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Versión v2
2020/09 – Curso de Analista Internacional
Confidencial – Difusión no permitida
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Índice de contenidos
• Que el alumno comprenda el contexto geopolítico global actual para entender las
tendencias en las que ya estamos inmersos o están comenzando en estos años.
• Que el alumno rompa con las concepciones tradicionales de la geopolítica y
enfrentar enfoques desde distintas perspectivas.
2. Contextualización
Cuando la Unión Soviética se vino abajo en 1991, la Guerra Fría acabó junto a ella.
Finalizaba así un periodo de algo más de cuatro décadas en las que el mundo había
estado partido en dos: un bloque capitalista, con Estados Unidos a la cabeza, frente a un
bloque comunista liderado por la URSS. Estas dos potencias marcaron absolutamente
todo el panorama internacional, y la geopolítica se convirtió durante aquella época en un
embudo en el que prácticamente cualquier suceso de cierta relevancia se veía afectado
o enmarcado en esta disputa. Esta división del planeta es lo que conocemos como un
mundo bipolar.
Con todo, este periodo de Estados Unidos como única superpotencia es relativamente
corto. A principios del siglo XXI ya se empezó a manejar el término de economías
emergentes, haciendo especial mención a China, India o Brasil; Internet daba sus
primeros pasos de forma popular y el mundo digital se iba haciendo hueco lentamente.
Esto, en principio, no suponía una distorsión de cómo estaba organizado el mundo, y
Washington se sentía fuerte. Pero con los atentados del 11 de septiembre de 2001, la
potencia sufrió un golpe importante, especialmente a cómo de segura se sentía —y si
podía garantizar(se) esa seguridad—.
Uno de los escenarios más claros de la confrontación de la Guerra Fría fue Latinoamérica.
Bajo la perspectiva de impedir que el comunismo se expandiese en la región, Estados
Unidos promovió intervenciones y golpes de Estado en muchos de estos países.
Y con este escenario llegó 2008 y con él, la crisis. La desregulación financiera de los años
anteriores y un estado generalizado de optimismo económico —el caldo de cultivo
perfecto para una burbuja— provocaron un estallido que no ha hecho sino debilitar las
economías occidentales, generar un importante descontento social y fracturar en el plano
político a la ciudadanía, desencantada en muchos casos con la élite tradicional y que ha
abrazado ofertas políticas de fuera del sistema, tanto a la izquierda como a la derecha.
Mientras tanto, aquellas empresas de Internet que daban sus primeros pasos en el
cambio de siglo se han convertido en auténticos gigantes de la tecnología. Y en este
mundo de ahora hay una mercancía que se ha vuelto clave en la geopolítica: la
información.
• Siete Hermanas: Las llamadas Siete Hermanas eran siete grandes petroleras que
funcionaban como un cartel a mediados del siglo XX. Estas eran Standard Oil —hoy
Exxon Mobil—, Shell, BP, Mobil, Chevron, Gulf Oil y Texaco. La fundación de la OPEP
en 1960 dañó poderosamente a este oligopolio.
• Huella digital: Se llama así a la cantidad de datos que cada usuario de internet deja,
de forma deliberada o sin intención, en las webs y herramientas que utiliza.
• Conflicto convencional: es lo que podemos concebir como guerra: dos ejércitos
grandes y bien equipados, un frente definido, etc. Las guerras mundiales serían el
paradigma de este tipo de conflicto.
• Conflicto asimétrico: un conflicto asimétrico es aquel en el que normalmente un
contendiente es una fuerza convencional mientras que la otra utiliza tácticas que
evitan la guerra tradicional, normalmente en una adaptación de su estrategia a los
recursos o capacidades de las que dispone, que son mucho menores. La guerra de
Afganistán es un claro ejemplo.
• Big Data: Se considera que el Big Data son enormes cantidades de datos de cualquier
ámbito, en la mayoría de los casos sin tratar, y que son imposibles de depurar
mediante las técnicas tradicionales de procesamiento, por lo que se necesitan
aparatos o herramientas muy potentes para ello.
• Desinformación: La desinformación puede ser concebida como las acciones, así como
el clima generado, destinadas a que no haya una comprensión adecuada de la realidad
por parte de la opinión pública a través de distintas técnicas de manipulación
informativa.
En un curso sobre geopolítica, y más todavía cuando este término cada vez cobra mayor
popularidad e importancia, es fundamental comenzar definiendo qué es exactamente
esto de la geopolítica. Primero, porque es necesario darle un marco a todos los temas y
cuestiones que vamos a estar comentando a lo largo de esta unidad, pero también para
no tratar la geopolítica como un concepto totalmente vacío que puede ser rellenado,
explicado o utilizado como prefiera cada uno —algo que sucede demasiado a menudo y
con intereses muy dispares—.
Lamentablemente, uno de los primeros problemas con el que nos encontramos es que no
existe una definición mínimamente consensuada sobre lo que significa geopolítica. A
ello contribuye que no sea una ciencia, a lo sumo un campo de estudio dentro de la
Ciencia Política o la Geografía. También que, en la propia evolución del término, surgido
a principios del siglo XX, se cruzase por su camino el nazismo, y algunos de sus teóricos
lo utilizasen para justificar la doctrina expansionista de la Alemania nazi, por lo que el
concepto geopolítica quedó irremediablemente manchado por esta etapa.
Tras este periodo, fue resucitando y recobrando cierto prestigio durante la Guerra Fría,
especialmente de la mano de los estudios geoestratégicos de Estados Unidos y sus
doctrinas. Y en buena medida, esta visión, muy relacionada con el poder militar, es la que
hemos heredado en la actualidad. No obstante, conviene someter al término a una
actualización. El siglo actual y sus sucesos está mucho más marcado por cuestiones de
índole económica, social, política o cultural que por fenómenos relacionados con los
conflictos armados en general. Tal es así que el mundo de hoy es el más pacífico que
jamás ha visto el planeta, a pesar de que las noticias nos hagan pensar lo contrario. Así, la
geopolítica continúa teniendo una enorme importancia, aunque adaptada al mundo que
pretende explicar.
Sentimos decir que no, que, aunque una de esas geopolíticas —y quizá la más conocida—
sea esa, no es la única y tampoco la más importante. En el caso de la dimensión vertical,
podemos ver ese espacio al que se aplica. Aunque al hablar de geopolítica nos venga a la
mente la totalidad del mundo, ese es solo uno de los niveles al que se aplica la
geopolítica. También hay una geopolítica de Oriente Próximo o de Europa si nos vamos
al ámbito regional; una geopolítica de Rusia, de Estados Unidos, de India o de Angola, si
nos centramos en países, e incluso se puede hablar de una geopolítica de Nueva York o
de Madrid. Como es lógico, en los distintos niveles intervendrán factores y actores
distintos, todo en adaptación del contexto que estemos analizando. Una vez que
tenemos esto explicado, ya podemos pasar a lo importante: cuáles son las tendencias
geopolíticas del mundo actual.
Una de las principales tendencias que podemos observar en el mundo actual y que será
clave en los próximos años será el paso de un mundo unipolar a uno multipolar. La época
de la unipolaridad, en la que Estados Unidos era la única y gran potencia global, abarca
aproximadamente desde el final de la Guerra Fría (1991) hasta el inicio de la crisis
financiera global (2008).
Desde entonces, el traspiés que ha vivido el mundo occidental ha sido aprovechado por
otros estados con potencial para ganar peso y poner en entredicho ese poder omnímodo
de Washington, especialmente en sus respectivos contextos regionales. Con todo, esto
es simplemente un proceso que gotea lentamente, y en la actualidad estamos en esa
etapa transitoria entre el fin de la unipolaridad y la confirmación de la multipolaridad.
El caso más evidente de este cambio probablemente sea China, ya sea por su rápido
crecimiento durante estas últimas décadas como por las capacidades económicas,
demográficas, militares o culturales que ha ido adquiriendo en ese periodo. Este aumento
de peso en variables geopolíticas fundamentales se está traduciendo en un poder que
rivaliza con el que ostenta Estados Unidos. Con todo, China no es ni mucho menos el
único país que está motivando este cambio en la balanza mundial de poder.
A lo largo y ancho del planeta están surgiendo otros poderes que, aunque no tengan
una capacidad directa de rivalizar totalmente con los pesos pesados —Estados Unidos y
China—, sí se están conformando como centros de poder en determinadas regiones o
ámbitos. Aquí podemos incluir países como India e Indonesia en la región de Asia-
Pacífico; Rusia en la zona euroasiática; Sudáfrica, Angola, Nigeria o Etiopía en el África
subsahariana; Irán, Turquía y Arabia Saudí en Oriente Próximo y Brasil o México en
América Latina.
Aunque Estados Unidos todavía ostente un poder económico notable, el polo que se está
generando en Asia-Pacífico es importante, con hasta seis países que superan el billón de
dólares de PIB.
Bien es cierto que el auge de China ha generado un foco de atracción al que otros países
cercanos se han sumado, pero es igualmente cierto que estados como India, Filipinas,
Vietnam, Bangladesh o Indonesia están aprovechando las oportunidades que Pekín ha
perdido. Si en el año 1990 el peso de esta región en el PIB mundial era del 27%, hoy lo
es del 45% y para el año 2023 se prevé que sea del 49%. El modelo de desarrollo de esta
región es, además, relativamente sencillo: producción industrial masiva a bajo coste y con
estándares de calidad igualmente bajos. Así, en cuestiones industriales China se ha
convertido en el destino predilecto en la deslocalización de infinidad de empresas,
mientras que India ha optado por un modelo de industria más tecnológica y Bangladesh
por el sector textil. Así, esta concepción de las economías de escala y la producción en
enormes cantidades ha permitido que estos productos sean muy baratos y hayan tenido
una penetración muy alta en los mercados occidentales. Así, el Made in China ha tenido
cada vez más peso en las pautas de consumo europeas o estadounidenses desde
principios de siglo.
No todos lo han conseguido; Brasil y Sudáfrica serían los ejemplos más claros, seguidos
de Rusia, sumidos todos ellos en importantes crisis y con debilidades aún estructurales.
A pesar de ello este grupo ha servido como ejemplo para otros bloques de menor calado
o con distintas características, como los MINT —México, Indonesia, Nigeria y Turquía—,
los VISTA —Vietnam, Indonesia, Sudáfrica, Turquía y Argentina— o los CIVETS —
Colombia, Indonesia, Vietnam, Egipto, Turquía y Sudáfrica—.
La mayor contrapartida de estas clasificaciones es que son grupos estancos, por lo que
el bajo desempeño de uno o varios de sus miembros acaba por lastrar a todo el grupo.
Para tratar de compensar este factor se desarrolló el término EAGLES que no hace
referencia a ningún país sino a la característica que les une, que no es otra que liderar el
crecimiento económico global. Por ello es un grupo flexible en el que pueden entrar y
salir países según su rendimiento económico.
Divididos en dos grupos, los EAGLEs son considerados los países con potencial emergente.
La cuestión de fondo es que la proliferación de los países emergentes sea mejor o peor
su desempeño, está cambiando el equilibrio global de poder. En la teoría de relaciones
internacionales —y en general la teoría de juegos—, que exista un país mucho más fuerte
que el resto, es decir, un sistema unipolar, hace que esta superpotencia tenga la
capacidad —y a menudo la voluntad— de imponer su visión e intereses sobre el resto de
los países.
Con Estados Unidos es justo lo que ocurrió tras la Segunda Guerra Mundial: como el
resto de las potencias capitalistas estaban destrozadas por la guerra y su poder estaba
muy debilitado, Washington fue capaz de diseñar e implantar un orden mundial a su
medida. Así se explica la Conferencia de Bretton Woods, en 1944, que impuso el patrón
oro y creó el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial; la creación de la OTAN
en 1948 y otra serie de reformas e instituciones que reprodujesen a escala global los
intereses estadounidenses.
Sin embargo, este orden está llegando a su fin, tanto por expreso deseo de Estados
Unidos —o más concretamente por deseo expreso de su presidente Trump— como por
un cambio irreversible en la estructura internacional. De nuevo, la teoría indica que si
entran más países en el juego y el balance de poder entre ellos se iguala, pueden ocurrir
dos cosas: que compitan entre sí, e incluso a combatir para desbancar al rival, o, si se dan
cuenta de lo arriesgado de competir o combatir, decidan colaborar para asegurarse ganar
ambos. Paradójicamente, la historia es algo cíclica, y la tendencia es que primero ocurre
la confrontación y, al darse cuenta de que pueden perder mucho a través de esa
estrategia, se llega a una cooperación. Las dos guerras mundiales, por ejemplo, fueron
seguidas de dos proyectos para llegar a acuerdos pacíficos, la Sociedad de Naciones tras
la primera y la Organización de Naciones Unidas tras la segunda —y, adicionalmente en
Europa, las antecesoras de la actual Unión Europea—.
No obstante, este giro, representado por figuras de hombres fuertes, venía de antes y se
ha seguido alimentando con perfiles como Víktor Orbán en Hungría, Rodrigo Duterte en
Filipinas, Erdogan en Turquía, Matteo Salvini en Italia, Xi Jinping en China o Vladimir
Putin en Rusia, por poner algunos ejemplos.
La geopolítica actual trasciende el poder y la presencia de los Estados. Por eso decíamos
que las definiciones tradicionales eran insuficientes para comprender el alcance de la
geopolítica actual. Tal es así que, si revisamos las últimas décadas, encontramos actores
de carácter no estatal que han sido fundamentales en sucesos de gran impacto
geopolítico. Pensemos, por ejemplo, en Al Qaeda y lo que supusieron sus acciones el 11
de septiembre de 2001; en las campañas que ONGs como Greenpeace han llevado a
cabo para concienciar del cambio climático —y que se han acabado traduciendo en
acuerdos—; en la influencia que los distintos lobbies tratan de ejercer en Washington o
Bruselas; en el poder que distintas revoluciones populares han tenido, como las revueltas
árabes o el Maidán ucraniano, o en el dominio que algunas grandes empresas han
comenzado a tener de nuestra vida.
No obstante, los grandes ganadores de esta nueva época que se abre van a ser
indiscutiblemente las empresas. Otros actores no estatales más tradicionales, como los
grupos terroristas, los movimientos sociales, ONGs, sindicatos o asociaciones van a ver
eclipsado su poder. Con todo, no quiere decir esto que los actores mencionados pasen a
ser irrelevantes, ya que en contextos muy localizados —ciudades, regiones de un país o a
escala nacional— seguirán teniendo importancia. Simplemente, a escala global, son las
grandes empresas multinacionales las que van a experimentar un crecimiento de su
poder como nunca se ha visto.
En los próximos años, estos gigantes económicos comenzarán a marcar de una forma
más fuerte la agenda política a escala mundial. Dentro de este grupo serán de manera
más específica las multinacionales tecnológicas aquellas en las que se centre el poder
económico, que a menudo se traducirá en poder político o cultural.
La OPEP está formada por la gran mayoría de los países con mayor producción de petróleo
en el mundo. Esto le ha dado un importante peso geopolítico a la organización.
Con esta situación, queda ver exactamente cuál es el papel que van a jugar estas grandes
empresas. Los datos de los usuarios han comenzado a ser catalogados como el próximo
gran recurso natural, de mayor valor que los hidrocarburos o los minerales. Las GAFA,
además de otras muchas multinacionales de infinidad de ámbitos, van a explotar sus
datos no solo para los fines de su propia actividad comercial —sea la que sea— sino
también como meros captadores de datos que luego son revendidos o utilizados por
otras empresas. Se calcula que en la actualidad el número de usuarios de internet alcanza
los 4.000 millones, y para el año 2020 serán 5.000 millones.
Todos esos usuarios dejan y dejarán una huella digital —qué compran y consumen, a qué
hora, de qué manera, desde dónde, etc.— que es una información de enorme valor para
optimizar ventas. Y no entendamos esto solo en una perspectiva netamente comercial.
Este uso de los datos también puede tener fines políticos; de hecho, es habitual que en
las campañas políticas de países occidentales se utilice constantemente la información
que arrojan redes sociales o herramientas diversas en internet —que se nutren de datos
de usuarios— para trazar estrategias, lanzar mensajes o intentar influir en la agenda
política.
mediante el uso y análisis masivo de datos se haya podido influir —y quizás de manera
determinante— en el resultado electoral de la todavía primera potencia mundial, invita a
pensar el nivel de disrupción que se puede alcanzar en el planeta a través de
determinadas acciones promovidas por o a través de estas empresas.
El TOP20 de las empresas con mayor valor de mercado tiene patrones claros: empresas
estadounidenses y chinas del sector tecnológico y financiero. Fuente: Statista
Sea como fuere, estas grandes multinacionales pueden, en un momento dado, llegar a
adquirir una agenda y herramientas propias. Su poder económico es tan elevado que han
comenzado a diversificar su actividad, comprando o creando otras empresas tanto en su
sector como en otros. Así se acabaría generando un oligopolio tecnológico en el que la
gran mayoría de redes sociales o aplicaciones de mensajería —apps por las que circulan
datos de usuarios, en definitiva— estuviesen controladas por estas GAFA. Incluso de este
ámbito se podría trascender hacia nichos más tradicionales: en 2013 el fundador de
Amazon, Jeff Bezos, compró The Washington Post, uno de los rotativos más influyentes
del mundo, y la empresa también se ha lanzado a la producción y distribución de películas
y series a través de Amazon Prime Video, lo que supone otra expansión hacia mercados
culturales.
Esto no quiere decir que no se sigan cometiendo acciones que busquen dañar a los
estados de distintas formas; es más, la variedad se ha ampliado gracias a los avances
tecnológicos y la creciente globalización. Frente al uso de acciones o actores armados,
una estrategia frecuente por ejemplo hace décadas, hemos pasado a acciones más
centradas en la desestabilización política y la disrupción económica. Así, hoy son mucho
más frecuentes las sanciones económicas o la propaganda mediática como formas de
proyectar poder.
Los grandes conflictos desde el siglo XX se han marcado por las dos guerras mundiales. El
resto se han circunscrito a conflictos de descolonización o derivados de ella.
• Un paso más allá estaría el bloqueo económico. Supone prohibir cualquier tipo de
relación económica con un determinado actor, normalmente otro país, para dañar
gravemente la economía de este. Otro grado añadido supone que si otro país o actor
decide operar —invertir o comerciar— en el país bloqueado, no pueda invertir o
comerciar en el país que bloquea. Así, este bloqueo se extiende de forma indirecta a
otros países, acrecentando la presión sobre el país bloqueado. El ejemplo
paradigmático de este tipo de acciones es el bloqueo que desde la Guerra Fría
Estados Unidos mantiene sobre Cuba. Aunque se produjo una mejora de relaciones
durante el mandato de Obama —y se llegaron a reabrir las embajadas— este bloqueo
sigue siendo un pilar fundamental de Washington para con la isla del Caribe.
El poder económico se refleja en algo tan sencillo como los fondos soberanos. El valor de los
activos del fondo noruego triplica el PIB del país.
Hasta bien entrado el siglo XX, las mayores amenazas para los Estados y por supuesto
para las personas provenían casi en su mayoría de otros estados. A través de una
invasión o acción armada, un país podía quedar bastante tocado a manos de otro, y su
población ver aumentadas sus penurias. Sin embargo, conforme el mundo ha visto el
salto tecnológico que podemos comprobar en nuestra época, al igual que el bienestar y
las oportunidades se han multiplicado, también lo hacen los riesgos y amenazas que
pueden afectar a quienes habitamos el planeta.
En este sentido, una tendencia parece clara: los riesgos y amenazas de carácter no
estatal aumentarán y tendrán mayor incidencia en nuestras vidas. No pensemos que al
referirnos al carácter no estatal de las mismas automáticamente pasan a ser actores
definidos, de carne y hueso. Cuestiones impersonales —o al menos con una atribución
tan directa— como el cambio climático, los ciberataques o los shocks económicos pasarán
a tener un papel más relevante. No debería extrañarnos; la cada vez mayor conectividad
existente en el mundo y la profundización de todos los procesos en los que estamos
envueltos hacen de buena parte de la sociedad global una gigantesca red de personas
atadas entre sí. Por tanto, un fallo o una crisis en ese punto de la red tiene una capacidad
de contagio mucho mayor al haber muchas más conexiones creadas, y ello a su vez
dificulta la existencia de cortafuegos, porque buena parte del mundo está conectado de
una forma u otra.
2. Riesgo: los riesgos pueden ser entendidos como situaciones o elementos que
suponen o pueden suponer con cierta probabilidad una amenaza a cualquier aspecto
de nuestra seguridad pero que no poseen un actor o un contexto concreto en el que
se vaya a materializar ese daño potencial a nuestra seguridad. Así, por poner algunos
ejemplos, la carestía de agua es un riesgo a futuro —por no decir actual— a la
seguridad global, como también que existan problemas en una infraestructura crítica,
un robo de datos cruciales, la inestabilidad gubernamental y otro sinfín de cuestiones
que podrían hacer de la vida de las personas algo peor.
3. Amenaza: en cambio, las amenazas son una cuestión más concreta dentro de los
riesgos. En este caso, las amenazas sí tendrían un contexto o actor definido, por lo
que las amenazas son claramente identificables —mientras que los riesgos son algo
más vagos—. Por continuar con los ejemplos anteriores, un conflicto entre Etiopía y
Egipto por el agua del Nilo es una amenaza a la seguridad dentro del riesgo de la
carestía de agua; el desastre de Fukushima era —y es— una amenaza a la seguridad
dentro de los riesgos relacionados con fallos en infraestructuras críticas; un robo de
datos bancarios a manos de un grupo de piratas informáticos es una amenaza dentro
del riesgo del robo de datos cruciales; una crisis de Gobierno en Alemania supone
igualmente una amenaza dentro del riesgo de la inestabilidad gubernamental, etc.
No obstante, conviene aclarar otro matiz importante: los riesgos y amenazas siempre
son para alguien. Objetivamente no existen, ya que siempre son las personas, los Estados
u otros actores quienes se sienten inseguros. Evidentemente, esta inseguridad en muchos
casos está más que fundada, pero nunca conviene olvidar una pregunta clave como
es para quién un factor es un riesgo o una amenaza. ¿Supone una amenaza a un granjero
mozambiqueño una crisis de Gobierno en Alemania? Probablemente no. ¿Lo es para los
funcionarios alemanes o para otros estados europeos? Pues probablemente sí. En un
ejercicio de síntesis, el Foro Económico Global agrupa los riesgos que identifica en cinco
categorías:
De los cinco primeros riesgos globales que el Foro Económico Global considera para 2018,
cuatro de ellos están relacionados con la naturaleza y sus recursos. Fuente: WEF
Como podemos ver, los conflictos armados son una parte muy minoritaria del amplio
abanico que tenemos —y que es incluso más amplio que el mencionado—, y en muchos
de ellos el Estado tiene un rol pasivo, es decir, sería afectado por el riesgo, o apenas tiene
un papel en él, como muchos de los riesgos que afectan en primer lugar a las personas.
Así, el mundo que viene apenas se verá afectado por las guerras a las que estábamos
acostumbrados, sino que estaremos expuestos a un goteo más leve pero más constante
de riesgos y amenazas de todo tipo.
como si fuesen piezas de un puzle con el que afinan mejor la puntería para ofrecernos
productos o servicios más acordes con nuestro gusto.
Esta ingente cantidad de datos de todo tipo, conocidos coloquialmente como Big
Data, será un factor diferencial para el desempeño de muchos actores, ya sean estatales
o no estatales. Con todo, cabe destacar que el valor diferencial no reside tanto en poseer
estos datos —son tantos que es imposible hacer nada con ellos en bruto— sino disponer
de las capacidades necesarias para procesarlos, analizarlos y extraer conclusiones
prácticas para aquel que busca respuestas. Este uso masivo de la información puede ser
utilizado desde por empresas para mejorar su posición en el mercado hasta por
Gobiernos —especialmente autoritarios— que deseen tener controlada a su población en
una línea bastante similar a la del Gran Hermano.
De la misma forma, y sin tener que entrar en el Big Data, también apuntan a que tomarán
creciente importancia cuestiones clave como la desinformación. Esto trasciende la
propaganda clásica, y más bien se orienta a generar un ambiente informativo tóxico en
el que no se consigue discernir de forma clara qué es cierto y qué no, apoyándose
normalmente en informaciones falsas o descontextualizadas que se hacen pasar por
ciertas —porque muchas son verosímiles— y tienen un objetivo poblacional relativamente
concreto, normalmente un grupo muy ideologizado en el sentido que sea y que tiene
capacidad de hacer viral ese contenido. El efecto más inmediato de un clima de
desinformación es la polarización social y el descrédito de actores, normalmente
aquellos hacia los que va dirigida directa o indirectamente esa desinformación —el
Gobierno, empresas, partidos políticos, medios de comunicación, etc.—, lo que a su vez
redunda en un aumento de la inestabilidad política y social.
En cuanto a la distribución geográfica, es evidente que no todas las regiones van a vivir
de la misma forma estas tendencias.
Por ello, estos países tienen que enfrentar, y así seguirá siendo, enormes riesgos
relacionados con el medio ambiente —desde desastres naturales a contaminación—, al
igual que una considerable dependencia de recursos naturales, especialmente
energéticos, por su alta demanda industrial y la ausencia de hidrocarburos u otros
combustibles en su territorio. Por esto último, la competición por lograr tanto los
recursos necesarios como un correcto abastecimiento —el control de las rutas— va a ser
un vector de tensión y de conflicto importante.
La realidad del mundo occidental —Estados Unidos y Europa occidental, entre otros—
va en un sentido diametralmente opuesto al asiático. La crisis económica aceleró el
declive de este polo, y su influencia es cada vez menor por distintos factores. Con todo,
esta región retendrá durante un tiempo su importancia económica por tener economías
altamente productivas y terciarizadas, pero trasladarán buena parte de ese poder a
grandes multinacionales, especialmente tecnológicas o industriales con alto I+D.
La cuestión clave es que precisamente estas empresas cobrarán cada vez una identidad
más global y se desacoplarán en muchos aspectos de sus países de origen, buscando
Otras zonas como Oriente Próximo y el norte de África seguirán viviendo una enorme
inestabilidad y continuarán siendo uno de los grandes focos de conflicto a nivel
global. La probabilidad y el impacto de un buen número de riesgos globales es alto, y las
dinámicas geopolíticas a menudo desembocan en conflictos de mayor o menor
intensidad. Así, factores estructurales en estos países como las desigualdades sociales; la
corrupción de las élites; la legitimidad de los Gobiernos; las rupturas sociales, ya sean
étnicas, religiosas, tribales o nacionales serán frecuente objeto de noticia. Sin embargo,
más allá de la propia reproducción de sucesos relacionados, lo importante residirá en la
instrumentalización de dichas rupturas y debilidades por parte de los estados de la región.
Estamos asistiendo a una época transitoria, de cambio, entre el mundo generado tras el
fin de la Guerra Fría y aquel en el que nuevas dinámicas que ya no tienen su origen en
aquella era se abren paso. Estados Unidos ya no tiene un poder total y absoluto a escala
global —aunque mantiene buena parte del mismo— mientras nuevas potencias
comienzan a disputarle esa hegemonía en distintos terrenos, incluyendo el político, el
económico, el militar o el cultural.
Precisamente este mundo en transición se está caracterizado por tener menos orden,
por ser más impulsivo, caótico y, en muchos aspectos, más imprevisible. La cuestión de
importancia aquí es que esa imprevisibilidad genera incertidumbre, y con ella se
refuerzan movimientos menos informados, más arriesgados y por tanto más propensos
a generar un conflicto. Así, aunque de formas distintas a como lo concebimos
tradicionalmente, asistimos a un mundo de creciente conflictividad. Esto, como decimos,
no se tiene por qué traducir necesariamente en más guerras o conflictos armados, pero
sí en un mayor número de disputas, mayor polarización social, menos consensos y
acuerdos y más decisiones unilaterales que los niveles a los que estábamos
acostumbrados en décadas pasadas.
Que las empresas ganen en importancia nos lleva irremediablemente a que el ámbito en
el que se mueven, es decir, la economía, gane en una importancia similar. Así, un buen
número de dinámicas se trasladarán al aspecto económico, abarcando desde
potenciadores a conflictos, en un intento por economizar, en sentido literal y figurado, las
relaciones internacionales.
• “Los amos del mundo: Las armas del terrorismo financiero”, Vicenç Navarro y Juan
Torres López, Ed. Booket (2014)
• "La nueva sociedad mundial y las nuevas realidades internacionales: un reto para la
teoría y para la política". Celestino del Arenal (2001). Capítulos 4 y 5, págs. 48-81.
• “El filtro burbuja: Cómo la web decide lo que leemos y lo que pensamos”, Eli Pariser,
Ed. Taurus (2017)
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