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La manada

Guadalupe Campos

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Se está haciendo un poco tarde. En el arenero quedan apenas dos nenes sucios, desafiándose a

los gritos en las hamacas. Juegan una carrera, saltan desde el punto más alto al que pudieron llevar

sus asientos de madera y corren hasta la calesita. Gana la nena, que se sube, se ríe y empieza a hacer

girar el artefacto con fuertes manotazos al volante del centro. Él protesta y le echa una bola de arena

húmeda, que no da en el blanco y se estrella en uno de los asientos, pero también se ríe. Después se

sube de un salto, para ayudarla a acelerar.

Él trata de mirar entre las vueltas, todo lo fijo que se puede desde arriba de una base que hace

girar el mundo y confunde los bordes de las cosas. Reconoce apenas un bulto difuso entre los árboles

de la izquierda, al lado de la fuente. Ella prefiere mirar hacia el suelo para no marearse, ver la arena

que se seca, se desgrana, se desliza hacia los bordes, se dispara, y se dispersa.

Desde atrás de un árbol un perro gris, enorme, sarnoso, casi un lobo de cuento de hadas,

olfatea el aire y gruñe.

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Nota general

La idea de realizar una recopilación de testimonios acerca del lamentable y aún inexplicado

período que debimos soportar los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires durante casi un año tuvo, en

su génesis, el propósito de servir de documento, con el fin de fijar y recordar la reacción real de los

porteños ante semejante desastre absurdo, antes de que interpretaciones tardías tergiversaran los

recuerdos y construyeran una imagen, si bien más digna, menos fiel a los hechos. En el propósito previo

se esperaba entonces buscar materiales escritos o audiovisuales de toda clase, con preferencia aquellos

que no hubieran sido difundidos en medios formales, y optar sólo muy de tanto en tanto por enriquecer

nuestra recopilación con lo que abunda en otros trabajos por el estilo: materiales periodísticos que nos

llegaran a las manos y que aportasen al marco general de los otros textos transcritos.

Después de las intenciones llegó la parte práctica, y las cosas cambiaron bastante. Por empezar,

cuando me tocó buscar colaboradores, luego de reflexionar un poco y mirar por tardes interminables mi

cuaderno de apuntes con el plan de trabajo, preferí convocarlos entre gentes tan poco capacitadas para

la tarea como yo, con quienes pudiese realmente compartir las inquietudes y, eventualmente, alguna

noche en vela con mate y cerveza. Posiblemente ese último haya sido uno de los pocos propósitos

previos en surtir el efecto deseado. Como consecuencia inmediata de esto, sobrevino la tal vez benéfica

irresponsabilidad y caprichosa falta de criterio que el eventual lector puede encontrar en las páginas que

siguen.

Además estuvo el problema nada menor de conseguir los materiales adecuados. Aquí toca

agradecer en primera instancia a Daniela, por su preocupación y dedicación, que trajo como resultado

una hermosa colección de grafittis, relatos orales, recortes extraños de diarios y materiales por el estilo.

A Gonzalo, por los registros de audio, video e imagen conseguidos en Internet, pese a que casi no los

hayamos usado. Y muy especialmente a Julia y a Diego, que hicieron los dos aportes que cambiarían

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irremediablemente el rumbo de este escrito para transformarlo, sin que supiéramos bien cómo, en lo

que terminó siendo: de parte de ella, una caja con cuadernos, anotadores y diskettes que le cedió una

compañera de trabajo de su hermano, de nombre Delmira Müllerstag. Y de Diego, los papeles en los

que Víctor Grinberg, hermano de una amiga, dejó un registro muy particular de sus vivencias en ese

período, que pudo entrar a la recopilación sólo porque la prohibición de tocarlos que dejó su hermana

Alba resultó poco efectiva desde la distancia.

Y por supuesto a Martín, por tipear una buena parte de lo que aquí presento, descifrar caligrafías

imposibles, incluir los pocos escritos hechos especialmente para esta recopilación que quedaron (bien

que a mi pesar), y por no abandonar nunca su principio fundamental de trabajo, según el cual sólo vale

la pena emprender aquello para lo que uno mismo es absolutamente incapaz de encontrar una utilidad

práctica.

Del cuaderno de Laura Cáceres

Después de los derrumbes las cosas se fueron poniendo complicadas, como era de esperarse.

Dicen los que saben que el porteño es capaz de habituarse a casi cualquier cosa, y hasta ahora parece

cierto, desde esta terraza de un edificio que en alguna época sirvió nada más que para colegio, y que

ahora, para desesperación del cuerpo docente, es también la vivienda de un grupo de sesenta personas.

Hay cambio de guardia entre el sol y la luna en un cielo naranja y violeta. Miguel parece haber

encontrado algo con qué entretenerse. Un perrito, veo. Me parece que es el beagle del psicólogo que

llegó ayer. Un gordo desagradable, peludo y roñoso (el dueño, no el perro), que se llama algo como

Costa o Acosta, creo. No presté mucha atención, más bien me quedé con su cara sudorosa y con su voz

aguda, áspera, que no encaja en lo más mínimo con esa masa baja y rojiza de carne humana que me

presentaron anoche.

Pero lo último que me importa ahora es el nombre de semejante cuasimodo. Lo que sí importa

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es que Miguelito juega con su perro, y yo tengo libertad para escribir acodada en la baranda sin

sentirme culpable.

Se hace necesaria una aclaración preliminar: no escribo por elección propia. Se me ocurrió abrir

la boca antenoche en la cena, y confesar (varios vasos de tinto barato de por medio) que en algún

tiempo escribí, y que cada tanto se me da por ese lado. Resultado: media docena de personas

aconsejándome que escriba sobre el desastre, sobre nosotros, algo como un relato testimonial y

desgarrador (ese fue Acosta, casi textualmente) que sirva de documento, y que de paso se venda bien.

En total, una tarea estúpida, ciclópea y completamente inútil que no tengo voluntad de emprender.

Tampoco tengo ganas de hacer un lamento (por lo demás nada sincero, pero eso lo sé recién

ahora, birome azul en mano) por quien fui alguna vez, por una ciudad dorada que nunca existió, y de

sumarle violines, oh bring back my Bonny to me incluido.

Por cosas como esas dejé de escribir, en su momento.

La responsable de que ahora emprenda esto, sin saber de dónde parto ni adónde quiero llegar, es

Delmira. Ella se mantuvo aparte del corso, callada, pero después de la cena, cuando ya las dos

estábamos lo suficientemente soñolientas y ebrias, me secuestró en el baño del primer piso para

hablarme. "Laura, me harías un gran favor si empezaras con ese cuaderno. Yo llevo unos apuntes,

sabés, pero no sé escribir y hay cosas que sería mejor que yo no las escriba: sería bueno que alguien más

se ocupara", creo que me dijo. Yo me negué, por supuesto, pero ella amenazó con no dejarme dormir.

Me aclaró que podía escribir sobre lo que me viniera en gana, que ya que somos personas cercanas todo

lo que yo diga puede servir. No me quedó muy claro qué es lo que quiere que haga, ni quién se supone

que lo lea, pero como se trata de Delmira, acá estoy, escribiendo sobre cualquier cosa, el clima, un

perro o Miguelito.

Hay una tranquilidad increíble. Por hoy, excepcionalmente, casi no hay críos entre los

refugiados. Queda Leticia, una nenita morenita de diez años, hija del matrimonio López. Walter, de

nueve, que está solo y se maneja como adulto. Patricio, un pichoncito asustado de siete, a cargo de su

abuela. Y está también Jimena, una chiquita bastante insufrible, de la edad de Miguelito, a quien

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aparentemente tiene que venir de Mendoza una tía a buscarla, y a quien por esta semana cuidamos un

poco entre todos. Cinco chicos, cincuenta y dos adultos de entre dieciocho y cincuenta, y dos viejos

octogenarios que se la pasan todo el día jugando al ajedrez en la terraza, de acuerdo al registro que

armó Héctor ayer. Y yo tendría que agregar, también, dos gatos y el beagle, porque los animales nunca

salen en las listas oficiales, pero vaya si ocupan espacio.

De todos modos, la población cambia prácticamente todos los días. En este momento está

entrando gente nueva por lo menos día por medio. No todos provienen de los derrumbes, eso es obvio,

pero acá mientras se mantengan las normas de convivencia, y el plantel docente no se entere, no hay

problemas a la hora de abrirle las puertas a nadie.

Como los registros se toman una vez por semana, hay gente que ni siquiera llega a ingresar a las

listas de los refugiados, y queda entre los desaparecidos por pura dejadez de dar parte de sobrevivientes.

Algunos no soportan las bolsas de dormir y se pagan un hotel, otros consiguen que un pariente perdido

los aloje, otros varios vienen a pasar una primera noche de derrumbados simbólica a los refugios pese a

tener adonde ir, y un número nada desdeñable lo representan los que, después de pensarlo un poco, se

van a la quinta del Ñato por las ventanas del tercer piso, para horror de las autoridades educativas del

establecimiento con las que compartimos el edificio, que no entienden el morbo natural de los

educandos que se paran a cuchichear al lado de las manchas de sangre de la vereda.

Después están las sombras, como dice Delmira. Pero a las listas de Delmira no tengo acceso. Ni

sabría creer en ellas lo suficiente para verlas.

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Noticias breves en Internet1

DATOS OFICIALES EN LA MIRA

Fuentes del Gobierno han salido a desmentir durante la tarde de ayer el dato proporcionado a los

medios de forma extraoficial por un funcionario de la flamante dependencia del Registro Civil dedicada

al rastreo y asistencia a las víctimas de derrumbes, el Registro de Sobrevivientes. El dato, difundido a

primera hora de ayer, elevaba el número de derrumbes a 212, mientras que el Gobierno insiste en su

cifra inferior a los doscientos casos.

La población se encuentra, de todos modos, alarmada, y se estima una emigración de alrededor

del 15% hacia las provincias, o a localidades aledañas.

<Para más información, click aquí.>

<Banner: Encuentra a tus compañeros de colegio, y la foto de un grupo de colegialas con

peinados de los ochenta, cejas abultadas y pantalón alto por encima de la camisa abuchonada>

1
Archivo de una página de información o de un diario, aunque no sabríamos decir de cuál. Gonzalo, que trajo estas notas en un
cd, las ordenó por fecha, pero se olvidó de copiar la fuente y no lo arregló jamás (N. de la R.)

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En el baño de mujeres de McDonald's de Florida y Sarmiento

[Tallado a punzón o vaya uno a saber qué]

Me llamo Damián, me gusta dar acilo (sic) nocturno a chicas solas. Si te quedaste sin ksa llamá

[Sigue un teléfono, característica de Palermo]

En los baños de cuanto bar se encuentre de Rivadavia al 3000 hasta el 4000, y en la puerta de varios

edificios públicos

[Fotocopia en blanco y negro con fotos de, reconociblemente, trabajadores de la oficina de AFIP de

Once entrando al trabajo, sacadas presumiblemente de contrabando con una cámara digital de baja

resolución, muy posiblemente la de un teléfono celular]

Peligro: Derrumbe de ortos por sobrecarga de peso

Del cuaderno de Laura Cáceres

Entre los derrumbados, pese a la enorme diversidad que nos caracteriza, pueden observarse

algunas manías llamativamente comunes. Es algo en lo que pude detenerme a pensar luego de que

alguien (no sé quién) desparramara la noticia de que yo iba a hacer una crónica acerca de nosotros: en

el lapso de veinticuatro horas ya recaudé treinta y dos notas de periódico en las que se narran derrumbes

(sin contar las seis repetidas), nueve series de fotos de antes y después en las que se ven las orondas

construcciones y luego sus tristísimas ruinas, y dos azulejos cascados.

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Ahí empecé a mirar con un poco más de atención, y empecé a notar algunas cosas que me

habían pasado desapercibidas. Casi todos nosotros cargamos entre nuestras pertenencias algo, al menos

una cosa, que esté relacionada con la casa que se nos vino abajo. Las notas de diario en las que se relata

la caída de la propia vivienda son ya un clásico. Dada la naturaleza misma de la gente que eligió eso

como recuerdo, sé que más de la mitad de los ejemplares terminaron en mi mesa de trabajo. La mía

incluida, hay que confesar, un recorte prolijo del Clarín de la mañana siguiente.

La de las fotos es un poco menos común. A la mayoría la imagen le choca, y casi todos tenemos

problemas para pasar por la cuadra en donde hasta no hace tanto se levantara nuestra casa.

Por lejos, lo más común son los objetos. Están, claro, las cosas que llegamos a salvar los que

tuvimos tiempo para eso, que entran casi en una categoría aparte. Pero también están los escombros.

Los dos azulejos (uno amarillo; el otro, en realidad, un vicri verde pintado de negro) son representantes

de un fenómeno mucho más amplio. Casi todos atesoran algún trozo de ladrillo, yesería o azulejo chico,

como si eso permitiera la fantasía de seguir sintiéndose en casa. Lo que pasa es que la mayoría de ellos

sabe que con un montón de desechos no mejora gran cosa la situación. Las cenizas no son documentos

válidos para los testigos de un incendio. Si esos fragmentos tienen algo que decir se lo dicen por lo bajo

a su dueño, en el código intraducible de los recuerdos.

Todo esto para decir que tengo la mesa cargada del lastre con el que se hundieron todos los que

me acompañan, y que no sé en dónde se supone que meta todo este naufragio, antes de que me

encuentre la luz, y con ella el apuro para dejar el aula en condiciones, antes de que lleguen los alumnos

de quinto grado B, que no tienen la culpa de que yo haya abierto mi bocaza con unos vasos de más. O la

señorita Lidia, con todas sus ojeras y sus pocas ganas de lidiar en buenos términos con los ocupas

desquiciados que le metió el gobierno en el edificio.

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Video: declaraciones del Sr. Jefe de Gobierno de la Ciudad a la prensa

[El hombre camina rápido, seguido por una horda de periodistas. Se le engancha la corbata con un

cable y tira, visiblemente enfadado. La tira en la sección de abajo de la página informa: "Datos

extraoficiales confirmados: ya van más de 200 derrumbes"]

— Pero por favor, a mí no me vengan con estupideces, que nosotros no tenemos la culpa.

Del diario de Víctor Grinberg2

Hoy anduve buscando un unicornio por San Telmo. No fue nada fácil. La mitad de los

anticuarios se rajaron cuando se derrumbó el segundo edificio en Guardia Vieja. Tuve que aguantarles a

los pocos que quedaron los llantos continuos sobre el turismo que se fue, la era dorada que ya no es más

y la ciudad que muerde. Y además también pobre el viejo que se volvió loco, dice que habla con los

muertos. Hay que verlo ahí, pucha si es triste.

Eso último lo recibí de parte de una rubia insulsa en el último negocio al que fui. El viejo

tomaba mate en una silla de hierro forjado, de las que en otro tiempo se usaban en los jardines, y se

acercó apenas me vio llegar con un unicornio muy sucio de porcelana en la mano. "Para vos, m'hijo,

tenelo a mano, en una de esas ayuda", me dijo, mientras su hija lo miraba como si quisiera causarle

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Lo que se trascribe es la primera entrada del diario, que ocupa tres cuadernos de tapa blanda y espirales. El comienzo un tanto
abrupto y la obvia naturalidad con la que Víctor pareció emprender el género nos hicieron especular mucho sobre la más que
factible existencia de cuadernos anteriores. Pero no hemos sido capaces de encontrar más que varios dibujos, algunas cartas,
algunos comentarios en las contratapas de sus libros y estos escritos, unidos prolijamente por una bandita elástica en el primer
cajón del escritorio de su autor. (N. de la R.)

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muerte súbita. Agradecí y me fui limpiando mi talismán roñoso contra mi remera. A juzgar por la rubia

no debía de ser nada barato, pero el viejo no me dejó pagar, y ella prefirió no contrariarlo.

Volví caminando a casa. Bita estaba muy rara cuando llegué, alrededor de las nueve. Estaba

parada en una esquina del comedor, mirando un punto indeterminado de la pared, con los brazos

cruzados. Puso cualquier excusa: que los derrumbes, que hay que ver si las grietas, que espero que no

hayas andado gastando lo poco que te da tu hermano. Estaba tan seria que cualquiera hubiera dicho que

había visto al Basilisco. Cualquiera que lo haya visto, se entiende.

Eso es algo que no termino de entender. Sé que lo veo en sueños, no estoy tan tocado (pese a lo

que digan Bita, y el amigo Gutiérrez, claro, con su pastillita rosa), pero también sé, no sé cómo, que no

soy el único. Lo veo en los ojos de la gente. Aún en el gesto de resignación de Alba cuando él consigue

quebrarme y ella es la única que me sostiene, aún en la risita discreta y poco comprometida de Hugo

por detrás de su infaltable café. Lo que pasa es que es más cómodo decir que el coso este no existe. Es

más realista, y el realismo ayuda cuando el mundo se pone enclenque. Si no fuese por los muertos y los

escombros, seguramente nadie querría admitir que hay derrumbes. Eso sirvió de válvula de escape.

Estoy seguro de que el viejo hoy estuvo a punto de frenarme y decirme algo del Basilisco. De alguna

manera el unicornio fue una forma encubierta de nombrarlo. Pero se contuvo. Cualquiera sabe que de él

no se debería hablar.

Del cuaderno de Laura Cáceres

Ahora Miguelito está tratando de aprender a escribir, y dibuja casi todo el tiempo. Héctor le

compra resmas de papel carta, y Esteban y Delmira se encargan de mantenerle una provisión constante

de crayones y de lápices de colores. Sigue callado todo el tiempo, pero anteanoche escuché que les

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decía algo a las sombras. Estaba en un aula vacía, y no sabía que yo andaba cerca. Tiene una voz

bastante grave para un chico de su edad, y arrastra un poco las erres. No mucho más tarde supo que lo

había llegado a escuchar, y se enojó muchísimo. Se pasó toda la cena sin mirarme de frente.

Cuando lo encontré pensé que era un chico sordomudo. Estaba sentado con un grupo de

personas que se habían quedado con lo puesto, frente a los restos de una torre que se vino abajo con

menos de dos minutos de aviso, apenas lo que tardó el edificio entre empezar a vibrar como un

masajeador a pilas y caerse, como todo el resto de los edificios3. De golpe, y para espanto de todos los

presentes, se derrumbó una torre de departamentos en la vereda de enfrente.

A él no se le movió un pelo, siguió mirando con la misma expresión para todas partes, como si

buscase a alguien. Como vi que nadie ahí tenía nada que ver con él, me lo llevé inmediatamente al

Registro de Sobrevivientes y lo inscribí allí con los datos que encontré en un cuadernito, en la bolsita a

cuadros de jardín a la que se reducían todas sus pertenencias: Miguel Ángel Chiarino, nacido hace

cinco añitos, un seis de abril. Nadie hasta ahora lo reclamó, así que por el momento estoy a su cargo.

Me mira escribir, y sé que hace su mejor esfuerzo por adivinar el sentido de mis garabatos

desprolijos sobre el papel. Le leo unas líneas del primer párrafo, se sonríe de saber que hablo de él, y se

vuelve a sus hojas. Para hacerme un barquito de papel y regalármelo.

3
El aviso promedio, según lo que informaban los diarios, era de una hora y media, durante la cual las paredes vibraban casi
imperceptiblemente, las lámparas (de haberlas) se movían y aparecían las primeras grietas en la estructura. El consejo oficial era
entonces salir y llamar a la Guardia, que por la magnitud del temblor determinaba el tiempo para salvar los muebles, antes de
que el edificio se viniera abajo. El derrumbe en sí siempre se daba de la misma manera: Primero el techo o terraza, lo que fuera
que estuviese en el último piso, que se resquebrajaba en círculos concéntricos, contra cualquier tipo de lógica existente.
Después ese techo se caía, y se llevaba limpiamente hacia adentro todo el edificio, piso por piso. Curiosamente ningún
derrumbe llegó jamás siquiera a dañar las construcciones circundantes. Lo único que se escapaba (en una cantidad también
asombrosa, eso sí) era una inmensa nube de polvo. El avance del temblor, dicen, era tremendamente regular, y los técnicos de la
Guardia (personal policial entrenado) ya al mes de comenzado el fenómeno podía hacer el cálculo con apenas unos tres o
cuatro minutos de error, a los que siempre le sumaban otros quince, por las dudas. El problema era la intensidad con la que el
edificio iniciaba el temblor: cualquier construcción podía también empezar a tambalearse como negra en carnaval de golpe y
porrazo, y venirse abajo en apenas segundos. (N. de la R.)

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En todos los diarios y revistas

SI SUS PAREDES VIBRAN, O ENCUENTRA GRIETAS NUEVAS EN SU EDIFICIO

LLAME AL

911

EN CASO DE DERRUMBE, CONSIGA INSTRUCCIONES COMUNICÁNDOSE

CON EL REGISTRO DE SOBREVIVIENTES DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES

0-800-13-DERRUMBE

GCBA

Del diario de Víctor Grinberg

Afuera hace un clima de los mil demonios. Hay un sol rabioso, que lastima los ojos y pone de

buen humor a las viejas. Así por ejemplo hoy me tuve que bancar a un ejemplar con changuito incluido

que seguramente piensa que se compró el mundo en cuotas con incontables años de aburrimiento, y que

quería convencerme/ordenarme/conminarme a que me corte el pelo. No se banca que un pendejo de

dieciocho años ande desgreñado y despreocupado por ahí porque ella a mi edad tenía que ser una

señorita. No soporta una melenita con rulos porque se está quedando pelada. Y menos que menos se iba

a bancar que se lo digan. Me quería pegar con la cartera, ni siquiera me aceptó la pastillita. Le habría

seguido discutiendo, de no ser por el canillita gordo devenido defensor de la Institución de la Edad,

sobre todo, supongo, porque la vieja así le compra su ejemplar cotidiano de La Nación o, quién sabe,

una revista Gente, para leer en la cola del banco sobre personas muy limpias en casas inmensas de fin

de semana que alguna sirvienta un poco lenta mantiene impecable, mientras ella espera para cobrar una

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pensión que más o menos zafa (para algo sirve un buen casamiento, m'hijita, aunque el pobre hombre

que en paz descanse haya resultado casi totalmente insoportable), para pagar las expensas de un

departamento que ya no se puede volver a refaccionar porque la plata cada vez rinde menos y hace rato

que no alcanza.

Email de Patricio Dávila a su novia, en Madrid4

Estoy bien mi casa sigue entera, no tengo ni luz ni telefono ni agua, porq todos los servicios de alguna

forma se cortaron cuando se derrumbo la torre de la esquina. Asi q te escribo este “email” desde el

centro, a la vuelta de la oficina, tanto como para q no te asustes si no te podes comunicar a casa. Ya se

que mama llamo y le salio una voz en of diciendo 'debido a derrumbes ocurridos en la zona a la que

usted intenta comunicarce algunas lineas han quedado fuera de servicio, sepa disculpar las molestias'.

Te podras imaginar, a la vieja casi mas le da un paro, encima como ando sin cel estubo como una hora

tratando de ubicarme y no podia... Hasta llamo al registro, imaginate...

Mejor te cambio de tema, no? Ya saque pasaje, asi que nos estamos viendo en tres semanas.... No sabes

como te extraño... Ya hasta empece con las valijas, y le compre una jaulita a pepona... Si, te la llevo,

sone la sorpresa como de costumbre...

La flia bien, dicen q cordoba esta hasta las manos, ahora se fueron con el tio omar a mina clavero, no se

aguantaban mas. De los tuyos no t cuento porq se q hablas y sabes mas q yo.

De los chicos, nos seguimos juntando los martes en el bar de claudio. Me imagino q adriana te habra ya

contado q a guille no lo encontramos por ninguna parte, ya lo buscamos por el Registro, por los

4
Mantenemos la rara ortografía original, pese a la rojísima exasperación del Word, y a la no menos colorada de mi colaborador
Martín Scarpe, que en estas ocasiones saca a relucir su maestra jubilada interior. (N. de la R.)

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refugios, por la familia, nada.... Te imaginaras como esta paula, mas vale q el otro aparesca y rapido o

esta termina de manicomio.

Bueno, no te amargo mas con baires. Te extraño mucho mucho mucho!

-------------------------------Pato.

Del diario de Víctor Grinberg

Alba se quedó de nuevo con la mirada perdida. Estaba tocando algo triste (una secuencia en La

menor que hace mucho que no le escucho) y paró de repente, en medio de la canción. Ni siquiera se dio

cuenta de que entré, de que ya no está más sola. Dejó los brazos cruzados sobre la caja de la guitarra, y

el mentón apoyado sobre ellos. Tiene el pelo malamente atado con una hebilla, y los mechones dorados

por la luz crepuscular que entra por el balcón le caen graciosamente sobre la cara. Hay papeles con

letras de canciones desparramados por todas partes. Sospecho que Merlín ha de haber estado

desordenándolos, como es su gatuna costumbre.

Transcribo la conversación ahora que se hizo un silencio, y aún puedo reconstruirla con cierta

exactitud, porque no tiene desperdicio:

—¿Dónde estás?

Ojos fijos en un punto indeterminado de la pared. Se diría que quería abrir una puerta con la

mirada. Silencio.

—Bita.

Silencio.

—Bita. Alba. Albita —nada—. Lobita, ¿estás?

Silencio.

—Alba Gabriela Grinberg del Pino.

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La vi pestañear. El apellido materno la sobresaltó un poco. Soy el único de los tres que puede

decir el nombre completo, con toda su incongruencia sonora, sin tener un acceso de recuerdo

desagradable.

—¿Qué? ¿Qué pasa?

—Nada. Quería saber si estabas, nomás.

Silencio incómodo.

—¿Qué?

—¿Qué cosa qué?

—Me estás mirando fijo a mí, ahora. Me ponés incómodo.

—¿Cómo es el Basilisco, Víctor?

—¿Para qué querés saber? Igual no existe, ¿no? —me burlé.

Apoyó el mentón en una mano. Miró por el balcón hacia la calle.

—¿Cómo es?

—Feo.

—¿Y?

—Por algo le digo Basilisco. Bah, por eso y por lo del ojo.

(Se dio vuelta y me miró. Eran los mismos ojos del viejo del unicornio, esos mismos que me

veo siempre en los espejos, si miro sin prestar demasiada atención)

—¿Qué tiene?

—Es un ojo solo. Muy verde. Muy chiquito. Te taladra cuando te mira. Es como

desproporcionado, con ese cuerpo bajito y encorvado.

—¿Y cómo camina?

(...)

—Como un mono. Es una mezcla de mono con víbora tuerta. ¿Suficiente? ¿Para qué querés

saber?

—Pregunto, nomás. Quiero saber qué es lo que te tiene así.

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—¿Y a vos?

—Los derrumbes, vi una grieta al lado de la puerta de calle.

—Bita, esa está desde que éramos chicos. No puede tener más moho porque no le entra.

En este punto ella volvió a la guitarra, y se puso a puntear la intro de un rock muy viejo, una de

las primeras cosas que aprendió a tocar. Yo salí tan discretamente como había entrado, y estoy

terminando de escribir esto en un bar.

Stencil

Es la señal de "hotel", con el techo partido en guiones y un pedazo cayéndose sobre lo que

vendría a ser la cabecera. Abajo, en imprentas mayúsculas: Hasta mañana, chicos

Del cuaderno de Laura Cáceres

Cuando por abril empezaron los derrumbes, de lo primero que se habló fue de atentados

terroristas. Nadie podía terminar de explicarse qué podrían llegar a querer unos musulmanes

trastornados con bajar un par de construcciones civiles en el culo del mundo, pero por las dudas se

tomaron todas las precauciones paranoicas del caso: se cerraron las vías de acceso y de salida de la

ciudad, se registraron los escombros de toda la primera serie de edificios ladrillo por ladrillo en busca

de rastros de explosivos, y se alertó a la población sobre posibles personajes sospechosos. En fin, todo

lo que se hace usualmente en estos casos.

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Al principio los derrumbes fueron esporádicos, a razón de uno por semana a lo máximo.

Durante el mes de junio no se derrumbó sino una casa vieja en Palermo. Alcanzó para que la prensa

inflara el asunto, para que (apenas se pudo) una multitud de gente se escapara a las provincias y para

que Estados Unidos aprovechara para volver a Medio Oriente a tirar unas bombas. Mientras tanto, al

octavo edificio todavía no había ni rastros de explosivos en los escombros y empezaban a verse lo raros

que eran en sí los accidentes, tan inmensamente regulares y aún así fuera de toda lógica.

Los investigadores, me imagino, se mirarían las caras con un poco de susto, mientras la prensa

más sensacionalista inventaba una confabulación maquiavélica en la que el Estado habría estado

encubriendo a los supuestos terroristas (de origen preferentemente palestino, claro), ante el terror de la

comunidad judía local. A eso hay que sumarle los golpes de cacerola para pedir explicaciones, que aún

ahora siguen siendo totalmente imposibles de dar.

No tengo voluntad de historiar esto. Supongo que va a formar parte de la Historia con

mayúsculas, y que lo último que falta es que venga yo a volver a narrar todo este zafarrancho. No voy a

tener nada que agregar, diga lo que diga Delmira

De la Recopiladora5

Acabo de renunciar por segunda vez en el día a tratar de poner los papeles en orden. Mis

iniciativas nunca suelen tener demasiado éxito, así que cuando yo empecé a pedir materiales para esta

recopilación tuve menos fe que en la yeta de los gatos negros. Esperaba, confiada, algún discreto aporte

5
Mi intención, al momento de comenzar a prologar y revisar estos escritos, era originalmente la de borrar todas las marcas de
nuestra presencia en los textos que no resultaran estrictamente necesarias. Pero tuve la mala idea de comentárselo a Martín, que
acto seguido guardó una copia en cd y amenazó con retirarme la palabra. Teniendo en cuenta que a esta altura la
responsabilidad por lo que aparece en este texto es tan mía como suya, debí ceder, por lo que los agregados en el cuerpo del
texto (frutos de mi frustración o de la imaginación de mis colaboradores) quedan, y van a mezclarse caóticamente notas
antiguas y nuevas, necesarias y aberrantemente gratuitas, sin mayor orden ni aviso. Tendré, de todas maneras, el cuidado de
avisar cuando sea él quien meta mano en el texto, prefiero no responsabilizarme de los actos de Martín Scarpe.
El lector sabrá perdonar, entonces, el tono informal de comentarios como este, pequeñas confidencias de trabajo que
él no me dejó borrar. (N. de la R.)

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compadecido de Diego o de alguna de mis compañeras del trabajo, no semejante avalancha de cajas,

cartas personales, fotos, filmaciones y buena voluntad. Una mano a tiempo puede salvarte la vida,

cincuenta pueden hundírtela.

Me quejo porque me gusta quejarme. Si tengo que decir la verdad, cuando, encima de todo,

apareció Diego con el diario del hermanito de Alba, me sentí Gardel. Y el hecho de que esto se esté

organizando y pasando a cinco manos no deja de llenarme de algo muy parecido al orgullo.

Nunca me gustaron los árboles de navidad armados con el gusto de los adultos, que compran

bolas de un solo color y un solo tamaño, como los que se arman en los shoppings. Así que, después de

todo, una mesa desordenada no es en absoluto un mal síntoma. Al cuaderno de Laura no le hubiera

venido nada mal el aire de alguno de los papeles que (no lo cuenta, pero me la imagino perfectamente)

de seguro devolvió con un falso discurso de agradecimiento a cada uno de sus anteriores propietarios. Y

no me extrañaría que, acto seguido, se haya deshecho de su lloradísima notita de Clarín, por miedo a ser

en algo igual al resto de los mortales.

Del diario Clarín6

Buenos Aires: ¿Campo de prueba de armas terroristas?

Nuevos descubrimientos de la policía apuntan a la posibilidad del uso de explosivos plásticos

con dispositivos termosensibles.

Según informó ayer el vocero de la unidad de explosivos de la Policía Federal, Gerardo Bruni, la

regularidad de los siniestros y su extraña distribución han hecho descartar a los peritos la posibilidad de

6
Nota aportada gentilmente por el verdulero de la vuelta, a modo de amortiguador para los posibles golpes que, se entiende,
puede recibir una media docena de huevos colorados. Uno llegó roto, la infografía no ha podido acompañar estas palabras
porque estaba pegoteada de clara cruda, y nuestra benemérita Recopiladora puso el grito en el cielo cuando el papel ya estaba a
cinco centímetros del cristal del scanner. (N. de M. S.)

19
causas naturales como explicación de los mismos. Nuevos análisis sobre materiales encontrados en los

sitios afectados han permitido sospechar la presencia de algún tipo de explosivo plástico. "Teniendo en

cuenta el hecho de que todos los siniestros han ocurrido sin excepción durante las horas del día, y

siempre con temperaturas iguales o superiores a los quince grados, se ha llegado a pensar en la

posibilidad de un nuevo tipo de explosivo plástico, activado por un dispositivo termosensible", explicó

Bruni. El mismo provocaría explosiones de baja intensidad en lugares estratégicos que podrían, de

todos modos, alcanzar a destruir la loza de un edificio y causar su derrumbe. Los dispositivos serían

colocados por sujetos altamente entrenados, durante horas de la noche, quienes posiblemente

alcanzarían las azoteas escalando por los muros de los edificios atacados. El grado de preparación que

esto requeriría y la complejidad de los explosivos, a todas luces de invención reciente, parecen señalar

hacia las organizaciones más desarrolladas del terrorismo internacional [...]

[En un cuadro destacado, más abajo, una serie de recomendaciones que todos nos cansamos de

escuchar]

- Organícese con su consorcio: dificulte el acceso y permanencia en las terrazas. Se sugiere el

uso de alambres de púa y de animales de guardia.

- Mantenga siempre las puertas cerradas. Cuando deje solo su domicilio, baje las persianas.

- No duerma durante horas del día. De precisar hacerlo, no lo haga solo. No permita que todos

los habitantes de la casa duerman a la misma hora, especialmente entre el mediodía y la media tarde.

- No permita la entrada al edificio de personas ajenas al mismo.

- Revise su terraza todas las mañanas. De encontrar algún artículo sospechoso, avise

inmediatamente a la policía y desaloje la edificación.

- Colabore con la policía. De poseer un equipo de cámaras de seguridad, busque grabar los

movimientos de la puerta de su hogar o empresa.

20
[Continuación de M. S.]

- Evite el uso de estufas contra el techo.

- No le abra la puerta a los testigos de Jehová. Por supuesto, esto se aplica para cuando los

derrumbes cesen también, por las dudas.

- No deje pasar al de Metrogás. Ni a los del cable. Mejor, no deje pasar a nadie.

- No mantenga relaciones sexuales en la terraza.

- Por favor, no se me caliente, ¿eh?.

Del cuaderno de Laura Cáceres

Sigo tratando de hacer hablar a Miguel. Probé todo lo que se me pudo ocurrir: pedirle, rogarle,

chantajearlo, tratar de forzarlo a opinar, narrarle historias delirantes sobre chicos que no hablan (y que

inevitablemente son devorados por la despiadada serpiente Lenguaraz), hacerle adivinanzas y llevarlo a

ver obras de títeres. Nada funciona. Pero por lo menos se ríe, y eso es todo un avance.

Así que para no sentirme incómoda siempre termino siendo yo la que llena los silencios. Como

no soy muy buena para entablar verdaderas conversaciones, y menos que menos con alguien que no se

digna a responder, me estoy tomando la peligrosa costumbre de pensar en voz alta. Entonces Miguel me

mira, y me doy cuenta de que es con él que hablo. Me ocurre tan seguido que tiendo a pensar que

escribo para él, que es él el que va a aparecer leyendo esto y, de alguna forma, mirándome desde atrás

de la página con sus inmensos y profundos ojos color miel.

Sigue aprendiendo sus primeras letras. Le está enseñando Delmira. De momento no volvió a

preescolar porque desconocemos a qué escuela solía ir, y preferimos esperar a tener un domicilio más

fijo para eso. Aun así, tampoco nos parecía bien que estuviese todo el santo día sin hacer nada. Así que

21
por lo menos conseguimos que empiece a abrir algo así como una vía de comunicación, con letras de

imprenta y crayones.

En estos días le gusta escribir su nombre por todas partes, y ahora agrega también membretes

explicatorios para sus dibujos. Que confunden más de lo que aclaran. Hoy vino con un papel en el que

podía adivinarse un "te quiero mucho" garrapateado con un crayón verde apretado más de la cuenta, y

casi me hace desvanecerme de ternura en pleno almuerzo. Pero, eso sí, nunca siquiera intenta responder

a una pregunta. Eso está más allá de sus límites.

La otra persona que se empeña firmemente en provocarlo para que se digne a hablar es Jimena,

pero por lo general no le saca más que algún gruñido desganado. Él no juega con los otros. Entonces

ella termina invariablemente por aburrirse y pasar a otra cosa, como todos los que tratan de hacer que

Miguelito se comporte como un ser humano corriente.

Salvo, quizás, Delmira y yo.

Él se vuelve tranquilo a su actividad favorita, que es perseguir a las sombras por los pasillos

desiertos de los subsuelos. Suelo imaginar que busca a alguien, pero eso no hay modo de saberlo. Dudo

que lo contestase, aun cuando supiese escribírnoslo.

En cuanto a mí, estoy yendo casi todos los días al Registro de Sobrevivientes, para hacer algo y

no pensar en que me quedé sin la casa y la bonita librería que fueran de papá. Ayudo a buscar nombres

en el caos de fichas manuscritas, o me sumo al quimérico intento de digitalizar los datos para ponerlos

en contacto con los del Registro de Vivienda y con la Secretaría de Migraciones, que funcionan

también vía web. Pero somos pocos, y la mayor parte de las veces no damos abasto, nos cansamos y

trabajamos de mal humor. Y eso no ayuda.

Por lo general llevo conmigo a Miguel, que usa el reverso de las fichas que salieron mal o que

ya fueron digitalizadas, y dibuja. Antes de ayer me trajo una tarjeta con el dibujo de un señor con

anteojos y bastón. En el reverso de la tarjeta se leía, con la letra prolijita de Maite, un DNI, una fecha de

nacimiento (6 de octubre de 1921) y una dirección, corregida hasta lo ilegible. Preferí guardarla, y no

preguntar.

22
Un par de stencils

- La sociedad del voladizo R'N'R [Warnes y Seguí]

- [Una mira roja] Mañana por ti [Sarmiento y Ecuador]

Pintada

- Si esto no es la arena, la arena dónde está [Viamonte y Esmeralda, en una cortina de negocio de

souvenirs cerrado]

Del diario de Víctor Grinberg

Alba duerme. Yo no puedo. Así que la miro dormir.

Cuando Alba duerme parece como si se cerrase el mundo, como si todos los duendes de todas

las tierras se fueran a dormir, y se cifrase el Universo en su entrecejo, en ese espacio que va desde el

último pelo castaño de su ceja izquierda al primero de la derecha.

23
En una época, cuando no podía dormir, me gustaba salirme de mi cuarto, con cuidado de no

despertar a Nicolás, para ver dormir a Bita, para escucharle ese ronquidito que es casi un ronroneo. Eso

me traía paz, y entonces podía volver a mi cuarto y dormir, en mi cama que después de todo no estaba

tan lejos de ella, frente a la boca abierta de mi hermano, que por el aire de familia con ella parecía un

poco menos estúpido. Siempre fue la mejor forma de exorcizar las pesadillas.

Menos la de esta noche. Esa es como las manchas de tinta china, no se saca con nada.

Dos tazas de café y una ventana abierta7

-Andan sueltos

No te me duermas, mi amor

tenemos que pasar la noche y hay

mil cucos sueltos en nuestra ventana

que buscan la mejor forma de desangrarte

No te me duermas, mi amor

tenés que cuidarme de mí,

no vaya a ser que me espante y salga

y me canse y me vaya me convierta en una rata más

Que se le escapa a la luz.

Que se toma el primer vagón.

Que busca y busca la mejor manera

7
Algo que se escuchó bastante, de una banda que duró bien poco. Contribución de Diego Montes (N. de la R.)

24
de morderte bien los dedos para que nadie sepa quién sos.

....................................................................

Del cuaderno de Laura Cáceres

Por el rabillo del ojo derecho creo haber visto pasar, rápido, la figura de Guillermo Muñoz. Me

miró y sonrió, en cumplimiento de pactos preexistentes.

Delmira empezaría a hablar de las sombras, ya sé. Yo prefiero pensar que lo extraño, y todos

nos ponemos algo sensibles con la gente que hace mucho que no vemos, por estos días. Lo más

probable es que mientras yo me preocupo aquí Guillermo esté vivo en cualquier otra parte. Sería

cuestión de chequear en el Registro si su edificio figura en la lista de los derrumbes.

[M.S. agrega]

Y con Delmira, por si acaso.

Grabador en casa de la Recopiladora8

—¿Vas a grabar?

8
El lector sabrá distinguir a los hablantes, y los turnos encimados de habla. Si no, que se joda. (N. de M. S.)

25
—Por supuesto, Señorita Recopiladora. Hay que documentar este momento importante para las

generaciones por venir. Aunque si vamos a decir la verdad, me tenés harto con tu antología del orto.

¿No podés parar un cacho? Estás desde temprano, no se va a desderrumbar la ciudad si dejás eso así.

—Pará, pero la idea quién me la dio.

—De haber sabido te recomendaba un tratado de horticultura para baldíos —risas desganadas

— Che, pasá el mate.

—Si tan podrida te tengo, te podés ir. Bueh, entonces ayudáme con esto. El hijo de puta escribió

toda la página a lápiz, y juraría que no precisamente con uno HB, esto es un enchastre.

—Mirá que está más frío que mi tío Ambrosio.

—Con los difuntos no se jode, che

—Pará, entonces, ¿con esto qué hacemos?

—Con el tío Ambrosio sí, es un caso especial.

—No, es mucho diario. Para más adelante, por ahí. Insisto, me gusta éste para transcribirlo...

—¿Más que la entrada anterior? Julia, ¿ponés la pava?

—Dale.

—Sí, más que la anterior. Pero con la letra corrida se complica.

—Vos sos el caso.

—¿Pedimos una pizza?

—¿Qué?

—Que si pedimos una pizza, me dio hambre.

—Si encontrás algo abierto, encantado.

Ruidos de Julia en la cocina. Por lo que se escucha se diría que en vez de limitarse a tirar la

yerba se puso a lavar todos los implementos del mate, y de paso los platos sucios del mediodía. Se

escucha el sonido de Diego, que levanta el grabadorcito para examinarlo. De golpe la voz de Diego se

escucha amplificada sobre el resto.

—Es el tuyo, ¿no?

26
—Era.

Un momento de silencio. Se escucha a Gonzalo tararear algo desafinado hasta lo irreconocible,

ruido de páginas hojeadas, un cuaderno que se cae y atrás el sordo taptap de las teclas de la

computadora bajo los dedos de la Recopiladora.

—Che, pero ¿qué carajo hace esta mina en la cocina, se puede saber?

—¡Julia!

Desde la cocina, la voz de Julia, apagada por el agua.

—Bancá, ya voy.

—Bueno, a ponerse en actividad. ¿Teléfono de la pizzería?

—En la heladera. Hay imanes de unas cuantas.

—Che, pero ¿alguien me piensa ayudar? Se suponía que esto fuera una reunión de recopilación.

—Pero qué ejemplo de concentración, che, miren y aprendan.

—Después de lo del viernes me parece que quedó claro que de ésta mucho para aprender...

Aparte, bajá un cambio, estamos desde las cinco y son las...

—Doce y treinta y cuatro, señorita.

—Eso, gracias. Y ya bastante laburo con seleccionar lo que va de lo que pasamos. Yo por lo

menos ya me cansé, me parece que mejor lo dejamos para...

Protestas de la Recopiladora, inentendibles bajo el ruido de un paquete de bizcochos que cruje,

cerca del micrófono.

—Mate. ¿Amargo o dulce, Martín?

—Las damas primero.

—Dale, hacete el caballero ahora.

—Tenés razón. Metéle azúcar

—Mirá si sos jodido.

—Para amargos conmigo alcanza y sobra.

—Vos me querés engordar.

27
—Para el sacrificio, sí.

Ruido de Martín tomando mate. Acercó el grabador a la bombilla.

—¿Qué hacés, tarado?

—Para la posteridad. Nuestros tataranietos marcianos van a querer saber cómo sonaba un mate.

—Estás para el Borda.

—En serio, ¿es que nadie me piensa dar una mano? Miren que si no los echo a todos.

—Che, Julia, lo quemaste, ¿cuándo vas a aprender a cebar un mate como Dios manda?

—Llamá al departamento de quejas, es el 0-800-hágalo-usted-mismo.

—Bueno, che, no te pongás así. Pasá ese cuaderno, dale. Pero transcribís vos, yo no tengo ganas.

"Rustre", dice. Sí, eso es una u, no una a.

—Gracias mil.

—Tenés razón, es un fragmento bonito. Diego, vos tendrías que aprovechar. Estás usando la

pieza que era de María, ¿no?

—No, la de Alba. La del fondo está vacía, ahora.

—Nos tenés que invitar una tarde de estas, hay que ponerlo en práctica.

—Hay que marearse antes. El tipo este estaba mareado de antemano, y esta mina, María no se

queda atrás, yo la conozco un poco.

—Es una mina copada, che. No hables mal de las amigas de mi amiga.

—Disculpá, me olvidé que te la querías levantar.

—Diego, ¿para cuándo una mina normal, vos?

—Pero ¿qué te creés que estás haciendo?

—Endulzando el mate.

—Pero eso es mate, animal, ¿dónde viste que se le ponga edulcorante?

—No jodás. Le pongo lo que se me canta el ojete.

—¡Paz!

—Dijo el General.

28
—Entonces, ¿quedamos para el viernes al mediodía?

—Cuando quieras. Si aportan con el morfi y la bebida...

—Hecho.

—No vas a arruinar el mate con edulcorante. El mate es una infusión noble, no una gaseosa

cualunque. No se banca el light. Las cosas light son comidas sin compromiso —risa de la

Recopiladora—. No te rías, es cierto. "Me como un postre pero no me hago cargo de las

consecuencias", o "no soy lo suficientemente valiente ni para tomarme el mate amargo a la gaucha, ni

para pasear mis cachas gordas por la calle Corrientes".

—Con el mismo criterio se puede hacer un discurso contra el forro.

—Ahí es distinto. Para algo existen los ejercicios manuales.

Risas. Ruido de la silla de la Recopiladora, que se resignó a dejar el diario de Víctor para mejor

ocasión y puso la silla de espaldas a la computadora.

—Che, pero esto está quemado sin broma.

—Sí, no tiene retorno. Está peor que los sesos del quía.

—No, eso es mucho decir. Guarda, no vas a mojar el cuadernito ese que Delmira escribió casi

todo con tinta líquida.

—Hola, ¿pizzería? Sí, una grande de muzza.

—Igual si consiguió con la pizzería podemos tomar otra cosa.

—Che, pedíte por lo menos dos, que somos cinco, nos vamos a recagar de hambre.

—Agregá una de fugazza. Eso. Che, ¿fainá alguien quiere? Okey, dos de fainá. Sí, es Río de

Janeiro ocho cinco cuatro. Es casa, sí. Dale, pago con cincuenta. Gracias.

—Este aparatito del demonio me tiene las pelotas llenas.

—Le recuerdo, madame, que usted no tiene pelotas.

—Me pone nerviosa, igual. De vos se puede esperar cualquier cosa.

—¿Que lo desgrabe, y lo meta en la Recopilación, por ejemplo?

Ruido de la tecla que salta.

29
Del diario de Víctor Grinberg

Ayer apareció María. Se va a quedar un tiempo a vivir acá. Por lo que parece va a alquilarle a

Bita la habitación del fondo, porque ya no se aguanta a la nueva mujer de su viejo. Es una buena chica,

una vez hace bastante incluso me ayudó a cazar hadas, y eso no es algo que todo el mundo se digne a

hacer. Ni tampoco algo para lo que yo pida la asistencia de cualquiera.

La caza de hadas es una tarea harto complicada: primero hay que concentrarse y visualizarlas,

armar su pequeña constelación en las motas de polvo que bailotean en la luz solar que entra algunas

tardes formando un prisma irregular entre la ventana y el piso. En casa nada más puede hacerse en el

que ahora va a ser su cuarto, y únicamente en otoño, que es cuando la luz entra directa por la ventana

que da al patio de los Rustre, porque cuando entra por el balcón del comedor o por las ventanas de Alba

es demasiada, y a las hadas tampoco les gusta acercarse a los vitrales del pasillo, supongo que porque la

luz de colores las debe apagar un poco. Ni hablar del patio: aún cuando abriésemos el toldo (que sólo

Dios sabe lo que podría caer de ahí arriba), dudo mucho que las hadas puedan sentirse bien al aire libre.

Al principio es un poco difícil encontrarlas, dejar por un momento de ver la tierra, no distraerse

con los trastos viejos o con los contoneos de Merlín que se aburre y trata de atrapar una laucha

imaginaria. Una vez que se ve la forma (una punta de un pie, por ejemplo) van apareciendo muy rápido,

con una nitidez sorprendente, hasta tomar color y volverse completamente corpóreas. Entonces llega la

parte más difícil, porque si bien no se corren del sol son terriblemente rápidas, y pueden estar un buen

rato burlándose con movimientos extraordinariamente violetas o verdes de uno, yendo de la ventana al

piso o formando torbellinos de luz irisada, volando en espiral dentro de la pecera lumínica. Y además

un hada no es una laucha, hay que tratarlas con cuidado porque las alas son frágiles, y con relativa

facilidad, con la mejor de las intenciones, uno puede terminar rompiendo una pierna o un bracito

30
delgado, cosa que absolutamente nadie tiene derecho de hacer.

María aprendió todo esto con notable rapidez, una tarde mientras esperaba a Bita que se había

ido vaya uno a saber dónde. Yo la invité con bastante ceremonia, y ella se limitó a preguntarme cómo

se hacía, con simpleza, demostrándome que después de todo no me había equivocado. A mí me había

parecido verla un poco triste, y supuse que cazar un par de hadas podía llegar a ser de ayuda. Por lo

menos a mí siempre me sirve. Y valió la pena, las hadas parecen aparecer más fácil con ella cerca.

Debe ser que se les parece demasiado.

Pero reconozco que fue un impulso bastante arriesgado. Hugo se habría reído de mí. Bita, sin ir

más lejos, se habría asustado mucho. Nada más de tanto en tanto me sigue la corriente, porque piensa

que estoy loco, desequilibrado. Todavía no puedo hacer que entienda que si necesito que una chica

triste se ría un poco y se acuerde de mí la puedo invitar sin más a cazar hadas. Construcción, como los

Legos, un derrumbe al revés.

***

Son las ocho de la mañana, y Bita se viste mientras María prepara el desayuno. Hay olor a café y

a pan tostado, una nubecita tibia y femenina de perfume de desayuno. Hay un diario arriba de la mesa,

el Clarín, que estridente sonó, y a la voz de mi hermana "Laburá" me ordenó. Lo trae todos los días un

pibe muy muy flaco, de inflatable gorrito negro, que con toda la furia puede llegar a tener mi edad.

Bita pasa en corpiño y pantalones hacia el pasillo, me mira, mira el diario y murmura el epíteto

eterno, una mueca que se resiste a ser sonrisa.

—Parásito.

Me hago el que no escucho y sigo escribiendo en pijama, despatarrado en el sillón. No sé cómo,

pero sé que en la cocina María se ríe. Me basta cerrar los ojos para llegar a verla.

Como siempre, lo pienso un poco: darle el gusto, marcar algo bien inverosímil en los

31
clasificados, por lo menos para salir a pasear un rato por Buenos Aires (ese sería un buen criterio de

búsqueda: hoy Almagro, Balvanera y Barracas, mañana La Boca, Boedo y Caballito, por ejemplo), tirar

dos o tres CVs improbables, y en todo caso cuando mucho hacer el ridículo en alguna entrevista la

semana que viene.

Lo mejor de todo son las cartas manuscritas. La leyenda por lo menos dice que atrás de todas

ellas hay una persona anónima que sabe quién sos con nada más mirar la letra. Vaya uno a saber, en una

de esas hasta es cierto. Por lo pronto a mí nunca me llamaron por una carta manuscrita, y eso parece

confirmarla.

Bita trae un plato con tostadas de la cocina, ya escondida por completo en su ropa, y en la otra

mano empuña firmemente un frasco de mermelada de frambuesa. Por detrás vienen llegando una

bandeja, tres tazones de café con leche y María.

Maldición, va a ser un día hermoso.

32
Página del anotador de Delmira Mülerstag9

[Rosa Lizetti]

Contactar hijo en Córdoba. Nombre del abogado en Tandil: Casimiro Biezki.

Datos útiles sobre

Yanina Paola Barriga (Confirmado)

Esteban Martín López Concerti

Micaela Paula Torres de P. y su nena, comoquiera que se llame

Apareció en sombra Prefirió no contestar sobre el requerido ¿Pero qué pasa con éste?

Mens. para Mario L. Los papeles están listos, en el despacho de Mariana.

Laura lo conoce, menos mal. Está en el RS.

9
Las notas y nombres varían de tono de birome. La anotación más pequeña está a lápiz. No conseguimos
saber absolutamente nada sobre los mencionados en esta, la primera hoja de este anotador tan curioso. (N. de la R.)

33
Del diario de Víctor Grinberg

Alba en Internet. Sospecho un sórdido salón de chat, me acerco, manos frenéticas golpean

constantemente las teclas, mirada asesina si paso por detrás de la silla de caño pintada de verde limón

—con el pico cortaba la rama y con la rama cortaba la flor / Ay, ay ay, cuándo veré a tu amor.

Ella se enoja. Pero es tan bonita cuando se enoja, y en esos momentos intuyo que es él quien la

mira, a través de mí. Y entonces presiento que algo habría que hacer, que tendría que tratar de sacarlo

del medio. Por Bita, sobre todo.

El Basilisco, Basilisco, Basilisco, Bita, ayudame, no puedo dormir, no puedo gritar, no puedo

respirar en el aire de plomo, no10

Noticias breves en Internet

Más pistas sobre los derrumbes

Análisis cuidadosos de las cintas de seguridad rescatadas en veintidós edificios derrumbados

señalan la presencia reiterada de dos individuos pocos instantes antes de los siniestros. Se trata de un

joven de entre veinticinco y treinta años, barba candado y campera de cuero, y de una mujer madura, de

camisa y pollera hasta la rodilla. La policía ya ha dado orden de captura para estos sujetos, y copias de

sus imágenes serán difundidas en los medios masivos en breve.

10
Ilegible. Van cuatro o cinco letras en una caligrafía absolutamente caótica, y recién después retoma con un
episodio totalmente banal, en letra redondita, que Julia dio en llamar de colegiala. (N. de la R.)

34
[Para más información, click aquí]

Del cuaderno de Laura Cáceres

Alguien, no sé quién, le trajo una guitarrita de niño a Miguel. Se la afiné para darle el gusto, y

contra todas mis expectativas le duró más de cinco minutos en las manos. Entonces me puse a

enseñarle algunos acordes simples, con más ternura que esperanza. Para mayor sorpresa mía en tres

días ya los coordina perfectamente, y vino a pedirme algunos más. Puedo asegurar que nunca lo vi

sonreír tanto. Por un momento hubiese jurado que estuvo a punto de decirme algo.

[...]

Ayer volví a escucharlo dialogar con una sombra. Eran más de las cuatro de la mañana, y yo me

levanté porque noté que él no estaba durmiendo, y quería cerciorarme de que todo estuviese bien. Él

estaba en un pasillo del primer piso. Reconocí su voz con una mezcla de ternura y de espanto, porque

ya me imaginaba de qué se trataba. Fue la primera vez que pude escuchar la voz de una sombra. Si la

arena hablase, tendría una modulación parecida. Cuando espié asomando mi cabeza por el umbral de la

escalera él hablaba hacia un punto vacío del espacio. No me vio, y si los otros me notaron, por lo menos

tuvieron la delicadeza de no decírselo. Esperé a que hubiese silencio para salir, acompañarlo al baño y

llevarlo de vuelta a la cama.

35
Carta de Marina Bianco a su novio en Buenos Aires

Hola, bichito, no veo la hora de verte por acá, me pone muy nerviosa que estés en ese despelote de

techos que se caen que veo en las noticias. Y me vas a traer a Pepona, eso es fantástico, a ella la extraño

también –menos que a vos, por supuesto, pero la extraño también.

A Guille no lo buscaron en Córdoba? Si Paula quiere le puedo decir a papá que lo busque, ya encontró a

una tía que nos hizo asustar bastante.

Por aquí todo marcha bien. No me acostumbro a medirme con el agua todavía, pero aparte de eso ya

estoy bastante aclimatada, me faltás vos, nada más, y mucho. Dina me conectó con un grupo de actores

bastante copado, por ahora no estamos haciendo nada rentado así que sigo trabajando en el café, pero

ya parece que para el mes que viene me puedo incluir en el espectáculo con un número de acrobacia,

así que estoy recontenta. En bancarrota, casi, pero eso no es novedad.

Espero verte prontito. Cuidate. Sabés que te amo, bichito canasto, mucho mucho mucho

Marina

Del cuaderno de Laura Cáceres

El trabajo en el Registro puede llegar a volverse muy monótono. Bastaría sacar una sola foto a

una sola persona de las que van a llevar o a buscar información. Sería más que suficiente para dar una

idea general. Es como si repartiesen caretas en la entrada, todos tienen el mismo gesto entre

desesperado, solemne y ridículo, y todos hablan con el mismo tono del que supone que tiene que estar

angustiado, pero que ya traspasó los límites del espanto y no sabe cómo. Entonces, en momentos como

36
este, todo se cubre de una pesadumbre generalizada que se trata de disfrazar de gran cosa, de

acontecimiento dramático y grave, y no se puede. Es increíble, pero en el mismo intento de hacer de lo

terrible lo serio se produce un algo extra, un excedente de parodia, de gente buscando la cámara a las

corridas para llorar frente al flash. Y eso no hace sino hacerlo más terrible, más triste, más insoportable

todavía, sobre todo para los que vamos ganando conciencia y nos reímos de algunos personajes del

carnaval de la tristeza, con la risa más amarga que imaginarse pueda.

Supongo que debo haber tenido la misma cara de payaso aplastado por un colectivo cuando le

pedí a mi supervisor, negándome a dar explicaciones, información sobre Guillermito Muñoz.

Puede que sea mejor que no piense tanto. Va a terminar haciéndome mal.

Graffiti

El estado de las cosas

se debe a las cosas del estado

Del diario de Víctor Grinberg

Ayer me fui a dar una vuelta por la ciudad de los muertos. Hace mucho rato que no pasaba por

ahí. Me había tomado la costumbre cuando se murió el abuelo. Por ese entonces yo andaba por los

trece, y jamás había tenido que asistir a un entierro. Había visto morirse a mamá11, pero entonces era

muy chico, y papá siempre pensó que un cementerio no era buen lugar para llevar a ningún nene de

11
Literalmente (N. de Diego Montes)

37
cinco años. El cementerio de la Chacarita, entonces, me sorprendió bastante. Recuerdo haber visto los

mausoleos de reojo, desde el auto de tío Mariano, y haberlos confundido con casas. Casas chicas, a la

orilla del cementerio. Cuando comprobé mediante una operación lógica y de observación que se trataba

de casas de muertos, a la vuelta ya del entierro, me quedé en una suerte de horror extático en el que

muchos (Nicolás, obviamente; Bita me conocía demasiado y me clavó sus ojazos de miel para

distraerme) creyeron ver algo de arrepentimiento o de cariño atrasado. Pero lo cierto es que me

impresionó que existiese ciudad semejante, con calles y puertas, esperando que los muertos salieran a

tomar el sol o a darse un paseo.

Desde entonces me gusta cada tanto andar por los cementerios, caminar por las calles de los

muertos, entrar a los mausoleos y, si se puede, charlar con los visitantes. No solamente el de la

Chacarita, me he ido tomando el trabajo de ir visitándolos todos. Lo que cuento ahora pasó en el de

Recoleta, al mediodía.

La luz no se comporta exactamente igual en las ciudades de los muertos. Es como si los

contornos de todo se volvieran mucho más nítidos, y eso precisamente los volviera mucho más

engañosos. Así, uno puede estar quieto, sentado en una callecita, midiendo la perspectiva para

dibujarla, y de golpe y porrazo hay un gato color café con leche, o un hombre pálido de jeans y remera,

o las dos cosas a la vez, pero en puntos diferentes, plantados en el medio de la visión de un momento

para otro.

El hombre me miró, arqueando una ceja. Se acercó con las manos en los bolsillos y me saludó

como si me hubiera visto la semana pasada.

—¿Cómo estás?

—No me quejo.

—¿Cómo te trata el Basilisco? —me quedé mirándolo, sin saber si se suponía que le

respondiese—. Sí, ya sé, últimamente se pone un poco pesado. Está dando demasiado trabajo.

Nos quedamos mirando un nombre vacío en un monumento de mármol, algo así como Héctor

Caseros, en la solitaria compañía de unas flores de plástico enganchadas en un aro de metal, que

38
parecían tan marchitas como si fueran reales.

No transcribo toda la conversación porque no la anoté enseguida, y si tratase de hacerlo

modificaría demasiado. Aparte no estoy de humor para diálogos. Todo sea por diferenciarme de ése que

reclama ser yo en alguna otra parte, mi yo de pesadilla. Porque a él sí le gusta conversar. En todo caso

lo comento porque es la primera vez que una persona12 me vino a hablar así, de frente merengue, del

Basilisco, un hecho tan pero tan extraño que hasta último momento me quedé dudando de si no me

habría quedado dormido, si no iba a escuchar de golpe una vocecita metálica, ridículamente espantosa,

saludando desde atrás de una tumba, dispuesta a darme una de sus largas peroratas explicativas para

confundirme todavía más, como casi siempre. Del Basilisco nadie habla, todos le tienen miedo. O

prefieren pensar que no existe, como Bita.

Pero eso no pasó. El hombre se sentó al lado mío, a una distancia prudencial (no me extraña, si

sabe del Basilisco también sabe lo que soy, no resulta raro que me temiera), y empezó a darme consejos

para mi dibujo. Después se quedó en silencio por un rato y me dejó trabajar.

—¿Nunca te preguntaste por qué no hay derrumbes de mausoleos? —me preguntó, al rato.

—No tiene caso, igual no se sabe quiénes están bajando edificios.

—Qué raro —dijo—, habría jurado que los podías ver.

—¿Qué se supone que vea?

Un gato blanco y gris se me cruzó entre las piernas de golpe. Primero me asusté, pero enseguida

me enojé y traté de darle una patada al animal del demonio. El gato fue más rápido que yo, y cuando

volví a levantar la vista el extraño ya no estaba. En cambio, a lo lejos, había una vieja muy mal vestida

saliendo de una tumba particularmente lujosa, algunos metros más adelante. Me gustó la imagen, y me

dediqué el resto de la visita a incluirla en mi dibujo.

12
Poco claro. (N. de la R.)

39
Declaración del señor Jefe de Gobierno a su mujer en la cama

[Según M.S.]

—Pero dejáte de joder, dejá dormir. Lo único que me faltaba, que no me dejés torrar un

domingo a la mañana. Bajá la persiana que hace calor, y si se cae el techo que se caiga, carajo.

Del diario La Razón

Legislación insólita

La legislatura porteña ha lanzado hoy un proyecto de ley de emergencia para fomentar los

circuitos de seguridad en empresas y domicilios particulares. Un punto en particular ha causado

especial revuelo en la opinión pública: la norma prevé, entre otras cosas, el permiso para colocar

cámaras ocultas en lugares tales como inodoros de baños públicos, duchas de clubes y gimnasios, y

probadores. Se espera que la normativa sea discutida y aprobada a la brevedad.

[Agrega Martín Scarpe]

Y acá es donde todos consideramos abandonar profesiones y oficios para dedicarnos a

monitorear circuitos cerrados en empresas de seguridad privada. A mí se me pasó el primer impulso

entusiasta una tarde con un ejercicio muy simple: arriba del colectivo 141, de camino entre Plaza Flores

y Palermo, me tomé el trabajo de imaginar seriamente a cada persona que sacó su boleto en ropa

40
interior. Al tercer gordo peludo en calzones tuve la revelación de que estaba a punto de cometer un

error fatal, y decidí que después de todo mi trabajo no estaba tan mal.

Del cuaderno de Laura Cáceres

Hoy continué mi pequeña búsqueda. Guillermito Muñoz no está en el Registro de

Sobrevivientes, y en el archivo del Registro de Vivienda, su nombre aparece junto a una dirección de un

edificio de oficinas, en rojo, con una D de Derrumbe al costado. El único Guillermo Muñoz que hay

inscripto en Migraciones (desde que la inscripción es voluntaria, eso no es de mucha utilidad) tiene

cuarenta y cinco años. Con todo eso lo único que pude hacer es reportarlo como perdido, pero eso no

suele servir de mucho que digamos.

Aparte de eso, creo haberlo visto haciendo el gesto de encender un cigarrillo, apoyado en la

pared del fondo del patio del colegio, a la noche. Lo vi por el rabillo del ojo, apenas un segundo, pero la

imagen de su pelo castaño y del gesto de dar vuelta el cigarrillo como si fuera a fumárselo al revés, para

ver cómo había prendido, eran suyos. Por lo menos, por ahora, Delmira no lo conoce. Eso es un alivio,

porque ella es más confiable que todos los Registros juntos.

Mural en aerosol13

En un paisaje de formas sin forma en el que predominan monstruos grises y verdes sin ojos, una

niña de espaldas sostiene un oso de peluche que tiene algo de siniestro. Mira, si es que tiene los ojos

abiertos, hacia un cúmulo de ladrillos demasiado rojos, que más parecen cubos de carne congelada en

13
Descripción de Martín Scarpe (N. de la R.)

41
desorden, el material perfecto para construir un palacio en el infierno.

Del diario de Víctor Grinberg

No me lo dice. No lo va a admitir porque la descalificaría a la hora de ser mi hermana mayor y

mandarme, pero ella también lo estuvo soñando, es evidente. Es por eso que se ausenta tanto de mis

sueños en este último tiempo, le dio curiosidad y decidió probar qué se siente molestar a Bita. Hoy nada

más apareció un rato a la hora de la siesta, burlándose de mí porque no me presenté a una entrevista de

trabajo. Amenazó con decírselo a Alba.

Que se lo diga, ella se va a enterar de todas formas.

María mira por encima de mi hombro, la escucho respirar. Trata de leer lo que escribo. Me pasa

su mano redondita por el pelo con un gesto exactamente igual al que usa para acariciarle el lomo a

Merlín. No la miro, pero la siento sonreír. Es bonita cuando sonríe. Sí, es un cumplido, porque sé que

estás leyendo.

Se da vuelta y se va, y yo me quedo acá como un estúpido, con miedo de que el Basilisco

también se la agarre con ella. Le gusta meterse con la gente que yo quiero. Él dice que lo hace nada más

que por curiosidad, porque quiere saber lo que le importa a su Otra Parte. Si no fuera porque sé

fehacientemente que me odia (lo siento en el aire, aún en el aire enrarecido de los sueños), diría que me

está tomando algo así como cariño. Por lo menos creo que me tiene lástima, lo que no deja de ser un

fenómeno bastante raro, él nada más puede tener lástima de sí mismo. Eso, la verdad, más que

consolarme me asusta.

Tengo que cuidarme de no hablarle de María, por las dudas. Sería bastante peligroso.

Sobre todo tendría que evitar soñarla.

42
Eso se complica.

[En el diario de Víctor, entre lo que antecede y esto, apenas hay un parrafito corto, muy desprolijo, cinco líneas masacradas

contra el renglón que no tuvimos voluntad de descifrar.]

Dejó el diario sobre el sofá, abierto. La birome azul dio un par de vueltas sobre un eje

imaginario, hasta resbalar finalmente de la cuerina y caer al piso, con un ruidito sordo. Apagó el

cigarrillo en el cenicero de vidrio (una artesanía de vitrofusión que alguna vez hace siglos Bita compró

en la feria de Mataderos), y apenas vio cómo Merlín cruzaba rápidamente frente a sus piernas. Se

preguntó si, ya que el cruce de un gato negro es señal de mala suerte, el de uno blanco y esponjoso no

sería un buen augurio. Por las dudas él se miró al espejo, se acomodó un poco el cabello que había

quedado despeinado tras el paso de su mano, y se fue para la cocina.

Ella lavaba los platos del mediodía (siempre ese instinto tierno de ama de casa) y hacía un

batifondo inmenso al hacer chocar todo peligrosamente en la pileta. No lo sintió venir. Él se apoyó, de

brazos cruzados, en el umbral, y no dijo palabra. La dejó hacer, sonriendo apenas y mirándola. Estaba

muy bonita, con una musculosa blanca y una pollerita verde hasta la rodilla que había tomado prestada

del armario de Alba. Era una chica ni alta ni baja, de cabello largo, enrulado y un poco rojizo, con un

cierto aire de ninfa de Boticelli que él siempre se encargaba de remarcarle. Cuando terminó con la

última cacerola se secó las manos con un repasador. El ademán tenía un no sé qué de prolijo,

posiblemente en la parsimonia con la que se encargaba de ir secando los dedos uno por uno, primero

los de la mano izquierda y luego los de la derecha, el que compró un huevito, el que lo cocinó, el que le

puso sal, el que le puso aceite, y el pícaro gordito que tiró el repasador de cualquier manera, con la

ayuda de sus hermanos, encima de los cacharros mal apilados, tan tiernamente mal apilados, y se fue a

volar en el aire solar de la cocina. La dueña del pícaro gordito y de todo el resto de la mano se dio

vuelta, redimiendo una canción barata en su voz suave. Se sobresaltó un poco al verlo ahí. Él creyó leer

por enésima vez el cálculo irremediable de la diferencia de edades en sus ojos claros, la frenada súbita

43
antes de arrancar, y se quedó, tímido como de costumbre, sin saber si maldecir el tener apenas

dieciocho años o el que ella tuviera veinticuatro y fuera amiga precisamente de.

Él le ofreció un café, para distender un poco y ganar confianza Ella aceptó y agradeció, con un

cierto alivio. Se corrió para dejarlo pasar. Mientras él ponía el agua a calentar, buscaba las tazas y lo

demás, se desarrolló una conversación enteramente banal acerca de la entrevista que nunca ocurrió, de

dinero, obligaciones y derechos del ciudadano promedio y, como no podía ser de otra manera, del pobre

de Nicolás, hermano heroico, cubriéndose de gloria con trescientos pesos mensuales, un parche con el

que tapar el hueco de su ausencia perpetua, para que Bita se encargue del niño problema. Por supuesto,

toda la última parte salió a la luz velada, negativos de tiempos que es mejor no rever. Ella fue

demasiado lúcida o demasiado amable como para hablar de la internación, y él se esforzó tal vez de

más por cambiar de tema, distraerla, dispersarla, entretenerla en otra parte desde donde se pudiera

volver al pícaro gordito, y a todo lo que venía detrás. Para hablar de los otros ya habría tiempo.

Todo ello una larga preparación para apenas rozarle la mano al darle el café, sentir el

estremecimiento breve y revelador del que le puso sal y el que le puso aceite, y sonreírle como si aquí

no hubiera pasado nada, porque los rostros no tienen por qué enterarse de estas cosas.

Ella siguió el juego con toda la batería de su inocencia perversa. Fingió indiferencia, y atravesó

el pasillo haciendo jugar la pollera de Bita con la luz irreal que entra a la tarde por los vitrales (una

luminosidad incandescente que parece llegar de cualquier parte menos del pedazo de cielo que

corresponde al patio del departamento de los Prieto), protegiendo la taza redonda entre las manos como

quien sostiene un cáliz sagrado. Entró en el comedor y fue a sentarse en el sofá, al lado de la puerta. Él

buscó unos bizcochos para hacerla esperar, y finalmente se decidió a ir tras ella. Se sentó a su lado en el

sofá, y corrió un cenicero y un velón para apoyar el café y los bizcochos en la mesa ratona de patas de

león.

Ella miraba hacia afuera a través de la puerta del balcón. El día estaba gris, nublado, pringoso

como una medialuna de manteca, y por el vidrio entraban nada más las figuras archiconocidas de la

baranda de material con molduras (semiderruida, con uno de los fierros desnudo del viejo yeso que lo

44
disfrazaba de columnita), de los geranios de Alba y del edificio de enfrente, que enmarcaban un pedazo

de nube surcado por algunos cables y, ocasionalmente, por el vuelo de una paloma parda.

Él extendió el brazo para encender el ventilador de techo, para mover un poco el aire viciado de

diciembre, mientras Merlín se acercaba estirando su lomo blanco, antes de saltar sobre el regazo de

María, con un gesto cómplice. Ella sonrió y rompió el silencio incómodo con palabras cariñosas,

haciéndole caricias en la cabeza, entre las orejas, y distrayéndose definitivamente del gris de afuera. Él

le sostuvo el café, lo dejó en la mesita y se acercó un poco, para acariciar el lomo del gato, que

entrecerraba los ojos y ronroneaba tranquilo. En algún momento la mano se distrajo del gato y fue a

parar a la mejilla redonda y tostada de María. Ella lo miró por al menos medio minuto, muy quieta.

Finalmente dejó el gato delicadamente en el suelo, y se fue sin decir nada. Víctor escuchó el clap-clap

de sus sandalias bajando las escaleras en dirección a la calle y, resignado, se tragó su taza de café.

De la Recopiladora.

Necesité chequear la dirección al menos cinco veces antes de decidirme a tocar el timbre. El

frente del edificio de planta baja y un piso parece haber sobrevivido a los derrumbes de milagro.

Ciertamente luce bastante peor que un edificio condenado: la pintura del frente se pierde

irremediablemente bajo una capa espesa de mugre y de moho, y el revoque tiene grietas que en más de

un lugar dejan ver los viejos ladrillos, de los que sale alguna que otra campanilla descolorida. Por la

puerta de madera, no menos mohosa y agrietada que el resto del conjunto y carente de los vidrios que

alguna vez tuvo tras las rejas que cubren el centro de cada una de sus hojas angostas, se deja ver un

pasillo largo, descubierto, que deja en evidencia el hecho de que sólo el frente y el fondo cuentan con

primer piso. En medio del pasillo, un perro viejo, con algún problema en la piel, y dos chiquitos de diez

años corrían una pelota medio desinflada. Toqué el timbre.

45
Diego, en un acto temerario, se asomó al balcón y me lanzó un manojo de llaves, con un grito de

saludo. Luego de luchar un rato con la puerta, a la que además de todo no le vendría mal una cepillada,

subí por la escalera al primer piso.

Julia ya había llegado, primera como siempre. Cuando Leia dejó de ladrar y de tirárseme

encima tuve oportunidad de dar una pequeña recorrida: es un tres ambientes y dependencia de

distribución antigua, en el que la mayor parte de los ambientes dan hacia adentro, a un pasillo-galería

con unos vitrales muy bonitos o al patio interno, techado. Una mano de pintura no vendría nada mal.

Para hacerse una imagen completa del lugar, es necesario saber que todo está atestado de muebles

viejos que no cuadran muy bien con el resto de las cosas que conforman el intento de decoración de su

ocupante actual.

Diego se instaló en la habitación más luminosa, la que fue de Alba. Martín está tratando de

convencerlo de que le ceda el que fue de Víctor, o al menos el cuarto del fondo, sin que la dueña de

casa sepa. No creo que le lleve demasiado tiempo persuadirlo.

—Encontré algo que te puede llegar a interesar —me comentó Diego, mientras terminábamos la

recorrida y Julia preparaba un poco de café para esperar a los demás.

Me llevó al cuarto de Víctor. Abrió un cajón del escritorio (un mueble muy viejo, herencia de

algún abuelo probablemente) y sacó unos blocks de papel de dibujo. En eso sonó el timbre, y mientras

Diego se encargaba de seguir estrellando sus llaves contra la vereda yo me quedé mirando un dibujo a

lápiz, muy evidentemente un sendero interno en el cementerio de Recoleta, con la imagen perturbadora

de una vieja que parecía un espectro escapado de alguna tumba.

E-mail de Patricio Dávila a su novia en Madrid

Sigo esperando el momento de verte, mi peluchita, no sabes cuanto t extraño..... Esta ciudad esta

totalmt trastornada, y yo tengo q seguir trabajando en el estudio, como si nada, pagando los impuestos y

46
aguantandome q me miren todos con cara de culo, porq me voy... Todavia no entiendo como puede ser

q despues de todo lo q pasa la gente se siga quedando, es como vivir en guerra, pero la gente se queda.

Todos los porteños con dos dedos de frente se fueron, pero es increible lo pocos q somos los cuerdos.

Anoche pasaron un informe, nada mas 17%, podes creer? Todo el resto tiene intensiones de quedarce

hasta q se caiga todo, estan locos.

De guillermo todavia no se sabe nada. El edificio de su casa esta ahi pero el problema es q no podemos

estar seguros, porq nadie sabe en donde estaba esa mañana, ni siquiera paula. Que queres q t diga, para

mi q se las pico. Paula esta insoportable, pero para mi esto no es gratis, ahi hay algo raro. Si la mina no

esta embarazada o algo asi, le pega en el poste.

No t das una idea, bichito de luz, cosita bonita, de las ganas q tengo de verte... Hasta estoy tachando los

dias en el almanaque. Asi q nos vemos prontito, aunq para mí sea una eternidad..........

-----------------------------------Pato

Recorte de diario La Nación:

YA ESTÁ PUESTO EN MARCHA EL PLAN DE RECONSTRUCCIÓN

El vocero del jefe Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Dr. Leandro Krapberg, anunció en

una conferencia de prensa que tuvo lugar el día de ayer la puesta en marcha del Plan de Reconstrucción

Urbana XXI. Se prevé que por medio del mismo comenzará en breve la construcción simultánea de 50

edificios de viviendas, en predios que han quedado vacíos luego de los derrumbes recientemente

ocurridos. Al parecer el plan fue aprobado el día lunes, pocas horas antes de registrarse el primer y

único derrumbe en lo que va del año, el del inmueble sito en Viamonte 856, luego de más de una

quincena sin casos probados. Ante la inquietud de los representantes de prensa, el Dr. Krapberg restó

importancia al acontecimiento, afirmando que “se trata de un hecho aislado” y que “nada permite

suponer que este suceso pueda volver a repetirse. Si así fuera, de todas maneras la construcción en estos

47
terrenos no representa peligro alguno”. Ante la reiterada consulta en torno a la investigación de las

causas de la reciente catástrofe, el Dr. Krapberg afirmó que se trata, de momento, de información

reservada.

Del diario de Víctor Grinberg14

Mirás la hoja con insistencia.

Como si pudiera decirte algo de importancia.

Sabés que puedo entrar en tu cabeza. No tomaste la pastillita rosa, estúpido. Vos te creés que

los psiquiatras son idiotas. Algo de razón tenés, como con todo, pero no se necesita ser técnico para

saber prender un televisor, y menos para apagarlo. Así que ahora sentate y aguantame mientras te uso

la mano.

No me presentaste. Eso es de mala educación, ¿sabés? Me obligás a que invada tu realidad y

me presente solo. ¿Por qué? Me gusta escribir. Me gusta tu mano, porque es mía, te guste o no. Me

gusta molestarte. Me gusta jugar con la posibilidad de que alguien encuentre esto y lo lea, porque te

conozco lo suficientemente bien como para saber que vas a terminar guardando las hojas, aunque más

no sea porque en la otra cara de este primer papel hablás de María, y para dejar una página mía vas

a preferir dejarlas todas. Claro que sé de María. Sé entrar en tu cabeza, te dije. De este tu lado lo que

más fácil me sale es ser vos. No en vano sos apenas una parte desprendida de mí.

14
Fragmento de caligrafía horrorosa, escrito con hoja apaisada. Para transcribirlo y que tuviera algo así como
sentido fueron necesarios una tarde, una noche, cuatro cabezas, dos litros de mate, una pizza y tres botellas de cerveza.

48
A ver, nene, levante la mano cuando quiera hacerle preguntas al señor Basilisco. Si él igual no

las va a responder. Y aparte le va a poner un insuficiente. No me gusta ponerme didáctico, no sabés

cómo entiendo a la señorita Hilda, tu maestra de cuarto grado (sí, también sé de ella, por entonces te

miraba crecer aunque no me sintieses), esa que vos tanto detestabas y que tenía una conciencia tan

precisa de la irremediable estupidez de su alumnado. Así que nos soportaremos mutuamente este

manual de escuela primaria, porque quiero que entiendas al menos algo del papel que te toca.

No me llamo Basilisco, pero el sobrenombre no me disgusta. No voy a protestar por la

comparación con ese animalito mitológico, aunque me le parezca tan poco. Quiere decir que me tenés

miedo. Eso me halaga.

Alguna vez te expliqué lo que soy, y alguna vez te hablé del mundo del que vengo. Sé que

recordás poco y nada (el día que aprendas a escribir los sueños cuando te levantes soy capaz hasta de

sentirme orgulloso), pero no es un tema que me guste. Ni uno que vos puedas entender con tu cerebrito

patéticamente incapaz. Prefiero dejar esas cuestiones tan aburridas para algunos de los míos. Los hay

entre nosotros de esos a quienes les gusta tanto repetir cuestiones de historia natural en las cenas que

se alargan más de la cuenta, sobre todo cuando la comida y la bebida abundan, que pueden dormir a

todo su auditorio. ¿A qué la sorpresa? Sí, comemos y bebemos en alguna parte del universo. No dejo

de maravillarme de que seas tan simple. Y de que pongas tan poca atención para algo que te hace tanta

falta como esta limosna de información que te estoy dando. Me considero un ser medianamente

inteligente y, si he de ser sincero, la verdad es que nunca pude entender cómo siempre produzco

animales tan ridículos como vos, considerando que todo lo que sos fue parte mía en algún momento.

Me hace pensar dos veces el tener que reincluirte. Si no fuese estrictamente necesario, podés creer que

no lo haría nunca.

Aún así, por respeto a mí mismo, que sé que merezco un antagonista algo más digno, me parece

bueno aprovechar que estás escribiendo para que por una vez tomes nota y consideres lo que te digo,

que no es sino algo de información para tratar de lograr algo que se acerque al menos a una cierta

igualdad de condiciones. Me harté de deshacerme de indefensos. Un poco de peligro no viene mal una

49
vez cada tanto.

Capítulo uno, página diecisiete, Grinberg. A ver, acompañe mientras el señor Basilisco lee la

explicación, y no me le falte el respeto con esa cara de desagrado:

Los de mi especie tenemos, cada cierto tiempo, desdobles humanos de tu lado, y entonces

entramos a su realidad. Eso lo hacemos a través del sueño, que es la única puerta que existe. Cuando

nuestra parte humana nace y tiene su primer sueño en la Tierra nosotros pasamos a buscarlos. Porque

ustedes nos hacen mortales. Eso usted lo descubrió temprano, Grinberg, si usted se muere sin que yo lo

mate, me muero también. Sí, también descubrió que tengo una amplia gama de formas de arruinarle

los intentos de suicidio, háganos un favor a ambos y no pierda tiempo y esfuerzo intentando. Si me

quiere matar va a tener que descubrir cómo hacerlo y sobrevivir.

En cuanto a vos, es la primera vez que permanezco tanto tiempo de este lado y dejo crecer a mi

humano. No es algo prudente, ni puede llevarse a cabo sin consecuencias, pero por una vez preferí

hacerlo. Podría haber buscado lo que tenés de mí hace muchos años, cuando eras un renacuajo

indefenso, darte una de esas muertes de cuna que los médicos no entienden. En lugar de eso te soporté,

te di la chance de que averigües cómo enfrentarme.

Es cierto que no te tengo afecto. Por lo menos eso lo sabés. Pero los siglos son largos y en su

tediosa secuencia aburren.

De mi especie (capítulo dos, Grinberg), somos pocos, y nos parecemos bastante. En todo caso

no disfrutamos de la compañía de los nuestros, así que pese a que somos casi inmortales nos vamos

extinguiendo. De nuestro lado vivimos siendo servidos por los humanos. Sí, de ahí tu tendencia de

parásito. Es que sos parte de mí, y yo nunca quise dejar la comodidad de la familia humana obligada

por ley y herencia a mantenerme. Tus iguales suelen considerarnos inteligentes, poderosos y crueles,

desde su natural estupidez cobarde y sensiblera, así que aunque nos odian nos respetan. No tienen otra

alternativa, por lo demás.

En tu mundo ya no somos ni siquiera leyenda. La memoria de nuestra especie se perdió hace

demasiado tiempo como para que tu hermana crea que yo soy real.

50
Pero vos sabés que yo soy real.

Si hay algo que odio son estas explicaciones al estilo de los manuales para niños. Y esa cara de

incredulidad idiota está de más.15

Del cuaderno de Delmira Müllerstag

Ezequiel Mazzini D. lo conoce, está con los cuidadores.

Tampoco sabe nada del requerido. Se mostró


curiosa de conocer a Miguel.
No conviene

Del cuaderno de Laura Cáceres

Cada vez me cuesta más seguir encontrando excusas para seguir escribiendo este cuaderno,

posiblemente condenado a no pasar bajo otro par de ojos humanos. No termino de entender para qué

quiso Delmira que lo comenzara, porque nunca leyó una página. Y no sé por qué, pero no consigo

encontrar la manera de preguntárselo.

15
En el último punto la birome se aprieta de más y se desliza tres centímetros, cortando el papel a su paso. La
primera de las hojas está separada del cuaderno de tapas duras hasta medio camino, evidentemente mediante una
trincheta o cuchillo, y luego vuelta a pegar cuidadosamente con un retazo de cinta scotch. (N. de la R.)

51
Volveré a lo que hago cada vez que esto pasa, y me dedicaré a la idea original de ser cronista de

esta situación indefinible que nos incluye a Delmira, a Miguelito y a mí.

El Colegio se fue despoblando, lo mismo que el resto de los refugios de emergencia. En el

Registro hay un optimismo confiado que no me termina de parecer sincero, reforzado sobre todo desde

que el Gobierno de la Ciudad empezó a pasarnos trabajo administrativo atrasado del Registro Civil. Lo

único que se consiguió es que el trabajo propio se acumule, y que nunca terminemos de digitalizar los

datos de los muertos reportados por la morgue. Pero todos parecen tan contentos que es una pena

quejarse.

Ahora se está también barajando la idea de hacer un censo urbano, y una guía voluntaria para

que los vivos se hagan ubicables a quien pregunte por ellos mediante algún simple recurso cibernético.

No es una mala idea, pero no puedo dejar de sentir el temorcito culpable de que alguien venga y se

lleve a Miguelito. No sé muy bien qué haría ahora sin él.

Por su parte él sigue mudo. Yo ya perdí las esperanzas (no la insistencia) de que vuelva a hablar

con los vivos por el momento. Él se limita a tocar su guitarrita como si en ello le fuera la vida.

De alguna manera intuyo que éste es un cuaderno sobre Miguelito.

Puede ser también sobre Guillermo, que se las arregla para estar en todos lados, en donde no se

lo llama y en donde no se lo nombra.

52
De la cámara de seguridad de un edificio de la calle Serrano16

Las imágenes están en blanco y negro.

Entra una mujer rubia con un chihuahua. La puerta no cierra bien, pero ella sigue de largo.

Sale un hombre acabado, no necesariamente viejo, con una campera de jean que podría ser del

hijo o del nieto, y una bolsa de supermercado llena, vaya uno a saber de qué. Se puede fácilmente

inferir que la puerta estaba abierta, y que el ademán de mover violentamente la cabeza de un lado a otro

corresponde a una bonita colección de improperios igualmente violentos hacia sus vecinos. Después de

salir se queda un rato más, mucho más de lo necesario, cerciorándose de que la puerta haya quedado

bien cerrada. Se agarra del barral de bronce del lado de afuera y se cuelga hacia atrás con todo el peso

del cuerpo. La calidad de imagen del video, que es pésima, no hace sino hacerlo parecer más artificial,

un muñeco de látex balanceándose estúpidamente para comprobar una puerta que (uno lo sabe bien,

pero no él, lo desesperante es que él no lo puede saber) no sirve para prevenir ningún desastre. Después

de eso, finalmente, se va. No se echa de menos al sonido, ausente de la grabación. Casi se lo puede

igual escuchar renegar por lo menos por la próxima media cuadra.

Por alrededor de diez minutos no se ve más que la gente que pasa por la calle, afuera del

edificio. En el borde superior, que corresponde a una línea de tres baldosas de la vereda, la imagen se

borronea más que en el resto, como si estuviera ligeramente fuera de foco, y para más presenta rayas,

así que es bien difícil distinguir algo más que sombras. Posiblemente esto se deba al mal estado de la

cinta, que como buen video de seguridad debió de ser grabado, día encima de día, un centenar de veces.

Al rato aparece una parejita. Ella, con uniforme de colegio privado, debe tener con toda la furia

quince años. Él parece bastante mayor, pero es más una intuición que otra cosa. La abraza, y trata de

besarla. Ella se escurre y señala con disimulo (muy mal logrado) a la camarita. Él mira a cámara,

16
Video encontrado en Internet por Gonzalo. Proviene de una conocida página de contenidos producidos por los usuarios. Por
entonces llegó a circular una media docena de esta clase de videos, que muestran las imágenes de circuitos cerrados de
seguridad en el momento de un derrumbe. Cada porteño debe haber visto cada uno de estos videos una docena de veces.
Narración: Martín Scarpe.

53
muestra las palmas de las manos, se ríe y la deja entrar.

Mientras ella entra, luego de luchar con la puerta, que parece ofrecer una resistencia

considerable, sale de atrás una mujer encorvada, con rasgos de directora de escuela si los hay. Ella la

deja pasar y la saluda. Hace un último ademán hacia afuera, a su pareja, y entra.

Tres minutos y medio de imagen congelada, salvo por algunas sombras difusas que pasan atrás.

Después, la imagen tiembla, se hace más difusa, y la cinta se engancha. En un segundo archivo,

quienquiera que se haya tomado el trabajo de digitalizar esto la desenganchó, y entonces se llegan a ver

unos segundos sin señal, luego tres segundos de un hombre joven parado en el hall y mirando, estático,

hacia adentro, muy mal grabados. Luego se pierde la imagen de vuelta, definitivamente.

Del cuaderno de Laura Cáceres

Hoy entró una paloma en el cuarto de las mujeres. Se chocaba contra el cemento de las paredes

sin revocar, y hasta llegó a sacarse un poco de sangre, la muy estúpida. Nos estuvimos quietas,

mirándola sin saber bien qué hacer por un buen rato (salvo por Tatiana, que desapareció adentro de su

bolsa de dormir, y por Julia, que salió gritando y cerró la puerta de un golpe), hasta que Sandra se

decidió a hacer algo. Sacó la sábana que tenía atada a su colchoneta de gimnasia y empezó a dar una

demostración de destreza cazadora. De alguna forma el bicho se las ingeniaba para esquivar las

múltiples acometidas de Sandra y, al mismo tiempo, chocarse contra las paredes una y otra vez. El

espectáculo, acompañado por nuestros alaridos cada vez que el pajarraco pasaba por encima de nuestras

cabezas, duró cerca de quince minutos. Después de eso la paloma, que ya parecía debilitada, sacó

fuerzas de flaqueza y se dio un último mamporro contra la puerta cerrada. Quedó desmayada en el piso,

y Sandra, triunfante, se la llevó a la cocina. "Para darle gusto a la sopa", aclaró.

Prefiero olvidarme de ese comentario, sobre todo porque falta media hora para el almuerzo, y

54
efectivamente hay sopa y salpicón de ave. Aunque la verdad que podría aprovechar que esta semana

empecé a cobrar como se debe y tratar de llevarme a Miguelito a comer afuera. No me apetece el caldo

de paloma suicida, y Sandra es realmente capaz de cumplir.

***

Es tarde, Miguelito duerme en el Colegio y yo quise que Delmira saliese a festejar, pero no hubo

caso. Así que aquí estoy, tomando una cerveza con maní, a solas con mi cuaderno, porque no soporto

esto de ir del Registro al Colegio y del Colegio al Registro. En este preciso momento llega mi bendito

sándwich de milanesa. El mundo parece infinitamente mejor con el olor de las papas fritas.

Probablemente haya sido por esto que ella no quiso festejar. Al fin y al cabo, el hecho de que

haya conseguido hacerla contratar en el Registro, con todo y la paga que eso trae, también significa

llevarse más todavía con gente de los derrumbes que, admitámoslo, forma (en rigor, debería incluirme)

un grupo un poco cargoso. Aunque si es por Delmira, ella no tiene modo de salirse, ni queriendo. Si no

somos nosotros son las sombras, que son más o menos lo mismo.

Estos son los momentos en los que me pregunto si será buena la idea de compartir el alquiler

con ella. Delmira es una persona extraordinaria, demasiado extraordinaria, y a mí un poco de

normalidad no me vendría nada mal. Más siendo que acepté hacerme cargo de Miguelito, que no es el

más común de los infantes17.

Tendría que prestar más atención a situaciones claramente sintomáticas como la de ayer,

cuando mirábamos departamentos tranquilos, los tres juntos. Él se negó rotundamente a entrar en un

17
No pudimos encontrar (la impericia de Gonzalo y de Martín buscando en internet no ayudó) la nota periodística
correspondiente, pero en este punto tuvimos la sincera intención de agregar algo sobre estos decretos de emergencia, que
regularon (más bien mal) varios aspectos que desbordaban la capacidad ya enclenque de los servicios sociales. Una de estas
decisiones apuradas del Ejecutivo fue crear la figura del tutor interino, es decir, alguien que voluntariamente y bajo la
supervisión más bien descuidada de psicólogos y trabajadores sociales podía hacerse cargo de estos chicos que nadie
reclamaba, extrañamente numerosos, hasta tanto apareciera algún pariente con algún derecho sobre ellos. Es evidente que
Laura Cáceres, muy conocedora de los vericuetos legales poco claros relativos a los derrumbes, se amparó en esta figura para
quedarse con Miguelito Chiarino. [N. de la R.]

55
edificio particularmente bonito. Yo quise insistir, pero Delmira nada más le dio la razón, me dejó sola y

se lo llevó a tomar un helado. Preferí no hacer un escándalo y dejarlo pasar, porque al fin y al cabo la

idea es irme a vivir con ellos dos. "Él sabrá", fue toda la explicación de Delmira, mientras Miguelito se

enchastraba hasta el alma con chocolate y frutillas a la crema. Seguimos mirando otras cosas y no

hablamos más del asunto.

Hoy a la mañana entró el anuncio de derrumbe: el edificio se vino abajo, no dio aviso, y aplastó

a unas 120 personas mientras dormían, contra todas las seguridades de la policía de que no tendría por

qué haber derrumbes nocturnos.

Graffiti

¡Ay, ay de la gran ciudad, en la cual todos los que tenían naves en el mar se habían enriquecido

de sus riquezas; pues en una hora ha sido desolada!

Del diario de Víctor Grinberg18

Reloj. Gotera. Viento en el patio de los Prieto. Merlín como una sombra arriba de la mesa. No lo

escucho ni lo veo, pero lo siento, está echado y tiene los ojos bien abiertos.

Hay poca luz. Cierro los párpados. Me gusta adivinar los renglones, adivinar mi caligrafía

volcándose en el papel entre las sombras como pasos en una habitación a oscuras. Por una vez, sé que

18
En este fragmento la escritura fluye, pareja con lo que narra, pero parece ignorar por completo los renglones.
[N. de la R.]

56
la bestia no va a venir. Tomé la precaución de la pastillita con abundante agua. Nada de cerveza con la

pizza. Con esa no me agarra más.

El ventilador de techo mueve el aire estancado, que parece agua caliente. Tengo la piel de

gallina, y ganas de llorar de rabia como cuando era chico y Nicolás me prohibía que le tocara las cosas.

Bita no me habla desde que se enteró de que no fui a la entrevista. Quiero que no me importe. No

puedo.

Tengo también algo de ganas de llamar a Hugo, de hablar con algún ser humano de afuera del

círculo. No aguanto la mirada de pena que me pone María. Me mira como a los perros de la calle

cuando se mojan con la lluvia. Retroceso de kilómetros, me parece.

Me parece que oí movimiento. Espero uno, dos, tres, cuatro, cinco, y abro los ojos despacio.

María está en el umbral. Es increíble, con el pelo revuelto, a contraluz, parece un hada.

—Tuve una pesadilla horrible, Víctor.

—¿Qué soñaste?

—Con tu Basilisco.

No consigo ver sus ojos. Necesito ver sus ojos. La penumbra se cierra en su rostro. Puedo llegar

a sentir, por alguna variación imperceptible del aire, que me mira. Se acerca y trae su frío consigo desde

el otro lado. No puedo sino rogar que no le haya hecho daño, pero ella se queda quieta. Y yo no sé si

quiero saber. Si por lo menos pudiera tocarla, nada más un momento, tocarla y librarla un poco de su

frío, de esa sensación helada que conozco tan bien. Pero ella no se mueve del umbral y la siento ser

hermosa y terrible a la vez, por una vez terrible también, como todo lo que el Basilisco intenta para

herirme, para jugar conmigo.

No, no tiene por qué, ya bastante tiene, tenés conmigo, por mucho que seas yo en otra parte, por

mucho que no pueda escaparme del duelo, no podría dejar que

—Víctor

toque a María, no

57
(ella se acerca a mí)

podría dejar que

(aproxima su mano blanca, creo que quiere sacarme19

No quiso que siguiera escribiendo. Y bastó el roce de su mano helada para que él tuviera

finalmente la certeza de que era cierto, y de que no sabía qué hacer. Ella lo repitió, había soñado con el

Basilisco, había visto la versión que él había querido mostrarle del duelo. Él se sintió ínfimo, inútil, qué

podía después de todo contra ese monstruo, esa bestia pequeña y horrenda, peligrosa como un dios de

antaño.

Él la besó, para calmarla, para quitarle el gusto a muerte de los labios. Después de todo el

problema no era de ella, pobre corderita. No tenía la culpa de que el Basilisco hubiera decidido

divertirse aterrorizando a quienes no tenían nada que ver. Ella devolvió el beso, y lo abrazó por largo

rato. Pero después fue la noche sola, y el frío, y el regusto amargo del desafío de la bestia, que parecía

haberse cansado de jugar.

Sé que leés, en alguna parte leés, desde otro lado me mirás, hasta puedo entender que no me

dejes en paz, te gusta burlarte de mí, recordarme que eventualmente nos vamos a tener que mirar de

frente y volver a ser uno, hasta puedo llegar a entenderte, enemigo, a entender que prefieras destruirme,

absorberme, hasta soy capaz de entender que me convertiría en quien no quiero ser si saliese airoso del

enfrentamiento. Pero María desgraciado María no puede ser tuya no debés aterrorizarla así no podés

aterrorizarla así no tendrías que aterrorizarla así a ella no.

19
Víctor interrumpió la escritura. Sigue el trecho que transcribimos a continuación, con otro color de tinta y bien
alineado sobre los renglones. La caligrafía acompaña a lo narrado y se vuelve mucho peor, aún algo más desprolija que la
de las últimas líneas, que ya eran bastante poco claros. [N. de la R.] Yo pedí que escaneáramos la página. Ella replicó
que debía agradecer que me dejara seguirle llenando la recopilación con la historia de este delirante. [Agregado de M. S.]

58
Oído en la calle20

—¡Andá, que se te venga el techo encima, puto del orto!

***

—Parece que hoy va a caer piedra, ¿eh?

Nota perdida en la página 42 de un diario Clarín, por esa época21

CRECE LA ALARMA EN CAPITAL FEDERAL: ¿VUELVEN LOS DERRUMBES?

Luego de una semana más de tregua, la tragedia volvió a repetirse durante la tarde del sábado, al

derrumbarse un edificio de viviendas ubicado al 1700 de la calle Piedras. Dicho inmueble, que contaba

con 25 unidades, había presentado grietas de importancia menor durante el transcurso de la semana

anterior al siniestro, pero las mismas habían sido declaradas de nulo peligro por la Brigada de

Derrumbes del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Los vecinos, sin embargo, decidieron evacuar

por su cuenta el edificio ante la multiplicación de las grietas en la fachada y en paredes internas durante

el día viernes, por lo que no hay que lamentar víctimas fatales.

20
Aporte de M. S. [N. de la R.]
21
Julia jura que fue tapa del diario Crónica, pero no dispusimos de tiempo para conseguir ese ejemplar [N. de la R.]

59
De los papeles de Víctor Grinberg

[Dibujo: una mujer muy vieja y muy arrugada, en carbonilla sepia y esfumino]

Si todo sale como debe ser, mañana tendrás que despertarte, y no voy a estar ahí. Vas a tener el

cabello blanco y los ojos secos, y puede ser que recuerdes vagamente que tal vez te quise, en otra parte,

en otro tiempo, en otro universo que no era tan difuso, que tenía más luz en su oscuridad, y una

oscuridad más suave, más afelpada, como la piel de un gato de pelo largo, y que en esa oscuridad vos

sabías ser un hada, una reina de las hadas, sabías tenerme a tu merced y besarme, para que terminase de

enterarme de lo que tenía que hacer, para que no tuviese que saber más lo que es estar perdido.

Y mientras tanto yo voy a estar mirándote, del otro lado del espejo, y voy a tener plena

conciencia de lo viejo que fui por entonces. Pero no habrá manera de que me reconozcas.

En un baño de mujeres del pabellón de Arquitectura y Diseño de la UBA

Gustavo, se supone que no estás más, se supone que estés muerto, dejá de perseguirme.

Andá a ver a un psiquiatra, loca


Si tenés los ojos en el orto
no es mi culpa.

60
Recortados22

Silvia María Ferrari

1,65 m de altura, cabello castaño oscuro ligeramente ondulado, 43 años de edad. Desapareció el 23 de

Mayo de ... luego del derrumbe accidental —siempre se trata de derrumbes accidentales, ah, las

delicias del lenguaje de los infelices del Registro— de la propiedad de viviendas múltiples —en criollo,

el edificio de departamentos— sito en la calle Carabobo 714, ocurrida a las 14:32 PM de esa misma

fecha. Ante cualquier información rogamos comunicarse con el RSCABA, código SMF-154

Recompensaré

Bichon Frissé dos años, responde al nombre de Cachi —yo me horrorizaba de que a mi perro una novia

lo haya bautizado Carozo, y de que luego de eso no haya habido nombre que valga—, 2 años, se perdió

el 21 de Abril en Parque Chacabuco, luego del desborde de la fuente al mediodía —¿cómo es que

nunca conseguimos un recorte de eso?—. Ante cualquier información, comunicarse con el DUEÑO

código APARECIÓTUPICHICHO-007

Isobel Beggings

22
En algún momento de la recopilación, cuando ya pensábamos tener algo así como una idea de lo que estábamos
haciendo, comenzó a llegar de todas partes (vecinos, compañeros de trabajo, tíos voluntariosos y primos contadores,
abogados, vagos y adolescentes) una tormenta de materiales nuevos, caóticos, de toda índole, que yo por supuesto
agradecí y dejé en un costado, para que como era de esperarse Martín se encargase de ellos, los mezclase un poco con
sus propios rejuntes y salieran varios engendros como este que aquí se presenta, reformulación mezclada de escritos en el
formato habitual de la revista del R.S. [N. de la R.]

61
1,71 m de altura, cabello castaño claro lacio, 24 años de edad, de nacionalidad británica. Desapareció el

2 de abril de ... luego del derrumbe accidental —ahí vamos de vuelta, ¿vio, lector?— de la propiedad de

viviendas múltiples sita en la calle Félix Lora 747, ocurrida a las 2:21 AM de esa misma fecha. Ante

cualquier información rogamos comunicarse con el RSCABA, código IB-155

Del cuaderno de Laura Cáceres

Tres ambientes en una casa chorizo. Le falta pintura y el parquet no merece ese nombre, pero es

económico y lo eligieron Delmira y Miguelito. Eso no deja de ser una suerte de seguridad extra. Aparte

es amplio, por lo menos para mi presupuesto. Supongo que nos mudamos esta semana, por lo pronto ya

dejé de ocuparme y prefiero que se encargue Delmira.

De Guillermo ni noticias todavía. Una tal Paula Nosecuantos publicó un aviso de búsqueda para

un Guillermo Muñoz en la revista del Registro, un aviso que tomó Mauricio y que detectó Delmira

después, pero eso no es gran cosa. Hasta a mí me han llegado a publicar, una tía abuela que no veo hace

años y que le dictó el aviso a Alejandro, que atendía bastante fumado mientras yo estaba en el baño. A

él le hizo mucha gracia, me agregó en la descripción diez años, cabello colorado y una nariz

especialmente prominente.

Yo me vi en obligación de ir a visitar a doña Titi con un buen paquete de masitas secas, y a

decirle que lo de la descripción había sido un error en la imprenta, habría que hablar seriamente con

ellos, porque evidentemente habían saltado algunas líneas y habían omitido mi descripción y el nombre

siguiente, si teníamos la suerte de que el error sólo me hubiera alcanzado a mí.

62
Suplemento Ñ – Los más vendidos (No ficción)

1- La catástrofe virtual – Juan José Lacappa

2- Elaborando las pérdidas: El camino del Fénix – Jennifer Mouthful

3- Historia Natural de los desastres – Carlo Cabronelli

4- Ladrillo a ladrillo: Pasos simples para reconstruir su negocio – Mariano Patricios

5- La guerra de los medios en Oriente – Paul Bedlam

Volante

MUDANZAS SBORA

Traslados a todo el país.

20% de descuento en larga distancia, sólo por Enero.

—Deje consignado su nombre en el RSCABA si piensa abandonar la ciudad. Decreto 14.777

Del diario de Víctor Grinberg

Me costó un tanto ubicar a Hugo hoy. Desde que Bita lo echó de casa está viviendo en un

refugio, por lo que acordamos la visita por medio de un conocido que le fue pasando mensajes. Así que

cuando eran ya las cuatro y cuarto y él, normalmente puntual hasta la exageración, no había aparecido,

empecé a pensar que había habido algún malentendido. Yo lo esperaba con café, pero para cuando

llegó ya hacía rato que mi tazón estaba vacío, y el suyo ya podía competir en frío con el Nahuel Huapi.

63
En total, hacía cuando mucho un mes que no lo veía, pero me pareció verlo más viejo, más cansado.

Fue una impresión breve, porque enseguida se tomó su café helado de un trago y recuperó la

compostura.

—Pero qué cara, muchacho. Cualquiera diría que viste al Basilisco —se burló, mientras

apoyaba con un ademán brusco la taza sobre la mesa ratona. Yo no le contesté. Me levanté para

preparar otra ronda de cafés y me demoré un poco, para darle tiempo a intrigarse.

Como si no supiera que esas cosas no funcionan con Hugo.

Cuando volví él estaba en el balcón, fumando, y parecía haberse olvidado de que estaba en mi

casa. Me miró, y su mirada parecía llegarme desde muy lejos. Me contó, con su voz pausada de

siempre, que Silvia lo había dejado. Él, como de costumbre, no parecía entristecido por eso. Tuve, otra

vez, la incómoda sensación de que había hecho todo lo posible para que ella lo odiara, y de que casi

parecía divertido con la reacción espontánea y herida de ella.

Como siempre en estos asuntos, yo preferí no opinar. Había llegado a conocer a Silvia lo

suficiente para llegar a sentir algo de pena por ella. Pero después de todo no era mucho lo que yo

hubiera podido hacer. Para que una mujer acepte a Hugo Mirabile de pareja estable, su voluntad de

sufrimiento tiene que ser particularmente pronunciada.

Cambié de tema todo lo rápido que pude. No lo había llamado para que me pusiera incómodo

contándome cómo por enésima vez había logrado que una mujer a la que no quería sintiera la necesidad

de no verlo nunca más.

Lo que yo quería era que alguien me ayudara a salvar a María del monstruo.

Le narré con todo el detalle posible los acontecimientos desde que conocí a María. Mal

momento para hacer eso. Para cuando llegué a su sueño con el Basilisco ella ya había acaparado toda su

atención, y en lo único en lo que podía pensar era en darme consejos sobre cómo llevármela a la cama.

—Menos mal que el Basilisco se acordó de ella —llegó a decirme—. Si no hubiese sido por eso,

no te daría bola ni en un millón de años.

Por suerte entonces llegó Bita, y no hizo falta una mejor excusa para conseguir que se fuera.

64
Tampoco Hugo puede ayudarme.

Ahora que lo pienso, llegar al extremo de pedirle ayuda a Hugo, justo a él, para salvar a una

mujer, no es más que un síntoma de lo desesperado de la situación.

No, bestia maldita, te lo repito porque estás ahí, te sé ahí, te siento más cerca que nunca y sé que

leés mis palabras. El problema es entre nosotros dos, el duelo siempre fue entre dos, nunca te

correspondió cazar hadas, lo hacés porque en el fondo también me tenés miedo, ya sé, soy tu doble

también, soy tu némesis también, soy tal vez la última chance que tengas para morir, por lo menos la

única en siglos, y no te tengo miedo, ahora no. Pero María, ella no es tuya, a ella no es necesario

ponerla en el medio, sé que lo hacés para perturbarme, pero no corresponde en un duelo decente, con

ella no te metas, bestia infernal, el asunto es conmigo, a ella no la toques, no la lastimes.

Email de Santiago Damico a Diego Montes

Hola a todos.

No nos vamos a extender. Ustedes sabrán comprender por qué. Se suspende el recital del

sábado. Sí, de nuevo. Se vino abajo el boliche. Ya vamos a ver si lo pasamos para otro lado o si

devolvemos las entradas.

—Tiago y la banda yeta.

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65
De la libreta de Delmira Mülerstag

Si ella se mete estamos en líos.

Carta de Marina Bianco a su padre, en Córdoba

Hola! Cómo estás? Por acá todo bastante bien. Estoy trabajando, con el grupo de Dina, gente de

lo más interesante. Estamos preparando una obrita, a mí me toca hacer de mexicana, es muy divertido.

Patricio llegó ayer, para mi cumpleaños (sí, recibí tu tarjeta y el paquete de mamá), porque se le

retrasó el vuelo. Pero ya está, y ya se puso de mejor humor. Los derrumbes lo tenían un poco loco.

Hablando de eso, me pidieron que por favor pongas a alguien en búsqueda allá. Se llama

Guillermo Muñoz, 29, soltero, alto y de pelo castaño. No tiene familia conocida, en Buenos Aires se

está encargando otra amiga. Es el novio de Paula, una amiga de Pato, la chica rubiecita que vino a

comer a casa antes de que yo me viniera para acá.

Bueno, viejito, eso es todo. Decile a Fernanda que se cuide, y mandale un beso a mamá,

Marina.

66
Del cuaderno de Laura Cáceres

La nueva casa es, hay que reconocerlo, muy cómoda, pero tiene un no-sé-qué de triste, de

desasosiego. No me parece que hayamos mejorado tanto en cambiar el patio del colegio con sus juegos

para chicos de jardín por nuestro patiecito de baldosas marrones.

El único avance es que desde que nos mudamos aquí Miguel parece haber cambiado un poco.

Parece más conectado con la realidad, y hasta contesta en frases breves con sus crayones. Es siempre

algo relacionado con la pregunta, pero no necesariamente lo que uno daría en llamar una respuesta.

Puede parecer muy alentador, pero a veces (hay que reconocerlo) es francamente desesperante.

Acá, eso sí, dejé de ver a Guillermo. No sé todavía si eso es bueno.

***

DE LA RECOPILADORA

Hasta aquí hemos pasado en promedio una entrada cada cuatro de las que el cuaderno de Laura

presenta separadas por una prolija línea trazada con regla. En este punto me es totalmente imposible

seguir con ese ritmo, porque por largas (larguísimas) páginas se dedicó a estancarse en la melancolía y a

glosar notas de periódicos. No es que eso difiera demasiado de aquello en lo que devino la línea

directriz de esta antología, sino que ésta cambia todo el tiempo, desprolija como quien escribe esto que

debió ser una nota al pie y que invade inescrupulosamente la página con el mismo cuerpo de letra que

los documentos principales.

Adjunto, para llenar el vacío, unas pocas frases, gentileza de Martín, que se dedicó a leer con

detenimiento estos pasajes soporíferos, edulcorados hasta lo insincero, y a marcar con resaltador

naranja en su fotocopia una bonita selección de afirmaciones, según él, muy sugerentes.

67
A partir de aquí, llegado el caso, transcribiré algunos pasajes que nos han parecido interesantes,

aunque posiblemente sean relativamente pocos si se los compara con lo que transcribimos de este

primer segmento del cuaderno, puesto que luego de esto, por motivos que tal vez copie más adelante, el

propósito de lo escrito por Laura parece empezar a tender hacia lo inabarcable.

***

[L]levé a Miguel conmigo. Alguien podrá decir que soy una mala madre (iba a borrar la palabra

"madre" para corregirla, pero me parece más cierta que cualquier otra).

***

Es como si por momentos la nitidez de todas las cosas se volviese engañosa, traicionera. Suele

pasar cuando Miguelito se queda, con una sonrisa torcida en los labios, mirando fijo hacia la

medianera.

***

No entiendo este impulso estúpido de seguir escribiendo. Ni que fuera a hacer volver a

Guillermo, o a convertir a Miguel en un chico normal. Delmira ya a esta altura no me pide más nada.

***

Un adolescente con ganas de hacernos perder el tiempo se acercó hoy al registro para preguntar

cuántos dibujantes muertos hay en las listas de la morgue. La respuesta que le dio Alejandro, que para

hacer llover estaba hoy totalmente sobrio, fue muy creativa, pero la cuota de pudor que me queda no

me permite pasarla por escrito.

68
***

La sensación es la misma que aquella que se siente cuando el pasajero de al lado en el colectivo

lee de costado lo que uno lee, sólo que giro y lo único que hay es una corriente de aire cálido, y

Miguelito que dibuja elefantes.

***

Recordé en ese momento lo que decía mi padre hace años ya, cuando todavía estaba sano y lejos

de morirse, cuando todavía no había derrumbes, cuando todavía no había sombras enfriando la noche,

cuando todavía teníamos la librería y yo era casi una niña, cuando todavía no sabía preocuparme.

***

Y entonces recomenzaron los derrumbes, para recordarnos que no podemos confiar en las

treguas que otorga la nada.

69
Grabador en casa de Diego23

—¿Quién trajo esa cosa?

—Fui yo, ¿y qué?

—¿Para qué preguntás lo que ya sabés?

—¿Eso qué es?

—No, Dana, dejá que eso es mío.

—¡Salí, perra de mierda! ¿Pero vos no ibas a encerrar a este animal del demonio?

—Quería estar segura de a quién matar. Ni se te ocurra desgrabar esto y meterlo en la

recopilación.

—Perdón, silencio todos, habló la voz de la autoridad.

—Encerrada tendrías que estar vos, loca. Venga, cosita linda, que papi la defiende. Eso, muy

bien.

—¿Y? ¿Hay algo ahí arriba?

—Una caja de forros. ¿A quién se le ocurre poner los forros en el cuarto estante?

—Bajá, Gonzo.

—Bancá.

—¿Y eso que hay ahí?

—Parece un mazo de cartas.

—¡De Tarot, pero mirálo vos!

—Eso debe ser de María, ella sabe algo de tarot.

—Definitivamente ahí arriba no hay un carajo.

—Claro, todo sea por buscar a María.

—Callate.

—¿Porque dice la verdad? Fuera de broma, si dejás de reincidir con las desequilibradas y por

23
Desgrabación de M. S. Obviamente.

70
una vez buscás plantarle la batata a una mina normal...

—Sabés que la mina ni me querría recibir, Julia. Sobre que me conoce por Bita estoy viviendo

acá. Y vos si seguís jodiendo no te dejo entrar más a mi casa.

—¿Quién me lo va a impedir? ¿Justo vos?

—Córtenla, che.

—Miren, el tipo escribía las contratapas de los libros.

—Va a haber que llevárselos.

—Todo bien, pero vos el Decamerón, ¿desde cuándo lo tenés?.

—Diego, vos sos el último que puede quejarse. Mirá que empiezo a buscar libros míos y

cagaste. Che, ¿podés apagar ese artefacto del demonio, Martín? Me tenés harta.

—Bueno, Sargento.

Del diario de Víctor Grinberg

No puedo soportar las caras de buitre que ponen algunas familias en los entierros. Si el muerto

no era querible, o si era uno de esos personajes que representan el margen de error de alguna vieja

norma familiar, entonces el funeral se convierte en una verdadera farsa, las caras de drama tirantes

como máscaras de payaso se alternan con rostros graves de gente que le da importancia a la-gravedad-

de-la-situación y asiente a todo con ojos turbios que simulan un estoico sufrimiento, entre pésames que

no le pesan ni dos gramos a nadie. Y ver a María consintiendo con su presencia en semejante lugar, con

todos los demás Kadián puliendo sus caras de tragedia mientras hacen el cálculo mental de la herencia,

me enferma.

El difunto es un tío solterón, muy probablemente homosexual, que parece haberse pasado la

vida tratando de no tener que encontrarse con este clan de hipócritas cuyo mayor drama consiste en el

71
pisito por Palermo que se vino abajo en el mismo derrumbe que lo mató. Ahora lo único que queda

para repartir entre los tres hermanos restantes (uno de ellos es el padre de María, esa es nuestra vela en

este entierro) consiste apenas en un departamentito de un ambiente por Floresta, vacío y no en el mejor

de los estados. En sí, por lo que sé el pobre Ricardo Kadián parece haber sido un buen tipo, pero eso a

quién le importa. Ahora hay un par de coronas muy costosas al lado del cajón (cerrado, como el de

todos los cuerpos que se rescatan de derrumbes) y nada más. El resto de la familia se reparte entre la

puerta y el saloncito, conteniendo toda una gama de sentimientos que en ningún caso pasa por la pena.

María sirve el café, y hay una vieja muy gorda (solterona, apuesto) con una costra espantosa de

maquillaje en la cara que me mira mal porque no me conoce y me pongo a escribir sentado en el piso

en semejante ocasión24. Me siento tentado de decirle que su entierro y su cara me tienen totalmente

asqueado, pero me contengo. Eventualmente María se acuerda de presentarme como el hermanito de

una amiga, y entonces la vieja se calma, y me dirige una mirada de ternura frente a la que su

indignación anterior parece hasta preferible.

Bita se acerca ahora. Me cuenta que María le dijo que no tenemos obligación de quedarnos, que

muchas gracias por acompañarla. Evidentemente dar explicaciones a las viejas le incomoda más que a

mí.

Aproveché el momento en que un tipo de campera negra que parecía tanto o más descolgado

que yo se acercó a la puerta para cruzar el salón y encaminarme a la puerta sin hacerme notar

demasiado. Le hice un pequeño gesto de saludo a María antes de salir. Ella asintió con la cabeza, y

crucé el portón de madera detrás del tipo de la campera negra.

—Yo a vos te tengo de alguna parte —me dijo, una vez que llegamos a la calle. Lo miré bien.

Era cierto que tenía algo familiar, indefinible.

—Disculpá, pero...

—Dibujás, ¿no es cierto?

24
Pero québarrbaridá, ¿a usté le parísse? [N. de M. S.]

72
—Sí.

—¿Y? ¿Ya te diste cuenta por qué no se derrumban los mausoleos?

Cuando terminaba de caer en la cuenta de quién era mi interlocutor, casi como salido de la

nada, como es su malísima costumbre, llegó Hugo. Saludó al de la campera como si lo conociera de

toda la vida.

—¿Y vos a Goyo de dónde lo conocés?

—¿A él? —le señalé al tipo de la campera de cuero, que se escondía atrás de una nube

particularmente densa de cigarrillo—. No, lo acabo de conocer acá, en el velorio. Se murió un tío de

María.

—Ah, ¿esa que te dio un poco de bola porque conoció al Basilisco?

—...

—Es cierto, Víctor, admitilo.

—¿Así que ustedes se conocen?

—Sí, Goyo es amigo mío. Está con algunos problemas personales y está parando en el refugio

conmigo. Si les parece bien más vale nos vamos antes de que los enganchen de nuevo con el velorio y

tomamos algo.

Goyo me miró y yo, sin saber bien por qué, me sentí incómodo. Me excusé y volví caminando a

casa. Puede ser que hubiera hecho mejor en quedarme, y aprovechar para dibujar algo en el cementerio.

Aunque, quién sabe, él podía haber llegado a quedarse también.

Daniela en la vía pública, para esa época

—¿Buscando algo?

—No, señorita. Analizando el terreno, nomás.

—¿Qué? ¿Van a hacer algo acá?

73
El hombre la miró de arriba a abajo, y tomó la pose de quien se da más importancia de la que

tiene.

—Seguramente. Depende si gana el proyecto de vivienda, o el de espacios verdes. Pero antes

hay que ver que en el terreno no haya nada raro, ¿vio?

—Ah, gracias.

—¿Tendrás un cigarrillo?

—No, no fumo, disculpe.

—Mejor para vos.

Del cuaderno de Laura Cáceres

Delmira evita mirarme. Viene ocurriendo más o menos desde ayer, me parece. Al principio

pensé que debía ser idea mía, pura casualidad. Después empecé a preocuparme y a pensar que debía

estar enojada por algo que hice o que dejé de hacer. Pero ya a esta altura me doy cuenta de que no, de

que simplemente evita mirarme.

Miguelito sigue como si nada. Cuando volví ayer del supermercado lo sorprendí tocando

"November Rain". Empiezo a pensar que las sombras deben darle ideas. Cada vez me parece una

posibilidad menos fantástica. Es que si tuviera que empezar a descartar todas las cosas que me resultan

absurdas, habría que empezar por la realidad innegable de los derrumbes.

Además está Delmira, que habla con las sombras, o al menos eso dice. Y sin ir más lejos, ayer

yo pensaba en Guillermo y vi escabullirse una figura por el rabillo del ojo, en el patio, por primera vez

desde que estamos acá.

[...]

Miguel sigue con sus dibujitos de elefantes. Esta tarde dibujó uno muy curioso, en una de las

74
hojas de formulario continuo de las que lo provee Rodrigo. Me parece entender que se trataba de un

elefante transparente, porque las líneas de los edificios y de los autos lo atravesaban por completo, lo

iban tachando. Era una figura en lápiz negro en un dibujo hecho con marcadores de, creo, una ciudad

de todos los colores. Como única explicación colocó, a modo de título, la palabra "olifante", al lado del

animalito, con el mismo lápiz que había usado para su contorno.

—No se llama "olifante" —aclaré yo, que tengo una maestra castradora mal reprimida en

alguna parte—. Es "elefante", con "E".

Él me miró, me sonrió con su mejor rostro de cándido niñito de jardín de infantes, negó rápido

con la cabeza y se dedicó a remarcar su "O" con marcador azul, hasta que la tinta traspasó la hoja y

llegó a manchar la hoja siguiente, en la que se dedicó a dibujar algo que se supone que sea un perro, al

lado de alguien que se supone que sea Delmira.

Atrás de un asiento de un colectivo de la línea 109

Los invisibles

—Ya somos unos cuantos—

seescapaelrebanio@hotmail.com

Del cuaderno de Laura Cáceres

La mujer que había preguntado ya hace un tiempo por Guillermo en el Registro se llama

75
Adriana Dizzerio. Es una persona bastante extraña, pero a pesar de eso agradable.

Cuando toqué el timbre de su casa me atendió en seguida, y me invitó con una taza de té. La

verdad es que lo último que yo me esperaba era eso. Pensé que se iba a mostrar desconfiada. Llegué

incluso a barajar la posibilidad de que se echara a llorar, de que me abriese una rendija de puerta para

amenazarme con un rottweiler inmenso, o de que sin más ceremonias me echara a patadas. Preví

también que iba a pedirme credenciales que certificasen que trabajo efectivamente en el Registro. Pero

que fuese a abrirme la puerta con su mejor sonrisa y que me invitase con té y masitas, eso no se me

hubiera ocurrido jamás.

Vive en un edificio destartalado, una torre en Caballito que bien podría venirse abajo sin

necesidad de una ola de derrumbes, pero que inexplicablemente se mantiene en pie. Me bajó a abrir con

su gata negra en brazos. Es una mujer más joven que yo (poco más que una adolescente, en realidad),

corpulenta y maciza, y de rasgos aindiados. Se me dio por pensar que parecía estar en un cuerpo

prestado. Su voz suave no parece encajar con su aspecto tosco, con su masa corporal que parece

quedarle inmensa. Además no parece manejar muy bien sus dimensiones: se hallaba en su casa, y aún

así tendía a llevarse todo el tiempo cosas por delante.

El departamento es chico, tiene los techos demasiado bajos, y lo tiene atestado como casa de

compra-venta. Detecté, entre otras cosas, varias pirámides, un enano de yeso mezclado entre varias

tazas, una colección de puñales extraños, cuatro o cinco muñecas de porcelana y una bolsa abierta de

runas. Las paredes están pintadas de verde manzana. Es como si el departamento no armonizara con

todo lo que tiene adentro. Pensándolo bien, esto mismo lo hace armonizar con su inquilina.

Mientras preparaba el té en una tetera (una variedad muy aromática en hebras que sacó de una

latita roja), presumiblemente importada), me preguntó por qué había ido a preguntar por Guillermo. Le

repetí el cuento del Registro, un dato faltante, mil disculpas pero, etcétera. Ella frunció el entrecejo y

los labios y levantó una mano.

—La verdad.

Me quedé en silencio. Ella sacudió ligeramente la tetera, y se las ingenió para llevarla junto con

76
dos tazas al living, en un equilibrio muy inestable. Ahora que lo pienso no consigo acordarme bien de

cómo terminé contándole de Miguelito, de Delmira, de las sombras y hasta de este cuaderno. Me

escuchó en silencio, con algo así como el principio inacabado de una sonrisa en los labios, mientras la

gata se me enredaba en las piernas. Creo que al cabo de media hora sabía tanto de mí como yo.

Cuando noté que tal vez había hablado más de la cuenta me apresuré a empezar a hacer

preguntas yo. Ella fue bastante más breve y prudente. Me contó que apenas conocía a Guillermo. El

pedido de información lo había hecho en nombre de una amiga, que al momento de la desaparición

había sido su pareja. De todos modos, según Adriana, había sido una desaparición algo sospechosa, y

había que tener en cuenta que existían factores (no dijo cuáles) para pensar que tal vez Guillermo

Muñoz había podido desaparecer por cuenta propia. Yo le di a entender que si se trataba del mismo

Guillermo que yo conocí era prácticamente imposible pensar en algo como una fuga, y ella pareció

pensativa. Al parecer, su novia es de la misma opinión que yo.

Por ese entonces me sirvió otra taza de té, encendió un hornillo con esencia de jazmines, y

comenzó a leerme las manos, sin más pedido de permiso que un simple "¿Me permitís?". Se quedó

observando ambas palmas por alrededor de un minuto, y luego empezó a contarme que Miguelito

estaba allí, que tengo un carácter tranquilo y una tendencia a tomar decisiones drásticas con bastante

naturalidad. Le llamó la atención mi gusto por los extremos, y me auguró un largo viaje y algunos

problemas hepáticos después de los cuarenta.

—Prefiero que no me digas más nada, o no voy a tener de qué sorprenderme —protesté, y le

retiré las manos, molesta.

Apuré el tazón de té. Le pregunté sin mucha ceremonia por su amiga ("Paula no estaría muy de

acuerdo con que ande divulgando datos suyos, no lo tomes como algo personal", me respondió, con una

sonrisa pringosa) y me fui, con algún pretexto estúpido para apurarme.

Hacía por entonces unos veintiocho grados, pero cuando salí del edificio sentí algo de frío. A

menos de dos cuadras me compré un paquete de Lucky Strikes. Hacía ya dos años que yo había dejado

de fumar. Ahora que escribo voy por el octavo cigarrillo, y me sentí demasiado mal como para ir al

77
Registro. Necesité dar parte de enferma.

Afuera parece que va a llover. Delmira dejó una fuente de masitas caseras, y Miguelito me está

ayudando a terminarlas, mientras dibuja. En el dibujo hay tres personas. Estoy yo, a juzgar por el pelo

rubio y la pollera verde. Creo que la otra mujer, la del vestido violeta, es Delmira, porque tiene pelo

corto y anteojos. No sé quién pueda ser el tercero, pero a ése lo dibujó con lápiz negro. Atrás (supongo,

porque en realidad es una figurita chiquita encima de la mía), también en lápiz negro, hay un elefante

que apoya la trompa en una línea que, me parece, se supone que sea una recta.

Creo que la tormenta va a ser fuerte esta noche. Ya se escucha el sonido de los truenos, y más

me valdría que cierre el toldo de acrílico del patio.

Del diario de Víctor Grinberg

Víctor se despertó sobresaltado. Estaba bañado en sudor, y su cuerpo temblaba de arriba a abajo.

Gritó. La hora estaba cerca. Era apenas cuestión de tiempo. Y mientras más breve fuese, menor sería el

daño.

Alba se despertó con el grito, y ni bien cayó en la cuenta de lo que ocurría, corrió a la habitación

de su hermano. Un rato después, al hacer memoria, Víctor se asombró de haber seguido pensando en el

Basilisco al verla aparecer así, con el pelo revuelto por la almohada, una ráfaga de Bita en camisón en

dirección a su cama, para sentarse a la altura de su hombro y acariciarle el pelo.

—Bueno, no pasó nada. Fue una pesadilla.

La magia hizo su efecto rápido, el Basilisco no era sino un basilisco, y él tenía a Bita de su lado.

Bita, que no debía saber nada, que no podía saber nada, Alba de manos suaves con gusto a paz.

—Sí, Bita, ya sé, no te preocupes. Andá a dormir.

—¿No querés que duerma acá?

—No, hermanita, no hace falta —ella dudó—. En serio, no voy a hacer nada raro porque tenga

78
una pesadilla.

Él sonrió para tranquilizarla, y ella se puso de pie, indecisa. Caminó hacia la puerta, y su

camisón blanco cortaba la penumbra como una espada de ángel, el límite exacto de un pequeño paraíso

sin peligro de monstruos de pesadilla. Uno, dos, tres, cuatro, cinco pies diminutos, llegó a la puerta y en

una súbita rebeldía de rodillas se dio media vuelta. Una, dos veces la misma mano suave sobre un caos

oscuramente rubión que resguardaba una cabecita preocupada. Bita insistió.

—¿Seguro que no querés que me quede?

Él negó con la cabeza, que le dolía horrores.

—Seguro, dormí tranquila. Perdón por haberte despertado.

Ella le sonrió, no muy convencida. Los Prieto habían dejado la luz del patio prendida, y el

reflejo del farol a través de los vitrales convertía la penumbra de la puerta en un paso a otra realidad

distinta, probablemente a otro tiempo, más afín a la silueta delgada que se recortaba en el umbral. Ella

le deseó buenas noches en un susurro, y cuando ya Víctor empezaba a pensarlo mejor volvió a su

cuarto, con pasos lentos, audibles en el silencio ronroneante de la noche.

Intentó serenarse. Se sentó en la cama. Sacó su cuaderno. Cuando terminó con sus notas escribió

un breve relato de lo ocurrido y decidió que sería mejor ordenar sus ideas en la calle. Buscó su

unicornio de porcelana y lo guardó en un bolsillo antes de salir. Estaba amaneciendo.25

De la Recopiladora

—Hay algo en esta escena que no me deja tranquilo.

—Bueno, los relatos de Víctor nunca tranquilizan a nadie, convengamos.

—Sabés que no me refiero a eso.

25
Las notas no están. Las tres hojas anteriores están arrancadas. [N. de la R.]

79
—¿A qué, entonces?

—No sé. Algo raro tiene. Algo hay con estas cosas que cuenta en tercera persona.

—¿Pero qué, Martín? Sí son las más cuidadas, pero de ahí a decir que... No sé, no me parece

que sea para hacer demasiado lío por eso. Si querés las sacamos.

—Nunca te pediría eso. No, de hecho es un motivo más para que se queden. Pero... No sé, me

da la impresión de que hay algo que falta. No preguntes, yo tampoco sé qué.

—Sí hay algo que sobra. Polleras.

Él enciende un cigarrillo. Mira al piso. Parece contrariado. Ella, un poco herida por el rotundo

fracaso del chiste, trató de cambiar de tema.

—Mejor por hoy pasamos a las notas de Daniela, a ver si hay algo rescatable.

—No, me parece que mejor me voy. Hoy siga un poco sola, señorita Recopiladora.

—¿No era que tenías toda la tarde libre para... cómo era... lidiar con los relatos de nuestros

dementes?

Se pone la campera, aunque frío no hace.

—Creo que mejor camino un poco —ella se puso de pie y buscó con la mirada su juego de

llaves, para acompañarlo— Solo, se entiende.

Él se acercó al televisor. Sacó un objeto blanco, pequeño, de una caja de madera, lo metió en un

bolsillo de su campera y se fue, con un beso frío como único saludo.

[Agregado de M. S.]

—De todos modos, no van a creer que existo.

80
En Internet, por entonces26

Hubo un videojuego, un programa muy liviano que circuló por e-mail y que casi todos llegamos

a jugar por lo menos una vez. Consistía en un hombrecito (un rejunte antropomorfo de píxeles

inmensos, más bien) vestido de blanco que cargaba un balde verde, y que iba saltando por las terrazas

de edificios que podían caerse, escapándose de un monstruo de fuego. La idea era ganar suficiente

distancia para hacer a tiempo a llenar el balde en las canillas de las terrazas, dejar que el monstruo se

acerque, apuntárselo, e ir apagándolo a baldazos. Nadie en todo el equipo de recopilación logró

terminar el juego, siempre terminamos en montones de píxeles-ladrillos, o ardiendo en los brazos del

monstruo.

Un volante

OFERTAS INCREÍBLES!!!!!!!!!!

Ya es hora de reequipar tu casa!

[Debajo, una secuencia de fotos de muebles de pésima calidad, a precios por entonces más o

menos razonables]

26
Relato de Gonzalo.

81
Del cuaderno de Laura Cáceres

La idea me la dio Alejandro, un lunes en el que llegó al Registro más mareado que de

costumbre. En esos días es mejor no dejarlo trabajar. Tarea que se vuelve especialmente difícil, porque

se le da por ofrecerse a hacer de voluntario para absolutamente todo. Si no se lo controla de cerca es

capaz de terminar pasando recetas a las viejas en atención al público, o de dejar decenas de formularios

de ingreso de búsqueda en donde las señas particulares del posible desaparecido contienen notas como

"su madre es un bagre vestido, no faltaba más, de negro", "prefiere el dulce de leche caliente para los

panqueques" o "más vale perderla que encontrarla, por lo que cuenta este punto". Lleva trabajo después

interpretar las anotaciones (muchas veces metafóricas y no siempre conexas) de los datos, cargadas de

comentarios inútiles o de dibujos, y transcribir todo con el tinte burocrático que se requiere para pasarlo

a la oficina de informática, para que se publiquen en el Boletín de Búsqueda y salgan los viernes en

todos los diarios porteños y en el sitio del Gobierno de la Ciudad.

Lo que por lo general hacemos en esos días es no dejarlo trabajar. Lo normal es que a mí, que

soy la jefa de área de nuestra oficina, me toque mantenerlo ocupado en donde haga el menor daño

posible27. Por lo general lo pongo a ordenar carpetas alfabéticamente, o lo tengo haciendo café durante

horas. Salvo, claro, que estemos en un impasse entre derrumbes, caso en el cual hay poca gente, y

Delmira intercede para dejarlo llegar a las computadoras del frente. Le gustan sus anotaciones sin

sentido, y se toma sin chistar el trabajo extra de filtrarlas. No sin antes, claro, tomar un par de notas en

su libreta. Dice que las fichas de Alejandro pueden parecer poco serias, pero que son particularmente

27
En un pasaje omitido menciona que se trata de la oficina del Registro de Sobrevivientes de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires (RSCABA, popularmente llamado Registro de los Vivos, o como lo hace Laura sistemáticamente, Registro a
secas) número 14, correspondiente a la zona de Balvanera. Ella era jefa de sección en Búsqueda de Personas, que era la división
con más empleados en planta. Después estaban, también, la sección de Asistencia y Alojamiento al Damnificado, la División de
Informática, la Oficina de Publicaciones y la de Relaciones Internas, que conectaba con el Registro Civil, con la flamante
Migraciones Internas, con la Policía y con el Ejército. Cuando unos meses después del cese de los derrumbes esto dejó
prácticamente de funcionar, el RESABA se redujo a un servicio adicional y pago del Registro Civil, y para no dejar a toda esta
gente cesante se los distribuyó entre distintas dependencias gubernamentales, con funciones más o menos inútiles. (N. de la R.)

82
útiles a la hora de contactarse con las sombras.

Pero ese lunes Delmira estaba en cama con gripe, y el recomienzo sorpresivo de los derrumbes

luego de una larga tregua había convertido la sala de atención al público en una romería de ataques de

histeria, la clásica gente cargando con caras largas y ojerosas, y con despojos de derrumbe que se

desparramaban de cualquier manera en el damero de falsas baldosas de goma del piso. Hacía falta

ingresarlos rápido en sistema y derivarlos al lado a Asistencia. Así que Alejandro, contra su voluntad, se

quedó supervisando los dibujos de Miguelito y encargándose de mantener una inmensa ronda de mates.

En un determinado momento se hartó, tiró la yerba, hizo café aguado para todo el mundo y amenazó

con hacerme un escándalo para pasar a Atención, donde evidentemente no nos venía mal una mano.

Logré tranquilizarlo señalándole la necesidad de que Miguel no se quedara solo, y pidiéndole

encarecidamente que le diera una leída a mi cuaderno, para así podía después darme una opinión.

Eso lo dejó tranquilo. Cada tanto lo oí reírse a carcajadas28. Y cuando cerramos al público,

mientras organizábamos los papeles administrativos, él trajo su devolución.

—Está muy interesante, aunque podrías dedicarle más espacio a la parte histórica. No, no me

refiero a la estupidez de los diarios, más bien a registros como ese que le diste a la mina que preguntó

por Guillermo Muñoz. En ese sentido tendrías que aprender un poco de Delmira29.

En ese momento le agradecí y lo tomé como de quien venía. Pero pensándolo luego más

detenidamente no resultaba ser tan mala idea. Podía formar la Historia con retazos, con trozos de

mirada, que en sí conforman todo lo que hay de valioso. Que no sirva de documento no importa, ya me

estoy acostumbrando a ver cómo los documentos juntan ominosamente polvo en los rincones. Al día

siguiente le dije a Alejandro que lo había pensado, y que quería que él fuese el primero, así que le

invitaba una merienda después del trabajo. Llevé un grabador, pero él me lo prohibió.

28
El mareo no era de cerveza. Nosotros ya probamos, y la mayor parte del cuaderno sigue siendo un bodrio rematado al
tercer litro. Al cuarto la letra se vuelve ilegible y hay que pensar en dedicarse a algo mejor. (N. de M. S.)

29
Este comentario es el origen de lo que ocupa alrededor de un tercio del cuerpo del cuaderno. Laura lo llama
en alguna parte "mis historias derrumbadas": son historias comunes y grises de personas comunes y grises, salvo por un par de
ejemplares, entre ellos el del mismo Alejandro, que sí dejamos. Tal vez, si en otra oportunidad nos da la voluntad y decidimos
hacer de esto una recopilación seria, transcribiremos. (N. de la R.)

83
—Va a ser más interesante si tomás notas, y después reconstruís como mejor te salga mi forma

de hablar. Es más, hasta sería mejor que dejes pasar un par de días antes de ponerte.

Y es eso lo que decidí hacer.

***

Alejandro Marín

En realidad no soy porteño. Te iba a inventar algún cuento estrafalario con antepasados ilustres,

pero no te voy a esconder mi origen pobre: padre taxista, madre modista, made in Luján. Me trajeron

para acá a los cuatro años, y según mamá me la pasé todo el viaje con una rabieta, pateándole el asiento

desde atrás a mi viejo, porque yo quería conducir. Ni me quiero imaginar cómo le dejé la cabeza. La

verdad no entiendo cómo no tuvimos algún accidente, pero la pasamos.

Tengo una hermana más chica, Casandra, que nació acá en Baires. Sí, la mataron con el

nombre, ni me lo digas. Un día de estos te la presento, y seguro que te cuenta algo más fabulado que lo

mío. No, no me mires así, ella es una señorita seria, che, no se da con nada. Pero tiene mucha

imaginación, ¿sabés? A los cinco años se le ocurrió que tenía una hermana gemela, Delfina. Vaya uno a

saber de dónde se vino con semejante nombre, pero me imagino que llamándose Casandra no habrá

querido que su gemela imaginaria tuviese el privilegio de llamarse algo normal, como Natalia o

Florencia. No hubo forma de sacarle la idea por muchos, muchos años. Se hacía comprar las cosas por

duplicado, hablaba con el aire... Mis viejos se preocuparon bastante. A mí me hacía gracia. ¿Sabés qué

es lo que siempre me llamó la atención? Con un caso así uno hubiera esperado que algún día la nena

hiciese el papel de Delfina, pero eso no pasó nunca, ni aún cuando pudimos observarla y ella pensaba

estar sola. Pero los juguetes de Delfina, eso sí, estaban siempre revueltos, y sus cuadernos de colegio

escritos, con una caligrafía que al principio era parecida, como se parecen las caligrafías de todos los

84
chicos cuando están aprendiendo a escribir, pero que con el tiempo se fue haciendo cada vez más

distinta a la de mi hermana.

No te creas que Casandra se aislaba por esto, ni mucho menos. Tenía un carácter bastante

fuerte, era de esas nenas que siempre forman un grupito de admiradoras alrededor, que tienden a ser

siempre el centro de atención. Las demás ya tomaban a Delfina como algo natural, la consultaban

cuando había que decidir algo, le hablaban y, por sobre todo, nunca discutían sobre ella. Era realmente

como si la vieran. Después de un rato podía llegar a ser hasta un poco siniestro mirarlas hablar al vacío,

encontrarse rastrillando el aire en busca de algo que parece estar para todos menos para uno.

Hubo un período durante el que traté de seguirle la corriente, ¿sabés? Hablaba para el hueco de

aire en donde se suponía que estaba Delfina, para ver qué pasaba. Sí, lo peor es que esto que te cuento

pasó cuando yo ya era un grandote boludón de dieciséis años, imaginate. Casandra me miraba con

lástima, y no decía nada. Un buen día me agarró del antebrazo (ella era una piojita así, de once años,

flaquita, con una porra de pelo colorado y una colección de pecas de todos los tamaños), me miró muy

seria y me dijo "No te gastes, hermanito, ella no te puede ver".

A los doce se hartó de que las maestras mandaran notas de alarma en todos los idiomas, y de

que mamá y papá volvieran de lo de la psicóloga que nos atendía a todos con cara de que se murió

alguno y dejó, por lo menos en público, de hablar con Delfina. Se volvió más reservada, pidió cambiar

de colegio para hacer el secundario y apenas tuvo la libertad para andar solita por la calle se tomó la

costumbre de pasar todos los días al menos una hora sola, fuera de casa. Es una costumbre que, hasta

donde yo sé, sigue manteniendo hasta hoy en día. Si tiene algo raro que contarte apuesto a que viene de

esas caminatas.

Yo de más chico tuve ese impulso celoso de hermano más grande que anda siempre pendiente

de su hermanita menor, pero se me pasó casi por completo cuando, como te conté, supe que estaba

definitivamente fuera de Delfina, que en definitiva había quedado afuera de saber bien quién era mi

hermana. Me enojé como un chico. Bah, me puse celoso y me dediqué a mis amigos, a salir, a aprender

distintas formas de mantenerme mareado y a ocuparme con una computadora o con una guitarra por

85
horas y horas. No me quejo, la pasé fantástico. Pero digamos que mi vida siempre fue mucho más chata

de lo que a mí podría haberme gustado. No hice nunca nada más estrafalario que recorrer el Norte de

mochilero. Nunca estuve de novio más de cuatro meses. No tuve hijo, ni árbol, ni libro, gracias que

página web. Te digo la verdad, antes de los derrumbes, de quedarme en la calle, ir a vivir a un refugio y

toda esa parafernalia que vos conocés estuve pensando muy seriamente en matarme, de puro aburrido.

Todos los días reparando computadoras, los sábados con la banda, la cama siempre ocupada con

alguien que no sabe quien soy. Siempre fui un poco apático, si querés que te diga la verdad. Casandra es

más bien todo lo contrario. Tendrías que hablar con ella. En una de esas hasta conocés a Delfina, andá a

saber.

Carta de lectores en La Nación Revista

(Vía e-mail)

Quería felicitarlos por la nota “Cuando todo se viene abajo”, porque creo que refleja muy bien

la situación de miles de porteños que como mi familia y yo nos vimos obligados por el miedo a dejar

todo lo que tanto queremos. En nuestro caso, hace dos meses que estamos en Mar del Plata, y aunque es

cerca se siente bastante como un exilio.

.........................................................................................................................................................................

Gracias entonces por la comprensión hacia los que somos también víctimas, por ayudar a que

más de uno en vez de señalarnos con el dedo como “los que huyeron” se ponga a dar una mano.

86
—Angélica Tosso, 16.

***

Posibles fragmentos en una línea de puntos, según Martín Scarpe

(A)

Además quería felicitarlos por el buen gusto de la infografía. En eso siempre se destacó su grupo

periodístico: luego del esquema del derrumbe típico y de las fotografías que lo acompañan, me he visto

mucho más acompañada, ya que la mitad de mi división (un saludito para las que siguen en el 4to 5ta

del Santa Catalina, que se la re-súper-bancan) se vino conmigo a MDQ.

Por lo demás, etcétera.

(B)

Lo que tengo que aceptar que no me pareció de muy buen gusto que digamos es el que hayan

mezclado las cinco páginas que lleva su excelente nota con una página con propaganda y muestra de

champú, y sobre todo las dos medias páginas ocupadas respectivamente por los créditos hipotecarios

con seguro de Banco X (con su llamativo “consultar disponibilidad de zonas”) y por una enorme

publicidad de Jardín de Paz.

Por lo demás, etcétera.

(C)

Si hay algo que criticar a su bella nota es una falta obvia en la investigación que intenta rastrear

las causas del comienzo de los derrumbes. Supongo que las más absurdas las plantean, muy sueltos de

cuerpo, aquellos “personajes ilustres” porteños que parecen vivir en cualquier otro lado menos por las

87
callecitas de mi adorada ciudad. Toda esa larga perorata del profesor NN sobre la dimensión simbólica

de la catástrofe y sus consecuencias ideológicas (perdón, che, ya sé que se supone que tengo dieciséis

tiernos añitos, no tengo que saber lo que es una dimensión simbólica ni unas consecuencias ideológicas,

gracias si sé lo que es una catástrofe y si de casualidad puedo reconocer el término “perorata”) es un

verdadero disparate. ¿Es que nadie reparó en los olifantes? ¿Nadie vio cómo esos bichos se pasean muy

tranquilos por la calle esquivando a la gente, haciendo temblar el piso y dando trompazos a los

edificios?

Por lo demás la suya, humanamente, es una buena nota. Una bella nota, y tan útil como una

regla de treinta en clase de geometría. Sobre todo si hay trocitos de goma de borrar para lanzar a los

bancos de adelante.

Por lo demás, etcétera.

Breve diálogo de la recopiladora con Diego30

— ¿Y? ¿Qué te parece?

Él se pasa la mano por la barba, arruga los labios, y responde mirando las hojas recién leídas,

impresas especialmente para él, luego de un silencio.

—No sé. Lo veo un poco desprolijo.

Ella sonríe y lo mira, mientras sirve una taza de café.

—Es la idea. Si no fuese un borrador no tendría sentido.

—Es que me parece que no le das cierre... No sé, no termina de tener sentido.

—Si terminase de tener sentido lo estarías armando vos, no Martín y yo. —Martín, en silencio,

se finge dormido en el sillón, y se llena de ganas de darle un abrazo a la Recopiladora, frente a

semejante reconocimiento en ausencia. Pero como es su costumbre considera que es más interesante y

30
Reconstrucción parcial de M. S.

88
menos trabajoso seguir escuchando, y se calla—. Para cerrar algo escribo una monografía.

Diego se calla, arquea las cejas, deja las hojas encima de la mesa y se pone a contar su lucha

con los Prieto, un matrimonio de viejos intratables que quieren obligarlo a pagar alguna reparación que

a Martín se le perdió en el viaje a los dominios de Morfeo.

Del diario de Víctor Grinberg

La pava en el fuego. En el comedor, el televisor ladra lo que cualquiera habría podido imaginar:

arrancó febrero, siete derrumbes en una tarde. Para taparle la boca a los que decían que ya se estaba

terminando. La reportera hace su mejor esfuerzo para provocar un ataque de histeria en la audiencia.

No puede tener más suerte: de golpe, mientras ella daba la dramática noticia del séptimo

derrumbe y la cámara se regodeaba en los escombros, se viene abajo un edificio a la vuelta. Se escucha

el ruido horrible de la mole de ladrillos que se desploma. No hace falta verlo para saber que viene una

imagen movida de la calle mientras el camarógrafo corre, a tiempo para llegar a mostrar el último

segundo de la lluvia de cascotes, que seguramente mató a mucha gente, y para mostrar el último

estertor de polvo de la estructura que colapsó.

Ocho.

Seguro que me voy a cansar de ver ese video en todos los medios. No hay, creo, otra filmación

periodística de un derrumbe. Todas las pocas que hay son de aficionados. Alba grita, y veo a María

pasar corriendo hacia el comedor para ver. Yo no tengo apuro. Y aparte tengo cosas más importantes en

que pensar.

Ella sabe más de lo que dice. No quiere asustarme porque no se quiere asustar, pero hay algo de

ese sueño que no me está contando. No es casual que anteayer, en el velorio, no me quisiera ahí. Por

supuesto que las viejas no le incomodan tanto. Lo que no quería era tener que ver un muerto conmigo

89
cerca. Menos a uno de derrumbe. Que no entienda no quiere decir que no sienta que alguna conexión

hay.

Hugo también sabe algo que no me está contando. De él lo entiendo un poco más. Hay que darle

tiempo a que encuentre alguna forma bizarra de comunicarme lo que tenga que decirme.

Alba entra a la cocina, histérica. Me relata rápido lo que ya escuché con lujo de detalles, casi a

los gritos, y sé que conviene que deje el cuaderno y me dedique a calmarla.

***

Costó mucho convencer a Bita de que se fuese a trabajar. No termino de entender qué le dio,

porque ella no es de reaccionar así. Me parece que, aunque no lo sepa, intuye lo que está pasando.

Él lo dijo bien, su paso a este lado tiene su precio. Y bien caro está saliendo nuestro duelo. No le

molesta la muerte de unos cientos de personas, una nimiedad de efecto colateral para pagarle la

emoción de un poco de peligro. Bien podría haberme llevado en una muerte de cuna, como buen cuco

espantoso que es, no dejar abierta la puerta tanto rato y no darle de comer al morbo de los noticieros.

Podría haberme dejado cuando me quise matar, también. Pero no, quiso cargarme con la culpa de estar

vivo. Y me pone en el compromiso de entender sus enigmas, de tratar de descifrar qué quiere que sepa,

de darme cuenta qué se supone que tengo que saber para que él sienta que puedo ser una amenaza. Me

está preparando para que sea peligroso, clavándome varas como a un toro en una corrida.

Habrá que darle el gusto. Tendré que encontrar la forma de matarlo.

90
En la puerta del baño de mujeres de la pizzería Las Cuartetas

(Anotado por Daniela)

Qué es eso? ¿Vos también soñás con eso?


Si es un negro que me
abanique, contame

No puedo dormir

Tomate una pastilla,


Yo tampoco como yo, que duermo como
una princesita

Del cuaderno de Laura Cáceres

Mauricio Galdana es alto, pálido y parece perderse un poco en los días de lluvia. Trabaja en el

Registro, y carga con el estigma de ser el único del plantel a quien no se le derrumbó absolutamente

nada. Enseña Historia y Educación Cívica en un secundario para adultos de la zona. Parece ser que

buscaba algo para hacer durante la mañana, y como su tía es amiga de Lara Barza, una de las

autoridades máximas del Registro, vino un buen día a las ocho de la mañana con papeles y credenciales

a informarnos que estaba contratado como secretario de segunda, el mismo cargo que tienen Alejandro

y Delmira. De eso hace quince días, y la verdad es que todos (me toca incluirme) lo sentimos como una

invasión, algo no del todo justo, un poquito ilegal. A él nadie le dijo nada, pero Mauricio no es tonto.

Notó en seguida cuál era su posición frente a todos nosotros, y se dedicó por entero a tratar de hacernos

cambiar nuestra primera impresión sobre él.

En el fondo es absurdo. Por lo que hay por escrito cualquiera tiene derecho a trabajar para el

91
Registro, y el hecho de que todos vengamos de los derrumbes se debe a que para tapar rápido el agujero

de los que nos quedamos sin trabajo antes de que hiciéramos más ruido a alguien en el Gobierno se le

ocurrió reclutarnos en los refugios. Y la presencia de alguien ajeno a nuestro grupo cerrado nos ayuda,

al menos a algunos, a caer en la cuenta de que nos sentimos diferentes, heroicos, por haber estado en un

derrumbe, por dormir o haber tenido necesidad de dormir en una colchoneta tirada en un aula o en una

oficina vacía.

No podría explicar entonces del todo bien qué es lo que me causó el hecho de que, sin previo

aviso, Mauricio me invitara a cenar. Me quedé mirándolo fijo, sin saber qué contestarle.

—Es porque sé que estás juntando testimonios para tu libro sobre los derrumbes —se apresuró a

aclarar, en algo que sonó a excusa masticada—. No habré estado en ninguno, pero capaz que te

sorprendo con algo. Hablo con mucha gente, y también tengo lo mío para decir.

No encontré qué responderle, así que cuando me pude poner a pensarlo él me pasaba a buscar

por casa, después del colegio, a las diez y media. Delmira (que probablemente sea la única que lo trate

sin diferencias) se permitió alguna broma al respecto, y Miguelito me sacó la lengua como único

saludo.

En el restaurante, él se empeñó en desviar la conversación, pero yo me puse firme en el

propósito de mantenerlo en carril. A las cansadas, cuando ya nos traían la comida, empezó.

Reconstruyo lo que los nervios me dejaron recordar, porque el manejo de los cubiertos no me dejó

espacio para sacar el cuaderno antes de llegar al café, cuando ya me había decidido a no usar su

testimonio para nada. Pertenece, según creo, al último rato de conversación.

—Supongo que sobre los olifantes ya tendrás algo —disparó entonces, cuando los temas de

conversación comenzaban a agotarse. Era la primera vez que escuchaba la palabra pronunciada.

—Aparte de los cuernos y de los de Tierra Media, no sabría decirte. Si la idea es darme una

charla sobre la relación de los refugios con los cuernos, paso.

Se rió. Después se mordió el labio superior, como hace cuando se pone nervioso (repitió

muchas veces el gesto a lo largo de la noche), se estiró en la silla y miró para afuera. Me dio la

92
impresión, por un momento, de que Mauricio hubiera querido estar, en ese momento, en cualquier otra

parte, menos ahí conmigo. Me dio un poco de pena.

—No, no tengo nada sobre olifantes. Bah, sí, Miguelito dibujó uno el otro día. Pensé que era un

invento suyo.

Me miró con cara de poco convencido. Después probé tratándolo con un poco más de

amabilidad, y se puso a contar una historia fantasiosa y un poco sórdida sobre una organización de

sombras, encargada de cuidar de una manada de bestias invisibles. Historias de uno de sus alumnos,

según dice. Uno que sí vio los derrumbes de cerca, y que evidentemente no quedó muy bien de la

cabeza que digamos.

Él, que evidentemente se daba cuenta de la ridiculez de lo que me estaba diciendo, parecía

molesto explicándome las teorías de su alumno, un tal Marcos, y a la primera oportunidad, antes de que

yo tuviera oportunidad de hacerle un par de preguntas o él de cambiar el curso de la conversación

definitivamente (yo ya había decidido que coquetear un poco no podía hacerme mal), pagó la cuenta,

me acompañó a casa y se fue.

Sé que suena tonto, pero necesitaría hablar de esto con Delmira. Aunque sé que no se puede.

Mail de Patricio Dávila a Adriana Dizzerio31

Pero ¿cuántas veces te tengo que decir que me dejes de mandar cadenas? Si me vas a mandar un

mail, que sea personal, che. Como este.

Madrid bien. Marina, un tanto más colgada que de costumbre. Creo que para cuando llegué a

España ella ya se había mudado a la luna de Valencia. Yo por ahora sigo buscando laburo, voy a

esperar un par de meses a ver si me da la cuerda y si no me vuelvo. Si puedo sacar a Mina de acá

31
Esta vuelta ganó Martín, y la ortografía fue regularizada. [N. de la R.]

93
todavía mejor.

Ah, por lo que le preguntaste a ella, de Córdoba no hubo novedades. Parece que allá tampoco lo

encuentran. ¿Cómo sigue Laura? ¿Se supo si estaba embarazada nomás? Hay que cuidarla a la negra,

vos que estás allá tratá de tenerle un ojo encima.

Creo que eso es todo. Un abrazo,

Pato.

Del cuaderno de Laura Cáceres

CASANDRA MARÍN

Casandra Marín parece vivir en una suerte de niebla constante. Pese a esto, toda su actitud

corporal es la de una mujer muy segura de sí. Si se la pudiera mirar y escuchar sin prestar atención al

contenido de lo que dice, su tono definido y contundente daría a pensar que es una persona de bordes

claros y personalidad contundente. El problema empieza cuando se le presta un poco de atención:

dentro de su tono asertivo, es imposible encontrar una frase no referida a cuestiones nimias de su

entorno inmediato que esté exenta de contradicciones, modalizadores de inseguridad, imprecisiones e

indefiniciones. Da la impresión de que sería capaz de recitar el Preámbulo de la Constitución y de

hacerlo sonar irreal, ficticio, visto en sueños o simplemente inventado sobre la marcha.

Tuve que abollar una decena de hojas de mi cuaderno en las que intenté poner mis notas por

escrito adaptándome al estilo general de habla de la hermana de Alejandro, como vengo haciéndolo con

todo el mundo, y fracasé rotundamente. No pude ni siquiera llegar a una aproximación. Es la primera

94
de mis entrevistas32 en la que llego a echar realmente de menos el tener un grabador a la mano. Aunque

no sé hasta que modo incluso una trascripción hubiese podido dar cuenta de lo que aquí apunto.

La joven tiene mucho de lo que le atribuye su hermano. Puede que él se quede incluso algo

corto. Cuando me la presentó antes de ayer llevaba el pelo recogido en un rodete tirante, mucho

maquillaje en los ojos y unos aros inmensos. Hoy, cuando nos encontramos en el café, estaba a cara

lavada y con el pelo suelto, lo que le daba, no sé por qué, un aspecto casi agresivo. Pidió un licuado de

frutilla y empezó a contar una versión sucinta y difícil de seguir de la misma historia que me había ya

contado su hermano. La historia de Delfina la pasó casi por alto, con apenas alguna mención desde los

dichos de la gente que tanto se preocupó por ella, como si se tratara de la historia de otra persona. E

inmediatamente después, sin intervalo, pasó a hablar de música. Ahí pasé a enterarme de que ella toca

el arpa, y de que increíblemente se dedica a eso. No volvió a hablar de Delfina, pero la entrevista estuvo

plagada de huecos, y de frases que parecían dichas por otra persona, como si vinieran de otra parte.

***

Releo lo que acabo de escribir y no puedo sino encontrarlo insulso, vacío. Un conjunto de

palabras-cornisa que circulan por los contornos sin llegar a definir nada. Es mi empeño por ser realista

lo que me falla, esta búsqueda a pesar mío en este desorden inverosímil para el que no hay realismo que

sirva, mi miedo pánico de admitir que estoy viviendo el absurdo y de dejarme llevar, en este mundo

desquiciado donde no hay acto más idiota que el de seguir poniendo el despertador a la mañana todas

las noches y, lo que es peor, por las mañanas hacerle caso, mientras la arenita de los derrumbes se cuela

por abajo de la puerta como un reloj que insiste en decirnos que ya no vale la pena.

No sé cómo seguir, cómo seguir sorprendiéndome de la gente que habla de olifantes y de

sombras, de las miradas de Delmira a la hora del desayuno, de los desconocidos que conocen a

32
Es la quinta entrevista, en el cuaderno. Y, llamativamente, la última. [N. de la R.]

95
Miguelito más que yo, del déjà vu indefinido del pelo suelto de Casandra, de la frase indefinible de

Adriana Dizzerio, Laura tenés que saber, porque se supone que tu cuaderno eventualmente va a leerlo

alguien, prestá atención porque conviene que sepas, y vaya uno a saber lo que se suponía que yo sepa, o

quién es que supone.

Por ahí es idea mía, pero me da la impresión de que Miguelito me mira con algo de lástima. No

dice nada, y cuánta razón que tiene.

De Martín Scarpe

No, no, no y no. Definitivamente no la aguanto más. Yo no sé cómo nuestra Señorita

Recopiladora la tolera, con ese sentimentalismo barato que tiene. “Esta búsqueda a pesar mío”, a ver un

violín llorón para el cuaderno uno. Esta mina realmente no tenía un carajo que hacer33 más que ponerse

a gastar hojas, y encima completamente convencida de que hace algo importante, un favor a la

humanidad o andá a saber qué.

En respuesta a la obvia nota de mi querida Recopiladora, no, señorita, yo estoy completamente

convencido de que esta tarea es absolutamente inútil, esa es la gran diferencia. Si creyese que esto tiene

alguna utilidad ni me gastaría en pasar una sola palabra.

33
Quién habla [N. de la R.]

96
E-mail de Paula R. a Marina Bianco

Te escribo para darte las gracias. Sé por Adriana que sos una de las pocas que todavía siguen tratando

de hacer lo posible. Bueno, vos y Patricio, en realidad. Y vos no tenías ninguna clase de obligación.

Supongo que sabrás por Adriana (ella está haciendo de intermediaria entre el resto del planeta y yo) que

me cuesta un poco comunicarme, desde que Guille desapareció es como si me hubiera quedado casi sin

palabras. Perdón entonces por este mail un poco seco y un poco pobre. Y gracias, de nuevo.

Paula

Del diario de Víctor Grinberg

A Hugo Mirabile lo conocí hace cosa de tres años. Para entonces yo ya me manejaba solo, y me

gustaba salir con mis hojas canson a tomar ideas a la calle. Me gustaba, sobre todo, sentarme en los

bares al lado de alguna ventana, pedir lo más barato que hubiese en todo el menú y dedicarme a mirar

por el cristal para ver no lo real, sino lo que yo quisiera ver.

Fue en uno de estos cafés en donde nos encontramos por primera vez. Él se había sentado en la

mesa de atrás, y se había quedado mirando cómo yo trabajaba con un lápiz 2B y una goma para dar

forma a uno de mis motivos preferidos por entonces: una copia fiel de las calles y los edificios que tenía

tras la ventana, capaz de hacer las delicias de cualquier profesora de dibujo de secundario, poblada por

una multitud de monstruos, de los que me hubieran valido una mirada preocupada de mi hermano

Nicolás. Yo tardé en darme cuenta de que estaba siendo observado, y cuando lo noté preferí no darme

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por enterado. Sólo cuando di el último toque de sombra a una gárgola, que se trepaba con expresión

viciosa a un poste de luz, me decidí impulsivamente a firmar mi dibujo y a dárselo.

Hugo agradeció sin felicitarme, con apenas una sonrisa, y acto seguido escribió una dirección y

un horario en un papel.

—Soy profesor de fotografía —aclaró—. Si te interesa, esa es la dirección de un centro cultural

en el que estoy dando clases. Te puse el horario más abajo. Sería interesante que te dieras una vuelta,

alguna vez. Decile a tu padre-madre-tutor-o-encargado que es gratis y que yo te presto el material.

Al martes siguiente yo estaba en su clase. Un mes más tarde tuvo que abandonar el centro por

un problema de polleras, y el taller tuvo que seguir en su casa. A los tres meses de eso, los únicos

alumnos que quedábamos éramos Natalia (una veinteañera pálida con más persistencia que talento) y

yo. Cuatro meses más y Natalia terminó pasando por la cama del profesor. Lo que quiere decir que algo

menos de un año después de aquella anécdota del bar yo era el único de sus alumnos particulares que

no pagaba, y que encima trabajaba con materiales prestados.

No mucho después yo terminé de decidir que prefería dibujar a sacar fotos. Por supuesto Hugo

lo entendió perfectamente. Pero la costumbre de encontrarnos a hablar persistió. Y cuando, cierto

tiempo después, sobrevino la internación, él fue el único amigo que vino a visitarme. Muy

probablemente haya sido porque Sebastián y Nahuel tenían madres responsables que no creyeron

apropiado que sus hijos concurrieran a un lugar así, pero eso fue de todos modos la base para que, de

ahí en más, cada vez que realmente necesito a alguien, llame a Hugo.

De ahí también que cuando el edificio se le derrumbó (y fue el primero en caerse, con su suerte

no podía ser de otro modo34) haya venido a pasar unos días en casa, todos los que la paciencia de Alba

pudo permitirle. Que fueron unos cuantos, no hay que negarlo

34
No conseguimos dar con ningún documento referido directamente a este derrumbe, pero todos recuerdan el caso. Fue
el único caso diferente al resto: en lugar de caer hacia adentro, el edificio prácticamente explotó hacia la calle, y causó
destrozos en la vereda y los edificios adyacentes. No hubo que lamentar víctimas fatales, porque la edificación dio señales
claras de peligro por casi cuarenta y ocho horas, y los vecinos creyeron prudente autoevacuarse. Sólo había un vecino
dentro del edificio al momento del derrumbe, alguien que volvió a tratar de llevarse algunas cosas más luego de salvar
unas cuantas valijas, y que se salvó casi de milagro, refugiándose en un antiguo armario de caoba. Martín insiste en que
recuerda que el hombre se llamaba Mirabile. Pero su memoria no es confiable cuando es así de precisa. [N. de la R.]

98
Después de eso lo vi bastante poco. Supe que estuvo algún tiempo en una pensión, hasta que se

instauraron los refugios de emergencia, cuando decidió pasar a vivir en un piso liberado para tal fin en

un edificio del gobierno. Según él, por el momento los derrumbados lo divierten. “Hasta sería capaz de

aceptar el trabajo que me ofrecieron del Registro”, bromea. Pero sé bien que no lo dice en serio. No

sería capaz de trabajar detrás de un escritorio, sin importar lo que le pongan delante.

***

Él terminó de leer su retrato, trazó una marca de “visto” al margen, a la altura de la última línea,

y me devolvió el cuaderno, sonriendo.

—Está muy bien, sí, me hace justicia. Te faltó hablar de mi apariencia de galán de cine, pero

queda.

Me reí.

— ¿Y vos te pensás que te voy a hacer caso?

—Escribiste el retrato que te pedí. Claro que me vas a hacer caso.

—Escribí el retrato porque me lo pidió un amigo.

—Por eso mismo. Y porque no quedó tan mal.

No quise discutir. En el fondo tenía algo de razón. Para cambiar de tema, volví a hablarle de

María, y le conté la escena del velorio completa.

—Te tiene de las pestañas, pendejo. —Fumaba, y miraba el café. Hablaba con indiferencia, sin

prestarme atención, muy probablemente pensando en cualquier otra cosa—. ¿Y qué dice tu hermanita

Alba de esto? —Yo tenía, no sé muy bien por qué, un poco de vergüenza. Hugo siempre me hace sentir

así, un poco infantil. Es el único de entre la gente que conozco que sé que es más cuerdo que yo—. Ah,

ya veo, no sabe. Bueno, entonces estamos bárbaro.

Sonreía, pero parecía como si la sonrisa me llegara de otra parte.

99
—Y ni siquiera puedo conseguir que me cuente el sueño del Basilisco.

Me miró por primera vez desde que entramos al bar. No soy de buscar demasiadas

interpretaciones (me gusta más bien que haya varias posibilidades), pero me parece que ahí había algo

como un dejo de tristeza.

—Ahí está. Desaparece porque se convenció de que no existe, y no te quiere preocupar. Está

haciendo lo mismo que tu hermana Alba. Eso sí, que no te extrañe si le sale el instinto maternal cuando

te vuelva a creer.

— ¿A Bita?

—No, a María, gilastrún. Necesita pensar que te tiene que proteger de algo, que hay alguna

buena razón para que le pertenezcas. Lo que más les gusta a las minas como tu María, en el fondo, es

pensar que el hombre está indefenso.

—Hablás desde tu experiencia.

—Claro que te hablo desde mi experiencia. ¿Desde dónde querés que te hable?

— ¿Y qué pasó con Virginia?

—Se fue. ¿Qué va a pasar?

—¿No te aguantó más?

—Y, era de esperar.

Apagó el cigarrillo y se tomó todo el café de un solo trago. Volvía a no estar. Miraba a un punto

fijo, atrás mío. Me di vuelta, y vi que una pelirroja nos miraba desde la puerta, como queriendo

cerciorarse de que estábamos viéndola. Hugo le hizo una señal con la mano, y ella se acercó.

— ¿Y? ¿Cómo anda todo? —le preguntó Hugo.

—Complicado. Los bichos andan por el Bajo. Cuando me fui todavía estaban lo que se dice

bajo control, pero se estaban empezando a poner un poco nerviosos.

Se sentó en la silla que había quedado libre y sin pedir permiso empezó a comerse las masitas

que habían venido con mi café. No hablaba en voz baja, pero tenía una voz tan suave que daba esa

impresión. Me miraba muy fijo, y yo de a ratos le devolvía la mirada, bastante incómodo.

100
—Es el pibe del Basilisco. Claro que te ve.

Del anotador de Delmira Mülerstag

D. insiste en conocer a Miguelito.

Sergio Ortiz estuvo con los cuidadores, pero pasó la puerta.

Puede que haya otro como D. —> Si hay que creerle a ella, claro.

Algunos titulares de tapa del 1 de Marzo35

Frenó el plan de recostrucción.

Famoso cantante de cumbia desaparecido en derrumbe 600.

Se derrumbó el edificio N° 600, y el Gobierno para las obras.

A guardar, a guardar (lo acompaña la foto de un nene chiquito guardando ladrillos en una caja)

35
Recopilación paciente de Gonzalo en Internet, a pedido expreso de Martín de romper nuestra regla habitual de
no buscar materiales específicos.

101
Del cuaderno de Laura Cáceres

Algo raro pasa con Miguelito. Puede ser que la actitud de Delmira para conmigo tenga algo que

ver con él, empiezo a pensar. Toca la guitarra hasta bien entrada la noche, con el entrecejo fruncido, y

no hay manera de hacer que la deje por las buenas. Y hay algo en el modo en que mira a la gente. A

veces me da la sensación de que es capaz de ver a través de mí, como si yo fuese una sombra. Si es que

las sombras son transparentes, como los olifantes de Mauricio Galdana. Eso nada más lo imagino. Creo

que nunca vi una sombra, si exceptuamos rápidas imágenes en el borde de mi campo de visión.

Por lo pronto mañana estoy citada en el jardín. La maestra parece tener algo que decirme.

***

La maestra quiere que mande a Miguel a un psicólogo. Puede que tenga razón; todavía él se

niega rotundamente a hablar y es cierto que no sabemos casi nada de lo que pasó con él antes del día

del derrumbe, nada más que lo poquísimo que podemos inferir de su cuadernito de jardín. Y se lo

escucha cuando se queda solo, cuando habla con los que no están. Y está además aquello que se le ha

dado ahora por hacer, escribir listas de personas en las paredes. Es cierto que es un hábito un poco

inquietante, me puedo imaginar muy bien la situación de una maestra que lo vea escribir con tiza roja,

con letras despatarradas que le lleva su buen tiempo dibujar, largas hileras de nombres y apellidos. De

hecho, parece que el motivo de la insistencia es que no pueden legalmente echar al chico, porque no es

ni deficiente ni psicótico, nada más un poco raro, pero eso no evitó que le cause un preinfarto a la

vicedirectora cuando el martes la mujer pasó por un pasillo y vio cómo el chico llegaba a la quinta

repetición del nombre "Adrián Saccone" en letras mayúsculas de imprenta, atrás del paredón del patio

de recreos, mientras los compañeritos buscaban hojas para pegar en un trabajo sobre el otoño. Era el

nombre de un sobrino de esta docente, que tuvo una muerte de derrumbe bastante espantosa. Se quedó

102
encerrado en el baño de un edificio de oficinas que dio nada más quince minutos. Apenas llegó a darse

cuenta de lo que pasaba y a usar el celular para pedir ayuda, unos minutos antes de que toda la

estructura del edificio se le viniera encima.

Delmira opina que un psicólogo no va a ser de gran ayuda, porque el chico no está loco ni

mucho menos. Pero, por supuesto, Delmira es Delmira. Yo insisto en que la única forma de

comprender qué es lo que pasa con Miguelito es ponerse a buscar en serio, saber en dónde está la

familia. Ella dice que no entre las sombras, pero eso no nos acerca. Aparte, aunque ninguna de las dos

lo dice, la posibilidad de buscar nos aterra. No se trata de un terror mezquino; aunque separarse fuese

triste sería una gran cosa dar con los familiares de Miguelito. En una de esas recuperaría el habla. O

dejaría de ver sombras. O las dos cosas. Pero aunque ninguna de nosotras lo dice, aunque las dos nos

callamos en este punto, creo que tanto ella como yo tenemos miedo de lo que podemos encontrar si

escarbamos mucho.

Stencil

La silueta de un elefante, copiada del logo de los juguetes Jocsa, parado sobre una persona

despatarrada y apuntado por una gran mira redonda.

Encontrado por Gonzalo en Internet, después de buscar los titulares del 1° de Marzo

RARO

Cerca de diez testigos aseguran haber visto, a poco del dramático derrumbe espontáneo del

edificio ubicado en la esquina de Santa Fe y Bulnes, al cantante Darío “Perico” Terroso, fallecido

103
anteayer en el trágico colapso del hotel Estelar, del barrio porteño de Almagro.

[...]

Del diario de Víctor Grinberg

Dejó de mirar la televisión, así de golpe, y ahora se concentra en el unicornio, que quedó

encima del hogar (la estufa rinconera disfrazada, en realidad), lugar perfecto para posar semejante

porquería. Pensándolo con la cabeza, seguro que está tratando de sacar el cálculo de cuánta plata me

gasté en esa bazofia, seguramente mucha, y no voy a una puta entrevista de trabajo. Casi le escucho el

ruido en el cerebrito: Este me va a volver loca a mí, claro, si no me deja antes en quiebra, pero quién se

piensa que es, pendejo malcriado; yo tengo la culpa, Nicolás tiene razón. Toda la razón del mundo

(pero nada más que la del mundo), concentrada abajo de un bonito matorral un poco desprolijo de pelo

castaño y de un par de cejas fruncidas, que son tanto más lindas cuando duerme. Si no fuese porque eso

implicaría que hable con él, me gustaría saber el tipo de respuestas que puede darle este peluche de

sentido común a alguien como el Basilisco. Sumamente interesante, seguramente. Una soñadora

pragmática, mi chiquita encantadora, hermanita que odia que le hable en diminutivos.

Parece no darse cuenta de que estoy acá, pero yo sé muy bien que no es cierto. Mirar ese

unicornio es una forma de mirarme fijo. Todavía no sabe, todavía no se dio cuenta de que no soy como

Nicolás, de que indirectas como esa no me van a hacer sentir avergonzado. A mí con razones prácticas,

sí, justo.

A la carga. Ahora me dice que me consiguió un trabajo. Bien flexible, como para que yo lo

pueda aguantar, según ella. Corretaje de dulces, licores y quesos de esos que no terminan de ser ni

caseros ni industriales del todo, y por eso a falta de mejor nombre se llaman "orgánicos". Pese a lo que

el nombre parece indicar, por lo que ella explica, "corretaje" no incluye andar a las corridas con nadie,

104
menos llevando una hilera apilada de frasquitos y de fetas de queso en la cabeza. Se trata apenas de

tratar de convencer a la gente bien que se pone un comercio de que pruebe los menjunjes, tome algunos

en consignación y después en una semana si anduvo bien me haga su primer pedido, pero claro que no

hay obligación de compra, señor, si no le parece yo en una semana los frascos me los llevo, le aseguro

que no se va a arrepentir. Supongo que lo voy a aceptar, en parte porque Bita me mira como esperando

que me niegue para estallar en una de sus crisis de hermana-que-se-desespera-porque-qué-vas-a-hacer-

el-día-que-yo-no-esté. En parte, también porque puede servir para andar un poco, salir de casa, ir

rastreando a las sombras, y quién te dice, en una de esas hasta ver un olifante. Además está María, que

por todo febrero está de vacaciones como buena empleada de su señora tía Cecilia (hermana de su

señora madre, nada que ver con el pobre señor tío Crisóstomo), una abogada cuarentona a la que yo me

imagino muy elegante y un poco seca, y que ella detesta con ganas. Excelente excusa para manejar los

momentos en los que me conviene verla.

Será hasta que me aburra, che. Después en una de esas me hago ingeniero civil, pai umbanda o

incluso abogado, tras los pasos de la próspera señora tía Cecilia, para que el Basilisco se desternille de

risa y de horror, me tenga lástima y se deje de joder. Así sí que no valdría la pena matarme.

105
Del anotador de Delmira Mülerstag

Miguel Ángel
Chiarino

Pero ¿qué es la colorada


de la que habló?(*)

Carlos Cabrera se quedó totalmente callado. Es


la primera vez que pasa.

Últimos 10 dibujos:
-5 de olifantes: (uno de ellos
tiene al animal visto desde Adriana Dizzerio
atrás, a él parece hacerle
gracia). Ninguno tiene ojos.
-3 de Laura y yo, con gente del
Puede que sepa algo más
Registro.
de Miguelito que lo que
- 1 de una mujer de pelo rojo
le dijo Laura.
(*?) que mira fijo una figura
Comentario: prestá
imprecisa, que no parece del
atención a lo que dibuja
todo una persona.
ese chico.

Toca la guitarra demasiado bien este chico.


Laura está encantada, yo no sé.

Grabador de Martín Scarpe, en un bar con la Recopiladora y con Daniela

— ¿Alguna vez pasaste ochenta millones de veces por la esquina de la casa de alguien,

esperando encontrártelo?

—Sí, por supuesto, Martín. Me acuerdo hace un par de años que hice eso con un pibe, alguien

106
que apenas conocí.

—Pero sabías dónde vivía.

—Sí, pero era prácticamente lo único que sabía de él. Y me gustaba con locura.

—Ahí viene el café. ¿Las medialunas?

—Mías.

—De Dana. ¿Y qué pasó con él?

—Nada, no lo vi nunca más. ¿Vos estás grabando?

—Sí.

—No puede con su genio. Maldigo la hora en que le regalé ese aparato infernal.

Daniela acerca el aparato para hablar al micrófono.

—Aquí FM Alpedismo, con sus presentadores estrella, nuestra señorita Recopiladora y Martín

Scarpe, presentando su ciclo…

—No te burles que es una cosa seria. FM Alpedismo interrumpe su transmisión para tragar un

tostado.

— ¿La madurez?

—Salió. ¿Le dejo algo dicho?

—No, gracias.

—Bueno, pero ¿para qué me preguntaste por Andrés?

—¿Quién es Andrés?

—Ah, perdón. El que perseguí un poco.

—¿Y te acordás del nombre?

—...

—Es por los cuadernos, a veces me da la sensación de que estamos haciendo eso, pasar una y

otra vez por enfrente de una puerta para ver si encontramos algo.

—¿Y?

—¿Soy el único que encuentra un poco raro lo de los olifantes y lo de las sombras?

107
—Bueno, no vas a negar que las dos cosas son parte del folklore de los derrumbes, como Perico

Terroso.

—Sí, claro, pero… No importa, dejalo ahí.

Del cuaderno de Laura Cáceres

Mauricio volvió a invitarme a salir. Le dije que sí, porque de momento no vi nada malo en ir al

cine, ni tampoco en eventualmente hacer el amor con él y despertarme el domingo a la mañana en un

departamento bien amueblado, lleno de libros, de persona que nunca pasó por un derrumbe.

En el fondo es un alivio, una suerte de tregua, estar con alguien así, que no haya precisado

nunca hablar con Delmira para nada que no sea pedir una abrochadora o tinta de sellos, que sea el único

en todo el Registro que no tiene una idea cabal de quien soy, estar nada más con un pobre muchachito

pálido que nunca oyó hablar de Guillermo Muñoz y que conoce a Miguelito Chiarino lo

suficientemente poco como para no saber que es un chico lo suficientemente raro como para preferir no

hablar con los vivos.

Resulta fácil despertarme al lado de Mauricio y mirar por la ventana al parque, esa masa

inmensa, verde y limpia desde donde nadie nos podría llegar a ver caminar desnudos, en un piso

catorce. Resulta sencillo acostumbrarse al poco polvo de los pisos altos, al cuerpo de Mauricio que

empieza a saber cómo abrazarme, a la casa sin nadie más, y entonces todo el resto de mi realidad

parece un sueño rebuscado, resulta fácil convencerme de que estoy otra vez en mis tiempos de facultad,

de que después de esto voy a volver a la librería y papá me va a preguntar adónde me metí anoche sin

esperar una respuesta, como cuando salía con Guillermo y todo era tan sencillo y sin sombras

mugrientas.

108
En un negocio de ropa, para entonces

El cartel, de gusto dudoso, duró muy poco colgado.

¡¡¡¡DERRUMBE DE PRECIOS!!!

En una cola de banco36

—A mí no me joden. Mi tío les sacó una foto. Lo sacaron carpiendo, ¿no? Pero la foto está, son

unos huesos como de mamut, con unos colmillos rarísimos. Ahora lo quieren tapar, claro, con eso de

que es otro gliptodonte…

—¿Qué es un gliptodonte?

—Mirá que sos burro, ¿eh? Siempre te las arreglás para seguir sorprendiéndome. Esos bichos

grandotes, parecidos a las mulitas. Pero este no tenía caparazón, te digo. Sí una cabezota inmensa. Y

colmillos. Mi tío dice que la va a vender a algún diario. En una de esas le dan buena guita. Hablando de

plata, todavía me debés la pizza, vos.

36
Grabación reciente de Martín Scarpe. [N. de la R.]

109
Del diario de Víctor Grinberg

La pelirroja venía llevando de la mano a un nene, que tendría con toda la furia unos ocho años, y

me saludó con un gesto distraído. El chiquito, en cambio, se quedó mirándome fijo, hasta que doblé la

calle. Parecía perfectamente normal, el sol jugaba con su pelo enrulado y lo hacía brillar como si

estuviese encendido. María, que me había acompañado al supermercado, me miró con el ceño fruncido,

pero no pronunció palabra. Un buen signo.

De vuelta en casa, el desastre era absolutamente inimaginable. Bita me esperaba con el ceño

fruncido, mientras un taxista gordo y sudoroso bajaba una cantidad inexplicable de bolsos pequeños y

de bolsas de consorcio del baúl de su vehículo. Al lado de ella, Hugo fumaba mirando al cielo, soltando

el humo por las comisuras de los labios, con los ojos entrecerrados como quien medita.

—¿Se puede saber qué es todo esto? —le preguntó María a Alba, en voz no del todo baja.

—Edificio condenado. Sí, de nuevo —explicó Hugo—. Tengo que meter las cosas en alguna

parte hasta tanto me asignen un refugio nuevo. Pensé que Víctor no se iba a molestar.

Me miró como pidiendo permiso. Me sentí un completo pendejo.

—No sabía nada —dije por decir, más para calmar a Bita que otra cosa —Pero vos sí que tenés

mala suerte, ¿eh? ¿Qué les hacés a los edificios?

—Es por poco tiempo. Menos que la otra vez, prometo. Supongo que ya para esta noche voy a

tener algún lugar en donde meterme, sin tener que convertirles la casa en área de desastre por mucho

rato. Bah, prometieron todo para dentro de dos horas, pero ya se sabe cómo es.

—Creo que no los presenté —dije, en un esfuerzo por ayudar a alivianar la atmósfera —.María,

éste es Hugo, un amigo. Hugo, ésta es María, una amiga de Bita que se está quedando en casa, creo que

algo te conté.

110
Hugo puso una mueca torcida que se parecía en mucho a una sonrisa, hizo un ademán como de

quitarse un sombrero imaginario y María, todavía bastante confundida (supongo que por mis nervios y

por el evidente disgusto en la expresión de Bita), susurró un "mucho gusto" al borde del tartamudeo.

En la mesa de la cena cuidó de hacer un relato detallado y patético de los acontecimientos. Yo

tuve que contenerme para parecer serio y no estallar de risa, pero con eso consiguió quebrar el mal

humor de Bita y ganarse la simpatía de María. Pobre víctima de los implacables vaivenes de la Madre

Naturaleza, le vienen a tocar dos derrumbes y encima no tiene familia en Buenos Aires. Conclusión: si

querés quedate a dormir, está bien.

Menos mal que tuvo la delicadeza de no aceptar.

Antes de irse se quedó un rato fumando conmigo en la puerta. Se me dio por preguntarle sobre

la pelirroja. No sé por qué no lo hablamos antes. Le conté que me la había cruzado por la calle, que

venía paseando a un nene que me miraba demasiado fijo. Él me respondió con una evasiva, y pasamos

al tema más complicado del silencio del Basilisco. A él no parece gustarle la idea de que tenga miedo,

es de la opinión de que debería ponerme a buscarlo en serio, y rápido. Pero tampoco se le ocurre por

dónde empezar, hasta que al monstruo no se le ocurra darme alguna idea.

Ahora, mientras escribo, Merlín dejó de golpe de lamerse la patita delantera, y me mira muy fijo

con sus ojos amarillos. Hace por lo menos media hora que nos quedamos solos, en silencio.

—Es una buena mina.

—¿Quién?

—Tu pelirroja. Es un poco rara, hasta para los de su grupo, pero es buena.

—¿Qué grupo?

Me miró como se debe mirar al ser más estúpido sobre la Tierra, apagó el cigarrillo, agradeció

la cena, se puso una de sus tantas mochilas y se fue.

111
Merlín se puso de pie de un salto, caminó hasta mi cama y se echó al lado mío. Mira con

insistencia a un punto fijo del cuarto, y está más quieto que una estatua.

Mañana podría tratar de terminar la serie de Recoleta. Hay que darle un cierre a eso. Y dibujar

en la necrópolis me ayuda a pensar.

Canal Crónica, por entonces37:

Placa:

Último momento:

Nueva aparición de Perico Terroso en trágico derrumbe

Comentario:

Varios testigos afirman haber visto al cantante en las inmediaciones de un edificio céntrico, al

momento de su repentino derrumbe

Imagen: un edificio evidentemente alto, recientemente derrumbado, y la patrulla de rescates hurgando

los escombros. Luego enfocan hacia la vereda de enfrente, al lado de la cámara, en donde un chico se

olvida de saludar a cámara, evidentemente perturbado, y una mujer entrada en carnes y en años

relata:

Fue de golpe, yo lo miré y le dije a mi marido, ese ahí es Perico Terroso, Rolo, te digo que es

Perico Terroso. Él miró y se llevó un julepe bárbaro, y encima ahí mismo se viene el edificio, se viene

37
Seleccionado en Internet por Gonzalo. [N. de la R.]

112
abajo todo el edificio, pam, se cae de golpe, así. Y ahí nomás todo el mundo se puso a gritar, nomás, la

gente gritaba, gritaba, gritaba, y Rolo llamó a la patrulla entonces, en medio del polvo, que no se veía ni

a una distancia así. Y después no estaba más, Terroso digo, no estaba más cuando llegó la patrulla,

como si se lo hubiera tragado la tierra.

Del cuaderno de Laura Cáceres

Delmira dice que Adriana Dizzerio me mandó llamar. No me quedó demasiado claro qué es lo

que tiene que ver Delmira con Adriana. Por empezar, yo nunca le referí a ella ni a nadie esa

conversación tan incómoda con aquella extraña. Sospecho que las sombras han de tener algo que ver.

Con nada más mirar a Adriana cualquiera estaría tentado de pensar que ve sombras desde mucho antes

que los derrumbes. Por qué no habría de verlas después.

Parecería que tengo una especial predilección por quedar en lugares incómodos. Juro que no lo

hago a propósito, pero parece que últimamente siempre termino cayendo en situaciones que no estoy

capacitada para manejar. Para más el trabajo en el Registro no podía ponerse más difícil. Delmira nos

prohibió terminantemente que contemos los datos que ingresamos. Tiene razón, podríamos volvernos

locos. Nadie quiere contar, eso se lo dejamos a las máquinas. Pero no hace falta ninguna calculadora

para saber que hubo más derrumbes, mayor proporción de sorpresivos y más muertos en esta primera

semana de febrero que en todo diciembre y enero juntos. Delmira no para de anotar datos en su libreta,

y empiezo a sospechar que cada vez duerme menos. No entiendo por qué no se retira.

Por lo menos con todo esto parece que Mauricio tiene menos ganas de volver a hablar de

derrumbes que yo. Supongo que hoy me tocará a mí buscarlo un poco.

113
Propaganda televisiva, por entonces

Imagen: caricatura de un hombre muy feo, tapado hasta la nariz con la sábana, con pocos pelos

muy despeinados y la cara torcida en una mueca de completa tensión nerviosa

¿Problemas de sueño? ¿Probó con Melatol?

El hombre se relaja, se pone de costado, y cierra los ojos. La sábana resbala y deja ver una

amplia sonrisa tranquila.

Melatol, regulador natural del sueño. Ante cualquier duda consulte a su médico de confianza.

Del anotador de Delmira Müllerstag38

Sandra Falcone, Esteban Zapata, Francisco Ongaro (él también, sí) están con Darío T.

Si siguen robando animales estamos


fritos

38
A esta altura las notas se vuelven particularmente desprolijas. Delmira, se nota, apuntaba mucha más
información, y a las apuradas. [N. de la R.]

114
Email de Marina Bianco a Adriana Dizzerio

Hola Adriana,

Yo no sé cómo están manejando las noticias allá, pero lo que llega acá es catastrófico. No

importa la plata, yo te mando si es por el trabajo, pero andate de Baires. Papá tiene lugar en Córdoba, si

te hace falta.

Abrazos,

Marina

Respuesta de Adriana Dizzerio a Marina Bianco

Muchas gracias por preocuparte por mí, Nina, realmente lo aprecio. Pero todavía tengo cosas

que hacer acá.

Saludos

A.

Del cuaderno de Laura Cáceres

Son las once de la noche, hace un calor de los mil infiernos y escribo a la luz de una vela porque

la energía no vuelve. No lo dicen en los informes oficiales, pero hoy se corría la voz en el Registro de

que el corte podría llegar a durar varios días, porque una central eléctrica se dañó severamente durante

uno de los derrumbes de hoy.

115
No quiero pensar en eso, prefiero olvidarme de que hoy tomé datos de quince derrumbes

distintos, preferiría no registrar que dos de ellos causaron el colapso parcial de partes de la estructura de

edificaciones aledañas, por primera vez desde el comienzo de todo esto, y de que por eso estamos sin

energía, ni de que los teléfonos andan terriblemente mal porque las líneas están sobrecargadas. Pero ya

es hora de empezar a contar con que vamos a tener que tirar casi todo lo que hay en la heladera.

Además Miguelito está muy molesto con el calor agobiante y yo no puedo hacer nada para remediarlo.

Encima hoy tuvo que venir esa mujer odiosa a pedir permiso para presentarle a Miguelito a un

conocido suyo. Y Delmira no me permitió decir que no. Por primera vez desde que la conozco fue

terminante.

Empiezo a pensar, por una vez, que Mauricio tiene razón, y que lo mejor que podríamos hacer

es irnos.

Del diario de Víctor Grinberg

Fue apenas un segundo, o menos. Va a sonar un poco infantil, pero es totalmente cierto: este es

el tipo de cosas que pasan nada más que cuando uno se queda solo. Bita debe estar por llegar, María se

fue con cualquier pretexto, y Hugo quedó ayer en pasar por casa, pero habrá encontrado algo más

interesante que hacer. Alguna razón más pelirroja, supongo.

En fin, me preparé un café y me dispuse a seguir pintando un óleo que empecé hará cosa de una

semana, y que no me convence mucho que digamos39.

No me gusta trabajar en el ruido. Probablemente sea por eso que me gustan los cementerios,

esos lugares en donde todo lo que se diga va a estar de más. Así que no puse música, y traté de bloquear

los ruidos que venían de los vecinos y del inevitable ventilador de techo. Miraba fijo la tela en el

39
En la casa de Víctor quedan, arrumbadas, media docena de pinturas al óleo y al acrílico. El estilo es muy
diferente al de los dibujos, tiene visos de surrealismo y de alguna forma se las arregla para usar colores muy brillantes y aún así
lograr un efecto más bien sombrío. No son cuadros agradables. [N. de la R.]

116
caballete. Había un espacio rosado que había resultado ser una pésima idea, así que decidí cambiarlo

por un tono de naranja. Iba a oscurecerse un poco, pero probablemente eso no fuese algo negativo en

absoluto. Recuerdo que dejé el tazón de café con leche arriba del escritorio, y que había empezado a

preparar el color, cuando vi una sombra pasar por la puerta. Una deformación bajita de la luz, una

aparición muy fugaz. La puerta se cerró de golpe.

Dejé la paleta al lado del café y abrí la puerta. Merlín entró erizado, maullando fuerte, y se

metió de un salto abajo de las sábanas de mi cama destendida. Salí al patio, miré por el pasillo. Nada.

Volví a la pintura, no del todo tranquilo. Fui a buscar la paleta. La taza de café no estaba más arriba del

escritorio, y mi paleta estaba haciendo equilibrio sola sobre uno de los ángulos. No sé por qué, pero en

ese momento tuve la certeza de que era Él. Vino a pavonearse, a convencerme de que puede meterse

entre mis cosas cuando se le da la gana.

Busqué a Merlín. Estaba tan quieto que parecía casi muerto, necesité cerciorarme de que

respiraba. Guardé los óleos de cualquier manera en el arcón, corrí el caballete, busqué los catálogos de

los dulces, puse este diario en la misma bolsa y salí.

Hace un par de horas que estoy en la calle. Bita, en ese mundo suyo en el que el Basilisco no es

más que un mal sueño, va a estar contenta, hoy vendí bastante. Debe ser mi cara de desesperación,

supongo. La gente debe pensar que me muero de hambre o que soy un padre adolescente, andá a saber.

Eso sí, nadie pregunta. Acá nunca se pregunta nada.

***

Cuando llegué a casa, Alba había salido a comprar cigarrillos. María, que ya había vuelto, me

miró como preguntando. Merlín estaba ovillado atrás de un almohadón.

—Él, de nuevo, qué va a ser.

Dudó por un momento. Pero finalmente se acercó y me abrazó. No me dijo nada, pero pude

sentir que se sentía culpable de haberme dejado solo. Me acordé de Hugo.

117
Entonces llegó Bita. Me saludó, y enseguida se dio cuenta de que yo no estaba nada bien. Puso

su mejor cara de “hay que tenerle paciencia” y sacó la guitarra, para espantar un poco las nubes.

Después me invitó a la cocina, para enseñarme a cocinar ñoquis. Terminamos completamente cubiertos

de harina, corriéndonos como si tuviéramos bolas de nieve, ante la mirada ofendida (¿celosa?) de

María, tan limpita en su sillón. Que se ofenda, esto era entre Bita y yo. Una manera de llevarle la contra

al Basilisco, supongo.

En Internet, una página encontrada por Gonzalo

www.pericoentrenosotros.com

Sitio destinado a Perico Terroso

Home - La vida de Perico - Discografía - Derrumbes

Al hacer click en “Derrumbes”, puede verse una decena de fotos en las que con mayor o menor

nitidez se ve al cantante, o por lo menos a alguien que se le parece muchísimo, rondando derrumbes

recientes. En una de ellas se lo ve conversando con un hombre joven, que mira fijo a la cámara. Incluso

Martín tuvo que reconocer que la foto lo ponía un poco nervioso.

Del cuaderno de Laura Cáceres

Transcribo una de las notas de la maestra de Miguelito, a modo de muestra:

118
Sra. Chiarino [ya le dije veinte millones de veces que lo mío es una tutoría provisoria de emergencia, que

no soy señora y que me llamo Laura Cáceres, pero no tiene remedio, se empeña en no registrarme]

Los motivos de la presente es [sic] porque quiero notificarla del comportamiento de su hijo [y la

seguimos con no registrarme]: Se muestra apático y poco colaborativo [¡Dios! ¡Pero si el chico está en

shock y no puede hablar!], y se limita a hacer sus actividades solo, sin comunicarse ni interactuar con los

otros chicos. En los ratos libres juega solo, y a veces muestra ausencias llamativas, se queda un rato largo

observando un objeto o un punto del espacio y no se mueve, o lo que es peor hace señas como si estaría

[sic] dirigiéndose a alguien invisible, asustando a los compañeritos que me mandan decir por los padres que

están muy preocupados por su hijo, porque les parece a ellos como a nosotras que Miguel precisa algún

otro tipo de asistencia [acabáramos].

Si le parece puede usted acercarse al jardín y hablar con la psicopedagoga, la señora Natalia

Ezquerra, que estaría encantada de recibirla y orientarla sobre el mejor curso a seguir para ayudar a su hijo.

La saluda Atte. [Eso sí lo aprendió en el secundario, de algo tenía que acordarse]

Anahí Moreira

A esta nota le siguen otras del mismo tenor, escritas por la directora, la vicedirectora, tres

maestras suplentes y una nota insólita de la encargada de la limpieza, que lo culpa de forzar las puertas

que van al subsuelo.

Por una parte me hace gracia, porque intuyo el mundo en el que vive Miguelito y pensar en que

deba adaptarse a ser un niño es absurdo, ridículo. Pero por eso mismo también me preocupo. Por el

mismo decreto que regula la tutoría de emergencia estoy obligada a mandarlo al jardín. Si fuese por mí

se lo ahorraría, vería el modo de educarlo en casa hasta que se sienta más cómodo con su vida actual, se

reconcilie un poco con su edad y con el mundo y vuelva a hablar como un chico normal. De paso les

ahorraría a las gentiles autoridades educativas todas sus preocupaciones por neutralizar todo lo que

Miguel tiene de distinto, de siniestro.

Y además están las sombras, que se hicieron amigas de la suya y no lo dejan en paz.

119
CTRL+V40

Ya está. Otro dibujo más. Parece como si fuera lo único de lo que los chicos son capaces, de

ensuciarse y ensuciar un papel con algo que parece una colección caótica de trazos, que en todo caso

nadie más que ellos entiende. Hay que adaptarse, es necesario tratar de no hacer nada más que lo

esperable, ser un niño bonito y bueno para que sonría y babee madre, padre, tutor o encargado, para

algún día tener setenta y tantos años y acordarse del niño que fui, lágrimas o cualquier otro fluido

involucrado para marcar la estupidez del caso.

Pero de a ratos la normalidad se vuelve especialmente difícil, por ejemplo cuando de golpe se

cae la bolsita a cuadros al piso y nadie más lo nota, pero se abre un poquito apenas, y de la pequeñísima

boca sale la figura, tamaño muñeco, de Perico Terroso, que camina unas cuantas baldosas con el paso

de haberle estado dando al tinto y se deja caer en un rincón mugriento, lleno del aserrín con querosén

que usa la portera para limpiar los pisos de granito gris. Se puede tratar de hacer creer que se juega con

un camioncito idiota al que hay que cargar con un rompecabezas de figuras encastrables que simulan

una carga de ladrillos cuando están completas, para tranquilizar a la maestra jardinera mientras se

observa con cuidado el ronquido de Terroso mientras su figura crece poco a poco. Para cuando la

señorita Anahí levanta la bolsita del piso, con un rictus de dolor de espalda en los labios, y la cuelga

junto con las otras sin ver nada, Terroso ya tiene el tamaño de un enano cumplido, y no pasa mucho

más hasta que se convierte en un hombre hecho y derecho, un sujeto alto, más bien robusto, de pelo

largo y rostro poco amigable, de esos que nadie querría encontrarse de noche en un lugar oscuro,

pongamos debajo del puente ferroviario de Yatay al cien.

A esta altura cualquiera que esté mínimamente familiarizado con las sombras sabe más o menos

bien lo que pasa cuando se les suelta Perico Terroso, así que contra toda la lógica estrecha y las normas

40
Martín no podía perdonar estos textos como están.

120
de comportamiento normal que rigen sobre el alumnado de un jardín de infantes, empieza la

gesticulación rápida, las invocaciones silenciosas a las otras sombras porque seguro que se trajo algún

olifante, lo siguen de una manera totalmente extraordinaria.

Para cuando entran los otros y se lo llevan ya se siente la vibración incómoda del paso del

olifante, que debe andar por la cuadra. Probablemente haya algún derrumbe cerca entre la noche y la

mañana. Ninguna calamidad escolar, por suerte.

Para entonces ya se consiguió, seguro, captar la mirada preocupada de la maestra, y los ojos

aterrorizados de un nene larguirucho y manchado de témpera que en el fondo algo entendió. Una nota

más que diga que el nene no es normal, señora.

Publicidad en revista Mia de aquel febrero

INSTITUTO NEWTON

Incorporado a la enseñanza oficial

Enseñanza primaria y secundaria

Natación – Hockey – Laboratorio de informática de última generación – Orientación en ciencias

exactas – Instalaciones a prueba de derrumbes

Graffiti, en los chapones que cubrían un derrumbe

Perico was here

121
Graffiti

¿Humanos, todavía?

¿Personas, ya?

Del diario de Víctor Grinberg

Hugo otra vez me escuchaba sin mirarme. Se quedó muy serio, mirando hacia abajo, hacia un

nudo de la madera de la mesa, y contra toda costumbre dejó enfriar el café irlandés, mientras le contaba

del cuadro que no puedo terminar, de Merlín, de la tregua de Bita y de hoy a la mañana. No me

respondió. En el preciso momento en el que terminé la narración y estaba por preguntarle qué opinaba

del caso, llegó otra vez la pelirroja, que sin pedir ni siquiera permiso arrimó una silla y se pidió un

cortado. De prepo se puso a dar, con su voz casi baja, un poco ronca hoy (esa voz suavemente agresiva

que desentona tanto con su pelo colorado y sus facciones finas), un largo informe sobre el aumento

desmedido en la población de olifantes y las dificultades que estaban teniendo las sombras para evitar

un incremento importante en la cantidad de derrumbes.

No me atreví a preguntar nada. No me quejé tampoco porque todavía ni siquiera nos

122
presentaron, Hugo es así y tengo que contentarme con saber que él le dice Titi por escuchárselo de

pasada, sería un escándalo reprocharle eso. Me sentí un poco molesto cuando ella sin previo aviso me

miró y me largó, sin anestesia:

—Víctor, disculpá, no te pregunté, ¿cómo va lo del Basilisco?

—Dale, confesá —me interrumpió Hugo, cuando yo apenas había empezado a abrir la boca

para contestar—.Venías nada más que para eso, ¿no? Querías saber si el pobre Víctor tenía algo que

ver, si sabía algo.

La pelirroja lo miró. Hubiera esperado que se molestara, pero no. Más bien lo miró como con

lástima, como se mira a los chiquitos de tres o cuatro cuando preguntan a todo por qué.

—Claro. ¿Te pensaste que venía por vos?

Me volvió a mirar. No sabía bien qué decirle. Empecé a sentirme mal, como si de golpe me

hubiese bajado la presión o algo por el estilo. Me escuché, sorprendido, repetir casi palabra por palabra

lo que acababa de contarle a Hugo un rato antes. Ella me taladraba la cabeza con los ojos, creo que no

exagero si digo que me hacía doler un poco la cabeza como cuando se mira una hoja en blanco abajo

del sol de mediodía. Mi turno para mirar el nudo de la madera, que tenía algo de gato o de diablo. Por

lo general me alivia descargarme hablando del Basilisco con otra gente, pero esta vez no. Esta vez me

sentí como si me estuviesen sometiendo a alguna especie de interrogatorio policial, como si tuviese la

culpa de algo. Pero al mismo tiempo no podía dejar de hablar, era como si no fuese yo sino otro (¿el

Basilisco?) el que hablaba dentro de mí, a través de mi boca, con mi voz un poco cambiada, un poco

deformada, un poco otra.

Después de escuchar con atención mi relato, sin sacarme los ojos de encima41 ni darme

explicaciones, Titi se recogió los bucles en una colita floja, agradeció, tomó el cortado en el tiempo que

Hugo tardó en contarle su odisea del derrumbe (una versión totalmente distinta a la que escuché durante

la cena en casa, casi sincera), se rió casi por cortesía y se fue.

41
Una verdadera constelación de ojos de pelirroja (N. de Martín)

123
—¿Qué fue eso? —le pregunté a Hugo, cuando vi que la llamarada de pelo colorado doblaba la

esquina para perderse en el sol de la tardecita.

Hugo se sonrió.

—Buena pregunta. Interesante la colorada, ¿no?

—¿Es una sombra?

—No, claro que no. Las sombras no pueden tomar café, salame. Es... Bueno, no es del todo una

sombra. Pero como nosotros tampoco es, cuando se le da la gana sabe pasar tan desapercibida como

una sombra, para los que no saben mirar, como tu hermanita o los mozos de bar.

—¿De dónde la sacaste?

—Salí con la hermana, hace un par de años. Un carácter completamente distinto. Te imaginarás

que a ésta nunca se le conoció un tipo.

—Escalofriante —le dije, sin saber de dónde me venía la palabra.

—Sí, eso la define bastante. Igual, peor tu Basilisco.

Y así es como dejamos de hablar definitivamente de ella.

Cinco minutos más tarde pasó María a buscarme. Creo que, pasada la lástima del derrumbe,

Hugo no le cae o no le cierra. Es normal, tiende a no caer bien de entrada. Habría que dejarla un rato

con él, pero eso ya sería un poco peligroso. Mejor dejarlo así como está.

Cadena de e-mails

BUSCADO POR LA CIA

ESTE es el rostro del delincuente internacional que comanda los atentados contra la ciudad de

Buenos Aires

124
[Aquí, la foto de un hombre de unos treinta años, de barba]

Del cuaderno de Delmira Müllerstag

(Nota rápida, caligrafía apretada)

Son muchos. Cada vez más.

Si esto sigue así vamos a empezar a agradecer que la cantidad de cuidadores vaya también en

aumento.

Eso nunca.

Del cuaderno de Laura Cáceres

Hace un tiempo largo que no veía sombras. Creo que es desde que nos fuimos del colegio. Hasta

casi había llegado a convencerme de que nunca había visto sino lo que la sugestión podía inducirme a

125
creer. Por lo menos hasta las últimas cosas que pasaron con Miguelito, que no son como para

tomárselas a la ligera.

Pero ahora empecé a verlos de nuevo. No me lo explico, pero pasa siempre que estoy con

Mauricio. Al principio no me daba demasiada cuenta, pero esta semana estuve prestando más atención

y es así. Basta que me encuentre con Mauricio y que pase algún par de horas con él para que tarde o

temprano empiece a ver figuras por el borde de mi ángulo de visión. Gente que me mira fijo, y que deja

de estar cuando me doy vuelta. Como si se empeñaran en deshacerme la tregua.

Sin Guillermo, de por sí, esto sería ya bastante perturbador. Lo es más porque coincide con que

en estos días me parece verlo por todas partes, me parece identificar su rostro por algún par de segundos

en todas las multitudes, y últimamente también me parece tener un segundo de su imagen, un

fotograma o dos en una película, una mera interferencia visual indefinida e indetectable, pero que de

alguna manera me sugiere su rostro cuando abro una puerta, o bajo una escalera, o cuando estoy

cerrando los ojos para darle un beso a Mauricio, pobre, que me pregunta qué me pasa y tengo que

inventar lo primero que me sale a la mente porque no entendería, no puede entender, se pondría celoso

y triste.

El único lugar seguro parece seguir siendo el piso catorce, allá lejos del alcance de los espectros.

Graffiti

Esta vez vas a ver cómo vas a quedar

(en el barrio de Flores, en uno de los raros edificios en medio de dos derrumbes, apuntalado por

ambos lados con estructuras metálicas)

Perico te queremos!!!

126
(enfrente, en el paredón de un colegio)

En la tapa de un Diario Popular

MÁS VALE PREVENIR

CADA VEZ SON MÁS LAS PUERTAS Y VENTANAS EN LAS QUE PUEDEN VERSE CAJAS DE CDS DE PERICO

TERROSO

La gente asevera que disminuye las posibilidades de un derrumbe.

Del diario de Víctor Grinberg

El problema es cómo mantiene la abertura entre las dos realidades. El sueño de anoche es un

mensaje, tiene que serlo. Si no entiendo mal, el Basilisco no puede volver a su lado sin antes matarme.

Equivaldría al suicidio. Así que tiene que tener una forma permanente, estable de estar en la Tierra. Que

tiene necesariamente que ser más frágil. Y tiene que llevar acá varios años, si es que tengo en cuenta

que, de acuerdo a lo que él dice, podría haberme dado una muerte de cuna, y que conoce detalles de mi

infancia que lo parecen confirmar.

¿Cuánto tiempo puede esconderse un monstruo feo como ese entre la gente? Porque no lo hago

127
viviendo como ermitaño entre los yuyos. Tiene que haber encontrado una forma de pasar desapercibido.

¿Y si puede cambiar de forma? ¿Un olifante entonces?

No, esos son la consecuencia.

Una sombra.

Tampoco.

La pelirroja no es sombra, pero no es humana.

Forma humana, claro. Cómo no lo pensé antes. Si tiene forma de quedarse es con forma

humana.

Es una persona. Por lo menos, parece una persona la mayor parte del tiempo.

Y María algo sabe, pero no quiere ponerme paranoico.

Muy probablemente lo conozco. Aunque no necesariamente. Podría ser cualquiera, el

quiosquero de acá a la vuelta, quién dice.

La misma pelirroja, tal vez, que me apura a que lo mate, que sabe demasiado.

O María.

Pobrecita. No, ella no es el Basilisco. Él nunca podría usurpar la forma de la inocencia, no le

saldría convincente.

***

Casi ni me sorprendió levantar la mirada del papel y ver a Goyo examinando con cuidado la

etiqueta de uno de mis dulces. No levantó el frasco, se puso en cuclillas frente a la mesa de ajedrez de

parque en la que apoyé las cosas para hacerlo.

—No, pibe, a mí no me mires. Yo no soy. No, tampoco me tenés que creer. ¿Qué tal los dulces?

—Dulces. Llevate uno si querés —ofrecí.

—No puedo comer dulce. Gracias, igual.

— ¿Cómo sabías lo que estoy escribiendo?

128
—Hace rato que estoy acá. Y sé leer.

Goyo se sentó en el banco de enfrente, del otro lado de la mesa. Se acodó sobre el tablero de

azulejos, y perdió la mirada en el arenero.

— ¿Puede saberse qué hacés acá?

—Lo mismo que vos. Descanso. Hace falta, una vez cada tanto. Me contó un pajarito que me

estuviste buscando en el Registro.

Me reí, nervioso. Volví a tener, como aquella vez en el cementerio, la sensación de que algo

estaba tremendamente mal con ese hombre. Lo observé con cuidado, como para dibujarlo apenas se

fuera. Ojos grandes, de un marrón casi gris, cejas rectas y finas, algo más largas y altas de lo usual,

rostro delgado y anguloso, pero casi femenino, cabello abundante y corto. Encendió un cigarrillo.

—Bueno, no puedo dulces, pero me queda esto —comentó, mientras miraba con gesto distraído

la brasa recién encendida.

Sin decir más nada se levantó, me hizo un gesto vago de saludo con la mano con la que llevaba

el cigarrillo y se perdió atrás de los árboles.

Propaganda en una revista Cosmopolitan

(Un dibujo claramente hecho por computadora: un hada delgada y hermosa debajo de una espesa

vegetación)

Natubella

La protección de la Naturaleza sobre ti

129
Del cuaderno de Laura Cáceres

Ayer fue un viejo decrépito al Registro, y se quedó un rato muy largo sentado al lado de

Miguelito. Fue una cosa muy rara, se miraban fijo, no se decían nada, pero si no fuera porque tenían las

bocas cerradas uno hubiera podido pensar que estaban hablándose. Cuando quise acercarme a ver qué

pasaba, el viejo se levantó y se fue, y Miguel se abrazó a mí.

No pude saber qué fue a hacer el hombre al Registro. La ficha se la tomó Alejandro, y parece ser

que ese día justo estuvo probando con algún estupefaciente nuevo con el que perder la poca coherencia

que le queda. Por primera vez esperé a que se le pase y lo amenacé seriamente con reportarlo y echarlo.

A Delmira todo pareció hacerle mucha gracia.

Lo poco que pude recuperar de la ficha es que la caligrafía desmañada de Alejandro dejó al

menos el apellido, Chiarino, junto con una sarta de bromas incoherentes. Al lado, la letra de monja

vieja de Delmira, "Laura, dejalo como está, por ahora".

Estoy cansada. Muy cansada. Nada más quiero que venga Mauricio a buscarme. No me importa

el sexo, hoy no, hoy es un medio para dormirme con su calor, para ser tibieza entre las sábanas y dejar

de pensar en viejos de pesadilla y en citaciones de maestras de jardín.

Cartel en la estación Devoto de la línea San Martín

POR LA CIUDAD DE BUENOS AIRES

¡Todos a María!

¡Ella puede sostener esta ciudad!

130
Salimos hacia la Basílica de Luján el próximo sábado al mediodía,

desde la Parroquia San Antonio de Padua

Av. Lincoln 3701

[De fondo, una imagen de la Virgen de Luján en transparencia azul sobre una vista aérea del Obelisco]

Del diario de Víctor Grinberg

Mensaje de Alba en el contestador. Que no la esperemos a cenar. Que vuelve mañana. Que sea

buen hermanito y no le deje los desastres de costumbre en la cocina y en el comedor, por respeto a

María, que no tiene por qué bancarse mis escenitas de celos. Pobre hermana, me conoce demasiado.

Apenas la cola serpentina de Merlín entre mis piernas, un fugaz destello blanco en la luz que

entra por el balcón en tardes como estas, y supe que ella estaba por abrir la puerta. El sol hace esos

saltos raros cuando las hadas están cerca. Así que me compuse un poco para mostrarme más digno

(con menos migas de galletita en los pantalones, sentado como un ser civilizado) cuando la viera

aparecer. Entonces oí la llave girar.

Despeinada, temblorosa, llena de polvo, María ni siquiera me miró. Dejó su cartera de cualquier

manera arriba de la mesa y se tiró ruidosamente en un sillón. Recién después de saberse de memoria el

orden de las fresias que Bita puso esta mañana en la mesa me miró.

—Me salvé por esto, Víctor —me dijo, y marcó una distancia realmente pequeña entre su dedo

índice y su pulgar—, se me derrumbó el bar de al lado de la oficina, yo estaba adentro, fue casi de

golpe, y salí entre las últimas —me acerqué, me senté al lado suyo y la abracé—. No pude parar de

131
correr hasta que llegué acá, mi tía debe pensar que quedé abajo.

Y como se acordó de su tía y volvió algunos metros más a la tierra, me hizo a un lado, se paró,

buscó su cartera, sacó su teléfono, escribió un mensaje rápido y volvió a sentarse, con los codos sobre

las rodillas. Pasé mi brazo por sobre sus hombros.

—Pero ahora estás acá, conmigo. Y a mí no me persiguen los derrumbes. Otras cosas sí, pero

los derrumbes no. Los dentífricos con tubo de plomo y las hadas bonitas, por ejemplo.

Se rió.

—¿Vos ni siquiera lo registrarías si a mí me pasara algo, no?

—Pero qué decís, María —le respondí, un poco herido por el ataque gratuito.

—Ni siquiera vendrías al funeral. Le dirías a Bita que tenés que vender frascos de dulce de

grosella.

—Fui al de tu tío... Pero es cierto, probablemente no iría, no. Sería demasiado triste.

Ella pasó su mano por detrás de mi cintura y apoyó su cabeza sobre mi pecho. La sentí temblar

un poco, y le acaricié el pelo despacio, pobre hadita asustada, con las alas llenas de polvo.

Del cuaderno de Laura Cáceres

Alejandro estaba serio. Muy serio. Extraordinariamente serio. Se mantuvo sobrio durante los

últimos cuatro días, y sé muy bien que se la pasó mirándome todo el tiempo de reojo. Avergonzado,

claro. No me tiene miedo, pero sí sabe que se pasó de la raya. Siente la gravedad de la situación, es

evidente. Quiso acercarse a hablarme, más temprano, pero todo lo que pudo decirme, después de un

silencio algunos segundos, largo e incómodo de más, fue que se había encontrado con Casandra. "Ella y

Delfina te mandan saludos", quiso bromear, pero la sonrisa se le acartonó en los labios. Moviéndose

como quien no sabe qué hacer de su cuerpo se dio media vuelta y se puso a ordenar carpetas de archivo

132
hasta su hora de salida.

Por su parte, Delmira toma notas todo el tiempo, con los labios apretados. Escribe casi con

furia, puede escucharse el ruido de su lápiz de mina dura contra el papel, por encima del tecleo

constante de las computadoras y del murmullo del gentío, que se filtra fuerte y claro desde la sala de

atención al público. Anota, tacha una parte, tacha todo, arranca la hoja con un gesto de exasperación, la

arruga y la apunta hacia el cesto papelero. Erra el tiro por medio metro, pero no se levanta. Recomienza

con el ceño fruncido, un rostro amargo que hace recordar que ya hace bastante que dejó de ser una

mujer joven.

Mientras tanto, en una esquina, sentado en el piso, Miguel toca la guitarra. Sonríe y toca la

guitarra. Trae citaciones del jardín y toca la guitarra. Es casi como si se estuviera pasando ya a la otra

dimensión, a la de las sombras. Delmira tiene razón en alarmarse, ningún chiquito de cinco abriles, por

avanzado que esté, se concentra tanto tiempo y con tanta calma en algo como estirarse para llegar a

agarrar la guitarrita de estudio todo el santo día, para sacarle acordes de canciones que solo Dios sabe

de dónde conoce lo suficientemente bien.

En cuanto a Guillermo, mediante el discreto método de seguir en las listas oficiales de

desaparecidos, sigue multiplicando la de los aparecidos. Sobre todo cuando Mauricio anda cerca.

Cuando me descuido llego a pensar que por algún motivo no quiere que esté con él. Como si le

molestara mi tranquilidad.

Última nota del cuaderno de Delmira Müllerstag

[Tachón furioso de tres líneas, ilegible. Abajo:]

No tiene caso, lo van a hacer pulpa igual.

133
Del diario de Víctor Grinberg

[La página tiene una gran mancha amarronada y pegajosa, presumiblemente de mermelada vieja]

María se levantó y dejó su hueco tibio entre las sábanas. Uno, dos, tres, cuatro, una decena de

pasos descalzos, ruido del agua que choca contra la bañera y se apura avergonzada a esconderse en lo

oscuro del caño de desagüe.

Ahora yo encierro otro poco de agua menos afortunada en la cafetera, la pongo al fuego y la

escucho quejarse. Para acompañarla con unas tostadas y un poco de dulce de... ¿Qué es esto? Higo.

Veremos si cumple esa regla general de las mermeladas: si tiene semillas adentro, no puede ser muy

fea. Bueno, no es muy dulce, pero tiene lo suyo.

Si no hubiera tanto polvo afuera, sería un día perfecto.

Titular del diario Crónica

FINALMENTE EVACUARÍAN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES

Sería en Mayo, de continuar la serie imparable de derrumbes

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Del cuaderno de Laura Cáceres

[Único apartado desprolijo en este cuaderno, escrito a lápiz, evidentemente a gran velocidad]

Escribo nada más por inercia, por [ilegible]. En realidad no sé por qué escribo. Este cuaderno-

testimonio ya hace rato que dejó de tener nada que se parezca a un sentido.

Hoy a la tarde pasó el viejo, ese a quien Alejandro le había tomado la ficha. Trajo a la asistente

social que se encarga (se encargaba) de supervisarme, y una serie de papeles que daban a entender un

parentesco lejano, aparentemente el único lazo familiar que le queda a mi niño.

Nunca podré acostumbrarme a no decirle más "mi niño". El decreto que regula las adopciones

será confuso y estará todo lo mal redactado que se quiera, pero en este punto es claro: cuando aparece

un familiar la adopción pierde validez de inmediato. Un papel, unos trámites rápidos y una se encuentra

así, de golpe, con una asistente social que luego de chequear que todo está en orden se va, dejando un

viejo en la puerta que así como si nada se rehúsa a tomar un café, a alargar la despedida abrupta.

Miguelito juntó todo con la mayor rapidez posible, y se apuró hacia la puerta, corriendo con su

guitarra a cuestas. Sonreía. Delmira se negó rotundamente a salir de la cocina, y cerró la puerta con

llave del lado de adentro. Me acerqué en trance hasta la puerta, recibí el beso que Miguelito me daba

como limosna desde otra parte, y lo observé en silencio mientras le daba la mano al viejo.

—Vas a venir a verme, ¿no? —llegué a preguntar, reteniéndolos un poco cuando ya se iban. Él

se dio vuelta, con un resto de sonrisa apagada en los labios chiquitos, y negó con la cabeza. El viejo se

negó a darme dirección alguna. Me dijo que no tenía sentido, de todos modos iban a mudarse

enseguida, por Miguelito, claro. Me prometió que me escribiría apenas tuvieran residencia fija, pero en

los ojitos apenados de Miguel pude leer que no había mucho de cierto en eso.

Finalmente terminamos de despedirnos. Por un segundo, mientras cerraba la puerta de calle vi,

más sólida que nunca, la imagen de Guillermo Muñoz en la vereda de enfrente. Dejé la palma de la

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mano en el picaporte por unos instantes, mientras trataba de asimilar la escena. Abrí después la puerta

de golpe, y bajé de un salto los dos peldaños de mármol gastado que separan la puerta de las baldosas

de la vereda. Juro que Miguel y su viejo no tuvieron tiempo suficiente para alcanzar ninguna de las dos

esquinas, por mucho que hubiesen corrido. Tampoco se escuchó ningún auto pasar por el empedrado.

Pero cuando salí ya no estaban.

La silueta de Guillermo caminaba tranquilamente hacia el sur. Tenía una remera verde y

pantalones de jean negros, y el pelo más largo de lo que lo tenía cuando nos miramos cara a cara por

última vez, hace ya tiempo. Traía una campera negra en la mano, y un bolso grande colgado del otro

brazo. Dejé la puerta abierta para correr detrás de él. Dobló la esquina, me miró por un momento, me

sonrió y ahí ya no me quedaron dudas: era él. Estábamos lo suficientemente cerca para no dar

posibilidad al error. Cuando doblé corriendo la esquina detrás de él me llevé por delante a una vecina

que paseaba un caniche negro. Él ya no estaba, y el caniche, en lugar de tratar de morderme, como sería

lo esperable, se quedó ladrando hacia un punto fijo, vacío.

Sentí desde atrás una mano que se apoyaba sobre mi hombro. No me sorprendí al ver que era

Mauricio.

Del diario de Víctor Grinberg

Sé que anoche soñé con él, pero no puedo recordar nada del sueño. Apenas sé que lo soñé. Y

que no me consigo preocupar. Y que tengo que comprar café y medialunas para cuando María y Bita se

despierten.

Timbre.

***

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Es Hugo. Con un paquete de facturas, y medio kilo de café de Bonafide. Qué raro, un gesto

amable de su parte. Casi lo hace parecer una persona agradable. Se ríe como si supiera lo que estoy

escribiendo de él mientras pone la cafetera y la leche al fuego.

***

—Claro que sé lo que estás escribiendo. No, no te frenes, está bien que lo escribas, es como se

supone que tiene que ser. Bueno, como quieras.

—Es raro que Bita y María no se hayan levantado todavía. Metiste bastante barullo.

—No se van a despertar. Todo este ruido es para vos nada más. Quedate tranquilo.

—Pero todo pasa por ellas.

—Sí, claro. Nada de esto tiene por qué ser muy traumático. Lo dejo a tu criterio.

—¿Qué es lo que tengo que decidir, entonces?

—Te lo dije anoche.

—No me acuerdo.

—Hay algo que se escapa a la voluntad de ambos: sea como fuere, somos dos pedazos de lo

mismo, y si no queremos que la cosa empeore tenemos que volver a ser uno. Yo estoy atado a este

cuerpo feo y a tu realidad mientras tanto. Y ya vimos lo que sale de prolongar la situación más de la

cuenta.

—Ajá, ¿y entonces?

—Puedo matarte y volver a ser parcialmente vos en mí. O al revés. A mí no me va a extrañar

nadie. Pero vamos a vivir menos.

—No, esto no es tan fácil.

—No. No me caés bien. Pero ser humano tiene lo suyo. Y estoy viejo. Y María está buena.

El repasador está prolijo encima de las tazas, como ella lo dejó anoche. Hugo saca una, dos

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tazas de abajo, con bastante ceremonia, y las llena de café con leche. Exactamente dos cucharaditas y

media de azúcar en cada una, un poco de nata y una pizca de canela. Me mira fijo con sus ojos oscuros

mientras me alcanza la mía.

—Vos no cambiarías tu inmortalidad por hacerle la vida imposible a una mina más.

—No, claro, en realidad lo que pasa es que me seduce convertirme en un adolescente narigón y

casi sin talento. Andá, tomá tu café tranquilo, transcribí la conversación, pensalo un poco.

***

El café es puro perfume. Probablemente sea el más perfecto que me hayan servido. Pero no

tiene gusto a nada. Hugo me mira desde el umbral. Acaba de terminar su taza. No sé qué hace el

unicornio de porcelana en mi mano izquierda, no me acuerdo de haberlo agarrado. Pero no lo voy a

necesitar. Mejor lo dejo abajo de la mesa ratona, para que no interfiera.

Supongo que esto es todo.

En casa de la Recopiladora42

Ella, la Señorita Recopiladora, duerme en este momento. Yo aprovecho para hacer este pequeño

epílogo grabado, para que lo encuentre en la mesita de luz cuando se levante.

Releo acá, en la pantalla que me ilumina ahora, la descripción que Víctor hizo de su hermana

dormida. A la Recopiladora le iría tan bien, ahora... Me cae bien este pendejo, si estuviera vivo le

42
Grabación de Martín Scarpe. La transcripción es mía (N. de la R.)

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invitaría unas cervezas. Seguro que él estaría de acuerdo con como quedó la Recopilación. No como

ella, que hace rato que me mira transcribir con cara de orto porque "esto ya parece una obra de ficción".

Y sí, linda, qué le vas a hacer, si teníamos que tratar de compilarlo de forma tal que se leyera

bien, iba a terminar por parecer una novela. Menos mal que sos vos la que normalmente coquetea con

la idea de que existe algo así como un destino, algo que nos hace llegar todo a su tiempo y nos ordena

los papeles desde afuera.

Por lo pronto el unicornio de porcelana me lo quedo. No me importa que no te guste la idea, no

me importa que Alba Grinberg se caliente, para algo puede servirme. Le tengo que pensar un nombre y

ponerlo arriba de la heladera, al lado del matafuegos.

Hace algo de frío. Puede ser que sea el viento.

En el arenero un perro gris se relame, echado al lado de la calesita sucia que gira, vacía.

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