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FUIMOS AL RÍO // ARIEL BERMANI (ARGENTINA)

Fuimos con papá


los tíos
el abuelo.
Todos hombres, éramos.
En realidad
yo era un chico
de catorce años,
quince.
Viajamos
en el colectivo
que manejaba papá
el interno 39
de la Empresa San Vicente.
Salimos a la madrugada
del sábado
y dormimos en los colchones
que los tíos
desparramaron por el piso.
Papá manejó todo el camino
y se fue durmiendo
-siempre se dormía
manejando
de noche-
por eso los tíos
y yo nos turnamos
para darle charla.
Llevamos damajuanas
sifones
un anafe
con garrafa
una heladerita con hielo
y mucha comida.

Fue la última vez


que los acompañé
en uno de esos
fines de semana
a puro tango
frío
truco
a pura tararira
palometa
dientudo
boga
dorado
surubí.

Me gustaba ese rito


que establecían
los pescadores
combinando el silencio
de la madrugada
con el humo de los cigarrillos
y los vasos de vino.
Distribuidos por el muelle
frotándose las manos
en la ropa
para aguantar el frío.

Mi abuelo era el encargado


de preparar las picadas
con fiambre, quesos, aceitunas.
El hermano del tío Chicho
que tenía un restorán en Sicilia
y casi no hablaba español
fue nuestro cocinero.
Lo que recuerdo de él
es que cortaba las cebollas
por la mitad
antes de pelarlas.
El tío Chicho no tenía una tarea fija
se la pasó tratando
de apretarme los testículos
para decirme
chiflá nene, chiflá.
El tío Juan
se ocupó
de tomar vino puro
y contar chistes verdes.
Yo
me encargué
de mantener su vaso
siempre lleno.

Ahora soy más viejo


de lo que era mi viejo
en ese momento.
Más viejo que mis tíos
pero menos que mi abuelo
que Chicho, que su hermano.
De todos los que fuimos al río
sólo el tío Felipe
el tío Alberto y yo
no estamos muertos.

Mi abuelo
disfrutaba
de la comida abundante
de tocar la mandolina
de las conversaciones
y del amor.
Fui el varón
con el que soñaba
después de cuatro hijas.
Paseábamos en su camioneta
me preparaba picadas
con mucho salame
-yo amaba el salame-
y me contaba cientos de veces
las mismas historias.
Era un tipo gracioso
pícaro
gordo.
Con el tiempo me enteré
además
que era mujeriego.
Una vez
según le contó a mi viejo
y mi viejo me contó a mí
estuvo hablando con una señora
desconocida
durante un viaje en tren
y le propuso
sin vueltas
que fueran a un hotel.
Ella le dijo que sí
y en Constitución
cuando se levantó
mi abuelo comprobó que
la señora era renga.
Igual le hice el favor,
fue lo que le dijo a mi viejo
y mi viejo me lo dijo a mí.
Mi abuela nunca se enteró
de estas cosas
él llegaba del trabajo
le daba de comer en la boca
y la llevaba a la cama
abrazándola.

El tío Chicho
era tío de mi mamá.
Murió a los ochenta y pico
viudo.
Perdía y ganaba propiedades
al póker
prestaba plata
y llevaba a remate
a los que no le podían pagar.
Siempre atendió su carnicería
turnándose con el hijo.
Siempre atendió su carnicería
turnándose con el hijo
que además de los cortes
de carne y de pollo
vendía cocaína
cuando el padre no estaba.

En sus últimos años


Chicho
arregló con una vecina
para que lo visitara los martes
y los viernes
de tres a cuatro de la tarde
a cambio de una suma
de dinero.
Todos en la familia sabían
que él no estaba para nadie
esos días.
Eran visitas donde la fogosidad del tío
ayudada por alguna pastilla
que le había recetado
el cardiólogo
se ponía de manifiesto con gemidos
gritos
y el ruido de su cama
que se escuchaba
incluso
desde la vereda.
El tío Felipe habló
de algunos
de sus viajes de pesca.
El tío Luis
habló de fútbol,
era fanático de Boca.
Fue el primero en morirse,
en un accidente
pocos años
después
de aquel viaje.
El tío Chicho y el abuelo
contaron historias
de la guerra.
El tío Alberto
no hablaba
y en general
se reía
cuando le decían
vos Fosforito
portate bien porque
le contamos a tu mujer.
Todos le decíamos Fosforito
menos papá
que estuvo ensimismado
en esos días,
serio
fumando.

Según papá
Fosforito lo fue a ver
hace algunos años
y le dijo
Roberto:
Anita está embarazada
pero yo no la toqué.
¿Y quién fue? ¿El espíritu santo?,
respondió papá.
Fosforito se rió y le dijo
estábamos chapando
y no sé cómo pasó.
Entonces papá
convenció a mi abuelo
de que ya era el momento
después de tres meses
de noviazgo
y pidieron fecha
en el civil y en la iglesia.
Que rápido quedó embarazada
la nena,
dijo mi abuela.
Mi tía murió joven
era medio tartamuda
pero cuando rezaba
no se le notaba.
Llegó a pastora evangelista.

Hace trece años


papá estaba preparándose
para la operación
nos vimos ese día
y también al día siguiente
el veintitrés de noviembre
antes de que lo llevaran
al quirófano.
Papá no podía saber
que la charla que tuvimos
antes de la operación
sería nuestra
última charla.
Tampoco podía saber
cuando fuimos a pescar
con los tíos y el abuelo
que le quedaban
veinte años
de vida.
Parece mucho
-veinte años-
y también parece poco.

Nunca fui bueno para pescar


a pesar de que me gusta 
esa ceremonia
silenciosa
larga
con sus ritos.
No es falta de paciencia
es algo 
completamente distinto. 
No puedo tocar los peces
agarrarlos
me gusta ver cómo los pescan
pero no puedo sacarles el anzuelo
tirarlos en el balde con agua
mirarlos a los ojos.
No es que me sienta 
un asesino
pero esos ojos
se meten en mí
y puedo pasar una semana
o más
soñándolos.

Cuando llegamos
papá se fue a fumar
mirando el río.
Los tres más viejos:
el abuelo
el tío Chicho
y su hermano,
se acomodaron
en los colchones
para descansar unas horas
antes del desayuno.
Los tíos se perdieron por ahí
ya tenían todo listo
para empezar el día
pescando.
Supongo que serían
las cinco
o las seis
de la mañana.
Yo elegí uno de los libros
que había llevado
y me instalé
debajo de un árbol
con la intención de pasarme
la mañana leyendo
pero mucho no leí.

Creo que fue uno de los pocos diálogos


que tuve con el tío Alberto,
alias Fosforito.
Apareció de golpe
yo estaba leyendo y al ver su sombra
tan repentina
me asusté.
Él se rió
-se reía por todo-
y me dijo qué leés.
Marx, contesté
El dieciocho brumario de Luis Bonaparte.
¿Es una novela?
No del todo.
Ah, dijo y volvió a reírse.
Como vi que no se iba
cerré el libro
dejando un dedo aprisionado
en la página donde
interrumpí la lectura.
Vos, dijo, ojo, eh, dijo.
No entendí, pero quise ayudarlo
-a este lo manda mi viejo
pensé
o peor
se manda por su cuenta-.
¿Con las chicas, decís?
Movió la cabeza hacia delante
sonriendo más que antes.
Hay algunas que no son
tené cuidado.
¿Qué no son chicas?
Que no son mujeres
¿Te pasó?
Ojo con eso, contestó.
Y lo vi alejarse
con la cabeza levantada
las manos en los bolsillos.

Para el truco
las parejas se armaron
de un modo
espontáneo:
mi viejo y yo
tío Felipe y tío Luis.
Fosforito
que se quedó suelto
le preguntó al tío Chicho
si podían jugar juntos.
Si no hay más remedio,
dijo Chicho
y tiramos los reyes.
El primer rey me tocó a mí
ya estábamos adentro
el segundo le tocó
al tío Luis,
que se pasó las manos
por el pelo
aplastándolo.
Mavaffanculo,
dijo Chicho.

¿Algún problema aparte de la cara?


me dijo el tío Luis.
¿Tenés para el envido?
dijo papá.
Quiero
dijo el tío Felipe.
El problema no son las caras,
dije
y repetí una frase
que había leído a la mañana,
el problema es la acumulación
de riqueza
por parte de unos pocos
que es lo que genera
acumulación de pobreza
para la mayoría de la población.
Tu pibe lee muchos libritos,
dijo el tío Felipe.
Cantá,
dijo papá.
Veintidós,
dije.
Treinta son mejores,
gritó el tío Luis.
Treinta y tres,
dijo papá
sin levantar la voz
y dibujó dos rayitas mas
en el papel.

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