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Macor - La Invencion de La Decada Del 30
Macor - La Invencion de La Decada Del 30
Nº 3
Darío Macor
1 José Luis Torres: La década infame, Patria, Buenos Aires, 1945; La oligarquía maléfica (autopsia de un
cadáver político), Buenos Aires, 1953.
2 Julio y Rodolfo Irazusta: La Argentina y el imperialismo británico, Tor, Buenos Aires, 1934.
En ese contexto, no sorprende que en 1946 José Luis Romero considerara adecuado
culminar sus Ideas políticas en la Argentina en 1930 con la caída del gobierno radical. 3 En un
breve último capítulo, Romero rastreaba en el radicalismo -en sus orígenes y en sus gobiernos-
los comienzos de lo que quería ver como "la línea de la democracia popular". Esta precaución de
Romero frente a la historia reciente puede tener una doble lectura: por un lado, aleja al texto de los
imperativos de la hora marcando las lealtades profesionales del medievalista decidido a reflexionar
ensayísticamente sobre la historia de las ideas argentinas sin renunciar por ello a su status de
historiador profesional; por otro, el culminar su trabajo con el radicalismo le permitía a Romero
presentar la historia argentina como un ascenso hacia la democratización, que era una manera
indirecta de entrar en el debate político de esos días desde una apuesta por la confirmación de ese
derrotero.
Contra lo que suponían los no muy numerosos pero si hiperactivos intelectuales
nacionalistas dispuestos a caminar bajo la sombra de un Perón heredero de la revolución del '43, y
los sí más numerosos intelectuales opositores que veían en los gestos del coronel sobre todo los
rasgos del fascismo, el peronismo no vino acompañado de una fuerte interpelación a las
"tradiciones nacionales" desde el mundo de las ideas. Innovador y hasta disruptivo en tantos
aspectos, durante su largo reinado de diez años el peronismo no promovió la "revisión" tan
esperada -deseada por unos y temida por otros- de nuestro pasado. Por el contrario muchas
decisiones puntuales de Perón desde la presidencia dieron una clara señal que no estaba
dispuesto a modificar un panteón de héroes patrios en el que, por el contrario, deseaba incluirse
como el último eslabón. 4
Si llegó a existir una mirada peronista del pasado nacional, ella puede rastrearse en las
referencias que acompañaban a los discursos políticos, o en la interpretaciones presentes en los
libros de texto que promovía el ministerio de educación, antes que en la reelaboración teórica de la
historia producida por un campo intelectual protegido por el nuevo Estado como soñaban los
nacionalistas de 1943. La relación del peronismo con el campo intelectual fue doblemente difícil y
definida de antemano por imperativos impuestos por el enfrentamiento político del que surgió como
sujeto político. Por un lado, los intelectuales dispuestos a acompañar al peronismo emergente eran
poco representativos en el mundo académico y carecían del reconocimiento social que brindaba
una larga tradición en la universidad. Su inserción como intelectuales en el debate público se
realizaba fundamentalmente desde el campo del debate político, la polémica periodística, el
ensayo denuncialista. Este factor de su constitución como actor no debe ignorarse para entender el
sobredimensionamiento de sus expectativas con respecto al peronismo: éste podía ser el vehículo
no sólo para un nuevo proyecto político de cara a la nación, sino también para otra batalla -más
mezquina, si se quiere simplificar- que les permitiera redefinir las jerarquías hasta entonces
3 José Luis Romero: Las ideas políticas en Argentina, Tierra firme, México, 1946.
4 Se ha insistido en el ejemplo de los nombres con los que se bautizó a las distintas líneas de ferrocarrilles
cuando su nacionalización: Belgrano, Urquiza, Sarmiento, etc.
adversas de los lugares de producción del saber. Por otro lado, para el peronismo el mundo
académico universitario fue siempre un lugar para el que carecía de una política alternativa; por lo
tanto sólo podía promover medidas negativas que, pensadas desde un sesgo exclusivamente
político, quitaran a la oposición de una tribuna importante para interpelar al régimen. Si la
neutralización de un discurso opositor legitimado por la significación de la universidad era el
objetivo, la mediatización de este espacio por la irrupción de la mediocridad no podía ser juzgado
desde su impacto en las tradiciones del saber científico sino desde el aplastamiento de toda voz
alternativa en un espacio público que se reducía, cada vez más, a la unidireccionalidad del poder
político.
En esa mirada peronista del pasado los tan recientes años treinta podían ser un cómodo
lugar para pronunciar los contrastes que cargaban de heroísmo fundacional al movimiento. Con un
guiño a las tradiciones populistas del radicalismo, el peronismo podía enhebrar un fino hilo que
unía a ambos movimientos en un enfrentamiento holístico con la omnipresente oligarquía. Así, la
imagen de la oligarquía enquistada en el poder a lo largo de la década del treinta, podía facilitar la
re-presentación del "régimen". La defección del radicalismo alvearista habría dejado el espacio
vacante cubierto precisamente por el peronismo, que se transforma así en el heredero de la
tradición antioligárquica que en su hora dio sentido al radicalismo.
Sin embargo, a pesar de lo cómodo que podía resultar para el peronismo recurrir a estas
imágenes de la década para fortalecerse en la comparación y apropiarse de la tradición populista,
sus diálogos más elaborados con el pasado casi siempre se establecían sobre los períodos más
lejanos, de los comienzos de la historia nacional. En esa mirada peronista, la historia se presenta
como una cadena de acontecimientos, desde aquéllos de las primeras décadas revolucionarias, los
más internalizados en el sentido común de la sociedad como constitutivos de una historia común,
hasta los actuales que el peronismo está produciendo. Luego de la gesta independentista, leída en
una clave predominantemente militar, se abre en realidad un largo compás de espera cuyo punto
de llegada es precisamente el enunciador Estado peronista. Así las diversas etapas de nuestra
historia: el rosismo, la "organización nacional", el radicalismo y la misma década del treinta, son
comparativamente apenas atendidas por un peronismo que elige congelar la historia en los
orígenes para presentarse como una continuidad no parcializada de un destino manifiesto
demorado. 5
Esta operación tenía sus ventajas. Por un lado, el peronismo se resistía a entrar en un
debate, de éxito político nada seguro, sobre el rosismo y el período de la organización nacional,
con el que el revisionismo quería dar la gran batalla con la historiografía tradicional. Por otro, si
bien el peronismo podía recostarse en esa tradición populista que lo presentaba como una
continuación del yrigoyenismo, el éxito de esta operación estaba comprometido por la
sobrevivencia del radicalismo como fuerza política opositora. En otra clave, el diálogo con el
Al margen del Estado peronista fue donde comenzó a agigantarse la pregunta por el
pasado más reciente. Y si algo explica esta urgencia es precisamente el peronismo. Es decir, la
búsqueda de una respuesta al por qué el peronismo como punto de llegada, es lo que lleva al
grueso de los intelectuales de la oposición, marginados por la política universitaria oficial, a
repensar el pasado reciente para tratar de entender la "anomalía" de ese presente.
Si, como se ha intentado, quisieran trazarse los rasgos más sustantivos de la cultura
argentina de los años cincuenta, difícilmente puedan eludirse empresas editoriales, como Sur y
Contorno, en lo político cultural, e Imago Mundi en lo específicamente académico; tan diferentes
como emparentadas por la ajenidad con el cada vez más burocrático Estado peronista de los
últimos años. Tan diferentes entre sí, estas publicaciones son paradigmáticas en tanto lugares
alternativos a la oscuridad cultural del peronismo; y en la clave que aquí privilegiamos, Contorno e
Imago Mundi prenuncian, en los años finales del peronismo, los rumbos del campo cultural en los
años sesenta. 6
De la mano de Victoria Ocampo, Sur mantuvo casi sin competencias su bien ganado lugar
en el pensamiento liberal del campo cultural argentino. En los tramos finales del gobierno peronista
(1953), la aparición de la revista Contorno dirigida por Ismael Viñas, abrió un nuevo espacio en el
común campo antiperonista. La caída del peronismo hará desaparecer el más fuerte factor unitario
de este campo cultural y Contorno definirá su lugar desde la contestación tanto a las tradiciones de
la izquierda tradicional, del comunismo y el trotskismo, como a la del liberalismo que representaba
6 Con "años sesenta" nos referimos a una situación de época cuyos inicios pueden remontarse a 1955 con la
caída del peronismo, mientras que su declinio coincide con el convulsionado período de retorno del peronismo
al poder en 1973, que cierra trágicamente el golpe militar de 1976. Cf. Oscar Terán: Nuestros años sesentas,
Puntosur, Buenos Aires, 1991; Silvia Sigal: Intelectuales y poder en la década del sesenta, Puntosur, Buenos
Aires, 1991.
Sur. 7 El caso de Contorno es más importante para nuestro tema, en tanto vehículo de una revisión
cultural contestataria que desde el patrón sartreano interpela la tradición marxista tradicional,
enfrentándose a la vez a los contenidos de Sur, en un registro que define todo un campo desde
donde hablarán los intelectuales sesentistas.
Sin Sartre es imposible comprender a Contorno. Desde Sartre, en un proceso de
diferenciación de la "conformista" izquierda marxista argentina, Contorno construirá un nuevo lugar
para la política contestaria, que pone el acento en la necesidad de asumir la propia e inevitable
libertad. Desde este nuevo lugar de interpelación a la sociedad, se "practicará posteriormente un
acercamiento a las concepciones marxistas, pero no debe perderse de vista que esa aproximación
se efectivizará siguiendo las huellas y el propio itinerario sartreanos. Cuando ese movimiento se
consume, podrá afirmarse que existió en la Argentina un conjunto de intelectuales que
desembocaron en el marxismo a partir de la adhesión al existencialismo." 8
Si Contorno marca, en más de un sentido, un conjunto de significados de los años sesenta,
en sus páginas también encontramos una presentación de los años treinta que se volverá casi de
sentido común. Es precisamente Ismael Viñas quien, en un número doble de la revista de 1959,
pone todos los puntos predominantes de esa imagen destinada al éxito:
Los años duros del 30: la clase media lloraba sus ilusiones frustradas; no se había
realizado ni el sueño radical ni el sueño liberal de la Alianza socialista-demócrata
progresista; la clase media no era capaz de conquistar realmente el poder. Las clases altas
exhibían su cinismo: el vicepresidente de la República, el hijo del conquistador del desierto,
iba a mendigar a Londres; los pistoleros hacían política; los descendientes de los próceres
intervenían en negociados. Fraude: los radicales bramaban de rabia y de impotencia, pero
también ellos participaban en negociados y en convenios. Años duros: en Puerto Nuevo se
apretaban los ranchos de lata y cartones, y la gente iba a verlos como quien hace una
visita a un planeta extraño. Se cantaba Yira-yira y ¿Dónde hay un mango viejo Gómez? La
juventud dorada de los dorados y grasos años alvearistas abandonaba los fuegos
artificiales, el gauchismo de Güiraldes y los chistes en verso, y se ponía metafísica:
Martínez Estrada gemía sobre el hundimiento del mundo, Mallea enumeraba las lacras de
su mundo, Marechal se convertía al catolicismo. Los hombres de Boedo insistían en su
literatura de protesta, de descripción del mundo de los oprimidos. Arlt proponía levantar
cadenas de prostíbulos para pagar la revolución. Pero en esos mismos momentos se
multiplicaban las fábricas, y los peones rurales comenzaban a abandonar sus pagos tristes
y miserables para enrolarse como proletarios industriales. 9
7 Mientras el peronismo funcionó como factor unitario, el apego a la tradición liberal no fue óbice para que Sur
diera cabida, en la pluma de su joven rebelde Juan José Sebreli, al existencialismo sartreano y su
problemática del compromiso, anunciando lo que Contorno transformaría luego en programa.
8 Oscar Terán: “Rasgos de la cultura argentina en la década de 1950”, en: En Busca de la ideología argentina,
Catálogos Buenos Aires, 1986, pág. 204.
9 Contorno, Nº 9-10, Buenos Aires, 1959.
traición a las más preciadas tradiciones nacionales, separan dos claros aunque diferentes
períodos: el radical de la frustrada república de las clases medias, y el peronista que Viñas quiere
ver ya prefigurado en la transformación social y cultural de esos peones rurales devenidos en
obreros industriales.
10 Pierre Bourdieu: "Campo intelectual y proyecto creador", en J. Pouillon et al. Problemas del
estructuralismo, México, Siglo XXI, 1967; y Campo del poder y campo intelectual, Buenos Aires, Folios
ediciones, 1983. Para el análisis de la teoría de los campos de Bourdieu en el caso argentino es muy
importante el trabajo de Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo: Ensayos Argentinos de Sarmiento a la vanguardia,
Buenos Aires, Ceal, 1983, aunque su sesgo sobre lo literario pueda alejarlo de nuestra temática. Con respecto
al clima intelectual de los años sesenta remitimos a dos valiosos trabajos ya citados: Oscar Terán, Nuestros
años sesentas, op. cit.; y Silvia Sigal, Intelectuales y poder....., op. cit.; esta última obra, sobre todo, para
introducirse en las dificultades en la utilización de la noción de campo intelectual o cultural en la Argentina de
los sesenta. Una excelente panorama de la década a partir de un cruzamiento de variables ricas en
significación, en el reciente libro de Luis Alberto Romero: Breve Historia Contemporánea de la Argentina,
Fondo de Cultura Económica, México, 1994.
las ideas en la sociedad Argentina del siglo XX, 11 que se publica en 1965, es resultado de la
reelaboración de su primer obra y de las interpelaciones que recibe del momento histórico. Estas
interpelaciones se perciben también, en las presentaciones que Romero dedica a las diferentes
ediciones donde considera necesario aclarar su lugar de enunciación tanto desde lo político como
desde lo científico.
En la encrucijada del presente, fuera ingenuo intentar una respuesta a la grave cuestión de
cuáles de estas fuerzas prevalecerán en las próximas etapas de nuestra vida política y
cuáles marcarán con su sello el proceso de ordenación social e institucional en que nos
hallamos. Hombre de partido, el autor quiere, sin embargo, expresar sus propias
convicciones, asentadas en un examen del que cree inferir que sólo la democracia
socialista puede ofrecer una positiva solución a la disyuntiva entre demagogia y autocracia;
esta disyuntiva parece ser el triste sino de nuestra inequívoca vocación democrática,
traicionada cada vez que parecía al borde de su logro. Pero el autor teme que esta
afirmación incite a algunos a sospechar de su objetividad y repite que no le otorga otro
valor que el de una opinión. Si la confía a este epílogo, es para cumplir con lo que
considera un deber de conciencia. El historiador tiene una deuda con la vida presente que
sólo puede pagar con la moneda de su verdad, moneda en la que, a veces, funde un poco
de su pasión; pero la historia sólo apasiona a quien apasiona la vida, y el autor cree que,
en este punto de su examen, le es ya lícito confesar su pasión, siquiera sea para que el
lector pueda confiar en que procuró acallarla hasta este instante y, acaso, para ofrecerle la
clave de lo que en este examen pueda ser su involuntario y apasionado error. 12
Hemos hablado ya que en la primera edición de 1946 de Las ideas políticas... Romero
ordena el pasado hasta 1930 haciendo coincidir el final del derrotero nacional con la "línea de la
democracia popular". La estructura de la obra en tres partes, no se modificará en las ediciones
sucesivas a pesar de los agregados. Tres partes, para Romero tan claramente diferenciadas, que
justifica recurrir a la denominación de eras: la era colonial, la era criolla y la era aluvial.
A pesar de este punto de llegada en 1930, las dramáticas circunstancias de la vida política
argentina en 1946 sitúan a Romero frente a la exigencia de establecer un diálogo entre el texto que
entrega a sus lectores y las encrucijadas en las que se debate la Argentina. Utiliza para esto un
breve y bellísimo epílogo: "Sobre los interrogantes del ciclo inconcluso". Es en este epílogo, donde
Romero desnuda su pasión, a la que hacíamos referencia, a manera de disculpas por las
jugarretas que el político que había en él podía jugarle al historiador. Frente a esta exigencia, las
prevenciones del historiador son tan fuertes como la necesidad del hombre político.
Nada más ingenuo que intentar la predicción acerca de un proceso cuyas características
son, precisamente, la originalidad y la inestabilidad; pero puede no ser ingenuo y ser,
además, aleccionador, el intentar, con la más serena objetividad de que se sea capaz, un
11 José Luis Romero: El desarrollo de las ideas en la sociedad Argentina del siglo XX, Fondo de Cultura
Económica, México, 1965.
12 José Luis Romero: Las ideas políticas en Argentina, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1975,
pág. 297. Tomamos de esta edición, todas las citas de esta obra de Romero.
examen de cuáles son los interrogantes que plantea el ciclo inconcluso a quienes se
conmueven por su destino. 13
En esas breves páginas Romero bosqueja su mirada sobre los significados de los años '30
que desarrollará luego en la segunda edición de 1956. Por un lado, 1930 no significa un quiebre
que justifique inaugurar una nueva era, sino que la Argentina aluvial, construida desde la segunda
mitad del siglo XIX, se prolonga más allá de esa frontera como un ciclo inconcluso en el que
distintas líneas político-ideológicas compiten por definir el sentido del devenir.
Las vicisitudes que ha sufrido la vida política argentina desde 1930 prueban que el ciclo
histórico que en este libro se designa con el nombre de era aluvial se mantiene abierto, y
que es difícil -o acaso imposible- determinar objetivamente y sin que influyan las
preferencias personales la posible evolución futura. Ni el proceso social con que se
inauguró, poco después de 1852, ni el proceso político en que se manifestó, a partir de
1880, la grave mutación interna, han recorrido todavía sus últimas etapas; y a estas horas
las sucesivas sorpresas que depara a los argentinos el curso de su existencia política
advierten al observador que deberán sufrirse mucho y muy variadas experiencias antes de
que canalice dentro de un cauce regular el impulso social y político de la segunda
Argentina, de la Argentina aluvial. 14
Por otro lado, en los hechos políticos de la década del treinta, Romero percibe, ya en 1946,
los datos que en la edición de 1956 le permitirán construir una nueva línea, enfrentada a la de la
democracia popular y a la del liberalismo conservador, con las que ordenaba el período 1880-1930.
En el período que transcurre entre 1880 y 1930 han luchado y se han impuesto
sucesivamente dos tendencias políticas que se enraizaban en la tradición histórica
argentina; las dos han procurado -a su modo- realizar sus ideales y las dos, al cristalizar en
realidades, han colmado de desilusión a las masas populares, que se han tornado
escépticas y han visto declinar el potencial de su espíritu ciudadano. Así se llegó, en las
postrimerías del período radical, a la crisis con que terminaba nuestro examen; pero a
partir de ese momento se advierte con sorpresa que el planteo del problema político no
corresponde ya al mero juego de las fuerzas tradicionales en conflicto. El panorama
mundial se ha estrechado considerablemente y las influencias extrañas han comenzado a
sentirse más próximas cada vez; sobre las tendencias políticas tradicionales han
comenzado a obrar las ideologías que germinaron en Europa después de la primera guerra
mundial, y las distintas doctrinas totalitarias han teñido con sus colores densos el
pensamiento político de los diversos grupos. Así, al tiempo que algunos sectores
conservadores, antaño liberales, evolucionaron hacia un "nacionalismo" aristocrático y
fascista, ciertos núcleos populares, antaño democráticos, no ocultaron sus simpatías hacia
algunos de los principios de la demagogia totalitaria, en la que parecía retoñar el viejo
autoritarismo criollo. 15
En esas páginas de 1946 están las ideas centrales de lo que se formulará luego, más
acabadamente, a la caída del peronismo. Precisamente, para el Romero del ‘56, la preocupación
Tras la revolución de 1930 se dibujó con trazo firme en la vida política y social de Argentina
la línea del fascismo. Quizás incierta a veces, cobró por instantes tonos enérgicos y
definidos; hasta que un día, lleno de meandros su trazado, diluido su color por las diversas
influencias en juego, e imprecisa su finalidad por la fuerza de los encontrados intereses,
logró sobreponerse a todas las otras corrientes de opinión y prevalecer por un tiempo hasta
desvanecerse por el peso de su propia ignominia. 16
En esta línea de análisis en la que la preocupación central está determinada por entender
el fenómeno peronista, la década del treinta aparece como un laboratorio de transición en el que
fundamentalmente se rastrean los elementos contribuyentes a la línea del fascismo que terminará
por imponerse luego de la revolución del '43. A Romero le interesa, entonces, detenerse en Uriburu
e Ibarguren para captar los primero tonos del fascismo en Argentina, un fascismo "aristocratizante".
A los pocos años del advenimiento de Mussolini surgía así un remedo completo del
fascismo en Argentina, pero un remedo hecho por aficionados, que no tenían contacto con
la masa y que parecían tender a lo que pudiera llamarse fascismo ilustrado. 17
Junto a Romero, una de las personalidades más notables en la construcción del campo
intelectual a partir de la consolidación de las ciencias sociales en la universidad, es la de Gino
Germani. En los años del ingenuo optimismo posperonista, Germani comenzó a levantar en la
18 Gino Germani: Estructura social de la Argentina, Raigal, Buenos Aires, 1955; y Política y sociedad en una
época de transición (de la sociedad tradicional a la sociedad moderna), Paidós, Buenos Aires, 1962.
19 Federico Neiburg: "Ciencias sociales y mitologías nacionales. La constitución de la sociología en la
Argentina y la invención del peronismo", en Desarrollo Económico, Ides, Nº 136, Buenos Aires, enero/marzo,
1995, págs. 542-543.
elaboradas desde los cánones de la sociología científica y desde el campo político opositor al
peronismo, la falta de integración revelaba un problema negativo que ayudaba a explicar la
anomalía de la existencia del peronismo y su segura pronta desaparición. El mismo "dato" será
tomado desde el campo peronista, pero invirtiendo su valoración y presentándolo como un proceso
de nacionalización del movimiento obrero y los sectores populares, que rechazan las tradiciones
del liberalismo y la izquierda hasta entonces predominantes.
Desde este mismo campo académico, Alberto Ciria, un muy joven discípulo de José Luis
Romero, publica en 1963 su libro Partidos y poder en la Argentina moderna. 20 Si a pesar de los
años transcurridos desde entonces, la obra de Ciria sigue siendo hoy fuente de consulta para los
estudiantes universitarios, es sobre todo porque se trata de una de las pocas obras que enfocan la
década del treinta como un objeto histórico unitario, aunque sin escapar del todo a esa tendencia
predominante de subordinar los acontecimientos al peronismo como resultado.
En nuestra línea de análisis, son destacables en la obra de Ciria al menos dos cuestiones
de orden diverso. Una de ellas es la evidencia de las dificultades para eludir, a pesar de lo que
Ciria manifiesta en el prólogo, el denuncialismo apasionado, el enjuiciamiento, cuando se tratan los
temas más específicos de la década. Sin embargo, Ciria es más fiel a su propósito académico en
su aproximación a los orígenes del peronismo, donde logra sí superar esas estrechas visiones que
caracterizaron las primeras versiones sobre el fenómeno demostrando que los años que median
entre la caída de Perón y 1963 han sido suficientes para generar un espacio diferente para pensar
el peronismo, aun cuando todavía no se han revisado los presupuestos germanianos.
La otra cuestión que quisiéramos destacar es la forma en que Ciria ordena los materiales
de su obra, que aunque por momentos parece no escapar a una visión de la historia tradicional,
refleja bastante bien la diversidad de nuevos enfoques en la elección temática. Así, de una primera
parte en la que los hechos políticos son ordenados a partir de las personalidades y de la cronología
(Uriburu, Justo, Ortiz, Castillo, Perón), Ciria pasa a la segunda y más voluminosa parte de su obra
en la que, fiel a los avances que la disciplina histórica está viviendo en la Argentina, trata de
reconstituir las claves más complejas del proceso histórico, desde una miríada de actores
colectivos (partidos políticos, fuerzas políticas, iglesia, fuerzas armadas, grupos económicos,
movimiento obrero).
El tema, al que Ciria se esfuerza por tratar históricamente, es a la vez para el mismo autor
de candente actualidad, y le demanda dos partes especiales en la obra, que remiten a la zaga de
su maestro-director José Luis Romero: una "advertencia" inicial y un último capítulo ("Del pasado al
presente"). Ambas partes inscriben el trabajo en la problemática contemporánea, e incluso -como
20 Alberto Ciria: Partidos y poder en la Argentina moderna, 1930-1946, 1º edición 1963. Aquí utilizamos la
edición de Hyspamérica, Buenos Aires, 1985.
Romero- en las dudas del intelectual que enfrenta un pasado reciente dispuesto a no sacrificar el
rigor de la disciplina histórica.
Nuestra intención fue avivada por entender que gran parte de la reciente historia política y
social del país está siendo escrita bajo el signo de la bandería o del apasionamiento.
Tampoco pretendemos una esquiva objetividad en la recopilación que presentamos:
teníamos veinte años cuando cayó Perón, nos ilusionó brevemente la Revolución
Libertadora, nos volcamos al movimiento reformista universitario, y empezamos hace poco
nuestro camino de regreso desde posiciones de la izquierda abstracta y liberal, sin
dejarnos seducir en el trayecto por las diversas formas de populismo 'nacional' a ultranza.
En esto estamos, tropezando a cada rato con nuestro pasado, pero queriendo ver cada
vez más claro el presente y el futuro. De ahí que empecemos a analizar el peronismo sin
atarnos a esquemas preconcebidos, y que nuestra crítica se refuerce cuando enfocamos la
actitud de las fuerzas que debieron ser motores del proceso. Sólo se critica con violencia lo
que se quiere, y porque se lo quiere. Hemos abandonado el adjetivo por la explicación, el
panfleto por la comprensión. Al menos, intentamos hacerlo. El lector sabrá así a qué
atenerse, si se decide a emprender el recorrido de los capítulos que siguen. 21
Dos años después de la obra de su discípulo, José Luis Romero publica El desarrollo de
las ideas en la sociedad argentina del siglo XX. 22 Si en muchos sentidos, la nueva obra no innova
demasiado con respecto a la anterior, es en el examen del período que nos interesa, que en Las
ideas políticas..... había sido englobado bajo "La línea del fascismo", donde podemos encontrar
interesantes modificaciones que ya se insinuaban en el tratamiento dado por Ciria al tema. Los
diez años transcurridos desde la caída del Perón, han modificado los registros de análisis y las
claves de lectura del fenómeno peronista y, con él, de la década del treinta.
En la nueva obra, "la línea del fascismo", cede su lugar a una denominación más ambigua:
"la irrupción del cambio". El nuevo título puede explicarse por el diferente ordenamiento general del
libro, y por un criterio de análisis mucho más amplio del período que el utilizado en la obra anterior
en la que privilegiaba una lectura político-ideológica. Pero puede explicarse también, por el
abandono de la categorización como fascismo, tanto del peronismo como de los antecedentes de
la década del treinta que destacaba en su primer obra. Los datos de la historia política a los que
Romero recurre son prácticamente los mismos, lo que ha cambiado ahora es la categorización del
fenómeno, sin que por eso pueda notarse mayor complacencia del autor con su objeto. No se trata
entonces de un cambio de humor político de nuestro autor, sino más bien de una muestra de
lealtad al discurso académico, que ha mudado a la par del discurso político y que comienza a
desprenderse de categorías y adjetivaciones, aceptables en el clima de 1955, pero difícil de
sostener diez años después frente a los imperativos teóricos de las ciencias sociales.
El peronismo es ahora una "dictadura de masas", y las mismas fuentes que habían
contribuido a bosquejar la "línea del fascismo" en la década del treinta, permiten esta vez un
Este nuevo clima de ideas, que la obra de Ciria y la última de Romero insinúan, alcanzará
su plenitud a fines de los años sesenta y principios de los setenta con una obra producida desde
este campo académico y que tendrá un impacto que supera las fronteras de su ámbito de
producción repercutiendo en el conmocionado clima político de esos años. Sus autores, Miguel
Murmis y Juan Carlos Portantiero, reúnen una doble condición que ayuda a explicar la repercusión
del trabajo. Por un lado se trata de destacados discípulos de la Escuela de Sociología de Germani,
que utilizan el rico bagaje teórico metodológico allí aprendido; por otro, su relación con el mundo de
la política no es menos comprometida. En esto último, el caso de Portantiero es tal vez el más
claro. Joven brillante del Partido Comunista de los últimos años de la década del cincuenta, es una
de las figuras que en los sesenta lideran la ruptura con la ortodoxia desde una trinchera construida
por él mismo y sus compañeros de Pasado y Presente bajo el paradigma gramsciano.
Estudios sobre los orígenes del peronismo es editado por primera vez como libro en 1971.
Se reunían allí dos trabajos producidos en los años sesenta y nueve y setenta, y que habían tenido
El supuesto de nivel más general es que todo nivel de industrialización por sustitución de
importaciones o de "industrialización sin revolución industrial", como el que se dio en la
Argentina, del mismo modo que plantea características diferentes a la de los modelos
clásicos en la estructura económica, promueve también alternativas particulares en la
dimensión socio-política, sea en el tipo de estratificación, en los reagrupamientos y
alianzas de las clases propietarias, en la forma de movilización de las clases no
propietarias, en el papel del Estado y de los grupos políticos, etc. Afirmar, por lo tanto, que
el período abierto en 1930 representa una primera respuesta a ese proceso puede tener
consecuencias tanto para el análisis específico de la situación argentina, cuanto para la
aplicación de modelos teóricos para el análisis de los procesos sociales durante el
crecimiento industrial. 25
Párrafo más que suficiente, el citado, para evidenciar los cambios en las preocupaciones y
en el mismo discurso con respecto de los primeros textos que utilizamos. También para presentar a
sus autores como los más fieles continuadores de la renovación académica, aun cuando esta
fidelidad teórica los conduzca a la discusión de las teorías producidas por sus maestros.
Esto último se hace más notable en el segundo trabajo, "El movimiento obrero en los
orígenes del peronismo", donde por primera vez la tesis de Germani es puesta en cuestión en sus
nudos centrales con recursos argumentales y metodológicos que el mismo Germani no podía sino
respetar. Si en la tesis de Germani, la coincidencia del movimiento obrero y Perón en la
constitución del peronismo se explicaba como el efecto de una división en la clase obrera entre
viejos y nuevos trabajadores, más dispuestos estos últimos a aceptar una dirección heterónoma
por su falta de tradición política y su escasa integración en la sociedad moderna; Murmis y
Portantiero destacan más bien la unidad de la clase obrera en la constitución del peronismo y la
"racionalidad" del acercamiento a Perón.
24 Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero: Estudios sobre los orígenes del peronismo, Siglo XXI, Buenos
Aires, 1971.
25 Ídem, págs. 3-4.
Aquí también, como en el trabajo anterior, el texto se transformará en punto de partida para
investigaciones posteriores y el rico debate sobre la cuestión obrera en los orígenes del peronismo.
La mayor parte de las investigaciones recientes sobre movimiento obrero en la década del treinta e
incluso en las décadas previas tienen en este trabajo un reconocido punto de partida.
26 Aldo Ferrer: La economía Argentina. Las etapas de su desarrollo y problemas actuales, Fondo de Cultura
Económica, México, 1963. Seguimos aquí la edición del Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1981 –
décimo quinta edición de la obra-.
27 "El desarrollo argentino y sus etapas", Nota bibliográfica sobre el libro de Aldo Ferrer, de Oscar Cornblit y
Ezequiel Gallo, en: Desarrollo Económico, vol. 3, Nº 1-2, Ides, Buenos Aires, abril/septiembre, 1963.
28 "Intentar describir la historia del desarrollo de la Argentina es una empresa fascinante que debe
emprenderse vigorosamente y con el mínimo de preconceptos. [Pero] al depender el modelo propuesto de
una sola variable, exógena por demás, corre el peligro de rigidizarse dejando de ser dinámico como se
pretende, para convertirse en estático. Si el pasaje de una etapa a otra está fundamentalmente determinado
por los cambios ocurridos en el mercado internacional, los ciclos locales pasan a quedar relegados en función
de aquellos [es necesario] encarar los problemas del desarrollo económico y el cambio social con modelos
que incluyan dimensiones de tipo sociológico y cultural que puedan relacionarse con el resto de las variables
económicas consideradas."
el auge de la disciplina económica entre las ciencias sociales, generan una importante revisión
desde esa mirada disciplinar, en la que la obra de Ferrer y la que Di Tella y Zymelman dedican a
Las etapas del desarrollo económico argentino 29 son las más relevantes.
Más allá de las prevenciones tan acotadas de Cornblit y Gallo, la obra de Ferrer es un
aporte valioso para el cambio en la consideración de los años treinta en un público más amplio.
Sometido el proceso histórico a la lógica del desarrollo económico la especificidad de la década
adquiere nuevos sentidos con respecto al patrón con el que generalmente había sido considerada.
Los problemas del fraude político y la corrupción, por ejemplo, pierden envergadura frente al plano
más estructural de las modificaciones en el plano del desarrollo económico.
Por otro parte, este mismo plano inserta a los años treinta en un período aún inconcluso
cuando Ferrer escribe su obra, por lo que se hacen más evidentes las líneas de continuidad entre
los años treinta, el peronismo y el posperonismo; cuando las versiones de una historia atenida a
los acontecimientos políticos ponían el acento más en las rupturas. Por último, la dependencia de
variables exógenas -que tanto preocupa a los comentaristas de la obra- será igualmente
importante para la modificación del patrón de observación de los años treinta. Si los cambios
producidos en la economía mundial se consideran imprescindibles para entender lo que sucede en
la Argentina, las explicaciones sobre los avatares de nuestra economía en los años treinta se
buscan también en los cambios que se producen en el mercado mundial lo que obliga a una lectura
diferente en el orden interno.
29 Guido Di Tella y Manuel Zymelman: Las etapas del desarrollo económico argentino, Eudeba, Buenos Aires,
1964.
30 Aldo Ferrer, op. cit., pág. 153.
Si algo preocupaba a Cornblit y Gallo de estos análisis tan excluyentemente económicos,
era precisamente todo lo que "dejaban afuera", "la llamada etapa de la economía primaria
exportadora se inicia en el libro cuando varían las condiciones del mercado internacional [alrededor
de 1860], y no cuando concluye el largo ciclo de implantación interno, 1853-1880, que comprende
violentas conmociones armadas profundos cambios en la estructura técnica de la producción
agropecuaria, sustitución de grupos y una reforma radical de la estructura del poder, proceso este
que recién concluye cuando la asunción de Roca al poder en 1880." 31 Como hemos visto en los
párrafos citados, para fundamentar los comienzos de un nuevo ciclo económico a partir de 1930,
Ferrer utiliza un marco argumentativo similar al que tanto preocupa a sus comentaristas. No hay
aquí ni gobierno radical, ni fascismo criollo, ni corporativismo uriburista, ni conservadurismo pro-
inglés, ni golpe del '30, ni golpe del '43. Aun cuando Ferrer pueda pensar la historia política de
manera muy similar a aquellos que la ordenaron a partir de estas variables, puesto a subordinar el
pasado a esa gran variable del desarrollo económico el resultado final es absolutamente distinto.
Esto es precisamente lo que para nuestro análisis más conviene destacar. Se trata posiblemente
de la primer obra escrita de difusión masiva, en la que la década del treinta es presentada como un
momento clave de reformulación del modo de desarrollo (que aún no ha concluido su ciclo), sin
recurrir fundamentalmente a ninguno de los elementos descalificativos con los que hasta entonces
se había aludido al período. 32
Aunque en Murmis y Portantiero no hay ninguna referencia al respecto, no es el texto de
Ferrer el eslabón perdido que explica el salto de Germani a sus discípulos? Repasando ahora,
nuevamente, los párrafos de Ferrer y de Murmis y Portantiero citados, ¿no están unidos por un
parentesco que desconoce las versiones más tradicionales de una historia política tradicional,
como por una fidelidad a las Ciencias Sociales -la economía en un caso, la sociología y la ciencia
política en el otro- cuyo status científico ha tenido en los años sesenta un crecimiento sin par en la
historia argentina? Lo que estamos pensando es que la obra de Ferrer, beneficiada por
legitimidades externas a la obra misma, es capaz de preparar un público, de construir un mercado
de lectores más amplio, que explica la acogida de la obra de Murmis y Portantiero más allá de los
pasillos del Instituto Di Tella y de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Así, en el arco que
estas dos obras tejen, un número importante de lectores recorre la década del treinta desde otro
registro. No es que se halla construido una versión alternativa a aquella que ubicaba en la década
Es muy difícil ordenar un campo tan vasto y de fronteras tan poco precisas, como el de los
que intervienen en la polémica político-ideológica de los años sesenta desde una condición de
intelectuales, que es definida a partir de su particular intervención en ese debate: la producción de
obras escritas en las que se elaboran versiones más o menos acabadas del pasado nacional, con
la pretensión manifiesta de impactar en la definición de sentido de la política contemporánea.
Tomaremos aquí algunos casos puntuales, emergentes de un conjunto más vasto, que
responden a tradiciones ideológicas diferentes, y de cuyos análisis se desprenden posiciones
políticas también diferentes. Por un lado, consideraremos a Félix Luna, que se inscribe en la
tradición radical y en una visión historiográfica más bien tradicional. Por otro, consideraremos un
conjunto de autores seleccionados de un segmento de este campo político-intelectual, la izquierda,
que está sufriendo una impactante mutación.
Luna dialoga poco, desde el punto de vista teórico, con los sectores de izquierda, con los
que en realidad funciona en un plano complementario más que competitivo con respecto a los
lectores potenciales; aunque tiene, a diferencia de los intelectuales de izquierda, un amplio
mercado cautivo entre aquellos que buscan en él al historiador del partido radical y los que,
interesados por la historia política, encuentran en la amenidad de su lenguaje la posibilidad de un
aprendizaje sin mayores esfuerzos.
Para abordar el heterogéneo segmento de la izquierda, recortaremos nuestro campo de
análisis en este trabajo tomando tres autores, Milcíades Peña, Abelardo Ramos y Rodolfo
Puiggrós, que representan diferentes alternativas de la polémica que atraviesa a la izquierda
argentina, y que construyeron, cada uno de ellos, una elaborada versión del pasado argentino con
la que se presentaban al debate público. De la mano de estos tres autores podemos introducirnos
en los senderos más transitados por la izquierda sesentista en su peregrinar revisionista en busca
de un arsenal teórico/político más apropiado para enfrentar los dilemas de la agenda política del
momento. Agenda sobredeterminada por la ‘cuestión peronista’ que interpelaba con mayor fuerza a
los sectores de izquierda en la medida que, en la resistencia, el peronismo profundizaba sus
rasgos clasistas; y por la insuficiencia del discurso de la izquierda tradicional para dar cuenta de
una novedad tan relevante. En Peña, en su búsqueda de un discurso alternativo tanto a la
izquierda tradicional como al nacionalismo populista, es posible reconocer los primeros rasgos de
lo que será luego más claramente la “nueva izquierda”. Ramos y Puiggrós nos presentan los dos
senderos más transitados por la “izquierda nacional”: el caminar “al lado” (Ramos) y el caminar “en”
(Puiggrós) el peronismo. 33
Con una carrera alejada de los ámbitos académicos, que en alguna medida lo asocia con
quienes hablan desde la izquierda ideológica, pero aferrado a caras tradiciones políticas que lo
hacen permeable al marco argumentativo que desarrolla José Luis Romero, Felix Luna contribuye
fuertemente a la construcción de imágenes del treinta por el masivo impacto de su discurso en la
sociedad. La gran difusión de sus trabajos puede explicarse no sólo porque su estilo, más
"periodístico", encuentra un público mejor preparado para recibirlo, sino también porque su
33 Es imposible presentar aquí un panorama más amplio de un sector del campo político intelectual que es un
tema en sí mismo y que abordaremos en otra oportunidad. Tomando a cuenta de ese otro trabajo, es
conveniente no disimular la influencia de escritores como Ernesto Palacio, Arturo Jauretche y Juan José
Hernández Arregui, en la construcción de las significaciones que nos interesan desde el campo más
específicamente político (tanto de Luna como de los sectores de izquierda). Si su importancia no siempre
puede rastrearse en una relación directa con los autores considerados, difícilmente pueda ignorársela si se
trata de considerar el universo de recepción de sus obras.
Seguramente los orígenes nacionalistas de Ernesto Palacios podían provocar una reacción negativa tanto en
la izquierda política como en el radicalismo. Pero, su Historia de los argentinos es de 1954, lo que la sitúa en
un lugar privilegiado para la época que nos interesa. Es decir, a comienzos del posperonismo quienes
pretendían una versión alternativa a la de la historiografía tradicional tenían en la obra de E. Palacios una
fuente a la que acudir que englobaba todo el proceso histórico argentino, en una versión que se distanciaba
mucho menos de la historiografía tradicional que lo pretendido por el autor.
Sin esas prevenciones que mediaban la recepción de Palacios en los sectores que gustaban definirse como
progresistas, Jauretche y Hernández Arregui contribuirán a jerarquizar una imagen de la década del treinta en
la que FORJA se transforma en un mito que desde los “años infames” dialoga con el problema típico de la
intelectualidad de izquierda de los sesenta: el cómo, desde dónde, enfrentar la cuestión nacional.
La clave de análisis de Hernández Arregui, más deudora de la filosofía de la historia que de la historia, lo
alejaba de las discusiones de detalle y lo emparentaba con los "grandes relatos", sin cuyo cobijo, en los años
sesenta, difícilmente podía alcanzarse el éxito en la competencia por dotar de sentido a la sociedad y la
cultura. A la vez, el tema con el que subordinaba al pasado -la conciencia nacional-, interpelaba y nominaba
al proceso de modernización económico y social que cambiaba aceleradamente a la Argentina sin que pudiera
armonizarse un sistema político inclusivo del peronismo.
Jauretche, no sólo era la representación misma del puente que unía la tradición radical con cierto peronismo a
través de esa mítica FORJA que lo había contado en sus filas, sino que su particular relación con la escritura y
su habilidad oratoria lo dotaban de un feeling especial con el mundo de la política que garantizaba un impacto
masivo para su discurso. (Impacto seguramente más masivo que el que FORJA había podido alcanzar en su
recoleta travesía política, cuya exagerada presencia no requería de desmentidos por estar irremediablemente
condenada al pasado)
Precisamente porque pertenecía cada vez más al pasado, la imagen mítica de FORJA tenía un amplio espacio
para crecer. Nótese por ejemplo, el cambio que comentamos en los dos momentos de José Luis Romero. En
las Ideas Políticas, cuando Romero menciona la obra de Scalabrini Ortiz en especial, y de FORJA en general,
destaca los aspectos filofascistas de sus recursos argumentales; en La evolución de las ideas políticas, estos
destacados desaparecen y la imagen de FORJA es tan inmaculada como la que recorría, sin beneficio de
inventario, todas las obras del período desde aquellas englobadas en la izquierda como las que respondían a
la propia tradición radical, con la siempre especial excepción de Milcíades Peña.
discurso proyecta históricamente la crisis que atraviesa el Partido Radical. Sus dos obras más
importantes para nuestro trabajo son: la que dedica a Alvear (1958) y El 45 (1969); aunque en la
primera podemos encontrar los argumentos centrales de Luna sobre los años treinta. En El 45, las
imágenes de los treinta sobre las que se apoya no innovan a las que elaboró desde la trama
personal de su biografiado. 34
Cuando Luna preparaba su Alvear, era un joven militante radical en los tiempos de
Aramburu en que el frondicismo apenas empezaba a decir su nombre. A pesar de su juventud, se
había iniciado años antes en el oficio de indagar al pasado desde el recurso de la biografía. Fruto
de esa primer experiencia es Yrigoyen. 35 Con Alvear, Luna vuelve a insistir con la biografía, un
recurso en el que ha aprendido a moverse con soltura, y que le permite continuar desde otro lugar
con la tradición historiográfica partidaria cuya paternidad reconoce en Gabriel del Mazo.
Uno de los efectos del surgimiento del peronismo, que significó un quiebre notable en la
evolución política argentina, fue el impacto que su desarrollo trajo aparejado para las fuerzas de
izquierda y el radicalismo. Para la izquierda, el problema del peronismo no significaba tanto su
condición de mayoría electoral, como la fuerte identidad obrera del movimiento, que alejaba a la
izquierda argentina del actor social en nombre del cual demandaba a la historia. Para el
radicalismo, en cambio, era esa condición mayoritaria del peronismo el problema. Para quien,
como Luna, estaba involucrado en un proyecto de reconstruir una alternativa política mayoritaria
desde el radicalismo, la figura de Alvear encerraba las claves de un enigma que lo volvía
irresistible: por qué, en la década del treinta precisamente, el radicalismo perdió esa condición de
partido mayoritario en la que le gustaba reconocerse hasta confundirse con la nación misma ?
Luna nada nos dice sobre esta intencionalidad, pero el 75% de su libro está dedicado a los
últimos años de Alvear, los de la década del treinta. Sólo las pocas páginas restantes están
dedicadas a los años que median entre 1890 y 1930, incluido el periodo presidencial de Alvear(!)
Podrá argumentarse razonablemente que en los años previos al treinta la figura de Yrigoyen deja
poco lugar en la historia del radicalismo, y que sólo luego del alejamiento y posterior muerte del
caudillo, Alvear alcanza la estatura que justifica la biografía. Algo de esta argumentación está
implícito en las fundamentaciones de Luna y en la forma que organiza su obra. Alvear es, en los
primeros años, un afectivo "El Pollo Marcelo"; luego, cuando alcanza la presidencia de la nación,
es un distante "El doctor Alvear"; recién en los treinta, cuando vuelve de Francia para hacerse
cargo de la dirección partidaria, alcanza esa estatura tan cara al léxico radical: "Don Marcelo".
Puede hacerse política por muchos motivos pero hay sólo dos formas de dedicarse a hacer
política: en serio o no. La política en serio tiene un estilo, un tono que excluye toda
34 Félix Luna: Alvear, Hyspamérica, Buenos Aires, 1986 -primera edición en 1958-; y El 45. Crónica de un año
decisivo, Sudamericana, Buenos Aires, 1971 -primera edición en 1969-.
35 Félix Luna: Yrigoyen, Hyspamérica, Buenos Aires, 1986 -primera edición en 1954-
frivolidad, toda improvisación: es una exigencia total y excluyente, tiránica, que se impone
como el oficio principal y la obsesión de quien la ejerce.
Alvear sólo hizo política en serio los diez últimos años de su vida. 36
El Alvear, termina así en una lectura centrada en los años treinta que, por su momento de
elaboración, será de vital importancia. Casi todas las obras provenientes del campo más
específicamente político, tienen en el libro de Luna un antecedente al que recurren
permanentemente -aun cuando no se lo cite todas las veces que correspondería-. Estamos
entonces ante una obra doblemente importante para la construcción de imágenes de los años
treinta. No sólo por su éxito editorial, sino también porque será amplificada por los trabajos
posteriores.
No hay en Luna un seguimiento de los problemas de la década, como sí podemos
encontrar en la obra de Puiggrós. Siguiendo la senda de Alvear, Luna se detiene
fundamentalmente en las cuestiones que hacen a la evolución del partido, lo que dada las
dimensiones del Radicalismo es de por sí importante; pero otras cuestiones en las que Alvear y el
radicalismo tuvieron una participación menor -como el conflicto de las carnes, por ejemplo- no
merecen la misma atención. Así, Luna encuentra en su sendero una serie de temas centrales que
hacen al rol del radicalismo frente al sistema político en distintos momentos de la década -la
abstinencia partidaria o la participación, por ejemplo-, que son analizadas desde el prisma radical
en el que la abstención es juzgada desde la fuerza mítica que este mecanismo de presión política
tiene en la tradición partidaria. Pero así también nuestro autor llega, de la mano de Alvear, a
conflictos de la época que se volvieron paradigmáticos de la corrupción. El affaire CHADE por
ejemplo, en el que el involucramiento del radicalismo es reconocido por Luna. Si conocido por las
denuncias periodísticas en su momento y recordado luego por diversos autores, que quien
aparezca ante el mercado de lectores confirmando la participación del radicalismo en el negociado
sea un portador de la tradición partidaria, le da al texto una significación mayor.
Luego de dedicar las páginas más trabajadas de su libro a este affaire, Luna se ve obligado
a realizar una operación a varias puntas. Por una lado, exculpar a Alvear de cualquier interés
personal en el escándalo; por otro, explicar las decisiones políticas de Alvear al respecto (los
errores, dirá Luna), desde la "contradictoria condición humana" del personaje; por último, confirmar
la imagen de "década infame", la imagen de un período tan negro de nuestra historia, que ni el
radicalismo puede escapar al estigma.
Qué perseguía Alvear al poner [en juego] todo su prestigio y autoridad.....Un beneficio
personal, no. Hacia 1935 seguía siendo un hombre de relativa fortuna. 37
...aun los adversarios más enconados de Alvear consideran imposible que haya aceptado
un dinero mal habido. La imagen de un Alvear recibiendo clandestinamente el "paco" del
soborno, resulta totalmente absurda, aun para sus críticos más severos. Eso podía quedar
para los concejales complicados (y Alvear no lo ignoraba) pero no para este hombre que
con todos sus errores jamás pudo descender a semejante abyección. 38
Quién me va dar el dinero que necesitaré para gobernar? Usted me lo va a dar acaso?
Estalló [Alvear] un día ante Arturo Frondizi, roja de ira la gran calva, golpeando el puño
sobre la mesa un día que éste le exhortaba a tomar una actitud firme frente al escándalo
de la CHADE. 41
Frondizi, que aspira cuando Luna escribe su obra a la presidencia de la nación, estaba ahí;
ya entonces estaba ahí, y para marcar el error. Error que -y cierra el tema nuestro autor- se debe a
le benevolencia del personaje que no podía entender la catadura de las empresas que lo
asediaban.
Pero hubo un saldo positivo, por lo menos, en todo este desgraciado asunto. Quedó
revelado que existía en el país y en el radicalismo una vigilante conciencia moral. La
resistencia que suscitó el negociado y la acusación que con este motivo se mantuvo contra
quienes se complicaron, fue un índice de que no todo estaba perdido en la Argentina.....
Aquí, el episodio sirvió para deslindar responsabilidades políticas y para demostrar que
existían dos versiones del país: los que seguían en resignación de colonia y los que
aspiraban a liberarlo de toda dominación imperialista. 44
Luego de una argumentación tan encendida, seguramente porque Luna piensa más en
1958 que en la década del treinta, nuestro autor completa su operación, buscando ese tono
general de la época. Dedica para esto un capítulo de su libro cuyo título lo dice todo: "Se vende un
país". Hay allí esas formas de referirse a la década que harán fortuna, que están en el Viñas que
citamos antes, que están en Ramos, que están, en fin, en el decir del sentido común cuando de
pensar los años treinta se trata.
Esta década se parecía a los años del 80 al 90, en su inmoralidad esencial y su formal
respecto por la ley y la ética. Falta el Payró que relate las divertidas aventuras de algún
Gómez Herrera contemporáneo.... 45
Así fue la política oligárquica bajo el gobierno de Justo, carente de toda coherencia y con
una única lealtad: la prestada a sus propios intereses. como Fausto, lo ofrecía todo con tal
de prolongarse un instante más. Estaban dadas todas las condiciones para que la
dependencia del país se mantuviera indefinidamente sobre la pobreza popular y la atrofia
Por último, nos interesa señalar el involucramiento personal del autor con el objeto de
estudio; algo que es una característica de época (lo vimos ya en Romero y Ciria) a la que no
escapan los autores que provienen del campo político. En Luna este involucramiento se explica,
por un lado, por su personal estilo de escritura, y las trampas del género biográfico que siempre
dificultan la mediación con el personaje-objeto; por otro, por sus compromisos con el radicalismo,
con su tradición y con el presente político del Luna escritor.
...este libro es la historia de un fracaso. Para escribirlo hemos tenido que forzar a veces
nuestra fibra radical, porque es triste relatar la quiebra de lo propio. 50
En ese "epílogo..." nuestro autor se sitúa en la especial coyuntura política del momento de
producción de la obra, sugiriendo una lectura de la misma que una el pasado narrado con el
Afirmamos que un sector importante del radicalismo absorbió el estilo Alvearista y todavía
lo conserva. Es un estilo legítimo, respetable. Pero no es lo radical. 51
.....no es el radicalismo. Es un injerto. 52
Y si nos queda alguna duda sobre la relación entre su obra y el presente político del que
participa, Luna se encarga de aclararlo con todas las letras:
Por eso pensamos que una biografía de Alvear puede ser útil, para caracterizar y ubicar
una línea de ideas que jamás interpretará el papel del radicalismo en nuestra historia.....
Pues el radicalismo de cepa yrigoyeniana tiene otra versión del país, y Alvear, por acción
negativa contribuyó a aclararla y definirla..... Por eso sabe hoy el radicalismo cuáles son
sus rumbos, dónde se entroncan y hacia dónde van. 53
Cerrando su texto -que data en diciembre del 57- Luna se ubica a sí mismo como un
aspirante a historiador que acaba de juzgar la triste obra de Alvear y una generación. Político al fin,
dobla la apuesta:
Que ningún aspirante a historiador pueda decir cosa tan triste de nuestra generación. Que
nos pueda decir que nos faltó grandeza porque no supimos ver con claridad lo que se
estaba decidiendo en éstos, nuestros días. O que, sabiéndolo, no tuvimos entereza para
asumir esta maravillosa, esta alucinante aventura de la Argentina soñada. 54
En todos los autores que hablan desde el campo de la izquierda política, existe lo que
podríamos llamar una triple operación de distanciamiento. Por un lado, distanciamiento de las
tradiciones ideológicas de la izquierda tradicional, y más precisamente de las versiones históricas
construidas por el partido comunista. En algunos casos -el de Puiggrós es el más notable
seguramente- este distanciamiento tiene un carácter personal. Este primer distanciamiento está
asociado al segundo: de la historiografía tradicional, la historiografía de la Academia, o lo que el
revisionismo histórico llamó la historiografía liberal. En ese largo camino recorrido desde Mitre a
Levene, la historiografía tradicional había construido una fuerte versión del pasado argentino cuya
recusación inicialmente no estuvo en manos de la izquierda sino del revisionismo nacionalista. En
la competencia entablada entre el revisionismo y la historia tradicional, la izquierda ortodoxa había
acompañado al liberalismo desde una visión del pasado argentino casi excluyentemente apegada
a la de la historiografía tradicional. Pero precisamente, la pretensión de construir un lugar
alternativo para "decir" no estaría completa sin el tercer movimiento de este distanciamiento, esta
Milcíades Peña y Jorge Abelardo Ramos no cuentan con el metier de historiador o cientista
social que carga con una legitimidad especial al trabajo de aquellos autores que analizamos en el
campo académico, aunque en el clima contestatario de los sesenta el “estar fuera” de la academia
podía revertir a favor, incluso en el ambiente universitario. Peña, se empeña en reordenar los
pliegos del pasado argentino que le proveen fuentes secundarias diversas, según los imperativos
de un pensamiento crítico frente a la izquierda tradicional que enuncia ya lo que luego será la
"Nueva Izquierda". Preparados inicialmente en los años 55-57, los capítulos dedicados en su obra
a la década del treinta fueron publicados en la revista Fichas de Investigación Económica y Social,
en sus Nº 3 y 7 (1965), y retomados en el volumen: Masas caudillos y élites, 55 con el que su autor
terminaba el recorrido por la historia Argentina iniciada en la etapa colonial. La temprana
desaparición de Peña no atenuó el impacto de su obra en los sectores de izquierda del campo
intelectual en los que siguió siendo un texto de consulta frecuente, por lo menos, hasta 1976.
55 Milcíades Peña: Masas, caudillos y élites. La dependencia Argentina de Yrigoyen a Perón, Ediciones
Fichas, Buenos Aires, 1973.
Lo primero que sobresale en el texto de Peña es la actitud iconoclasta que contrasta
notablemente con el resto de los autores del campo político, más preocupados por sostener las
líneas de continuidad de una tradición nacional entre el Radicalismo y el Peronismo (Arregui,
Ramos, Puiggrós), o por afirmar esa misma tradición en el radicalismo Yrigoyenista que agoniza
sobre los errores y las debilidades de la figura de Alvear en la década del treinta (Luna). Para
Peña, en cambio, no hay edad de oro en ningún fragmento del pasado. Si en algún momento esta
premisa parece borrarse es en sus análisis de las figuras de intelectuales como Alberdi y
Sarmiento. Frente a ellos, la mirada de Peña se vuelve más comprensiva que cuando se poza en
los políticos, estableciendo un diálogo -nunca explicitado, claro- entre el rol del intelectual crítico de
ese momento del siglo XX que él representa y la élite letrada que lideró el proceso de organización
nacional.
Sin un lugar cómodo para refugiarse en el pasado -a lo que es tan afecto el decadentismo
revisionista que hay que combatir-, no hay necesidad de revisarlo para conceder a unos y enjuiciar
por contraste a otros. Su pluma es tan dura con Uriburu como con Justo, y con los nacionalistas
que sólo enjuician a éste para recordar con nostalgias a aquél (Torre, Palacio). Pero si se trata de
elaborar un juicio descalificativo sobre Uriburu, no es necesario para eso caer en la benevolencia
con el radicalismo yrigoyenista (Luna, Puiggrós, Ramos). Mucho menos aún, hacer recaer todo el
peso del predominio militar en la década del treinta, en figuras individuales como Uriburu o Justo,
para salvar a la institución militar que podía así reencontrarse con las tradiciones nacionales en el
43/45 (Ramos, Puiggrós).
Eso sí, Uriburu terminó con la corrupción administrativa yrigoyenista. Lo hizo en forma
hegeliana, superándola y elevándola a un plano gigantesco, desconocido hasta entonces.
Dictó un decreto confidencial y sumamente ingenioso, estableciendo que el gobierno se
haría cargo de todas las deudas privadas de los oficiales del ejército....parece que los
oficiales supieron aprovechar la ocasión. 56
Todo el texto de Peña es -como el de Ramos- una permanente polémica política. Su aporte
a las imágenes que se forjaron en la época, pasó tal vez más por esa descalificación totalizadora
de las alternativas políticas con las que se había tejido la historia: ni radicalismo, ni peronismo, ni
ejército. Sólo en la clase obrera podía presumirse una fuerza positiva virtual (y el potencial era
doblemente justificado por la realidad del peronismo). Un discurso así construido no podía sino
resultar atractivo para amplios sectores en los años sesenta, atravesados por una crisis de
autoridad que ponía en cuestión el orden y las jerarquías en rubros hasta entonces insospechados.
Sin embargo, consideramos que hay en su breve recorrido por los treinta, un análisis que
se revelará más importante, al detenerse en un aspecto singular que será luego retomado por
diversos investigadores hasta el presente. Se trata del análisis de los enfrentamientos internos a la
burguesía, precipitado por el cambio en el modelo de desarrollo que acompaña al proceso de
57 La importancia del análisis de Peña se refleja con claridad en su influencia en trabajos como los de Murmis
y Portantiero que ya analizamos. Años después, los trabajos de Jorge Sábato sobre la formación de la clase
dominante en la Argentina darán un nuevo empuje a las sugerentes hipótesis de Peña. Jorge Sábato: La clase
dominante en la Argentina moderna. Formación y características, Cisea/Gel, Buenos Aires, 1988 (hay una
primer documento de 1979, edición restringida del Cisea, en forma de policopiado).
58 Jorge Abelardo Ramos: Historia Política del Ejército Argentino, Peña Lillo Editor, Buenos Aires, 1959; y
Revolución y contrarrevolución en la Argentina, Plus Ultra, 1970, 3º edición -primera edición en Amerindia,
1957-.
diferenciarse del autor o los autores que viene siguiendo, buscar la polémica, construir su lugar,
legitimar, en fin, el sentido de su escritura.
Con Revolución y contrarrevolución Ramos enuncia desde el título los dos polos que
ordenan el pasado, y le permiten rastrear la traza del polo positivo en el proceso ascendente de
construcción del movimiento nacional. Nada más claro para Ramos, que los indicadores de estos
dos polos en los años treinta.
A diferencia del proceso que la crisis engendró en el Brasil, donde un movimiento nacional
encabezado por Vargas dirigió la evolución económica hacia una deliberada
industrialización, la caída de Yrigoyen disolvió al movimiento nacional hacia nuevos
rumbos. Tomó el poder la oligarquía ganadera, desplazada del poder en 1916 por Yrigoyen
y que sólo atinó a envilecerse ante el imperio británico: éste aprovechó el naufragio general
para imponer a la Argentina una doble cadena alrededor de su cuello. Se estableció así la
dictadura provisional del general Uriburu, soldado de fortuna y pintoresco fanfarrón de
antiguo cuño.
Poco después, el general Justo asumía el gobierno gracias a elecciones delictuosas. Se
inauguró así la llamada década infame. 59
Hasta aquí Ramos sigue parcialmente al discurso que habían elaborado los nacionalistas.
Si bien no puede coincidir con la justificación de Uriburu que hace Palacio, por ejemplo, no evita la
diferenciación que éste estableciera entre Uriburu y Justo para referirse a la década infame. Pero
no es este polo negativo de la década el que más le interesa a Ramos, que enseguida nos
adelanta el elemento central del polo positivo:
59 Jorge Abelardo Ramos: Historia de la nación latinoamericana, Peña Lillo Editor, Buenos Aires, 1968, pág.
457.
60 Ídem, págs. 457-458.
punto de partida del peronismo. Aceptando la versión germaniana, Ramos la dota de una carga
positiva. Estos nuevos obreros son los portadores de una nacionalidad que se ha mantenido en el
interior del país. Ya estamos a las puertas del peronismo.
Pero la clase obrera, ahora nacionalizada, no es suficiente para constituir (o reconstituir) el
movimiento nacional. La burguesía industrial "que recién nacía" en la década del treinta, "carecía
de un comportamiento nacional".
Desde el problema de clases Ramos llega a un tema caro también a Puiggrós. Quienes,
proviniendo de la izquierda, se preocupan por ocupar un lugar bajo la sombra del peronismo,
piensan con insistencia en la cuestión militar. Con ella confirman la operación de distanciamiento
del pensamiento de la izquierda ortodoxa al recusar su tradicional antimilitarismo. La misma
discusión en torno a la cuestión militar podía permitirles -a Puiggrós sobre todo- enfrentar a
quienes, en nombre de la sociología científica de cuño norteamericano, daban nuevos argumentos
a aquel antimilitarismo.
Las limitaciones que Ramos destaca en esta burguesía nacional, jerarquizan al ejército en
la constitución del movimiento nacional. Pero cómo hablar del ejército en esa dirección, en los años
treinta?
El ejército, que había apoyado a Yrigoyen, con la caída del caudillo fue expurgado de los
oficiales yrigoyenista. En su seno nació lentamente una generación militar nueva, que
detestaba al imperialismo británico, pues la crisis había puesto al desnudo la fatal
dependencia argentina. La guerra proporcionó la oportunidad para romper el sistema
oligárquico. 63
Los treinta son una secuencia histórica positiva en cuanto a la constitución de esa clase
obrera "nacional". Con respecto al ejército, en cambio, la secuencia pasa de ese ejército que había
apoyado a Yrigoyen, a una nueva generación que rompe el sistema oligárquico aprovechando la
coyuntura desatada por la guerra mundial. Esta operación con respecto al ejército tiene en Ramos
toda una elaboración teórica, propia de los análisis trotskistas sobre las condiciones de los
movimientos antiimperialistas revolucionarios en los países periféricos. La naturaleza política del
ejército -nos dice Ramos- es una función contradictoria.
61 Por supuesto que Ramos no se refugia en la autoridad de Germani. Para una clave de lectura que estaba
presente en la mayoría de los autores del campo político, el desarrollo de las ciencias sociales en la
universidad y de la sociología en particular, era parte de la expansión imperialista norteamericana y recusado
como tal.
62 Jorge Abelardo Ramos: Historia de la nación latinoamericana, op. cit., pág. 458.
63 Ídem, págs. 458-459.
La presencia dominante del imperialismo extranjero, de una oligarquía antinacional y de
una mediocre burguesía nativa, permite al ejército, bajo ciertas circunstancias críticas,
asumir la representatividad de las fuerzas nacionales impotentes, o, por el contrario,
transformarse en el brazo armado de la oligarquía. Esa dualidad se funda en la dualidad
que existe en la sociedad semicolonial, donde no hay una sola clase dominante, a ejemplo
de los países imperialistas, sino dos, una tradicional y una moderna, aunque mucho más
débil.
La pugna entre ambos grupos, aquél vinculado al sistema agrario exportador y éste situado
junto a las clases interesadas en el crecimiento económico, se introduce en el seno del
ejército y genera en él esa misma contradicción en otro nivel. 64
Aquí, por el lado de la teoría, Ramos nos sugiere sobre el rol del ejército en los años treinta
lo que calla cuando del análisis histórico se trata.
En ese rastreo del movimiento nacional que enlaza su discurso con el de Puiggrós, hay
otra cuestión en la que Ramos considera vital detenerse. El rol del partido radical en la década.
Así, en un registro sumamente deudor del Alvear de Félix Luna, Ramos recorre los negociados, la
corrupción y el fraude político de la época buscando explicar el retroceso del radicalismo como
abanderado de lo nacional y lo popular. El alvearismo es "la oposición de su majestad", mientras la
tradición popular del radicalismo se refugia en el grupo FORJA y en el sabattinismo cordobés.
El radicalismo de Yrigoyen había muerto definitivamente, FORJA era, en cierto sentido, una
continuación y desde otro punto de vista una anticipación.....El radicalismo había
encontrado, sin embargo, en la década infame, una expresión nacionalista en la figura de
Amadeo Sabattini y sus amigos de Córdoba. 65
Sin contradecir la visión mítica del grupo FORJA, Ramos señala, sin embargo, serias
limitaciones en la agrupación recurriendo, nuevamente, a interpretaciones teóricas caras a su
tradición ideológica:
En un Alvear que termina por estar al "servicio de la CADE", Ramos se demora varias
páginas siguiendo casi puntualmente al texto de Luna al respecto. Para marcar una distancia que
no se aprecia mucho en el detalle de los acontecimientos, Ramos realiza una doble operación. Por
una lado, hace una alusión directa a la obra de Luna:
Por otra parte marca una diferente interpretación con respecto a la cuestión de la
abstención o participación en los comicios del partido radical. Luna, y la mayoría de los autores que
tocan el tema, datan el declinio definitivo del radicalismo en el levantamiento de la abstención en el
‘35 y su participación electoral desde el año siguiente. En la interpretación de Luna, se rompe en
ese acto, toda la tradición con que el radicalismo se había constituido a sí mismo enfrentando al
"régimen", y que Alvear había sabido mantener en la primera mitad de la década del treinta cuando
se hizo cargo de la conducción partidaria. En la interpretación de Ramos, la abstención del
Radicalismo desde las elecciones que a fines del ‘31 dieron el triunfo a Justo, carece del valor que
Luna le otorga. Por el contrario, el "empecinamiento" de Alvear sólo allana el camino a la fórmula
de la Concordancia. Lo "positivo" era lo que -según Ramos- observaba el mismo Yrigoyen en 1931:
elegir una fórmula partidaria con un perfil que no pudiera ser rechazada por el gobierno. Por otro
lado, Ramos recurre a las argumentaciones críticas de los miembros de FORJA, para descalificar la
abstención alvearista, ya que una política abstencionista sin prepararse para la revolución carecía
de sentido. La participación, que en el ‘31 hubiera resultado positiva, no lo es en el ‘35 cuando
efectivamente sucede. Se ingresa al sistema resignado a ser minoría y asociado a los más
escandalosos fraudes económicos.
Por último, hay en los textos de Ramos que estamos trabajando una cuestión central en la
definición del estilo. Me refiero a la forma en que el autor se ubica frente al objeto narrado, y
tomaré para esto dos marcas.
Una de ellas, que está presente en toda la obra y puede hacerse extensiva a otros autores
que se ubican en la izquierda del abanico político, es una operación destinada a inscribir el texto en
el debate interno de la izquierda. Ramos realiza esta operación desde dos frentes. En el primero,
muy personal, establece permanentemente coordenadas de relación con la historia mundial y,
dentro de ella, con los clivajes de interpretación del trotskismo y el stalinismo soviético. En el
segundo, menos original ya que en Puiggrós esto es más acentuado aún, Ramos traslada el
debate con el stalinismo a la versión local del Partido Comunista.
La década infame incluye la reacción terrorista nazi en los cuadros del capitalismo europeo
y la reacción terrorista stalinista en el país de octubre. El desplazamiento hacia la derecha
es irresistible en ese período. 69
La década fue infame en escala mundial. 70
La otra marca del estilo de Ramos, remite a una situación de época que está presente, con
mayor o menor énfasis, en el grueso de los autores del campo político (y, vimos también, en
Romero y Ciria en el campo académico). Me refiero a la nota personal que el autor deja en el texto,
al involucramiento del narrador con lo narrado, a ese momento en que el ensayista deja paso al
político que habla sin distancia de los acontecimientos. Esta marca, tan notable en Ramos como en
Luna, se aprecia en todo su esplendor en el siguiente texto:
74 Rodolfo Puiggrós: Historia crítica de los partidos políticos argentinos, Hyspamérica, Buenos Aires, 1986,
tres tomos.
75 Ídem, tomo 3, págs. 33-34.
Hay entonces dos democracias en pugna en la historia nacional, y hay también una línea
ascendente que garantiza el triunfo de la democracia real. En esa línea ascendente las formas
políticas que impulsan el proceso se encuentran en el movimiento nacional que une al
yrigoyenismo con el peronismo.
Hay una vieja totalidad de los partidos incrustados en la democracia postiza -y por lo tanto,
opuestos a los movimientos que nacen de la actividad de las masas populares- que dio
sentido.....al contubernio manejado por los conservadores. 76
Y si la democracia postiza fue posible en los años treinta es también por la incapacidad del
radicalismo para continuar representando al movimiento nacional.
Al aceptar la fusión del City con Alvear y su grupo desprendido del radicalismo
antiyrigoyenista los yrigoyenistas sufrieron un revés más grande que el 6 de septiembre de
1930. El golpe de Uriburu les quitó el gobierno, pero la incorporación del alvearismo al
Comité nacional los envolvió en el juego de la oligarquía y el imperialismo. Alvear era la
renuncia a la intransigencia y a la insurrección, el contubernio latente entre los radicales. 77
No hay aquí mucho de novedoso podría decirse, en comparación con lo que hemos visto
en los textos anteriores. Sin embargo, la interpretación de Puiggrós de la "caída" del radicalismo es
diferente. No hay dos momentos para Alvear, como quiere Luna, el de la primera mitad de la
década para el polo positivo de la tradición radical con un Alvear vigoroso que reunifica en su figura
al partido para enfrentar al régimen con la abstención, y el de la segunda mitad de la década, viejo,
desorientado, que naufraga con el partido. No hay tampoco explicaciones personalizadas, como en
Ramos, para el que Yrigoyen carga permanentemente con la "sabiduría política", aun preso, aun
cuando promociona a Alvear, aun cuando no logra que su promocionado haga lo que su sabiduría
de caudillo le señala como conveniente. Puiggrós no ha abandonado del todo una mirada de
"izquierda" del fenómeno yrigoyenista, y no parece considerar necesario abandonarla en tanto su
planteo de movimiento nacional se presenta como una fase superadora de lo representado por el
yrigoyenismo en su momento. Las debilidades y la crisis del radicalismo en la década del treinta no
pueden explicarse, para Puiggrós, a contra mano de las debilidades que atraviesan al mismo
yrigoyenismo cuando gobierna:
Pero, frente a esto, bien podríamos preguntarnos por los fundamentos de esa línea de
continuidad del movimiento nacional. La respuesta para Puiggrós está en un lugar que remite a la
diferenciación entre democracia real y formal. Las formas políticas remiten a la democracia formal,
y en el mejor de los casos pueden ser un instrumento para la expresión de la autodeterminación de
las masas populares -como el radicalismo en su momento-; pero también pueden vaciarse de
sentido y transformarse en un elemento más de la partidocracia de la democracia formal:
Una larga y amplia perspectiva del proceso ascendente de la causa del pueblo, con sus
ciclos de avances y retrocesos, los reveses de esa causa preparan su victoria final
definitiva. El polifacético frente contubernista pretendió dar por muerto o inexistente ese
determinismo, que no reside sólo en los hechos, sino también en la voluntad de poder y
autodeterminación de las masas populares argentinas. Y presentó al derrocamiento de
Yrigoyen como prueba indiscutible y para siempre del fracaso del proyecto nacional y
popular que la figura idealizada del caudillo llevaba implícito. 80
Para Puiggrós entonces, el que Hipólito Yrigoyen fuera vencido el 6 de septiembre de 1930
es un sofisma. Junto a este sofisma que hiere los fundamentos de continuidad del movimiento
nacional, a Puiggrós le interesa destacar otro de igual relevancia:
Con ambas operaciones, Puiggrós logra presentar todos los acontecimientos de la década
del treinta, incluso el involucramiento de las fuerzas armadas en el poder y la alvearización del
radicalismo, cuidando la coherencia de su argumentación de fondo. En su batallar elige sus
enemigos en la discusión teórica precisamente en aquéllos cuyas argumentaciones pondrían en
cuestión esa coherencia.
Hay en toda la obra un obvio distanciamiento de la historiografía tradicional; también una
diferenciación más puntual de algunos de sus contemporáneos que pueden ser confundidos, por
un lector no advertido, como compañeros de ruta. 82 Pero no son estos distanciamientos en los que
se demora Puiggrós en su texto; su preocupación fundamental está centrada en enfrentar a la
intelligentsia promotora de esas imágenes que él viene a recusar. Y esa intelligentsia encarna
fundamentalmente en dos actores: el partido Comunista y los representantes de la Sociología
científica.
El enfrentamiento con el partido Comunista es parte de ese distanciamiento-diferenciación
que ya señaláramos en Ramos. En Puiggrós por razones que rápidamente se descubren en su
historia personal, esta diferenciación parece ser más necesaria, a pesar de que la capacidad de
adjetivación de Ramos puede disimular esta situación. En Puiggrós el partido Comunista está
siempre y en todas partes, tanto que logra desviar su texto sobredimensionando la presencia del
partido en la historia argentina. Explícita o implícitamente la discusión con su vieja "familia"
atraviesa todo el texto, no sólo cuando el partido Comunista aparece como un actor de la política
argentina, sino en las imágenes de la historia argentina que el partido Comunista ha contribuido a
internalizar en el sentido común de los argentinos. De esas imágenes, la del militarismo como la
causa fundamental de los problemas nacionales contemporáneos es, sin duda, la que más le
preocupa y a la que más páginas dedica para discutir.
Si en su distanciamiento de la izquierda ortodoxa Puiggrós no resulta demasiado original,
tampoco podría juzgarse como novedoso su enfrentamiento con el sector de la sociología
No están aquí resumidos claramente los ejes temáticos que constituirán la agenda del
"encuentro" entre nacionalismo e izquierda en el fenómeno de movilización social que gana a la
sociedad argentina desde 1969, hasta fundirse en una nueva experiencia peronista (73-76), y del
que Puiggrós es uno de sus teóricos más relevantes?
Es esa pasión por influenciar directamente en los acontecimientos, compartida con Peña,
con Ramos, con Luna y, aunque de diferente manera, también con los autores que cuentan con el
paraguas académico, lo que impulsa a Puiggrós al análisis del pasado:
En las páginas que siguen se analiza el desarrollo de la sociedad argentina a través de sus
contradicciones internas, no como un proceso intelectual, sino en función de una realidad
cambiante que desemboca en las grandes y trascendentales transformaciones que se
preparan en medio de la descomposición del viejo orden en agonía. Aspiramos a
proporcionar al lector las premisas de un programa nacional de cambios sociales, dictado
por las contradicciones del proceso concreto, programa que a comienzos de la segunda
mitad del siglo XX tiene que inspirarse (para no caer en la mezquindad de lo inmediato) en
la ambición del hombre que conquista los espacios, arranca a la naturaleza sus íntimos
secretos y descubre las leyes objetivas rectoras de la comunidad en que vive. 88
Es esa pasión, que signó a los años sesenta, lo que impulsa a todos los autores de nuestro
recorrido a tropezar -con el joven Ciria- a cada rato con nuestro pasado.
87 Ídem, tomo 3. págs. 382-383. Nótese que Puiggrós habla de noviembre y no de septiembre del 55, dejando
al margen a Lonardi.
88 Ídem, tomo 1, págs. 51-52.