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1/4/2020 Clase 2 Libertad, economía, política, republicanismo

Clase 2
Libertad, economía, política, republicanismo

Sitio: FLACSO Virtual Impreso HUGO SEBASTIÁN VERGARA


Teoría política I. Libertad, autoridad y justicia por: PEDRAZA
Curso:
en la teoría política contemporánea - 2020 Día: miércoles, 1 de abril de 2020, 12:41
Clase 2
Clase:
Libertad, economía, política, republicanismo

Tabla de contenidos

I. Libertad y economía
II. Libertad y política
III. Republicanismo
Bibliografía

I. Libertad y economía

Por Andrés Rosler*

Habíamos visto en el apartado 5 de la clase anterior, que una versión de libertad positiva entiende que ser libre
significa, por ejemplo, estar libre de la influencia del alcohol para poder actuar de acuerdo con nuestro
verdadero yo o nuestras verdaderas preferencias. Según esta concepción de libertad positiva, el poder o
capacidad de actuar está estrechamente ligado a nuestra autonomía. Pero hay otra concepción de libertad
positiva que entiende que alguien es libre de hacer X si y sólo si tiene el poder efectivo de hacer X. El “poder
efectivo” de hacer X se refiere a las capacidades, habilidades, o recursos en general que uno necesita para
hacer X. Esta formulación positiva entiende que la libertad no es sólo la ausencia de impedimentos para la
acción sino la capacidad de actuar de la manera en que deseamos.

Por ejemplo, consideremos el

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Ejemplo 11: Aldo puede desplazarse hasta el aeropuerto por sus propios medios, puede abordar un avión sin
ayuda de nadie, no tiene miedo a volar, y quiere viajar a Europa. Pero no tiene dinero para pagar el pasaje.

En general, los partidarios de la libertad negativa tienen a creer que si bien Aldo es libre de viajar a Europa, no
tiene la capacidad de hacerlo, debido a su situación económica. Un defensor de la libertad como poder efectivo
negaría que Aldo es libre de ir a Europa: si no puede efectivamente hacerlo, no es libre de hacerlo.

Un igualitarista liberal como John Rawls a quien no se le puede atribuir insensibilidad respecto de
desigualdades económicas y sociales, cree que habría que distinguir entre la libertad y el valor de la libertad.
Factores tales como pobreza, ignorancia, escasez de recursos en general, no son tanto restricciones de nuestra
libertad cuanto aspectos que limitan su valor. Quienes insisten en identificar la libertad con el poder efectivo de
actuar -- si se quiere la libertad legal con la económica o social -- por supuesto, están dispuestos a incrementar
sustantivamente el ámbito de acción del Estado para asegurar el ejercicio de la libertad. La tarea de realizar o
asegurar la libertad incluye la provisión de muchos recursos: ingresos, salud, educación, vivienda, etc. Para
hacer libres a los ciudadanos, el Estado debería proveerlos de los recursos necesarios para la acción. Nótese
que la concepción de libertad positiva como poder efectivo va más allá que la versión de libertad positiva en
términos de autonomía. La segunda, si bien propone que el Estado debe proveernos de ciertos bienes básicos
de naturaleza cultural, educativa y material para asegurar las condiciones para el desarrollo de nuestra
autonomía, podría asimismo temer que una excesiva intervención del Estado termine afectando la autonomía
de sus ciudadanos.

Un liberal más conservador como F. A. Hayek cree que es un error identificar la libertad con, por ejemplo, la
riqueza. Si bien ambas son bienes que la mayoría de nosotros desea y que a menudo necesitamos para
obtener lo que deseamos, se trata de dos nociones distintas. Una cosa es ser dueño de mí mismo y ser capaz
de actuar sobre la base de mis propias decisiones, y otra muy distinta es la cantidad y la calidad de las
alternativas entre las que puedo escoger al decidir qué hacer. Hayek da el ejemplo de un cortesano que lleva
una vida de extremo lujo y riqueza pero que debe obedecer cualquier capricho de su príncipe y lo opone a un
pobre campesino o artesano, y sostiene que el primero - aunque mucho más rico - es mucho menos libre que el
segundo, mucho menos capaz de llevar su propia vida y de elegir sus oportunidades. Según Hayek la libertad
no implica la ausencia de todos los males. Ser libre bien puede significar la libertad de morirse de hambre, de
cometer gruesos errores o de correr riesgos mortales. Un vagabundo sin dinero que vive precariamente
improvisando constantemente sería más libre que un soldado conscripto a pesar de la seguridad y relativa
comodidad de éste. En efecto, según Hayek es un error incluir a la seguridad y riqueza material en el concepto
de libertad, ya que a menudo la libertad está en conflicto con tales bienes de modo que en ciertas
oportunidades habría que elegir entre libertad y otros valores como seguridad y bienestar material.

En líneas generales, daría la impresión de que efectivamente podemos distinguir entre libertad y capacidad.
Podemos ser libres de cruzar el Río de la Plata a nado, pero no ser capaces de hacerlo por alguna razón, y
alguien puede ser capaz de cruzarlo - supongamos que se trata de un nadador profesional - pero no libre de
hacerlo debido a que, por ejemplo, está atascado en un embotellamiento de tránsito.

Hasta aquí el caso de la libertad negativa parece fortalecerse a pesar de los embates de los defensores de la
libertad positiva. En particular, uno podría decir que estas consideraciones podrían extenderse a la defensa de
la propiedad privada como componente básico de la libertad. La propiedad privada parecería ser un factor que
me permite realizar lo que deseo y protegerme no sólo de la interferencia de otros agentes particulares sino del
Estado mismo en especial. Dado que el significado de propiedad privada es casi intercambiable con nociones
tales como el libre mercado o el capitalismo, en última instancia la defensa de la libertad negativa parecería
estar necesariamente ligada a la defensa de la propiedad privada o del capitalismo en general. Quizás un
socialista podría, en nombre de la libertad positiva, criticar la noción de propiedad privada y el capitalismo y
asimismo justificar la intervención del Estado para redistribuir los ingresos y reordenar la sociedad de modo que
su diseño institucional y económico sea más justo. Ante esta panorama, el liberal se presenta como el defensor
de la libertad individual frente a los avances del Estado, y el socialista es presentado como un ideólogo que
defiende la intervención del Estado y por lo tanto la imposición de restricciones sobre la libertad de los
ciudadanos.

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Para ilustrar este panorma consideremos un caso típico. El hecho de que Aldo tenga propiedad privada no
implica que él ejerza poder sobre Ana, aun cuando él tuviera mucha propiedad y Ana poca. Todo depende de
cómo utiliza Aldo su propiedad. Si Aldo la usa para contratar matones para que intimiden a sus vecinos para
poder obtener lo que él quiere, en este caso sí es claro que Aldo ejerce poder sobre los demás apoyado en su
propiedad privada. Aldo estaría controlando a los demás de tal manera que las opciones de los demás se
vuelven inelegibles. Pero si, como ya hemos visto en el ejemplo 8, Aldo es un empresario rico que ofrece a Ana
un trabajo no muy bien remunerado, alguien podría decir que Aldo no sólo no está ejerciendo control sobre Ana
sino que en realidad le está ofreciendo una opción que ella no tenía antes. Ana, al aceptar la oferta, incrementa
sus opciones. Dado que ella es libre de no seguir las directivas de Aldo y de renunciar a su trabajo, Ana no está
siendo controlada por Aldo.

Pareja de campesinos
Diego Rivera

Pero podrían surgir algunas dudas sobre si en realidad el mercado libre protege mejor la libertad que el Estado
de Bienestar. Al eliminar las restricciones que impone el Estado de Bienestar en su afán redistribuidor sobre la
economía parecería que el libre mercado elimina ciertas restricciones legales sobre la disposición de nuestros
recursos, y por lo tanto crea algunas libertades neutrales. Por ejemplo, si el Estado lleva adelante un programa
de redistribución del ingreso sobre la base de un impuesto del 80% a la herencia y a las ganancias, es cierto
que dicha política impediría que la gente disponga de su propiedad a favor de otros, y esto significaría una
disminución de la libertad de la gente. Pero como ya hemos visto en la sección 7, toda consideración sobre la
libertad, para tener sentido, debe tener la forma “X está libre de Y para hacer Z”, donde X es el agente, Y la
restricción, y Z la acción. El liberal clásico ha especificado la restricción (Y) y quizás la acción (Z), pero no el
agente (X). ¿Quién es el que tiene esta libertad? Apenas formulamos la pregunta, la asociación del capitalismo
o libre mercado con la libertad se vuelve problemática. Son los propietarios de los recursos quienes son (más)
libres debido a la derogación del impuesto, mientras que los no propietarios ven reducida su libertad. Por
ejemplo, una propiedad heredada por alguien bien podría haberse convertido (como resultado de la imposición
del tributo) en un parque público o haber sido destinada a un plan público de viviendas si hubiera existido un
impuesto a la herencia. El impuesto a la herencia no elimina la libertad de usar la propiedad, sino que
redistribuye esa libertad. Si Aldo hereda la propiedad, entonces es libre de disponer de ella como quiere, pero si
Ana utiliza el jardín o parque de la propiedad de Aldo para festejar su cumpleaños sin el permiso de Aldo, Ana
está violando la ley y el Estado intervendrá y privará a Ana (coercitivamente) de su libertad. Por el otro lado, la
libertad de Ana de usar y disfrutar de la propiedad se ve incrementada cuando el Estado de Bienestar aplica un
impuesto a personas con recursos como Aldo para, por ejemplo, proveerle a Ana una vivienda accesible o un
parque público. De modo que el libre mercado restringe a través de la ley la libertad de Ana, mientras que el
Estado de Bienestar la incrementa. Estas consideraciones no implican que el Estado de Bienestar está “libre” de
problemas (productividad, efectos contraproducentes sobre sus beneficiarios, etc.), sino que el liberalismo
clásico tiene problemas serios, o más serios de lo que suele creerse.

Aquí, además, sería útil retomar la preocupación por el sujeto de la libertad que ya hemos mencionado en la
sección 7. Por ejemplo, se podría argumentar que si bien es cierto que los miembros de la clase proletaria son
libres porque tienen la libertad de dejar el proletariado, de celebrar o no un contrato de trabajo por el cual
venden su fuerza de trabajo a cambio de un sueldo, sin embargo, esto no altera su falta de libertad en otro
sentido, ya que no son libres de dejar el proletariado colectivamente o como clase. Bajo el régimen capitalista,
es cierto que algunos podrían emerger del proletariado hacia una posición más ventajosa y existen varios casos
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que demuestran dicha posibilidad; pero no es cierto que cualquiera o cada uno de los proletarios, qué decir de
todos, puedan hacerlo. La posición del proletariado sería análoga a la de un grupo de personas encerradas en
una habitación, de las que sólo una de ellas tiene la oportunidad de escapar debido a la escasez de vías de
egreso. Dado que no pueden escapar todos, aun cuando cada uno pueda tener una oportunidad de hacerlo, el
grupo no es libre de hacerlo colectivamente o como clase. Cada uno es libre si los restantes no ejercen su
libertad.

Para ilustrar este problema pensemos en el siguiente caso de laboratorio. Supongamos que en un país los
bancos sólo tienen dinero suficiente en sus reservas para devolver el 20% de los depósitos, y que casi la
totalidad de los depositantes reclaman la devolución de su dinero al mismo tiempo. Según este esquema, el
80% de los depositantes se quedará sin dinero. Sólo el primer 20% que logre acceder a los bancos en el día
fijado obtendrá sus depósitos. Asumiendo que no hay favoritismos o privilegios de ningún tipo (de información,
conexiones, etc.), podríamos decir que, en cierto sentido, cada uno de los depositantes es libre de obtener su
depósito en su totalidad en la medida que logre ubicarse en el primer 20% que haga cola frente al banco. Pero
no parecería que todos los depositantes, o que el conjunto de ahorristas, sean al mismo tiempo libres de
recuperar la totalidad de su dinero. Por supuesto, esto no quita que, por alguna razón, parte de o la mayoría de
los ahorristas presten su conformidad con esta distribución.

La institución de la propiedad privada en sí misma, entonces, por un lado incrementa la libertad de algunos y
restringe la libertad de otros. La propiedad privada es una distribución tanto de libertades como de falta de
libertades. Por lo tanto, la libre empresa sin más no constituye libertad económica para todos. El libre mercado
mismo presupone un alto grado de intervención por parte del Estado en la vida de los particulares para que
pueda funcionar. El intervencionismo no parece ser un criterio que realmente permita distinguir al libre mercado
del Estado de Bienestar. Fundamentalmente, el libre mercado no implica necesariamente una mayor libertad
para todos los individuos.

El liberal clásico tiene a su disposición una alternativa que es menos atractiva de lo que parece a primera vista.
Puede insistir con que el mercado libre quizás no aumenta la libertad, pero en realidad no crea falta de libertad
alguna, ya que no impone restricción alguna sobre la libertad de los individuos. Cuando se le impide a Ana que
haga su fiesta de cumpleaños en el jardín de la casa de Aldo sin el permiso de éste la libertad de Ana no está
siendo infringida en modo alguno, ya que ella no tiene derecho alguno a invadir la propiedad de Aldo. Por lo
tanto, su libertad no se ve menoscabada por la protección del derecho de propiedad de Aldo. Pero nótese que
se ha “moralizado” la noción de libertad empleada. Mientras que antes se hablaba de libertades en términos
neutrales o cuantitativos, ahora se habla de libertad en términos de derechos o de lo que se debe hacer. Esto es
objetable al menos por dos motivos: (a) nos llevaría a sostener que, por ejemplo, alguien que está preso,
encerrado entre rejas, por haber cometido algún delito no experimenta disminución de libertad alguna, ya que
nuestro delincuente sólo es libre de hacer lo que debe hacer. Sólo perdería su libertad la persona que es
injustamente encerrada en prisión, es decir, condenada por un delito que no cometió. (b) Aun asumiendo la
corrección del planteo moralizante - sólo somos libres de hacer lo que tenemos derecho a hacer - esto nos lleva
a definir la libertad en términos de derechos, pero al preguntarnos qué entendemos por derechos, el defensor
del libre mercado no puede apelar a la noción de libertad, ya que ésta es precisamente la que estamos tratando
de comprender. Es más, ahora diferentes ideologías pueden apelar a diferentes fundamentos sobre lo que
tenemos un derecho moral de hacer. Algunos se inclinan por la idea de que tenemos un derecho moral de
poseer partes desiguales del mundo; otros pueden decir que dado que no tenemos un derecho moral sobre los
beneficios que provienen de nuestros inmerecidos talentos naturales, entonces el Estado de Bienestar no
implica restricciones sobre esta libertad moralizada: por ejemplo, quizás las personas menos talentosas o
discapacitadas tienen un derecho moral a participar de los beneficios que provienen del ejercicio de los talentos
o capacidades de las otras personas natural o socialmente más aventajadas.

Podemos apreciar ahora más claramente los problemas que tiene la visión libertaria estándar que asocia el
Estado de Bienestar con restricciones a la libertad, y al capitalismo (o el “libre” mercado) con la ausencia de
restricciones a la libertad. Esta visión se basa en definiciones inconsistentes de libertad. Los libertarios invocan
la definición neutral o amoral de libertad cuando atacan al Estado de Bienestar por restringir la libertad de los
propietarios. Por supuesto, esta opinión es en parte correcta, pero no es menos cierto que el capitalismo
restringe al mismo tiempo la libertad de los no propietarios ateniéndonos a la misma concepción neutra de

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libertad. Para evitar esta conclusión, los libertarios acuden a la definición moralizada de libertad al sostener que
el capitalismo no restringe la libertad de los no propietarios. Pero esta creencia necesita un argumento a favor
de los derechos de propiedad que no se base en la libertad. El libertario, entonces, oscila entre dos diferentes
definiciones de libertad en el mismo argumento. Parecería que sin abandonar la perspectiva de la libertad
negativa se puede criticar al libre mercado con sus propias armas.

II. Libertad y política

Si alguien nos pidiera que le contestemos muy brevemente en qué consiste la filosofía política, quizás
podríamos tomarnos la “libertad” de decir que básicamente se ocupa de dos grandes preguntas:

(a) ¿Tiene que haber Estado?,


(b) ¿Cuánto Estado tiene que haber?

Mientras que el anarquismo responde negativamente la primera pregunta, el resto de las posiciones políticas
ocupa el espectro que resulta de la respuesta afirmativa a (a) y que se traduce en las respuestas a (b). El
anarquismo parece ser renuente a cualquier clase de reducción de la libertad, especialmente la que resulta del
establecimiento del Estado, de modo que ni se preocupa por cuánto Estado tiene que haber. El resto de las
ideologías, desde el conservadurismo hasta el socialismo pasando por el liberalismo político, dará diferentes
respuestas a la extensión de la autoridad y la forma del Estado y del gobierno en función del valor que le
otorgan a la libertad respecto a otros valores como la igualdad, el orden, la justicia, etc.

Este planteo presupone que la intervención del Estado implica cierta disminución de la libertad. Pero alguien
podría reformular el panorama de la actividad de la filosofía política desde una perspectiva distinta. En lugar de
adoptar la perspectiva anterior nuestro objetor sostendría que el Estado no es meramente un órgano que
interviene restrictivamente en las actividades de sus ciudadanos, sino que por el contrario puede intervenir
beneficiosamente incrementando las opciones de sus ciudadanos o hace posible ciertas alternativas que de otro
modo estarían completamente vedadas a sus súbditos y que por lo tanto los súbditos incrementarían su control
sobre sus acciones. Según esta perspectiva, la pregunta (b) asume erróneamente que el Estado es algo que,
aunque quizás necesario, no deja de ser un mal, algo indeseable o disvalioso respecto de la libertad, un peligro
para la libertad. Pero en realidad, el Estado no sólo puede intervenir para restringir la libertad sino que también
puede fortalecerla y/o incrementerla. Es más, quizás la propia participación de los ciudadanos en la dirección de
los asuntos públicos, la participación política de los ciudadanos, sea constitutivo de su libertad.

A esta altura seguramente nos parece natural creer que la primera aproximación a la filosofía política estaría
relacionada con la concepción negativa de la libertad y la segunda con la concepción positiva de la misma.
Mientras que la primera defiende la libertad en términos de ausencia de interferencia, la segunda la entiende en
términos de la participación en una actividad. A menudo se afirma que mientras que la primera concepción de
libertad (“liberal”/negativa) es un fenómeno típico del individualismo moderno, la segunda
(“deliberativa”/positiva) es un idea comunitarista de raigambre clásica o antigua y cuyo apogeo tuvo lugar en
Grecia en los siglos V-IV a.C. y Roma hasta la caída de la República, y que además sirvió de inspiración para el
renacimiento del pensamiento republicano a partir del Renacimiento y que básicamente se mantiene hasta
nuestros días. En lo que sigue examinaremos el problema de la libertad política desde un punto de vista
histórico-conceptual y veremos hasta qué punto esta contraposición hace justicia a nuestro concepto.

La palabra “libertad”, a través del latín libertas, proviene del indoeuropeo, de leudh- que inicialmente significaba
“crecer”, y que luego terminó designando al miembro legítimo de un clan o comunidad. Tanto liber, como
eleutheros en griego y freie en alemán, designan la pertenencia a una comunidad protectora o defensiva,
mucho antes de la aparición del Estado moderno. La misma palabra tenia una connotación jurídica por la cual el
miembro de una comunidad de sangre o tribu era contrapuesto al extranjero o persona no libre. De aquí surgen
los dos grandes significados que con ciertas modificaciones han tenido vigencia hasta nuestros días: (a) uno es
libre en la medida en que no está expuesto a un control o poder externos, dentro del grupo o del territorio en los
que se protege o garantiza la “libertad”; (b) sólo puede haber libertad en la medida en que existe un control o

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poder efectivo, propio o reconocido, que actúa en contra de la opresión externa. Mientras que el primer
significado hace hincapié en la idea de autodeterminación de una comunidad, el segundo parece enfatizar la
protección contra la injusticia. Por supuesto, alguien podría sostener que (a) es básicamente un medio para (b).
La autodeterminación es la mejor defensa contra la injusticia.

Aunque hemos visto que la etimología misma de la palabra sugiere que la concepción “negativa” de libertad no
es una invención moderna, la opinión común entre los historiadores del pensamiento político es que la teoría
política “clásica” (i.e. de Grecia y Roma) se inclina por la versión positiva de libertad. En lugar de defender una
noción algo mezquina de libertad en términos de protección de los intereses de un individuo contra los intereses
de otros individuos y del Estado y de la comunidad en su conjunto, la política clásica ofrecía una oportunidad
para desembarazarse de los intereses privados y alcanzar en la participación política un grado de libertad
imposible de obtener en la actividad privada. La libertad política estaba estrechamente vinculada con la felicidad
o el bienestar de los ciudadanos en tanto que permitía el desarrollo o la actualización de capacidades que de
otro modo quedarían truncas.

En lo que hace al caso griego, la articulación política de la libertad alcanzó su mayor auge cuando la expansión
persa sobre el Egeo sometió por primera vez a las poleis griegas al dominio extranjero, a menudo contando con
el apoyo de y ayudando a tiranos locales. Este peligro de una doble esclavización y la confrontación con la
autocracia persa hizo que los griegos adquirieran conciencia del carácter libre de sus sociedades. Las alusiones
más tempranas a la libertad política y la emergencia de un nombre abstracto (eleutheria) datan de las guerras
contra los persas de 480/79 a.C. (e.g. Esquilo, Los Persas 403). Arrogándose el papel de heredera de la lucha
en defensa de la libertad griega contra Persia, Atenas asumió el liderazgo o hegemonía en la Liga délfica (478
a.C.) que pronto se convertiría en un imperio naval. Los miembros de esta alianza sin embargo terminaron
convirtiéndose en súbditos de Atenas que financiaban dicha alianza y que sólo podían aspirar a preservar la
administración de sus asuntos internos (autonomia). La política exterior ateniense explica en parte por qué la
idea de libertad pronto se convirtió en un eslogan político. En la Guerra del Peloponeso Esparta se presentaba
como la liberadora de la Hélade del dominio de Atenas, a la que se hacía referencia como polis tyrannos (“polis
tirana”). Tampoco debería extrañarnos que Esparta en realidad básicamente protegiera sus intereses al amparo
de dicha propaganda y que terminara convirtiéndose ella misma en una potencia opresora.

En el plano “nacional” o interno, la libertad connotaba ausencia de tiranía. Mientras que el desarrollo
constitucional de las poleis más importantes giró en principio alrededor de la idea de “orden” (eunomia), luego
se concentró en la noción de igualdad (isonomia) -- que en el caso de los regímenes democráticos incluía a
todos los ciudadanos de sexo masculino --. De ahí que en las Historias de Heródoto (III.80.6) leamos que en un
principio isonomia se identificaba con dêmokratia. Luego la democracia se apropió de la idea de eleutheria en el
contexto del debate entre democracia y oligarquía por la mejor forma de gobierno, de modo que el dêmos sólo
podía ser libre en la medida en que estaba a cargo del poder. Merced a un proceso similar, parrhêsia -- un
término nuevo que connotaba una noción afín a la de “libertad de palabra (o expresión)” -- suplementó la idea
de “igualdad de palabra (o expresión)” (isêgoria). Por su parte, los oligárquicos rechazaban la extensión de los
derechos políticos a todos los ciudadanos, aceptando como ciudadanos libres sólo a aquellos que fueran lo
suficientemente ricos para ocuparse de las artes (eleutherioi technai), del servicio público y de las actividades
liberales en general (eleutherios paideia). Nuestras profesiones “liberales” son descendientes no muy lejanas de
estas artes liberales, i.e. actividades propias de seres libres.

Ahora bien, si nos detuviéramos por ejemplo en el análisis que en el libro V de la Política hace Aristóteles de los
defensores de la libertad “democrática”, veríamos que ellos no adoptan precisamente la concepción de libertad
que modernamente se les suele atribuir. En realidad, adoptan una concepción que está de acuerdo con el
proceso histórico-conceptual que hemos resumido. En lugar de defender la idea de participación política en
términos de una oportunidad para alcanzar una esfera de indeterminación o libertad pura, una esfera en la que
(auto-)realizarían su esencia o actualizarían sus capacidades esenciales, los partidarios de la democracia tal
como los describe Aristóteles sostienen que la libertad consiste en “hacer lo que a uno le plazca” (Política V.9
1310a31-32). En oposición a lo que es propio de la esclavitud que es vivir como uno no quiere, la libertad
consiste en vivir como uno quiera. De ahí, explica Aristóteles, que los partidarios de la libertad crean que uno de
sus rasgos esenciales sea “el de no ser gobernado, si es posible por nadie”, y si no queda alternativa, están
dispuestos a instituir un gobierno democrático de rotación en el poder (VI.2 1317b15-16). Parecería que, según

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Aristóteles al menos,el partidario griego de la libertad es un anarquista o libertario antes que un partidario
acérrimo de la política: su opción preferida es la de la ausencia de interferencia, no la participación en la esfera
pública.

En Roma, la aparición de la idea de libertas tuvo lugar probablemente en el contexto de la expulsión de los
reyes o de la lucha por la abolición de la esclavitud por deudas. La élite republicana desarrolló una concepción
aristocrática de libertas, que apoyaba la idea de igualdad y la oposición al regnum o reino por un lado, y al
poder extraordinario de individuos y facciones por el otro. Frente a esta concepción, la libertad del pueblo o
libertas populi no era igualitaria y no apuntaba a la participación política. Era básicamente de naturaleza
defensiva, enfatizando la igualdad ante la ley y la protección de los ciudadanos individuales frente al poder de
los magistrados. La idea de libertas descansaba sobre las instituciones políticas, los conceptos jurídicos de ius y
lex, y se encarnaba en los tribunos de la plebe y sus potestades procesales de provocatio y auxilium, que según
Tito Livio (III.54.8) eran “los dos pilares de la defensa de la libertad”. En los conflictos políticos de la república
tardía la libertas era reivindicada por los populares contra la opresión de los optimates o del “partido (o facción)
de los pocos” (factio paucorum). Durante el imperio, por supuesto, el poder se concentró en las manos de un
solo individuo, y el significado de la libertad se redujo crecientemente a los aspectos elementales de seguridad y
protección ante la ley.

Viendo las cosas de este modo, el pensamiento político de Hobbes y su concepción negativa o neutral de
libertad en términos de ausencia de interferencias no parecen estar tan alejados de la tradición clásica o
republicana. Lo curioso no es que se suela ubicar a Hobbes y al pensamiento clásico en campos opuestos, sino
que Hobbes mismo creyera que había una gran diferencia entre su teoría política y el republicanismo. Hobbes,
habíamos visto, entiende que “LIBERTAD significa, propiamente, ausencia de oposición; por oposición quiero
decir impedimentos externos del movimiento”. De acuerdo con esta concepción de libertad, dice Hobbes, “un
HOMBRE LIBRE es aquél que, en aquellas cosas que puede hacer en virtud de su propia fuerza e ingenio, no
se ve impedido en la realización de lo que tiene voluntad de llevar a cabo”. Por lo tanto, la mera existencia de
una ley política implica la restricción de la libertad de los ciudadanos, ya que la ley reduce significativamente las
opciones de los ciudadanos en la medida en que se presenta como un obstáculo a lo que ellos desean. La idea
de Hobbes parece ser que la indicación de que algo está ordenado por ley implica un castigo para el caso de
incumplimiento y este castigo afecta negativamente las opciones que tiene un agente al deliberar. Mientras que
en el estado de naturaleza los hombres son libres ya que allí no existen leyes civiles, en el estado de sociedad
civil o política los individuos dejan de ser libres debido a la sanción de las leyes. Si hay algo o alguien libre, ése
es el Estado mismo. Leamos a Hobbes:

Esa libertad de la que se hace tan frecuente y honorable mención en las historias y en la filosofía de los
antiguos griegos y romanos y en los escritos y discursos de quienes aprendieron de ellos todo su saber en el
orden de la política, no es la libertad de los individuos particulares, sino la libertad del Estado, la cual es la
misma que cada hombre debería tener si no hubiera ni leyes civiles ni Estado alguno. (...). Los atenienses y
romanos eran libres, es decir, eran Estados libres; no es que cada hombre en particular tuviese la libertad de
oponerse a quien lo representaba, sino que su representante tenía la libertad de resistir a otros pueblos. En las
torretas de la ciudad de Luca está inscrita, todavía hoy, en grandes caracteres, la palabra LIBERTAS; y sin
embargo, nadie podría de ello inferir que un individuo particular tenga allí más libertad, o que esté más exento
de cumplir su servicio para con el Estado, que en Constantinopla. Tanto si el Estado es monárquico, como si es
popular, la libertad será siempre la misma.

Por supuesto, Hobbes adopta una posición extrema. Para él, la mera imposición de una restricción importa la
inexistencia de libertad. De ahí que para él no hay diferencia alguna entre Ana en nuestro ejemplo 10 -- i.e.
alguien que debe usar cinturón de seguridad -- y el caso de una mujer que vive en una sociedad machista en la
cual las mujeres no tienen derechos políticos ni civiles. Hobbes no está interesado en distinguir diferentes
niveles de libertad ni en preguntarse en qué se quiere emplear la libertad. Asimismo, si llega a haber alguna
conexión entre la libertad y la ley, esta conexión es puramente extrínseca. Quizás la restricción de la libertad
que implica el establecimiento del Estado sea compensada por otros valores o resultados. Pero esta
compensación no altera el hecho de que el Estado implica la inexistencia de libertad en los súbditos, y que sólo
pueden ser libres hasta cierto punto en aquellos casos en los que la ley guarda silencio. La ley es un mal
necesario quizás, pero un mal al fin.

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Rousseau, por su parte, en líneas generales suele ser asociado con la concepción deliberativa de la política y
de la libertad. Tal como Hobbes, Rousseau cree que existe una libertad natural debido a la existencia de una
situación prepolítica en la cual los individuos gozan de una libertad absoluta literalmente hablando. Pero a
diferencia de Hobbes, Rousseau cree que el paso del estado de naturaleza al de la sociedad política no implica
necesariamente la pérdida de la libertad. En rigor de verdad, Rousseau admite que se pierde una clase de
libertad pero que en realidad se adquiere otra clase de libertad esencialmente superior a la natural: “Lo que
pierde el hombre por el contrato social es su libertad natural y un derecho ilimitado a todo cuanto le tienta y que
puede alcanzar; lo que gana es la libertad civil y la propiedad de todo cuanto posee”.

Si bien Rousseau se refiere a la libertad natural en términos de la existencia de un “derecho” ilimitado, según la
propia argumentación de Rousseau antes que de un derecho se trata de la inexistencia de obstáculos a la que
se refería Hobbes, es decir, se trata de la misma concepción neutral de libertad. Pero Rousseau parece sentirse
incómodo con esa concepción de libertad. Cree que debe ser superada por una noción superior y
cualitativamente distinta, y alcanzada mediante el contrato social. En efecto, según Rousseau la adquisición del
estado civil conlleva la obtención de “la libertad moral, la única que hace al hombre auténticamente dueño de sí;
porque el impulso del simple apetito es esclavitud, y la obediencia a la ley que uno se ha prescrito es libertad”.
Aquí Rousseau parece estar defendiendo una concepción diametralmente opuesta a la idea hobbesiana de
libertad. Esta nueva forma de entender la libertad evalúa la libertad de un ser humano en función de los fines o
acciones que este ser humano se propone o desea alcanzar, quizás mediante la “libertad” hobbesiana.

Lo que parece subyacer a la posición de Rousseau es el argumento típicamente “positivo” según el cual la
libertad se puede reconciliar con la sumisión u obediencia en la medida en que dicha subordinación provenga
del consentimiento libre por parte del súbdito. Para saber si alguien es libre debemos averiguar no tanto cuáles
son sus opciones sino quién las controla. Alguien podría insistir en que la libertad en sentido estricto es
incompatible incluso con los compromisos que provienen del libre consentimiento del mismo agente. Si estoy
obligado a cumplir con la promesa que he hecho entonces no soy libre. Pero esta línea de argumentación no
parece conducir a una idea atractiva de libertad. No parece ser una objeción de peso contra Rousseau.

Sin embargo, a Rousseau mismo se le ocurre una objeción de peso contra su posición. Muchas veces en el
contexto de un gobierno democrático debemos cumplir con leyes a las cuales no hemos prestado conformidad,
contra las que hemos votado, etc. De ahí que sea natural preguntarse “cómo puede un hombre ser libre, y estar
forzado a conformarse con voluntades que no son las suyas. ¿Cómo los oponentes son libres y están
sometidos a leyes a las que no han consentido?”, a lo que Rousseau contesta “el ciudadano consiente en todas
las leyes, incluso en aquéllas que se aprueban a pesar suyo, e incluso en las que lo castigan cuando osa violar
alguna. La voluntad constante de todos los miembros del Estado es la voluntad general; por ella es que los
ciudadanos son libres”.

Quizás la nota al pie que agrega Rousseau explique más claramente su idea: “En Génova se lee delante de las
prisiones y en los grilletes de los galeotes la palabra Libertas. Esta aplicación de la divisa es hermosa y justa.
En efecto, sólo los malhechores de toda condición impiden al ciudadano ser libre. En un país en que todas
estas gentes estuvieran en galeras se gozaría de la libertad más perfecta”. Según este criterio, nuestro ejemplo
1 es un caso de libertad. Quien está detenido por haber violado la ley en realidad no ha sido privado de su
libertad. Al contrario. Al estar tras las rejas es impedido de hacer lo que no debe hacer, por lo tanto es libre, ya
que alguien es libre sólo en la medida en que hace lo que debe hacer y/o no hace lo que no debe hacer. Esta es
precisamente la posición de Montesquieu: “En un Estado, es decir, en una sociedad en la que hay leyes, la
libertad sólo puede consistir en poder hacer lo que se debe querer y en no estar obligado a hacer lo que no se
debe querer”

III. Republicanismo

Según el republicanismo, el debate entre los defensores de la libertad negativa y los de la libertad positiva ha
pasado por alto la posibilidad de un tercero en discordia respecto a la idea de libertad. La necesidad de ir más
allá del debate entre estas dos concepciones de libertad proviene del hecho de que mientras los partidarios de

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la libertad negativa confunden la falta de libertad con la existencia de interferencia, los defensores de la libertad
positiva confunden la libertad con racionalidad o autonomía.

Ahora bien, el republicano cree que esta dicotomía entre ideas negativas y positivas nos ha impedido entender
correctamente el concepto de libertad. Específicamente, la dicotomía nos impide ver que puede existir una
tercera aproximación a la libertad que contiene elementos de las otras dos. El republicano sostiene que la
libertad no consiste en la ausencia de interferencia ni tampoco en el autocontrol. En realidad, la libertad consiste
en la ausencia de dominación, entendiendo a la dominación como la interferencia arbitraria. Ser libre en este
sentido no significa meramente estar exento de toda interferencia, sino no estar sujeto al arbitrio de otro. Esta
idea republicana de libertad contiene un elemento negativo en la medida en que se refiere a la ausencia de
dominación, y otro positivo en la medida en que hace referencia a la exigencia o garantía de que no exista
dominación.

El énfasis en la idea de interferencia como constitutiva de la falta de libertad les impide apreciar a los partidarios
de la libertad negativa que la existencia de interferencia por sí misma no es suficiente para configurar la
inexistencia de libertad. Para decirlo en términos republicanos, el partidario de la libertad negativa confunde dos
nociones distintas, es decir, la existencia de interferencia con la falta de libertad o dominación. En efecto, puede
haber dominación o falta de libertad sin que exista interferencia y, agregan los republicanos, interferencia sin
dominación.

El caso de la existencia de dominación sin interferencia puede ser ilustrado mediante el caso de un esclavo que
se encuentra a disposición de un amo gentil o bondadoso, al punto de permitirle a su esclavo hacer lo que
quiera: moverse libremente, tener recursos propios, utilizar incluso los recursos del amo, etc. ¿Por qué nuestro
esclavo sigue siendo así y todo un esclavo según el republicanismo? La respuesta es que la falta de
interferencia de la que goza el esclavo no cuenta con un reconocimiento público expresado en instituciones y
reglas universales que vayan más allá de los ocasionales estados mentales de su amo. Para que la falta de
interferencia se convierta en libertad como no dominación es necesario independizarla de los caprichos, o
voluntad, o incluso las mejores intenciones del gentil amo, y esto sólo se logra mediante las reglas e
instituciones mencionadas.

La distinción clave para el republicanismo entre interferencia y dominación quizás emergería más claramente en
caso siguiente. Si bien ahora nuestro esclavo goza de la misma falta de interferencia que antes, en lugar de
contar con un amo gentil o bondadoso tiene un amo típicamente opresor o amo estándar, con la siguiente
diferencia: nuestro esclavo es lo suficientemente capaz, tenaz e inteligente para poder salirse con la suya a
pesar de la situación en la que se encuentra. Desde el punto de vista de la libertad negativa, en ambos casos
nuestro esclavo sería en realidad libre por definición dado que goza de falta de interferencia. Para el
republicanismo, en cambio, para poder pasar de la falta a la interferencia a la libertad es decisivo poder evaluar
la forma de interferencia, cómo opera, de qué depende, etc. Por supuesto, el republicanismo no sostiene que la
interferencia es irrelevante para la libertad. Sí que es insuficiente para poder hablar de libertad en ciertas
relaciones.

Diego Rivera

De ahí que los ciudadanos de cierto régimen político que experimentaran más interferencias que en otros
regímenes podrían ser más y no menos libres en el primer caso que en el segundo. Para el defensor de la
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libertad negativa, si en el régimen R se cobran más impuestos que en L, entonces hay más libertad en L que en
R. Para el defensor de la libertad como falta de dominación, y por lo tanto no como falta de interferencia, para
llegar a la conclusión que extraen los partidarios de la libertad negativa hace falta ver cómo operan las
interferencias en el régimen en cuestión, cómo se distribuyen y qué efectos tienen. Si el régimen R cobra más
impuestos que L, pero la imposición es igualitaria y aplicada de acuerdo con las reglas del Estado de Derecho, y
tiene como objetivo combatir profundas desigualdades económicas y sociales, entonces el régimen R es más
libre que L, a pesar de que la interferencia es, desde cierto punto de vista, mayor que la existe bajo L. Si en L
directamente no se cobra impuesto alguno, y en R se cobra al menos un impuesto, entonces en R hay más
interferencia por supuesto que en L. Sin embargo, sostiene el republicano, esto no hace que L sea más libre
que R. Esta conclusión es a la que llegaría necesariamente el defensor de la libertad negativa, y por eso dicha
concepción debe ser superada.

No es casualidad entonces que la tradición republicana haya presentado la libertad como lo opuesto de la
esclavitud y considerado la exposición al arbitrio de otro como el gran mal político que ha de ser evitado a toda
costa. En el caso del pensamiento republicano romano, la posición contraria a la del liber o persona libre era el
servus o esclavo, quien vivía a disposición del amo. La persona libre era más que un esclavo sin amo, alguien
que podía ser apropiado por cualquiera; era un civis o ciudadano, con todo lo que dicho status implicaba en lo
atinente a la protección contra la interferencia injustificada. De ahí que en el Julio César de Shakespeare la
libertad a la que aspiran los conspiradores sea la republicana. Es sintomático que los conspiradores exclamen
apenas César cae exámine «Libertad! Libertad! La tiranía ha muerto!» (JC III.i.78-81). Cuando Bruto da su
explicación del asesinato de César en la oración fúnebre le pregunta (retóricamente) al pueblo de Roma:
«¿Preferirían que César viviera, y morir / todos como esclavos a que César haya muerto y vivir en libertad? [...].
¿Quién, entre ustedes, es tan abyecto que querría ser esclavo?» (JC III.ii.22-23, 29).

A menudo se sostiene que Bruto racionaliza su decisión de participar en el asesinato de César. Sin embargo, en
defensa de Bruto se podría decir que su acción no es meramente el producto de una racionalización, o el
resultado de una falacia lógica, sino la conclusión de un razonamiento práctico que parte de las premisas
republicanas. Tengamos en cuenta que la libertad republicana consiste en la ausencia de sujeción al arbitrio de
otro: para el republicanismo el problema no es la interferencia en sí sino el tipo de interferencia, la dominación.
Puede haber dominación sin interferencia. Ahora bien, para un republicano la mera posibilidad de que alguien
sea capaz de interferir arbitrariamente constituye dominación. Bruto habla del peligro de darle un «aguijón» a
César con el cual él pueda hacer daño «a su antojo» una vez coronado (JC I.ii.79-80). La cuestión aquí no es el
carácter de César, si César en tal o cual posición hará tal o cual cosa. Para el republicano, la monarquía misma
es un peligrosísimo reservorio de dominación, aun cuando el monarca en cuestión sea una persona gentil,
bondadosa, generosa, etc. Es más, según Bruto César era el «mejor hombre de este mundo» (JC IV.ii.74). No
obstante, la cuestión es el cesarismo y no César.Una vez que adopta un punto de partida republicano a Bruto
no le quedan muchas alternativas. El regicidio o tiranicidio deja de ser una opción para volverse obligatorio.
Para modificar su decisión debería cambiar su punto de partida.

El republicanismo contemporáneo extiende el alcance de la discusión sobre la libertad como falta de dominación del ámbito político al
económico y social. Esto le permite tratar de integrar ideologías y movimientos distintos como, v.g., el socialismo, el feminismo y el
ecologismo. Tomemos el caso del feminismo y de su reivindicación de los derechos de la mujer en el ámbito doméstico sino de su liberación
de dicho ámbito. Una mujer puede ser tratada de la mejor manera por su familia y amigos a pesar de que el régimen en el cual vive no
contiene regulación alguna que proteja sus derechos, o incluso si el régimen legal le deniega todos sus derechos. Esta mujer podría ser tan
afortunada como nuestro primer esclavo, o tener la capacidad de nuestro segundo esclavo, y de ese modo gozar de un altísimo nivel de
falta de interferencia y sin embargo no ser libre. Todo esto debido a que dicha falta de interferencia no cuenta con el reconocimiento público
de reglas e instituciones. En el caso de contar con parientes y amigos “liberales”, i.e. personas que reconocen sus derechos o la tratan
adecuadamente, dicho reconocimiento sólo sería privado o a escondidas, sin que el resto de la sociedad se enterase, ya que de otro modo
dicho reconocimiento no podría soportar la oposición del resto de la sociedad. En el caso de que esta mujer se salga con la suya a pesar de
la sociedad, es claro que sólo puede hacerlo sin que dicho éxito salga a la luz, por las mismas razones que el caso anterior.
En el caso del socialismo o de la causa de los derechos de los asalariados o trabajadores, podría
suceder que un trabajador tenga un empleador bondadoso o generoso, y que por lo tanto no sienta mayor
interferencia en su ámbito de trabajo. El problema es que otra vez la falta de interferencia depende de las
decisiones, capricho o la mejor voluntad de un individuo, o incluso un conjunto de individuos, pero no de un
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1/4/2020 Clase 2 Libertad, economía, política, republicanismo

reconocimiento público-institucional. Para lograr dicho reconocimiento quizás sea necesario instituir una renta
básica o ingreso ciudadano que morigere los efectos del libre mercado en las relaciones laborales y por lo tanto
logre incrementar la falta de dominación en la economía. La contracara de cualquier esquema legal que
combata la dominación es por supuesto el incremento de la interferencia legal en la vida de las personas. Sin
embargo, dicha interferencia no constituye falta de libertad debido a que sus efectos incrementan la libertad en
otro sentido y además no son necesariamente experimentados como restricciones de libertad.

Bibliografía

Berlin, I.; "Dos conceptos de libertad", en Cuatro Ensayos sobre la libertad . Descargar

Pettit, Philip; Republicanismo, caps. 1, 2 y 3; Descargar

Rosler, Andrés; Racionalidad y autoridad política Descargar

Skinner, Q.; "La idea de libertad negativa: perspectivas filosóficas e históricas", en R. Rorty et al. (eds.), La
filosofía en la historia. Descargar

Taylor, C.; "¿Cuál es el problema de la libertad negativa?", en La libertad de los modernos. Descargar

Wolff, J.; Filosofía política. Una introducción Descargar Capítulos 1 a 3; Descargar Capítulos 4 a 6

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