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LA IMPOSIBILIDAD DE SER SINCERO Y LA NECESIDAD DE LA MENTIRA EN

UNA SOCIEDAD CIVILIZADA


“Desde pequeños se nos inculca que mentir está mal y que debemos de ser sinceros. Se
alaba la sinceridad como una virtud, pero sin embargo las madres, a la vez que dicen esto,
piden a sus hijos que digan al cobrador que tienen un año menos cuándo suben en el
autobús para no pagar el billete. O se regaña al un niño que le dice a un amigo de su padre
que no le gusta el regalo que le ha traído cuándo es preguntado.

Más adelante, a lo largo de su vida, aprenderá a no dañar los sentimientos de los demás
utilizando las llamadas “mentiras piadosas” y en su trabajo de vendedor le preguntará a
una jovencita si la señora que la acompaña es su hermana cuándo es evidente que es su
madre.

Usted podrá decir que todo eso son “mentirijillas” y que realmente no se puede decir que
faltemos a la verdad cuándo las decimos, pero lo cierto es que no estamos preparados
para la sinceridad. La verdad es demasiado dura, no sabe de sentimientos y nos
imposibilitaría las relaciones sociales. Voy a demostrar a lo largo de este ensayo que si se
quiere vivir en sociedad es imposible ser totalmente sinceros, es más, nos veremos
obligados a mentir todos y cada uno de los días de nuestra vida. Incluso nos mentiremos a
nosotros mismos. Y demos gracias de que es así.

Porque también demostraré que es gracias a la mentira que las relaciones sociales son
posibles y tolerables y que sin ella no podríamos convivir los unos con los otros en paz y
harmonía.

Si hacemos una revisión honesta de la forma en la que actuamos cotidianamente, nos


sorprendería la cantidad de momentos en los que mentimos: exageramos los hechos que
narramos en una conversación para evitar ser aburridos, presentamos una actuación
idealizada de las actividades que realizamos con el fin de afirmar nuestra capacidad y
seriedad para llevarlas a cabo, mostramos tacto1 al opinar sobre los otros, maquillamos
nuestras opiniones preocupados por no herir a las personas que consideramos cercanas,
evitamos decir ciertas cosas con el fin de no poner en riesgo nuestro trabajo, decimos
otras para evitar ser sancionados o bien para eludir una situación que no estamos
dispuestos a sobrellevar. Esta serie de comportamientos, comunes a todo ser humano,
nos permiten ver que la mentira forma parte de nuestro ser social y que, como otros
recursos de la acción, es una herramienta con la que construimos nuestro sentido de
realidad y a la realidad misma: todos mentimos y sabemos que nos mienten.
Hoy en día, la mentira sigue siendo un tema presente en toda actividad humana. La
preocupación que ella despierta pone en evidencia uno de los problemas a los que se
enfrenta el individuo en su intento de relacionarse con los otros: al no saber lo que el otro
sabe, está expuesto a ser engañado. Dicha realidad toma relevancia cuando entendemos
que aún con ese “no saber lo que el otro sabe”, tenemos que construir y ejecutar nuestras
vidas cotidianas (como ciudadanos, parejas, amigos, miembros de una familia,
consumidores o profesionales). La mentira se percibe entonces como un elemento de la
acción al que forzosamente hemos de enfrentarnos y con el que tenemos que aprender a
vivir. Todo esto nos lleva a la necesidad de comprender la relación que guardan la mentira
y la confianza en las interacciones sociales. Una primera lectura de dicha relación nos
podría indicar que la acción mendaz vulnera la estabilidad de la confianza interaccional.
Sin embargo, en esta investigación se presenta una segunda lectura que permite
comprender cómo, por el contrario, algunas expresiones de la mentira ayudan en muchas
ocasiones a normalizar las situaciones y, por tanto, a construir la confianza.

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