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UNIDAD – Tendencias geopolíticas globales

Curso de Analista Internacional (EOM)

Apuntes

Versión v2
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Índice de contenidos

1. Resumen y objetivos de la Unidad ____________________________________________ 3


2. Contextualización _________________________________________________________ 3
3. Definiciones, terminología y conceptos ________________________________________ 6
4. ¿De qué hablamos cuando hablamos de Geopolítica?_____________________________ 7
5. Del mundo unipolar al mundo multipolar ______________________________________ 10
6. Las empresas, los nuevos pesos pesados de la geopolítica ________________________ 15
7. De la guerra convencional a la guerra económica _______________________________ 20
8. Un nuevo mundo de riesgos y amenazas ______________________________________ 24
9. La información será poder __________________________________________________ 29
10. Regiones que ganan y regiones que pierden __________________________________ 31
11. Resumen y conclusiones __________________________________________________ 33
12. Bibliografía de la Unidad __________________________________________________ 35

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1. Resumen y objetivos de la Unidad

El estallido de la crisis económica y financiera internacional en el año 2008 supuso un


punto de inflexión en un número importante de dinámicas políticas, económicas y
sociales. Desde entonces, el mundo occidental pierde influencia mientras otras potencias
de carácter regional van poco a poco ganando peso. Mientras tanto, la digitalización de
economía y sociedades están abriendo nuevas oportunidades, pero también retos, a
Gobiernos y empresas.

Los objetivos de esta unidad son los siguientes:

• Que el alumno comprenda el contexto geopolítico global actual para entender las
tendencias en las que ya estamos inmersos o están comenzando en estos años.
• Que el alumno rompa con las concepciones tradicionales de la geopolítica y
enfrentar enfoques desde distintas perspectivas.

2. Contextualización

Cuando la Unión Soviética se vino abajo en 1991, la Guerra Fría acabó junto a ella.
Finalizaba así un periodo de algo más de cuatro décadas en las que el mundo había
estado partido en dos: un bloque capitalista, con Estados Unidos a la cabeza, frente a un
bloque comunista liderado por la URSS. Estas dos potencias marcaron absolutamente
todo el panorama internacional, y la geopolítica se convirtió durante aquella época en un
embudo en el que prácticamente cualquier suceso de cierta relevancia se veía afectado
o enmarcado en esta disputa. Esta división del planeta es lo que conocemos como un
mundo bipolar.

Sin embargo, con la desaparición de la potencia comunista, quedó el mundo occidental


en general y Estados Unidos en particular como ganador de la contienda. En aquellos
primeros años noventa, Washington se convirtió en la única e indiscutible potencia de
nivel global, ya fuese en el plano militar, económico, político o cultural.

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Precisamente en esa época la Unión Europea da uno de sus grandes saltos en la


integración, mientras que potencias hoy importantes como China, en ese tiempo apenas
acababan de comenzar las reformas de corte capitalista que les llevarían donde están
hoy. Con este panorama, Estados Unidos actuó con bastante libertad defendiendo sus
intereses por todo el mundo. Lo hizo en Kuwait cuando Sadam Hussein invadió el país
en 1990, en las distintas guerras de los Balcanes o en Somalia, cuando se convirtió en el
Estado fallido que hoy conocemos.

Con todo, este periodo de Estados Unidos como única superpotencia es relativamente
corto. A principios del siglo XXI ya se empezó a manejar el término de economías
emergentes, haciendo especial mención a China, India o Brasil; Internet daba sus
primeros pasos de forma popular y el mundo digital se iba haciendo hueco lentamente.
Esto, en principio, no suponía una distorsión de cómo estaba organizado el mundo, y
Washington se sentía fuerte. Pero con los atentados del 11 de septiembre de 2001, la
potencia sufrió un golpe importante, especialmente a cómo de segura se sentía —y si
podía garantizar(se) esa seguridad—.

Así comenzó la Guerra contra el Terror de George W. Bush: la invasión de Afganistán en


2001 y la de Irak en 2003 como intento de eliminar sus amenazas y recomponerse como
potencia. Pero con esta política lo único que consiguió Estados Unidos fue empantanarse
en una región tan complicada como Oriente Próximo. En ellas se fueron enormes
cantidades de dinero, recursos y también de atención de lo internacional. En aquellos
años la economía de China comenzó a ganar cuerpo, la Unión Europea se expandió hacia
el este y Rusia conseguía recomponer un área de influencia propia.

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Uno de los escenarios más claros de la confrontación de la Guerra Fría fue Latinoamérica.
Bajo la perspectiva de impedir que el comunismo se expandiese en la región, Estados
Unidos promovió intervenciones y golpes de Estado en muchos de estos países.

Y con este escenario llegó 2008 y con él, la crisis. La desregulación financiera de los años
anteriores y un estado generalizado de optimismo económico —el caldo de cultivo
perfecto para una burbuja— provocaron un estallido que no ha hecho sino debilitar las
economías occidentales, generar un importante descontento social y fracturar en el plano
político a la ciudadanía, desencantada en muchos casos con la élite tradicional y que ha
abrazado ofertas políticas de fuera del sistema, tanto a la izquierda como a la derecha.
Mientras tanto, aquellas empresas de Internet que daban sus primeros pasos en el
cambio de siglo se han convertido en auténticos gigantes de la tecnología. Y en este
mundo de ahora hay una mercancía que se ha vuelto clave en la geopolítica: la
información.

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3. Definiciones, terminología y conceptos

• Mundo bipolar: Se llama así al ordenamiento geopolítico mundial surgido durante la


Guerra Fría y caracterizado por la confrontación permanente entre Estados Unidos,
superpotencia del bloque capitalista, y la Unión Soviética, superpotencia del bloque
comunista.
• Estado fallido: Un Estado es considerado fallido cuando el poder legítimo del Estado
es incapaz de imponer la ley y garantizar la seguridad en buena parte o la totalidad
del territorio nacional. Esto se debe normalmente a un Estado débil que es superado
en determinadas zonas por otros actores más fuertes, como grupos armados o de
crimen organizado. Ejemplos recientes serían Somalia, Afganistán o Haití.
• Economías emergentes: Son aquellas que a principios de siglo presentaban cifras de
crecimiento considerables y un potencial económico importante, como China, India,
Brasil o Rusia. Hoy siguen siendo los países que presentan esas mismas
características, aunque los países identificables se han difuminado más.
• Guerra contra el Terror: Se llama así a la política emprendida por el expresidente
estadounidense George W. Bush tras los ataques del 11 de septiembre de 2001 en
Estados Unidos. Se basaba en combatir allá donde fuese necesario el terrorismo
islamista. Bajo esta lógica se produjeron las invasiones de Afganistán en 2001 y la de
Irak en 2003.
• Economías de escala: Es una concepción de la teoría económica por la cual cuanto
más se aumente la producción de un bien concreto, menor coste unitario se tendrá y
por tanto mayor beneficio se obtendrá de su venta. Aplicado a países, esta lógica ha
hecho que algunos busquen una especialización en un sector para ser referentes y
muy competitivos en él.
• Teoría de Juegos: la Teoría de Juegos es un área de las matemáticas, con amplio uso
en la economía y la psicología, que estudia la toma de decisiones en la conducta
humana. Esto a menudo se realiza a través de juegos o ejemplos sencillos que reflejan
de forma fidedigna estos procesos. Uno de los más conocidos es el Dilema del
prisionero.

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• Siete Hermanas: Las llamadas Siete Hermanas eran siete grandes petroleras que
funcionaban como un cartel a mediados del siglo XX. Estas eran Standard Oil —hoy
Exxon Mobil—, Shell, BP, Mobil, Chevron, Gulf Oil y Texaco. La fundación de la OPEP
en 1960 dañó poderosamente a este oligopolio.
• Huella digital: Se llama así a la cantidad de datos que cada usuario de internet deja,
de forma deliberada o sin intención, en las webs y herramientas que utiliza.
• Conflicto convencional: es lo que podemos concebir como guerra: dos ejércitos
grandes y bien equipados, un frente definido, etc. Las guerras mundiales serían el
paradigma de este tipo de conflicto.
• Conflicto asimétrico: un conflicto asimétrico es aquel en el que normalmente un
contendiente es una fuerza convencional mientras que la otra utiliza tácticas que
evitan la guerra tradicional, normalmente en una adaptación de su estrategia a los
recursos o capacidades de las que dispone, que son mucho menores. La guerra de
Afganistán es un claro ejemplo.
• Big Data: Se considera que el Big Data son enormes cantidades de datos de cualquier
ámbito, en la mayoría de los casos sin tratar, y que son imposibles de depurar
mediante las técnicas tradicionales de procesamiento, por lo que se necesitan
aparatos o herramientas muy potentes para ello.
• Desinformación: La desinformación puede ser concebida como las acciones, así como
el clima generado, destinadas a que no haya una comprensión adecuada de la realidad
por parte de la opinión pública a través de distintas técnicas de manipulación
informativa.

4. ¿De qué hablamos cuando hablamos de Geopolítica?

En un curso sobre geopolítica, y más todavía cuando este término cada vez cobra mayor
popularidad e importancia, es fundamental comenzar definiendo qué es exactamente
esto de la geopolítica. Primero, porque es necesario darle un marco a todos los temas y
cuestiones que vamos a estar comentando a lo largo de esta unidad, pero también para

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no tratar la geopolítica como un concepto totalmente vacío que puede ser rellenado,
explicado o utilizado como prefiera cada uno —algo que sucede demasiado a menudo y
con intereses muy dispares—.

Lamentablemente, uno de los primeros problemas con el que nos encontramos es que no
existe una definición mínimamente consensuada sobre lo que significa geopolítica. A
ello contribuye que no sea una ciencia, a lo sumo un campo de estudio dentro de la
Ciencia Política o la Geografía. También que, en la propia evolución del término, surgido
a principios del siglo XX, se cruzase por su camino el nazismo, y algunos de sus teóricos
lo utilizasen para justificar la doctrina expansionista de la Alemania nazi, por lo que el
concepto geopolítica quedó irremediablemente manchado por esta etapa.

Tras este periodo, fue resucitando y recobrando cierto prestigio durante la Guerra Fría,
especialmente de la mano de los estudios geoestratégicos de Estados Unidos y sus
doctrinas. Y en buena medida, esta visión, muy relacionada con el poder militar, es la que
hemos heredado en la actualidad. No obstante, conviene someter al término a una
actualización. El siglo actual y sus sucesos está mucho más marcado por cuestiones de
índole económica, social, política o cultural que por fenómenos relacionados con los
conflictos armados en general. Tal es así que el mundo de hoy es el más pacífico que
jamás ha visto el planeta, a pesar de que las noticias nos hagan pensar lo contrario. Así, la
geopolítica continúa teniendo una enorme importancia, aunque adaptada al mundo que
pretende explicar.

En español apenas hay definiciones que muestren cierta solidez, ni en diccionarios ni en


instituciones. Nos tenemos que ir al inglés para encontrar unas definiciones que, aunque
dispares, ofrecen cierta variedad de perspectivas —lógico, por otra parte, ya que ha sido
el mundo anglosajón el que más empeño ha dedicado a su estudio—. El diccionario
Cambridge la define como El estudio de la forma en la que el tamaño, posición, etc. de un
país influye en su poder y en su relación con otros países.

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En el caso del diccionario Merriam-Webster se afirma que es El estudio de la influencia de


factores como la geografía, la economía y la demografía en las políticas, y especialmente en la
política exterior de un estado. Estas son aproximaciones interesantes —y válidas en
muchos casos— pero todavía incompletas. Ambas tienen aún una visión muy centrada
en el Estado como único actor posible en la geopolítica, cuando esto, como veremos, no
es así.

En un ejercicio de actualización a los nuevos tiempos, podríamos redefinir la geopolítica


como La influencia de factores como la geografía, la economía y la política, entre otros, en
sucesos y dinámicas enmarcadas en un espacio determinado. Aunque parezca una
definición un tanto abierta, es lo que requieren los nuevos tiempos. Porque la geopolítica
la podemos entender además en dos dimensiones: una horizontal y otra vertical. En la
horizontal encontraríamos la variedad de geopolíticas que hay. Por ejemplo, existe una
geopolítica de la economía —conocida comúnmente como geoeconomía—, una
geopolítica del comercio, de la fuerza militar, de la energía, del medio ambiente y un largo
etcétera de temas que se pueden encajar en esa definición. Porque si hay algo que
conviene desterrar desde estas primeras líneas es equiparar la geopolítica con algo
militar.

Sentimos decir que no, que, aunque una de esas geopolíticas —y quizá la más conocida—
sea esa, no es la única y tampoco la más importante. En el caso de la dimensión vertical,
podemos ver ese espacio al que se aplica. Aunque al hablar de geopolítica nos venga a la
mente la totalidad del mundo, ese es solo uno de los niveles al que se aplica la
geopolítica. También hay una geopolítica de Oriente Próximo o de Europa si nos vamos
al ámbito regional; una geopolítica de Rusia, de Estados Unidos, de India o de Angola, si
nos centramos en países, e incluso se puede hablar de una geopolítica de Nueva York o
de Madrid. Como es lógico, en los distintos niveles intervendrán factores y actores
distintos, todo en adaptación del contexto que estemos analizando. Una vez que
tenemos esto explicado, ya podemos pasar a lo importante: cuáles son las tendencias
geopolíticas del mundo actual.

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5. Del mundo unipolar al mundo multipolar

Una de las principales tendencias que podemos observar en el mundo actual y que será
clave en los próximos años será el paso de un mundo unipolar a uno multipolar. La época
de la unipolaridad, en la que Estados Unidos era la única y gran potencia global, abarca
aproximadamente desde el final de la Guerra Fría (1991) hasta el inicio de la crisis
financiera global (2008).

Desde entonces, el traspiés que ha vivido el mundo occidental ha sido aprovechado por
otros estados con potencial para ganar peso y poner en entredicho ese poder omnímodo
de Washington, especialmente en sus respectivos contextos regionales. Con todo, esto
es simplemente un proceso que gotea lentamente, y en la actualidad estamos en esa
etapa transitoria entre el fin de la unipolaridad y la confirmación de la multipolaridad.

El caso más evidente de este cambio probablemente sea China, ya sea por su rápido
crecimiento durante estas últimas décadas como por las capacidades económicas,
demográficas, militares o culturales que ha ido adquiriendo en ese periodo. Este aumento
de peso en variables geopolíticas fundamentales se está traduciendo en un poder que
rivaliza con el que ostenta Estados Unidos. Con todo, China no es ni mucho menos el
único país que está motivando este cambio en la balanza mundial de poder.

A lo largo y ancho del planeta están surgiendo otros poderes que, aunque no tengan
una capacidad directa de rivalizar totalmente con los pesos pesados —Estados Unidos y
China—, sí se están conformando como centros de poder en determinadas regiones o
ámbitos. Aquí podemos incluir países como India e Indonesia en la región de Asia-
Pacífico; Rusia en la zona euroasiática; Sudáfrica, Angola, Nigeria o Etiopía en el África
subsahariana; Irán, Turquía y Arabia Saudí en Oriente Próximo y Brasil o México en
América Latina.

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Aunque Estados Unidos todavía ostente un poder económico notable, el polo que se está
generando en Asia-Pacífico es importante, con hasta seis países que superan el billón de
dólares de PIB.

No pensemos, no obstante, que esta selección hace automáticamente a dichos países


indiscutibles candidatos. El auge de un país no deja de ser similar a la carrera de un
deportista: puede haber factores que apunten ese potencial —una gran población,
recursos naturales, planes de desarrollo bien diseñados, una voluntad de liderazgo, etc.—
, pero en esa carrera pueden cruzarse factores como una mala racha —caídas en el precio
de un recurso natural del que ese país dependa o inestabilidad política—, lesiones —una
crisis inesperada— o, simplemente, que ese auge sea mal gestionado, y por tanto, el
potencial sea dilapidado a través de malas decisiones. Más allá de qué país logre explotar
mejor o peor sus capacidades, una cuestión sí que parece clara: es en Asia-Pacífico donde
mayor y más rápido desarrollo se está produciendo.

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Bien es cierto que el auge de China ha generado un foco de atracción al que otros países
cercanos se han sumado, pero es igualmente cierto que estados como India, Filipinas,
Vietnam, Bangladesh o Indonesia están aprovechando las oportunidades que Pekín ha
perdido. Si en el año 1990 el peso de esta región en el PIB mundial era del 27%, hoy lo
es del 45% y para el año 2023 se prevé que sea del 49%. El modelo de desarrollo de esta
región es, además, relativamente sencillo: producción industrial masiva a bajo coste y con
estándares de calidad igualmente bajos. Así, en cuestiones industriales China se ha
convertido en el destino predilecto en la deslocalización de infinidad de empresas,
mientras que India ha optado por un modelo de industria más tecnológica y Bangladesh
por el sector textil. Así, esta concepción de las economías de escala y la producción en
enormes cantidades ha permitido que estos productos sean muy baratos y hayan tenido
una penetración muy alta en los mercados occidentales. Así, el Made in China ha tenido
cada vez más peso en las pautas de consumo europeas o estadounidenses desde
principios de siglo.

Este mundo de nuevas potencias —también conocidas como países emergentes — ha


dado pie a numerosos intentos de enmarcarlos en bloques o conjuntos. El más conocido
es el término BRIC, que hace referencia a Brasil, Rusia, India, China —Sudáfrica sería
añadida más tarde—. Estos países, cuando el acrónimo fue lanzado, se suponía que serían
aquellos que liderarían el empuje y se dotarían de una influencia propia a escala mundial.

No todos lo han conseguido; Brasil y Sudáfrica serían los ejemplos más claros, seguidos
de Rusia, sumidos todos ellos en importantes crisis y con debilidades aún estructurales.
A pesar de ello este grupo ha servido como ejemplo para otros bloques de menor calado
o con distintas características, como los MINT —México, Indonesia, Nigeria y Turquía—,
los VISTA —Vietnam, Indonesia, Sudáfrica, Turquía y Argentina— o los CIVETS —
Colombia, Indonesia, Vietnam, Egipto, Turquía y Sudáfrica—.

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La mayor contrapartida de estas clasificaciones es que son grupos estancos, por lo que
el bajo desempeño de uno o varios de sus miembros acaba por lastrar a todo el grupo.
Para tratar de compensar este factor se desarrolló el término EAGLES que no hace
referencia a ningún país sino a la característica que les une, que no es otra que liderar el
crecimiento económico global. Por ello es un grupo flexible en el que pueden entrar y
salir países según su rendimiento económico.

Divididos en dos grupos, los EAGLEs son considerados los países con potencial emergente.

La cuestión de fondo es que la proliferación de los países emergentes sea mejor o peor
su desempeño, está cambiando el equilibrio global de poder. En la teoría de relaciones
internacionales —y en general la teoría de juegos—, que exista un país mucho más fuerte
que el resto, es decir, un sistema unipolar, hace que esta superpotencia tenga la
capacidad —y a menudo la voluntad— de imponer su visión e intereses sobre el resto de
los países.

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Con Estados Unidos es justo lo que ocurrió tras la Segunda Guerra Mundial: como el
resto de las potencias capitalistas estaban destrozadas por la guerra y su poder estaba
muy debilitado, Washington fue capaz de diseñar e implantar un orden mundial a su
medida. Así se explica la Conferencia de Bretton Woods, en 1944, que impuso el patrón
oro y creó el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial; la creación de la OTAN
en 1948 y otra serie de reformas e instituciones que reprodujesen a escala global los
intereses estadounidenses.

Sin embargo, este orden está llegando a su fin, tanto por expreso deseo de Estados
Unidos —o más concretamente por deseo expreso de su presidente Trump— como por
un cambio irreversible en la estructura internacional. De nuevo, la teoría indica que si
entran más países en el juego y el balance de poder entre ellos se iguala, pueden ocurrir
dos cosas: que compitan entre sí, e incluso a combatir para desbancar al rival, o, si se dan
cuenta de lo arriesgado de competir o combatir, decidan colaborar para asegurarse ganar
ambos. Paradójicamente, la historia es algo cíclica, y la tendencia es que primero ocurre
la confrontación y, al darse cuenta de que pueden perder mucho a través de esa
estrategia, se llega a una cooperación. Las dos guerras mundiales, por ejemplo, fueron
seguidas de dos proyectos para llegar a acuerdos pacíficos, la Sociedad de Naciones tras
la primera y la Organización de Naciones Unidas tras la segunda —y, adicionalmente en
Europa, las antecesoras de la actual Unión Europea—.

Precisamente los riesgos de la multipolaridad se están viendo acrecentados por otra


tendencia al alza, que es la del unilateralismo. Mientras que en las décadas pasadas se
fomentaron los acuerdos multilaterales, es decir, que todos los países implicados en un
tratado o política actuasen de manera conjunta y en pie de igualdad, esto ha dado paso
a una época en la que los países primero actúan y luego intentan llegar a un acuerdo en
una política de hechos consumados. El mayor exponente de esto se ha encarnado en
Donald Trump, que ha llevado a Estados Unidos a retirarse de numerosos tratados
internacionales y de acuerdos multilaterales, así como a plantear una política exterior
mucho más dura y basada en negociaciones bilaterales.

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No obstante, este giro, representado por figuras de hombres fuertes, venía de antes y se
ha seguido alimentando con perfiles como Víktor Orbán en Hungría, Rodrigo Duterte en
Filipinas, Erdogan en Turquía, Matteo Salvini en Italia, Xi Jinping en China o Vladimir
Putin en Rusia, por poner algunos ejemplos.

6. Las empresas, los nuevos pesos pesados de la geopolítica

La geopolítica actual trasciende el poder y la presencia de los Estados. Por eso decíamos
que las definiciones tradicionales eran insuficientes para comprender el alcance de la
geopolítica actual. Tal es así que, si revisamos las últimas décadas, encontramos actores
de carácter no estatal que han sido fundamentales en sucesos de gran impacto
geopolítico. Pensemos, por ejemplo, en Al Qaeda y lo que supusieron sus acciones el 11
de septiembre de 2001; en las campañas que ONGs como Greenpeace han llevado a
cabo para concienciar del cambio climático —y que se han acabado traduciendo en
acuerdos—; en la influencia que los distintos lobbies tratan de ejercer en Washington o
Bruselas; en el poder que distintas revoluciones populares han tenido, como las revueltas
árabes o el Maidán ucraniano, o en el dominio que algunas grandes empresas han
comenzado a tener de nuestra vida.

No obstante, los grandes ganadores de esta nueva época que se abre van a ser
indiscutiblemente las empresas. Otros actores no estatales más tradicionales, como los
grupos terroristas, los movimientos sociales, ONGs, sindicatos o asociaciones van a ver
eclipsado su poder. Con todo, no quiere decir esto que los actores mencionados pasen a
ser irrelevantes, ya que en contextos muy localizados —ciudades, regiones de un país o a
escala nacional— seguirán teniendo importancia. Simplemente, a escala global, son las
grandes empresas multinacionales las que van a experimentar un crecimiento de su
poder como nunca se ha visto.

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En los próximos años, estos gigantes económicos comenzarán a marcar de una forma
más fuerte la agenda política a escala mundial. Dentro de este grupo serán de manera
más específica las multinacionales tecnológicas aquellas en las que se centre el poder
económico, que a menudo se traducirá en poder político o cultural.

No pensemos que esto haya surgido en tiempos recientes. La empresa estadounidense


United Fruit Company fue una corporación con enorme poder en América Latina durante
el siglo XX, ya que su actividad comercial —producir frutas tropicales sin rivales en el
mercado— a menudo chocó con los intereses políticos locales, y promovió numerosos
golpes de Estado en países latinoamericanos como Guatemala para aupar Gobiernos
afines. En esa misma línea, hasta la creación de la OPEP (Organización de Países
Exportadores de Petróleo) en 1960, un cártel de empresas británicas y estadounidenses,
llamado comúnmente Las Siete Hermanas, dominaba el mercado de los hidrocarburos, y
políticas contra sus intereses, como la nacionalización del petróleo en Irán en 1951,
motivó un golpe de estado en el país dos años después para restablecer al Shá.

La OPEP está formada por la gran mayoría de los países con mayor producción de petróleo
en el mundo. Esto le ha dado un importante peso geopolítico a la organización.

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Ahora esta situación se ha materializado en las llamadas GAFA, acrónimo de Google,


Apple, Facebook y Amazon, cuya capitalización bursátil camina hacia los tres billones de
dólares, cifra similar al PIB que actualmente tienen Francia o Reino Unido. La cuestión de
fondo es que estas son empresas relativamente jóvenes, han tenido un auge muy rápido,
poseen una clara vocación monopolística en sus respectivos ámbitos, así
como presencia en decenas de países y de forma más o menos directa uno de sus
principales activos son los datos de sus millones de clientes o usuarios.

Con esta situación, queda ver exactamente cuál es el papel que van a jugar estas grandes
empresas. Los datos de los usuarios han comenzado a ser catalogados como el próximo
gran recurso natural, de mayor valor que los hidrocarburos o los minerales. Las GAFA,
además de otras muchas multinacionales de infinidad de ámbitos, van a explotar sus
datos no solo para los fines de su propia actividad comercial —sea la que sea— sino
también como meros captadores de datos que luego son revendidos o utilizados por
otras empresas. Se calcula que en la actualidad el número de usuarios de internet alcanza
los 4.000 millones, y para el año 2020 serán 5.000 millones.

Todos esos usuarios dejan y dejarán una huella digital —qué compran y consumen, a qué
hora, de qué manera, desde dónde, etc.— que es una información de enorme valor para
optimizar ventas. Y no entendamos esto solo en una perspectiva netamente comercial.
Este uso de los datos también puede tener fines políticos; de hecho, es habitual que en
las campañas políticas de países occidentales se utilice constantemente la información
que arrojan redes sociales o herramientas diversas en internet —que se nutren de datos
de usuarios— para trazar estrategias, lanzar mensajes o intentar influir en la agenda
política.

El caso más extremo de esta tendencia —pero igualmente ejemplificador— es el de las


últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos. Sin saber exactamente la influencia
que tuvo sobre el resultado final, ha quedado demostrada la injerencia de Rusia en la
campaña estadounidense mediante hackeos y acciones de propaganda a través de redes
sociales y otras plataformas digitales. Que realmente exista la posibilidad de que

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mediante el uso y análisis masivo de datos se haya podido influir —y quizás de manera
determinante— en el resultado electoral de la todavía primera potencia mundial, invita a
pensar el nivel de disrupción que se puede alcanzar en el planeta a través de
determinadas acciones promovidas por o a través de estas empresas.

Esto tampoco supone un desplazamiento del Estado a un lugar


secundario. Simplemente, la primacía que habían tenido los estados en las relaciones
internacionales va a tener que ser compartida con actores como las empresas. Esto
supone tanto una amenaza como una oportunidad para los países: es una amenaza en
tanto en cuanto habrá corporaciones que rivalicen en poder con los estados, y decisiones
que estos tomen contra determinados intereses empresariales pueden ser respondidos
por estas de diversas formas —campañas para influir en la opinión pública, traslado de
sedes o proyectos, etc.— o, directamente, las empresas pueden tratar de introducir
elementos afines en el Gobierno y la Administración; también es una oportunidad en la
medida que los estados, conscientes del poder de las empresas, las instrumentalicen para
alcanzar determinados objetivos dentro de su política exterior a modo de poder blando,
ya sean de carácter económico, cultural o simplemente de prestigio.

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El TOP20 de las empresas con mayor valor de mercado tiene patrones claros: empresas
estadounidenses y chinas del sector tecnológico y financiero. Fuente: Statista

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Sea como fuere, estas grandes multinacionales pueden, en un momento dado, llegar a
adquirir una agenda y herramientas propias. Su poder económico es tan elevado que han
comenzado a diversificar su actividad, comprando o creando otras empresas tanto en su
sector como en otros. Así se acabaría generando un oligopolio tecnológico en el que la
gran mayoría de redes sociales o aplicaciones de mensajería —apps por las que circulan
datos de usuarios, en definitiva— estuviesen controladas por estas GAFA. Incluso de este
ámbito se podría trascender hacia nichos más tradicionales: en 2013 el fundador de
Amazon, Jeff Bezos, compró The Washington Post, uno de los rotativos más influyentes
del mundo, y la empresa también se ha lanzado a la producción y distribución de películas
y series a través de Amazon Prime Video, lo que supone otra expansión hacia mercados
culturales.

7. De la guerra convencional a la guerra económica

En la actualidad, los conflictos armados en el mundo se encuentran en mínimos


históricos. No quiere decir esto que haya pocos, sino que hay muchos menos que en
cualquier otro momento de la historia. También es cierto que, en líneas generales, la
época actual es más pacífica por la mejora generalizada de las condiciones de vida y por
haber aumentado los costes políticos y económicos internacionales de una guerra
convencional.

Esto no quiere decir que no se sigan cometiendo acciones que busquen dañar a los
estados de distintas formas; es más, la variedad se ha ampliado gracias a los avances
tecnológicos y la creciente globalización. Frente al uso de acciones o actores armados,
una estrategia frecuente por ejemplo hace décadas, hemos pasado a acciones más
centradas en la desestabilización política y la disrupción económica. Así, hoy son mucho
más frecuentes las sanciones económicas o la propaganda mediática como formas de
proyectar poder.

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Esto no responde a otro motivo que economizar la guerra, no en un sentido literal de


llevar los conflictos al ámbito económico —que también—, sino en causar el mayor daño
posible asumiendo el menor grado de riesgo. Hay que considerar que un conflicto
armado, ya sea convencional o asimétrico, es caro por muchos motivos: supone, para
cualquiera de los contendientes, y especialmente si son estados: un coste político interno
—a ninguna sociedad, por muy exacerbada que esté, le gusta ir a la guerra y asumir sus
gastos y bajas—; un coste económico —menos inversiones y comercio, así como la posible
destrucción de tejido productivo y pérdida de recursos humanos, y a ello hay que sumarle
todo el gasto que genera una guerra, desde el armamento a la logística— e incluso un
coste reputacional—. Por tanto, un conflicto convencional se ha convertido en una
opción poco o nada deseable, y a menudo se utiliza cuando no hay opciones con una
mejor relación coste-beneficio.

Los grandes conflictos desde el siglo XX se han marcado por las dos guerras mundiales. El
resto se han circunscrito a conflictos de descolonización o derivados de ella.

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Sin embargo, las acciones de carácter económico o mediático suponen un daño


importante sin incurrir en demasiados riesgos —como mucho, una respuesta similar,
aunque esto no suele revertir en el mismo daño de vuelta—. Precisamente, la tendencia
a la multipolaridad y el unilateralismo está motivando también un auge de este tipo de
medidas. Como la relación de fuerzas entre países es cada vez más ajustada, a menudo
los puntos diferenciales están en las características económicas —sectores potentes,
peso de la moneda, dependencia del exterior, etc.—.

En este sentido, veremos cómo las guerras de carácter comercial o económico se


vuelven cada vez más frecuentes y toman un creciente protagonismo en la agenda de
los estados y también de los actores no estatales, especialmente las multinacionales.
Existen abundantes ejemplos recientes que abarcan buena parte de los tipos de acciones
que se pueden llevar a cabo, cuyo impacto en el destino y la severidad de la medida
pueden variar:

• Pueden imponerse sanciones contra personas determinadas con la finalidad de


hacerles cambiar su política inmovilizando su patrimonio o cuentas bancarias. Esto se
suele aplicar a países con una élite muy cerrada y ciertos niveles de autocracia, que a
menudo utilizan las instituciones del Estado como una forma de enriquecimiento
personal. Por tanto, bajo esta concepción patrimonial del Estado, inmovilizar su
riqueza personal les hace perder una enorme cantidad de poder. De la misma forma,
si parte de la élite ve perjudicada su riqueza por una política, estas sanciones
persiguen que esa propia élite presione al ministro o presidente de turno para forzar
un cambio de política que haga posible su levantamiento. Este tipo de acciones han
sido muy frecuentes por parte de países occidentales a otros estados, como Rusia,
Venezuela o Siria.

• La Unión Europea impuso distintas sanciones a sectores y empresas clave de Rusia


por su participación en la guerra civil ucraniana y la posterior anexión de Crimea en
2014. Estas sanciones han ido desde impedir que bancos o empresas rusas
encuentren financiación en entidades europeas hasta prohibir la exportación de

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elementos tecnológicos que ayuden a Rusia en su actividad económica en sectores


estratégicos, como los hidrocarburos. Este tipo de sanciones buscan hacer un daño
sustancial a sectores económicos estratégicos. No obstante, en este caso, Moscú
devolvió la medida imponiendo sanciones a la importación de productos agrícolas de
países de la UE, lo que hizo un daño sustancial a un sector comunitario fundamental.

• Otra medida posible es la imposición de aranceles en sectores o productos


clave para el comercio entre dos países. Esto, si bien forma parte de la política
económica normal de un país, puede tener una motivación punitiva y llegar a escalar
al grado de guerra comercial. Esta es en buena medida la política desarrollada por
Donald Trump en Estados Unidos. Tras la retirada del Tratado Trans Pacífico (TTP) y
la denuncia del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), ha
comenzado a subir aranceles a importaciones de distintos productos y países tanto
con una intención de política proteccionista como para forzar a estos países a cambiar
su propia política comercial. En un sentido más económico está su particular guerra
comercial con China, mientras que con una vocación claramente más política estarían
las repentinas sanciones que impuso a Turquía y motivaron una importante
depreciación de la lira turca.

• Un paso más allá estaría el bloqueo económico. Supone prohibir cualquier tipo de
relación económica con un determinado actor, normalmente otro país, para dañar
gravemente la economía de este. Otro grado añadido supone que si otro país o actor
decide operar —invertir o comerciar— en el país bloqueado, no pueda invertir o
comerciar en el país que bloquea. Así, este bloqueo se extiende de forma indirecta a
otros países, acrecentando la presión sobre el país bloqueado. El ejemplo
paradigmático de este tipo de acciones es el bloqueo que desde la Guerra Fría
Estados Unidos mantiene sobre Cuba. Aunque se produjo una mejora de relaciones
durante el mandato de Obama —y se llegaron a reabrir las embajadas— este bloqueo
sigue siendo un pilar fundamental de Washington para con la isla del Caribe.

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• El último estadio, ya a medio camino entre la guerra económica y la agresión armada


clásica, sería el bloqueo total. Supone aislar físicamente al país bloqueado. Esto
supone el cierre de fronteras, el bloqueo de suministros o el del espacio aéreo. El
ejemplo más cercano lo encontramos con el bloqueo que Arabia Saudí impuso sobre
Catar en 2018 debido a las malas relaciones entre ambos y las acusaciones mutuas
de financiar el terrorismo yihadista.

El poder económico se refleja en algo tan sencillo como los fondos soberanos. El valor de los
activos del fondo noruego triplica el PIB del país.

8. Un nuevo mundo de riesgos y amenazas

Hasta bien entrado el siglo XX, las mayores amenazas para los Estados y por supuesto
para las personas provenían casi en su mayoría de otros estados. A través de una
invasión o acción armada, un país podía quedar bastante tocado a manos de otro, y su
población ver aumentadas sus penurias. Sin embargo, conforme el mundo ha visto el

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salto tecnológico que podemos comprobar en nuestra época, al igual que el bienestar y
las oportunidades se han multiplicado, también lo hacen los riesgos y amenazas que
pueden afectar a quienes habitamos el planeta.

En este sentido, una tendencia parece clara: los riesgos y amenazas de carácter no
estatal aumentarán y tendrán mayor incidencia en nuestras vidas. No pensemos que al
referirnos al carácter no estatal de las mismas automáticamente pasan a ser actores
definidos, de carne y hueso. Cuestiones impersonales —o al menos con una atribución
tan directa— como el cambio climático, los ciberataques o los shocks económicos pasarán
a tener un papel más relevante. No debería extrañarnos; la cada vez mayor conectividad
existente en el mundo y la profundización de todos los procesos en los que estamos
envueltos hacen de buena parte de la sociedad global una gigantesca red de personas
atadas entre sí. Por tanto, un fallo o una crisis en ese punto de la red tiene una capacidad
de contagio mucho mayor al haber muchas más conexiones creadas, y ello a su vez
dificulta la existencia de cortafuegos, porque buena parte del mundo está conectado de
una forma u otra.

El Foro Económico Global —también conocido como Foro de Davos— elabora a


principios de cada año un informe sobre los principales riesgos y amenazas a los que se
enfrenta el mundo no solo ese año, sino también como tendencia. En muchos aspectos
es una referencia por la complejidad y profundidad del estudio, y a su vez es uno de los
más sencillos de comprender y acceder. No obstante, antes de continuar
avanzando, convendría definir brevemente tres conceptos que nos van a acompañar en
este apartado:

1. Seguridad: no es sencillo definir este término, y las interpretaciones y enfoques son


abundantes. Aquí nos quedaremos con una que procede de un discurso del
presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, quien en 1941 pronunció un
discurso llamado Las Cuatro Libertades —antes de la entrada de EE.UU. en la guerra,
pero anticipando lo que se venía—. En él, una de esas cuatro libertades era estar libre
de miedo y libre de necesidad. En resumen, esa es la definición de lo que a menudo

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podemos entender por sentirse seguro. Se avanzaba así un concepto de la seguridad


que iba más allá de lo militar. Estar envuelto en una guerra efectivamente no era estar
en un ambiente seguro, pero tampoco pasar hambre, ser perseguido por
determinados motivos, estar expuesto a enfermedades o incluso a la precariedad
laboral. Esto es lo que acabó dando origen al concepto de Seguridad humana.

2. Riesgo: los riesgos pueden ser entendidos como situaciones o elementos que
suponen o pueden suponer con cierta probabilidad una amenaza a cualquier aspecto
de nuestra seguridad pero que no poseen un actor o un contexto concreto en el que
se vaya a materializar ese daño potencial a nuestra seguridad. Así, por poner algunos
ejemplos, la carestía de agua es un riesgo a futuro —por no decir actual— a la
seguridad global, como también que existan problemas en una infraestructura crítica,
un robo de datos cruciales, la inestabilidad gubernamental y otro sinfín de cuestiones
que podrían hacer de la vida de las personas algo peor.

3. Amenaza: en cambio, las amenazas son una cuestión más concreta dentro de los
riesgos. En este caso, las amenazas sí tendrían un contexto o actor definido, por lo
que las amenazas son claramente identificables —mientras que los riesgos son algo
más vagos—. Por continuar con los ejemplos anteriores, un conflicto entre Etiopía y
Egipto por el agua del Nilo es una amenaza a la seguridad dentro del riesgo de la
carestía de agua; el desastre de Fukushima era —y es— una amenaza a la seguridad
dentro de los riesgos relacionados con fallos en infraestructuras críticas; un robo de
datos bancarios a manos de un grupo de piratas informáticos es una amenaza dentro
del riesgo del robo de datos cruciales; una crisis de Gobierno en Alemania supone
igualmente una amenaza dentro del riesgo de la inestabilidad gubernamental, etc.

No obstante, conviene aclarar otro matiz importante: los riesgos y amenazas siempre
son para alguien. Objetivamente no existen, ya que siempre son las personas, los Estados
u otros actores quienes se sienten inseguros. Evidentemente, esta inseguridad en muchos
casos está más que fundada, pero nunca conviene olvidar una pregunta clave como

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es para quién un factor es un riesgo o una amenaza. ¿Supone una amenaza a un granjero
mozambiqueño una crisis de Gobierno en Alemania? Probablemente no. ¿Lo es para los
funcionarios alemanes o para otros estados europeos? Pues probablemente sí. En un
ejercicio de síntesis, el Foro Económico Global agrupa los riesgos que identifica en cinco
categorías:

1. Económicos: son aquellos que, como se puede deducir, tienen en un factor


económico su punto central. Aquí encontraríamos desde la hiperinflación a un
cambio brusco de un recurso energético, pasando por burbujas de activos o tener
un paro estructural exorbitado.
2. Medioambientales: los riesgos medioambientales tienen algún componente
natural por medio. El cambio climático sería el gran pilar central aquí, pero
podemos encontrar riesgos como un vertido tóxico, sequías, inundaciones o
terremotos.
3. Geopolíticos: sin duda, la versión más clásica. En ellos los actores centrales son
los estados, y aquí se contempla desde el colapso de un país a un conflicto armado
—inter o intra estatal—, como también la proliferación de armas de destrucción
masiva, entre otros.
4. Sociales: tienen a las personas como grandes víctimas. Podemos encontrar crisis
alimentarias, epidemias de enfermedades infecciosas o grandes migraciones
involuntarias.
5. Tecnológicas: quizás la gran innovación de este informe. Aquí, por la
interconectividad que mencionábamos anteriormente, todos los actores están
expuestos. El Foro considera, por poner algunos ejemplos, los efectos no
deseados de mejoras tecnológicas, la caída de una red crítica o ciberataques a gran
escala.

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De los cinco primeros riesgos globales que el Foro Económico Global considera para 2018,
cuatro de ellos están relacionados con la naturaleza y sus recursos. Fuente: WEF

Como podemos ver, los conflictos armados son una parte muy minoritaria del amplio
abanico que tenemos —y que es incluso más amplio que el mencionado—, y en muchos
de ellos el Estado tiene un rol pasivo, es decir, sería afectado por el riesgo, o apenas tiene
un papel en él, como muchos de los riesgos que afectan en primer lugar a las personas.
Así, el mundo que viene apenas se verá afectado por las guerras a las que estábamos
acostumbrados, sino que estaremos expuestos a un goteo más leve pero más constante
de riesgos y amenazas de todo tipo.

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9. La información será poder

No estamos descubriendo el fuego si dijésemos que la información es un elemento clave


en el mundo, más todavía cuando hay asuntos políticos o económicos de por medio. El
factor en este punto no es tanto la importancia creciente de la información, que también,
sino que va a tener un enorme efecto potenciador en todas las tendencias anteriormente
mencionadas.

La mayor apertura de canales de comunicación, especialmente gracias al mundo digital,


ha abaratado de manera sustancial convertirse en emisor y consumidor de
información. Leer el periódico, ver la televisión, o escuchar la radio es hoy más sencillo y
barato que nunca, sobre todo con un dispositivo electrónico entre manos —teléfono,
tableta u ordenador— y una conexión a internet. Sin embargo, este proceso no ha sido
exclusivamente unidireccional, sino que también ha creado millones de pequeños
emisores de información. Cada usuario de redes sociales ya puede exponer sus
pensamientos públicamente, plantear sus quejas a marcas o Gobiernos o interactuar de
forma que premien o perjudiquen a otros actores en este mundo —ya sea mediante likes,
estrellas o cualquier otra forma—. Lo cierto es que esta democratización de la
información, sin duda de balance positivo, también ha traído consigo sus fantasmas, y
cuestiones en principio beneficiosas se han escorado hasta mostrar facetas algo tóxicas.

El factor diferencial más allá del gigantesco aumento de emisores y receptores de


información es que, de manera más desapercibida pero probablemente más
importante, todos los nuevos dispositivos y las plataformas diversas que han surgido se
han convertido en enormes captadores de datos de usuarios. Qué hacemos, a qué hora,
con quién, dónde y un largo etcétera de datos de nuestra vida, gustos y actitudes han
sido transformados a datos que muchas empresas recaban con el fin de conocer mejor a
sus usuarios, que en el fondo son clientes. Así, lo que en un inicio era una sencilla técnica
de marketing se ha convertido en un cúmulo inabarcable de datos clave sobre cientos
de millones de personas. Datos que, por supuesto, las empresas se compran y se venden

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como si fuesen piezas de un puzle con el que afinan mejor la puntería para ofrecernos
productos o servicios más acordes con nuestro gusto.

Esta ingente cantidad de datos de todo tipo, conocidos coloquialmente como Big
Data, será un factor diferencial para el desempeño de muchos actores, ya sean estatales
o no estatales. Con todo, cabe destacar que el valor diferencial no reside tanto en poseer
estos datos —son tantos que es imposible hacer nada con ellos en bruto— sino disponer
de las capacidades necesarias para procesarlos, analizarlos y extraer conclusiones
prácticas para aquel que busca respuestas. Este uso masivo de la información puede ser
utilizado desde por empresas para mejorar su posición en el mercado hasta por
Gobiernos —especialmente autoritarios— que deseen tener controlada a su población en
una línea bastante similar a la del Gran Hermano.

De la misma forma, y sin tener que entrar en el Big Data, también apuntan a que tomarán
creciente importancia cuestiones clave como la desinformación. Esto trasciende la
propaganda clásica, y más bien se orienta a generar un ambiente informativo tóxico en
el que no se consigue discernir de forma clara qué es cierto y qué no, apoyándose
normalmente en informaciones falsas o descontextualizadas que se hacen pasar por
ciertas —porque muchas son verosímiles— y tienen un objetivo poblacional relativamente
concreto, normalmente un grupo muy ideologizado en el sentido que sea y que tiene
capacidad de hacer viral ese contenido. El efecto más inmediato de un clima de
desinformación es la polarización social y el descrédito de actores, normalmente
aquellos hacia los que va dirigida directa o indirectamente esa desinformación —el
Gobierno, empresas, partidos políticos, medios de comunicación, etc.—, lo que a su vez
redunda en un aumento de la inestabilidad política y social.

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10. Regiones que ganan y regiones que pierden

En cuanto a la distribución geográfica, es evidente que no todas las regiones van a vivir
de la misma forma estas tendencias.

Como ya hemos mencionado, veremos cómo el centro de gravedad de la economía


mundial continúa desplazándose hacia Asia-Pacífico. El crecimiento que acumula la
región es un sumatorio del progreso que se vive en gigantes como China e India,
complementado por países como Corea del Sur, Indonesia o Vietnam entre otros. Por
ello, el acaparamiento de la actividad económica y comercial mundial se circunscribe cada
vez más a las aguas de dicha región. No obstante, los números positivos no deben de
apartar el foco de una realidad igual de evidente: ese crecimiento es, en muchos casos,
descontrolado, algo que a su vez causa desajustes y problemas.

Por ello, estos países tienen que enfrentar, y así seguirá siendo, enormes riesgos
relacionados con el medio ambiente —desde desastres naturales a contaminación—, al
igual que una considerable dependencia de recursos naturales, especialmente
energéticos, por su alta demanda industrial y la ausencia de hidrocarburos u otros
combustibles en su territorio. Por esto último, la competición por lograr tanto los
recursos necesarios como un correcto abastecimiento —el control de las rutas— va a ser
un vector de tensión y de conflicto importante.

La realidad del mundo occidental —Estados Unidos y Europa occidental, entre otros—
va en un sentido diametralmente opuesto al asiático. La crisis económica aceleró el
declive de este polo, y su influencia es cada vez menor por distintos factores. Con todo,
esta región retendrá durante un tiempo su importancia económica por tener economías
altamente productivas y terciarizadas, pero trasladarán buena parte de ese poder a
grandes multinacionales, especialmente tecnológicas o industriales con alto I+D.

La cuestión clave es que precisamente estas empresas cobrarán cada vez una identidad
más global y se desacoplarán en muchos aspectos de sus países de origen, buscando

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lugares de deslocalización o de tributación más ventajosa. En esta región, también, la


ausencia de liderazgos definidos y de consensos lastrarán el potencial y las capacidades.

Otras zonas como Oriente Próximo y el norte de África seguirán viviendo una enorme
inestabilidad y continuarán siendo uno de los grandes focos de conflicto a nivel
global. La probabilidad y el impacto de un buen número de riesgos globales es alto, y las
dinámicas geopolíticas a menudo desembocan en conflictos de mayor o menor
intensidad. Así, factores estructurales en estos países como las desigualdades sociales; la
corrupción de las élites; la legitimidad de los Gobiernos; las rupturas sociales, ya sean
étnicas, religiosas, tribales o nacionales serán frecuente objeto de noticia. Sin embargo,
más allá de la propia reproducción de sucesos relacionados, lo importante residirá en la
instrumentalización de dichas rupturas y debilidades por parte de los estados de la región.

La visión económica tradicional asociaba el mundo occidental al centro de poder


económico, mientras que el resto era la periferia productora. Ahora ese cambio se está
dando en la periferia, que cada vez está cobrando más protagonismo y centralidad.

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11. Resumen y conclusiones

Estamos asistiendo a una época transitoria, de cambio, entre el mundo generado tras el
fin de la Guerra Fría y aquel en el que nuevas dinámicas que ya no tienen su origen en
aquella era se abren paso. Estados Unidos ya no tiene un poder total y absoluto a escala
global —aunque mantiene buena parte del mismo— mientras nuevas potencias
comienzan a disputarle esa hegemonía en distintos terrenos, incluyendo el político, el
económico, el militar o el cultural.

Precisamente este mundo en transición se está caracterizado por tener menos orden,
por ser más impulsivo, caótico y, en muchos aspectos, más imprevisible. La cuestión de
importancia aquí es que esa imprevisibilidad genera incertidumbre, y con ella se
refuerzan movimientos menos informados, más arriesgados y por tanto más propensos
a generar un conflicto. Así, aunque de formas distintas a como lo concebimos
tradicionalmente, asistimos a un mundo de creciente conflictividad. Esto, como decimos,
no se tiene por qué traducir necesariamente en más guerras o conflictos armados, pero
sí en un mayor número de disputas, mayor polarización social, menos consensos y
acuerdos y más decisiones unilaterales que los niveles a los que estábamos
acostumbrados en décadas pasadas.

Esto, no obstante, aplica especialmente a los Estados, actores omnipresentes en las


relaciones internacionales hasta tiempos bastante recientes. Sin embargo, caminamos
hacia una época en la que los países cederán paso a las grandes empresas
multinacionales, produciéndose cierta cohabitación en cuanto a la proyección de poder
y el número de actores a tener en cuenta. Muchas de estas empresas, ya sea por
recursos, fama o activos concretos, van a desarrollar de manera creciente una agenda
política, económica o cultural propia e independiente de la de los países en los que se
enmarcan —en muchos casos hasta más poderosas—, generando una sustitución de
facto en muchos aspectos de las capacidades que puede tener un Estado.

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Que las empresas ganen en importancia nos lleva irremediablemente a que el ámbito en
el que se mueven, es decir, la economía, gane en una importancia similar. Así, un buen
número de dinámicas se trasladarán al aspecto económico, abarcando desde
potenciadores a conflictos, en un intento por economizar, en sentido literal y figurado, las
relaciones internacionales.

Esto, a su vez, se coaligará con otra tendencia fundamental: el mundo se está


tecnologizando a pasos agigantados, y con él también las relaciones
internacionales. Esta profundización tecnológica no está centrada en el espacio físico
sino especialmente el digital. Una cantidad importante de las transacciones financieras
globales se realizan ya a través de algoritmos e inteligencias artificiales; el internet de las
cosas nos hace a los individuos cada vez más dependientes de la tecnología en nuestra
vida diaria, y las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) han reducido los
plazos de la comunicación a microplazos en el que los sucesos globales son conocidos de
manera casi instantánea, cuando no en directo. Eso también afecta a la concepción del
tiempo en nuestras sociedades.

La mayoría de estas tendencias se concentrarán especialmente en Asia-Pacífico, la


región con mayor potencial a nivel mundial y que está acumulando buena parte del poder
comercial y económico de las próximas décadas. Esto irá en detrimento de otras regiones,
como Europa o Estados Unidos, que poco a poco verán mermado su poder e influencia
global.

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12. Bibliografía de la Unidad

A continuación, se especifican las fuentes utilizadas tanto a nivel bibliográfico como


webgrafía relacionada y de interés, además de las ya facilitadas a lo largo de cada
apartado. Estas fuentes pueden utilizarse por los alumnos para ampliar y profundizar en
la información de cada uno de los puntos explicados en el temario de esta Unidad:

• “Geopolítica. Origen del concepto y su evolución”, Rubén Cuéllar, Revista de


Relaciones Internacionales de la UNAM, 2012.

• “Los amos del mundo: Las armas del terrorismo financiero”, Vicenç Navarro y Juan
Torres López, Ed. Booket (2014)

• “Geografía política: economía-mundo, Estado-Nación y localidad”, Peter Taylor y


Colin Flint, Ed. Trama (2002). Capítulo 2: El renacimiento de la geopolítica, págs. 45-
95.

• "La nueva sociedad mundial y las nuevas realidades internacionales: un reto para la
teoría y para la política". Celestino del Arenal (2001). Capítulos 4 y 5, págs. 48-81.

• “Historia de las relaciones internacionales contemporáneas”, Juan Carlos Pereira, Ed.


Ariel (2009)

• “El filtro burbuja: Cómo la web decide lo que leemos y lo que pensamos”, Eli Pariser,
Ed. Taurus (2017)

• Revista Nueva Sociedad

• Le Monde Diplomatique en español

• The Economist

• Foreign Affairs

• Foreign Policy

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• Stratfor

• Geopolitical Futures

• Project Syndicate

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