola? Nos esforzamos tanto por hacer
las cosas de la mejor manera. ¿En qué te hemos fallado?
Para borrar la mirada de sufrimiento que cruzó el semblante de su madre,
Anne forzó una sonrisa.
—En nada, por supuesto. Simplemente deseo salir de la ciudad un
tiempo. Necesito aire libre y color en las mejillas.
—Realmente te vendrá bien —dijo su padre. Alto y distinguido, su
contextura robusta disimulaba sus casi sesenta años. De él había heredado
Anne el cabello y los ojos oscuros, aunque la figura esbelta era la de su
madre—. Nos gustaría que te reunieras con nosotros en la costa dentro de unas
semanas. ¿Podrías pensarlo nuevamente y esperar hasta entonces?
Anne movió la cabeza lentamente.
—El momento es éste; ya lo he arreglado todo y he pagado el alquiler.
—Pero querida, antes no te gustaba viajar sola como ahora. ¿No sería
mejor que fuera alguien contigo? Si yo no tuviera el almuerzo de Caridad este
miércoles, te acompañaría. Necesitas a alguien, Anne.
Una vez más, la expresión dolorida de su madre la lastimó. Sus padres
habían sufrido casi tanto como ella al tener que soportar y ver cómo
inevitablemente, la vida de su hija mayor se apartaba de ellos.
—En realidad no tengo alternativa, ¿no mamá? Creo que siempre tuve
más suerte que otras para tener alguien con quien estar. Primero Peggy, luego
mis compañeras de cuarto del colegio, luego... luego Jeff.
Bajando los ojos, su voz se quebró al final. Las lágrimas se habían acabado
hacía mucho tiempo, aunque persistía ese ahogo en su voz.
Marjorie Faulke habló rápidamente, aferrándose a la última esperanza.

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—¿Por qué no llamas a Peggy, querida? No empezará las clases hasta


dentro de unas semanas. Estoy segura de que le gustará hacer el viaje contigo.
—No, mamá. Peggy es maravillosa. No podría pedir nada mejor como
hermana. Pero ella tiene su propia vida, amigos propios, como debe ser. No es
su trabajo cuidar de la hermana mayor. No, realmente prefiero ir sola. Después
de todo, es mejor que me acostumbre.
La tristeza, aunque lamentable, era inevitable. Era un sentimiento que la
había perseguido inexorablemente durante los últimos ocho meses.
Desgraciadamente, la única cura para la dolencia surgiría del Juzgado, pero el
proceso tardaría algunos meses más en resolverse.
Durante un largo rato, el silencio se hizo en la mesa. Nadie parecía
advertir la vajilla elegante y las exquisiteces gastronómicas que llenaban los
platos. Debía ser una animada reunión familiar, sin embargo, por algún sitio,
el círculo empezaba a romperse. En cierta forma Anne había comenzado ya a
separarse para vivir un futuro nuevo. El viaje a Vermont era el primer paso.
El golpeteo de las gotas de lluvia, volvió a la realidad a Anne. Se puso en
pie, estirando las piernas, descalza, y luego se fue tranquilamente hacia la
ventana que daba a la calle. Se había protegido del frío de la tarde cerrando las
ventanas más temprano. Parada como estaba con las manos en las caderas, los
ojos fijos delante de ella, no podía ver nada, nada más que la oscuridad de la
noche... y el reflejo de su propia cara.
No era necesario que sus amigos le dijeran que estaba delgada y pálida
pese a su belleza innata. Sus mejillas, que alguna vez habían tenido un color
cálido, parecían níveas, hundidas por la pérdida de peso que había hecho
desaparecer las curvas del cuerpo que Jeff tanto había amado. Sus labios, antes
distendidos en una perpetua sonrisa, se mostraban cada vez más
frecuentemente delgados y severos. Sus ojos, una vez llenos de felicidad,
hablaban de la soledad que había llegado a su alma. El cabello, que había
ondulado libremente, meneándose de hombro a hombro mientras caminaba,
caía ahora sujeto con firmeza con una cinta de terciopelo negro, perdiéndose
en la lana del suéter oscuro de cuello alto. Esta apariencia fantasmagórica
debería desaparecer también si quería lograr el cambio en su corazón que el
sentido común le sugería.
Después del desastre del enero anterior, Anne se había sentido tan
aturdida que hasta después de unas semanas no tuvo la fuerza suficiente como
para pensar en el futuro. El futuro sin Jeff: este pensamiento era aún extraño
para ella. Habían estado casados siete años aunque parecía mucho más. Anne
era estudiante cuando lo conoció mientras estudiaba en Francia un verano.
Había sido uno de los pocos americanos que había visto durante los tres meses

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que había estado viviendo con una familia, en un pueblito al oeste de Limoges.
El medio de transporte había sido una bicicleta; el medio de comunicación,
una sonrisa brillante, hasta que descubrió que ella hablaba inglés. Desde ese
momento, fueron inseparables y él acomodó su plan de viaje para que
coincidiera con el de ella.
Cuando volvieron a los Estados Unidos a fines de agosto, la amistad se
había transformado en verdadero amor. También era de Nueva York y la casa
de su familia quedaba a una hora de la suya. En enero, ella pasó del colegio a
una universidad del Oeste; se casaron el verano siguiente. Había sólo dos años
de diferencia entre ellos, por lo que crecieron juntos, y pasaron los años de
idealismo del colegio con tierna camaradería, más que amor. Ambos
provenían de familias en situación acomodada que los ayudaron
económicamente hasta que lograron independizarse. Pero el dinero no había
importado, ni siquiera cuando lo obtenían del éxito creciente de Jeff como ase-
sor de inversiones. Por el contrario, siempre habían sido Jeff y Anne, Anne y
Jeff. Ahora, súbitamente, era Anne... sola.
Cuando el aturdimiento comenzó a desaparecer se obligó a analizar su
situación. Tenía una casa: un piso hermoso, totalmente amueblado, decorado
con estilo, completamente equipado y amplio. Tenía dinero suficiente como
para vivir en él cómodamente, con un capital que sobraría para invertir una
vez que todos los papeles estuvieran arreglados. Tenía amigos. Tenía una
familia. Tenía automóvil propio. Y tenía trabajo.
Como hablaba con fluidez tanto español como francés, Anne había
trabajado como intérprete la mayor parte del tiempo que estuvieron casados.
Al principio, el dinero había sido una ayuda importante en sus ingresos; más
tarde perdió importancia. Pero le gustaba su trabajo y al no tener otras
responsabilidades que la retuvieran en casa, llenaba las horas en que Jeff
estaba en la oficina. Era ideal. Si planeaban hacer un viaje, trabajaba menos, el
tiempo necesario. Si Jeff tenía que hacer un viaje de negocios y no podía
acompañarlo trabajaba más para mantenerse aún más ocupada hasta que
volviera.
Más de una vez, durante los largos meses de recuperación de la pérdida,
su mente la había torturado con una angustia enfermiza. ¿Qué habría pasado
si hubiera estado con él en ese último viaje fatal? Quizás estarían todavía
juntos.
Pero no era así. Estaba sola. Poco a poco fue cogiendo más trabajo,
introduciéndose además en la tarea de traducir libros de texto para varias de
las universidades del lugar. Había más flexibilidad en la traducción, lo que no
sucedía con la interpretación, en que debía estar personalmente en un lugar

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determinado, con fecha y hora precisas. Una vez que recogía el trabajo a
realizar podía organizarlo a su manera, cómodamente recluida en su
apartamento. Felizmente, había una montaña de trabajo de este tipo para
escoger. Parecía que su habilidad, disponibilidad, competencia y velocidad
para entregar los encargos, la hacían muy solicitada.
Algunas veces, reflexionando acerca de los profesores que le daban el
trabajo, Anne había llegado a la conclusión de que su estado civil alterado
recientemente era el responsable de la deferencia que tenían estos intelectuales
jóvenes y atractivos hacia ella. Y aunque apreciaba profundamente la tarea y se
esforzaba por ser cortés con todos, rechazaba instantáneamente cada uno de
los intentos de acercamiento, disimulado o no. Le molestaba, hasta la enojaba,
que los hombres pensaran que ella pudiera o quisiera salir después del mo-
mento por el que había pasado.
«Quizá los hombres lleven las cosas de un modo diferente», se había
dicho en un intento de explicar y perdonar su insensibilidad. Ella no tenía
ganas de salir. Los recuerdos de Jeff estaban muy próximos, muy reales, muy
queridos como para permitirle pensar en compartir con otro hombre lo que
había vivido con él. Con el tiempo, los recuerdos tendrían otro lugar en su
mente y podría buscar compañía masculina nuevamente. Por ahora el
pensamiento resultaba molesto e inapropiado. Abrirse otra vez al amor con el
dolor que implicaba le llevaría mucho tiempo.
Quizá éste era otro motivo por el que intentaba alejarse. Allí tendría que
acabar con mucho trabajo atrasado y no cabía la posibilidad de que encontrase
ningún hombre.
En la chimenea, el repentino desmenuzamiento de un leño encendido la
deslumbró. Girando sin rumbo con los ojos ensanchados por el temor, le llevó
un momento tranquilizarse después de estar tan profundamente ensimismada
en sueños melancólicos. Incluso entonces, los puños cerrados no sintieron la
presión de las uñas contra las palmas de las manos hasta que despertaron al
dolor. «Esto también deberá cambiar», murmuró. Lentamente, extendió cada
dedo examinando las uñas que después de meses de estar cortas y carcomidas,
habían crecido, dando elegancia a sus dedos, largos y delgados como sus
manos. Entonces, el fuego se hizo escuchar otra vez, pidiendo ser realimentado
con un chisporroteo que llenaba la habitación. Se arrodilló delante de la piedra
caliente, tomó un pedazo de leña seca y partida de la gran canasta de la
madera y la puso cuidadosamente sobre las brasas. Miraba con satisfacción
cómo ardía, prisionera en la chimenea, con llamaradas traviesas. Era un presa-
gio, prometió, mientras recogía el libro del suelo, se ponía las gafas y volvía a
instalarse entre los anchos brazos del sillón.

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Tenía un amigo en su regazo. Siempre había sido una lectora ávida, la


literatura le había otorgado placer cuando todo lo demás no conseguía
tranquilizarla. Había descubierto que el libro tiene muchas ventajas sobre la
especie humana como amigo: estar allí cuando se lo necesitaba, desaparecer
fácilmente y nunca formular preguntas, ni esperar respuestas ingeniosas, ni
hacer sugerencias embarazosas ni, por el contrario, lamentarse de la propia
incapacidad para solucionar los errores del mundo. Sí, los libros le darían la
compañía que necesitaba.
Para comenzar, cogió una biografía que había sacado del paquete de
libros que estaba con su equipaje en el dormitorio. Decidida, lo abrió con
movimientos parsimoniosos... sólo para quedar atrapada inevitablemente una
vez más en el mundo del que trataba de escapar con desesperación. Había una
inscripción en la portada interior del libro que no había visto antes y que trajo
a su mente una tormenta de recuerdos. Para mi cuñada favorita. Que paséis unas
bonitas vacaciones. Te aseguro que pasarás una semana con nosotros cuando vuelvas.
Mary Ellen.
Desde el principio, la familia de Jeff la había adorado abiertamente,
insistiendo con una sonrisa en que fuera lo que fuese lo que ocurriera con su
matrimonio, ellos le echarían la culpa a Jeff. Fieles a ese sentimiento, habían
permanecido junto a Anne hasta el momento en que finalmente decidió
declarar su independencia. Sólo entonces, y a regañadientes, se habían
apartado.
Sus padres habían persistido aún más, presionándola para que dejara el
apartamento y se mudara con ellos a casa. Pero ella se había negado porque
aunque sabía que el piso estaba aún lleno de recuerdos del pasado sería mejor
que la casa de Westchester donde había pasado su infancia. El regreso habría
sido como admitir que había fracasado; que no era capaz de ser feliz como lo
eran sus padres.
Sonrió acordándose de su infancia. ¡Qué feliz había sido! Incluso durante
la adolescencia, época en la que ella era, según decían un patito feo. Oh, sus
padres no estaban de acuerdo, pero el espejo no podía mentir. Felizmente, el
patito feo se había transformado en cisne bastante antes del baile de la escuela.
A partir de entonces había seguido prosperando académica, social y
emocionalmente. En suma, nada en sus veintisiete primeros y rosados años la
había preparado ni remotamente para el dolor que la esperaba al iniciar los
veintiocho.
Súbitamente transportada al presente por una sensación de hambre, cerró
el libro sin leerlo con un golpe resignado y se dirigió a la cocina, encendiendo
solamente las luces que le eran indispensables para permitirle mezclar una lata

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de atún con ensalada, poner una cafetera y hacer dos tostadas de pan de
centeno. Luego, con el plato de emparedados en una mano y la taza de café en
la otra, volvió sobre sus pasos, apagando las luces detrás de ella hábilmente
con el codo.
El hambre que sentía la sorprendió. Terminó la cena con calma y volvió al
sillón, mientras la taza calentaba sus manos igual que el fuego los dedos de sus
pies que se meneaban alegremente delante de las llamas danzarinas. De
pronto, una sensación de sentirse viva surgió y luego ardió dentro de ella,
aparentemente ansiosa de compensar los meses de ensueño en que había sido
insensible a cosas tales como el rico aroma del café o sentir descalza la
suavidad de la alfombra. Ahora, algo en su cuerpo renacía. Sus sentidos pare-
cían haberse liberado de las restricciones que ella misma se había impuesto en
la casa en la que vivía con Jeff. La casa que llevaba «su» sello en cada sofá,
cada silla, tetera, almohada, sábana y toalla. Pero lo había amado tan
profundamente que nunca habría deseado hacer que su recuerdo
desapareciera. Vivir con ese recuerdo pero sin él, ése era el desafío.
Subiendo las gafas aún más sobre el puente de la nariz, bajó la vista para
dedicarse a la biografía. No, quizá no fuera ésta una noche para una biografía.
Suspiró al levantarse y volver al dormitorio a buscar otro libro. Un libro de
misterio o una novela: la elección era bastante simple. Tal vez le gustara una
novela más adelante, el misterio ahora le atraía.
Empezó a leer, perdiendo su propia identidad para transformarse en la
heroína de libro. Apenas se dio cuenta de que la lluvia se había hecho más
intensa, golpeando con fuerza creciente ahora contra el techo y los cristales de
la ventana. Era una sinfonía de fondo adecuada para la historia de una joven
desamparada en una cabaña en la espesura del bosque, en una situación no
demasiado diferente a la suya. Anne se estremeció ante la comparación,
pensando seriamente en elegir la novela después de todo, pero le fue imposi-
ble dejar de leer la obra escrita hábilmente. Se movió en su asiento para
arrellanarse más profundamente en el almohadón del sillón y se abandonó al
desarrollo intrincado de la lectura.
Durante una o quizá dos horas estuvo leyendo, deteniéndose sólo una vez
para llenar nuevamente la taza de café. El reloj pulsera de oro indicaba que
eran las once de la noche, mas pese al día largo y agotador, su mente estaba
totalmente despierta con la excitación de los acontecimientos que relataba la
historia.
De capítulo en capítulo la intriga crecía. Alguien estaba detrás de la
protagonista; no, «algo» estaba detrás de ella, por lo menos ese le parecía por
las extrañas huellas de pies o patas, señaladas en la nieve invernal. El terror

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aumentaba lentamente; la mujer estaba atrapada, perseguida, condenada.


Inútilmente al finalizar el capítulo siete y cuando empezaba el octavo,
planeaba su lucha con una desventaja aparentemente insuperable. Luego, para
complicar aún más una ya desesperada situación, se agregó la tormenta.
Vientos de alta velocidad, nieve enceguecedora, bajísimas temperaturas; todo
conspiraba para mantenerla en las garras de la bestia salvaje que la acechaba.
Con un ruido sordo, Anne puso el libro dando la vuelta sobre su regazo
mientras su corazón latía aceleradamente. « ¡Dios mío!», se dijo lamentándose.
« ¡Este libro es realmente horroroso!» Si lo hubiera empezado la semana
anterior o la noche anterior, rodeada del lujo civilizado de su apartamento
neoyorquino no se habría detenido a pensar en el tema. Pero aquí estaba sola,
lejos de todo lo conocido, con el pueblo más cercano a más de cuatro
kilómetros de camino peligroso y con una lluvia torrencial.
Apresuradamente, agregó otros dos leños al fuego, con una ansiedad
desesperada tanto por dejar ese libro alucinante como por terminar de leerlo,
porque sabía que no podría dormirse hasta haber acabado con la última
página que resolvía la incógnita. Temblándole las manos cogió nuevamente el
libro mientras otro rugido de trueno la ensordecía haciendo vibrar la casa.
Repentinamente, todo el nerviosismo de Anne desapareció. Junto al trueno, se
escuchó otro ruido, más humano, por lo tanto más amenazador que alertó su
conciencia. Era el ruido de un automóvil que se aproximaba directamente
desde lejos, que se hacía cada vez más cercano y potente, lo suficiente como
para que pudiera oírse a pesar de la tormenta.
Arrellanándose en el sillón, Anne temblaba. El empleado de la
inmobiliaria no le había advertido sobre la presencia de visitantes. ¿Quién
podría estar allí, a esa hora? Con una mirada rápida, los ojos atemorizados
vieron la hora: las doce y veinticinco. Realmente pasaba la hora de visita
habitual incluso para una gran ciudad, lo que no era el caso. Quizá la tormenta
había originado algún percance y algún paisano se acercaba para advertírselo.
Quizás alguien se había perdido. Quizás... quizás...
Ninguna explicación en el mundo podría haber negado los golpes
furiosos que comenzaron a oírse en la puerta. Si hubiera sido una llamada
amable, Anne habría tenido el valor de contestar. Pero como la ira se
evidenciaba en cada sonido, se inhibía cada vez más. De todas maneras,
recordó que la puerta estaba cerrada con llave, aunque deseó fervientemente
tener el cerrojo de seguridad que tenía en Nueva York.
—¡Abra! ¡Aquí afuera llueve mucho! ¡Abra esta maldita puerta!

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Frente a tamaña agresividad, toda la cortesía de Anne se esfumó. Esta era


«su» casa durante esa semana y tenía consigo la documentación que lo
demostraba.
Además del relato, que había hecho acelerar su pulso, la llegada del
extraño le había producido un nudo en el estómago que no desapareció ni
siquiera después de algunas inspiraciones largas y profundas.
—¡Venga, quienquiera que sea! ¡Abra esta puerta! Me estoy mojando cada
vez más y no puedo encontrar mi llave.
¿«Su» llave? Creía que ella tenía la única llave del lugar. ¿Se habría
olvidado el corredor de bienes raíces de decirle algo?
Sintiéndose culpable por estar abrigada y seca y recriminándose por la
desconfianza que era más apropiada para la jungla de cemento de la ciudad,
tratando de olvidar la cantidad de imágenes que le había despertado la
reciente lectura y dominando la indignación que despertaba en ella la visita
inesperada, se acercó a la puerta lentamente.
—¿Quién es? —gritó, apoyando la frente contra el roble.
—Soy Mitch. ¡Maldito sea! ¡Abra la puerta! —una mano impaciente movió
el picaporte desde el exterior.
—No conozco a ningún Mitch. ¿Qué quiere?
El gruñido que le respondió fue amenazador.
—Sólo quiero secarme. ¡Por el amor de Dios, abra de una vez! De verdad
que tengo llave, pero si tengo que revisar todo el equipaje para encontraría, me
volveré más loco que nunca antes de entrar en la casa.
Suponiendo que le creyera, él tenía razón. Si era simplemente una
cuestión de tiempo que encontrara la llave y abriera la puerta por sí mismo,
podría evitarle el esfuerzo y simultáneamente calmar su enojo. Vacilando,
alcanzó el picaporte y abrió la puerta lentamente unos centímetros, haciendo
peso con su cuerpo sobre ella para cerrarla en el caso de que no le agradara lo
que había afuera.
Sin advertirla, un peso mayor se abalanzó sobre ella desplazándola hacia
la habitación. Sorprendida por la fuerza inesperada y reprochándose su
inocencia, Anne perdió el equilibrio y cayó sentada en el suelo dándose un
porrazo. Desde esta posición vio cómo entraba un hombre enorme, que
chorreaba agua salvajemente, tirando a un lado siete bolsas antes de dar un
portazo y quedar apoyado sobre la madera.

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El fuego languidecía, pero permitía ver las facciones del huésped que
mostraba las mandíbulas tensas, la boca en una mueca despectiva y los ojos
profundos e impenetrables.
—¡Eres una estúpida! ¿Por qué has tardado tanto? ¡No puedes ver cómo
está el tiempo! —los truenos del exterior no eran nada comparados con el de
su voz—. Además, ¿quién te envió aquí? ¿Fue Joe?
Sus ojos se contrajeron maliciosamente al tiempo que escudriñaba sus
formas con una insolencia que la turbó.
—No, debe haber sido Lennie. Él siempre las prefiere del tipo huesudo y
de pecho chato.
Aun en la oscuridad la mirada insistente sobre su cuerpo tendido era
humillante y el asombro por el repentino giro de los acontecimientos, la dejó
sin habla. Era un monólogo que él parecía tener intención de terminar.
— ¿Qué? ¿No hay rechazos? ¿Ni protestas recatadas?
Mientras hablaba, con la mano derecha se desabrochó los botones de la
chaqueta de lana. Se quitó el abrigo empapado y lo dejó caer sobre una silla
vacía. Era una figura imponente, que irónicamente vestía igual que ella: con
pantalones cómodos y ceñidos y un suéter oscuro de cuello alto. Para su
desesperación, se adelantó un paso, luego dos, hasta quedar directamente
sobre ella, con las manos en las caderas y las piernas separadas.
—Bien. ¿No tienes nada que decir? ¿O vas a quedarte simplemente ahí,
desamparada y sugerente?
La sugerencia la indignó. Anne encontró finalmente las palabras.
—Usted no debería estar aquí. ¡Váyase!
Una risa burlona se escuchó a través de los sonidos de la tormenta.
—Ah, ¿así que con segundas intenciones, no? ¿Renuncias tan pronto a tu
trabajito?
—Creo que aquí ha habido un error...
—¡Ya lo creo! No sé quién eres, pero no te quiero ni a ti ni a ninguna otra
mujer aquí. Así que sugiero que tomes tu pequeño esqueleto y lo saques de
aquí.
—¡No lo haré! —estalló, mientras se alejaba del hombre.
En un ágil y súbito movimiento se arrodilló ante ella, inmovilizándola con
sus rodillas.
—¿Qué has dicho?

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—He dicho que no me iré. Me quedaré aquí toda esta semana. Si hay
alguien que tiene que irse es usted. ¡Ahora!
Para su descontento, la orden tuvo el efecto contrario sobre el hombre.
Con determinación, se adelantó apoyando todo el peso de su cuerpo en la
mano derecha que se movió sobre el suelo duro hasta quedar a pocos
milímetros de su cadera.
—¿Así que éste es un nuevo estilo de juego? —se burló.
—No sé de qué está hablando. Esto no es un juego.
Fue un susurro que expiró cuando su cara se aproximó aún más a la de
ella. Delineados por el anaranjado pálido del fuego sólo podían verse sus
labios firmes y bien formados que se distendían en una mueca perversa. Todo
el resto se desdibujaba en la violencia de la tormenta, la oscuridad de la
habitación y el terror súbito que la invadió. Los ojos del hombre se contrajeron
ante sus labios trémulos, demostrando por un instante sus intenciones.
—¿No es un juego? —se hizo eco de sus palabras mientras ella luchaba
por zafarse de la presión de sus piernas.
Entonces, con la gracia de una atleta y la fuerza de un león apretó su
cuerpo contra el de ella, hundiéndola casi en el piso frío. El pánico se apoderó
de ella.
—¡Déjeme! ¡Aléjese de mí! —inútilmente presionó con los puños sobre sus
hombros para arrancarlo de sí.
El peso del cuerpo era enorme y le quitaba el aliento que necesitaba para
gritar. Jadeando, continuó forcejeando mientras sus labios se acercaban
inexorablemente a los de ella.
—No... —murmuró, meneando la cabeza de lado a lado.
— ¿No es un juego, has dicho? —Susurró junto a su boca—. ¡Eso lo
veremos!
Con decisión, sus labios abarcaron los de la mujer callando su derrota con
una firmeza que le hizo mantener la cabeza contra las placas de roble del
suelo.
Anne luchó desesperadamente mientras se retorcía debajo de él. En un
movimiento que le pareció increíble, el desconocido cogió en la mano derecha
las dos suyas y las sujetó contra el suelo sobre la cabeza. Sólo entonces se
separaron sus labios. Ahora no eran las gotas de lluvia las que desdibujaban su
imagen, sino las lágrimas que bañaban sus ojos.

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Los segundos pasaban mientras trataba de recobrar el aliento. Durante


todo el tiempo, la estuvo observando. Reinaba la calma cuando habló, aunque
no pudo disimular el cinismo en su voz.
—¿Qué es esto? ¿Lágrimas? Oh, esto no forma parte del plan de juego.
Intentando incorporarse, su mano estrechó las de ella obligándolas a
soportar todo el peso de su cuerpo. Gritó de dolor cuando él anillo de casada
se le incrustó en los dedos.
Extrañamente, fue esta expresión de dolor lo que lo conmovió y no el
pánico previo. Aprovechó el momento de libertad en que volvió a sentarse
sobre sus pies, para retroceder a gatas y correr hacia la chimenea.
Instintivamente, cogió un atizador de hierro pesado que estaba apoyado
contra la pared.
—¡No se me acerque! —advirtió con un tono de voz alto e irreconocible.
La amenaza surtió efecto. El hombre arrodillado como lo había dejado, no
movió un solo músculo.
Notando su estado de terror, el hombre se puso de pie lentamente con las
palmas abiertas a ambos lados.
—Tranquilícese, mujer. No le haré daño.
—Ya lo ha hecho.
—Baje esa cosa —le ordenó gentilmente, sin rastros de enojo en el tono de
la voz—. Puede lastimarse.
Ella movió la cabeza en silencio, amenazándole con darle si se
aproximaba.
—Mire —suspiró, deslizando los dedos por el mechón rebelde de pelo
que le había caído sobre la frente durante la lucha—. Déjeme encender la luz.
Así podré ver al menos qué tipo de mujer ha logrado vencerme.
Su sentido del humor no la divirtió, pero relajó un poco la tensión al
aprobar la sugerencia. La luz le serviría a ella también.
—Así es mejor —dijo él con tranquilidad, después de encender la luz.
A pesar del temor que sentía, Anne pudo hacer un prolijo examen del
hombre que se había atrevido a atacarla. Era alto y robusto, más delgado que
lo que había supuesto en un primer momento aunque el ancho del pecho y la
espalda hablaban de la fuerza de la musculatura, demostrada por su
comportamiento anterior. Se había equivocado al esperar encontrar un rostro
oscuro y siniestro, ya que los rasgos eran recios pero delicados, con la piel
suavemente tostada y una masa espesa de cabello rubio que comenzaba a

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Bonnie Drake Flores para despertar

encanecer. Había una delicadeza subyacente en él, disimulada por la severidad


de los labios y las mejillas lisas y delgadas. Y los ojos, de un color castaño
brillante que cambiaba constantemente, le inspiraron compasión. Entonces,
bajo su cuidadosa inspección, frunció los labios burlonamente.
—Si ha terminado, ¿podría por favor bajar ese atizador? Seguramente, se
habrá dado cuenta de que no soy un asesino.
—¿Y si fuera un violador? —ahora se sentía más segura y ningún hombre
apuesto con voz dulce iba a seducirla.
—No soy ningún violador. No la habría obligado a nada —hizo una
pausa, con los ojos fijos en el metal que relucía sobre su cabeza—.
Especialmente cuando vi su anillo de casada. Yo no bromeo con mujeres
casadas.
Cualquier duda que pudiera quedarle al respecto desapareció de su
mente por el desagrado que evidenció su rostro burlón.
Espontáneamente, las lágrimas volvieron a aflorar. Le producía una
sensación muy dulce pensar que ese anillo, que para ella era sólo un recuerdo,
la hubiera salvado de un destino atroz. Una vez más tenía que agradecérselo a
Jeff.
—¿Quién es usted? —susurró.
—¿Realmente no lo sabe? Vamos, usted tiene las mejores cartas. Puede
confesar —se mofó nuevamente.
—¿Quién es usted? —lentamente la voz cobraba intensidad.
—¿Fue Lennie, no? ¡Ha tratado de complicarme con una mujer desde hace
mucho tiempo! —había algo en la frustración que denotaban esas palabras que
parecía sincero.
Con determinación, repitió la pregunta.
—¿Quién es usted?
—Mitch —era suficiente para ella.
—¿De dónde es?
—De Nueva York.
—¿Vino directamente a esta casa?
—Sí.
—¿Por qué?
La miró, sorprendido por el interrogatorio.

14
Bonnie Drake Flores para despertar

—¿Por qué, qué? ¿Por qué he venido directamente o por qué estoy aquí?
—Ambas cosas —a medida que Anne tomaba confianza, bajaba
lentamente el atizador, aunque todavía lo asía firmemente.
—Vine porque tuve un compromiso hoy por la tarde y no pude irme de la
ciudad hasta que terminó. Vine porque necesito una semana de descanso, lejos
de todo contacto humano. Todo contacto humano.
—¿Por qué está usted aquí? —los ojos oscuros lo desafiaron de una forma
en que ninguna mujer lo había hecho antes.
—Acabo de decírselo.
—¿Pero por qué aquí en esta casa? —dijo Anne empezando a desconfiar
menos.
—Vengo a menudo aquí. Y estoy seguro de haber arreglado este fin de
semana con Miles.
«Bien, al menos conoce al empleado de la inmobiliaria», pensó. Por lo
tanto, debía creerle. Lentamente bajó el atizador.
—Entonces, aquí hay un terrible error —comenzó, bajando la cabeza,
confundida.
Aprovechando la distracción momentánea, Mitch se adelantó
bruscamente, arrebatándole el atizador antes de que advirtiera su presencia. El
terror se renovó ante la mirada oscura y brillante.
—Bien, querida. Ahora usted contestará mis preguntas —ordenó
triunfalmente.
El temor la hizo retroceder un paso, pero la detuvo la presión firme de dos
manazas sobre los hombros. Uno frente al otro, erguidos, Anne tomó nota de
la gran diferencia de alturas. Incluso considerando que estaba descalza. Mitch
le llevaba unos treinta centímetros.
—¿Quién es usted?
Comenzó a temblar nuevamente, maldiciendo en silencio su timidez.
—Anne.
—¿De?
—Nueva York.
—Así que somos de la misma raza —dijo Mitch sonriendo.
—Difícilmente —la mirada firme y la respuesta concisa borraron la
sonrisa.

15
Bonnie Drake Flores para despertar

—¿Cuándo llegó?
En su interior, le molestaban las preguntas. Después de todo tenía todo el
derecho de estar allí.
—Mire, no creo que...
Los dedos se incrustaron con firmeza en la carne de sus hombros.
—Contésteme. ¿Cuándo llegó aquí?
—Esta tarde temprano.
—¿Y por qué está aquí?... Las dos versiones —anticipándose
correctamente a la réplica, aflojó la garra sobre sus hombros.
—¿No podría... no podría sentarme? Siento que las piernas no me
sostienen —dijo casi suplicándole.
—Está bien, siéntese.
Rápidamente se arrellanó en su viejo sillón, mirando en silencio al intruso
que echaba más leños en la chimenea con habilidad usando sólo la mano
derecha. La izquierda permanecía en el bolsillo, y Anne intuía que evitaba
usarla, aunque no tuvo tiempo de preguntar.
—De acuerdo —comenzó, acercándose con paso arrogante, alto e
imponente, dando la espalda al fuego—. ¿Por qué vino?
—Estoy aquí de vacaciones. Lo arreglé y pagué una semana por
adelantado al señor Cooper.
—¿Tiene pruebas?
—Por supuesto.
—Déjeme verlas.
—¿Por qué? ¿Por qué tengo que mostrarle nada? Es usted el que apareció
sin que nadie lo invitara.
Como respuesta, avanzó dejando caer la mano en el brazo del sillón
mientras acercaba los labios a milímetros de su oreja.
—Tráigalas —pidió con una amenaza implícita.
Se enderezó lentamente para dejarla pasar.
Momentos después, reapareció y lo encontró con el brazo en el hogar de
piedra contemplando absorto las llamas. Se dio la vuelta y cogió el papel con
tranquilidad.
—Realmente parecen auténticos —era una admisión recelosa, teñida de
enojo—. ¡Ese loco!

16
Bonnie Drake Flores para despertar

—¿Y dónde están sus pruebas? —lo desafió, con las manos en las caderas
y una audacia que hasta a ella misma la sorprendió.
—Tendrá que creer en mi palabra.
—No, gracias. ¡Quiero pruebas, si no usted cogerá sus cosas y se irá de
este lugar! No he conducido todo el camino hasta aquí arriba para compartir
mi chalet con un hombre al que ni siquiera conozco. Vine a este lugar para
estar sola, y es eso exactamente lo que pretendo hacer. Si tuviera un teléfono
llamaría a la policía local para que se lo llevara. Pero como no lo hay, y no
tengo intenciones de salir con este tiempo, le pido que se retire como un
caballero.
—¿Quién le dijo que soy un caballero?
—Le daré el beneficio de la duda. Ahora, o se va o yo... —se apagó la voz
al mismo tiempo que advertía lo indefensa que estaba en realidad.
Lentamente se dio la vuelta y avanzó hacia ella.
—O usted... ¿qué?
—Escuche... Mitch... No sé quién es el culpable de esto pero le agradecería
que se fuera. Ha sido un día muy largo y estoy cansada. Es obvio que ha
habido un malentendido, pero tengo todo el propósito de pasar una semana
aquí, sola, y ya pagué por ello. Así que, ¿se va?
—¿Esta noche? No.
—¿Qué quiere decir con no? Usted no tiene derecho a estar aquí.
—Tengo todo el derecho de estar aquí, pero eso lo sabemos Miles Cooper
y yo. Déjeme aclararle una cosa. No la quiero aquí más que lo que usted me
quiere a mí en este lugar. Parece que al menos por esta noche, tendremos que
estar juntos. Mañana tendremos que acordar algo.
—Lo siento, pero usted no puede quedarse esta noche.
—¿Por qué no? —por un momento la diversión jugó en las líneas de sus
labios.
—¡Porque soy yo la que está aquí! ¡Por eso! —vociferó.
—¿Y qué?
—Pensé que había quedado claro que no formo parte de ninguna
conspiración. Bien, déjeme llegar un poco más lejos —le faltaba el aliento al
tener que hablar de cosas que había estado ocultando a todo el mundo durante
semanas—. No me interesa ni usted ni ningún otro hombre. ¿Es posible que
pueda entender eso?

17
Bonnie Drake Flores para despertar

—Oh, puedo entenderlo, pero dudo de poder creerlo —con audacia


premeditada los ojos recorrieron la cara hasta el cuello, luego el busto
disimulado por el suéter amplio que oscilaba con la respiración agitada. Por
último, se detuvo en el anillo de la mano izquierda. Luego, frunciendo el ceño,
abandonó el examen súbitamente—. Buenas noches.
—¿Adónde va? —los ojos se ensancharon alarmados.
—A la cama.
—Oh, no. No lo hará.
—¿Va usted a detenerme?
—¡No puede quedarse aquí! —incapaz de pensar en algo mejor,
continuó—. ¡Le he dicho que no puede quedarse aquí! Debe haber algún sitio
en el pueblo...
Con las bolsas bajo el brazo, se encaminó sin prestarle atención a la
escalera que estaba en la parte más alejada de la habitación. Luego, de pronto
se detuvo.
—Entiendo que dormirá en el cuarto de abajo.
Obnubilada por la falta de fuerza que había demostrado, sólo podía
repetir una y otra vez la frase aparentemente sin argumentos.
—Sí... pero usted debe irse.
—Lo haré... cuando llegue el momento.
Luego, subió los escalones de dos en dos, a pesar de la carga que llevaba,
y su figura desapareció en el desván, dejándola inmóvil, incrédula y sin
palabras.

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Bonnie Drake Flores para despertar

Capítulo 2

Anne no se movió por un buen rato de donde estaba. ¿Qué podía hacer?
No podía hacer otra cosa que dormir. Por la mañana, como Mitch había dicho,
encontrarían la solución. Tendrían que encontrarla, porque como ella había
dicho, no tenía intenciones de sacrificar la paz de una semana por ningún
hombre. Aunque estaba exhausta no le fue fácil conciliar el sueño. Dio mil
vueltas en la cama mientras maldecía las dos tazas de café que la habían
estimulado, la lectura inconclusa que había despertado su imaginación y al
hombre que, en el piso de arriba, le recordaba su presencia con cada crujido a
través del techo. Cuanto más tiempo pasaba sin dormirse, más se enfurecía.
Era la primera noche en el campo, el comienzo de una semana que supuso de
descanso y relax. No tenía ninguna de las dos cosas.
De pronto, se le ocurrió pensar que no había estado lamentándose por la
pérdida sufrida como lo había hecho durante los últimos ocho meses... Con esa
irónica advertencia cayó en un sueño intranquilo del que despertaba ante cada
pequeño ruido con el enfado de constatar que provenía de arriba. Era casi de
mañana cuando un sueño profundo se apoderó de ella.

Un estruendo ensordecedor proveniente de la cocina la obligó a


despertarse. Lívida por esta última intromisión en su descanso, saltó de la
cama, acomodó el cabello despeinado con las manos, y se lanzó fuera del
dormitorio hacia el origen del ruido, otra vez descalza pero indiferente al frío
suelo de madera.
—¿Qué ha sido ese ruido, en nombre de Dios? —rugió, llegando a la
puerta de la cocina a tiempo para ver a Mitch que se inclinaba para coger la
primera de un desastre esparcido de cacerolas, ollas y utensilios de metal que
cubrían el suelo. Mitch también estaba descalzo con una bata de terciopelo
azul que apenas le llegaba a las rodillas. Estaba despeinado, y muy, muy
trastornado.
—¿Qué clase de ama de casa es usted, para amontonar todas estas cosas
en el armario? ¿Realmente creyó que se quedarían en su sitio si alguien abría la
puerta? ¿Y dónde demonios está el exprimidor? ¡Por Dios, mujer, tráigalo y
limpie todo este desastre!

19
Bonnie Drake Flores para despertar

Los muchos amigos que sabían que Anne era una mujer tranquila,
comprensiva y agradable, jamás habrían reconocido como suya la explosión
que siguió. El de ayer había sido un día demasiado largo, igual que la noche
anterior, demasiado angustiante la prueba de esos meses como para que le
quedara una pizca de equilibrio.
—¡Usted va a limpiar eso! ¡No fui yo quien armó ese lío y no soy su
esclava! No toqué ese armario cuando llegué. ¡Acuse a quien le venga en gana
mientras no sea yo! ¿Y qué derecho tiene a despertarme de esa manera? Estas
son mis vacaciones, ¿o no lo entendió ayer noche? —dijo indignada y
gritando—. Con este ruido se habría despertado hasta un muerto. Pero no era
necesario algo tan enorme para molestarme: ¡su movimiento incesante sobre
mi cabeza toda la noche fue suficientemente malo! ¡El que usted tenga in-
somnio no es motivo para que yo tenga que sufrirlo también!
—Realmente se levanta con un humor adorable, ¿no es cierto? Muy
distinto al de mis mujeres habituales —arrastraba la voz baja mientras la
examinaba de pies a cabeza—. Y ésa es toda una vestimenta, también muy
diferente...
Un gritito evidenció la confusión de Anne al darse cuenta de que, con el
enojo, había dejado la bata en el ropero. Giró sobre los talones con el cabello
flotando tras ella y regresó al dormitorio, se puso la bata y cansada, se sentó en
el borde de la cama, con los codos en las rodillas y la cara entre las palmas.
¿Qué le había pasado? ¿Dónde estaba su autocontrol? ¿Qué ganaba con esa
aspereza? Lo que tenía que hacer, se dijo, era hablar con ese hombre
razonablemente, y encontrar una solución rápida y satisfactoria. Sus mujeres...
¡sus mujeres, realmente! ¡Ella no era ni su mujer ni la de nadie! Un sentimiento
de pena repentino se adueñó de ella ante este pensamiento. ¡Si Jeff la viera
ahora! Avergonzada, cogió una toalla y jabón. Una ducha larga y tibia podría
disminuir la tensión y ponerla de mejor humor.
Por un rato corto lo hizo. La presión del agua era fuerte y proporcionaba
un masaje a los músculos agarrotados de la nuca y la espalda. El champú dejó
su pelo suave y brillante, descendiendo en ondas por su espalda. Finalmente
salió, se secó con fuerza y volvió al dormitorio para vestirse.
El aseo personal la había alejado de todo otro sonido, otro pensamiento,
hasta que media hora después se encaminó a la cocina para hacerse un café.
Vestía un suéter liviano, unos vaqueros y zapatillas. El horno ya estaba
caliente. La sorprendió ver que el suelo estaba limpio y la vajilla ordenada
cuidadosamente en el armario del que había caído. Una sonrisa satisfecha se
instaló en sus labios. ¡Así que él lo había limpiado! ¡Cuánto para un machista!

20
Bonnie Drake Flores para despertar

Además, había desaparecido. Buen preámbulo para el café de la mañana. Se


sirvió un tazón y se sentó a la mesa para planear el día.
Recuperada, lamentó descubrir que en realidad había dormido hasta las
diez y media, aunque había creído que era más temprano. Por el aspecto del
hombre que la había despertado con el estruendo, él también acababa de
levantarse, y no mucho más descansado que ella. Ahora que se preguntaba
dónde estaría, el ruido de pasos en la escalera le respondió. El golpe de la
puerta del baño que siguió delató sus intenciones. Por lo menos había
esperado a que ella terminara, tuvo que admitir con agrado. Todo lo que tenía
que hacer era aguardar a que acabara de ducharse y se vistiera, para poder
aclarar posiciones como dos adultos.
Al oírse el ruido del agua, descansó sobre el respaldo de la silla, mientras
se peinaba con los dedos esparciendo el cabello entre los hombros para que se
secara. Miró por la ventana de la cocina para ver el exterior que la oscuridad
de la tarde del día anterior le había impedido contemplar.
La escena rústica la llenó de placer, el césped bien cuidado, los pinos y
abetos diseminados, entremezclados con manzanos de los que pendían frutas
maduras y tentadoras para ser recogidas. Era exactamente lo que había venido
a buscar, un sitio pacífico y tranquilo, tanto que el rugido detrás de ella la
tomó totalmente desprevenida.
—¡No puedo creerlo! ¡Ha gastado toda el agua caliente! ¿Es que no hay ni
siquiera una pizca de consideración en usted?
Dio un respingo, sobresaltada por la frase colérica y vio a Mitch en la
puerta de la cocina, chorreando agua y con una toalla alrededor de las caderas
como única vestimenta. Si la noche anterior, el desconocido la había asustado,
una fuerza totalmente diferente la conmocionó ahora. Tenía frente a sí un
cuerpo perfecto de hombre que contra su deseo, excitó sus sentidos. Los brazos
y hombros que parecían de piedra flanqueaban el pecho tostado, vigoroso, con
vello rubio enmarañado y oscurecido por el juego de las gotas que resbalaban
hacia el suelo. El abdomen era plano y firme, las caderas estrechas daban
comienzo a las piernas largas y poderosas. Tenía una figura imponente, tanto
vestido como sin ropas. Tragó convulsivamente y se obligó a desviar la vista.
—Lo siento —murmuró—. No me di cuenta de que había escasez.
—¿No se dio cuenta? —se burló en voz alta—. ¡Pues, la próxima vez, dese
cuenta! ¡A mí también me gustan las duchas largas y tibias!
Molesta por su insistencia a pesar de haber pedido disculpas, que creía
innecesarias ya que estaba en su casa, tomó un sorbo de café para calmarse.
Luego, se vengó.

21
Bonnie Drake Flores para despertar

—¡Dios mío! —exclamó vociferando—. ¡Este café parece barro! ¿Qué le


hizo? O debería preguntar. ¿Cuánto de mi café puso en esa cafetera? No me
parece ver sus compras por ningún sitio. ¿Ha decidido que yo lo mantenga?
Noto que se siente cómodo en casa.
—¿Por qué no habría de sentirme cómodo? Después de todo tengo
decidido pasar la semana aquí —la seguridad del tono la enfureció.
—¡Oh, no! ¡No lo hará! —gritó, poniéndose rápidamente de pie al olvidar
las buenas intenciones de guardar la calma. Ese hombre parecía encontrar
siempre la forma de hacer surgir lo peor de ella. Se dirigió hacia él —tendrá
que encontrar otro lugar. Estoy segura de que no tendrá ningún problema.
—Usted encontrará otro lugar —dijo Mitch encaminándose nuevamente
al baño—. Porque yo me quedaré aquí.
Sin pensarlo, Anne lo siguió.
—Pero, ¡pero usted no puede hacerlo!
Repitieron la conversación de la noche anterior, mientras ella lo perseguía.
En la puerta del baño, se dio vuelta tan repentinamente que casi se estrelló
contra él. Con un gesto nervioso, elevó el brazo derecho para apoyarlo en el
marco de la puerta, manteniendo el izquierdo con el puño cerrado contra la
cadera. El cuerpo era una pared sólida, exasperantemente magnífica.
—¿Va usted a detenerme? —su voz se arrastraba de una manera
inconfundible al igual que el brillo de los ojos, plateado e insolente.
Anne le miró en silencio mientras pasaban los segundos, tratando de
encontrar una réplica adecuada. Como no halló ninguna, simplemente volvió
sobre sus pasos, murmurando entre dientes...
«Quizá necesite desayunar», se dijo, tratando de desviar su atención del
problema. Pero los huevos revueltos y las tostadas se quedaron en el plato
mientras buscaba mentalmente alguna solución. Ni siquiera así la encontró. Si
no hubiera estado tan lejos de casa y realmente tan necesitada de ese
alojamiento, habría empaquetado sus cosas y se habría ido para volver cuando
pudiera asegurarse de que estaría sola. Anne Boulton no era rival para ese
Mitch quien quiera que fuese. Era más grande, más fuerte y evidentemente tan
terco como ella, si no más. ¿Qué posibilidades tenía?
—¿No va a comer?
La voz la sobresaltó de nuevo aunque ahora notó con alivio, que estaba
tan apuesto como bien vestido; estaba recién afeitado, y su rostro despedía un
agradable olor a colonia. El cabello, ligeramente largo y peinado hacia atrás, le
rozaba el cuello de la camisa de lana escocesa. Llevaba unos vaqueros

22
Bonnie Drake Flores para despertar

desteñidos y un cinturón de cuero. Una luz verde brillaba en los ojos,


evidenciando su calma antes de que repitiera la pregunta con suavidad.
—¿No tiene hambre? —la mirada insistente sobre la comida que no había
sido tocada, indicaba que si ella no la deseaba, él sí. —Sírvase —ofreció
indiferente.
—¡Gracias! —luego se dejó caer sobre una silla aceptando el ofrecimiento
mientras ella se preguntaba si conocería algo de buenos modales. El
pensamiento fue breve. Le fue difícil creer las palabras que siguieron.
—Ahora comprendo por qué está tan delgada. Ha hecho un revuelto tan
seco con estos huevos que es imposible tragarlos. Si éste es el ejemplo de sus
habilidades culinarias, ¡es un milagro que pueda comer alguna de sus
creaciones!
Anne quedó boquiabierta por el asombro. Jeff jamás había reprobado
nada, menos aún su cocina.
—¡Es usted increíble! Si no le gusta como cocino, pues ¡no coma! En
realidad, usted no me gusta, así que, ¿por qué no terminamos enseguida con el
desayuno para poder encontrar alguna solución a este lío? —sólo cuando dejó
de gritar, sintió las lágrimas que humedecían sus ojos. Apretando los nudillos
contra la boca, bajó la vista, sin reparar en los ojos que la escudriñaban.
—¿Cómo se metió en este lío, Anne, como usted lo llama? ¿Por qué no
está con su marido?
—Ese no es asunto suyo.
—Me imagino... ¿Está divorciada?
—No.
—Entonces, es un nuevo estilo de relación... ¿vacaciones por separado?
—No.
—¿Él no sabe que usted está aquí? —la sorpresa de su voz trajo una
sonrisa amarga a su boca.
—No.
—¿Se escapó?
La poca compostura que guardaba desapareció. Las lágrimas se
esparcieron sobre las pestañas largas y negras y Anne irguió la cabeza para
mirarlo.
—¡Déjeme sola! ¡Váyase! ¡Salga de aquí! ¡Déjeme en paz! —la voz se elevó
en un ruego—. Es todo lo que deseo, estar sola.

23
Bonnie Drake Flores para despertar

—¿Por qué dejó a su marido?


—Eso no le incumbe.
—¡Sí que me incumbe! —replicó enojado—. El matrimonio es algo
precioso que debe mantenerse. Algunos lo valoran y simplemente se lo
arrebatan sin culpa de su parte. Otros lo echan a perder. ¡Irresponsables! Si
vamos a pasar juntos la semana, quiero saber de qué se trata. Así que dígame,
¿por qué lo dejó?
No comprendió el significado total de sus palabras, alterada como estaba
con tantas preguntas. Era ésta precisamente la razón por la que había huido de
la ciudad, para evitar esta molestia. Pero el hombre insistía, presionándola.
—Vamos, Anne —se mofó—. A juzgar por la cocina y el egoísmo con la
ducha, debe haber sido él quien la dejó. ¿Es eso lo que sucedió?
—¡No, no! —gritó—. No me dejó ni yo lo dejé a él. Nos amamos mucho el
uno al otro. Él tuvo... un accidente y... ahora está... muerto. ¡Muerto!
La silla cayó al suelo cuando se levantó repentinamente, cogió el plato de
comida que estaba frente a él, voló hacia el fregadero y tiró los alimentos en
éste. Luego, la emoción la agobió. Apoyó los brazos temblorosos para sostener
las piernas vacilantes y dejó caer la cabeza llorando silenciosamente. Sucumbió
a los sollozos inevitablemente, sin advertir los movimientos lentos detrás de
ella.
—Lo siento. Si lo hubiera sabido jamás la habría preguntado tanto. Fue
una tontería de mi parte —dijo Mitch con suavidad.
Secó con la mano una lágrima que corría por la mejilla húmeda mientras
meneaba la cabeza.
—No importa.
Pero sí importaba. Por alguna razón sus palabras habían hecho renacer en
ella sentimientos que creía controlados desde hacía mucho tiempo. Hacía
meses que no lloraba, y aún más tiempo que no se sinceraba con alguien tan
impulsivamente como lo había hecho con este hombre, un perfecto
desconocido. Por más que trataba de controlarse, no podía dejar de llorar.
Si hubiera podido pensar con claridad, se habría apartado de él en el
instante en que la cogió de los hombros. Pero la claridad de pensamiento
estaba más allá de sus posibilidades. Lo único que le importaba en ese
momento era sentirse bien. Y fue eso lo que él le ofrecía, estrechándola en el
círculo de sus brazos, apoyándole la cabeza contra el pecho y sujetándola
fuertemente cuando su cuerpo se sacudía por los espasmos irregulares del
llanto.

24
Bonnie Drake Flores para despertar

El tiempo y el lugar perdieron importancia, así como la identidad. En


medio de la perturbación, Anne sólo sabía que había deseado esa calidez
mucho tiempo: brazos fuertes que la rodearan, una respiración cálida en su
cabello, el latido firme de un corazón contra su oído. Aunque él hubiera
cambiado y la hubiera atacado nuevamente, no se habría arrepentido de esos
momentos de bienestar físico.
—¿Mejor? —murmuró con suavidad cuando finalmente se tranquilizó.
Mitch le acarició mientras ella asentía contra su pecho. Sólo cuando él
elevó ambas manos para tomarle la cara e inspeccionarla, ella advirtió dónde
había sujetado sus brazos. En algún momento, durante el acceso de llanto, los
había cerrado rodeando la cadera del hombre. Ahora los dejó caer, confusa y
ruborizada, retrocediendo para ponerse fuera de su alcance, dejando que los
brazos de él cayeran flácidos a ambos lados.
Evitando mirarlo, se dio la vuelta para salir.
—¡Espere! —le ordenó amablemente, obligándola a detenerse—. ¿Por qué
no se sienta? Haré el desayuno para los dos. Puedo incluso tirar el café si no le
gusta. Es gracioso. He tomado café negro muy fuerte desde que tenía dieciséis
años. Alguien me dijo que eso haría que me creciera el pelo del pecho. Imagino
que usted no quiere que le suceda eso, ¿verdad?
Anne no pudo evitar una sonrisa triste.
—Realmente no.
—¿Por qué no se sienta mientras cocino? Luego decidiremos lo que debe
hacerse para arreglar este... lío —dijo, usando intencional y correctamente sus
propias palabras.
Anne se sirvió una taza de café, agregándole agua caliente sin disimulo,
antes de sentarse en la silla que había abandonado momentos antes. Se
quedaron callados mientras él cocinaba: partió huevos sobre la sartén, tostó
rodajas de pan fresco, sirvió dos vasos de zumo de naranja y luego llevó todo
hasta la mesa.
La calidez de la simpática bandeja de desayuno despertó el apetito que
creía perdido. Compartieron la porción, huevo por huevo, tostada por tostada,
dedicados a la tarea en silencio. Luego, él le sirvió otra taza de café,
agregándole agua mientras ella lo vigilaba expectante, para abordar el tema
crítico. Parecía tan ansioso como ella en arreglar las cosas.
—Pasé gran parte de la noche pensando en esto. Tengo planeado ir a
pescar, caminar, leer y dormir mucho. ¿Qué pensaba hacer usted?

25
Bonnie Drake Flores para despertar

—Tengo libros que leer y trabajo que hacer. Deseaba tomar aire fresco,
vagabundear y disfrutar de la soledad.
—Mire, esto tal vez le resulte ridículo, pero creo que podemos quedarnos
aquí los dos —levantó una mano para detener la protesta inminente—. Parece
que necesitamos lo mismo: paz y soledad sobre todo. No hay motivo para que
no podamos hacer cada uno lo suyo con un mínimo de interferencia. Conozco
la región y, créame, no hay otro lugar donde poder quedarse en cuarenta
kilómetros a la redonda.
Anne se puso el pelo detrás de la oreja con pereza y evaluó la sugerencia.
No era ésta la clase de vacaciones que había planeado, aunque tuviera razón.
Desechó totalmente la idea de volver a Nueva York presumiendo que él sería
tan obstinado como ella acerca de esto. En apariencia, no había alternativa.
—No es esto lo que yo tenía previsto... —dijo Anne.
—No es tampoco lo que yo había imaginado. Pero parece ser la única
posibilidad. Si voy a tener que tolerar sus duchas calientes usted tendrá que
acostumbrarse a mi café fuerte.
—¿Y acerca de las camas? Cada movimiento suyo resuena en el techo.
¡Tenía planeado dormir!
—¡Yo también! ¡Pero esa cama de arriba es tan pequeña e incómoda! ¿Por
qué no trata de dormir usted allí?
—¡Porque usted está en ese lugar!
—Entonces, ¿por qué no duermo yo abajo?
—¡Porque yo estoy ahí! —su voz se elevó un tono.
—Demonios, mujer. No tengo la más mínima intención de compartir su
cama. ¿Por qué no nos mudamos simplemente?
—¿Después de que me ha dicho lo pequeña e incómoda que es la cama
del desván? ¡Nunca!
—Entonces, no se queje por el ruido —con un ágil movimiento se levantó,
recogió los platos y los llevó al fregadero. Sólo entonces se dirigió a ella—.
Usted fregará los cacharros, puesto que yo he cocinado —se fue tan
velozmente que la protesta de Anne se estrelló contra el aire.
—Pero... era... mi comida...
Lentamente, se encaminó hacia el fregadero, disimulando su mal humor
con un gesto de irónico enfurruñamiento. Si esto era el presagio de la semana
de compañía, las cosas parecían difíciles. Porque, pensaba mientras empezaba
a fregar los platos, este Mitch era capaz de mostrarse violento o

26
Bonnie Drake Flores para despertar

extremadamente tierno. Lo primero la atemorizaba, lo segundo la


tranquilizaba demasiado. Lo que en realidad necesitaba en este momento, era
un término medio.
Quizá si cada uno hacía lo suyo, como Mitch había propuesto, podrían
lograr cierta armonía. Establecido el hecho de que no podía hacer nada acerca
de su presencia, la conducta más apropiada era comportarse como si no
estuviera allí, ignorar su existencia y sumergirse en sus propias actividades.

Cuando llegó de vuelta a la casa, Mitch no estaba allí y el único coche a la


vista era el de ella. Exhausta por la caminata al aire libre y la falta de sueño, se
tendió sobre el cobertor y olvidó la situación, cayendo en un sopor profundo y
reparador. Cuando se despertó, estaba anocheciendo. Se refrescó en el baño,
hizo una cena liviana, sopa y pan tostado, sentándose frente al fuego, igual
que la noche anterior, para terminar de leer el libro de misterio. De todas
maneras, había perdido la continuidad, y estaba sólo superficialmente
interesada en el tema. Cuando terminó de leer la última página, se recostó en
el sillón para mirar el fuego.
Suspiró mientras pensaba que era la primera vez en mucho tiempo que se
sentía distanciada de la tragedia de la muerte de Jeff. Lo horrible que había
sido: las noticias del desastre aéreo, la incertidumbre durante el trabajo de las
cuadrillas de rescate, la esperanza con la aparición de sobrevivientes, la
desesperación posterior al confirmarse lo peor. El duelo había comenzado.
A decir verdad, Anne creía que allí, en esa casa aislada de Vermont,
podría pensar lo suficiente como para hacer desaparecer el manto oscuro que
la había ocultado durante tanto tiempo. El corazón aliviado y la mente más
libre de lo que habían estado nunca desde el accidente. Pero discernir si se
debía a la diferencia que había entre ese lugar y su propia vida o se trataba del
comienzo de una curación real era todavía imposible para ella. Tendría que
comprobarlo cuando llegara de vuelta a Nueva York el fin de semana.
La tarde pasó serenamente, sacando a Anne de su sillón, sólo para
alimentar el fuego. Poco después, los párpados empezaron a pesarle y cayó en
un estado de somnolencia del que la despertó mucho después una extraña
sensación de movimientos. Cuando recobró la conciencia estaba en los brazos
de Mitch, con la cabeza sobre su hombro.
—¿Qué... qué cree que está haciendo? —preguntó con voz ronca, mientras
se retorcía.
Los brazos se estrecharon sobre ella.
—Metiéndola en la cama —contestó con aspereza, ya en el dormitorio.

27
Bonnie Drake Flores para despertar

—¡Suélteme! No necesito que usted haga nada —la dejó sobre la cama con
un golpe poco elegante.
Alarmada y totalmente despierta, su mirada se encontró con la de Mitch,
helada.
—No se preocupe. No le estoy haciendo ningún favor. Estoy pensando en
mí.
—¿De qué está hablando? —preguntó apoyándose sobre los codos.
—Muy sencillo. ¡Quiero sentarme en ese sillón! —antes que pudiera
comenzar a desafiarlo, salió de la habitación dando un fuerte portazo.

El domingo fue similar tanto en lo negativo como en lo positivo. Entre lo


favorable estaba el tiempo grandioso, claro una vez que la niebla matinal se
esfumaba. Cumplida la cuota de sueño, Anne se levantó temprano,
preparando su propio café y asegurándose una taza sabrosa antes de ducharse
y vestirse. La puerta del desván continuaba cerrada. Si Mitch estaba allí,
seguramente había desaparecido el insomnio de la noche anterior, ya que no se
escuchaba ni un sonido. Llegó incluso a pensar que lo encontraría durmiendo
en el sillón, pero éste estaba vacío.
Después de desayunar, repitió el camino del día anterior, extendiéndolo
esta vez hasta el arroyo que bajaba por la ladera más alejada de la colina.
Impulsivamente, se quitó las zapatillas, se arremangó los pantalones y vadeó
la corriente por la orilla de piedra contra la que el agua se estrellaba con el
oleaje. Era exactamente lo que habría hecho con Jeff. Su sonrisa hablaba de
recuerdos lejanos de momentos similares compartidos con él. Ahora estaba
sola... aunque extrañamente en paz. A pesar de lo emotivo de la situación, la
disfrutó con entrega, deslizándose ágilmente de piedra en piedra, sintiéndose
libre.
Si el día anterior la caminata la había extenuado, ahora la estimuló.

Cuando regresó, cogió el primero de los trabajos que tenía que traducir y
progresó mucho hasta que el hambre hizo que se detuviera. Para entonces ya
había ajetreo en el cuarto de arriba. Deliberadamente había ignorado al
hombre, estirando el trabajo hasta que él estuvo en el baño, permaneciendo en
la cocina hasta que volvió al dormitorio. Cuando finalmente bajó la escalera
una vez más, ella estaba trabajando nuevamente.
Luego, comenzaron las cosas negativas. Por ejemplo, la observación
silenciosa de su trabajo sobre el hombro durante más de diez minutos

28
Bonnie Drake Flores para despertar

exasperantes. O tener que soportar los ruidos de ollas y puertas cerradas


violentamente en la cocina por alguien que parecía querer llamar la atención.
O luchar contra la desconcentración que intentaba causarle con el silbido alto y
continuo, que entonaba la misma canción vaquera una y otra vez. Padecer las
interrupciones periódicas. «¿Eh, dónde está la sal? ¿Eh, dónde está el ketchup?
¿Eh, dónde está la espátula grande?» Sólo el convencimiento de que la
molestaba adrede, evitó que se lanzara sobre él airadamente. En cambio, dejó
el lápiz, se quitó las gafas y se dirigió a la cocina en un intento de elevar una
queja civilizada.
—¿Hay alguna otra pregun...? ¿Qué cree que está haciendo? — alarmada,
corrió a través de la habitación, pero dejó caer sus brazos laxos a lo largo del
cuerpo.
—¿Qué pasa? —la expresión era demasiado inocente.
—¡No puedo creerlo! ¿Esa es mi mantequilla de cacahuete? ¿Tiene una
idea de lo preciosa que es? He estado conservando ese paquete
cuidadosamente justamente para estas vacaciones.
—¡Le compraré otro! ¿Es por el dinero todo este escándalo? —era evidente
que se reía de ella.
—¡Deme eso! —alcanzó la mantequilla antes de que él pudiera
detenerla—. No es el dinero, es la escasez. ¿No se enteró de la escasez de
cacahuetes en la temporada pasada? Dios mío, casi no hay mantequilla en los
supermercados.
—Le traeré más —respondió con calma.
—¿Y quién es usted? ¿El dueño de la compañía que elabora la
mantequilla?
Por un instante, al ver la sonrisa divertida de sus labios, pensó que podía
ser cierto. No sabía en qué trabajaba, tampoco se lo había preguntado. De
alguna extraña manera, este anonimato le agradaba, aunque no estaba segura
del motivo. Puso la mantequilla en el refrigerador y se volvió hacia él
cuidadosamente.
—¿Puedo confiar en que no volverá a usarla o debo llevarla a mi
habitación?
—Hacía mucho que no comía mantequilla de cacahuete. Había olvidado
lo rica que era —dijo Mitch, paladeando significativamente.
Fue lo endemoniado de su entonación lo que la obligó a bajar la vista. Se
notaba claramente que intentaba seducirla. Por un instante le faltó el aire

29
Bonnie Drake Flores para despertar

cuando sus sentidos captaron el mensaje. Luego lo descartó como un invento


de su mente. Sin una palabra más, se dio la vuelta y salió.
El lunes comenzó sin ninguna dificultad, como parecía ser la norma. Anne
se levantó temprano y salió a pasear por el campo. Mitch durmió hasta tarde,
se despertó momentos antes o después de su regreso, siempre lo
suficientemente tarde como para tener asegurada la provisión de agua caliente
para una ducha larga. Los alimentos se guardaban por separado y estaban
perfectamente diferenciados. Comían invariablemente solos.
El martes, Anne ya se sentía descansada y relajada. Si Mitch continuaba
molestando mientras dormía, ella se había hecho inmune al ruido o tal vez
tenía un sueño más profundo; de manera que, cualquiera fuera el motivo,
dormía bien.
Su ausencia durante todo el día no le pasó inadvertida. Se había levantado
más temprano que de costumbre y había desaparecido, dejándola sola como
deseaba. Aunque extrañamente, entre el trabajo, los libros y otras actividades
inherentes a la casa, se descubrió pensando en ese enigmático personaje con el
que estaba, por decirlo de alguna manera, viviendo. Mirando objetivamente la
situación, se sorprendía de su complacencia. Sus amigos se habrían quedado
atónitos, la familia, escandalizada. Se sentía cómoda, tanto física como
emocionalmente. Ese mundo no tenía nada que ver con el de Nueva York, el
hombre incluido. Era por eso precisamente por lo que prefería el anonimato.
De todas maneras, no podía evitar preguntarse, de vez en cuando... un poco.

La mañana del miércoles le hizo tomar conciencia de que la semana


llegaba a su fin. El viernes por la tarde tendría que emprender el regreso. Al
pensar en eso durante el desayuno, se sintió decepcionada. A pesar del giro
que habían tomado las cosas, las vacaciones habían sido buenas. Extrañaría el
campo cuando tuviera que irse.
Con la determinación de aprovechar al máximo los días que le quedaban,
pasó más tiempo en el bosque, deleitándose con la belleza de la flora, la
libertad de la fauna y el lujo que significaba el tiempo que era, por una vez, su
aliado. Era pasado el mediodía cuando volvió al chalet, cambiando el interior
por la sombra de un manzano viejo que había en el fondo. Abrazando el
tronco, inhaló profundamente el aroma dulce, y echó la cabeza hacia atrás para
mirar el brillo dorado de los frutos que pendían más arriba. En esa postura
tuvo una idea.
Arrojó la cazadora al césped y comenzó a recoger manzanas, eligiendo
sólo las de color más oscuro para agregarlas a un montón cada vez más

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Bonnie Drake Flores para despertar

grande. Luego dejó a un lado la prudencia y trepó por el tronco hasta la


primera rama. Balanceándose osadamente, cogió una, luego otra hasta que el
brazo libre no pudo sostener más. Con la vista hacia lo alto y totalmente
concentrada le fue imposible ver la figura oscura que se encontraba
observándola al pie del árbol.
Ensimismada como estaba, su presencia la asustó y perdió el equilibrio.
Las manzanas cayeron al suelo como una lluvia. Como empezó a caer, batió
los brazos para cogerse de la rama más baja. De todas maneras dos brazos
fuertes detuvieron su caída, salvándola del suelo, pero no de algunas
magulladuras debidas al tronco áspero y las ramas desprendidas.
—¿Qué pretende usted, matarme? —gritó cuando sus dos pies tocaron
tierra firme.
Los brazos la liberaron enseguida. Luego, con un suspiro de dolor, se
sentó sobre la hierba, frotándose con energía la rodilla que había sufrido la
peor parte en el intento de mantenerse sobre la rama.
—¿Está bien? —el tono de su voz contradecía la fiereza de su expresión.
—Por supuesto.
—¿Es siempre tan intratable?
—No soy intratable. Usted me asustó, reptando como hace un instante.
—Bien, ¿y quién creyó que era? No hay una mísera persona más en este
lugar. ¿No se había dado cuenta?
—Por supuesto —lo desafió secamente—. Ese es exactamente el punto.
Todo estaba perfectamente bien hasta que usted llegó.
Se inclinó para recoger la fruta que había quedado esparcida por el
césped. Espió a través de las pestañas largas y notó que su expresión era
ceñuda, no divertida como había previsto.
—Debería tener más cuidado. Un día puede romperse una pierna —
refunfuñó.
—¿Habla la voz de la experiencia?
—Podría decirse que sí.
Le llamó la atención el brazo izquierdo que pendía a un costado mientras,
el derecho arrojaba las manzanas sobre la chaqueta.
—¿Su brazo está bien?
—Está bien —la inconfundible dureza de su voz, le advirtió que no
siguiera preguntando.

31
Bonnie Drake Flores para despertar

—¿Puede andar?
—No hay problema —insistió con obstinación, pero aunque trataba de
ocultarlo, arrastraba levemente la pierna al volver a la casa.
Sus largas zancadas aventajaron el paso lento de la mujer y cuando llegó a
la cocina, él ya había dejado la carga sobre la mesa y desaparecido.
Contenta de quedarse a solas, se dejó caer en una silla retorciendo el brazo
para verse el codo. Se subió casi hasta el hombro la manga del suéter gris
perla, para observar mejor la herida.
—A ver, déjeme echar un vistazo.
La orden fue firme. Antes de que pudiera resistirse, Mitch puso una
botella de desinfectante y un paño sobre la mesa, apartó una silla y cogió su
brazo para examinarlo. El calor de su contacto le quemó la piel, pero con
firmeza evitó que lo retirara. Cuando el antiséptico rozó la zona lastimada dio
un respingo.
—¡Aj! ¡Es suficiente!
Pero él no estuvo de acuerdo, y lavó cuidadosa e insistentemente la
suciedad de la herida. Cuando terminó, se arrodilló frente a la pierna para
continuar con la rodilla que se había golpeado contra el tronco áspero.
—¡Ya basta! —la protesta hizo que él elevara la cabeza hasta encontrar su
mirada, con la mandíbula contraída y las mejillas rojas por la furia.
Pero los ojos castaños brillaban con ternura y la conmovieron.
—Hago lo posible para que no le duela, pero hay que curar estas heridas
—sostenía la pantorrilla entre las manos, pero no comenzó la aplicación hasta
que la mirada sumisa le dio permiso.
Trabajaba suavemente, centímetro a centímetro. No era sólo el temor al
dolor lo que la angustiaba ahora. Su contacto delicado le recordaba una
situación similar en esa misma habitación.
—Ya está —murmuró con suavidad—. No fue tan malo, ¿verdad?
La invadió una ola de emoción ante la delicadeza de sus palabras y su
contacto. Cuando levantó la cabeza, la respiración de la mujer se detuvo, ya
que la mirada parecía ahogarla. El pulso se aceleró independientemente de la
agitación del accidente.
Su propia respiración se alteró ante la hermosa imagen que tenía delante
de él. Los rasgos perfectos se habían ablandado con la vulnerabilidad; los ojos
negros, redondos, hablaban de una soledad que él también conocía. Manejadas
por una fuerza desconocida, sus manos rodearon el cuello con suavidad. Ella

32
Bonnie Drake Flores para despertar

no se resistió cuando el pulgar apenas rozó la curva tenue de los labios. El


dudó un instante; el aliento de Anne se congeló.
Luego, con lentitud, acercó sus labios a los de ella. Probó su reacción con
un movimiento cuidadoso de la boca. Al ver que ella no lo rechazaba,
acrecentó la presión, obligándola con los labios a abrirse en un beso que era la
antítesis del que le había impuesto brutalmente la primera noche. Con
experiencia, acarició sus labios, jugando con la lengua contra los dientes hasta
que ella los abrió deliciosamente para ofrecerle la suya. Demostrando la
carencia de meses, cedió a cada una de sus exigencias con más ansias aún que
las del hombre, quien tomando súbitamente sus hombros con rudeza, se
separó.
Sólo entonces retornó la cordura. Jadeando, se alejó de la silla hasta el otro
lado de la habitación, indiferente al dolor que sentía en la rodilla. Mitch se
puso lentamente de pie, dándole la espalda mientras recobraba el aliento.
Ella trataba desesperadamente de entender lo que había sucedido. Llevó
los dedos temblorosos a los labios todavía húmedos y palpitantes. Era un
hombre; quizás ésa fuera su explicación. ¿Pero cuál sería la de ella?
—No tenía derecho a hacer esto —dijo Anne.
—No creo haber escuchado protestas en ese momento.
—No tuve muchas posibilidades.
Indiferente en apariencia a las flechas que lanzaba para defenderse, se le
acercó escudriñando el brillo de sus ojos, el color de las mejillas y el temblor de
los labios.
—Ha sido mucho tiempo, ¿verdad? —se refería tanto a ella como a él.
Pero ella ignoraba esto último y al ver la sonrisa cómplice que le dedicaba,
no tardó en malinterpretarlo.
—¡No me tenga lástima! —las palabras brotaron antes de que pudiera
reconocer su error.
En el fondo, sabía que la acusación era injusta: ni una sola vez durante
toda la semana le había demostrado lástima aun sabiendo la situación desde el
primer día.
—No me gusta la compasión. Vi suficiente durante todo el año pasado
como para enfermarme. No, Anne, si no puede reconocer una necesidad física
básica, se está engañando tristemente. ¡Digamos que cobré mi recompensa por
ser la niñera de una juguetona malhumorada! —le dio la espalda y se fue.

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Bonnie Drake Flores para despertar

Tenía razón. Se engañaba negándose a reconocer que el beso había


despertado en ella un montón de sensaciones. Se había sentido viva
nuevamente. ¿Cómo negarlo? Pero debía hacerlo. Sólo había sido un beso en la
tierra donde los sueños se hacían realidad. La semana próxima esto sería un
hermoso recuerdo que jamás podría repetirse.
Mientras se calmaba, volvió a su primitiva intención. Una por una, cogió
las manzanas, las limpió con un pedazo de papel y las colocó en una bandeja
de vidrio. Dirigiéndose hacia la alacena, tomó las cantidades apropiadas de
harina, manteca y azúcar. Sólo cuando el molde con la masa estuvo en el
horno, continuó ordenando las manzanas que no había utilizado. En ese
momento advirtió la presencia de Mitch que la observaba desde la puerta,
donde aparentemente había permanecido un largo rato.
—¿Hay algún problema? —dijo Anne.
—Sólo me aseguraba de que usted estuviera bien —luego, inclinando
suavemente la cabeza, se fue tan silenciosamente como había venido, dejando
que Anne admirara sus buenos modales aunque fuera tarde.
Inmediatamente después, se enfrascó en el trabajo que quería completar
antes de regresar a la ciudad. El aroma de la tarta de manzanas invadió el
chalet mientras se cocía. Era delicioso, según su inmodesta opinión, el postre
perfecto para la cena temprana que comió en soledad.

El anochecer la encontró nuevamente leyendo junto al fuego.


—¿Es bueno? —la voz profunda la desconcentró.
—Sólo una novela —dijo Anne y cuando Mitch se acercaba a la cocina le
invitó—. Hay tarta de manzana en la mesa. Sírvase. Hasta las juguetonas
malhumoradas tenemos nuestros méritos.
—Gracias.
—De nada.
—Cambiando de tema. He dejado las mondas fuera para los ciervos.
—Me preguntaba dónde estarían. ¿Es que a los ciervos les gustan las
manzanas?
—Veremos —la respuesta evasiva la decepcionó.
Quizá Mitch se dedicaba a estudiar el comportamiento de los animales.
Ese fue el último intercambio de palabras de la tarde.

34
Bonnie Drake Flores para despertar

Para su sorpresa, una mano gentil la sacudió para despertarla la mañana


siguiente.
—¿Anne? ¡Levántese! Vamos. ¡Tiene que ver algo!
El susurro disipó toda somnolencia; la mano tibia sobre su brazo, toda
resistencia. Saltando de la cama, permitió que la guiara hasta la ventana del
dormitorio donde señaló algo con el dedo. Allí, sobre el rocío del fondo, bajo el
árbol del que Anne había caído, había un venado joven, husmeando los
desechos que Mitch había arrojado. Sin aliento, continuaron mirando los dos al
animalito que intentaba alcanzar una manzana fresca.
—Es precioso —murmuró Anne cuando el venado, satisfecho, se alejó del
lugar—. Gracias por despertarme —se volvió y lo encontró mirándola.
Por un momento, Mitch acarició con suavidad el brazo de la chica y
después salió de la habitación velozmente. Entonces llevaba solamente una
bata, pero para cuando ella se hubo bañado y cambiado antes de entrar en la
cocina, él también estaba vestido.
—¿Café? —le ofreció con calma.
—Ummm —hizo una pausa, al darse vuelta lentamente para mirarla—. Y
un trozo de tarta de manzanas. ¡Felicitaciones a la cocinera!
—¿Pastel de manzanas? ¿Para el desayuno?
—¡Seguro! Es que era realmente bueno.
—Pastel de manzanas sueco. Una receta de mi madre. Rico y fácil. Ahora
que me acuerdo, mi padre acostumbraba comerlo con el desayuno también.
Temiendo haber hablado de más se detuvo.
—¿Su padre murió?
—Oh, no... es que vivo sola.
Como adivinándole el pensamiento dijo:
—¿No está demasiado sola?
—A veces.
—¿Hijos?
—No.
—Tiene suerte.
La ceja delicada se movió con sorpresa y confusión mientras bajaba la
lumbre bajo el café.

35
Bonnie Drake Flores para despertar

—¿Por qué dice eso? Me he preguntado a menudo si no habría sido


mejor... más fácil... que me quedara alguien...
—No lo es. Le doy mi palabra.
A menos que se equivocara, Anne podría haber jurado que hablaba de su
experiencia personal. Pero, aunque quería hacerle muchas preguntas, temió
que se hubieran dicho demasiado. El anonimato era el mejor camino.
Tarde, al anochecer, ruidos que venían de la cocina indicaron que Mitch
estaba allí. Anne dio los últimos retoques a la traducción, ordenando
prolijamente los papeles. Luego se detuvo, husmeando el aire que traía un
aroma horrible desde la cocina.
—¡Ha ido a pescar! —exclamó con una mueca deteniéndose en la puerta
para lamentarse por el desorden oloroso que descansaba sobre la mesa—.
¡Phuaj! —frunció la nariz con desagrado.
—¡Bueno, bueno! —bromeó de buen humor, obviando la queja—. Al
principio, huele horriblemente, pero vale la pena por lo rico que es una vez
frito. ¿Me acompañará para cenar, verdad?
—Sí, si hay suficiente.
—Oh, puede estar segura de que es suficiente, y si no lo comemos, habrá
que desperdiciarlo. ¡Está hablando con el campeón de los pescadores!
No dudó de sus habilidades ni siquiera por un momento. Se le ocurría,
con admiración, que Mitch podía hacer bien cualquier cosa. En verdad, el
pescado estuvo delicioso una vez terminado, como lo había estado el zumo de
naranja de la mañana. Era muy hábil con los quehaceres domésticos.

Durante la última mañana en Vermont, Anne y Mitch salieron juntos a


pasear. Fue un paseo tan agradable como cualquiera de los anteriores. Sólo
quebraba el silencio el ruido de la naturaleza y los comentarios espaciados de
Mitch. Éste conocía muy bien los caminos del bosque y tenía mucha
información acerca de las especies de árboles y flores y de las costumbres de
los animales que le transmitió en forma amable y sin presunción. Sabía cuándo
hablar y cuándo guardar silencio, según la necesidad de Anne. Se sintió mal
por tener que regresar a la casa, ya que tendría que empaquetar todas sus
cosas.
Ya tenía el equipaje en el baúl y la llave en el arranque cuando una voz
desconocida en su interior, le dijo que el coche no podía partir, que antes tenía
que hacer algo... Sólo le faltaba poner en marcha el coche, cuando el sujeto de
«eso» que tenía que hacer se dirigió hacia ella.

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Bonnie Drake Flores para despertar

—No iba a irse sin decir adiós, ¿verdad? —inclinó la cabeza para hablarle
a través de la ventanilla abierta del automóvil.
—Justamente iba a hacerlo ahora mismo.
—¿No olvida nada?
—Creo que no. Dejé el resto del pastel de manzana para usted.
—Gracias. Le salió muy rico, aunque el café es todavía poco fuerte.
—Entonces, estará feliz de librarse de mí —dijo sonriendo—. ¿Cuándo se
va usted?
—Hoy, más tarde.
—¡Oh! —no parecía haber nada más que decir.
La mirada recayó en los dedos robustos, más bronceados que una semana
atrás, que se aferraban a la portezuela del coche.
—¿Volverá alguna vez a este lugar? —preguntó con dulzura.
Se estremeció. No había pensado llegar tan lejos.
—No estoy segura. Ha sido una semana estupenda. Lamento... Lamento
tener que irme.
Sintiéndose culpable, desvió la vista, sin poder impedir que él leyera entre
líneas.
—No fue todo tan malo, ¿no es cierto? Mire, yo volveré aquí la semana
anterior al Día Acción de Gracias —dijo tentando el terreno—. Es para darme
el último impulso antes de las vacaciones. No lo olvide.
Lentamente, volvió a mirarlo. Encontró en él una complicidad que le hizo
sentir deseos de escapar.
—Lo recordaré —la voz era casi un susurro—. Bien, adiós, entonces.
—Adiós.
Cuando se apartó, dio marcha atrás para encarar el camino sin dejar de
pensar qué hermoso habría sido que la hubiera besado nuevamente. Su
imagen quedó reflejada en el espejo retrovisor mientras se alejaba con un
extraño sentimiento de pérdida. Luego, el camino dibujó una curva y sus
pensamientos se dirigieron exclusivamente a Nueva York y a la vuelta a la
realidad.

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Bonnie Drake Flores para despertar

Capítulo 3

El camino le pareció totalmente diferente en ese viaje. Montones de hojas


amarillas esperaban sobre la tierra la primera nevada. Recordó los dos meses
que habían pasado desde que recorriera esa ruta por última vez. El viaje de
regreso a Nueva York había sido rutinario. El miedo a enfrentarse a la vida y a
los recuerdos había desaparecido gracias a los colores vivificantes del otoño y
al empuje que le daba la semana dejada atrás.
—¡Estás guapísima! —había exclamado la madre la noche del regreso,
manteniéndola a distancia para estudiar la cara fresca—. Me gusta el rosado
saludable de tus mejillas. Te sienta bien.

A medida que se acercaba el Día de Acción Gracias estaba más tentada de


repetir el viaje. Sabía que necesitaría un apoyo que le ayudara a pasar sola las
fiestas. Con o sin Mitch, una semana en el campo le sentaría bien.
Esta vez no hubo objeciones ni de parte de sus padres, ni de parte de sus
clientes, que sabían que volvería con una buena cantidad de traducciones
terminadas. Por precaución, reservó una habitación en la posada más cercana,
a cuarenta y cinco kilómetros del chalet. Siempre podría cancelarla en el caso
de que Mitch estuviera allí y la casa estuviera abierta. Pero le aseguraría un
lugar donde alojarse si encontraba otros inquilinos. Después de mucho pensar
había optado por no llamar al agente de bienes raíces. En verdad, rechazaba la
idea de dar a conocer la existencia de Mitch fuera de su presencia en la soledad
del retiro de Vermont. Él era, se repetía, su pequeño secreto.
Se aceleró el latido de su corazón cuando al dar la última curva del
camino vio el automóvil Honda azul deportivo aparcado frente a la casa.
Así que había venido. ¿Habría esperado que ella también lo hiciera? Un
estremecimiento de último momento la sacudió. Luego bajó del coche y se
encaminó hacia la puerta. Inconscientemente, alisó las tablas de la falda gris de
lana, sin que se escuchara otro sonido más que el taconeo de las botas de
cuero sobre el camino de piedra. El césped envejecido, comenzaba a morir.
Pero Anne se sentía llena de vida cuando elevó una mano para llamar a la
puerta tímidamente. Al no haber respuesta, repitió el acto esta vez con más
firmeza para que la oyera desde la cocina, donde seguramente estaría
desayunando. Otra vez le respondió el silencio.

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Bonnie Drake Flores para despertar

Dándose la vuelta para asegurarse de que el coche estaba allí, se preguntó


si era posible que hubiera cambiado sus costumbres para salir a dar un paseo
temprano. El picaporte no cedió ante la mano temblorosa. Finalmente, con el
puño cerrado, dio un golpe seco.
La puerta se abrió. Entonces comprendió por qué había tardado tanto en
responder. Estaba durmiendo. Ahora estaba delante de ella, con los ojos
irritados, despeinado, con una camisa vieja arrugada por fuera de los vaqueros
gastados, alto, delgado y no tan entusiasmado como ella hubiera deseado.
—Hola, Mitch —dijo con voz insegura.
—¿Dónde demonios te habías metido? Estaba pensando en mandar al
ejército a buscarte —de no haber sido por la aspereza de su tono, Anne lo
habría abrazado.
Sólo en ese momento y a pesar de la apariencia y el malhumor, se dio
cuenta de lo mucho que había deseado volver a verlo.
—No salí de la ciudad hasta esta mañana. .
—¿Por qué no? Sabías que yo llegaría ayer.
—¡No lo sabía! —contestó rápidamente.
No había sido tanto tiempo y estaban de nuevo juntos. ¿Para eso había
conducido durante tantas horas?
—Me pregunto si vale la pena preocuparse tanto por ti —dijo Mitch—.
Levantó la barbilla, indignada.
—¡Era precisamente lo que estaba pensando! ¡Tal vez sea mejor que me
vaya! —dio la vuelta sobre sus talones pero no había dado más que un paso
cuando Mitch la cogió del brazo, deteniéndola.
—¡No! Entra, por favor.
No tenía otro remedio ya que la fuerza sobre el brazo prácticamente la
arrastró hacia la sala. La puerta se cerró tras ella, dejándola a centímetros de
distancia de Mitch. Sin palabras, lo miró profundamente. Por un instante,
pareció inseguro de sí mismo, escudriñaba su rostro buscando algo. Luego,
lentamente la estrechó en el abrazo total que ella había estado esperando. La
cercó con los brazos de acero, manteniéndola contra el calor de su pecho,
mientras las manos de Anne se deslizaban por su cintura. Fue un momento
maravilloso, de comprensión silenciosa, en el que cada uno se deleitaba con la
presencia del otro con los corazones en profunda armonía.
—Qué alegría verte, Anne.

39
Bonnie Drake Flores para despertar

—Lo mismo digo, Mitch.


La frase se perdió en su pecho, aunque no hacía nada por zafarse del
bienestar que había descubierto. Fue Mitch quien se apartó, para acariciarla y
mirarla nuevamente, comparando el recuerdo con la realidad. Para poder
hacerlo mejor, sostuvo la cara entre ambas manos, echándola hacia atrás
mientras acariciaba las mejillas frescas con los pulgares. Cuando uno de éstos
llegó a los labios se detuvo para ser reemplazado por su propia boca, Y ella la
recibió con ansiedad, disfrutando su calidez y devolviéndosela. Esta vez,
Mitch se apartó para recuperar el aliento.
El autocontrol físico no pudo eliminar la ronquera en la voz.
—¿Qué te parece si haces un café mientras me cambio? Estás mucho mejor
que yo en este momento.
Estaba contenta de haber vuelto. La bienvenida le había hecho sentir bien.
Entonces, siguió sus instrucciones y dejando el abrigo sobre una silla, hizo el
café muy fuerte y preparó huevos revueltos recordando evitar cocinarlos hasta
que se secaran. Ni siquiera pensaba en el motivo de tanta complacencia, ante la
excitación de estar otra vez en el chalet.
—Estás muy bien, Anne. Tal vez un poco pálida, pero mejor que la última
vez.
—No hay demasiada comida en el frigorífico. Espero que los huevos sean
suficiente.
Con una sonrisa comprensiva, se sentó en una silla y le sirvió de la fuente.
—Creo que podríamos ir de compras hoy. A menos que... hayas traído
provisiones.
—No, no he traído comida esta vez —explicó cuidadosamente—. No
estaba... segura de que... estuvieras aquí. En realidad, reservé una habitación
en una posada de Woodstock. Por si acaso.
—Por si acaso... ¿qué? ¿Tenías miedo de que te atacara nuevamente?
—¡No, por supuesto que no! —negó con vehemencia—. No estaba segura
de que estuvieras aquí. Después de todo, no fue muy seguro el modo en que
quedamos, y como no tuve manera de contactar contigo...
—Podrías haber llamado a Miles Cooper —sugirió quedamente.
—¡Sabes perfectamente que no podía! —lo contradijo con rapidez—. No
tenía forma de conocer tus intenciones.
—¿Eso te molestó? —el tono grave la aguijoneó.

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Bonnie Drake Flores para despertar

No estaba segura de la respuesta, pero, por algún extraño motivo, la


respuesta fue segura.
—No. Por ahora tiene que ser así —bajó la vista para evitar la de él—. No
creo que podamos llevarnos bien, al menos por ahora.
—Entonces, estamos de acuerdo. No se hable más del tema.
—No se hable más.
—Puedes llamar por teléfono desde el pueblo más tarde para cancelar la
reserva. Pero creo que antes debes saber que hay dos condiciones para que
permanezcas aquí.
—¿Condiciones? —los ojos brillaron desafiantes.
Se echó hacia atrás con despreocupación, balanceándose sobre las patas
traseras de la silla.
—Sí, condiciones. La primera, comeremos juntos.
Si ésa era la peor, no habría inconvenientes. Aliviada y hasta gustosa,
sonrió.
—¿Y?
—Segundo —continuó con más cautela—, yo duermo en la habitación de
abajo.
La sonrisa se desvaneció.
—¡No puedes hacer eso! —gritó alarmada—. ¡Nunca dije que dormiría
contigo!
—Ya sabes Anne, nada me gustaría más. Me han dicho que soy buen
amante...
—Pero... —interrumpió, sólo para ser detenida a su vez.
—Pero no estoy más preparado para ti de lo que tú estás para mí. De
alguna manera nuestros cuerpos se daban calor mutuamente. Pero no
confundas este hecho. Cuando sea el momento, nada podrá separarnos. Ahora,
los dos tenemos fantasmas que combatir.
Sorprendida, Anne cogió los platos y se dirigió al fregadero. De todas
maneras, Mitch la siguió de cerca.
—Eres una mujer muy hermosa —canturreó centímetros detrás de ella.
—La última vez era quejica e intratable, según tu descripción elocuente.
—La última vez, estaba mojado, cansado y enojado. Ahora puedo ver con
más claridad.

41
Bonnie Drake Flores para despertar

Dos manos poderosas la tomaron para estrecharla contra su cuerpo.


Seguramente podía sentir el latido del corazón acelerado. Con un gemido, le
hizo darse la vuelta para ponerla frente a sí, asegurando el abrazo. Una fuerza
magnética la obligó a elevar la cara hacia él. Sus labios eran una invitación
irresistible. La posesión fue cálida y firme, pero delicada. Sin pensarlo,
respondió con un ardor que creía olvidado. Movió los brazos hasta rodear el
cuello, permitiéndole estrechar aún más el cerco de sus brazos con una
sensualidad que la encendió de deseo.
Si dudaban de la preparación emocional, no podían decir lo mismo de la
física. La pasión Se desató entre los dos. La estrechaba más contra su cuerpo,
mientras sus manos expertas recorrían con fuego salvaje la espalda, la cintura,
la cadera. Un grito de placer se mezcló con su aliento cuando deslizó sus
manos hasta los lados de su pecho. Insensible a toda realidad que no fuera el
deseo feroz, Anne se curvó hacia él, en ruego silencioso que fue rápidamente
satisfecho. Los dedos se movieron hacia el centro abarcando la totalidad de sus
senos. Luego, separando las yemas, los insinuó a través del tejido del suéter.
Un ronroneo de placer surgió desde el fondo de la garganta cuando la
acarició con una experiencia que ella había adivinado. La habilidad de su
intuición la guió en el recorrido que hicieron las manos por el cuerpo viril,
entre los hombros hasta las caderas. Todo el tiempo los labios se asían
hambrientos, como devorándose. El deseo de Anne era arrollador. Los dedos
siguieron la curva del muslo para deslizarse sensualmente hacia arriba y abajo
buscando instintivamente.
Mitch se puso súbitamente rígido, luego se separó de ella. Sufriendo por
la pérdida, Anne se dio cuenta de lo que había hecho, dejando caer los brazos
y la cabeza.
—Esto no debería haber sucedido.
Su cinismo tenía una crueldad que la sorprendió. No se le ocurrió que el
enojo estaba dirigido a sí mismo.
—¡Pero sucedió! Demonios, ¡ésta fue una idea loca desde el principio! —
dijo Mitch.
Sin atreverse a mirarlo, intentó alejarse del fregadero contra el que él
continuaba sujetándola. La rigidez del cuerpo expresaba perfectamente sus
sentimientos, pero se sintió obligado a hablar.
—¡Anne, pones a prueba mi paciencia de una forma increíble! Por un
lado, desearía tomarte entre mis brazos para llevarte dentro de aquel
dormitorio y hacerte el amor salvajemente. Pero lo último que necesito ahora
es oír de tus labios el nombre de otro hombre cuando la pasión te domine.

42
Bonnie Drake Flores para despertar

Todavía estás de duelo por tu marido. Tu ropa, el pelo, los ojos me lo


demuestran, y yo también tengo un pasado. Lo último que tú necesitas es
oírme pronunciar el nombre de otra mujer.
La malicia de la última frase trajo lágrimas a los ojos de Anne. Con fuerza
desconocida se liberó de él, refugiándose en la ventana, dándole la espalda.
—Eres un bastardo. ¿Por qué empezaste todo esto?
—Parece que no pude evitarlo. ¿Cuál es tu excusa?
Se notaba el disgusto del tono mientras se preguntaba si estaba dirigido
exclusivamente a ella o en parte a él mismo. El corazón de la mujer palpitaba
con fuerza y una lágrima solitaria se deslizaba por la mejilla.
—¿Bien? —se burló, aproximándose silenciosamente—. ¿Estás
decepcionada?
Herida por el apuro en que la ponía, sólo pudo pensar en atacar de raíz el
problema. Como un rayo se dio la vuelta y con infinita velocidad llevó la
palma de su mano contra la mejilla masculina en una sonora bofetada. Él
sujetó la mano ofensiva contra su espalda, retorciéndola dolorosamente
mientras la atraía con fuerza hacia sí.
—¡No vuelvas a hacerlo nunca, nunca! —murmuró con los dientes
apretados y la barbilla a milímetros de su cara.
Luego, tan repentinamente como la había tomado, la soltó caminando
algunos pasos hacia la puerta y deteniéndose bruscamente, como recordando
algo importante. Aprovechando ese momento de duda, Anne inspiró y se
aseguró en el lugar donde permanecía de pie, atemorizada por lo que podría
suceder ahora.
Para su sorpresa, cogió su rostro entre las manos y la besó ruda e
indiferentemente, para soltarla luego y volver sobre sus pasos.
—¿A qué se ha debido esto?
—A los huevos poco cocidos y el café bien negro.
Pasmada por el descaro, sólo podía mirarlo con una expresión tonta
mientras se iba a la puerta. Allí dio media vuelta.
—Tengo cosas que hacer. Imagino que encontrarás algo en qué ocuparte
hasta que salgamos para el pueblo, dentro de una hora — miró su reloj— más
o menos.
Anne se ocupó de deshacer el equipaje que con dificultad Mitch había
llevado al dormitorio de arriba. No concordaba con la idea que tenía de unas
vacaciones divertidas, pero no podía dejar de pensar en lo que la había llevado

43
Bonnie Drake Flores para despertar

a la casa. ¿Qué le había pasado? Era una viuda todavía de luto, si no


emocionalmente al menos oficialmente. ¿Cuál era el motivo por el que había
aceptado ese encuentro clandestino?
Más aún, ¿qué locura la había poseído como para provocar y luego gozar
con ese hombre al que apenas conocía? La pregunta que le había hecho: ¿Cuál
es tu excusa? sonaba una y otra vez en sus oídos. ¿Podría eludir su propia
curiosidad ahora? ¿Cuál era su excusa para permitirse el goce de un placer
puramente físico? ¿No era eso lo que había pasado?
Se acostó y trató de pensar. Mitch era tremendamente masculino, y la
seducción le brotaba por los poros. ¿Habría tenido la fuerza de rechazarlo
cuando su propio instinto necesitaba ser satisfecho? ¿Pero por qué? ¿Por qué
se adueñaba repentinamente este sentimiento de su mente? Nunca antes,
durante sus veintiocho años de vida, había determinado su comportamiento la
motivación sexual. Es más, se había casado siendo virgen. Jeff y ella habían ju-
rado que su noche de bodas sería sagrada y lo había sido. Físicamente, así
como en muchas otras cosas, tenían mentalidades, gustos, temperamentos,
pensamientos semejantes. Se habían fusionado también sexualmente,
adorando cada uno la inocencia del otro mientras aprendían juntos.
Mitch era un caso totalmente diferente. Era obstinado y auto-suficiente,
aunque le inyectaba ganas de vivir. Era algo similar a lo que una profesora de
arte le había dicho alguna vez: un cuadro, cuando es bueno, origina una
reacción; cualquiera, positiva o negativa. Para Anne, los meses transcurridos
desde la muerte de Jeff habían sido pasivos, no había habido ninguna
respuesta de parte de ella, hasta que apareció Mitch. La había sacado de la
resignación: debía estarle agradecida por eso. ¿Pero dónde la había llevado? ¿Y
hasta dónde llegaría desde allí?
Sabía que debía rehuir su compañía, pero la deseaba ansiosamente. Debía
guardar distancia y ésta se desvanecía en cuanto lo veía. Debía estar
atemorizada por la amenaza de hacer el amor en el futuro, pero el miedo no
existía. Había dejado de ser la inocente de ocho años antes. Era una mujer,
consciente de los placeres que podía dar y recibir su propio cuerpo. Y Mitch
era un hombre, cada centímetro era viril, fuerte y muy, muy atractivo. Era
natural.
Aterrada por el giro que tomaban sus pensamientos, se levantó de la cama
y se dirigió hacia abajo, no sin antes coger un abrigo. Necesitaba una larga
caminata para limpiar su mente de ideas extrañas. No pudo llegar más allá de
la puerta de la calle porque le llamó la atención la presencia del motivo de su
confusión que agregaba leños a la chimenea, indiferente.

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Bonnie Drake Flores para despertar

Enfundado en una cazadora de piel de oveja con el cuello levantado, no la


veía. Ella lo observaba mientras arrojaba cada nuevo trozo de madera
originando un ágil chisporroteo del fuego. Volvió a notar que usaba solamente
el brazo derecho. Nuevamente se preguntó dónde se habría lastimado el
izquierdo y otra vez se arrepintió de su interés. Lo que ocurría entre ella y
Mitch se limitaba a ese tiempo y lugar. No tenía importancia el pasado ni el
futuro. Pero, como antes, no pudo evitar preguntarse cómo sería el pasado que
había mencionado. ¿Habría mujeres en él? ¿Habría todavía alguna mujer?
¿Estaría casado? «Dios mío», se acusó con dureza, «no sé nada, absolutamente
nada de él». Ante esta revelación, sintió un malestar inesperado e
incomprensible. Sólo de una cosa estaba segura: antes de dormir una sola
noche más en la misma casa, necesitaba tener algunas respuestas.
Se reunió con él en el patio trasero, esperando que terminara de apilar los
leños y ayudándolo a llevarlos a la casa sin decir una palabra. Un rato
después, se fueron al pueblo. La intimidad del automóvil, acrecentaba la
tensión de Anne.

Se suscitó el enfrentamiento durante la cena al terminar el último


melocotón. Previamente, habían mantenido una conversación ligera,
impersonal, discutiendo de política, economía y la próxima estación en las
montañas. Que no estuvieran de acuerdo en muchas cosas no fue una sorpresa
para Anne; pero que pudieran discutir inteligentemente sobre esas diferencias,
sí. Mitch se interesaba tanto en la razón de su opinión sobre cierto asunto,
como en comprenderla. De la misma manera, ella estaba predispuesta a
escuchar sus argumentos, además de defender los propios. Entonces, por
algún motivo desconocido, la conversación tomó el giro que ambos habían
estado tratando de evitar. Comenzó con una pregunta inocente de Mitch.
—¿Por qué decidiste venir aquí arriba esta vez, Anne? —dijo con una
intensidad que demostraba que la respuesta era muy importante para él.
—Pensé que tenías razón. Las vacaciones se acercan rápidamente y este
año van a ser muy difíciles para mí. Creo que necesito tomar fuerzas.
—¿Todavía te sientes muy mal sin él? —preguntó con dulzura.
—No tanto como antes. Ahora puedo aceptar que ya no está. Son los
demás, los que intentan ayudarme, quienes hacen todo más complicado. Me
parece verlo: el día de Acción de Gracias será un interminable «logremos que
Anne se divierta».
—Entiendo lo que dices —dijo Mitch sorprendiéndose a sí mismo
admitiendo una cosa así.

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Bonnie Drake Flores para despertar

Pero Anne insistió sobre la brecha abierta.


—¿Cómo puedes? —preguntó con calma, obligándolo. Arrepentida del
desliz, se tomó el tiempo de servir una segunda taza de café—Nunca has
estado casado
—Sí, estuve casado.
—¿Estás casado?
—No —Anne no pudo contener un suspiro de alivio—. ¿Por qué ese
suspiro? ¿Estás interesada en eso?
—¿Interesada en casarme? ¡No! Pero sí me siento aliviada al saber que no
estás casado. Me siento suficientemente culpable como para agregarle al
asunto un problema matrimonial.
—¡Me haces reír! No ha pasado nada que te haga aparecer como una
destructora de matrimonios. Nada nos diferencia de cualquier otra pareja de
compañeros de cuarto cuya relación sea únicamente platónica.
Aunque era cierto, esta afirmación la perturbó. Pero continuó
directamente con el tema.
—Debes tener unos treinta y tantos años.
—Treinta y ocho, para ser más exactos.
—¿Te divorciaste?
—No.
—¿Separado?
—No.
Parecía una reiteración de otro intercambio previo, dando vuelta los
personajes. Sólo había otra posibilidad, increíblemente coincidente.
—Entonces... —agregó suavemente temiendo demostrar la sospecha.
—Mi esposa murió.
Anne palideció al entender que compartían sufrimientos.
—Lo siento. ¿La amabas?
—Sí —los dientes apretados delataban el enojo.
—¿Cómo murió?
—Mejor no hablemos de ese tema. Además, estamos intimando más de lo
que habíamos planeado, ¿no?
Eligiendo las palabras cuidadosamente, trató de explicar su desliz.

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Bonnie Drake Flores para despertar

—Creo que sí. Pero sucede que a veces... ayuda hablar de eso. Todavía
pareces enojado y amargado...
—¿Cómo murió Jeff?
Tragó saliva con dificultad, miró a su alrededor buscando algo que le
evitara tener que responder. Pero le era tan imposible escapar como negar la
necesidad de hablar. Sostuvo la mirada sobre el anillo de casada. Comenzó a
jugar con él, nerviosa.
—Él... ah... tuvo un accidente.
Mitch le reprochó con gentileza.
—Eso ya me lo dijiste antes. ¿Qué tipo de accidente? ¿Estabas con él?
—No —susurró, culpable—. Fue en un viaje de negocios. El avión se
estrelló...
El rostro de Mitch palideció mientras miraba la cabeza gacha de la mujer.
Como el silencio se alargaba, levantó la cabeza para encontrar su mirada que
parecía reflejar su dolor con igual intensidad.
—¿Cuándo sucedió?
—En enero.
La profundidad insondable de los ojos se perdía en sus propios
pensamientos. Sólo advirtió la presencia femenina cuando se movió para
acomodarse mientras lo miraba con curiosidad. Recobró la compostura
velozmente, esquivando el tema central de la conversación.
—Hace casi un año.
—¿Sales con alguien?
—No.
—Deberías.
—¿Cuándo murió tu mujer?
—También el invierno pasado.
—Y tú, ¿sales con alguien? —era una pregunta tonta, de la que se
arrepintió inmediatamente.
Frunció los labios.
—No creo que pueda llamársele salir con alguien —el tono de la voz
debería haberla alertado, pero estaba demasiado conmocionada por sus
propias revelaciones como para darse cuenta.
—Entonces, ¿cómo...?

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Bonnie Drake Flores para despertar

Súbitamente, la miró amenazante, resentido por haber tenido que admitir


algo. Una mano fuerte cogió la taza de café con tanto ardor, que pensó que iba
a romperla.
—Soy un hombre, con sus necesidades. Necesidades, podría agregar que
tú compartes pero te niegas a admitir. Cuando quiero una mujer, la consigo —
tomó aire y se detuvo a punto de decir algo de lo que se arrepintió. Se alejó
lentamente—. De todas maneras, tengo... otras obligaciones.
El dardo dio en el blanco. Allí había una mujer. Los celos se encendieron
dentro de Anne por un momento impulsivo hasta que advirtió que no tenía
derecho... ningún derecho a estar celosa. De todas maneras, la curiosidad pudo
más.
—¿Obligaciones relacionadas con mujeres?
—Sí.
—Entiendo.
—No lo creo, pero por ahora es mejor así. ¿Me harías un favor? —pidió
Mitch mientras la luz de sus ojos se tornaba de un suave color verde—. Quítate
esas malditas horquillas y ponte una cinta roja en el pelo.
—No tengo una cinta roja.
—Entonces algo de color fuerte, brillante.
—¿Es tan deprimente estar conmigo? —preguntó herida al confundir sus
intenciones.
Los labios masculinos esbozaron un reproche y una disculpa. Finalmente,
no dijo nada hasta dar la vuelta a la mesa para quedar frente a ella.
—No, Annie —la delicadeza de sus palabras hacía juego con la de las
manos, que retiraban una a una las horquillas. Peinaba la melena sobre sus
hombros mientras se arrodillaba para ponerse a su nivel—. No he dicho que
fueras deprimente, pero creo que exageras tu severidad. No tienes que sentirte
culpable de la muerte de tu marido.
—Pero yo... —detuvo la queja con el índice sobre los labios.
—La pérdida es castigo suficiente, ¿no lo crees?
La pregunta retórica no necesitaba respuesta. Continuó dulcemente.
—Te queda tan bien el cabello suelto, Anne.
Su voz la sobresaltó. Como se le secó la boca repentinamente, humedeció
sus labios con un movimiento que lo fascinó. Cuando desapareció la corta
distancia que los separaba, retuvo la respiración al notar que él repetía con sus

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Bonnie Drake Flores para despertar

labios el movimiento anterior rodeándolos con la lengua sensualmente. Los


labios femeninos se abrieron para ofrecer todo su calor. Su lengua tocaba y
exploraba la boca del hombre. Jamás la habían besado de esa manera
enloquecedora. Tenía la necesidad de responder, pero como antes, cuando
había visto amenazado su autocontrol, se separó con firmeza. Esta vez, volvió
a la conversación interrumpida por el juego erótico.
—Acerca de tu cabello. Es necesario que te pongas algo brillante, a ser
preferible rojo, si quieres venir a caminar conmigo mañana por la mañana. Se
acerca la temporada de caza de ciervos.
Tocó su rodilla de forma juguetona obviando el momento de pasión,
mientras decía:
—Ven. Ya veremos lo que encontramos.

Estuvieron en el bosque la mayor parte de la mañana siguiente. La llevó


por caminos que no conocía, por senderos que nunca había visto. De la mano,
exploraron cada muro de piedra que mostraba espacios sólo insinuados a
través de la espesura de la vegetación estival. La tierra era sólo de ellos.
Ninguna otra criatura osaba aventurarse en el frío. El venado que alguna vez
se había acercado para husmear una manzana se escondía ahora de los rifles
de los cazadores.
Las mejillas de Anne estaban sonrosadas cuando regresaron, cansados
pero contentos. Era un buen adelanto de los días que vendrían, de comodidad
y fácil camaradería. No sólo compartían las comidas sino también la mayor
parte del resto del tiempo. Mitch leía cuando lo hacía Anne, echándole
miradas furtivas de tanto en tanto, que eran respondidas con extrema
amabilidad. Caminaban juntos y trabajaban juntos, Anne en las traducciones,
Mitch en una cantidad de papeles que fue sacando de un maletín. Aunque
llegaron a conocer muy bien las costumbres diarias del otro, evitaban hablar
de sus vidas, con temor de arriesgar esa agradable camaradería por
enfrentamientos.

El Chevette de Anne entró en calor rápidamente, listo para el viaje de


regreso a Nueva York. La cogió del hombro mientras caminaban hacia el
automóvil.
—¿Pasarás el Día de Acción de Gracias con tu familia? — preguntó con
calma.
—Sí... —hizo una pausa para mirar sus rasgos apuestos—. ¿Y tú?

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Bonnie Drake Flores para despertar

—Lo mismo —aunque no conocía a su familia, la respuesta fue suficiente.


Le pareció sentir que la presión se acentuaba sobre el hombro cuando
preguntó—: ¿Tienes planes para la víspera de Año Nuevo?
—No, no tengo una cita si es eso lo que quieres decir. Simplemente me
sentaré en el sofá de la sala con una botella de Chablis y un buen libro.
—¿Por qué no lo haces aquí? —se profundizó el verde de los ojos.
—¿Qué?
—Pasar la víspera de Año Nuevo aquí.
—¿Estarás en la casa?
Los brazos se deslizaron desde los hombros a la cinta para atraerla hacia
el hueco de su pecho a través de la chaqueta abierta de piel de oveja.
—Sí.
—¿Y tus otras obligaciones?
—Ella... se va a dormir demasiado temprano para mi gusto... en realidad
demasiado temprano como para esperar la medianoche. No, no sería una cita
divertida —el humor que evidenciaban sus palabras, confundió a Anne.
Agregó dulcemente—. Además ella no toma vino.
Anne se relajó ante su buen humor y disfrutó el estar entre sus brazos,
notando en ese momento cuánto la trastornaba el giro que había tomado la
conversación. Si lo había advertido, lo disimuló hábilmente. Tampoco parecía
notar que sus manos se depositaban suavemente contra su pecho.
—No sé, Mitch —movió la cabeza—. Esto es una locura. Sé tan poco de ti.
—No menos de lo que yo sé de ti. ¿Tienes miedo?
—Un poquito —necesitaba tiempo para decir la verdad.
—¿De mí? —arqueó la ceja.
—No —se detuvo y luego agregó—: Creo que de mí.
—No tienes nada que temer, Annie —le aseguró tomándole la barbilla con
dos dedos y llevándola hacia atrás para estudiarla. Fue lo más cerca que
habían estado desde aquel primer día—. Sé perfectamente cuáles son mis
necesidades ahora y te aseguro que no dificultarán las cosas. ¿No ves que
ayudándote a superar tu dolor, puedo comenzar a tratar de hacer lo mismo?
Hay una razón muy egoísta en todo esto.
—No lo sé... No tendríamos que encontrarnos de esta manera. Está
comenzando a parecerse a una novela de Neil Simón.

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Bonnie Drake Flores para despertar

Inconscientemente necesitaba que él le afirmara que lo que había hecho y


lo que planeaba hacer, estaba bien. Pero Mitch ya había tomado una decisión.
Dejó caer las manos y se alejó.
—Es tu decisión. Yo estaré aquí de todas maneras.
Nerviosa, miró el coche.
—Creo que es mejor que me ponga en marcha —sin decir una palabra
más le abrió la portezuela para ayudarla a instalarse frente al volante.
—Conduce con cuidado —le pidió.
—Lo haré —puso en marcha el automóvil dedicando una mirada a Mitch
antes de apretar el pedal del acelerador.
Iba a avanzar cuando un «¡Espera!» la detuvo. Se inclinó hasta la
ventanilla para hablarle.
—No olvides traer un vestido. Esta vez saldremos —la sonrisa de su boca
se perdió en el beso ligero con que rozó su nariz—. ¡Vete, mujer! ¡Antes que la
nieve nos alcance!
Mitch se quedó mirando el coche amarillo hasta que tomó la primera
curva y quedó fuera de su alcance. Sólo entonces entró en la casa para efectuar
los preparativos de la partida.

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Bonnie Drake Flores para despertar

Capítulo 4

Anne preparó la falda azul, su preferida, para la ocasión. La ligereza del


material compensaba el color oscuro, y el tableado elegante marcaba las curvas
que finalmente comenzaban a reaparecer. Su imagen tenía que ser de
equilibrio, confianza y sofisticación, que ocultaran la agitación sufrida antes de
la partida. No había sido una decisión fácil porque algo había comenzado a
cambiar en su vida al cambiar su actitud hacia Mitch, y eso la atemorizaba.
Había tomado conciencia del cambio en el viaje de regreso de noviembre.
Se había sentido más fuerte, con más capacidad para enfrentarse a la ciudad
con más energía, al saber que tenía la certera posibilidad de volver a ver a
Mitch al cabo de seis semanas. Era de alguna manera una recompensa por
superar con éxito la obsesión de las vacaciones, que culminarían con la víspera
del Año Nuevo.
Originalmente, las vacaciones en sí habían sido el incentivo constante.
Ahora, éste se reducía a pensar en Mitch. El trabajo continuaba llenando todo
su tiempo, comenzando un nuevo proyecto al terminar el anterior, con
creciente demanda de sus servicios y de relaciones profesionales con
Alexander Roble, el psicólogo que dirigía el trabajo. Las innumerables
proposiciones fuera del trabajo que le hizo durante este período mostraban su
interés, pero Anne se encargó de rechazarlas una a una diplomáticamente.
No quería relacionarse con ningún hombre a no ser por cuestiones
estrictamente profesionales, con una sola gran excepción. Y eso no tenía nada
que ver con los preciados recuerdos de su marido. Se descubría mirando a
Mitch con una luz diferente. Mientras en septiembre había sido el hombre con
quien había tenido que llegar a una intimidad que estuvo forzada a soportar,
en noviembre no hubo nada que soportar, todo había sido placentero. Incluso
el altercado entre ellos había acabado bien.
Y por supuesto, estaba esa innegable atracción física. A medida que se
aproximaba el viaje de diciembre, era el aspecto romántico de la relación, si es
que podía llamarse así, lo que la excitaba y la atemorizaba al mismo tiempo.
Contra sus deseos, necesitaba con desesperación saberlo todo, todo acerca de
Mitch aunque, en el fondo, sabía que eso podía resultar muy peligroso. Mitch
continuaba siendo un gigante física, intelectual y emocionalmente en el refugio
de la colina. Pero, ¿cómo era la otra parte de su vida? ¿Estaba preparada para
las complicaciones que podría acarrearle?

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Bonnie Drake Flores para despertar

El Día Acción de Gracias fue muy tranquilo, con el pavo tradicional para
la cena en casa de sus padres. Fue una reunión agradable, incluso para Anne,
que podía ahora, renovada, ver a sus parientes y amigos como individuos y no
como continuaciones de Jeff.
Era un consuelo saber que mientras estaba en Nueva York, Mitch no era
más que una estrella brillante, una luz prometedora en su imaginación vivida.
Cada día aumentaba la confianza de saber que aunque se estuviera
interesando, sus relaciones no progresarían mal o bien, hasta que lo viera a
finales de diciembre. No podía suponer, mientras la Navidad se acercaba, que
había subestimado la fuerza del destino.
El profesor Robie, o Alex, como insistía en que Anne lo llamara, organizó
una cena para las siete personas que habían estado trabajando ese tiempo. Dos
secretarias, tres asistentes de investigación, Alex, un colega suyo y Anne. Se
reservó una mesa en uno de los restaurantes más elegantes de Nueva York.
Después de mucho insistir, Anne había accedido a que Alex la pasara a buscar
para llevarla a la cena, en vista de que se reunirían rápidamente con el resto
del grupo.
Era la clase de comida con amigos que había disfrutado con Jeff infinidad
de veces. ¿Le gustarían a Mitch este tipo de salidas? Inconscientemente, se
perdió en sus pensamientos, mientras la conversación de los otros la rodeaba.
Recorrió con la vista a las personas que abarrotaban el amplio salón, hasta
detenerse en un hombre que había en el rincón opuesto. Perfilada por la luz
tenue, la figura era tan apuesta y robusta como la de Mitch. Con traje oscuro,
corbata y camisa inmaculadamente blanca, dedicaba toda su atención a su
compañera. ¿Y si hubiera sido Mitch, tan elegantemente vestido, y ella hubiese
sido la destinataria de sus atenciones?
Reprobando su comportamiento en silencio, apartó la vista. ¡Qué trampa
cruel le había hecho su imaginación! No podía ser Mitch, la coincidencia tenía
que ser muy grande.
El resto del grupo notó el súbito interés de Anne por la charla, sin saber
que era una forma de olvidarse de lo que creía haber visto. Pero algunos de los
compañeros comenzaron a preguntarse qué sucedía, cuando casi al final de la
comida, se acercó el camarero a su lado deslizando junto a su oído algunas
palabras discretas y entregándole un pedazo de papel.
—¿Qué es eso, Anne? —preguntó Alex—. ¿Un admirador secreto?
Confundida, Anne desdobló el papel. Entonces comprendió. Había un
mensaje corto escrito con letra firme: Hasta el 31 de diciembre. Al interpretar el
significado de la frase, miró en dirección a la mesa donde se habían sentado el

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Bonnie Drake Flores para despertar

hombre de cabello plateado y su acompañante. La mesa estaba vacía y lista


para recibir nuevos comensales.
—¿De qué se trata Anne, algún problema? —el interés de Alex la hizo
reparar en la atención que había despertado también en los otros.
—Oh, nada. Un viejo amigo debe haber entrado y habernos visto —se
sonrió despreocupadamente, dejando caer la nota dentro de la cartera—. Sólo
quería despedirse.
—Debe haber sido un amigo muy importante —susurró—. Ojalá hubiese
sido mi mensaje el que hubiese teñido tus mejillas de ese color delicioso, o
iluminado de esta manera tus ojos.

Anne se sintió muy mal los días que siguieron; le molestaba que la
hubiera puesto en esa situación frente a sus amigos, y se sentía frustrada por
no haber podido hablar directamente con él. Pero los celos eran
preponderantes. Había una mujer con Mitch, aunque se le habían escapado los
detalles de su figura, edad y vestimenta. En el momento, había dudado de que
fuera Mitch. Ahora, ardía en deseos de saber cómo era esa compañera de cena.

Las cosas parecían estar fuera de control. Pensaba en Mitch mucho más a
menudo y con más intensidad de lo que correspondía. Y por mucho que
quería dominarse, le era imposible. Y aunque una parte de su ser insistía en
que debía pasar a salvo el fin de año en su casa no se sorprendió al encontrarse
conduciendo los últimos kilómetros del camino hasta el chalet.
El camino estaba helado. Cubierto de nieve, inmaculado. El hielo creaba
estalactitas en lo alto de los árboles y los techos de las granjas y chalets a lo
largo de la ruta conocida.
Nerviosa, Anne exigió la máxima velocidad al pequeño automóvil. Los
árboles desnudos a ambos lados del camino, iluminados por la luz débil del
sol de media tarde, escoltaban su paso con regularidad. Ensimismada,
disfrutando ese momento, no se dio cuenta de la velocidad que llevaba hasta
que una bocina la sobresaltó a su derecha, en el camino al pueblo. El Honda
azul era inconfundible. Con una sonrisa de placer, lo siguió hasta el borde del
camino, deteniéndose justo detrás de él. Mitch saltó del asiento del conductor
y el pulso de Anne se aceleró. Bajó la ventanilla sonriendo con excitación.
—¿Estás tratando de suicidarte, Anne? No era una velocidad segura para
este camino.

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Bonnie Drake Flores para despertar

A pesar del enfado, la embargó una inmensa alegría al verlo. Era una
antorcha en medio del campo helado. Bajo la protección de unas gafas oscuras,
se deleitaba en la contemplación de quien, con una dudosa excepción, no había
visto en seis semanas. No pudo reprimir una sonrisa. El cabello parecía más
rubio que plateado con el reflejo débil del sol, haciendo más joven la mirada de
los ojos castaños. Enseguida se dio cuenta de que, a pesar de la bienvenida
dudosa, estaba tan feliz de verla como ella.
—Escúchame, seguirás el viaje detrás de mí. ¿Entendido?
De buen humor, segura de su poder, Anne bromeó.
—¿Compraste todo en el supermercado? ¿Comida? ¿Provisión de vino?
—Detrás de mí —repitió tamborileando los dedos contra la ventanilla.
—¿Y el chocolate caliente? ¿Y la crema? —la divertía mucho haber
descubierto el modo de atemperar los abruptos accesos de Mitch.
Él también lo notó y no tardó en demostrarle que podía detenerla. Con un
rápido movimiento, se inclinó aún más y borró su sonrisa capturando los
labios con un beso veloz y firme que retuvo su boca durante un momento
antes de irse. Entonces se puso de pie y en pocos segundos estuvo dentro de su
coche. La guió a una velocidad no mayor de treinta kilómetros por hora hasta
el chalet.

Evitando una nueva discusión, Anne se instaló en el dormitorio del


desván. En realidad era más cálido que el de abajo. Así estaba libre de los
ruidos que producía ese hombre inquieto sobre su cabeza.
Cuando estaba deshaciendo las maletas y guardando los alimentos sintió
a Mitch en la puerta, que la escudriñaba detenidamente. El traje de lana gris
había sido caliente y cómodo durante el viaje y el suéter blanco de cuello
amplio difería de los negros o azules con los que la había visto siempre,
aunque todavía no llegara a usar los colores brillantes de otras temporadas. El
cabello suelto caía en cascadas ondeadas sobre los hombros y la espalda.
—¿Bien? —dijo cuando no pudo tolerar más la admiración silenciosa.
—Ven aquí —el murmullo sonó como música a sus oídos.
No hubo indecisión en los pasos que dio hacia él y al abrazo que res-
pondió con calidez. Era un abrazo íntimo, aunque desprovisto de toda pasión.
Para cada uno, la sola presencia del otro era suficiente para colmar las
necesidades.
—Estabas muy guapa la otra noche en el restaurante. ¿Te divertiste?

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Bonnie Drake Flores para despertar

—Quiero que sepas que no me di cuenta de que eras tú. Creí que eras una
imagen que había... conjurado, hasta que leí la nota —en ese instante, la
invadió la emoción de recordar aquel instante—. ¿Por qué no te acercaste para
saludarme?
—Estaba fuera de las reglas ¿no es cierto? Encontrarnos en el... mundo
real... —las palabras jugaban con el cinismo.
Esa situación tenía que cambiar, aunque no sabía en qué dirección. En ese
momento no quería pensar, estaba con él y eso era lo que importaba.
Como agobiada por las palabras, dejó caer la cabeza contra su pecho. La
comunicación fue intensa, tácita. Los brazos de Anne expresaban cuánto lo
había extrañado y cómo disfrutaba estando tan cerca de él. El latir del corazón
de Mitch parecía querer decir lo mismo. Por último, la llevó con el brazo sobre
el hombro hasta la sala, donde la ayudó a sentarse en el sofá a su lado. Apoyó
la cabeza en el hueco de su brazo, mientras estiraba las piernas delante de él,
entumecidas después de un largo día conduciendo.
—¿Y cómo pasaste las vacaciones, Anne?
Intuitivamente, supo que ésta era una apertura, que esta vez tendrían que
conocer el uno del otro mucho más que lo que habían sabido en el pasado. Si
su suposición era acertada, Mitch debía estar tan perturbado por lo
desconocido como ella. Pero ése no era un consuelo. Porque tanto quería saber
todo acerca de él como temía que esa revelación alterara todo lo que habían
logrado obtener.
—No tan mal como esperaba.
—¿Sin depresiones?
—Unas pocas. Jeff y yo íbamos siempre de casa en casa el día de Navidad.
Fue más sencillo este año... cené en casa de sus padres.
—¿Quiénes estaban contigo aquella noche? —preguntó despreo-
cupadamente.
—¿En el restaurante?
—Sí.
—Gente con la que trabajo.
—Háblame de tu trabajo.
Durante la media hora que siguió, fue contándole con calma cada uno de
los pasos de su carrera, cómo se había acercado a los idiomas y la forma en que
había comenzado a trabajar. Las preguntas eran inteligentes y demostraban un
profundo interés en su vida. Una, en especial la puso en guardia.

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Bonnie Drake Flores para despertar

—El profesor, ¿cómo dijiste que se llamaba, Alex? parecía muy...


interesado. ¿Saliste con él?
—Te dije que no salgo con nadie —se quejó dulcemente.
—Ah, perfecto. Lo había olvidado. Pero él te ha invitado, ¿no es así?
—Sí, varias veces. Pero no estaba interesada en salir con él. Esa era una
reunión de grupo. Y tú, ¿qué me dices de tu compañera?
El énfasis que dio a este último término iba mucho más allá de la broma.
Le resultaba casi imposible disimular los celos.
—¿Qué pasa con ella?
—¿Quién es?
—Se llama Liz.
—¿La ves a menudo?
—Sí.
—¡Oh! —dijo bajando la vista.
—¿Por qué lo preguntas? ¿Te disgusta?
—No especialmente.
Defendiéndose de su imperturbabilidad, se alejó de él hasta el otro
extremo del sofá. Decidido a evitar la huida de alguna manera, Mitch levantó
los pies con suavidad para ponerlos cruzados sobre los muslos, mientras
acariciaba sus piernas despreocupadamente. Era tan agradable la sensación
que no hubo protestas.
—¿Celosa? —preguntó, con un brillo malicioso en los ojos.
Sin remilgos, contestó afirmativamente.
—Está bien —hizo una mueca aún más burlona que antes. Anne se sintió
frustrada.
—Dios mío, eres un bruto arrogante —comenzó. Luego, en un rapto de
genialidad, llevó la conversación hacia asuntos más adecuados—. Dime algo
acerca de lo que haces tú. Debes dedicarte a algo. ¿Es en la ciudad?
—Sí. Mi compañía tiene oficinas en la ciudad, pero operamos en todo el
país —dijo sin demostrar ninguna arrogancia.
—¿Tu... compañía?
—Sí. Presido una compañía. ¿Te molesta?

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Bonnie Drake Flores para despertar

—¡Por supuesto que no! ¿Por qué tendría que molestarme? ¡No tiene
absolutamente nada que ver conmigo!
—Tranquilízate, Anne. No quise ofenderte. Es que, a decir verdad, me han
dicho que soy un excelente partido para algunas mujeres que no parecen
amedrentarse ante el presidente de una compañía.
—Estás bromeando. Cualquier mujer que prefiera tu café negro y las
largas duchas calientes tiene que estar un poco loca. Y en lo que a mí respecta
no hay suma de dinero en el mundo que compense la falta de respeto por la
mantequilla de cacahuete.
—Veremos —arrastró las palabras, abrazándola.
—¿Qué negocios tiene tu compañía? —preguntó arrellanándose en sus
brazos.
—Tenemos aparcamientos, grandes almacenes, etcétera.
—¿Algo más?
—Algunos otros... negocios.
—... de los que preferirías no hablar —como no hubo respuesta, lo miró
para encontrar unos ojos alertas—. Por ahora. Hmmm..., el misterio del año.
Como siempre, supo la manera de hacerla callar. Y lo hizo. Con un rápido
movimiento, la tendió de espaldas sobre el sofá. Antes de que pudiera
incorporarse se arrojó sobre ella balanceándose sobre los codos, como había
hecho aquella otra noche, cuando la había atacado. Entonces, el brillo de sus
ojos se había disimulado por el resplandor del fuego que se extinguía. Ahora,
con la luz del día, la mirada refulgía con ardor mayor que la llama.
—Hablas demasiado, mujer —le impedía respirar con su peso, mientras
acariciaba las líneas del rostro—. No sólo eres hermosa, Anne, también eres
afectuosa y dulce.
Le rodeó el cuello con sus brazos impulsivamente, presionándolo
ligeramente para acercar los labios masculinos a los suyos, ansiosos por la
promesa del contacto. El beso tenía toda la pasión que había faltado al
anterior. Un estremecimiento de excitación surgió de su interior, mientras la
lengua exploraba cuidadosamente cada sector de su boca y sus respiraciones
se fundían. Los músculos de sus hombros se contraían bajo las manos
delicadas, sumando un nuevo motivo de estimulación a sus sentidos. La
proximidad y la esencia de masculinidad que transmitía, la mareaban. Protestó
con un grito corto cuando el cuerpo robusto se instaló a su lado, porque temía
que la privara de las gloriosas sensaciones que experimentaba. Luego profirió

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Bonnie Drake Flores para despertar

un grito diferente al sentir que los dedos hábiles acariciaban la curva del seno
con exasperante lentitud hasta que las yemas tomaron la firmeza del pezón.
Mientras tanto, los labios dejaban senderos de besos desde los ojos a las
mejillas y el cuello y las manos femeninas desabrochaban a ciegas los botones
de la camisa, uno a uno, para deslizarse sobre el pecho amplio. La piel firme
parecía el cielo bajo sus dedos, la fuerza musculosa era un afrodisíaco natural.
En el momento en que sintió que iba a estallar, la mano dejó sus senos para
tomar el cuello en posesión brutal y ayudarla a soportar el ataque de los labios
que querían devorarla. Agradeció este rapto arqueando el cuerpo para
acercársele.
—Annie, Annie, Annie —gruñó, respirando contra sus labios—. ¿Qué voy
a hacer contigo?
—Tú empezaste esto.
La voz, aunque sin intención, era dulce y sensual. El rubor de las mejillas
agregaba fuerza a las palabras. Tan súbitamente como la había tendido, se
irguió. La sentó y se adelantó con los codos en las rodillas y la cabeza entre las
manos.
—¿Qué pasa, Mitch? —algo lo había alterado.
Esto la angustiaba más aún que el alejamiento real.
—¿En verdad no lo sabes? —había cinismo en la voz y la mueca de la
boca. Como ella no contestó, se arrellanó en la parte más alejada del sofá para
verla—. Te quiero, Anne —confesó con una expresión iracunda que la
confundió completamente—. Creí que podría encasillar todo este asunto como
una relación de vacaciones, pero cada vez que vuelvo a casa, me es imposible
dejar de pensar en ti.
—¿Por qué te altera tanto esta situación? —preguntó con timidez.
—Eres sorprendente. Si no te conociera más, diría que eres una virgen
candorosa que no sabe nada. ¿Tienes idea de lo que estoy diciendo?
—Sí, creo que lo sé. ¡Te refieres a todo lo que me he estado preguntando
yo misma! ¿Qué hago aquí? ¿Por qué he venido? ¿Qué quiero que suceda?
¿Dónde está mi sentido de la corrección? Y la lista continúa interminable —se
detuvo para tomar aliento, cruzando las manos temblorosas en el regazo—.
¿Qué quieres que diga? Sé lo que dices, ¡pero tampoco sé que debemos hacer!
—Oh, Anne. He ido más allá. Ahora me pregunto si estoy preparado para
verte en público, en Nueva York y si tú lo estás. Si estoy listo para un
compromiso mayor que el físico, que ya he tenido con otras mujeres y si tú lo

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Bonnie Drake Flores para despertar

estás. Ya ves, quiero hacerte el amor, Anne, pero no puedo hacerlo y luego
irme. Por primera vez en mucho tiempo no es sólo una necesidad física...
Pero ahora entendía el dilema tan claramente planteado por sus
preguntas. Aun cuando sus sentimientos hacia Mitch crecían cada vez que lo
veía, no estaba realmente preparada para mantener una relación abierta y
completa. Había algo que terminar en el juzgado. Había una barrera emocional
que vencer, todavía. ¿Podría amar nuevamente como lo había hecho una vez?
Se sacudió involuntariamente ante el giro que habían tomado sus
pensamientos. Los ojos tristes le respondían en silencio.
Estrechó la mejilla fresca contra su pecho otra vez, para que pudiera oír el
latido del corazón que hablaba directamente, mientras los labios se movían
contra la frente.
—Por nada en el mundo quisiera herirte, Anne. Mereces lo mejor.
Necesitas todo el amor y la dedicación de un hombre. Yo no soy... libre aún.
Un alfiler invisible se clavó en el interior de Anne ante la desesperación y
el descorazonamiento de sus palabras. Un sentimiento de opresión se instaló
en su garganta impidiéndole hablar. Se aferró a él durante largos momentos,
con los brazos rodeándole la cintura mientras los de él cruzaban la espalda. Se
apartó finalmente para mirarlo y cuando él secó con su pulgar una lágrima de
la mejilla, comprendió cuánto lo necesitaba.
—No te pediré nada, Mitch —murmuró sin aliento—. No estoy más
segura que tú de lo que quiero. No pediré más que una cosa: que estés aquí
cuando yo venga de vez en cuando.
—Lo haré, querida, lo haré.
Satisfecha con la promesa, Anne se apartó. Eso era todo lo que necesitaba
por el momento: que pudieran seguir viéndose allí, en su mundo fuera del
mundo. Sólo el tiempo podría resolver el resto. Por ahora, tenía su fuerza para
mantenerla, su proximidad para excitarla y la certeza de que habría una
próxima vez, para alimentar la ilusión.

Llegó el Año Nuevo y ambos decidieron celebrarlo juntos. Cenaron en un


elegante restaurante. Era la primera cita de Anne. El esmero que puso en
cambiarse y maquillarse con suavidad, tuvo su recompensa en la mirada de
aprobación de Mitch, que también estaba muy elegante. Hacían una pareja
fascinante, que atrajo la atención de más de un par de ojos curiosos. Como en
una primera cita, Mitch eludió toda clase de intimidad, aunque tuvo que
esforzarse, porque la mano en la cintura que la guiaba suavemente hacia la
mesa, la afectaba.

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Bonnie Drake Flores para despertar

Más tarde, de vuelta en la casa, brindaron a medianoche con abundante


champán. Era la única forma segura, según dijo Mitch maliciosamente, de que
ambos pudieran dormir esa noche.
La semana siguiente fue una sucesión de días claros y aire helado que
acompañaban las largas caminatas matinales. El bosque estaba encantador en
esta estación. Muy abrigados, Anne y Mitch caminaban sobre los bloques de
hielo que seguían el trayecto del arroyo desde la cima de la colina hasta la
profundidad del valle.
Era tiempo de silencio y serenidad. Extrañamente, Anne leía poco, y
trabajaba menos. En cambio, pasaba horas absorta frente al fuego. Esto
también era un triunfo para ella. No estaba tratando de escapar de nada. No
deseaba estar en ningún otro lugar del mundo. No tenía tristes pensamientos
acerca lo que había perdido, sino recuerdos adorables de los que había tenido
el privilegio de disfrutar, aunque por poco tiempo. Sentía el placer puro del
momento, la presencia de Mitch silencioso, pero cálido. Y tenía la seguridad de
que el futuro tenía reservado para ella las cosas más hermosas.

Fue durante uno de estos momentos de reposo de la última tarde cuando


Mitch desapareció repentinamente en su dormitorio para volver segundos
después con una cajita, envuelta en un papel blanco con una cinta azul pálido.
—¿Qué es esto? —preguntó sorprendida.
—Ábrelo —ordenó dulcemente.
—¿Cuándo lo compraste?
—Estuve en Brasil después del Día de Gracias. Lo hizo un artesano de un
pueblecito del interior.
Finalmente, la tapa de la caja cayó para revelar un anillo, un pedazo
rectangular de hierro esmaltado encuadrado en oro y montado sobre un aro
del mismo material. Anne suspiró ante la belleza del diseño intrincado, una
pintura semiabstracta de arena, mar y sol entrelazados en azules, verdes,
amarillos y ocres.
—¡Es magnífico, Mitch! —exclamó—. No tendrías que...
—¡Cállate, mujer! ¡Y póntelo! —gruñó.
Anne ya había descubierto que cuando usaba el término «mujer»,
ensayaba una amenaza humorística que podía perder el buen humor en un
segundo si ella se resistía. El anillo se deslizó con facilidad en el tercer dedo de
la mano derecha y le dio a los dedos pálidos y delgados una mayor delicadeza.

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Bonnie Drake Flores para despertar

—Ahí está —dijo con evidente agrado—. Ese color te queda muy bien. Tal
vez la próxima vez... usarás un suéter de color brillante para mí.
—Lo haré; y... gracias, Mitch. El anillo es precioso. Lo cuidaré
especialmente —levantó ambas manos para tomarle la cara y delinear con los
dedos las líneas del rostro.
Luego, lo besó para dar fuerza a las palabras que no parecían tener
suficiente elocuencia.
—Sólo desearía poder darte algo a ti.
La respuesta fue casi inaudible, pero ella no perdió una sola letra.
—Ya lo has hecho, Anne. Y gracias.
Fueron palabras que la acompañaron a menudo durante las cuatro
semanas interminables que pasaron antes de que volviera a Vermont.

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Bonnie Drake Flores para despertar

Capítulo 5

Cuando empezaron a caer los primeros copos de nieve, Anne llevaba


constipada toda una semana. Si hubiera tenido el número de teléfono de
Mitch, lo habría llamado para cancelar la cita de esa segunda semana de
febrero, por lo mal que se sentía. Pero como no lo sabía y tenía necesidad
imperiosa de verlo, la tarde del viernes emprendió viaje. Rogaba que su salud
mejorara con el aire seco del campo. Pero no había tenido en cuenta la nieve.
Ahora que cruzaba la frontera entre Nueva York y Vermont, la nieve arreciaba.
Miró el reloj con impaciencia. Ya habían pasado dos horas. Era casi el
anochecer y conducir por la noche era demasiado peligroso. Se le ocurrió parar
en una posada para pasar la noche, pero lo desechó ante el temor de que el
tiempo no mejorara al día siguiente. Además, no habría forma de avisar a
Mitch.
Faltaban muchos kilómetros cuando dejó la carretera para tomar el
camino a la cima. La tensión de conducir se evidenciaba en sus rasgos,
mientras asía el volante con fuerza. No había posibilidad de volver atrás
porque la nieve parecía haberse cerrado en una pared de hielo sólido. Rogaba
que apareciera una huella que pudiera seguir. Cuando tuvo que reducir la
velocidad a menos de veinte kilómetros por hora y no podía ver más allá,
sintió que el pánico la invadía. La sensación de soledad era intensa. Luchó
contra un súbito mareo y apretó el pedal del acelerador; sólo sabía que debía
continuar.
El mundo entero parecía haberse teñido de colores oscuros cuando vio,
unos metros delante de ella, el desvío hacia la casa. Al tratar de girar para
tomarlo, el coche se deslizó para detenerse sobre un montículo de nieve a un
lado del camino. Con desesperación, Anne trató de salir de allí pasando de
primera a marcha atrás.
Con los nervios destrozados por lo largo y agotador del viaje, maldijo su
suerte y salió del automóvil hundiéndose en la nieve hasta la mitad de las
botas altas. Hasta con la mejor buena voluntad no parecía posible sacar el
coche. Sólo tenía una salida. Miró en dirección a la casa. Calculó un kilómetro
y medio de distancia aproximadamente. ¿Podía lograrlo? ¿Mitch estaría ya
allí? ¿Y si hubiera tenido que detenerse en algún lugar y después de tanta
caminata encontrara la puerta cerrada con llave? Tenía que intentarlo. No po-
día elegir.

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Bonnie Drake Flores para despertar

Pasaron treinta minutos, luego otros quince. Exhausta, buscó algo en qué
apoyarse para descansar. Pero todo era blanco, indistinguible. Al mirar hacia
atrás sólo pudo ver sus propias débiles huellas. Sin querer pensar en que podía
haber equivocado el camino, continuó la marcha. Con los huesos cansados y
débil por el esfuerzo de toser, se aterrorizó súbitamente. No había ninguna
señal de vida. ¿Dónde estaba la casa? Se empeñó en seguir subiendo durante
otra media hora que pareció eterna, deteniéndose ocasionalmente para sonarse
la nariz, jadeando al borde de la extenuación, ignorando el calor de las
mejillas.
La nieve seguía cayendo transformando la tierra maravillosa en una
pesadilla grotesca. Trataba de descartar la posibilidad de estar perdida, pero el
camino nunca había parecido tan largo cuando conducía por él o lo transitaba
con mejor tiempo. La llegada de la noche obnubiló sus sentidos. Mareada, cayó
sobre las rodillas en medio del manto helado. Pero ahí no podía dormir,
parecía decirle una voz que la obligaba a ponerse de pie una vez más para
intentar seguir adelante. En las mejillas afiebradas se mezclaban las lágrimas y
la nieve fundida.
Cuando no pudo ir más allá, se dejó caer sobre las rodillas.
—Mitch... Mitch... ¡Por favor, ayúdame!
—Annie...
No podía saber si era una ilusión o la realidad. No le importaba tampoco.
Cuando la figura enorme se arrodilló en la nieve frente a ella, cayó sobre ésta,
agradeciendo el apoyo que le proporcionaba.
—¡Sujétate a mí, Anne! No estamos lejos de casa —la levantaron unos
brazos resistentes y otros pies, comenzaron a recorrer el último tramo.
—¿Eres tú, Mitch? —murmuró, contra la chaqueta abrigada que le
protegía el rostro del viento.
—Soy yo, querida. Calla. Conserva las energías para entrar en calor.
Se abandonó a su amparo. A decir verdad, estaba demasiado cansada
como para pensar.
La luz de la casa lo guió como un faro a través de la nieve. Cerró la puerta
con un toque de la bota detrás de ellos y la apoyó de pie en el suelo, para
volver a sostenerla cuando se aflojaron las rodillas. Sin una palabra, entró en el
dormitorio de abajo para depositarla al borde de la cama y comenzar a quitarle
las ropas mojadas. Aunque Anne hubiera advertido lo que estaba haciendo no
era capaz de levantar un solo dedo en señal de protesta. Calada hasta los
huesos, temblaba sin control.

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Bonnie Drake Flores para despertar

—Levanta los brazos, como una buena niña —pidió dulcemente. Luego
sacó a un tiempo las dos mangas del suéter que luego pasó por la cabeza.
—Creí que me había perdido, Mitch. Había caminado tanto y no podía
encontrar la casa...
—Shhh... todo está bien ahora. Ahora, quiero que te acuestes, querida. Los
vaqueros están empapados —con ternura, la empujó hacia atrás, bajó el cierre
de los pantalones y los quitó con impaciencia cuando la tela gruesa se resistía.
—Dios, ¡qué mal me siento! —dijo, llevándose una mano a la frente.
—Lo sé, Anne. Pero ahora estarás mejor. Tengo que hacer que entres en
calor, ¿de acuerdo?
No respondió; no protestó cuando le quitó las bragas frías y sumergió la
mitad de su cuerpo bajo el cobertor para terminar quitándole el sostén.
—Ahora estarás bien.
Ella permanecía disfrutando el recorrido de los labios de Mitch, desde los
párpados a las mejillas, trayecto recorrido después por las yemas de los dedos.
Suspiró. El débil sonido lo volvió de pronto a la realidad. La contempló
durante un momento.
—No deberías haberme quitado el suéter —protestó débilmente.
—No seas tonta, estabas calada hasta los huesos y helada. No es el
momento de pudores.
—No me refiero a eso —un acceso de tos interrumpió la sonrisa—. Ese
suéter... me lo puse para ti... ¿te diste cuenta?
—Sí, Anne. Era color rosa.
Hizo una pausa para retirarle un mechón de cabello de la frente.
—Gracias. Voy a calentar un poco de sopa para ti.
—No, no puedo comer... sólo quédate aquí unos minutos... — no pudo
resistirse a tomarla entre sus brazos, masajeando su espalda para darle aún
más calor—. No puedes imaginarte qué asustada estaba. Hacía tanto frío ahí
afuera.
—Te habría buscado siempre. ¡Lo sabes!
—Ni siquiera estaba segura de que estuvieras aquí. No había ninguna
huella en el camino... —la tos la interrumpió.
—Shhh... —la urgió a dejar de hablar—. Llegué antes de que comenzara la
tormenta. En esta época las nevadas suelen ser dramáticas —el intento de
distraerla había tenido éxito.

65
Bonnie Drake Flores para despertar

Pensar en los paseos por el paisaje invernal puso una breve sonrisa en los
labios pálidos.
—Voy a traer la sopa ahora.
—No, en realidad no tengo hambre.
—Necesitas tomar algo caliente.
—Pero no creo que pueda.
—¡Podrás! Descansa. Ahora vuelvo.
—Pensé que ahora me sentiría mejor —hablar se le hacía cada vez más
difícil.
—En primer lugar, ¿por qué saliste de Nueva York? Deberías haberte
quedado en cama y no conducir con esta tormenta.
—No nevaba en casa. Y no tenía idea que me metería en este lío.
—Olvídate del tiempo. ¡Deberías haberte quedado en cama de todos
modos con ese resfriado impresionante!
—Mi vida no puede detenerse con cada resfriado.
—Mujer, si no aprendes a cuidarte más, tu vida puede llegar a detenerse
para siempre. Si no les das importancia a los simples resfriados pueden
terminar en neumonía, o algo peor. ¿O no se te ocurrió pensar en eso?
La fuerte réplica hizo brotar lágrimas de sus ojos.
—Yo sólo quería estar aquí... contigo.
—Anne, no creas que no tenía las mismas ganas de verte. Pero podríamos
haber venido la semana próxima.
—Podía haber habido alguien más aquí la semana próxima.
—No habrá nadie aquí.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
Con un gesto resignado, sosteniéndola aún, acarició los mechones de
cabello de su frente.
—Esta es mi casa, Anne. Miles Cooper se encarga de alquilarla cuando no
la uso.
Ella le miró, sorprendida.
—Esto explica muchas cosas... y por qué prefieres esta cama. Después de
todo... es tuya.

66
Bonnie Drake Flores para despertar

—No habrá más confusiones. Saqué la casa de la lista de Cooper. Desde


ahora seremos los únicos que la usaremos. No vayas a ningún lado —
murmuró antes de desaparecer. Al volver le levantó la cabeza con una mano
en la nuca—. Aspirina, Anne. Abre la boca.
No podía pedirse una paciente más obediente. Se sentía demasiado débil
como para protestar, demasiado satisfecha como para replicar.
Mitch se quedó a su lado toda la noche. Una parte de su cuerpo siempre
estaba en contacto con el de ella para saber exactamente el momento en que se
despertaba. En otras circunstancias, les hubiera resultado muy difícil dormir
juntos. Las pieles estaban tocándose con muy poca ropa encima. Pero los
sentidos de Anne estaban embotados por la fiebre.

El día siguiente fue una sucesión de horas confundidas en la mente


semiinconsciente. La fiebre seguía subiendo a pesar de la medicina y también
aumentaba el dolor que hacía sufrir todo su cuerpo cada vez que tosía.
—¿Qué me pasa? —preguntaba frustrada.
Mitch estaba permanentemente a su lado, salvo en los instantes que se
alejaba hasta la cocina o cuando permanecía de pie con aire preocupado frente
a la ventana.
—No estoy seguro. En cuanto el camino esté transitable, te llevaré al
médico.
—¿Ha dejado de nevar?
—Finalmente.
—¿Qué altura ha alcanzado la nieve?
—Casi medio metro. Hace más lento el barrido de los caminos. Aunque la
gente de aquí tiene buenos equipos.
—Mitch. Si eres el dueño de esta casa, tienes la forma de averiguar los
nombres y direcciones de los inquilinos, ¿es así?
—Sí.
—Entonces, sabes quién soy.
—No.
—Pero tienes esa información...
Su voz fue dulce al contestar.

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Bonnie Drake Flores para despertar

—Miles tiene la información. Creo que podría haberla visto de haberlo


querido; a veces estuve tentado, pero a la larga, no pequé.
Había empezado como un juego de todas maneras. Aunque Anne no
sabía si sentirse segura o herida por el autocontrol de Mitch. Sus rasgos
reflejaron indecisión. Para aumentar la confusión, Mitch rió fuertemente.
—¿Qué te resulta tan gracioso?
—Tú... tus ojos... ¡No pueden esconder nada!
—¿Soy tan transparente?
—En algunos aspectos.
—Yo... aquí... a tu merced. Con mi rostro transparente y toda... me
siento... desnuda.
—Casi lo estás, sólo llevas puesta mi camisa.
—No quise decir eso y tú lo sabes —dijo Anne y se puso a toser.
—Hablas demasiado, Anne. Cállate ahora.
En ese momento, un ruido se escuchó desde fuera de la casa.
—¡El tractor! —ya estaba de pie y caminando cuando se detuvo en la
puerta del dormitorio para ordenarle con firmeza—. ¡No te muevas hasta que
vuelva!
Permaneció allí, enferma y débil durante lo que le parecieron horas.
Finalmente, desobedeció la orden y se levantó de la cama para ir al baño. Su
imagen en el espejo la asustó, pálida, con ojeras, los ojos hinchados de tanto
dormir. Mientras se arreglaba la melena, las rodillas comenzaron a temblar,
dejó caer el peine y tuvo que agarrarse al lavabo violentamente.
—¿Qué demonios estás haciendo fuera de la cama?
—Sólo fui hasta el baño... —protestó débilmente.
—¿Tendré que atarle a la cama? —ante la negación silenciosa continuó—.
Bien, ahora, ¿dónde están las llaves del coche?
—Creo... que las puse en el bolsillo de los pantalones —Mitch desapareció
unos minutos. Al regresar, tenía las llaves en la mano.
—Ahora escúchame, Anne. Voy hasta el coche con el tractor. Voy a tardar
un rato en remolcarlo. ¿Tiene neumáticos para nieve? —negó, súbitamente
consternada.
—Bien, volveré lo más pronto posible. Luego iremos a ver a un doctor.

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Bonnie Drake Flores para despertar

Un rato más tarde Mitch anunció su llegada con un portazo. Como no


tenía fuerzas para llamarlo, esperó que se asomara al dormitorio con las
mejillas rubicundas por el frío, pero listo para llevársela.
—Bien —comenzó mirando alternativamente la cama y el vestidor, con un
dedo sobre la nariz mientras decidía qué hacer.
Antes de que Anne pudiera decir nada, la levantó con cobertor y todo y la
llevó a la sala. Se detuvo en la puerta de calle, mirándola insatisfecho.
—Demonios, necesitas algo para la cabeza —la apoyó sin contemplaciones
sobre el sofá y fue hasta la cocina para traer su sombrero, ya seco, que colocó
de cualquier manera sobre los cabellos despeinados.
—Mejor —dijo, cogiéndola nuevamente para dejarla en el asiento del
copiloto del Honda. Se sentía tonta y muy enferma y respiraba con dificultad,
mientras se dirigían al pueblo. La oscuridad borraba todo menos la guía de las
luces que se reflejaban en las paredes que la nieve había construido a ambos
lados de la ruta.
Poco después entraban en clínica local, donde los esperaba el médico,
alertado por el dueño del tractor.

Salieron una hora después.


—¡Neumonía! Bien hecho, Anne —bromeó dulcemente, mientras se
dirigían al coche.
—¿Tienes las píldoras?
Tocó la parte superior izquierda de su pecho, donde debía encontrarse el
bolsillo de la camisa.
—Aquí están. ¿Te encuentras bien?
—¡Es gracioso! Me han examinado, me han hecho radiografías, pinchado
como si fuera insensible. Tengo calor, frío y cansancio. ¿Y tú me preguntas si
estoy bien? ¡No preguntes!
Por primera vez desde que el problema había comenzado, Mitch sonrió
tranquilo. Cerró la portezuela, se dirigió hacia el asiento del conductor para
deslizarse detrás del volante con agilidad.
—Por lo menos, tu buen humor está intacto. Vamos, vamos a casa. El
médico ordenó calor, descanso y mucho líquido caliente, así que tenemos que
conseguirlo.

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Bonnie Drake Flores para despertar

Las órdenes del doctor se cumplieron al pie de la letra durante los tres
días que siguieron, Mitch ordenaba qué dosis de antibiótico debía tomar y
cuánto debía comer o dormir. La medicación comenzó a surtir efecto un día
después, cuando se atrevió a quejarse del régimen a que la sometía.
—No puedo tomar una sola cucharada más de esta sopa. Es horrible —
dijo cuando la mañana del martes trajo otro tazón—. Me siento mucho mejor.
Te lo aseguro.
La miró con ojos críticos, escudriñando el rostro pálido apoyado sobre la
almohada de la cabecera.
—Pero aún estás ronca.
—Si no quieres oírme, no me des conversación. ¿Y no es hora ya de que
vuelva arriba, al otro dormitorio?
—¿No quieres dormir conmigo? —dijo Mitch.
—Esto no es exactamente dormir contigo sino dormir a pesar de ti. Debes
creer que no me doy cuenta, pero te siento a mi lado. Sé que estás aquí... toda
la noche. Me tocas lo suficiente como para saber que estoy bien... pero eso es
todo. ¿Qué gracia tiene?
Jadeo ante lo que sus propias palabras implicaban, sufriendo un acceso de
tos, del que sólo la salvaron las palmadas de Mitch en la espalda. Para
empeorar las cosas, permaneció acariciándole la espalda y la nuca con un
contacto que se hacía más seductor a cada instante. No se había dado cuenta
de que la otra mano reposaba en su diafragma hasta que la elevó. El pecho
osciló ante la caricia. No podía resistirse. La palma de la mano pasaba sobre su
pezón, tomándolo a través de la tela.
—No tiene gracia, ¿verdad? —dijo Mitch cautelosamente, dejando pasar
un momento de silencio frustrante y exhalando un suspiro resignado—. Pero
por ahora te quedarás aquí para que pueda vigilarte. Dentro de unos días
podrás volver arriba.
—Dentro de unos días me iré a casa —dijo con tristeza.
El brazo masculino la forzó a recostarse sobre la almohada.
—Tendremos que ceder algo. Lo entiendes, ¿verdad, Anne? — asintió en
silencio. Se aproximaba al momento en que el beso apasionado no bastaba y en
que advertían que no era apropiada la semana que ocasionalmente pasaban
juntos—. ¿Estás preparada para algo más?
—¿Lo estás tú? —los dos podían preguntar, pero ninguno respondía.
Anne sabía que aún necesitaba un tiempo, corto. Debía terminar aquel asunto

70
Bonnie Drake Flores para despertar

legal antes de liberar su corazón. Y tenía que saber más sobre ese hombre cuya
otra vida era un enigma—. Háblame de tu familia, Mitch.
—No hay mucho que decir —minimizaba adrede, con despreocupación—
Mis padres viven ambos en Manhattan. Mi padre es jubilado desde hace
muchos años ya. Es bueno... le da tiempo para... hacer otras cosas.
—¿A qué se dedicaba? —continuó, ignorando las pausas entre sus
palabras.
—Era concertista de piano. Seguro que lo reconocerías si te lo dijera.
Anne sonrió incrédula.
—Es un cambio importante: ¡de concertista de piano a magnate industrial
en una generación! ¿No heredaste ningún talento musical?
—Si preguntas si puedo entonar, la respuesta es con dificultad. Si
preguntas si toco el piano, la respuesta es no. Dejé este arte adorable para mi
hermana.
—¿Tienes una hermana también? ¿Es mayor o menor que tú?
Miró hacia el techo para disimular el guiño de los ojos.
—Mayor por... déjame ver... tres no, cuatro minutos.
—Años —lo corrigió.
—No, minutos —repitió, riendo.
—¿Mellizos? ¡Oh, Mitch, qué maravilla! ¡Qué divertido debe haber sido
crecer juntos!
—En realidad, no. Ella siempre fue más alta, encantadora y rápida que yo.
—¿Y ahora?
— ¡Touché! Creo que puedo decir que al final la alcancé.
—Debes haber sacado alguna ventaja de ser el enano de la familia —dijo
Anne burlándose.
—Oh, sí. Mi madre me consentía. Me tenía lástima. Creo que por eso
todavía necesito tocar y ser tocado...
Como si sus palabras lo hubiera autorizado, tomó su mano para recorrer
eléctricamente con los dedos el brazo hasta los hombros, la espalda, la cintura.
Pero Anne no se dejó dominar por la inteligente diversión. Le interesaba
mucho más el tema de la charla.
—¿Hay otros mellizos en la familia?
—Sólo Liz y yo.

71
Bonnie Drake Flores para despertar

¿Liz? Desde su mente llegaron advertencias que la transportaron a otra


conversación durante la visita anterior. Esbozó una sonrisa que hizo que Mitch
notara su desliz.
—Hmmm... Liz —repetía en tono acusador.
—Ahora que sabes mis secretos, tengo miedo.
—¿Era esa Liz quien estaba contigo en el restaurante antes de Navidad?
—Hmm... hmmm. —frunció las cejas.
—¿Es casada?
—No. Pero hasta hace poco salía con un muchacho muy agradable.
—¿Qué instrumento toca?
—En realidad, aunque es una excelente pianista, prefiere tocar el arpa.
—¡Qué bonito!
—No cuando estaba aprendiendo —murmuró arqueando las cejas.
—¡Oh, eres imposible!... y estás celoso de su talento —concluyó Anne
dándole un codazo ligero en el abdomen.
—Quizás... quizás... —fue la única respuesta, mientras llevó su mano a los
labios para besar cada uno de sus dedos.
Esa noche, tal vez debido a la estimulación de la charla, Anne tuvo una
pesadilla más aterradora que cualquiera de las que había tenido desde niña.
Dio vueltas en la cama, bañada en sudor frío, tratando de respirar hasta que
Mitch la sostuvo entre sus brazos.
—¿Qué pasa, querida? —inquirió con voz alarmada. La habitación estaba
tenuemente iluminada por el reflejo de la luna en la nieve.
—Una pesadilla, fue horrible —jadeó, temblorosa.
—¿Quieres hablar de ello?
—Es ese juicio, que me ronda la mente...
—¿Juicio?
—El accidente de mi marido. Su familia me ha estado presionando para
que los acusara por negligencia. Al principio, cuando estaba furiosa como ellos
y ante nuestra impotencia, acepté. Ahora, todo esto me ha superado.
Mitch permanecía como una estatua, con los ojos clavados en algún punto
sobre su cabeza.
—¿Y la pesadilla?

72
Bonnie Drake Flores para despertar

—Fue horrible. Soñé que estaba en el avión que se estrelló con Jeff. Yo no
estaba herida, pero tenía que presenciar impotente su sufrimiento. No había
médicos ni medicinas. Nada más que desechos humeantes, gritos de la gente y
luego silencio.
—Lo sé, querida, lo sé. Pero fue sólo un sueño.
Le faltaba convicción, pero ella no podía darse cuenta. En cambio, se
sintió reconfortada por su cercanía, quedándose profundamente dormida
enseguida mientras él permaneció largas horas con los ojos abiertos en la
oscuridad.

Durante toda la semana, las preocupaciones de Mitch se disiparon con el


esfuerzo que tuvo que hacer para mimar a la paciente. La última noche, sin
embargo, antes de que ella partiera, lo encontró contemplando
melancólicamente el fuego de la chimenea. Estaba sentado en el suelo, contra
una silla, con las piernas extendidas hacia el calor. Los dedos delicados tocaron
instintivamente su hombro.
—¿Pasa algo malo? —como de regreso de un largo viaje, meneó la cabeza
hacia ella—. Parecería que algo te molesta. Ya estoy completamente bien y no
has comenzado siquiera a pelear conmigo.
Obtuvo una sonrisa triste como única respuesta...
—Parece que he perdido por el momento mi habilidad para la lucha.
—Lo siento, Mitch. Esta debe haber sido una semana de lo más tediosa
para ti. Tener que hacer de niñera... otra vez—. Con una sonrisita, rememoró el
manzano y la rodilla lastimada.
—No me importó. Ha sido muy reparador.
—Demasiado. Mañana es mi último día aquí; ¿me acompañarás o tendré
que salir sola a caminar?
—Iré contigo.
La nieve estaba todavía fresca y limpia en la cima de la montaña desierta
y el día los ayudó con un cielo azul profundo; el aire era frío, pero agradable.

—¿Estás segura de que no quieres quedarte el fin de semana? No deberías


conducir tanto tiempo todavía —estaban de pie uno frente al otro acomodando
todo para que ella entrara en el automóvil. La mirada de Mitch acentuó su
pena.

73
Bonnie Drake Flores para despertar

—Desearía poder hacerlo. Pero prometí asistir a una comida de


beneficencia mañana por la noche. No puedo defraudar a mis amigos.
—¿Entonces, me abandonas?
Inevitablemente, tomó los labios delicados con su boca. Era una caricia
tierna, dulce tortura para Anne. Rodeó el cuello con sus brazos mientras él la
estrechaba con la fuerza que no había usado en toda esa semana. Ante la
inminencia de la separación, los dos se prodigaron la intensidad de los
sentimientos tanto tiempo reprimidos. Lentamente el fuego creció. Los labios
se devoraban por turno, los de él firmes y perturbadores, los de ella dulces y
entregándose. Le devolvió el beso con el poder de su feminidad, expresando
con la boca los «gracias» y «te echaré de menos» y «cuándo te veré nuevamen-
te» que el corazón necesitaba exteriorizar.
En una explosión salvaje, la lengua se profundizó en la boca femenina,
despertándole sensaciones desenfrenadas que hablaban de la necesidad de
volver a la casa, al mismo dormitorio, a la cama amplia. Se abrió a él,
insaciable, exigiendo aún más, pero él la detuvo.
—Quiero que tengas esto, Anne —sus labios acariciaron por última vez
los de ella y enseguida le tomó la mano, dejó caer algo en ella y cerró el puño
tomándolo entre sus dedos—. Es la llave de este lugar. Las semanas que
vienen serán de mucho trabajo para mí. Pero volveré a fin de marzo. Si quieres
venir, en cualquier momento, quiero que lo hagas.
Sin aliento y conmovida, Anne sintió que los ojos se le llenaban de
lágrimas. Sintiéndose tonta, murmuró un «gracias» contra la mejilla en el
último abrazo, se apartó, entró en el coche y lo puso en marcha sin mirar hacia
atrás. Partir se hacía cada vez más y más difícil.

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Bonnie Drake Flores para despertar

Capítulo 6

Anne no esperó hasta el último momento para salir de Nueva York, con
viento, lluvia y humedad, hacia el norte. Aceptando la sugerencia de Mitch iba
a hacer buen uso de la llave que le había dado, llegando unos días antes que él.
La excitación era estar allí, en esa colina, en la casa de Mitch. Nada podría ha-
berla retenido por más tiempo.
En las semanas que habían pasado desde su regreso, había habido
cambios, algunos importantes, otros menos. Se había atrevido a guardar las
cosas de Jeff como la familia le había aconsejado sin que ella oyera la
sugerencia. Además su apariencia física había sufrido una metamorfosis.
Aunque todavía vestía con tonos apagados, el rostro estaba más animado, la
figura menos angulosa. Y por último había comenzado a salir más a menudo,
con amigos y nuevas relaciones. Era extraño. La mayor parte del año anterior
su apartamento había sido un santuario, su retiro privado, la forma de escapar
de los requerimientos del mundo. Antes, el acto de vivir era doloroso; ahora
Anne sentía la alegría de vivir.
En realidad, el piso estaba tan solitario como en los días que habían
seguido el accidente. Pero la causa era distinta. Extrañaba a Mitch. Su ausencia
la lastimaba mucho, hasta el extremo de tener que enfrascarse en el trabajo y la
compañía de otros.

Era la tarde del miércoles cuando abrió la puerta con su llave. Mitch no
llegaría hasta el viernes. Todo parecía más grande, más vacío y más silencioso
sin él pero la certeza de su llegada alejaba la sensación de soledad que podría
haberla invadido de otra manera. Había señales de él en cada habitación, que
la abrigaban con su calor mientras deambulaba por la casa. Para esperarlo, se
impuso alegremente toda clase de tareas manuales.
Llegó la noche del viernes sin señales de Mitch. La espera era devastadora
para Anne. Un pollo esperaba en el horno, había abierto una botella de vino
para que tuviera la temperatura ideal para ¡a cena. La casa estaba arreglada,
las camas con ropa limpia. Anne se había duchado y vestido con un par de
pantalones de lana suave y una blusa estampada. En el tercer dedo de la mano
derecha llevaba el anillo que él le había regalado.

75
Bonnie Drake Flores para despertar

Esperaba. Las manecillas del reloj no parecían avanzar. Los minutos se


hacían interminables. Se pasaba por la cocina controlando la comida. Volvió a
la ventana de la sala para ver si aparecían unas luces de automóvil. Se
derrumbó en el sillón para escuchar y esperar, mientras los leños ardían uno
tras otro en el hogar. Esa ronda desde la cocina a la ventana y luego a la silla
otra vez, se repitió incansablemente, acrecentando su impaciencia y llegando a
una desilusión que la hizo, mucho después de medianoche, tirar la comida,
limpiar la cocina y quedarse en el sillón alerta. A las dos de la mañana se fue a
la cama para pasar una noche insomne.

La mañana del sábado la descubrió con los ojos cansados y preocupada.


Quizá se había retrasado por algún asunto de negocios. Quizás había olvidado
que estaría esperándolo. Ahora que le había dado la llave, no tenía que sentirse
responsable de llegar con anterioridad para abrir la puerta. Quizás hubiera
decidido no ir. Después de todo, ella tenía llave y podía arreglárselas muy bien
sola.
Estas y otras ideas se sucedían en su mente, mientras las horas pasaban
una más larga que la anterior. A la tarde, sin signos de Mitch, los
pensamientos de Anne se volvieron hacia ella misma. ¿Qué había esperado?
Ella y Mitch eran amigos, íntimos en algunos aspectos, no tanto en otros.
¿Habría confundido la relación con algo que no era y que no tenía
posibilidades de ser? ¿Cuál era en realidad la naturaleza de sus propios
sentimientos hacia Mitch? Le parecía atractivo, atento, inteligente y excitante.
No pasaba un día sin que sus pensamientos lo tocaran de una u otra manera.
Sin esfuerzo podía imaginarse pasando el resto de su vida con ese hombre en
esta casa aislada. ¿Era amor lo que sentía? ¿O simplemente una res puesta a la
soledad que le había dejado la pérdida de otro amor? El grato sonido de una
bocina la trajo a la realidad. Pero no era su bocina, lo había notado enseguida.
Fue hasta la puerta principal para encontrarse con el camión local.
—¿Señora Boulton? —dijo la voz grave de un granjero.
—¿Sí?
—Un mensaje para usted. De un amigo de Cooper. Llamó por teléfono a
la estación de policía. Disculpe el retraso.
—¡Gracias!
El camión ya había doblado antes de que tuviera tiempo de decirlo, pero
acusó recibo de las palabras con un gesto de la mano tras la ventanilla cerrada.
¿Serían buenas o malas noticias? ¿Vendría o tendría que desistir del viaje por
esta vez? Desdobló el papel nerviosamente. La letra era casi ilegible: Retraso

76
Bonnie Drake Flores para despertar

inevitable. Mitch llega domingo noche. Miles Cooper. Con un suspiro de cansancio
miró el camino vacío. ¡Tenía que esperar otro día completo aún! Retraso
inevitable... ¿Qué significaba? El misterio la molestaba, pero durmió
profundamente esa noche.

El domingo llegó acompañado por el ruido de las gotas de lluvia sobre el


techo. Era un día oscuro, el primero desde que había llegado. Anne se enfrascó
en las traducciones para aliviar la preocupación. Parecía ayer cuando usaba
ese mismo método para distraerse de los pensamientos sobre Jeff. Ahora la
obsesión se llamaba Mitch. ¿La amaba? Una y otra vez se preguntaba lo
mismo. La desilusión que le ocasionaba su ausencia era devastadora. Deseaba
verlo más que nada en el mundo. ¿Pero era amor?
Oyó el ruido de un automóvil que se acercaba y los latidos de su corazón
se aceleraron. El sol ya se había ocultado y todavía caía una lluvia tupida que
le había hecho temer que el coche pudiera quedarse en el barro. Pero el
ronroneo era inconfundible: se trataba del Honda.
Abrió la puerta, antes de que él apagara las luces. Le pareció una
eternidad hasta que bajó del coche, sacó los paquetes y corrió bajo la lluvia
hacia la casa. En el momento en que se cruzaron sus miradas, comprendió que
el retraso había tenido un motivo personal. Si Mitch lo compartiría o no con
ella, estaba por verse.
Cerró la puerta para verlo depositar los paquetes en el suelo, quitarse la
chaqueta y acercarse al fuego, todo en silencio. Insegura de sí misma, se dirigió
al sofá para esperar que su compañero se volviera hacia ella. Parecía cansado y
preocupado. Deseaba ayudarlo, pero temía el rechazo. Por el momento, lo
único que podía hacer era seguir esperando pacientemente.
Con la mirada fija en el fuego, parecía no advertir su presencia. Estaba
deprimido y la mano que se apoyaba en la chimenea se abría y se crispaba
alternativamente. ¿Qué secretos ocultaba? ¿Qué tristeza podía adueñarse de
esa forma de sus sentimientos? Para hacerlo sentir más cómodamente, fue
hasta la cocina a buscar un tazón de café que le ofreció tímidamente.
—Toma algo caliente, Mitch. Ha sido un largo viaje.
Mitch cogió la taza y volvió a su actitud previa. Anne esperó una vez más.
—Lo siento Anne —murmuró finalmente, pasando una mano por su
frente como si tratara de borrar pensamientos angustiosos. Los ojos se veían
cansados; la expresión desencajada, pero la sonrisa era cálida cuando le dijo—:
—Estás muy guapa.

77
Bonnie Drake Flores para despertar

—¿Está todo bien, Mitch?


—¿Alguna vez ha estado todo bien?
—¿Has tenido un mal viaje? —probó otra vez aunque sabía que eso no
tenía nada que ver con su humor.
La intención era romper el silencio para facilitar las cosas.
—El de costumbre —la severidad de la respuesta la hizo retroceder.
Siguió un largo silencio.
—Recibí el mensaje. Gracias por enviarlo.
—No quería que me esperaras.
«O que me preocupara», agregó para sí. La formalidad de la charla la
hacía temer lo peor. Quizás él no había deseado ir. Quizá lamentaba haberle
dado la llave para que pudiera entrar libremente. Después de todo, aquella
primera vez de septiembre, había dejado bien claro que no quería mujeres en
ese lugar. Con los meses parecía haber cambiado de idea, invitándola una y
otra vez. ¿Y si no deseaba que estuviera más allí? ¿Y si esas obligaciones de las
que había hablado eran prioritarias con respecto a la relación aislada que
mantenían?
—¿Quieres que me vaya, Mitch?
—¡Por supuesto que no! ¿Por qué sugieres algo tan tonto?
—¿Es realmente tan tonto? —replicó, irritada por su distancia-miento—.
Llegas con dos días de retraso, luego entras como un alucinado hipnotizado
por el fuego. Pensé que quizás querrías estar a solas en tu casa.
Irónicamente, las palabras de Anne lo habían sacado del ensi-
mismamiento.
—Si fuera así, no te habría dado jamás la llave de la casa.
—Me he preguntado por qué me la habías dado en realidad. Y no puedo
llegar a una respuesta satisfactoria.
—Baste decir que quería que tuvieras acceso a este lugar en el momento
en que lo desearas.
—¿Por qué?
— ¡Es una pregunta loca!
—¡Y es una situación loca!
—Nunca te prometí otra.

78
Bonnie Drake Flores para despertar

Como siempre, tenía razón. Una sensación de opresión en el estómago le


advirtió que había llegado a esperar mucho más que lo que él estaba dispuesto
a dar. Ella misma le había dicho una vez que no exigiría nada... salvo que él
estuviera allí de vez en cuando para verla. Había tomado en cuenta esas
palabras: estaba allí. ¿Qué más podía pedir? Pero había más, mucho más notó
en ese momento. Aunque no podía darle un nombre, había llegado a ser una
parte fundamental de su vida. Vencida, se puso de pie para dirigirse a la
cocina, deteniéndose en la puerta para preguntar.
—¿Has cenado?
—No.
—Prepararé algo.
—No te molestes.
—Lo haré.
Cenaron en silencio, Mitch ensimismado, Anne esperando que
reaccionara. Fue la peor noche que habían pasado juntos.
—Gracias —dijo Mitch cuando quedaban sólo migas en el plato.
—Me alegro de haber hecho finalmente algo bien —murmuró
sarcásticamente al levantarse para fregar los platos.
Pero una fuerza impresionante le retuvo la mano.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Creo que lo sabes —liberó la mano de un tirón y siguió hacia el
fregadero.
—Anne —de pronto la voz se hallaba detrás de ella—. Algo te molesta
desde hace horas, ¿de qué se trata?
—Nada.
—Estás enojada ¿verdad? ¿Porque he llegado dos días tarde?
—No.
—Vamos ¿qué otra cosa podría ser? Te avisé. Es más, lo hice a través de
Miles para que vieras que no sabía tu apellido.
—Eso no me molesta.
Los dedos crispados tomaron sus hombros y la obligaron a darse la
vuelta.
—Demonios, mírame, Anne —gruñó, indiferente a las manos enjabonadas
que dejó caer a los lados del cuerpo—. Quiero que me digas qué te molesta.

79
Bonnie Drake Flores para despertar

—¿Por qué tendría que hacerlo? No te debo ninguna explicación de mi


comportamiento de la misma manera que tú no me debes ninguna del tuyo.
—Así que era eso. Quieres una explicación por mí... tardanza, como si esto
fuera una especie de reunión de negocios.
—¡No quiero nada! —gritó vehementemente, mientras se secaba las
manos con un paño—. Ahora tú terminas de fregar y yo me voy a la cama.
Afortunadamente, las lágrimas surgieron cuando estaba a salvo en la
habitación de arriba... y segura de que no la habían seguido. Su amor parecía
destinado a ser fuente constante de dolor. ¿Por qué había dejado que
sucediera? Había amado a Jeff y lo había perdido sin poder hacer nada para
evitarlo. ¿Por qué se había entregado a la agonía otra vez?
Porque con el torrente de lágrimas, llegó el convencimiento de que estaba
enamorada de Mitch. Mitch... de quien no conocía siquiera el apellido. Por qué
había llegado justamente esa noche esa tormentosa revelación, eso no lo sabía.
Tal vez había surgido de haberlo extrañado, ya que amarlo implicaba la
desesperada necesidad de estar con él. Tal vez de su desconsuelo anterior y la
incapacidad para consolarlo, ya que amarlo traía la necesidad de darle al otro
parte de uno mismo para aplacar la angustia. Tal vez de la falta de
explicaciones de su tardanza, ya que amarlo requería una apertura total. Tal
vez era simplemente un fallo en su comunicación, ya que el amor implicaba
comunicarse de muchas, de todas las formas.
Durante largas horas luchó contra la desesperación creciente que
amenazaba adueñarse de ella. Mientras una parte de ella le decía que lo mejor
que podía hacer era irse y dejar toda esta confusión emocional atrás, la otra
parte más poderosa le aconsejaba esperar. La presencia de Mitch tenía
prioridad en su vida; la extensión y naturaleza de sus sentimientos era un
enigma. La tentación de estar con él era demasiada como para despreciarla. Y
siempre había esperanza.
Con ese pensamiento optimista, se quedó dormida. La lluvia continuaba
golpeando fuerte contra las ventanas, pero sólo la despertó el aroma a café
fuerte.
No tuvo necesidad de abrir los ojos para verlo. El peso al lado de su
cadera derecha, el hundimiento diferente del colchón no podían engañarla, así
como la loción para después de afeitar, tenue pero familiar, que tentaban el
terreno. No estaba sola.
Los párpados se abrieron con dificultad para encontrar a Mitch sentado al
borde de la cama. El rostro mostraba una sonrisa tierna, que sólo desaparecía
cuando tomaba algún sorbo del café del tazón que tenía en la mano. Era una

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Bonnie Drake Flores para despertar

visión adorable, y no se atrevía a ensuciar con palabras el momento. Como era


habitual, él habló primero.
—Buenos días, dormilona. Empezaba a preguntarme si alguna vez te
despertarías. Una verdadera bella durmiente.
Anne no pudo evitar una sonrisa en respuesta al despertar agradable que
le había proporcionado.
—Temo que tuve dificultad en quedarme dormida.
—¡Ah! ¡Esta vez te tocó a ti!
Anne se levantó sobre la almohada y echó hacia atrás un mechón de
cabello que le caía sobre la mejilla.
—¿Qué es esto? —los ojos de Mitch siguieron el movimiento—. ¿Brazos
desnudos? ¿Qué pasó con el adorable camisón de franela que usabas siempre?
¡Todavía no hace tanto calor!
—Es sólo un camisón —protestó—. Y no es atrevido en absoluto.
—En realidad estás como debe estar una mujer al despertar.
—¡Horrible! —explotó al pensar en el cabello despeinado, los ojos
hinchados, la falta de maquillaje.
—¿Sabes? Serías millonada en una semana sí pudieras darles a las mujeres
la clave para estar así de horribles.
—Y seguramente has visto un montón de mujeres al despertar... —se
arrepintió de haber pronunciado esas palabras, pero Mitch permaneció
impasible, afortunadamente.
—Bien, Anne —la ayudó a incorporarse con el brazo bajo la espalda—.
Necesitas un café para componerte. Los celos nunca te han sentado bien.
—No soy celosa —mintió.
Estaba celosa de aquello sin nombre, sin rostro que ocupaba el tiempo de
Mitch y sus pensamientos cuando estaba lejos de ella. Y se había interpuesto
entre los dos aun antes de que llegara la noche anterior. Sí, estaba celosa y
molesta.
—¿Mejor? —preguntó, tomando un sorbo de café. Cuando asintió la dejó
reposar nuevamente sobre la almohada y puso la taza sobre la mesa de
noche—. ¿Es un símbolo, ese camisón, como el suéter rosa de la última vez?
—Creo que sí. Estoy saliendo mucho más ahora. Creo que por fin me he
recobrado... ¿Y tú? ¿Algún símbolo de recuperación?

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Bonnie Drake Flores para despertar

Los labios se ensancharon en una sonrisa amplia. Anne supo antes de


oírla que la respuesta sería evasiva.
—Alguno.
—¿Bien? —exigió cuando vio que esperaba inútilmente que continuara.
—Es mejor que te lo diga en otro momento.
—¿Por qué?
—Porque tengo algo en mente mucho más importante ahora.
—¿Oh?
La inocencia era auténtica hasta que siguió la mirada que se dirigía a la
curva de sus senos, que se delineaban con claridad bajo la delicada tela del
camisón. Instintivamente, cruzó los brazos ruborizándose lentamente desde el
cuello hasta las mejillas.
Como respuesta, sus manos tomaron las muñecas y las apartaron con
firmeza, clavándolas en la sábana a ambos lados de la cabeza.
—No te he saludado como es debido aún.
Mitch se inclinó y la besó dulcemente, buscando una respuesta que ella
jamás podría haberle negado al hombre que amaba. La boca probaba y exigía,
la lengua acariciaba y tomaba hasta que Anne estalló en un ahogado suspiro
de deseo. Lo que había comenzado como un saludo cordial se transformó en
llamas de ansiedad que respondían a cada beso con toda la fuerza de la pasión.
Era lo que Anne había estado esperando y deseando inconscientemente.
Los besos y abrazos la encendían de deseo. Había aumentado el color de las
mejillas y los labios cuando finalmente se apartó de él.
—Esto es una especie de adiós, pero no muy adecuado...
La luz de sus ojos le atravesó el cuerpo, llegando hasta su intimidad.
Adecuado o no, ella quería que continuara seduciéndola con maestría. Se
mordió el labio inferior, hablándole en silencio persuasivamente, pidiéndole
algo más, algo más profundo.
Él luchaba contra la divina tentación de la mujer que tenía frente a sí,
experimentada pero vulnerable. Pero su propio deseo lo venció. Por fin, se
inclinó para reiniciar el abrazo, provocándole un suspiro aliviado con el
contacto. Sus labios sojuzgaron los del hombre, satisfechos de ser estrechados
con una fuerza que aumentaba aún más la excitación.
Sus manos llegaron hasta la cintura, bordearon el suéter con delicadeza y
se deslizaron por debajo para acariciar con deleite la piel masculina. Apenas

82
Bonnie Drake Flores para despertar

podía darse cuenta de que las manos de Mitch jugaban con el broche del
camisón, para permitir que la tela sedosa y suave descendiera hasta rodearle la
cintura.
Acarició con la mirada los senos firmes, de pezones rosados que
palpitaban frente a él.
—Eres adorable, Anne.
—Ya me has visto antes... —el susurro se extinguió.
—Sí, cuando estabas enferma, con fiebre, escalofríos y tos. La belleza era
la misma pero a duras penas pude admirarla. Ahora tengo esa posibilidad.
Eres una mujer magnífica, Anne. Te lo diré una y mil veces, cada vez que te
tenga entre mis brazos, cada vez que te haga el amor.
Se estremeció ante sus palabras. La mano que tomaba su seno acentuaba
todas las sensaciones. Acariciaba el pezón con el pulgar y el índice, hasta que
Anne tuvo que sujetarse de sus hombros para no caer.
—Mitch —gritó—, ¿cómo puedes ser tan cruel?
—Haces que surja lo peor de mí —declaró, aunque las manos continuaban
con el juego agonizante sin cesar un instante.
Notando su deseo y llevado por el propio, la depositó con delicadeza
sobre la cama y reemplazó los dedos por la boca. Rodeaba con ella la aureola
rosada del pecho. Inconscientemente, ella arqueó la espalda para ofrecérsele
completamente, mientras se aferraba a Mitch con entrega total.
Cuando creyó que no era capaz de tolerar más, distendió el abrazo con un
gruñido, jugando con la lengua con ligereza sobre el pezón una vez más antes
de enderezarse para quitarse el suéter por la cabeza, revelando a los ojos de
Anne el pecho ancho y musculoso.
El poder de su atracción la hizo adoptar una posición erguida, desde
donde podía recorrer con los labios la contextura musculosa y sentir el gusto
de la piel con su lengua deleitada. Su aroma de hombre la distrajo, junto con el
movimiento de los dedos largos a través de su espalda desnuda. Un
estremecimiento placentero recorrió la columna mientras él deslizaba la mano
una y otra vez despertando un deseo irresistible.
—Oh, Anne —suspiró abrazándola con fuerza para sentir su pecho contra
el de ella, mientras ambos corazones latían aceleradamente.
—Te necesito, Mitch —murmuró cuando pudo recuperar el aliento
durante un instante. Llevando la cabeza hacia atrás, buscó los ojos que
parecían echar fuego—. Por favor...

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Bonnie Drake Flores para despertar

En ese momento deseaba que la poseyera más de lo que había deseado


que ningún hombre la tocara. Mitch había logrado exacerbar toda su
sensibilidad. Ahora, sólo una unión completa y total podría satisfacerla.
—¿Sabes lo que estás haciendo? —preguntó febrilmente, con la
respiración entrecortada, cuando la mano femenina cayó sobre los vaqueros, y
las yemas de los dedos se deslizaron dentro para desabrocharle el cinturón—.
Por Dios, Anne... —durante largos momentos de indecisión se quedó
mirándola leyendo en sus ojos lo que la lengua no osaba decir.
—Mitch, yo... yo...
La profundidad de su amor hizo aflorar lágrimas a los ojos, haciéndolos
aún más brillantes.
Pero al sostener la mirada, indiferente a las emociones que bullían dentro
de ella, advirtió un endurecimiento súbito e indomable.
—¡Demonios! —juró, mientras la arrancaba de sí con violencia.
Se puso frente a la ventana durante un tiempo, con las manos en las
caderas, las piernas separadas, la cabeza gacha, los hombros oscilando con la
respiración agitada. Luego pasó por delante de ella y salió de la habitación.

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Bonnie Drake Flores para despertar

Capítulo 7

Anne permaneció en silencio, inmóvil por lo que le pareció una eternidad.


No podía moverse, pensar, sentir. Sólo sintió frío, el de la habitación y el que
provenía de su interior, alcanzó el cobertor una vez más y lo atrajo hacia sí,
cubriéndose hasta la barbilla.
Anne se había ofrecido sin luchar a Mitch, el hombre que amaba. Él la
había rechazado con evidente enojo. ¿Estaba resentido con ella? ¿No le
gustaba? Sin duda, la encontraba atractiva físicamente. Se lo había
demostrado, Anne había sentido la respuesta física masculina. A pesar de eso,
se había alejado. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
Sintiéndose miserable, encontró sólo una respuesta que pudo explicarle lo
sucedido. Tenía que haber alguien más, la obligación a la que se había referido
una vez. Tenían que ser los sentimientos por esa otra mujer los que le habían
impedido continuar. Tenía que respetarlo mucho por eso, aunque no
solucionara ni siquiera una mínima parte de su propio problema.
Nuevamente, se debatió entre irse de inmediato o quedarse una semana.
Otra vez llegó a la misma conclusión. Aun sabiendo que podía llegar a
autodestruirse, tenía que quedarse, estar cerca de Mitch.
Con la débil satisfacción de haber decidido algo, salió lentamente de la
cama, dejó caer el camisón a sus pies y caminó hacia el vestidor para ponerse
ropa limpia. Saco un par de pantalones y un suéter de cuello alto y se prometió
que jamás volvería a hacer lo que había hecho esa mañana temprano. Era la
única condición bajo la que podía quedarse una semana bajo el mismo techo
con Mitch. Nunca volvería a humillarse como lo había hecho. Nunca volvería a
ofrecer su cuerpo como prueba de amor hasta el día que supiera que sería
recibido de verdad.
Gracias a esa resolución, bajó las escaleras con la frente bien alta. Mitch no
estaba por ninguna parte. Por los platos que estaban en el fregadero, supo que
había comido algo.
Se resignó a pasar la tarde sola, encendió un fuego acogedor y se instaló
delante de él. Tenía que traducir un ensayo corto. Una vez más pensó en
aquella visita de septiembre. Pero habían cambiado demasiadas cosas desde
entonces.

85
Bonnie Drake Flores para despertar

La tarde pasó al anochecer sin señales de Mitch. Más cansada que


aburrida, más consternada que enojada, se encaminó hacia la cocina. ¿Dónde
estaría?
Poco tiempo después, la puerta de atrás se abrió con un chirrido y se cerró
de un portazo. Pasos fuertes de botas golpearon el suelo y llevaron al campo
visual de Anne una figura familiar.
Sin decir una palabra, achicó la distancia entre ellos, quitándose la
chaqueta por el camino y arrojándola sobre el respaldo de una silla. Luego se
volvió hacia donde estaba sentada agachándose a poner otro leño al fuego.
Cuando comenzó a arder y echar cenizas encendidas le dijo:
—¿Enojada?
—No. ¿Qué derecho tengo a estar enojada?
—Bueno, he desaparecido durante todo el día.
—¿No hay mucha humedad fuera? —era mucho menos peligroso entablar
una charla intrascendente que analizar las motivaciones de cada uno.
—Podría decirse que sí —la sonrisa del rostro se reflejaba en el tono de la
voz y esto la tranquilizó inmediatamente—. Pero la caminata me ha sentado
bien. Necesitaba tiempo para pensar.
—Hablas como si tuvieras el peso del mundo sobre tus hombros.
—A veces creo que es así —respondió con voz suave, apesadumbrada—.
Ha sido una semana pésima.
—¿Trabajo? —preguntó tímidamente.
—No. Afortunadamente, en ese aspecto todo marcha bien. Tengo un
equipo de colaboración excelente; logran que todo funcione incluso cuando no
estoy...
Anne permanecía sentada, esperando más de él. Si no era un problema de
negocios, tenía que ser personal como había sospechado desde el primer
momento. De pronto, el temor le hizo cambiar de idea; no quería saber.
—Voy a hacer algo de comer.
—¡No! —la tomó de las muñecas, impidiéndole la huida, escudriñándola
intencionadamente. ¿Le diría todo ahora? ¿Descubriría finalmente el secreto de
su corazón? ¿Sería completa la humillación? Pero él tenía algo más en mente—
. Es mi turno. Tú lo hiciste anoche. Esta vez cocino yo. Eres mi huésped.

86
Bonnie Drake Flores para despertar

La venció la delicadeza del tono, igual que la mirada que le pedía en


silencio que lo dejara hacer lo que quería. Le flaquearon las rodillas y volvió a
sentarse. Al hacerlo liberó las muñecas del contacto.
—Es una situación divertida —bromeó en forma ligera.
Se puso de pie con un movimiento ágil y con otro se aproximó a ella para
darle un beso firme en la mejilla antes de que tuviera tiempo de apartarse.
—¿Y eso por qué? —preguntó no por primera vez. Desde la puerta de la
cocina, respondió con una mueca. —Por ser una huésped tan comprensiva.
Cenaron en medio de una charla agradable, que rememoraba
esencialmente aquellas previas, cuando se habían empezado a conocer.

Por la mañana se levantaron pronto y desayunaron juntos.


—Es una mañana perfecta para trabajar en los surtidores — comenzó
cuando había terminado de levantar los platos para que ella los lavara.
—¿Surtidores?
—¡Seguro! ¡Con las noches frías y los días cálidos que ha estado haciendo,
la savia debe estar líquida como el agua!
—¿Azúcar de arce? ¿Quieres decir que nosotros mismos podemos
fabricarla? ¡Tenía la intención de visitar una granja de los alrededores para ver
cómo se hace!
—¿Qué necesidad hay de ir a ningún lado si aquí tenemos todo lo
indispensable?
No podía estar más de acuerdo.
—¿Sabes lo que hay que hacer?
La tomó de ambos hombros para volverla hacia sí.
Con aire socarrón, dijo:
—¿Desde cuándo tienes motivos para dudar de mi experiencia en...
cualquier cosa?
—Hmmm, parece que no te ha quedado ni una pizca de modestia
disponible.
—Bueno —concluyó con un encogimiento de hombros y riendo—.
Nadie es perfecto.
En opinión de Anne, Mitch estaba más cerca de serlo que nadie ese día y
todos los que siguieron. Aunque tenían tiempo de pasear, leer, descansar, le

87
Bonnie Drake Flores para despertar

dedicaron la mayor parte de su atención a la fabricación de azúcar de arce, de


la que Mitch conocía en realidad casi todo.
—Los mejores árboles son los viejos, de cuarenta años o más.
Explicó cuando salieron de la casa, portando las herramientas que había
hecho aparecer misteriosamente de un cobertizo del fondo. Anne miraba
fascinada como horadaba pequeños orificios en el tronco de cada uno de los
arces añosos; luego metía en cada uno un caño corto de metal que
profundizaba algunos centímetros bajo la corteza.
—Estamos usando caños de metal. El método es anticuado, pero lo
conozco bien.
—¿Has hecho esto antes?
—Sí. Cuando vengo en esta época. La savia fluye generalmente desde
mediados de marzo hasta mediados de abril, con algunas variaciones según
los años —con un empujón puso otro caño en su lugar rodeando el tronco para
insertar otro en la parte trasera.
—Creí que podía hacerse sólo un orificio por árbol —le advirtió.
—Con un árbol de este tamaño, tendremos savia suficiente para dos. Ven
aquí y pon éste dentro, que yo iré a traer más baldes.
Cuando volvió había realizado la tarea encomendada correctamente. El
último toque lo dio él al ajustar el caño firmemente al balde.
—No había visto nunca tapas deslizantes como éstas —comentó Anne,
examinando de cerca la pieza aparentemente innecesaria.
—Es que nunca has visto que un caballo o un ratón de campo se tomen la
savia que vas recogiendo.
—No. Entonces esta tapa es indispensable.
—De todas maneras, no siempre da resultado. Un animal perseverante
consigue siempre lo que quiere.
—¿Cuánta savia sacaremos?
Se detuvo un momento para decidir dónde horadar, y Anne no pudo
evitar admirar la majestuosa imagen que se le impuso. Abrigado como estaba
con la chaqueta de piel de oveja de cuello alto, parecía tan valiente y seguro
como el pino que se erguía en la colina más alejada.
Se arrodilló delante del árbol y aplicó finalmente el taladro antes de
responder.

88
Bonnie Drake Flores para despertar

—Oh, en un día bueno, el balde tendría que llenarse a rebosar. En un mal


día pueden obtenerse apenas unos centímetros cúbicos. Si continuáramos
recolectando durante toda la temporada podríamos sacar de cuarenta a
ochenta litros por árbol.
—¡Es fenomenal! ¿Pero qué podríamos hacer nosotros con toda esa savia?
—Cuando hierve la savia queda reducida a muy poca cantidad —las cejas
pobladas se arquearon en una sonrisa—. Para obtener cuatro litros de azúcar
de arce, debes poner a hervir alrededor de ciento cuarenta litros de savia.
—¡Ahora entiendo por qué el azúcar de arce genuino de Vermont es tan
caro!
—Nueva York y Vermont producen la mayor cantidad de jugo de azúcar
de arce en el país, pero la provincia de Quebec supera a los dos estados juntos.
Hoy en día, la mayoría de los jugos usuales son una mezcla de jugo de azúcar
de arce, de caña y de cereal. A pesar de eso, la materia prima verdadera es la
superior a mi entender.
Incapaz de disentir, Anne asintió, seducida por la sensación placentera
que la invadía. Continuaron en silencio durante un tiempo, un silencio
amistoso, íntimo. Ella se ofreció a cumplir con un turno lo que él le permitió
con una sonrisa indulgente. Le devolvió los utensilios después de varios
intentos infructuosos con ojos contritos, pero la disculpa que encontró en los
suyos la reconfortó.
—Está bien, Annie. Yo no habría podido limpiar jamás la casa como tú lo
hiciste antes de que llegara.
—¡Te diste cuenta! —contuvo la exclamación ansiosa rápidamente.
Se regodeó en el hecho de que sus esfuerzos no habían sido en vano.
—¡No pude evitarlo! —la acusó— casi quedo ciego por el brillo.
Anne conocía la sensación de quedar casi ciega, pero por el resplandor de
los ojos que la atraían con la fuerza de un imán.
El primer día, la mayor parte de los árboles de las cercanías quedaron
listos, horadados, con los surtidores y el balde. Los días que siguieron, la tarea
consistió en recoger la savia que había fluido. No era menos cansado, ya que
había que transportar los baldes pesados desde los árboles hasta la casa y
viceversa.
—Ahora si tuviéramos un equipo moderno —dijo Mitch, al verla
masajearse los músculos doloridos de los hombros después de una jornada de

89
Bonnie Drake Flores para despertar

trabajo— los baldes serían de plástico con tuberías del mismo material que los
conectarían a un depósito para que el producto se almacenara directamente.
—Está bien —enunció lo evidente—. Además no tenemos depósito. Y
estoy aumentando de peso. El ejercicio me hará bien.
—Debo admitir que ya no eres una flacucha. Pero... de ahí a creer que hay
peligro de excederte de peso.
—No lo sé. Parece que tú has hecho la mayor parte del trabajo esta
semana —las pestañas largas y espesas ocultaron su mirada.
Dejó que el brazo sobre sus hombros la acercara hacia él.
—Lo mereces. Tuviste que aguantarme la noche que llegué. Cualquier
mujer habría cogido sus cosas y se habría ido.
—Se me cruzó por la mente —dijo Anne sonriendo.
—Bien, me alegro de que te quedaras.
Anne pasó un dedo por la cuchara, y lamió el dulce.
—Hmmm...
—Rachel también adoraba este dulce —dijo Mitch.
Anne frunció el ceño, paralizada, ¿Rachel? ¿Su «obligación»? ¿La otra
mujer de su vida? La tensión se esparcía por cada músculo de su cuerpo por lo
que retiró el brazo que rodeaba la cintura. ¿Rachel? No podía creer que
hubiera sido tan tonto como para hablar de su verdadero amor en un
momento que parecía de tanta intimidad. Lo miraba horrorizada.
Al principio, Mitch no advirtió su desliz por lo que lo sorprendió su
alejamiento.
—¿Qué pasa?
—¿Cómo has podido? —se agitó.
—¿Cómo he podido qué? —su inocencia la alteró aún más.
—¿Cómo has podido hacerme esto, Mitch? —gritó—. ¿Cómo has podido
mencionar su nombre en un momento como este? —las lágrimas comenzaron
a agolparse en sus párpados y a pesar de los esfuerzos no pudo evitar que se
deslizaran por las mejillas.
Mitch la miraba, con el ceño fruncido.
—¿Su nombre? —entonces instantáneamente se dio cuenta de lo que
había hecho y el ceño cedió para dar paso a una expresión triste—.He hablado
de Rachel, ¿no es así?

90
Bonnie Drake Flores para despertar

La dulzura con que la nombraba volvía a enfurecerla.


—¿Cómo has podido?
Trató de alcanzarla con su mano, pero ella la esquivó alejándose.
—Anne, escúchame...
—¡No! He oído lo suficiente. No quiero oír hablar de tu vida sentimental...
de Rachel.
—¡Estás equivocada... —intentó nuevamente, pero fue interrumpido.
—Sí, he estado equivocada. Me equivoqué al querer quedarme aquí
contigo en vez de volver a Nueva York, para crearme una vida real y práctica.
Me equivoqué al creer que me querías realmente aquí para descubrir que en
un descuido puedes invocar a otra mujer, como lo has hecho —retorcía los
dedos con tristeza y desolación—. ¿Cómo has podido hacerme esto? No te das
cuenta de que te amo...
Instantáneamente, el horror la invadió al advertir lo que había confesado.
Se dio la vuelta para salir ciegamente de la cocina. El latir ensordecedor de su
corazón le impidió oír los pasos que subían la escalera.
—¡Anne, abre! —el golpe suave resonó en la espalda que descansaba
contra la puerta.
—¡No! —gritó con un sollozo mortificado y desesperado que despertaba
compasión y reflejaba la agonía por la que atravesaba.
—Tengo que hablarte, Anne. Abre la puerta —hipando, movió la cabeza
sin darse cuenta de que él no podía ver la negativa silenciosa—. Anne.
—¡Vete! —ordenó inflexible; sólo deseaba estar sola para recoger los
restos de su orgullo e irse hasta Nueva York. ¿Tenía alguna importancia lo que
Mitch tuviera que decir?
—Te amo, Annie —la voz se filtró por la vieja puerta de madera, dulce y
sensual, y repentinamente tuvo importancia, mucha. Si era un engaño cruel,
jamás podría perdonárselo.
Se dio la vuelta para apoyar la mejilla húmeda contra el liso enchapado de
la puerta. Tenía tanto miedo de escucharlo como de no hacerlo, así que
esperaba alguna señal de que no había sido su corazón en el que imaginara
esas palabras.
—¿Me has oído, Anne? —nuevamente oyó el sonido aterciopelado,
demasiado anhelado como para no darle importancia, demasiado real como
para negarlo—. Te amo.

91
Bonnie Drake Flores para despertar

El pulso que se había detenido unos minutos antes, ahora se aceleró


alimentado por la esperanza y su propio amor. Pero aún había una pregunta
más que responder.
Buscó con mano débil el picaporte y lo giró lentamente para abrir la
puerta. Temerosa de que su esperanza se esfumara ante un movimiento brusco
o torpe, elevó con cuidado la mirada hacia él.
—¿Amas a Rachel, también? —preguntó en un susurro.
Cuando le tomó los brazos, no halló resistencia. Pero tampoco se fundió
con él. Más bien se mantuvo en su lugar, esperando la respuesta que
necesitaba.
—Sí, amo a Rachel—presintiendo su reacción, aumentó la fuerza sobre los
brazos para evitar la huida. Continuó con calma—. Pero amo a Rachel de una
manera totalmente diferente a la que te amo a ti, Anne. Verás... Rachel es mi
hija.
Conmovida y sin palabras, Anne quedó con la vista fija intentando
comprender lo que le decía. ¿Así que había sentido celos de... su hija? ¿Había
sido su hija el motivo del desequilibrio de Anne? Si lo hubiera sabido...
—¿Por qué no me lo dijiste, Mitch? —quemó con las palabras el cuello del
hombre al abalanzarse sobre él con alegría y ser recibida como nunca podría
haberlo imaginado.
—Quise hacerlo, Anne, muchas veces. Pero nunca encontraba el momento
apropiado. Creo que al principio una parte de mí quería, Dios me perdone,
olvidar su existencia mientras estaba aquí. La paternidad tiene sus beneficios,
pero ha sido el más grande desafío al que me he enfrentado desde la muerte de
Bev.
Entendía su dolor y sólo quería hacerlo desaparecer.
—Quizá podría haberte ayudado.
—No, no, Annie, tienes bastante con tus problemas como para tener que
manejar a una criatura.
—¿Qué edad tiene?
—Cumplió seis años la semana pasada. Y cayó enferma de varicela el día
después de su cumpleaños. Es la primera vez que se pone enferma, realmente,
desde que su madre murió.
Por fin Anne comprendió.
—¿Por eso llegaste tarde este fin de semana?

92
Bonnie Drake Flores para despertar

—Sí. Mis padres han sido maravillosos y se han quedado con ella durante
semanas enteras. A menudo logran ser más joviales que yo —se detuvo,
disgustado consigo mismo, alejándose un poco para poder mirarla a los ojos—.
Pero no podía dejarles una niña enferma que lo único que quería era estar con
su madre y su padre.
—¿Por qué no la trajiste contigo? —preguntó con dulzura.
—No estaba seguro de lo que opinabas de los niños. Además, la discusión
me parecía fuera de lugar. Sé que no tienes hijos propios. ¿Qué ibas a pensar si
te pedía que cuidaras a una niña enferma? ¿Cómo exigirte tamaña
responsabilidad?
La reacción de Anne fue vehemente, sincera.
—Mitch, ¿cómo pudiste pensar eso? No fue mi intención no tener hijos.
Habría disfrutado enormemente de conocer a tu hija, ayudarte a cuidarla. Es
tu hija y yo te amo.
Su «oh, Annie», se enfocó contra la boca que lo besaba respondiendo a su
pedido. Los brazos la estrecharon amoldando los dos cuerpos como tratando
de reiterar la unidad del amor que compartían.
Abandonó sus labios para apoyar la cabeza contra el pecho, contra el
corazón que latía tan fuerte como el de ella. «Te amo.... te amo... te amo»
murmuraba como una canción de la felicidad de ambos. Para Anne, la de
sentirse libre para decirlo, para Mitch la recompensa de escucharlo.
Las manos flanquearon el rostro para llevarlo hacia él, los ojos
preguntaban: los de la mujer dieron su respuesta. En ese instante, la tomó en
sus brazos y la llevó abajo por la escalera estrecha hasta el dormitorio en el que
estaba la cama grande, la suya. Pero esta vez, cuando él comenzó a quitarle el
suéter, lo detuvo.
—Déjame Mitch. Necesito... conocerte.
Entendió rápidamente, se sentó en el borde de la cama y siguió cada uno
de sus movimientos condescendientemente silencioso, mientras lo desvestía
tímida pero experimentadamente. Cuando el cuerpo mostró finalmente toda
su magnificencia masculina delante de ella, se maravilló de su belleza, de la
belleza del amor que sentía por él. Lentamente, las manos exploraron cada
curva, corriendo con inquietud inocente desde los hombros hasta los muslos
siguiendo cada línea, deleitándose con el placer que era capaz de despertar en
él.
Un quejido señaló el punto final de su resistencia.

93
Bonnie Drake Flores para despertar

—Bien, querida. No puedo más —se separó un poco de ella y comenzó a


desvestirla.
Cuando yacían los dos sobre las sábanas frías con los cuerpos desnudos,
con la respiración entrecortada por la necesidad, el deseo y el amor, Mitch se
apartó durante unos breves y últimos minutos. El fulgor de la mirada recorría
las cimas y valles del cuerpo femenino una vez más antes de sumergirse en los
ojos.
—¿Estás segura, querida? —preguntó dulcemente.
—Te amo —fue la única respuesta.
—Pero para una mujer es diferente, ¿verdad?
—No cuando está enamorada.
—¿Entonces serás mía?
—Si me haces seguir esperando un minuto más puedo llegar a atacarte...
No la hizo esperar ni un minuto más. El rosado pálido del atardecer los
envolvió cuando la poseyó, total y apasionadamente. En ese primer instante de
unión completa tuvo una sensación de plenitud absoluta, que sólo superó el
vuelo por el cielo al que la llevó, para volver finalmente a la tierra, temblando
exhaustos.
Dormían con los brazos y piernas entrelazados, con el sueño satisfecho y
profundo de dos que están contentos de estar juntos.

El sol estaba alto en el cielo cuando se despertaron. Mitch fue el primero y


adoró cada rasgo relajado, satisfecho de su amor; luego Anne lo besó para
desearle buenos días.
—¿Cómo voy a conducir hasta Nueva York hoy? —preguntó, porque
dudaba seriamente de que sus huesos quisieran alejarse del lugar donde
permanecería su corazón.
—No lo harás. Cuando vaya a hacer mi llamada por teléfono más tarde,
llamarás tú también. Estoy seguro de que los O'Grady no tendrán
inconveniente.
—¿Quiénes son los O'Grady?
—Nuestros vecinos, la cabaña que hay a unos tres kilómetros hacia el
Este. Los conocí por accidente una vez, y ahora los frecuento bastante. Llamo
siempre a Rachel desde allí.

94
Bonnie Drake Flores para despertar

—Me alegro de que te mantengas en contacto con ella durante tus


ausencias.
—Cuando es posible.
—Me siento realmente culpable de que la hayas dejado para encontrarte
conmigo, en especial estando enferma.
—Afortunadamente, ya estaba mejor cuando me fui. Pero no tienes que
preocuparte de eso —dijo con tono seductor—. De lo que tienes que
preocuparte es de saber si te dejaré o no salir de esta casa antes del lunes.
—Mitch no deberías —protestó.
Él arqueó las cejas con incredulidad.
—No podrías... —se detuvo, lo que constituyó un error.
—¿No? —se deslizó sobre ella.
Toda protesta posterior se perdió en su boca, cuyos labios renovaron el
ardor de la noche anterior, reclamando nuevamente el amor.
La noche del sábado lo celebraron, declarándose su amor varias veces
más. Finalmente, ambos volvieron a Nueva York en la tarde del domingo.
Mitch tenía que asistir a una reunión de trabajo la mañana del lunes y Anne
tenía que entregar un trabajo terminado en la universidad.
El momento de la partida fue dulce, acompañado por una sensación de
tristeza al tener que enfrentarse con las dificultades de la semana entrante.
Mitch en especial parecía tenso, preocupado nuevamente.
—Las próximas semanas van a ser imposibles para mí, Annie —comenzó
tratando de elegir cuidadosamente las palabras—. Hay algunos asuntos de
trabajo muy importantes que tengo que atender y quiero pasar un tiempo
extra con Rachel. Deja que te llame en cuanto las cosas se aclaren un poco. ¿Te
parece bien?
Teniendo en cuenta la intimidad que habían compartido y los
intercambios de promesas de amor realizados en esos dos días, tendría que
haberle preocupado su inseguridad. Pero ella estaba demasiado perturbada
por sus proyectos futuros inmediatos. La audiencia en la corte le llevaría más
de una semana y media.
—Está bien, Mitch —se esforzó por mostrar una felicidad que estaba lejos
de sentir—. Te estaré esperando.

95
Bonnie Drake Flores para despertar

Capítulo 8

Esperó. Día tras día, noche tras noche, esperó. Saber que Mitch estaba
atravesando una época de mucho trabajo no era consuelo para su corazón
dolorido.
La tarde anterior a la audiencia, el teléfono sonó por fin.
—¿Cómo estás, Annie?
—Bien, Mitch. Te echo de menos.
—Yo también, querida. ¿Estás lista para... mañana?
El solo hecho de que hubiera recordado la fecha que la había estado
preocupando durante tanto tiempo, y de que hubiera llamado para darle
ánimos en el último momento, le gustó.
—No. No creo que alguna vez esté preparada para algo como eso —
respondió honestamente—. Pero mi familia y la de Jeff estarán aquí a primera
hora de la mañana para ayudarme. Creo que no tienen confianza en que me
presente.
—¿Estarán todos allí?
—La mayoría. Tengo mucho apoyo espiritual, creo.
—Me alegro.
El silencio parecía hacer más pesado el auricular que sostenía, por lo que
necesitó una excusa para romperlo.
—Está bien. Todavía le quedan algunas marcas, pero ya va a la escuela —
una pausa larga volvió a interponerse entre ellos—¿Anne?
—¿Sí?
—Te amo... mucho —había melancolía en las palabras.
—También yo. ¿Cuándo nos veremos?
—Pronto, querida, pronto. Volveré a llamarte muy pronto. Recuerda
solamente que te amo.
Se le llenaron sus ojos de lágrimas.
—Lo haré , Mitch. Adiós.

96
Bonnie Drake Flores para despertar

Había mucho tráfico a media mañana. Anne miraba hacia afuera tratando
de distraer su mente el mayor tiempo posible del interrogatorio próximo.
—¿Estás bien, Anne? —la voz de su suegro se adentró en sus
pensamientos. Tienes una mirada extraña.
—Estoy bien —aseguró rápidamente, recordando lo que Mitch había
dicho acerca de su transparencia—. Me alegraré de que todo esto termine, eso
es todo.
—No te preocupes, querida, todo saldrá perfectamente.
—¿Café, señora Boulton? —ofreció el abogado.
—Sí... ah... no. Si pudiera darme un poco de agua se lo agradeceré.
Con el vaso frente a ella, se sentó a un lado de la mesa. Uno de los
hombres se apartó del otro grupo para dirigirse hacia ella.
—Estaremos listos para comenzar dentro de un minuto, señora Boulton.
Mi cliente llegará de un momento a otro.
Terence Carpenter, que se había sentado a su izquierda, se inclinó hacia
ella.
—Ese es Peter Simmons, el abogado de SEAA. Él le tomará declaración,
ya que por él estamos aquí. Él le presentará al resto, pero creo que el hombre
de cabello oscuro es el abogado de Jet-Star Air-craft, el fabricante, y el que está
con él debe ser el presidente.
El ruido de la puerta al abrirse hizo que se volvieran todas las cabezas
hacia allí.
—Ah, mi cliente. Damas y caballeros, el presidente de South East American
Air, Mitchell D. Anderson, hijo.
Lo único que pudo contener a Anne fue la certeza de que las personas que
estaban en la sala no prestaban atención a su rostro, que había perdido todo el
color.
Mitch. Era Mitch. Vestía un traje azul inmaculado. Alto, de buena
contextura, apuesto.
Era Mitch. Presidente de la línea aérea a la que se seguía un juicio. ¿Qué
era lo que había dicho? Tenía «otros intereses» y cuando había querido saber
más, se había negado a contestar. Ahora recordaba la fiereza de su mirada en
aquel momento; ahora la entendía. ¡Debía haberlo planeado todo! ¡Qué
inocente había sido!

97
Bonnie Drake Flores para despertar

Con el horror que crecía dentro de ella, tuvo que luchar contra las
náuseas.
Y el interrogatorio continuó. ¿Cuándo conoció a Jeff? ¿Cuánto tiempo
antes del matrimonio se habían conocido? ¿Cuánto tiempo habían estado
casados? ¿Dónde vivía la familia de él? ¿Y la de ella? ¿De cuántos miembros
constaba cada una? Anne miraba fijamente los ojos de Simmons, controlando
el deseo de estudiar al hombre que estaba a su derecha.
Las preguntas tomaron un cariz más específico. ¿De qué vivía Jeff?
¿Cuánto tiempo había trabajado? ¿Cuál era su ingreso anual? ¿Había sido
aumentado o se mantenía estable? ¿Cuál había sido la situación financiera en
los primeros tiempos del matrimonio? ¿Los habían ayudado sus padres?
¿Viajaban? ¿Con qué frecuencia? ¿Habían vivido siempre donde estaba ahora?
¿Qué suma pagaba de alquiler por mes?
Las preguntas se fueron haciendo cada vez más comprometidas. ¿Había
amado a su marido? ¿Habían sido fieles mutuamente? ¿Qué hacía mientras él
estaba de viaje de negocios? ¿Tenía amigos? ¿Hombres o mujeres? Anne
respondía con voz débil. En ese momento, Mitch le dijo algo a su abogado, que
le respondió con un estremecimiento. ¿Había sido Jeff generoso con ella? ¿Le
hacía regalos? ¿Cuándo viajaba la llamaba? ¿A menudo? ¿La invitaba alguna
vez a viajes de negocios? Anne había comenzado a sudar.
—Señora Boulton, usted estuvo casada durante siete años, ¿tiene hijos?
—No.
—¿Por qué no?
—No los tuvimos... nada más.
—¿Querían un niño?
—Sí.
—Entonces, ¿por qué...?
—Suficiente, Peter—Era Mitch que detenía el procedimiento,
irónicamente—. La señora Boulton está alterada. ¿Es necesario?
Todos los ojos se volvieron hacia él.
Peter Simmons se puso de pie.
—Si me excusan un momento, por favor, tengo que hablar con mi cliente.
La tensión del recinto se aflojó; Anne inclinó la cabeza y se llevó una
mano a la frente, inhaló profundamente para tratar de serenarse. A su

98
Bonnie Drake Flores para despertar

alrededor, la figura dominante de Mitch se movía hacia el lado más alejado del
cuarto.
—¿Estás bien, querida? —era su suegro, que acercaba su cabeza a la de
ella.
—Tengo que salir de aquí. ¿Cuánto tiempo más continuará esto?
—No mucho más. Trata de conservar la calma, Anne. Una vez que esto
termine no te volveré a hablar del asunto.
Anne no tuvo tiempo de reflexionar sobre ello porque la discusión entre
Mitch y el abogado terminó y volvieron a sus asientos. Habló Peter Simmons.
—Mi cliente estima que tenemos toda la información que necesitamos. No
haremos más preguntas...
—Discúlpeme —interrumpió el que había sido presentado como
Bradbury Parks, consejero de la empresa constructora—. Si usted no tiene
nada más que preguntar, yo sí.
Peter Simmons intercambió una mirada significativa con Mitch antes de
dirigirse al señor Parks.
—De acuerdo, señor Parks, pero sea breve por favor. La señora parece
estar agotada —luego se volvió hacia Anne—. ¿Aceptaría algunas preguntas
más?
Sólo en ese momento se atrevió a mirar directamente a Mitch, pero la
expresión de su rostro era neutra. Asintió en silencio. El señor Parks retomó el
interrogatorio.
—Ahora bien, señora Boulton. Sobre el tema de los hijos, queríamos saber
por qué después de tantos años y con el expreso deseo de tenerlos, no los
tuvieron.
Miró fijamente a su interlocutor, atónita. Jamás pensó que sería
interrogada con tanta insistencia sobre un tema tan personal. Anticipándose a
su reacción Terence Carpenter trató de explicarle.
—Queremos saber la magnitud de su pérdida en términos de futuro
Tras un receso la sesión siguió pero la presión era ya menor.
—Queremos cuantificar su perdida. Si usted y Jeff deseaban
ardorosamente un hijo y él no está más aquí para procrear, la pérdida es
mayor ¿comprende?
—Queríamos tener un hijo, pero nunca tuvimos... esa suerte.
—¿Quiere decir que nunca concibió?

99
Bonnie Drake Flores para despertar

—Sí que lo hice. Y dos veces. Pero... aborté en las dos ocasiones.
En el silencio que siguió la mano de su suegro tocó la suya de manera
reconfortante.
—Lo siento —pero prosiguió—. ¿Vio a algún especialista?
—¡Por supuesto! No encontraron ninguna razón certera. Insistían en que
la próxima vez el niño estaría bien.
—¿Y usted continuó probando?
—¿Cómo podría haberlo hecho, señor Parks? Mi marido murió —otra vez
se hizo el silencio. Si se hubiera atrevido a mirar a Mitch, habría encontrado
una tormenta en sus ojos, pero no estaba en condiciones de mirar a nada.
Súbitamente, el cuestionario varió el rumbo, pero no hubo alivio.
—¿Sale con alguien, señora Boulton?
Ella murmuró algo en voz baja.
—Lo siento. No puedo oiría.
—No —sabía que era un tecnicismo que le permitía responder de buena
fe; Mitch y ella no salían realmente, en el sentido estricto de la palabra.
—Gracias, señora Boulton. No más preguntas.
Un brazo firme la cogió de los hombros, ayudándola a retirarse. Por un
instante creyó que era Mitch. Pero no era ni la altura ni el peso, ni el aroma, ni
la voz, ni el contacto de la mano. Era Theodore Boulton que la sacó del recinto
y la llevó rápidamente a su casa.
—Deja que llame a tu madre, Anne. Estoy seguro de que querrá hacerte
compañía.
—No. Estaré bien. Es sólo cansancio.
—¿Estás segura? ¿Quieres que me quede un rato?
Se inclinó para besarla en la cabeza, con una sonrisa triste.
—Recuerda que ya ha terminado todo —le puso una mano en el hombro y
luego se fue.
Terminado, eso seguro. Pero Anne y su suegro pensaban en cosas
totalmente diferentes. El corazón lloraba lo que había perdido en ese día de
despertar cruel, aunque la mente se escudaba en la obnubilación para no tener
que enfrentarse con lo que había descubierto. El sonido del teléfono la trajo a la
realidad con un sobresalto.
—¿Anne?

100
Bonnie Drake Flores para despertar

La voz profundamente familiar que salía del auricular, penetraba en su


cuerpo, siguiendo el recorrido de las venas y estremeciéndola de pies a cabeza.
Lo único que pudo hacer para dominarse fue colgar.
Se dirigió hacia el sofá con paso vacilante, acercando las rodillas al pecho,
en espera de la llamada que sin duda volvería a hacer. Mitch era perseverante,
lo conocía bien. Durante mucho tiempo, el timbre del teléfono la lastimó una y
otra vez, hiriéndola con la certeza de saber quién estaba a otro lado de la línea.
Sentía cada llamada como una agonía. Se cubrió los oídos con las manos,
inclinando la frente hacia las rodillas como si esa tortura física pudiera aliviar
la interior. Pero el dolor continuaba, igual que el sonar del teléfono, cada vez
más cruel, más fuerte hasta que finalmente cesó. Sólo entonces, pudo sollozar.

101
Bonnie Drake Flores para despertar

Capítulo 9

Los días que siguieron fueron un infierno para Anne. Cuando cesó el
llanto, comenzó el remordimiento. Había sido ingenua e irresponsable. No
debería haber vuelto jamás a la casa para estar sola con ese hombre después de
la primera semana. Además, tendría que haberse ido el primer o el segundo
día, cuando insistió en quedarse él. Debía ser un castigo este tormento que la
acosaba y que parecía marcar toda su vida, pero, ¿había sido un error amar?
¿Era una equivocación el amor? Todo lo había hecho y sentido de buena fe.
¿Cómo podrían culparla de eso? ¿Cómo podrían acusarla de haber encontrado
la felicidad?
El remordimiento cedió paso a la indignación dirigida contra el que
parecía ser el responsable de su caída. ¿Cómo había podido Mitch tratarla tan
mal? ¿Cómo se había equivocado tanto al juzgarlo?
En los días posteriores al fatal descubrimiento, Anne no pudo pensar en
su futuro. Lo mejor que podía hacer era olvidar a Mitch. Era más fácil en
Nueva York y no en Vermont donde habían compartido tan buenos
momentos. No volvería nunca a ese lugar. No volvería a ver los capullos de
lilas, ni a sentir su aroma.
Desafortunadamente, aunque las llamadas habían cesado después de los
primeros días en que indefectiblemente colgaba el auricular al oír su voz, la
esperanza de que desapareciera de su mente se le apareció como ridícula. Fue
su padre durante una visita de paso al trabajo, quien trajo ese punto a colación.
—Llamó el señor Anderson la otra noche —sacó el tema por casualidad,
por hablar de algo—. Sabes, la cabeza de la SEAA... Parece un muchacho muy
agradable. Quería estar seguro de que estabas bien, porque parece que estabas
muy alterada el día de la declaración.
—¡Qué considerado de su parte! —contestó rápidamente. «Sentimiento de
culpa. Bien. Que sufra»—. Pero, ¿cómo pudo conseguir el teléfono? Sólo me
conoce por el apellido de casada —los labios se cerraron súbitamente, el
corazón le dio un vuelco.
¿La habrían delatado sus propias palabras? No, habían sido presentados
el día de la audiencia por el nombre de casada solamente.
Su padre no advirtió nada.

102
Bonnie Drake Flores para despertar

—Me explicó que llamó primero a Ted y luego dudó en llamarte


directamente por temor a que te alteraras aún más.
—Un hombre inteligente —el sarcasmo afinó sus labios—
«Coartada inteligente. Alterarme aún más, ¡bah!» Todavía seguía su
juego.
Anthony Faulke la miró reprochándole el desdén que evidenciaba.
—Fue considerado, querida. Después de todo, la línea aérea se encontró
envuelta inocentemente en este asunto. No es su problema.
Este hecho le ocasionó dolor más que alivio. Para Anne, Mitch todavía era
un embaucador. Todavía, cuando se recriminaba el error, no podía evitar
recordar la imagen del hombre que creyó conocer en Vermont.
Vagaba la mayor parte de día, y las noches no eran mejores. Había una
pesadilla muy real que la atormentaba tanto despierta como dormida.
¿Cuándo terminaría?
Cuando creyó haber dominado sus sentimientos, sufrió un retroceso
devastador. Sucedió una tarde que el timbre sonó sacándola de sus
ensoñaciones. Con la cadena puesta, abrió la puerta unos centímetros espiando
hacia afuera y encontrándose a Mitch, de pie en el marco. Cerró la puerta
instantáneamente con un portazo. Como suponía, el timbre sonó
nuevamente... y otra vez... Las piernas inseguras la trasladaron hasta el rincón
más alejado del apartamento. «Deja que llame», se decía, cerrando los puños,
furiosa por su perseverancia.
Lo que no esperaba era que se pusiera a golpear la puerta en la forma que
lo hizo. En unos minutos, tendrían a todo el vecindario en el hall.
Se dirigió a la puerta.
—¡Vete! —gritó tratando de que la voz se oyera sobre el ruido
ensordecedor.
Lo logró. Le respondió con tono ahogado que no podía disimular la ira.
—No hasta que haya hablado contigo, Anne.
—¡Vete! ¡No quiero hablar contigo! —repitió.
—Tienes que hacerlo.
¿Qué quería decir? Tenía que hacerlo. ¿Qué poder creía tener sobre ella?
¿Qué derecho tenía a asaltarla en su propia casa? Furiosa, reabrió la puerta
unos centímetros.

103
Bonnie Drake Flores para despertar

—No tenemos nada que hablar. Ahora, vete o llamaré a la policía —le
costaba muchísimo mantener la calma cuando su deseo era atacarlo con un
cuchillo.
No podía saber que él estaba tan nervioso como ella.
—Anne, estoy tratando de ser paciente. Te has negado sistemáticamente a
hablar conmigo por teléfono. Ahora tenemos que hablar. Tengo que explicarte
algunas cosas.
—Tuviste la oportunidad de dar explicaciones, pero la dejaste pasar,
¿verdad? Tuviste todos esos días y noches para decirme quién eras
exactamente y cuál era tu ocupación, pero no lo hiciste. Fuiste muy prudente;
ahora entiendo tu «pronto, Anne, pronto» —imitaba su voz irónicamente—.
Pero no te molestaste en decirme cuándo. Bien, Mitch, no quiero hablar
contigo ahora.
Terminó el discurso tomando aliento como si hubiera hecho un
importante esfuerzo físico. Tomando fuerzas, se apoyó en la puerta para
cerrarla. Pero vio con desesperación que él había adelantado un pie para
impedírselo.
—Sal de ahí, Mitch —ordenó.
—¡Demonios, Anne! No puedes ser tan insensible. Si estuviéramos en
Vermont, sabría cómo hacerte cambiar de idea...
—¡Pero no estamos en Vermont! —gritó, sin cuidarse de que otros
pudieran oírla—. Y en lo que a mí respecta, no volveré nunca a ese lugar.
Ahora, ¡vete!
Como advirtiendo su estado cercano a la histeria, suspiró.
—Está bien, Anne. Me iré... por ahora. Pero volveré. Si no es aquí, te
encontraré dondequiera que sea. En la calle, en un restaurante, en casa de tus
padres. Puedo ser muy perseverante.
Retiró lentamente los pies, lo que permitió que Anne cerrara la puerta
para volverse y correr hacia el dormitorio donde se tendió sobre la cama como
un animal asustado. Pasó más de una hora antes de que se atreviera a dejar el
escondite, sabiendo que se había ido. Sabía que volvería a verlo y se sentía
atemorizada.

Después de una semana de vagar de un lado a otro con la mirada de un


animal perseguido, decidió que lo mejor sería un cambio de escenario.

104
Bonnie Drake Flores para despertar

El uno de mayo estaba en la puerta del edificio con su equipaje. Sus


padres tenían que ir por ella a la una. Era la una y media. Miró su reloj.
¿Habría pasado algo? Le dijo algo al portero y subió al apartamento para
llamar a sus padres. Como nadie respondía, supuso que irían de camino y bajó
nuevamente hasta la puerta. Lo que vio la dejó atónita.
Las maletas no estaban donde las había dejado, y el portero había
ayudado a ponerlas dentro de un Audi castaño brillante que no reconoció.
Pero reconoció al hombre que salió del otro lado.
Había cumplido sus amenazas. Ahí estaba, bronceado, con un suéter y un
pantalón blanco, apuesto y terriblemente masculino... y atrayente. Antes de
que pudiera pronunciar una palabra, abrió la portezuela trasera del coche, y
ayudó a salir a la niña más hermosa que Anne había visto nunca. Le faltó el
aliento. ¡Era muy cruel hacerle esto!
—Mitch... —le rogó murmurando, incapaz de decir algo más.
—¡Hola, Anne! —saludó calurosamente como si nada hubiese sucedido—.
Espero que no te hayamos hecho esperar demasiado. El tráfico estaba peor de
lo que esperaba—. Sin dudarlo, continuó—: Creo que pusimos todo el equipaje
en el maletero, ¿olvidaste algo?
Anne veía algunas cosas con claridad. Sabía que ella estaría esperando y
la hora justa. Nunca se habría atrevido a llevar a la niña consigo si no hubiese
estado seguro. ¡Sus padres! ¡Dios, la habían traicionado también! ¡Habían
colaborado con el enemigo!
Permaneció inmóvil hasta que ráfagas de realidad la hicieron entrar en
acción. Si hubiera estado Mitch solo, habría dado la vuelta y huido. Pero los
ojos se deleitaban con la niña y sabía que estaba perdida. La niña de seis años
vestía pantaloncitos cortos de color rosa; un suéter blanco y unas zapatillas
blancas y limpias que dejaban al descubierto la piel fresca y delicadamente
bronceada. Cascadas de cabello rubio y ondeado caían sobre la espalda, sujeto
sobre la cara con hebillas a cada lado que dejaban caer algunos mechones
ondeados sobre la frente. El rostro mismo era maravilloso, con mejillas rosadas
y tersas con unas pocas pecas sobre el puente de la nariz. Pero los ojos fueron
los que atraparon a Anne.
—Oh, casi olvido las presentaciones con el apuro por partir. Anne, ésta es
mi hija, Rachel Anderson. Rachel, ésta es Anne Boulton.
En una actitud muy adulta para su edad, tendió una mano pequeña hacia
Anne, quien la tomó instintivamente.
—¿Cómo estás, Anne? Me alegro de conocerte. Papá me ha contado todo
acerca de ti.

105
Bonnie Drake Flores para despertar

Anne arqueó una ceja.


—¿Ah, sí? Espero que sólo te haya contado las cosas buenas.
—Oh, papá no diría jamás algo malo acerca de ti.
—Suficiente, cariño —interrumpió Mitch—. Ahora puedes decir tus
secretos, ¿no es así?
La niña sonrió mostrando una hilera de dientes blancos en medio de la
cual había un hueco. Contra su voluntad, Anne estaba fascinada.
—Oye, es realmente grande el agujero que tienes ahí. ¿Te trajeron algo los
ratones por ese diente?
La sonrisa otra vez.
—Sí, un dólar entero por cada uno. Papá me dijo que en su época traían
sólo un cuarto de dólar, pero que seguramente el ratón temía que perdiera la
moneda, por lo que me trajo un billete. Estoy contenta —bajó la voz para hacer
una confidencia—, porque en realidad no puedes comprar nada con un cuarto.
Espontáneamente, Anne lanzó una carcajada.
—Eres muy perceptiva, Rachel —se había olvidado de Mitch en la charla
con la pequeña, pero se contrajo al ver la expresión orgullosa de su rostro. No
tenía derecho a sentirse orgulloso, porque la había utilizado para vencer la
resistencia de Anne.
Entendiendo la mirada de Anne, Mitch aclaró la garganta.
—Ah, mujeres. Quizá estén listas para partir. Cuanto antes salgamos de la
ciudad, antes llegaremos al chalet.
«¿El chalet? ¡Dios mío, quiere llevar las cosas hasta el final!» ¡No podía ir!
¡En absoluto!
—Rachel —dijo con ternura mirando sobre el hombro un momento—,
¿crees que puedes esperar aquí mientras tu padre me ayuda con una última
cosa en el apartamento? Maurice el portero, te hará compañía.
La niña miró a su padre solicitando permiso. Él la besó, y la sentó en el
coche.
—Estaremos de vuelta en un santiamén —repitió lo mismo al portero.
Luego, tomó el codo de Anne con firmeza y la llevó hacia adentro. No
tenía necesidad de subir; en cuanto estuvieron fuera de la vista de la pequeña,
Anne se volvió hacia él.
—No voy a ir, Mitch. Arreglaste esto con mis padres, ¿verdad?

106
Bonnie Drake Flores para despertar

Una sonrisa de gozo jugueteó en sus labios.


—Son personas maravillosas. Cuando les expliqué toda la situación, se
sintieron deseosos de ayudar.
—No voy a ir —repetía su promesa en voz cada vez más alta—. Siento
mucho que te hayas molestado en montar esta farsa, pero no voy a ir.
—Le dije a Rachel que pasaría toda la semana con nosotros...
—¡No tenías derecho a hacerlo!
—¡Pero está hecho! Y ella espera que vengas, ¿la defraudarás?
—¿Cómo puedes utilizarla de esta manera? Sabes que no podría hacer
nada que la lastimara.
—Contaba con eso.
Al menos en eso era honesto.
—Bien, puedes ir haciéndote a la idea de que no iré. Ahora, tú saldrás —el
dedo tembloroso señalaba la calle— y le dirás que no os puedo acompañar.
—Pero puedes. Tienes el equipaje listo. Has terminado tu trabajo de aquí
en dos semanas. No hay nada que te retenga aquí.
De toda maneras, la decisión de Anne, no era de su incumbencia. Con un
suspiro de fatiga se apoyó en la pared.
—¿Por qué no me dejas sola? ¿No te das cuenta de que no quiero verte?
Por primera vez desde su llegada, Mitch se puso completamente serio.
—Me doy cuenta perfectamente, Anne. Y también me doy cuenta de que
eres demasiado testaruda como para escuchar, para razonar... He tratado más
de una vez de que lo hicieras. No respondías a mis llamadas o me negabas la
entrada cuando golpeaba tu puerta. No me otorgaste la mínima gracia de
escucharme. Ahora — prosiguió, con enojo disimulado—, te pido, por la salud
de Rachel si no hay otra cosa, que vengas con nosotros. Sólo esta única vez.
Cuando termine esta semana, si aún continúas deseándolo, te dejaré en paz.
—¿Es una promesa? —preguntó, amedrentada por la severidad de su
mirada.
—Sí.
No había más que hablar. Con gesto vencido, se apartó de la pared y
permitió que la llevara de nuevo hacia el coche.
Anne no había asimilado aun totalmente el giro que habían tomado los
planes para esa semana. De todos modos sabía instintivamente que el mayor

107
Bonnie Drake Flores para despertar

peligro para esos días que había aceptado pasar con Mitch tan a desgana, era
ella misma. Aún sabiendo cuánto la había lastimado ese hombre, no podía
dejar de amarlo. Lo probaba lo que había sentido ante su aparición esa
mañana. Si iba a ser capaz de mantener la distancia esa semana, no lo sabía.
Ahí radicaba el desafío más importante.

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Bonnie Drake Flores para despertar

Capítulo 10

Durante los primeros días en el chalet, Anne se fue acercando cada vez
más a la pequeña. Aunque sabía que Mitch contribuía, se abandonó al placer
que le otorgaba ocuparse de las cosas más elementales con respecto a su
cuidado. Bañarla, peinar la cabellera larga y ondeada para ponerla en orden,
ayudarla a atarse los cordones de los zapatos que se desanudaban constan-
temente a pesar de los esfuerzos de la niña por asegurarlos. Había además
otras cosas: los paseos por el bosque, el relato de los cuentos delante del fuego
todas las noches.
Lo único que molestaba en la perfección de la situación era el esfuerzo que
tenía que hacer para mostrarse indiferente ante Mitch. Anne dormía arriba, en
el dormitorio grande. Rachel se instaló en un saco de dormir en la habitación
del padre. Nunca se quejó de la dureza del colchón; es más, disfrutaba de su
camita en el rincón y de compartir la habitación con él. ¡Eso era lo mejor de
todo!

El miércoles por la mañana, Anne se sentía como caminando por una


cuerda floja, entre el amor y el desdén, la confianza y la paranoia a que por la
vigilancia Mitch la sometía del día a la noche. Qué buscaba, ella no lo sabía. Ni
podía tampoco comenzar a analizar su comportamiento, abrumada como
estaba por el torrente de recuerdos.
—Voy a caminar —estalló después del desayuno.
—Iba a sugerírtelo en este mismo momento —dijo Mitch con calma—.
Puedes dar un paseo largo, creo que podré arreglármelas con Rachel unas
horas.
A pesar de las protestas de la niña, Anne salió. Era en verdad la primera
vez que estaba realmente a solas desde que habían llegado, exceptuando las
horas de la noche. Y lo necesitaba fervorosamente. Su compostura se hacía
cada vez más precaria y tenía que encontrar la forma de sobrevivir los
próximos dos días hasta el regreso.
Con el calor del sol del mediodía llegó a la casa donde la recibió un
silencio inesperado. Presumiendo que padre e hija estaban fuera, en los
bosques a su vez, pasó por la cocina hasta la sala, donde se detuvo ante la
presencia de Mitch, alto y delgado, de pie junto a la ventana.

109
Bonnie Drake Flores para despertar

—¿Dónde está Rachel? —preguntó, ya que a primera vista no estaba en la


sala.
Con lentitud infinita, se volvió.
—Se ha ido,
—¿Qué estás diciendo? Se ha ido... —Anne estaba consternada.
—Mis padres vinieron a recogerla. Se van con ella a Montreal unos días
antes de volver a la ciudad.
—¿Q-qué? ¿Dices que se ha ido? Tú planeaste esto, ¿verdad? Tenías todo
arreglado de antemano con tus padres. Dirigiste todo, utilizando a Rachel para
traerme hasta aquí y haciendo de igual manera que se desvaneciera según tu
conveniencia...
—Sí.
—¿Y crees realmente que voy a quedarme ahora que ella se ha ido?
¡Demonios! Ella fue la única razón que me trajo aquí.
—¿Lo fue, Anne? ¿Realmente lo fue? Sé honesta contigo misma.
Se ponía cada vez más nerviosa a medida que se acortaba la distancia
entre ellos. Tuvo miedo.
—¡Lo soy! ¡Por eso vine! —con mano insegura, le advirtió mientras
retrocedía—: No te acerques más, Mitch. No te atrevas a tocarme...
—¿O qué? Ya hemos pasado por esto. Estamos volviendo al principio,
Annie. Pero ahora nada se interpone entre nosotros. Estamos solos tú y yo.
—¡No es tan simple! —gritó, tragando convulsivamente cuando dio otro
paso. Estaba demasiado cerca, atractivo—. No puedo olvidar todo lo que pasó.
Está aquí, aunque trates de negarlo. Y nada cambiará el hecho de que no
quiero verte. ¡No quiero verte ni tener nada que ver contigo!
Mientras hablaba, el temor que recorría su cuerpo desmentía las palabras.
Mitch continúo el avance hasta que ella quedó de espaldas contra la pared con
él a no más de un brazo de distancia.
—No te creo, Anne —le dijo—. Creo que es exactamente lo contrario de lo
que quieres.
—No, Mitch. ¡Aléjate de mí! —la advertencia fue un susurro ahogado.
Se encontraba entre dos barreras de las mismas características: la pared y
su pecho.
Respondió enfurecido:

110
Bonnie Drake Flores para despertar

—¡No lo haré! Esto ha durado demasiado. Voy a hablar ahora, y me vas a


escuchar, si sabes lo que te conviene. Mi paciencia se está acabando.
En un estallido final, Anne ignoró la advertencia.
—¿Tu paciencia? ¿Y la mía? ¿Y mis sentimientos? Porque nunca tuviste en
cuenta lo que me sucedería a mí una vez que hubieras tomado lo que tú
deseabas. Eres el más egoísta, arrogante...
La lista de insultos podría haber continuado si no hubiera sido detenida
por su boca. Con toda su fuerza, Anne trataba de evitar el beso, moviendo la
cabeza de un lado a otro, tratando inútilmente de apártalo con los puños sobre
su pecho.
La separó con fuerza de la pared rodeando su espalda con los brazos,
atrapando las manos delicadas entre su pecho y el de ella. La besaba con
brutalidad, dejándola sin aliento, hasta que la oscuridad se instaló frente a sus
ojos. Cuando creyó que iba a desmayarse, aflojó el abrazo, jadeando con
rudeza para hundirse nuevamente en su boca. Pero esta vez fue diferente.
Habiendo desaparecido sus defensas por la crueldad de los labios, la dominó
de una manera más persuasiva, moviéndose con seguridad sensual sobre ella.
De haber continuado la rudeza, Anne podría haber soportado la tortura.
Pero esta firme seducción era otro asunto. Su maestría, encendía la electricidad
de su cuerpo como antes. Los labios contradijeron la presión que las manos
continuaban ejerciendo contra su pecho. Se suavizaron, abriéndose para beber
en su beso con una sed que se hacía mayor con cada caricia. Cuando él apartó
la cabeza, ella se mantuvo agarrada a su camisa buscando apoyo. Mitch la
sujetó hasta que finalmente las rodillas pudieron soportar su peso. Al
comprender que la habían vencido, Anne dejó reposar la cabeza contra él. No
impidió que las lágrimas brotaran, estremeciéndose con los sollozos que
mostraban su angustia.
—No llores, Anne, por favor.
La voz era infinitamente más gentil que la que había usado previamente,
como si su propia ira se hubiera disuelto en el abrazo. Pero su dulzura sólo
lograba aumentar el tormento de Anne. No podía detenerse. Él lo notó y
simplemente la tomó entre sus brazos tierna y protectoramente hasta que se
tranquilizó.
—No te haré daño. Por favor, créeme, querida. Nunca quise hacerte daño.
Sólo quiero que escuches lo que tengo que decirte.
—¿Tengo alguna opción?
—No —le respondió con los labios rozando su cuello.

111
Bonnie Drake Flores para despertar

Se dejó guiar dócilmente hasta la silla que estaba frente a la chimenea


apagada.
—Sé lo que debes estar pensando de mí. Pero estás equivocada. No es
digno de ti que me acuses de lo que le pasó a Jeff.
Anne nunca lo había acusado de ser responsable del accidente, pero su
ceño fruncido por la confusión pasó inadvertido.
—Hasta febrero, que estuviste tan mal y me hablaste del accidente y de la
audiencia, yo tampoco había relacionado la muerte de Jeff con mis negocios. A
pesar de lo que aparentemente supones, no corrí a Nueva York para
comprobarlo. Creo que no quería saber. Mi sentimiento de culpa sobre ese
accidente ya era suficientemente grande como para tener que soportar tu
desprecio, por injustificado que fuera.
Las cejas de Anne se elevaron juntas; parecía haber confundido totalmente
el motivo de su desprecio. Pero no tuvo oportunidad de aclararlo, porque él
continuó hablando.
—No tienes idea de la tortura que significó la llegada de marzo. Tenía que
estar contigo sabiendo que podrías odiarme aún más después. Tendrías que
saber la verdad tarde o temprano. Aun así, quería decírtelo yo mismo... pero...
no pude.
Se volvió para mirarla, con una expresión dolida en el rostro que ella no
interpretó.
—Cuando hicimos el amor, Anne, fue magnífico. Cuando estuvimos
juntos ese día, fue como el paraíso. Fue una expresión espontánea de algo muy
profundo. Después, pensé que si sabías cuánto te amaba, me perdonarías. Si
pudiera haber prevenido ese accidente...
Estaba en otro lado, en otro tiempo, pero Anne estaba demasiado
emocionada para notarlo.
—Nunca te culpé por el accidente, Mitch. Ese no es el problema.
Mitch continuó hablando, como si no hubiera oído una palabra de lo que
ella había dicho. La voz era grave y apenada mientras pensaba en voz alta.
—La culpa era insoportable. Es irracional e injustificable... pero es muy,
muy real. No tienes idea, entre el avión y el automóvil... —movió la cabeza al
recordar.
Anne se sentía perdida en medio de esta confusión.

112
Bonnie Drake Flores para despertar

—Mitch —dijo con calma—. ¿Qué estás diciendo? ¿Qué automóvil? —


inadvertidamente se puso de pie para ayudar a ese hombre al que amaba—.
¿Qué coche? —repitió.
Sorprendida, vio que era él quien agonizaba, con la cabeza gacha.
—Mi esposa murió en un accidente automovilístico tres semanas antes de
la tragedia del avión. Era de noche, muy tarde. Las carreteras estaban heladas.
Nuestro coche chocó contra el de un hombre que había bebido demasiado... Yo
estaba al volante.
Inmóvil por lo que acababa de oír, sólo la miraba. Renacía su propia
culpa. En medio de su autocompasión no se le había ocurrido que Mitch podía
tener una razón similar a la de ella.
—Pero, no fue... tu culpa —intentó.
Estalló una tormenta de ira hacia sí mismo.
—¡Yo estaba conduciendo! Si hubiera ido un poco más despacio, o más
rápido... o hubiera tomado una ruta diferente... Estoy seguro de que la
proximidad de los dos accidentes alteró mi visión de ambos. ¿Recuerdas tu
pesadilla, Anne? —ante su gesto, continuó—: Bien, la mía no fue un sueño.
Pude sacar a Bev del coche y verla morir en mis brazos. No hubo nada que
pudiera hacer. El accidente del avión pareció una extensión y luego, te
encontré.
Anne tragó saliva, incapaz de detenerlo. Los ojos siguieron la figura
delgada a través del cuarto. La voz parecía lejana y desconocida.
—Me había enamorado de ti mucho antes de relacionar el accidente de
Jeff con mi compañía. Sentí que eras mi única posibilidad de ser feliz, de
construir una vida nueva. Y tú parecías necesitarme tanto como yo a ti.
Antes de que Anne pudiera expresar su acuerdo, siguió:
—Tenía miedo... un miedo atroz de perderte. No sabía lo que pasaría si...
te decía todo. Creía que podía confiar en que entenderías, pero era demasiado.
No te mentí acerca del accidente, simplemente no te dije toda la verdad. Y eso
me atormentó durante meses. Pero —se volvió hacia ella—, a medida que la
decepción continuaba se me hacía más difícil enfrentarme a la posibilidad de
poner en juego tu amor. Temía que una vez que lo supieras, me despreciaras.
Pero ahora, ¿qué importa? Ha sucedido y lo merezco. Estaba demasiado ciego
por mi amor por ti como para entender que tú necesitabas saber la verdad.
Sólo me pregunto cuándo terminará el castigo.
Giró sobre sus talones para pasar por la cocina derecho hasta la salida,
dejando a Anne sola y atónita.

113
Bonnie Drake Flores para despertar

El portazo que vino desde el fondo la volvió a la realidad. Tenía que


explicarle, que decirle. Si había creído que ella era un pasaporte a la felicidad,
ella había sentido lo mismo hacia él. ¿Quién era ella para haberlo destruido de
esa manera? ¿Por qué había presumido lo peor sin darle la oportunidad de que
hablara?
Finalmente, todo estaba aclarado y cada segundo contaba. La vida era
demasiado adorable, demasiado preciosa, demasiado corta como para
desperdiciarla. Lo siguió corriendo para detenerse en los escalones del pórtico
del fondo con la respiración entrecortada.
Veía su figura alta a la distancia, perdiéndose ya en un sendero. Lo siguió,
gritando su nombre. Lo persiguió hasta el lugar donde estaba sentado de
espaldas a ella, sobre los dientes de león dorados. El amor le dio el coraje de
continuar.
—¿Mitch? —como no respondió, intentó acercarse—. Mitch... lo siento, lo
siento —extendió una mano para tocarlo, pero se contuvo. Antes tenía que
lograr que comprendiera algo—. He estado tan equivocada. Por favor,
perdóname. Fue cruel de mi parte hacer recaer todo esto en ti de la forma en
que lo hice. Después de lo que habíamos compartido, saber que había algo tan
desagradable que... Pero estuve equivocada al no querer hablar contigo. Por lo
que habíamos compartido, tendría que haberte dado la oportunidad. Pero... te
quiero tanto. Y me sentí tan herida al descubrir quién eras... de esa manera.
Tienes que tratar de entender.
Ella le tocó el hombro y él no se resistió. Inspiró para serenarse.
—Siempre he sido ingenua. La vida era tan fácil y feliz. Me creía inmune a
la tragedia. Nunca había pasado por una. Hasta la del avión. No podía creer
que Jeff se hubiera ido. Simplemente, eso no podía sucederme a mí. Luego... te
encontré.
La mano aumentó la presión sobre el hombro cuando se le acercó,
arrodillándose junto a él para mirar unos ojos que seguían fijos en algún punto
distante delante de ellos.
—Te amo tanto, Mitch. Luché contra eso mucho tiempo; tenía miedo de
abrirme al tipo de dolor que conocía al haber amado a Jeff para perderlo luego.
Cuando te vi en la oficina del abogado, se unieron las dos cosas. Había sido
suficientemente duro creer que te había encontrado como para estar segura de
que te perdería. Creía que no podría soportarlo. Llámalo autocompasión o lo
que quieras, creo que nunca me lo perdonaré. Debería haber confiado en ti.
Debería haber sabido que había una explicación. Tenía miedo de escucharla.
Quizá me estaba castigando, expiando la culpa de haber sido feliz contigo.

114
Bonnie Drake Flores para despertar

Se miraron. Esto le dio la fuerza necesaria para terminar.


—Por Dios, Mitch, ¿no hemos sufrido bastante los dos? ¿No es el
momento de dejar de castigarnos? Te amo. Siempre te amaré.
Tímidamente se acercó para rozar su boca con los labios, esperando la
confirmación de la aceptación. Cuando la sintió, el corazón dio un vuelco
alocado.
—Te quiero —murmuraba sobre sus labios mientras la estrechaba,
ahogándola contra él, redescubriéndose en eternos y silenciosos momentos—.
Nunca, nunca me dejes, Anne. Puedo equivocarme, pero no puedo vivir sin ti.
No me rechaces otra vez; creo que no podría soportarlo.
La hizo descansar en su regazo, abrazándola nuevamente, profundizando
el contacto con la totalidad de su amor. El gusto salado de los labios, lo detuvo.
—¿Lágrimas?
—Felicidad. Tendrás que soportarme.
Con el dedo delineó la mandíbula delicada, secando las lágrimas de sus
mejillas con infinita dulzura.
—Creo que lo conseguiré. Te amo.
—Demuéstramelo —murmuró seductora.
Y lo hizo. Con extrema adoración la desvistió, saludando con los labios
cada trozo de carne suave que quedaba a la vista. Los dedos recorrían su
cuerpo, acariciaban su desnudez, probándola, realzándola. Sus senos se
irguieron hacia él, los muslos temblaban. La ternura de su contacto la hizo
perder el sentido.
Fue un regalo de placer que él se sentara para quitarse la ropa.| Bebió en
su cuerpo: el pecho musculoso, las piernas largas, las caderas estrechas. Era
todo un hombre, valiente y orgulloso. Cuando se tendió sobre ella, ardía de
deseo.
Y la amaba, la adoraba, tocaba cada centímetro de su cuerpo encendiendo
cada célula con el contacto errante. Le demostró todo su amor, que se elevaba
hacia las alturas y se profundizaba por momentos. Y allí, en la mullida y fresca
alfombra de hierba le hizo el amor, convenciéndola para siempre de la fuerza
de su sentimiento. Sus cuerpos flotaban, luego cayeron hasta profundidades
inexploradas de satisfacción. Mucho después continuaban tendidos, desnudos
bajo el sol.
—Oh, Mitch —suspiró, acariciándolo—. No tienes idea de cuánto te amo.
Aceptó el desafío:

115
Bonnie Drake Flores para despertar

—No tanto como yo.


—¿Quieres apostar? —la cabeza se erguía desafiante.
—Ya hemos apostado, y hemos ganado los dos.

A la mañana siguiente, Anne se despertó con el sol y saltó de la cama con


cuidado para no molestarlo, se puso su camisa ancha, que había quedado
descuidadamente olvidada con el calor de la pasión de la noche anterior y
caminó hasta la puerta de la casa. La abrió y el aroma suave de las lilas
estimuló sus sentidos. Se deleitó ante su belleza que le hablaba de lo hermosa
que era la vida misma.
Olió un capullo y volvió a la cama deslizándose cuidadosamente bajo las
sábanas que dejó a la altura de su estómago. Miraba a Mitch. Era magnífico
tanto despierto como dormido, pero ahora sus facciones mostraban un estado
de paz interior que ella compartía.
La adoración que se reflejaba en la mirada de Anne pareció tocarlo y abrió
un ojo somnoliento para sonreírle perezosamente.
—Las lilas —murmuró ella, dejando la flor sobre la almohada—. Están en
flor. La primavera ha llegado realmente.
Cuando Mitch deslizó la mano sobre el cabello sedoso que le caía sobre la
espalda y acercó sus labios a los de ella, supo con certeza que la primavera
estaba allí.

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