Está en la página 1de 6

ANARQUÍA CORONADA

Saber parar. Sobre el rol del cognitariado


durante la cuarentena // Lucía Naser
Publicada en 1 abril 2020
En el correr de la cuarentena diferentes trabajos intentan adaptarse para ser hechos desde casa: desde ventas a enseñanza. Para muchas
adaptarse no es una elección sino una imposición y se supone que a quienes se les da esa posibilidad deberían celebrar que no son echadas o
mandadas a seguro de paro. Adaptarse al aislamiento y al miedo a les otres para poder seguir teniendo qué comer y que la vida siga. ¿Pero a qué
precio? Mientras nos hacemos esa pregunta baja el costo de sostener locales para el trabajo y el que conlleva la existencia de vida social, desde
transporte a manutención de espacios públicos. 

Traducir la vida social al plano virtual no se trata solamente de switchear nuestro estado a  online. Adaptarse lleva tiempo y mucho trabajo;
especialmente para aquellos para quienes esta pandemia es particularmente peligrosa: los mayores de 60. Parecería que el neoliberalismo y el
coronavirus se organizaron bien para dejar fuera de juego a los más viejos. ¿Cómo responder a eso quienes sí podríamos adaptarnos?

La adaptación inmediata, sin perder el tiempo, casi sin pensar en lo que está pasando porque urge encontrar estrategias para que todo siga “lo
más normal posible”, es hija de la más pura ideología capitalista: el tiempo es oro y no se puede parar. Y ciertamente el capitalismo se cae si
dejamos de producir, tal como lo muestra la crisis que ya está acá a unos 20 días de iniciar la cuarentena. La imposibilidad de parar y como
contracara el uso del paro como estrategia de resistencia es clave en la historia de las luchas, obreras, estudiantiles y más recientemente
feministas. Hay en la suspensión de las actividades una acción potente de visibilización y movilización. El paro puede ser la creación de espacios
para hacer otras cosas. El paro puede ser una medida en contra de la desaparición de nuestras subjetividades debajo del permanente flujo de
mercancías, bienes, transacciones, producción, que el neoliberalismo acelera cada vez más. Puede ser la acción que desobedezca el imperativo
de circular, de no ocupar, de no estorbar. Pero el paro no elegido tiene otras implicaciones que nos suenan demasiado a medidas prontas de
seguridad. Y este paro del presente es impuesto en nombre de nuestra vida mientras se nos pide que sigamos produciendo. 

¿Cómo afecta esta reclusión sin paro a les trabajadores inmateriales, intelectuales, de la educación, al cognitariado? ¿Qué pasa con el
“teletrabajo”? ¿Cuánto adaptarse? ¿Cuánto resistir? ¿Cuáles son las consecuencias a mediano y largo plazo? Pienso en todo esto mientras
intento decidir si como docente procedo a pasar todos los cursos a virtual; nos invito a interrumpirnos; o invento algo que no tengo la menor idea
de qué es. Sin quedarme sin laburo. 

Entre el cuerpo en vivo del educador y el cuerpo vivo del estudiante 

Les trabajadores no son los únicos reprogramando actividades. Desde niñes de 7 años a universitarixs, un tráfico intenso de tareas y cursos online
intentan mantener ocupadxs a les estudiantes, y no perder el tiempo ni la planificación. La interrupción de las clases llega cuando recién habían
comenzado y tirar a la basura las horas de armado de contenidos y horarios no es fácil. 

La enseñanza es uno de los ámbitos donde “adaptarse” a la situación requiere traducciones muchas veces imposibles y siempre llenas de dudas
¿Con qué cara voy a hablarles de la historia del ballet? ¿Cómo debatir o sensopercibirnos por zoom?. Son tiempos en que temas centrales se
vuelven secundarios y en primera línea aparecen nuevas preguntas y problemas relacionadas a casi todos los campos de conocimiento. Pasar por
una pandemia y/o cuarentena concierne a la medicina pasando por la sociología, la arquitectura y la ingeniería química. O sea, ¿nos ponemos a
pensar?. Y entonces, quizás, la medida pedagógica más sensata sea producir y transmitir conocimiento sobre la situación. Pero ¿qué pasa si lo
que sabemos es poco o nada? Y entonces, quizás, no quede otra que armar programas desde el no saber, en los que el objetivo sea investigar
juntes. Para esto no basta pensar sobre la situación: necesitamos pensar en y con la situación. 

Sin este cambio de perspectiva los sistemas de enseñanza se pierden de relacionar los saberes con un presente que los necesita (creo yo que es
la lección más urgente). Sin aceptar este no saber que nos trae el presente, los conocimientos pierden su pertinencia y se quedan girando sobre sí
mismos; sin que podamos responder con mucha certeza sobre la importancia de su producción y transferencia. 

Pero aún si creyéramos que la educación no puede ni debe parar; y que los planes deben ser ejecutados, sería difícil negar que lo presencial y lo
colectivo juegan un rol en los procesos cognitivos. Sería demencial negar que en nuestras formas de conocer y de conocernos lxs otres importan.
Sería irreal afirmar que lo afectivo no interviene en nuestros procesos cognitivos. Es por esto que superar el trauma anti huelguista que nos fue
inculcando la derecha y el abordaje productivista y goal-oriented de la educación, según el cual perder clase es  lo peor que nos puede pasar en la
vida, es urgente. Por último, el miedo a “atrasarnos” se disipa si desarmamos la concepción de un tiempo lineal, controlado y progresivo. Si esta
coyuntura no nos hace soltar esa fantasía, entonces nada lo hará. Porque además, si nos atrasaramos en avanzar en la dirección en la que todo
iba, ¿no sería al final de cuentas una gran noticia? 

Soy sola 
Un profesor da una clase por youtube en camisa mientras atrás su hijo pasa arrastrando un pedazo de mueble recién destruido y pinta la pared
con un durazno. La clase es interrumpida por un ruido de licuadora. Hace meses no vemos espaldas, pies, nucas. Hace meses no tenemos una
discusión a los gritos. Hace meses no reís a carcajadas o te emborrachas con alguien. Hace meses no nos adentramos en un espacio que nos
resulte extraño, inquietante, nuevo. El espacio público no virtual ha quedado desierto como una ciudad que alguna vez habitamos pero cayó en
default, como una pantalla de un videojuego que quedó atrás.Nuestras casas son nuestro trabajo, y ya no es tan fácil recibir amigues. No es
factible tampoco decirle a tus jefes que no estás para atender esa llamada o responder tal mensaje. Si tu trabajo se cuenta por horas, son
incontables. Pero si se cuenta por tarea no importan las horas que te lleve o lo que (te) esté pasando en el medio. No importa si no dormis o si
trabajas a las 3am en algún desvelo propio del sueño cambiado. El presente podría ser descrito así en poco tiempo. 

Encerrades en casa lo doméstico y lo laboral se difuminan; lo familiar y lo profesional dejan de ser esferas separadas. Lo personal deja de ser
político para volverse económico. Y dejamos de trabajar desde nuestras casas para pasar a vivir en nuestros trabajos. Si siempre es domingo, no
es domingo nunca. Y esto no es solo coronavirus, es la vida en el neoliberalismo. 

Escribo esto a las 5am luego de la teta nocturna de la bebé. Cierto imaginario ya obsoleto decía que “estar en casa” era sinónimo de tener tiempo.
Pero ¿cómo eran los momentos de estar en casa pre cuarentena? ¿Como son ahora? ¿Cómo serán? El tiempo no es solo una barra de segundos
que se desplaza como en un video de youtube: es nuestra ancla existencial y la vida toda se desquicia cuando él se desordena. 

Y en medio del desorden, cuando hace un par de semanas se cancelaba todo y la gente empezaba a irse al seguro de paro o directamente a
quedarse sin laburo pensé: qué bien la hicieron (hicimos) les trabajadores inmateriales/intelectuales. Unos días después, observando los efectos
que el teletrabajo, la sobreexposición a las redes y el encierro producen, mi pensamiento fue bien otro: qué mal la hicimos!

El corazón acelerado, la vista cansada, mensajes que llegan por cinco redes diferentes mientras la pc se tranca, la memoria se llena y se cae
Internet. El símbolo de cargando gira por eternos segundos mientras ves pasar la mañana, la tarde, y se hace la hora de la siguiente reunión. De
repente te das cuenta de que se te parte la cabeza, tenes el cuello como una roca, hace una hora que estas gritando a la pantalla y por algún
motivo que no sabes explicar estás re quemada con todo y todes. 

¿Qué tipo de sociedad emergería de ser el tele trabajo una realidad ya no temporal sino permanente? ¿Qué le pasa a largo plazo a un cuerpo que
no convive con otres? ¿Y si luego de sufrirlo esto llegara a gustarnos? ¿Si nos acostumbráramos a las pantuflas perpetuas, a la cercanía de la
cama, a chatear sin que sea de canuto, a masturbarnos en el break? 

Los condenados de la pantalla 

Pero tampoco demonicemos la virtualidad. 

El mundo se ha vuelto un lugar horrible; la presencialidad es una experiencia intensa; te compromete y vulnerabiliza. La soledad tiene márgenes
de acontecimientos posibles muchísimo menores que cuando estamos con otres y por eso “cansa menos”. Desde casa controlamos qué parte de
nosotres se ve y cual no, podemos dar cualquier excusa para ausentarnos o desaparecer, el afuera está lejos y les otres también pero aún así
accesibles. Al final ¿no es mejor así? Pensamos mucho en cómo son esta nueva distancia y el aislamiento obligado pero quizá este momento es
también para pensar qué nos pasa cuando estamos en contacto. Al final de todo esto ¿quienes dirían que sí, si se les ofreciera quedarse en casa
definitivamente? Con el tiempo y si no es vivido como imposición, una puede acostumbrarse. 

Un efecto de la virtualidad y las posibles consecuencias de adaptarnos a ella es cierta homogeneización de nuestro entorno. Internet siempre está
ahí, igual de brillante, con las mismas interfaces y colores, con el mismo formato para todos los perfiles, con la misma velocidad a cualquier hora
del día. Un hola es igual escrito por un desconocido que por tu mejor amiga. Un necesito ayuda suena igual escrito por alguien desesperadx que
por alguien que la lleva más o menos bien. 

Y es que aunque parecería que la individuación radical es hacia lo que empuja esta vida en las redes, es posible que lo que se produzca
finalmente sea otro efecto: la despersonalización. La misma a la que nos viene habituando el mercado laboral pero ahora extendida a nuestras
relaciones. Todes online. Todes posteando. Todos viralizando el mismo meme. Participando del mismo challenge coreográfico. Como dice un
amigo “voy por ahí dando like a todo lo que es cosa”.  Individualización y soledad; y despersonalización y anonimato, son por lo tanto dos variables
que se van retroalimentando. Si hablamos de alianzas impredecibles… ahí hay una. 

Otro efecto es el aplanamiento del mundo que nos propone con nuestro entorno un vínculo de tipo touchscreen. Tocamos algo que no nos toca.
Movemos ítems que no nos mueven. Interactuamos con un mundo que no nos mancha. Ni nos infecta. Donde el off o el restart están a la orden del
día pero luego del reinicio todo seguirá ahí. Lo más grave y lo más banal tienen el mismo espacio en tu feed de noticias. Una notificación puede
informarte de que alguien pensó en vos o que estás despedida. 

En su visita a Montevideo hace un par de años, recuerdo que Bifo dijo que los trabajadores de la red, o el cognitariado, serían los capaces de
desencadenar una revolución. Que la alianza entre capitalismo y cognitariado podría estar en crisis, amenazando la inteligencia necesaria para
que a largo plazo el sistema sea funcional. En el momento me pareció raro. Hoy, cuando un tercio de la población mundial está encerrada en sus
casas o expuesta a la enfermedad sin elección de cuidarse, es claro que tenemos que preguntarnos qué rol vamos a jugar en la continuidad o
interrupción de este pacto. ¿Cuáles teletrabajos son esenciales (porque sí los hay) y cuáles podrían esperar o tomarse tiempo para otras cosas,
dejar vacíos donde crezcan otras? Podríamos reconvertir nuestro trabajo sin que peligren nuestros cuerpos, pero quizás somos cada vez más
esclavos de lo que nos salva, 

Todos los cambios han sido guardados 

Para pensar en cuánto adaptarnos y cuánto resistir y cómo, no sólo hay que pensar en qué se produce durante el aislamiento/pandemia, sino en
qué se estaba produciendo ahí en nuestras presencias, en aquello que añoramos llamándolo “normalidad”. Lo que vivimos y lo que vendrá es algo
más que una dicotomía online / offline, presente / ausente. Atravesamos una situación en la que relaciones sociales y modos de producción
cambian y nos cambian. En la que en el silencio embarullado de este aislamiento social, quizás se dejen escuchar otras preguntas. ¿De qué
estamos ausentes exactamente? ¿Qué límites tiene la flexibilización laboral? ¿Qué pasa si la tristeza baja la productividad o la capacidad
cognitiva? ¿Puede extenderse el ancho de banda de la eficiencia de nuestras interacciones sustrayendo el encuentro? ¿Están dadas las
condiciones para una vida en comunidad en el aislamiento? ¿Qué comunidad es esa? Mi sensación es que sin cuerpos y afectos o la promesa de
su próximo reencuentro, no hay community manager que resista.  

Cuando entramos en pánico sobre este distanciamiento social recurrimos a pensar ¿Cuánto tiempo es sostenible? No puede ser sostenible por
mucho tiempo. Quizás tenemos que dejar de darnos tranquilidad con ese pensamiento y pensar que es más sostenible de lo que creemos. Y
también que, incluso cuando acabe, todo habrá mutado. Porque en este período excepcional nuestras relaciones ya se están modificando, lo que
es admisible o no ya se está transformando, el pensamiento sobre qué es aprender o enseñar ya se está transformando, nuestra experiencia del
tiempo también. Lo que conocemos estructura nuestros hábitos

Lo que vivimos nos transforma. Luego de pasado este tiempo habremos encontrado estrategias que quedarán ahí, habremos ganado y perdido
habilidades que quedarán ahí y también olvidado cosas, adquirido hábitos. 

Cuanto antes nos demos cuenta de que no va a volver el “como antes”, más aprovecharemos el durante. Si este presente no es elegido
empecemos a pensar cómo tener un rol más activo en la construcción de lo que vendrá. Que ya está acá. Y nos enseña. 
Google classroom: el silencio como
ausencia pedagógica
Por razones de público conocimiento, la escuela pública en Argentina también sufre de la cuarentena. A partir de aquí, los docentes “son instruidos
normativamente” para que utilicen ciertas plataformas a fin de continuar con el proceso de enseñanza-aprendizaje. El problema acontece cuando “se
instruye” para usar plataformas tales como, por ejemplo, Google classroom. Nadie de quienes tiene potestad de hacerlo alertan sobre el perfil
pedagógico[1] de la misma, mientras cada docente hace lo que puede, bien o mal, con mayor o menor empeño. Pareciera que no existiera otro tipo de
tecnología educativa, más humana, lo que no es cierto. Por Miguel Andrés Brenner.

Google classroom se impone ante la urgencia, lo cual también es comprensible, aunque ello, a un futuro cercano, debiera dar  pie para revisar todas las prácticas
pedagógico-didácticas en el aula de la escuela pública. Sin embargo, al respecto, acontece el “silencio” de quienes son responsables en el establecimiento de
condiciones laborales/pedagógicas más humanas.

Veamos, en tal sentido, algunos considerandos muy puntuales, sin pretender que este escrito se constituya formal académicamente, sino más que nada en una
denuncia que apela a lo utópico en vez de a lo distópico, que apela a una escuela digna en vez de una escuela de la que el sabor frecuente sea el malestar en la
docencia.

Desde la plataforma Google classroom:

1. El docente no puede crear su propio diseño de clase, que viene ya pautado. El diseño de la clase viene pautado de manera tal que cada docente puede
reiterar el modo como da clases de manera tradicional-presencial con todos sus vicios, empero lo que ocurre es que ahora lo hace digitalmente. “El
problema es que el currículo rígido y con mandatos de aplicación en fechas y horarios preestablecidos conspira contra esta nueva forma dialógica e
interactiva de aprender juntos. El sistema educativo construido sobre la lógica de la máquina newtoniana (partes ensamblables, con periodos fijos de
ciclos) salta por los aires y no nos damos cuenta.”[2] Desde aquí, hacemos las siguientes consideraciones.
2. No hay posibilidad de retroalimentación entre alumnos-alumnos, docentes-docentes, alumnos-docentes (en este último caso, salvo con el formato
tradicional). En Google classroom hay un ítem para crear tareas y preguntas, sin embargo, se presta al “copiar y pegar”, ahora de manera digital.
3. Desde el punto de vista pedagógico, para el docente, es un trabajo meramente individual, que no favorece la comunicación entre docentes, no permite
la socialización o mirada de los contenidos por parte de otros docentes. O sea, cada materia no es una cuestión comunitaria, sino individual, y se
reiteran los “vicios” frecuentes de una llamada escuela tradicional, donde las materias se dan compartimentadamente. No hay trabajo colaborativo, ni
crítico, ni creativo. Es decir, posibilita que un trabajo sea visto por los alumnos (por cada alumno aisladamente), pero no por colegas docentes.
4. Permite trabajar por módulos o unidades a través de temas, pero no a través de problemáticas, con la complejidad de un trabajo crítico-creativo-
colaborativo desde una perspectiva ético-política. Importa la tarea individual para mostrársela al docente, aunque nada más. Se presta a reiterar los
vicios que acaecen en una clase escolar tradicional. Por ej., el docente que tiene pocas ganas de trabajar, simula; el docente que pretende ser exigente
sobrecarga[3] de trabajo a los alumnos. A veces, hay directivos que sugieren “no recargar a los alumnos de tareas”. Y he aquí el problema, pues
pedagógicamente la cuestión no debiera reducirse a “recargar o no recargar”, con un perfil netamente bancario en ambos casos. 
5. Se pierde el trabajo personalizado en la relación alumno-docente y en la relación alumno-alumno.
6. Cada tarea es para hacer en casa, enviarla digitalmente al docente, quien luego hace una devolución, pero no se da virtualmente la dinámica dialógica
como dentro de un espacio áulico. O sea, se mantiene el formato de “tareas”, antiguamente llamadas “deberes”. Hay que tener en cuenta que existe
en la actualidad otro tipo de tecnología superadora del formato criticado.
7. Importa una constante revisión de los criterios pedagógico/didácticos referidos a la enunciación de explicaciones, textos y consignas. Por ejemplo, si
en clase me doy cuenta, mediando la relación cara-a-cara, de que necesito realizar alguna modificación, estoy a tiempo para efectuarla. En términos
digitales, lo “escrito, escrito está”. De ahí que se dé el requerimiento de una tecnología que favorezca dicha evaluación/valoración, y
comunitariamente, del propio diseño y su ejecución conjuntamente otros docentes[4]. Quienes diseñaron la plataforma Google classroom no
consideraron dicha necesidad, y esto no es algo ingenuo desde un posicionamiento político determinado.
8. Por otro lado, en la medida en que se apliquen “pruebas” o “tests” a los alumnos por opciones múltiples, ello apunta a una especie de tecnicismo-
positivista propio de un enciclopedismo o modalidad bancaria tan criticada por Paulo Freire.
9. Otros problemas tienen que ver con la conectividad, con el tipo de instrumentos tecnológicos[5] que cada alumno tiene, con el tener o no en el hogar
un espacio propio para poder estudiar, con el acompañamiento o no de los padres y la calidad efectiva de dicho acompañamiento, con la habituación
o no al uso de los medios digitales más allá del entretenimiento, con la interpretación de las consignas de trabajo o de las lecturas propuestas dentro
de una realidad en la que la mayor parte de los alumnos de los sectores populares en la actualidad egresan del sistema escuela aún como
semianalfabetos.

Toda tecnología vale dentro de un contexto de relación cara-a-cara y que no reitere los vicios de una clase tradicional. Al respecto, existen tecnologías adecuadas,
válida, para ser usadas en calidad de instrumentos o medios dentro de un marco valorativo ético/político pleno de humanidad.

Desafíos. Dada la inesperada pandemia y cuarentena social, aparece la importancia para, luego del presente lapso, revisar comunitaria, crítica y creativamente, las
prácticas pedagógicas en el aula de la escuela pública, con el acompañamiento de supervisores que sepan en tal sentido más que los docentes, que los orienten, más
allá de la asfixiante normatividad debido al tsunami normativo (valga la redundancia). Sin embargo, tengamos en cuenta que el presente malestar en la docencia no
predispone para el desafío propuesto, aunque existen voluntades que batallan contra viento y marea para hacer realidad el derecho a la educación. Sin embargo,
vale la expresión de Antonio Gramsci: “con el pesimismo de la inteligencia, pero el optimismo de la voluntad”. Es que en la historia no todo se encuentra dicho, y
de ahí un fuerte hálito de esperanza es posible.

Al común de los docentes “se le tiró” una herramienta digital. ¿Será la misma, luego de transcurrido el actual momento, motivo para una superación?

Es necesario como desafío, para superar el silencio como ausencia pedagógica, apreciar y/o luchar contra un marco de valores propios del
neoliberalismo/capitalista, dándole un sentido crítico/creativo/colaborativo-comunitario a la utilización de las plataformas digitales en educación.

Además, consideremos que el perfil último económico/político del home-learning o enseñanza on-line, entrelazado con el home-office [6], dentro del presente
neoliberalismo, significa el trabajo por proyectos, la remuneración por proyectos, la no vigencia de un contrato laboral con la empresa y la pertinente dependencia,
la no existencia de sindicatos que defiendan los derechos de los trabajadores, porque la única relación sería la del individuo con la empresa que, luego de ejecutado
el proyecto, cesa en su relación con la misma, hasta el diseño y ejecución de un nuevo proyecto.

Como señala Paulo Freire: ¿enseñar para qué?, ¿a favor de qué?, ¿a favor de quiénes?, ¿en contra de qué y en contra de quiénes?

Apéndice
Valga comentar que Google actúa como medio de espionaje al servicio del poder hegemónico, pues espía a niños y adolescentes en el colegio y en sus casas [7] a
través de las plataformas digitales que ofrece en el mercado. El servicio es supuestamente gratuito, sin embargo, la intimidad de niños y adolescentes es vendida
como insumo mercantil para las necesidades políticas y económicas de quienes lo demanden.

¿Y por dónde pasa también la función mercantil de Google classroom? Tiene un límite de almacenamiento, por lo que quien requiera aumentar el mismo debe
“pagar”[8].

Miguel Andrés Brenner.

Facultad de Filosofía y Letras

Universidad de Buenos Aires

Abril de 2020

[1] Perfil pedagógico que no es meramente pedagógico, sino ético/político/pedagógico.

[2] Bonilla-Molina, Luis (2020). “Coronavirus: Google y la NASSA en la reingeniería educativa.” http://otrasvoceseneducacion.org/archivos/342434  (consulta:


4/4/2020)

[3] Si se visibilizan, al menos en algo, críticas o quejas, son las de algunos padres o madres.

[4] Dicho espíritu también debiera existir en el aula concreto de la escuela pública.

[5] La brecha social también existe en países del “primer mundo”, como por ejemplo, en España.  https://www.xataka.com/otros/ninos-tecnologia-ninos-acceso-a-
educacion-escuela-a-distancia-esta-acentuando-brecha-social  (consulta: 4/04/2020) Ver en el mismo
sentido: https://www.elcorreo.com/sociedad/educacion/ensenanza-online-agranda-20200329213348-nt.html?ref=https:%2F%2Fwww.google.com%2F    (consulta:
4/04/2020). O bien en el caso de Nueva York, aunque obviamente no con el dramatismo de nuestros países sojuzgados (empero, pensemos que maltratar a un solo
alumno/persona, es un crimen). https://eldiariony.com/2020/03/21/300-mil-alumnos-pobres-no-tienen-tecnologia-o-ni-siquiera-una-casa-para-nuevas-clases-por-
internet-en-nueva-york/  (consulta: 4/04/2020)

[6] Trabajo en casa.

[7] https://www.elmundo.es/tecnologia/2020/02/25/5e5459fcfc6c8366368b4577.html (consulta: 4/04/2020). Podemos acudir a muy diversas fuentes de


información al respecto.

[8] https://one.google.com/storage?hl=es&i=u&utm_source=drive&utm_medium=web&utm_campaign=banner_ninety_five_percent#upgrade  (consulta:
3/04/2020)

Pandemia y educación a distancia en la


formación terciaria y universitaria.
LAURA GALAZZI·MIÉRCOLES, 25 DE MARZO DE 2020·TIEMPO DE LECTURA: 7 MINUTOS
Estamos en medio de una profunda crisis económica, social y sanitaria. En un mundo moldeado por
décadas de desigualdad creciente, destrucción de los sistemas públicos de salud (y de educación,
comunicación, servicios públicos, etc.) donde la expansión del coronavirus provoca estragos, todos los
gobiernos auguran una fuerte depresión que disparará el desempleo y la miseria. A pesar de las medidas
que en nuestro país se tomaron a tiempo, estamos dentro de esa crisis. Muches habitantes de nuestro país
viven al día, en condiciones precarias. La vida se ha alterado. La incertidumbre y la preocupación,
sumadas al aislamiento propio de la cuarentena desestructuran la normalidad de la vida cotidiana; la
nuestra como docentes (y también como madres, hijes, vecines), la de les estudiantes; en definitiva, la de
todes.

En ese contexto, nos contacta una autoridad vía whatsapp, nos envía la foto del listado de estudiantes
inscriptes, nos señala que nos estará llegando vía correo electrónico un mensaje institucional con las
direcciones de correo para que contactemos une a une a cada estudiante o “veamos” cómo queremos
hacer para “comenzar la cursada”.

A los pocos minutos llega un mail institucional de la universidad en la que trabajamos: ha decidido
garantizar la cursada de modo virtual. Piden que adaptemos el curso en consecuencia. Asimismo
comienzan a llegar uno a uno los correos de les estudiantes que se inscribieron de manera presencial,
previamente a las resoluciones que establecen los aislamientos preventivos.
En otro espacio educativo, nos “ofrecen” desde el área de Educación a Distancia una capacitación para
“virtualizar” las clases teóricas… y entonces sí, poder empezar el cuatrimestre como corresponde. Se va a
realizar durante el lunes y martes feriado..

Estas son algunas situaciones de la vida docente de estos últimos días que queremos pensar. Expresar
nuestra preocupación sobre la propuesta de “virtualizar” las clases presenciales. Nos proponemos discutir
esta situación que se nos impone (y nos imponemos) y también hablar o mencionar cuáles son las
condiciones materiales de les trabajadores de la educación.

No podemos ni queremos naturalizar la virtualización de la enseñanza. No sabemos cuánto va a durar la


situación de emergencia. Encerrades sentimos más que nunca la necesidad de establecer una continuidad
de nuestra vida cotidiana. Además, todes queremos contribuir con nuestro aporte para que la comunidad
en la que vivimos se fortalezca, a que las cosas no estén tan mal y, sobre todo, en el caso de quienes
somos docentes de terciarios o universidades, a garantizar que pueda cursarse el cuatrimestre y que les
estudiantes no “se caigan”, de esta cursada y quizá también de las carreras que están llevando adelante
con mucho esfuerzo.

Ahora bien, en relación a la “virtualización” de las clases presenciales, coincidimos en que esta propuesta
–que se presenta como necesaria u obligatoriamente transitoria- no sustituye –ni podrá hacerlo- una
cursada. Muches de nosotres lo planteamos como algo transicional, como un "acompañamiento mientras
tanto", para poder llegar mejor a las clases presenciales, que son imprescindibles.

No queremos aceptar como natural la propuesta de alterar, de un día para el otro o de una semana para la
otra, la dinámica interpersonal y colectiva característica del encuentro de corporalidades, sentires,
emociones, subjetividades, en un espacio presencial, como puede ser el aula o los espacios educativos
concretos; y creer -o aceptar como verdad- que se puede llevar adelante sin pérdida un proceso de
enseñanza y de aprendizaje en la interfaz virtual.

No obstante, ante la inminencia de resolver esta situación que nos atraviesa como sociedad y como
humanidad, les docentes algo sabemos acerca de “resolver sobre la marcha”, esto es, aplicar
modificaciones a la planificación, desde hace tiempo lo urgente tiene que poder mutar a importante y
llenarse de un contenido político y pedagógico.

En este cambiar sobre la marcha, planteamos algunos problemas y nos hacemos algunas preguntas, no
necesariamente con intención de responderlas, sino de poner sobre la mesa, visibilizar, el trabajo
“invisible” que hacemos les docentes, aún en condiciones aparentemente “regulares” de desarrollo de las
cursadas:

Nos estamos encontrando con dificultades de todo tipo. Algunas limitaciones tienen que ver con nuestro
conocimiento, no estamos familiarizades con las herramientas, algunas de ellas muy amigables al inicio
presentan dificultades que no sabemos cómo resolver, les referentes de las instituciones están desbordades
de consultas. Por otra parte, les estudiantes tampoco están familiarizades con ellas, encontrándose además
con que cada docente despliega un dispositivo para el cual hay que aprender distintas plataformas,
gestionar claves y accesos, bajar programas, etc., además de hacer las tareas demandadas.

Nos preocupa además la invisibilización del tiempo que conlleva -casi inherentemente- la virtualidad. El
tiempo nuestro, y el tiempo de les estudiantes. ¿Cuánta tarea estamos pidiendo? ¿se puede realizar?
¿estamos teniendo en cuenta el tiempo real de cursada? ¿estamos teniendo en cuenta las condiciones de
aprendizaje (y enseñanza)?

¿Qué sucede con lo naturalizado que está trabajar con cursadas masivas, comisiones multitudinarias, en
condiciones de pluriempleo? ¿Se pueden acompañar procesos de manera individualizada, a través de
intercambios virtuales, que involucran dedicarle un tiempo del que concretamente no disponemos, ni
disponíamos tampoco en las clases presenciales? ¿Qué sucederá ahora que sí se ven estas condiciones
materiales que revelan la explotación y la subestimación del trabajo docente?
Es decir, una clase de dos horas presenciales, aún teniendo en cuenta su planificación ¿puede ser
reemplazada por el equivalente a la cantidad de tareas que podamos realizar en ese periodo de tiempo,
respondiendo correos, leyendo producciones, “subiendo”, “descargando” producciones audiovisuales,
pensando consignas adaptadas a estos nuevos “medios” de intercambio pedagógico, participando en
foros?

Además, nos preguntamos ¿cuántes docentes contamos con buena conectividad y buenos equipos
informáticos en nuestras casas? ¿y cuántes estudiantes cuentan con estos recursos? ¿cuántes estudiantes y
docentes serán les que sólo se conectan a internet utilizando datos (pagos) de sus celulares y no por red
wifi? ¿cuántes de nosotres – estudiantes y docentes – estamos en casas los suficientemente amplias que
permitan aislarnos en un cuarto para dictar o cursar una clase virtual? ¿Cuántes estamos a cargo de niñes
que requieren nuestra atención casi permanente? ¿cuáles son las condiciones emocionales en las que
estamos empeñándonos por enseñar y aprender en medio de esta situación límite? ¿Estamos teniendo en
cuenta la variedad de demandas institucionales con las que está lidiando cada docente? ¿cómo hacer con
la acreditación para les estudiantes si esto se sostiene todo el cuatrimestre? ¿Qué condiciones de trabajo
estamos sosteniendo sobre nuestros cuerpos al querer “salvar” a toda costa la cursada?

Como trabajadores, ninguna emergencia puede hacernos olvidar que las invenciones prácticas en todos
los espacios de trabajo suelen ser utilizadas como una herramienta para la disminución de costos y para la
simplificación y automatización de tareas. En una pandemia a nivel mundial, donde todos los organismos
internacionales que en educación vienen batallando por la virtualización están atentos a los resultados,
quizá no sea la mejor estrategia rediseñar nuestros cursos para “salvar” una cursada.

Proponemos y abrimos la discusión: en la emergencia, no dudamos en la necesidad de acompañamiento,


cuidado, preparación, compartir lecturas y problemas, además, nos enorgullecemos de la vocación
solidaria que siempre nos dispone a les docentes a hacer un poco más por les demás. Pero ¿reemplazar
nuestras clases presenciales por virtuales en este cuatrimestre? ¿seguimiento personalizado? ¿evaluación
on line? Puede ser muy problemático para las trayectorias educativas y nuestras futuras condiciones de
trabajo. Hacemos un llamado para que trabajemos teniendo esto en cuenta.

Colectiva docente autoconvocada frente a la pandemia.

Algunas de las personas que nos encontramos virtualmente para pensar estas cuestiones:

Laura Galazzi - Valeria Ianni - Florencia Lafforgue - Ayelén Orduna

También podría gustarte