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LAT I NOAMÉ R I CA

volumen 21 • número 1
enero-marzo 2021

Biden y Latinoamérica:
¿qué esperar?

Cita recomendada:
Arnson, Cynthia J., (2021) “Biden y Latinoamérica: ¿qué esperar?”, Foreign Affairs Latinoamérica, Vol. 21: Núm. 1,
pp. 26-29. Disponible en: www.fal.itam.mx
Biden y Latinoamérica:
¿qué esperar?
Cynthia J. Arnson

A
l asumir el cargo como Presidente de Estados Unidos, Joseph R. Biden
contemplará un panorama nacional sombrío. Entre el otoño y el invierno,
las infecciones y las hospitalizaciones por el nuevo coronavirus se dispa-
raron en ese país, que ya de por sí tenía la mayor cantidad de casos y de muertes
por covid-19 del mundo (aunque no la mayor tasa per cápita). La devastación
económica que provocó la pandemia fue también impactante si se mide en térmi-
nos de pérdida de empleos, cierre de pequeñas empresas, aumento de la desigual-
dad o la contracción total del pib. En el frente político, Biden ganó por un amplio
margen en el voto popular y en el Colegio Electoral, pero los demócratas sufrieron
pérdidas notables en la Cámara de Representantes, y se redujo su mayoría a unos
pocos escaños. En el Senado, el resultado de las reñidas elecciones en Georgia en
enero de 2021 definirá el control de la institución, que también quedará muy divi-
dida. En el futuro inmediato, una profunda polarización continuará marcando las
estructuras gubernamentales de la democracia estadounidense, y se manifestará
también en la opinión pública, dado que la mayoría de los republicanos creen en
la teoría sin fundamento de fraude electoral del presidente saliente Donald Trump.
La gravedad de los retos políticos, económicos y de salud que enfrenta Estados
Unidos es un punto de partida necesario para entender la política exterior de Biden,
en especial respecto de América Latina y el Caribe. Al escribir este artículo, todavía
no se han anunciado las designaciones a los puestos clave que tendrán que ver con
las políticas públicas hemisféricas; pero los nominados de Biden a los altos cargos de
política exterior, seguridad nacional e inteligencia (muchos requieren confirmación
del Senado) cuentan con amplios conocimientos y experiencia de gobierno para des-
empeñarlos. Como Biden, creen en la diplomacia, las alianzas, el multilateralismo y
la cooperación internacional para atender temas mundiales, como el cambio climá-
tico y la salud. Sin embargo, el nacionalismo económico se mantiene como uno de
los pilares de la agenda. Como candidato, Biden prometió “seguir una política exte-
rior para la clase media” y “[traer] a casa las cadenas de suministro cruciales para que

CYNTHIA J. ARNSON es Directora del Programa Latinoamericano del Woodrow Wilson


International Center for Scholars, en Washington, dc. Sígala en Twitter en @CindyArnson.

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no dependamos de otros países en crisis futuras”. Tales declaraciones no son un buen


augurio para los futuros tratados de libre comercio o el posible reingreso de Estados
Unidos al Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica, uno de los
ejes de apertura del gobierno de Barack Obama hacia la región de Asia-Pacífico. Pero
tras 4 años en los que la retórica y la conducta de Trump rompieron casi todas las
normas, con su lema “Estados Unidos primero”, el tono, el estilo y la orientación de
Biden y su equipo representan un giro notable.
Biden mismo cuenta con experiencia y durante mucho tiempo se ha interesado
en los asuntos hemisféricos. Como el demócrata de mayor rango y, posteriormente,
como Presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, participó en los
debates iniciales del Plan Colombia. Después, como Vicepresidente, en 2014 enca-
bezó la respuesta estadounidense al masivo incremento de la inmigración de niños no
acompañados de Centroamérica, y consiguió apoyo bipartidista para un paquete de
ayuda de 750 millones de dólares para atender los factores de empuje de la inmigra-
ción de esta subregión, como la pobreza, la violencia criminal y la corrupción guber-
namental, que son la raíz del problema. Por lo tanto, no sorprende que, de la región
latinoamericana, solo Centroamérica figurara en la plataforma de política exterior
de Biden. El Presidente electo reiteró que la mejor manera de frenar la inmigración
es tratar sus causas medulares. En su plataforma electoral, solicitó que se destinen
4000 millones de dólares para la estrategia, “para atender los factores que motivan
la inmigración de Centroamérica”. De hecho, una nueva ola de caravanas de migran-
tes podría constituir una de las primeras crisis de la política exterior que enfrente
el nuevo gobierno. Los factores de empuje en esa subregión se han agravado a con-
secuencia de la pandemia y dos feroces huracanes a finales de 2020, que devasta-
ron zonas de Honduras y Nicaragua y, en menor medida, también Guatemala y El
Salvador. Además, el compromiso de Biden de emprender una reforma migratoria,
revisar los procedimientos de asilo y terminar con la práctica cruel de separar a los
niños de sus padres en la frontera, podría atraer a más inmigrantes que creen que reci-
birán tratamiento humano e indulgente.
Biden y los principales asesores de política latinoamericana (muchos de ellos
veteranos del gobierno de Obama) criticaron la campaña de “máxima presión”
contra Venezuela utilizada por el gobierno de Trump, y argumentaron que las duras
sanciones empeoraron la crisis humanitaria venezolana, no lograron un cambio de
régimen y se hicieron pensando en influir en sectores de votantes en Florida. Biden
se comprometió a acabar con las deportaciones de venezolanos en Estados Unidos y
a otorgarles un beneficio migratorio especial, conocido como estatus de protección
temporal. Además, se comprometió a aplicar lo que un asesor de alto rango denominó
“sanciones inteligentes” (aún no definidas) como uno de los elementos del enfoque
estadounidense, aunque no el único, y aumentar la ayuda a los países vecinos que
han recibido a millones de desesperados refugiados venezolanos. Biden tampoco
podría desestimar los factores de política interna en la formulación de políticas
hacia Venezuela, tomando en cuenta la magnitud de su derrota en Florida, donde
el presidente Trump triplicó su ventaja en comparación con las elecciones de 2016.

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Lo que falta por verse, dada la ausencia de realineaciones internas que socaven la
base del poder del régimen autoritario, es si algún actor externo es capaz de alejar
a Venezuela del autoritarismo duro y coadyuvar a una transición democrática. En
forma similar, para apoyar a las familias y la sociedad civil en Cuba, es probable
que el gobierno de Biden retire una de las sanciones más severas contra ese país: la
prohibición del envío de remesas. Sin embargo, dado el respaldo cubano al régimen
venezolano y la falta de apertura de espacios políticos en la isla, es improbable que
mejoren sustancialmente las relaciones.
La colaboración hemisférica para combatir el cambio climático recibió un buen
impulso con el nombramiento del Exsecretario de Estado, John Kerry, para un
puesto en el gabinete como asesor en la materia. Los países de América Latina y
el Caribe tienen la oportunidad de aprovechar la transición a fuentes de energías
limpias y la conservación como elementos clave de la cooperación estado-
unidense para recuperarse económicamente tras la pandemia. Dicho esto, el énfasis
en el cambio climático y el medio ambiente empeorará las relaciones de Estados
Unidos con el gobierno del presidente Jair
Bolsonaro en Brasil, donde la deforestación ha
En un momento de alcanzado niveles históricos y potencialmente
irreversibles; los temas medioambientales tam-
fragmentación y división bién crearán fricciones con México, dado que
regional, el liderazgo el presidente Andrés Manuel López Obrador
redobló su apuesta por la industria de hidrocar-
colaborativo de Estados buros a costa de la energía verde.
Unidos puede facilitar En resumen, Biden encara un hemisferio en
el cual diariamente se desafían los principios
avances en una gran fundamentales de su enfoque: la democracia,
variedad de temas. los derechos humanos y el Estado de derecho.
La desaparición de las comisiones contra la
corrupción y la impunidad en Guatemala y
Honduras fue fraguada por dirigentes de esos países, sin que el gobierno de Trump
hiciera nada al respecto. En El Salvador, el presidente Nayib Bukele desplegó fuerzas
armadas dentro del Congreso, ignoró dictámenes de la Suprema Corte, y acosó y
persiguió a los medios de comunicación independientes. En 2018, Daniel Ortega
en Nicaragua desató una represión homicida como respuesta a las protestas masivas
contra su gobierno autoritario. En México, el presidente López Obrador, al igual que
Bolsonaro en Brasil, ha fallado en la aplicación de medidas sanitarias para restringir
la propagación desenfrenada del covid-19. López Obrador tampoco ha combatido la
corrupción militar en la lucha contra el narcotráfico. Las protestas sociales en la región
contra la desigualdad, los servicios gubernamentales de mala calidad y la corrupción
ya ocurrían antes de las recesiones provocadas por la pandemia y es probable que se
intensifiquen conforme las desgastadas redes de servicios sociales se muestren cada
vez menos capaces de dar respuesta a la desesperación de millones de ciudadanos.

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En general, mientras los países de la región se retraen para atender sus respectivas
crisis, será importante para el futuro de la democracia en Latinoamérica que Estados
Unidos alce la voz contra la autocracia, la corrupción y el abuso de los derechos
humanos. Desde la perspectiva de los ciudadanos y para mejorar la debilitada imagen
de Estados Unidos en el exterior, será esencial que la política migratoria se vuelva
más humana y que el compromiso diplomático sustituya al acoso y la coerción. En
un momento de fragmentación y división regional, el liderazgo colaborativo de
Estados Unidos puede facilitar avances en una gran variedad de temas, tales como
la aceleración de la recuperación económica y la reversión del retroceso democrático, la
distribución de vacunas contra el covid-19, la protección del medio ambiente y
la lucha contra el cambio climático. Han transcurrido varias décadas desde que la
Exsecretaria de Estado, Madeleine Albright, declaró que Estados Unidos era un “país
indispensable”. Esto pudo o no haber sido verdad en 1998, pero ahora es probable
que muchos en el hemisferio quieran que Estados Unidos por lo menos sea de ayuda.
Quizá con esa vara debería medirse la política futura de Biden.

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