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Para Freud, la sexualidad humana es una de las principales vertientes de la energía vital
que mueve el comportamiento del ser humano. Esta energía, a la que denominó libido, es la
fuente de los impulsos que hacen que tendamos hacia ciertos objetivos a corto plazo y, a la vez,
obligan a otras instancias de nuestra psique a reprimir estas tendencias para no ponernos en
peligro o no entrar en conflicto con el entorno en el que vivimos.
Con respecto a la sexualidad infantil, sostiene que los niños tienen impulsos sexuales;
dicho instinto sexual o libido con lo denominaba, se desarrolla en determinadas fases, que a
partir del neonato, transita necesariamente por diferentes zonas erógenas del cuerpo humano.
Así, en su teoría del desarrollo psicosexual, propone que en los primeros años de nuestras vidas
atravesamos distintas etapas de desarrollo vinculadas a la sexualidad y que la manera de
comportarse de una persona dependerá del modo en el que las haya afrontado.
De este modo, tenemos que la idea de atribuir en sus teorías gran énfasis a la sexualidad,
aunado a sus concepciones revolucionarias para la época, le hicieron ganar críticas y opositores
que tildaron a su teoría de pansexualista; sin embargo pese a las limitaciones históricas, Freud no
abandonó sus ideas y a día de hoy son un gran aporte para el estudio de la sexualidad.
PANSEXUALISMO
En tal sentido, “pansexualismo” viene a ser un término despectivo con el que se referían a
las teorías de Freud, la cual fue acuñada por sus críticos a principios del siglo XX para oponerse
a su hipótesis de que la mayoría de las conductas humanas derivan de los instintos sexuales.
La libido es el instinto sexual, que tiene como función la reproducción, de tal manera que
se preserve la especie. Parte de la fuente del instinto, el cual tiene bases somáticas, biológicas y
fisiológicas, continuando con la excitación, el cual tiene como origen un representante psíquico
que es el carácter imperioso, representantes ideáticos y afectivos; finalmente el hito o meta, que
es un medio para alcanzar el objetivo del instinto.
Jean Laplanche (1969), tras una minucioso análisis nos indica que la palabra “pulsión”
(“trieb”, en alemán), hace referencia a la fuerza que se impulsa hacia una dirección no
determinada, es decir; una fuerza impulsora sin objeto prefijado, y provocando así la necesaria
consecuencia de no poder establecer un objeto sexual natural, imperativo, en todo caso, sólo
típico, con el fin de calmar o suprimir un estado de tensión.
La fijación es la proyección de la libido, que se basa en la dependencia emocional, con
connotaciones erótico-sexuales, hacia un objeto de la infancia, y que persiste en la vida posterior.
Provocando que el sujeto tenga problemas para establecer nuevos vínculos emocionales.
También se utiliza este término para señalar el hecho de quedarse ligado a una de las etapas de
desarrollo psicosexual y no avanzar en su normal desarrollo por las siguientes.
La sexualidad para Sigmund Freud significa todo aquello que se relaciona con el placer
que se desarrolla en determinadas fases, que a partir del neonato, transita necesariamente por
diferentes zonas erógenas que llevan por sede el mismo cuerpo humano, lo cual lo divide en 5
fases, la oral, anal, fálica, latente y genital.
La zona erógena son los impulsos de placer que buscan los niños, las cuales se centran en
un área diferente del cuerpo en cada una de las etapas de desarrollo psicosexual. Para Bloch,
cualquier órgano puede funcionar como una zona erógena.
La etapa anal es la segunda etapa psicosexual, que abarca aproximadamente desde los 2
años de edad hasta los 4 años de edad. La libido está ligada principalmente a la excitación de la
zona erógena anal, satisfaciéndose por medio de la expulsión y retención de heces, ya que recién
el niño recién está aprendiendo a controlar sus esfínteres. El niño se siente satisfecho cuando
cumple los deseos de sus figuras parentales, al avisar cuando tienes ganas de miccionar y/o
defecar, controlar sus esfínteres adecuadamente y el haberlo “hecho bien”. Sin embargo, siente
ansiedad a la vez, ya que se mantiene a la expectativa de como reaccionaran estas figuras ante su
conducta. Esto lleva a que el niño considere que sus heces son una especie de "regalo", porque
son una parte de él y representan su propia creación, agrandándole todas sus características y por
lo tanto, lo compartirán con los que se lo merezcan, en este caso sus figuras parentales. Es
fundamental realizar esta fase con éxito debido a que en esta etapa desarrollamos nuevas formas
de relación social, algo dicotómicas: la capacidad de soltar y aferrarse, repitiéndose este patrón
en otras conductas como acercarse y soltarse, acumular y descartar, aferrarse y arrojar. La
fijación pronunciada en esta etapa, puede provocar en el individuo una organización y pulcritud
excesiva. Sin embargo la privación de la fijación por el contrario podría generar un adulto
desorganizado e imprudente.
La etapa fálica ocurre entre los 3 y 5 años de edad. Es fundamental realizar esta fase con
éxito debido a que es fundamental en la estructura de la personalidad, asimismo, la fijación en
esta etapa, puede provocar futuros problemas de identidad sexual. Básicamente es cuando el niño
descubre la diferencia de los genitales masculinos y femeninos.
El conflicto que se produce en esta etapa fálica, se caracteriza por la presencia simultánea
y ambivalente de deseos amorosos y hostiles hacia los progenitores. Así, el Complejo de Edipo
se refiere al surgimiento de nuevos descubrimientos del mismo niño, donde se fija en el
progenitor del sexo opuesto, en este caso la madre. El mismo que va acompañado con el temor
de castración. En donde el niño ve a su padre como un rival, debido a que descubre que tiene
pene y su padre también. Mostrando actitudes combinadas, sentimientos o emociones opuestas
hacia su padre. Las cuales se caracterizan por el deseo del niño, en desplazar a su padre,
deseando que la atención de su madre sea solo para él.
En este sentido, también es importante resaltar que aquí el niño empieza a reconocer las
diferencias de género y que él pertenece a uno determinado, y esto lo aprende debido al observar
a su padre, como papel masculino y a su madre, como papel femenino. Entonces, al saber cuál es
su sexo, empieza a imitar las conductas y comportamiento de este, es decir, empezará a imitar al
progenitor de su propio sexo y así aprende a comportarse según su sexo. A su vez, también
influye sus relaciones amicales, donde interactúa con niños de su edad de diferente sexo.
Se llega a la conclusión que los primeros 6 años su vida gira en torno a la formación y la
comprensión de la propia identidad. Durante estas edades, el niño llega a comprenderse a sí
mismo y reconoce su lugar en la familia, su lugar con la madre y el padre, y la diferenciación de
género. El único peligro aquí es que se estanque en una determinada etapa. Es recomendable que
estas manifestaciones de la sexualidad infantil no deben ser ni estimuladas ni prohibidas por los
adultos, es mejor opción no intervenir alrededor de los cinco a los seis años.
La etapa de latencia inicia con la declinación del complejo de Edipo, entre los 6 años
hasta la pubertad. Aquí el aspecto sexual se encuentra en un estado latente, es decir, que pasa a
un segundo plano y surgen nuevos descubrimientos, conocimientos y habilidades, enfocados en
otros aspectos de la vida, es decir, dirige la energía sexual hacia otras actividades asexuales.
Es interesante el hecho de saber que existe un equilibrio en nuestro propio ser, conforme
vamos desarrollándonos, nuestro foco de atención se va sincronizando con los nuevos
conocimientos adquiridos y manera en cómo nos relacionamos. Cada etapa es importante y
exacta para cada edad, y la etapa de latencia surge como una forma de expandir más otros
conocimientos y tener esa estabilidad entre la etapa de latencia y la etapa genital.
La etapa genital es cuando el adolescente joven o púber comienza a desarrollar una
madurez más plena de su sexualidad, ya habiendo pasado por las anteriores etapas que
contribuyeron a su aprendizaje, el o la adolescente empieza a integrar sus conocimientos y
adquiriendo otros, como la información que recopilará al juntarse con seres de su mismo sexo y
edad, que le aportarán conceptos muy específicos de su género, y que podrá dilucidar
pensamientos de sus pares sobre el género opuesto, es así que formará conductas propias de su
género y que lo diferenciará del otro. A su vez llegará a sentir cierta repulsión por el género
opuesto en un principio. Es lo que se estimó que debía de pasar en una cultura propiamente
heterosexual, sin embargo, en la actualidad este concepto de desarrollo de identidad sexual puede
extenderse a muchas otras vertientes y definiciones, pero se puede mantener la idea central que
es el desarrollo de una identidad propia. Posteriormente la repulsión se transformará en un
interés de atracción, llegando a enamorarse de alguien que tiende a tener más edad que este y que
siente que le será muy difícil alcanzar. Después, llegará a fijarse en alguien con quien podrá
iniciar alguna relación amorosa, sin embargo, esta tenderá a durar poco, pero ya será una
experiencia que tendrá de cómo son las relaciones de pareja. Llegará a explorar su cuerpo, y el
del sexo opuesto. Con el tiempo sus relaciones de pareja serán más duraderas y habrá mayor
preocupación de cómo se sienta la otra persona y sus deseos, también iniciará su vida sexual
propiamente dicha. Es aquí cuando necesitará mayor información sobre esta y soporte saludable
de amigos y de su familia que hagan sentir al adolescente que el desarrollo sexual es normal. Un
tema importante es la masturbación que se da en los varones más que en las mujeres, por temas
culturales tienden a suprimir sus deseos y exploración las féminas, siendo esto un grave
problema en nuestro contexto social, tal es el caso de abundantes mujeres neuróticas.
Freud, S. (2012). Tres ensayos sobre teoría sexual. Buenos Aires: Alianza Editorial.
Lothane, Z. (1998). El eterno Freud: el método frente al mito y la malicia de los detractores de
Freud. Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, 18(66), 269-292.