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INTEGRATE 1 - MATERIAL COMPLEMENTARIO

COMPLEJOS DE INFERIORIDAD

La mayoría de nosotros tenemos complejos. Ellos casi seguro son el producto de no haber recibido amor, perdón,
protección y aprobación de una forma adecuada. Muchas personas tienen complejos de inferioridad muy agudos.
Podríamos decir que el complejo de inferioridad es como un termómetro. De cero hacia arriba (+) y de cero hacia abajo
(-)
La mayoría de la gente está bajo la línea de cero en la autoestima, y esas personas se sienten inferiores a otras en
algún grado.
Si alguien tiene un sentimiento de inferioridad de menos dos grados, generalmente tiende a compensar esa diferencia
haciendo cosas que los hagan sentir dos grados superiores a los demás, para lograr equilibrar es descompensación.
Cuanto más inferior es el sentimiento, más superior será el grado de compensación.
El complejo de inferioridad lleva a las personas a ciertos comportamientos y mecanismos que se usan para defenderse
llegando a manifestar esta clase de síntomas:

Aislarse
Alguien dice, -no me junto con ese grupo porque son gente que siempre se mete en problemas. Al decir esto da a
entender que no él (o ella) tiene problemas, sino que los otros son los que lo tienen. Esto puede ser el resultado de un
complejo de inferioridad que le impide el compañerismo con las otras personas y al aislarse, compensa esa inferioridad
con “no tener problemas con nadie”, lo cual le ayuda a tener un sentido de valor propio.

Tratar de llamar la atención


Muchas veces queremos ser el centro de atención. Mientras todo gira a nuestro alrededor, sentimos que al menos
tenemos algo de valor. Por eso queremos llamar la atención.
Hay gente que se siente inferior y saca a la luz sus logros, títulos, etc., cuantas veces pueda. O pasea su figura si se
considera atractiva/o porque de esa forma trata de obtener valor antes los demás. Así compensan su inferioridad.

Sentirse demasiado susceptible


El que se siente inferior es demasiado susceptible; no resiste la crítica; mira a todo el mundo como si fuera superior a
él. Cuando lo critican se siente aún más inferior; no lo puede aceptar.
También puede suceder que no acepte los halagos. Piensan que el rechazar los halagos les hace ganar valor. La persona
con sentimientos de inferioridad busca recibir halagos todo el tiempo, o los rechaza completamente.

Ser demasiado posesivo


El que se siente inferior tiende a ser demasiado posesivo. Se le oye decir: “esas son mis cosas. Que nadie me las toque”.
“Es mi amiga”. Por ejemplo, sienten que si tienen un/a amigo/a especial, tienen valor, pero lo pierden si alguien
también tiene amistad con esa persona.
Ese tipo de sentimiento suple su inferioridad con amigos especiales.

Buscar el perfeccionismo
Hay personas que piensan que tienen que hacer todo perfecto. Si no lo hacen así, se sienten sin valor. Si no pueden
alcanzar el 100% de perfección, sienten que ya no valen nada. Si tienen cinco grados de inferioridad, los tienen que
compensar con cinco grados de perfeccionismo. Por ejemplo, cuando alguien así va a tomar un café a una casa, deja
la taza y todo en su lugar antes de irse. Así se siente que vale algo.

Criticar a otros
Los que se sienten inferiores critican demasiado a los demás. Dicen: Él no sabe nada. Mira lo que hizo, etc.
Si alguien se siente inferior a otra persona, pero ve que aún es capaz de notar las faltas de los demás, siente que por
lo menos vale un poco.
En otras ocasiones, cuando esa persona pasa cerca de un grupo y oye que están hablando en voz baja, lo primero que
piensa es: están hablando mal de mí. Nunca se le ocurre pensar que pueden estar planeando su cumpleaños. Siempre
está seguro que están hablando mal de él.

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Proyectarse
Esto ocurre cuando vemos en otras personas lo que no nos gusta de nosotros mismos, o tenemos temor de que exista
en nosotros. Decimos: Mira que orgulloso que es. Quizá tememos ser orgullosos, o realmente lo somos.

RECHAZO Y AUTOACEPTACIÓN

Cada persona tiene algo de sí misma que no le gusta. Que no puede aceptar. Tiene que ver en muchos casos, con
rasgos físicos; del rostro, de la altura, la silueta o la apariencia.
En esos casos debemos reconocer que el Señor nos ha hecho como somos, y ese es el aspecto en el cual él nos
considera únicos, suyos y porque no, también hermosos.
No solo hay personas que no se aceptan, sino que llegan a odiarse a sí mismas. ¿Puede ser que estés rechazándote?
Cuando uno ha sido rechazado de pequeño, generalmente se termina auto rechazando.
Hay gente que siempre siente celos y miedos de perder a su pareja, porque de pequeños los han comparado
negativamente con otras personas, a veces con sus propios hermanos. Al sentirse fea, despreciable, inferior, una
persona no puede creer que alguien pueda serle totalmente fiel.
Por haber sufrido rechazos, muchos no se perdonan hechos y errores que han cometido, siendo excesivamente
rígidos con ellos mismos.
Sienten que Dios ha perdonado todos los pecados, pero no pueden sentirse en paz consigo mismos.
Mujeres han confesado haber abortado y sentido que el Señor las ha perdonado, pero si uno les pregunta si se han
perdonado ellas, dicen: ¿Cómo puedo perdonarme algo como lo que hice?
Nadie es más santo que Dios. Si Dios pudo perdonarnos, nosotros debemos aceptar ese perdón y saber que es
suficiente para que nos quitemos la carga de la culpa.

Debemos identificar todo aquello que rechazamos en cuanto a nuestro cuerpo y personalidad, y llevar esos
sentimientos al Señor para ser liberados de todo sentimiento negativo y toda culpa.
Nosotros no podemos volver al pasado para cambiar nada, ni como fuimos creados, ni lo que nos tocó vivir, ni volver
a corregir errores que hemos cometido.
Nuestro camino es abrazarnos a la gracia de Dios y dejar nuestra mochila al pie de la cruz.

SOBREPONERSE AL PASADO

Los seres humanos tenemos la tendencia a mirar hacia atrás, hacia el pasado, porque sin duda, los recuerdos son
parte de nuestra vida. Hay un pasado en el que hemos sido educados y formados, y atravesamos un caudal de
experiencias que nos han marcado, para bien o para mal.

Cada uno tiene su historia. De amor o de abandono, de protección o de rechazo, de familia unida o de separación. De
provisión o de carencias, de alegrías o tristezas.
De cualquier modo, no podemos vivir de recuerdos.
No podemos aferrarnos a un pasado feliz, perdurando en un presente vacío y sin propósitos. Como tampoco podemos
vivir atados a pasados con experiencias traumáticas que nos mantengan afectados de por vida.
El Señor dijo en Juan 10.10 “yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia”
Tener una vida abundante es tener una relación plena con Dios, con una fe viva que se toma firmemente de la mano
del Padre capitalizando el pasado para tener un presente significativo y un futuro lleno de esperanza.

Por esa razón el apóstol Pablo nos dice en Filipenses 3.13-14… “pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que
queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en
Cristo Jesús”.
Por eso el objetivo de este capítulo es entregar en manos del Señor todo hecho que nos siga lastimando al día de hoy,
impidiendo que sus propósitos se cumplan en nuestras vidas.

PENSAR DISTINTO

Una mente cerrada, negativa y pesimista es incompatible con una vida positiva, creativa y productiva. La salud física,
emocional, psíquica y espiritual depende, y mucho, del caudal de pensamientos.

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Mucha gente que no puede perdonar o sobreponerse a circunstancias del pasado, tienen sus mentes cautivas con
pensamientos de odio, rencor, juicio, venganza, etc.
Todo el tiempo estamos eligiendo que pensar. Y la biblia nos enseña en qué clase de pensamientos debemos enfocar
nuestra mente.
Filipenses 4.8 dice: “Hermanos, piensen en todo lo que es verdadero, en todo lo que merece respeto, en todo lo que es
justo y bueno; piensen en todo lo que se reconoce como una virtud, y en todo lo que es agradable y merece ser alabado”.
Es muy importante para nuestra vida controlar los pensamientos para tener una mente sana, dinámica y espiritual.
La fuente de muchos sufrimientos no depende tanto de las circunstancias sino de los pensamientos con que las
rodeamos.
Y tal como pensamos, así somos como personas en la realidad.
“Como es el pensamiento de un hombre, tal es él”. Proverbios 23.7

Prácticamente resultamos siendo lo que pensamos. Por eso también en 2º Corintios 10.5 dice que tenemos que llevar
todos nuestros pensamientos cautivos a la obediencia a Cristo.
Cuando nuestra mente se limpia, se abre el panorama para perdonar, recordar sin dolor y enfocarnos en vivir lo que
el Señor ha preparado para nosotros.

Superar la depresión

Hasta los más grandes hombres de la fe sufrieron las consecuencias del tremendo mal de los pensamientos
angustiantes y negativos. La biblia nos cuenta de las penurias del rey David (Salmo 143) y del profeta Elías (1º Reyes
19).
El Señor no les permitió renunciar a sus propósitos, sino que los fortaleció física y anímicamente para sobreponerse y
seguir con nuevas fuerzas.
No se trata de lo importante que sea el motivo por el cual nos desanimamos, sino que se trata de confiar en el Señor
y recibir su toque de gracia sobre nuestras vidas.

No repetir las historias

Todos hemos tenido un solo ejemplo personal de padre, de madre y de hogar. Y algunos ni siquiera lo han tenido. Su
realidad ha sido de abandono y soledad. Naturalmente hemos incorporado a nuestra forma de ser, por la experiencia
vivida, los hechos de nuestra infancia y juventud. Quizá las vivencias de nuestro hogar no nos causaron muchas alegrías
ni algún entusiasmo de repetir los modelos, pero sin darnos cuenta mientras avanza la vida, nuestros genes familiares
y nuestras vivencias empiezan a tener espacio en nosotros. Nos sorprendemos a nosotros mismos actuando como lo
hicieron nuestros padres, porque inconscientemente pensamos que, así como nos pasó a nosotros, es cómo sucede
en la vida.
Entonces podemos convertirnos en esposos fríos, distantes, independientes. En padres que proveen todo lo necesario
para que no falte nada, pero no demostramos cariño, afecto y amor.
Llegamos a ser personas que reaccionamos, tratamos y nos enojamos como lo hicieron nuestros padres, quizás
ignorando realidades familiares, postergando decisiones y evadiendo situaciones tal cual lo hicieron ellos, aunque
nunca nos lo hayamos propuesto firmemente.

SUPEREMOS LAS PÉRDIDAS

Nadie quiere pensar en la transitoriedad. Vivimos cada día asumiendo que mañana será igual. Hacemos planes para el
futuro con el pensando que tendremos salud, el mismo trabajo, la familia y amigos. Santiago sin embargo dice:
… ¿Cómo saben qué será de su vida el día de mañana? La vida de ustedes es como la neblina del amanecer: aparece
un rato y luego se esfuma.
Lo que deberían decir es: «Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello».
Santiago 4.14-15

Únicamente Dios es permanente; todo lo demás es cambiante. Somos personas orientadas en el tiempo por
naturaleza, que están en proceso de aprender a ver la vida desde la perspectiva eterna de Dios.
Pero nos cuesta mucho soportar las pérdidas en la vida.
Nuestra primera respuesta es rechazar lo sucedido (eso puede durar minutos, o hasta años).

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Y la reacción siguiente es un sentido de descreimiento: ¡No, yo no! Luego nos enojamos y nos preguntamos ¿Cómo
puede sucederme esto a mí?
A veces el enojo puede transformarse en negociación cuando pienso: ¿Tal vez podré cambiar lo que sucedió?
Finalmente nos sentimos deprimidos cuando las consecuencias de la pérdida no pueden ser revertidas. La reacción a
las pérdidas es la causa básica de la depresión. Ninguna crisis debería destruirnos, pero puede revelar quienes somos.

Aprender a superar las pérdidas es una parte crítica de nuestro proceso de crecimiento. Todo lo que tenemos ahora,
algún día lo perderemos, excepto nuestra relación con Dios. Las preguntas decisivas son: ¿Vamos a elegir la senda de
la resignación y permitir que la pérdida nos afecte negativamente por el resto de nuestras vidas? ¿O vamos a aceptar
que no podemos cambiar eso y crecer a través de la crisis?
“Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y
eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son
temporales, pero las que no se ven son eternas”. 2ª Corintios 4.17-18

Es natural estar apenado por lo que hemos perdido, y afligirse es una parte importante en el proceso de recuperación.
Sin embrago, una depresión prolongada debido a las pérdidas significa un apego indebido e insano a las personas,
lugares y cosas que no tenemos el derecho ni la capacidad de controlar.

Culparnos a nosotros mismos por cada pérdida nos mantendrá amargados. Si experimentamos pérdidas en un área,
no debemos generalizar y producir una crisis total. Debemos mantener la pérdida dentro de lo específico.
Experimentar una crisis hoy, no nos debe afectar el mañana. Debemos llevar cuentas cortas. Si alguien sufre la
consecuencia de una mala decisión, entonces deberá cambiar lo que pueda, minimizar las pérdidas y seguir adelante.
Esas pérdidas traumáticas con frecuencia nos hacen revalorizar quienes somos, especialmente si nuestra identidad ha
estado ligada a lo que se ha perdido, como cuando perdemos un trabajo o un ser querido.
Una crisis puede profundizar nuestro andar con Dios y solidificar nuestra identidad en Cristo.

SANOS EN LA SEXUALIDAD

Pornografía

No es pecado ser tentado, y cuando somos tentados Dios provee una manera de escapar (1ºCorintios 10.13). Pero
perdemos esa oportunidad cuando continuamos albergando pensamientos lujuriosos en nuestra mente. Santiago
1.14-15 dice:
“La tentación viene de nuestros propios deseos, los cuales nos seducen y nos arrastran. De esos deseos nacen los actos
pecaminosos, y el pecado, cuando se le deja crecer, da a luz la muerte.”

Las personas esclavas odian el pecado que los controla. Luego de consumir todo, los alcohólicos tiran la botella contra
la pared con disgusto, tan solo para comprar otra, cuando vuelven los deseos.
La lujuria (los deseos sexuales pecaminosos) no puede ser satisfecha. Cuanto más se la alimenta, más crece.
Cuando apenas empieza, uno puede sentirse estimulado sexualmente por una mirada sensual, como por un simple
roce. La corriente de un pensamiento lujurioso o un encuentro sexual llevan a una experiencia eufórica que no dura.
Un sentido de culpa y vergüenza es lo que sigue, pero internamente hay un deseo de tener nuevamente esa
experiencia de euforia. Cada exposición que se repite lleva a una mayor degradación sexual para poder alcanzar esa
misma experiencia de euforia. El espiral descendente de culpa y vergüenza lleva a una mayor y triste esclavitud.

La victoria y la libertad vienen cuando limpiamos nuestra vida a través de un arrepentimiento genuino, eligiendo
consagrarnos con todo nuestro cuerpo al Señor.
Cada pecado sexual involucra nuestro cuerpo, mente y corazón. Cuando lo hacemos, permitimos que el pecado reine
en nuestros cuerpos mortales. Gracias a Dios nuestros pecados son perdonados en Cristo.
La confesión es el primer paso en el arrepentimiento, pero eso en sí mismo no resolverá la trampa del pecado.
Necesitamos cambiar de actitud. Renunciar a cada uso que le damos a nuestra mente y nuestro cuerpo para
entregarnos a Dios como sacrificios vivos (Romanos 12.2). Luego el proceso se completa cuando nos sometemos al
Señor para resistir al diablo. (Santiago 4.7)

Una ayuda necesaria para salir del pecado de la pornografía es entender que la guerra se gana teniendo victorias en
cada batalla. Por lo que necesitamos comprender que esto es una lucha del día a día.

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Quizás no estemos en condiciones de decir nunca más, pero sí podemos comenzar cada día buscando fuerzas del
Señor para asegurarnos que “hoy no”.
De a poco iremos tomando fuerzas y limpiando nuestras mentes para salir adelante.
Otra cosa importante es buscarnos a alguien espiritual a quien rendirle cuentas.
Alguien con permiso para preguntarnos y retarnos con autoridad, pero con cariño. Nadie le rinde cuentas a quien no
demuestra aceptación y amor. Si esa persona espiritual nos brinda el ámbito sano para que podamos hablar con
confianza y nos alienta a seguir adelante con el Señor, será de un valor importantísimo para triunfar y tener victoria.

Las ataduras sexuales

Las trampas de los pecados sexuales se manifiestan de una manera que es común observar.
En primer lugar, el sexo promiscuo antes del matrimonio, lleva a una carencia de plenitud sexual luego del casamiento.
De acuerdo a lo que enseña Pablo en la biblia, dos se vuelven una sola carne como resultado de una unión sexual (1º
Corintios 6.16). Eso quiere decir que ambos se han unido físicamente.
Muchas veces esto implica que algún tipo de atadura inmoral se ha producido.
(Romanos 6.12-14)
La libertad que el Señor ofrece es completa. Quien ha caído en pecado de fornicación o adulterio puede renunciar a
su participación sexual con la otra persona. Debemos pedir a Dios que quiebre ese lazo y luego entregar nuestro cuerpo
al Señor como un sacrificio vivo. Y también por nuestro propio bien, si es necesario, debemos perdonar a esa persona
si nos causó algún agravio.

Abuso
En nuestra sociedad actual el abuso sexual es tan frecuente como detestable y es una verdadera estrategia de
destrucción, ya que pocas veces alguien, sobre todo cuando se es niño, se siente tan vulnerable.
El abuso provoca un cuadro de estrés postraumático mucho mayor al generado en accidentes graves, e incluso, a la
crueldad de una guerra. El abuso físico y/o sexual deja marcas tan profundas que la víctima revive en su mente ese
suceso cientos de veces.
Existen cuatro razones básicas que impiden superar el trauma sexual.
1- La ambivalencia en las emociones
La persona abusada suele tener sentimientos ambiguos y contradictorios porque el abusador suele encontrarse muy
cerca de ella. En cierto modo, lo aprecia porque es el padre, padrastro, hermano, tío, primo, etc., pero a su vez lo odia
por lo que le hizo.
2-La culpa que le transfiere el abusador
La mayoría de los casos de abusos son perpetrados por medio de la seducción y no de la fuerza. Los menores a veces
participan de un juego sin darse cuenta del peligro. Al recordar, se culpa a sí mismo recriminándose haber sido presa
fácil. Se auto culpan por todo lo sucedido.
3-La percepción en el momento del abuso
Es probable que la persona abusada haya tenido sensaciones gratificantes. La víctima oculta este hecho, creyendo que
solo a ella le ha ocurrido eso y se hace preguntas como ¿Por qué sentí eso? ¿Acaso soy pervertido? ¿Tendré la culpa?
Al final dice yo debí haber sentido asco, merezco lo que me pasó. Ese es un pensamiento erróneo.
4-La relación entre el abusador y abusado
Si el abuso fue perpetrado por alguien del otro sexo y, en el momento del hecho, la vivencia fue negativa, es probable
que vea en todos los portadores de ese sexo una réplica de aquel abusador.

Nota: si estás ahora experimentando algún tipo de abuso o conoces de alguien que lo padece, antes que el perdón, se
necesita asistencia.

Mira atrás solo para liberarte


Las personas abusadas sexualmente experimentan una gran carga emocional asociada al recuerdo. Reviven el triste
recuerdo sintiendo exactamente lo mismo que varios años atrás. La superación completa es posible por medio de la
restauración en Dios.
El fin último no es el olvido, sino el recuerdo son dolor. La sanidad es total cuando los recuerdos no tienen el poder
para afectar el presente con sentimientos negativos.

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Renuncia a la mentalidad de víctima. Una cosa es ser víctima en alguna ocasión o en ciertas circunstancias, y otra muy
distinta es tener una mentalidad de víctima.
Abrí tu corazón y recibí el abrazo de Jesús. Levanta tu mirada. Entrégale los malos recuerdos.
Él quiere sanarte para que escribas una nueva historia de tu vida.

LAS ADICCIONES

Hay personas que se “detienen mucho en el vino” (Proverbios 23.30), porque quieren librarse de sus inhibiciones para
poder “disfrutar la fiesta”. Otros se vuelven al alcohol y otras drogas como medios para soportar situaciones difíciles,
y para que les dé algún alivio al dolor físico y emocional. Si sienten dolor, van en busca de las píldoras. Las personas
que se sienten deprimidas, entonces incorporan algo que las levante. Si están estresadas, hacen algo para calmarse.
Si resultó antes, lo harán otra vez. Muchas personas se han acostumbrado a depender de los químicos, a fin de que
los desinhiba, los alegren, les calme el dolor, les tranquilice los nervios y para sentirse bien.

Los que padecen adicciones sienten la reacción a ellos y se tranquilizan. Sin embargo, la experiencia de euforia
resultante no dura. Cuando los efectos se van, la culpa, el temor y la vergüenza se hacen más y más pronunciados con
cada sucesiva ingesta. El uso ocasional rápidamente se transforma en hábito, en un medio para soportar y seguir
adelante.

Sentirse culpable sobre este comportamiento puede hacer que algunas personas tomen a escondidas. Por vergüenza,
dejan los lugares habituales para tomar o ingerir donde nadie los vea o los conozca. Es necesario más y más alcohol, o
una mayor dosis para alcanzar la reacción original. Con el hábito viene una mayor tolerancia a la droga elegida. El
abatimiento es vez tras vez mayor cuando los efectos de la droga terminan. De a poco la cantidad ingerida y la
frecuencia ya no son suficientes.
Para los adictos a las sustancias químicas, la pérdida de control les roba la capacidad de vivir vidas responsables.
Los problemas financieros se desarrollan mientras luchan por sostener el hábito.

El espiral descendente de la adicción lleva a la gente a la más grande inmoralidad, y su sentido de valor cae a plomo.
Se perciben a sí mismos como desagradables. Sus hábitos de alimentación y vestimenta se deterioran, así como su
salud. La gran mayoría de los abusadores de sustancias químicas también son sexualmente adictos. Se apartan de la
vida social, porque no quieren que sus debilidades se vean. Temen ser humillados públicamente o quedar expuestos.
No tienen paz mental y sus pensamientos condenatorios los siguen día y noche.
Comienzan a tener alucinaciones (Proverbios 23.33) y la única manera de silenciar las voces es continuar bebiendo o
drogándose.
Salomón describe el aturdimiento de aquellos que tocan fondo: “Y dirás: Me hirieron, mas no me dolió; me azotaron,
mas no lo sentí; cuando despierte, aún volveré a buscar más”. Proverbios 23.35

Admitir que se tiene un problema es el primer paso para vencer cualquier adicción.
El que piensa que puede parar de tomar o drogarse, debe probar eso inmediata y definitivamente.
Si descubre que no puede parar, entonces ya necesita una ayuda específica y también una intervención mayor que él
mismo. ¡No hay que perder tiempo!
El Señor tiene poder sobre el pecado y la capacidad de cubrir todas las necesidades y ansiedades.

Oración

Si identificas un pasado de dolor, o estás atravesando una lucha con algún vicio, por favor, repite la siguiente
oración:

Señor Jesús, hoy vengo ante ti para entregarte el dolor de mi pasado. Creo que tú puedes liberar mi alma de la angustia
y el tormento que tengo en lo profundo de mi ser.
Ahora tomo la decisión de soltar de la cárcel de mi corazón a la persona que injustamente me ha tratado. Renuncio a
la venganza y quiero que te encargues de mi dolor y que seas tú quien tome la cuenta de lo que me han hecho.

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Hoy renuncio al dolor del pasado y a refugiarme en él como una excusa para no enfrentar los desafíos del presente.
Desarraigo de mi mente los pensamientos negativos y elijo cultivar mi mente con tu Palabra, con promesas de paz y
bendición.
Quiero disciplinar mi manera de hablar conforme a tus propósitos.

Quiero entregar mis vicios y adicciones en tus manos. Necesito que te encargues de esta situación que ya me ha
superado. Que tu poder se manifieste en mi vida, y en el nombre de Jesús rompas toda esclavitud que me esté atando.
Quiero ser libre en tu poder. Entrego mi mente inclinada al mal, a los malos pensamientos y a los vicios, y te pido la
fuerza suficiente para ser vencedor en la batalla del día a día. No permitas que caiga en la tentación.
Todo esto lo pido en el nombre poderoso del Señor Jesucristo, amén.

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