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3.

La libre navegación de los ríos


Por decreto del 28 de agosto de 1852, Urquiza declaró la libre navegación
de los ríos Paraná y Uruguay para los buques de cualquier bandera, principio en el
que estaban especialmente interesadas Brasil, para lograr un fácil acceso a Matto
Grosso, y Francia e Inglaterra, por razones económicas, habiendo enviado éstas a
los diplomáticos Saint-Georges y Hotham respectivamente a tales efectos. Estos
tenían instrucciones de bregar por una libertad de navegación otorgada mediante
tratados y no meramente mediante decretos 133.
El principio de la libre navegación de los ríos interiores, que ningún país
estaba obligado a reconocer porque no era postulado de derecho internacional,
fue definitiva conquista de las potencias extranjeras gracias al artículo 26 de la
Constitución Nacional recién dictada. Sin embargo, Francia, Estados Unidos e
Inglaterra exigieron una ratificación contractual, cosa a la que Urquiza accedió
mediante los tratados celebrados con esos tres países el 10 de julio de 1853, en
los que se concedió además a dicha potencias, la cláusula unilateral e
incondicional de la nación, más favorecida y la neutralización de la isla Martín
García en caso de guerra 134; estos tratados le fueron urgidos a Urquiza como
condición para mediar entre él y Buenos Aires con motivo del fracaso del sitio de
Lagos, por las tres potencias favorecidas, que así se cobraban con buenos
honorarios un trabajo provocado por desventuradas querellas.
Las consecuencias de la libre navegación de los ríos interiores han sido muy
bien resumidas por Jaime Gálvez: “La institución de la libre navegación de
nuestros ríos ha amenguado la soberanía territorial argentina, ha debilitado la
defensa militar de los ríos y la de los centros vitales de la Nación, ha sido un factor
disolvente de la unidad nacional y de la argentinidad; ha destruido la navegación
de cabotaje existente en 1852 y ha reprimido la posibilidad de tener una verdadera
marina mercante propia; no ha distribuido las riquezas como querían las provincias
ni disminuido la absorción del “puerto único”; y por reflejo trajo un régimen
económico que no comulga con las necesidades permanentes del país” 135. A
renglón seguido, Urquiza hizo balizar los ríos por la marina de guerra británica
136. Al inaugurar el período legislativo de 1855 decía: “El Gobierno de la Nación
cree que la suprema ley del país, la Constitución, haciendo libres nuestros ríos al
tránsito de todas las banderas, los ha colocado en la misma situación que el río de
la Plata o que el mar” 137, Cosa no admitida para el Mississipi, el Amazonas, el
Sena o el Támesis por las respectivas potencias que ejercían soberanía sobre
ellos era concedida ufanamente por nuestros desaprensivos hombres de estado
para todo el mundo.

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