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Es evidente que cualquier hablante puede utilizar su lengua sin conocimientos

lingüísticos explícitos. Sin embargo, en toda actuación lingüística hay muchas


manifestaciones que nos hacen pensar en un cierto control, no consciente, que remite a
un determinado conocimiento implícito: cuando elegimos una palabra en lugar de otra,
cuando reformulamos lo que acabamos de decir para que sea más claro, cuando nos
damos cuenta de una expresión mal dicha y rectificamos, cuando decidimos qué signos
auxiliares escribir para dar cuenta mejor de una determinado estado de ánimo… Estos
conocimientos, inherentes a la capacidad de usar la lengua tanto oral como escrita,
forman parte de la llamada “teoría lingüística implícita” y están en la base de la
competencia lingüística de los hablantes. Se trata de un “saber hacer” propio de esa
competencia.
Pero, además, los hablantes tenemos la capacidad de pensar y hablar sobre la
lengua, contemplada como objeto. Somos capaces de reflexionar metalingüísticamente.
Como decía Émile Benveniste (1966), “la facultad metalingüística es la posibilidad que
tenemos los humanos de elevarnos por encima de la lengua y de contemplarla, al tiempo
que la utilizamos en la comunicación”.
Las capacidades metalingüísticas de los niños han ocupado un lugar importante en
las reflexiones de los investigadores del lenguaje y de la cognición en las últimas
décadas. Benveniste, Chomsky y Jakobson consideran que la conciencia metalingüística
forma parte de una de las funciones secundarias del lenguaje, por medio de la cual los
sujetos pueden reflexionar, analizar y examinar las diferentes dimensiones del sistema
lingüístico. Es decir, el lenguaje se convierte en objeto de análisis por parte de los
individuos.

Esta facultad metalingüística encuentra en la escritura un espacio privilegiado


porque es el dominio de la elección y el control voluntario del enunciador. Desde el
momento en que aprendemos a escribir nos acostumbramos a hablar de letras y de
sonidos, de palabras de diferentes tipos (verbos, nombres, adjetivos…), a releer lo que
hemos escrito para comprobar si lo hemos redactado bien… , y poco a poco vamos
construyendo un cuerpo de conocimientos que nos ayuda a entender mejor la lengua, las
lenguas que utilizamos. Una parte de esta actividad metalingüística constituye la “teoría
lingüística explícita”, que, en sentido amplio, incluye los conocimientos sobre la lengua
que somos capaces de verbalizar. Se trata de un “saber sobre” esa lengua que nos
permite explicar su funcionamiento.
En el comportamiento de un hablante en una sociedad alfabetizada se puede
observar la relación entre los conocimientos implícitos (saber no consciente) y explícitos
(saber consciente). Cuando se utiliza el lenguaje para hablar de cualquier aspecto de la
realidad parece que el lenguaje es transparente, como un vehículo invisible de nuestro
pensamiento. En estas situaciones decimos que el hablante realiza una actividad
lingüística. Pero cuando se toma el mismo lenguaje como referente, como objeto de
atención y de pensamiento, el lenguaje se convierte en opaco. En este sentido hablamos
de actividad metalingüística, que surge de la misma actividad verbal, cuando las
necesidades de comunicación nos obligan a tomar la lengua como objeto de
consideración. La actividad metalingüística tiene múltiples y muy diversas
manifestaciones: desde juegos de palabras como el crucigrama hasta las especulaciones
de los lingüistas, las posibilidades de reflexionar y hablar sobre el lenguaje son muchas.

La actividad metalingüística se pone en marcha cuando se produce un reto


cognitivo. El hablante debe resolver una situación o dar respuesta a alguna pregunta y
para ello tiene que recurrir a sus conocimientos lingüísticos y metalingüísticos. Siguiendo
la propuesta de Anna Camps (2000), podemos hablar de una actividad implícita, inherente
al uso del lenguaje (epilingüística, según Culioli) y de diferentes tipos de actividad explícita
(propiamente metalingüística): no verbalizable (por ejemplo, cuando un escritor revisa y
reescribe un párrafo hasta que se encuentra satisfecho del resultado); verbalizable en
lenguaje común, como cuando dos compañeros discuten sobre un problema de registro
o de concordancia sin acudir a términos gramaticales propiamente dichos, y verbalizable
en lenguaje específico, cuando usamos el metalenguaje gramatical para explicar un
anacoluto sintáctico, para definir una clase de palabras, para hablar de la concordancia
entre sujeto y verbo…

La función metalingüística es una constante en nuestra vida, sin duda porque el


lenguaje humano es el único capacitado para hacer uso de dicha reflexividad; está
confinado definitivamente por tal característica, como lo afirma Yaguello, “la comunicación
humana se distingue de las otras formas de comunicación por el hecho de que no tiene
necesariamente como finalidad la información, mientras que el resto de las funciones
pueden ser expresados por medios no lingüísticos (mímica, gestos…) o ser asumidos por
otro sistema de signos, la función metalingüística es la única de las seis funciones
inseparables del lenguaje y exclusivamente humana, dado que esta centrado sobre el
código y su funcionamiento”; por tal razón todo hablante ejerce una actividad
metalingüística inconsciente, aunque todo acto de habla representa una serie de
elecciones que remiten a un código, cuya adquisición en el niño se acompaña de un
trabajo de análisis donde se encuentran diferentes conocimientos y habilidades. De ahí
que es un instrumento muy importante para un niño que esta en el proceso de adquirir su
tanto su lengua materna como la representación escrita de la misma..

La pregunta que vertebra las respuestas que intentan responder las cuatro
investigaciones que componen este libro es: ¿cómo se pasa de un “saber hacer”
propiamente inconsciente – pero eficaz –, propio de la competencia lingüística de
un hablante de 7 a 12 años,a un “saber sobre” esa misma lengua, de índole pre-
teórica, por cierto, pero verdaderamente metalingüística porque toma ese saber
hacer práctico como objeto de reflexión ?
Esta pregunta puede responderse a partir de dos grandes tesis: la que defiende
que este desarrollo es un producto de la regulación general del sistema cognitivo y la que
propone que dichas habilidades dependen exclusivamente del desarrollo del lenguaje.
Desde la psicolingüística, que apoya la primera tesis, como es el caso de este libro, se
atribuye la capacidad metalingüística a actividades relacionadas con procesos cognitivos.
Es decir, se asume que el sistema lingüístico requiere del análisis o la manipulación
cognitiva que permite seleccionar, analizar, atender y examinar aspectos del lenguaje. Los
comportamientos metalingüísticos se evidencian en el discurso de los sujetos, cuando

hacen reflexiones en el orden de lo lingüístico.

Según Piaget desde las primeras palabras que el niño oye, recibe información sobre
la lengua que esta aprendiendo: juegos verbales, indicaciones sobre sus palabra, etc. Así,
al mismo tiempo que elabora el conocimiento verbal, “aprende” mecanismos de juicio y de
control de la lengua en todos sus aspectos, tanto a los referidos al uso como a los
aspectos sistemáticos relativos ala organización fónica o gramatical, desde este punto de
vista, la actividad metalingüística surge de la misma actividad verbal, cuando las
necesidades de comunicación hacen necesario tomar la lengua como objeto de
consideración. Los niveles de conciencia metalingüística están relacionados con las
características cognitivas del individuo. En un primer momento del desarrollo, los sujetos
sólo pueden identificar fallas en el sistema lingüístico. A medida que el desarroll cognitivo
avanza, los sujetos logran verbalizar el análisis sobre el código

La variedad y la complejidad de la actividad metalingüística de los hablantes y de los


conocimientos que incluye nos sitúa ante el problema propiamente didáctico: una
enseñanza basada en la actividad del alumno debe tener en cuenta cómo este actúa
sobre las lenguas que utiliza, bien cuando las manipula, bien cuando reflexiona sobre
ellas, y debe establecer puentes entre la utilización espontánea y los usos elaborados que
se propician en el entorno escolar. Para establecer estos puentes, los conocimientos
gramaticales y el metalenguaje en que se expresan nos resultan necesarios: nos permiten
hablar sobre las lenguas y sobre cómo las usamos. De cuáles hayan de ser estos
conocimientos y de cómo los utilizamos en el aula se ocupan los diversos acercamientos
a la gramática pedagógica.

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