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El documento resume la declaración de libre navegación de los ríos Paraná y Uruguay en 1852 por parte de Urquiza, y los tratados posteriores de 1853 con Francia, Estados Unidos e Inglaterra que ratificaron este principio. También resume las consecuencias negativas de la libre navegación según Jaime Gálvez, como menguar la soberanía territorial argentina y debilitar la defensa militar, entre otras.
El documento resume la declaración de libre navegación de los ríos Paraná y Uruguay en 1852 por parte de Urquiza, y los tratados posteriores de 1853 con Francia, Estados Unidos e Inglaterra que ratificaron este principio. También resume las consecuencias negativas de la libre navegación según Jaime Gálvez, como menguar la soberanía territorial argentina y debilitar la defensa militar, entre otras.
El documento resume la declaración de libre navegación de los ríos Paraná y Uruguay en 1852 por parte de Urquiza, y los tratados posteriores de 1853 con Francia, Estados Unidos e Inglaterra que ratificaron este principio. También resume las consecuencias negativas de la libre navegación según Jaime Gálvez, como menguar la soberanía territorial argentina y debilitar la defensa militar, entre otras.
Por decreto del 28 de agosto de 1852, Urquiza declaró la libre navegación de los ríos Paraná y Uruguay para los buques de cualquier bandera, principio en el que estaban especialmente interesadas Brasil, para lograr un fácil acceso a Matto Grosso, y Francia e Inglaterra, por razones económicas, habiendo enviado éstas a los diplomáticos Saint-Georges y Hotham respectivamente a tales efectos. Estos tenían instrucciones de bregar por una libertad de navegación otorgada mediante tratados y no meramente mediante decretos 133. El principio de la libre navegación de los ríos interiores, que ningún país estaba obligado a reconocer porque no era postulado de derecho internacional, fue definitiva conquista de las potencias extranjeras gracias al artículo 26 de la Constitución Nacional recién dictada. Sin embargo, Francia, Estados Unidos e Inglaterra exigieron una ratificación contractual, cosa a la que Urquiza accedió mediante los tratados celebrados con esos tres países el 10 de julio de 1853, en los que se concedió además a dicha potencias, la cláusula unilateral e incondicional de la nación, más favorecida y la neutralización de la isla Martín García en caso de guerra 134; estos tratados le fueron urgidos a Urquiza como condición para mediar entre él y Buenos Aires con motivo del fracaso del sitio de Lagos, por las tres potencias favorecidas, que así se cobraban con buenos honorarios un trabajo provocado por desventuradas querellas. Las consecuencias de la libre navegación de los ríos interiores han sido muy bien resumidas por Jaime Gálvez: “La institución de la libre navegación de nuestros ríos ha amenguado la soberanía territorial argentina, ha debilitado la defensa militar de los ríos y la de los centros vitales de la Nación, ha sido un factor disolvente de la unidad nacional y de la argentinidad; ha destruido la navegación de cabotaje existente en 1852 y ha reprimido la posibilidad de tener una verdadera marina mercante propia; no ha distribuido las riquezas como querían las provincias ni disminuido la absorción del “puerto único”; y por reflejo trajo un régimen económico que no comulga con las necesidades permanentes del país” 135. A renglón seguido, Urquiza hizo balizar los ríos por la marina de guerra británica 136. Al inaugurar el período legislativo de 1855 decía: “El Gobierno de la Nación cree que la suprema ley del país, la Constitución, haciendo libres nuestros ríos al tránsito de todas las banderas, los ha colocado en la misma situación que el río de la Plata o que el mar” 137, Cosa no admitida para el Mississipi, el Amazonas, el Sena o el Támesis por las respectivas potencias que ejercían soberanía sobre ellos era concedida ufanamente por nuestros desaprensivos hombres de estado para todo el mundo.
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