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un mentiroso
El equipo de oficiales de seguridad de Thomas Ormerod enfrentaba una
tarea aparentemente imposible. Se les pidió entrevistar a pasajeros en los
aeropuertos de Europa, con el objeto de descubrir a un puñado de falsos
viajeros "plantados" entre la multitud.
De hecho, sólo una de 1.000 personas que tenían que entrevistar intentaría
engañarlos. Era como encontrar una aguja en un pajar.
¿Qué hicieron? Una buena opción era concentrarse en el lenguaje corporal o
los movimientos de los ojos, ¿correcto? ¡Incorrecto! Eso hubiera sido, de
hecho, una mala idea.
Estudio tras estudio han encontrado que los esfuerzos –incluso por parte de
policías profesionales- de leer las mentiras en el lenguaje corporal y las
expresiones faciales rinden frutos similares a dejarle la cuestión a la
suerte.
Clinton y la nariz
Durante los últimos años, la investigación sobre el engaño ha estado
plagada por resultados decepcionantes.
La mayoría del trabajo previo se ha concentrado en leer las intenciones del
mentiroso en su lenguaje corporal o su rostro, a partir de pistas como el
sonrojo, la sonrisa nerviosa o los ojos distraídos.
El ejemplo más famoso es el de Bill Clinton, que se tocó la nariz cuando
negó su affair con Monica Lewinsky, lo que entonces se tomó como un
signo seguro de que estaba mintiendo.
Y dependemos de ellos
A pesar de estos resultados, nuestra integridad con frecuencia depende de la
existencia de estos signos míticos.
Toma por caso los chequeos a que algunos pasajeros pueden enfrentarse
antes de un viaje de larga duración (un proceso que Ormerod investigó para los
Juegos Olímpicos de 2012). Típicamente los funcionarios utilizan un
cuestionario de respuesta cerrada ("sí" o "no") sobre las intenciones del viajero
y son preparados para observar "señales sospechosas" (como un cierto
nerviosismo en el lenguaje corporal).
"Esto no da la oportunidad de escuchar lo que están diciendo y pensar en
su credibilidad, ni de observar cambios en el comportamiento, que son
aspectos críticos del engaño", dice.
Los protocolos existentes también tienden a la subjetividad, dice el
especialista. Por ejemplo, los funcionarios con frecuencia encuentran a más
sospechosos entre ciertos grupos étnicos. "El método actual de hecho evita
que se identifique el engaño", asegura.
El arte de la persuasión
Los experimentos de Levine, por su parte, han arrojado resultados igualmente
poderosos.
Como Ormerod, Levine cree que entrevistas inteligentes diseñadas para
exponer los agujeros en la historia del mentiroso son mejores que tratar de
identificar signos en el lenguaje corporal.
Por ejemplo, recientemente organizó un juego de trivialidades en el que un
grupo de estudiantes competía en pareja por un premio en efectivo de US$5
por cada respuesta correcta.
Los estudiantes no lo sabían, pero sus compañeros eran actores. En un
momento dado, el coordinador del juego abandonaba la habitación y la tarea
del actor era sugerir al estudiante que echara una miradita a la respuesta
correcta.
Algunos estudiantes aceptaron la oferta. A continuación, agentes federales
reales los interrogaron sobre si habían hecho trampa. Usando preguntas
tácticas para sondear sus historias, sin enfocarse en lenguaje corporal o pistas,
lograron identificar a los tramposos con más de un 90% de precisión.
Un experto logró un 100% de aciertos en 33 entrevistas. Un resultado
sorprendente que hace una enorme sombra a la idea de la exactitud del
análisis del lenguaje corporal.
Aún más importante, un estudio de seguimiento encontró que incluso
entrevistadores novatos podían lograr hasta un 80% de precisión simplemente
utilizando las preguntas abiertas indicadas; por ejemplo, cómo contaría la
historia la pareja de la persona interrogada.
De hecho, con frecuencia los investigadores persuadieron a los mentirosos a
admitir abiertamente su engaño. "Los expertos fueron fabulosos en este
respecto", dice Levine.
Su secreto era un simple truco conocido por los maestros en el arte de la
persuasión: empezar la conversación preguntando cuán honesta es la
persona.
¿Son mejores los policías para identificar a los mentirosos que el resto de los
mortales?
Simplemente lograr que dijeran que decían la verdad los llevaba a ser más
cándidos después. "A la gente le gusta creer que es honesta, y esto los
compromete a cooperar", dice Levine.
"Incluso quienes no eran honestos tuvieron dificultades para fingir que estaban
cooperando, así que en la mayoría de los casos podías ver quién estaba
fingiendo".