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Guadalupe Campos
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Se está haciendo un poco tarde. En el arenero quedan apenas dos nenes sucios, desafiándose a
los gritos en las hamacas. Juegan una carrera, saltan desde el punto más alto al que pudieron llevar
sus asientos de madera y corren hasta la calesita. Gana la nena, que se sube, se ríe y empieza a hacer
girar el artefacto con fuertes manotazos al volante del centro. Él protesta y le echa una bola de arena
húmeda, que no da en el blanco y se estrella en uno de los asientos, pero también se ríe. Después se
Él trata de mirar entre las vueltas, todo lo fijo que se puede desde arriba de una base que hace
girar el mundo y confunde los bordes de las cosas. Reconoce apenas un bulto difuso entre los árboles
de la izquierda, al lado de la fuente. Ella prefiere mirar hacia el suelo para no marearse, ver la arena
Desde atrás de un árbol un perro gris, enorme, sarnoso, casi un lobo de cuento de hadas,
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Nota general
La idea de realizar una recopilación de testimonios acerca del lamentable y aún inexplicado
período que debimos soportar los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires durante casi un año tuvo, en
su génesis, el propósito de servir de documento, con el fin de fijar y recordar la reacción real de los
porteños ante semejante desastre absurdo, antes de que interpretaciones tardías tergiversaran los
recuerdos y construyeran una imagen, si bien más digna, menos fiel a los hechos. En el propósito previo
se esperaba entonces buscar materiales escritos o audiovisuales de toda clase, con preferencia aquellos
que no hubieran sido difundidos en medios formales, y optar sólo muy de tanto en tanto por enriquecer
nuestra recopilación con lo que abunda en otros trabajos por el estilo: materiales periodísticos que nos
llegaran a las manos y que aportasen al marco general de los otros textos transcritos.
Después de las intenciones llegó la parte práctica, y las cosas cambiaron bastante. Por empezar,
cuando me tocó buscar colaboradores, luego de reflexionar un poco y mirar por tardes interminables mi
cuaderno de apuntes con el plan de trabajo, preferí convocarlos entre gentes tan poco capacitadas para
la tarea como yo, con quienes pudiese realmente compartir las inquietudes y, eventualmente, alguna
noche en vela con mate y cerveza. Posiblemente ese último haya sido uno de los pocos propósitos
previos en surtir el efecto deseado. Como consecuencia inmediata de esto, sobrevino la tal vez benéfica
irresponsabilidad y caprichosa falta de criterio que el eventual lector puede encontrar en las páginas que
siguen.
Además estuvo el problema nada menor de conseguir los materiales adecuados. Aquí toca
agradecer en primera instancia a Daniela, por su preocupación y dedicación, que trajo como resultado
una hermosa colección de grafittis, relatos orales, recortes extraños de diarios y materiales por el estilo.
A Gonzalo, por los registros de audio, video e imagen conseguidos en Internet, pese a que casi no los
hayamos usado. Y muy especialmente a Julia y a Diego, que hicieron los dos aportes que cambiarían
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irremediablemente el rumbo de este escrito para transformarlo, sin que supiéramos bien cómo, en lo
que terminó siendo: de parte de ella, una caja con cuadernos, anotadores y diskettes que le cedió una
compañera de trabajo de su hermano, de nombre Delmira Müllerstag. Y de Diego, los papeles en los
que Víctor Grinberg, hermano de una amiga, dejó un registro muy particular de sus vivencias en ese
período, que pudo entrar a la recopilación sólo porque la prohibición de tocarlos que dejó su hermana
Y por supuesto a Martín, por tipear una buena parte de lo que aquí presento, descifrar caligrafías
imposibles, incluir los pocos escritos hechos especialmente para esta recopilación que quedaron (bien
que a mi pesar), y por no abandonar nunca su principio fundamental de trabajo, según el cual sólo vale
la pena emprender aquello para lo que uno mismo es absolutamente incapaz de encontrar una utilidad
práctica.
Después de los derrumbes las cosas se fueron poniendo complicadas, como era de esperarse.
Dicen los que saben que el porteño es capaz de habituarse a casi cualquier cosa, y hasta ahora parece
cierto, desde esta terraza de un edificio que en alguna época sirvió nada más que para colegio, y que
ahora, para desesperación del cuerpo docente, es también la vivienda de un grupo de sesenta personas.
Hay cambio de guardia entre el sol y la luna en un cielo naranja y violeta. Miguel parece haber
encontrado algo con qué entretenerse. Un perrito, veo. Me parece que es el beagle del psicólogo que
llegó ayer. Un gordo desagradable, peludo y roñoso (el dueño, no el perro), que se llama algo como
Costa o Acosta, creo. No presté mucha atención, más bien me quedé con su cara sudorosa y con su voz
aguda, áspera, que no encaja en lo más mínimo con esa masa baja y rojiza de carne humana que me
presentaron anoche.
Pero lo último que me importa ahora es el nombre de semejante cuasimodo. Lo que sí importa
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es que Miguelito juega con su perro, y yo tengo libertad para escribir acodada en la baranda sin
sentirme culpable.
Se hace necesaria una aclaración preliminar: no escribo por elección propia. Se me ocurrió abrir
la boca antenoche en la cena, y confesar (varios vasos de tinto barato de por medio) que en algún
tiempo escribí, y que cada tanto se me da por ese lado. Resultado: media docena de personas
aconsejándome que escriba sobre el desastre, sobre nosotros, algo como un relato testimonial y
desgarrador (ese fue Acosta, casi textualmente) que sirva de documento, y que de paso se venda bien.
En total, una tarea estúpida, ciclópea y completamente inútil que no tengo voluntad de emprender.
Tampoco tengo ganas de hacer un lamento (por lo demás nada sincero, pero eso lo sé recién
ahora, birome azul en mano) por quien fui alguna vez, por una ciudad dorada que nunca existió, y de
La responsable de que ahora emprenda esto, sin saber de dónde parto ni adónde quiero llegar, es
Delmira. Ella se mantuvo aparte del corso, callada, pero después de la cena, cuando ya las dos
estábamos lo suficientemente soñolientas y ebrias, me secuestró en el baño del primer piso para
hablarme. "Laura, me harías un gran favor si empezaras con ese cuaderno. Yo llevo unos apuntes,
sabés, pero no sé escribir y hay cosas que sería mejor que yo no las escriba: sería bueno que alguien más
se ocupara", creo que me dijo. Yo me negué, por supuesto, pero ella amenazó con no dejarme dormir.
Me aclaró que podía escribir sobre lo que me viniera en gana, que ya que somos personas cercanas todo
lo que yo diga puede servir. No me quedó muy claro qué es lo que quiere que haga, ni quién se supone
que lo lea, pero como se trata de Delmira, acá estoy, escribiendo sobre cualquier cosa, el clima, un
perro o Miguelito.
Hay una tranquilidad increíble. Por hoy, excepcionalmente, casi no hay críos entre los
refugiados. Queda Leticia, una nenita morenita de diez años, hija del matrimonio López. Walter, de
nueve, que está solo y se maneja como adulto. Patricio, un pichoncito asustado de siete, a cargo de su
abuela. Y está también Jimena, una chiquita bastante insufrible, de la edad de Miguelito, a quien
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aparentemente tiene que venir de Mendoza una tía a buscarla, y a quien por esta semana cuidamos un
poco entre todos. Cinco chicos, cincuenta y dos adultos de entre dieciocho y cincuenta, y dos viejos
octogenarios que se la pasan todo el día jugando al ajedrez en la terraza, de acuerdo al registro que
armó Héctor ayer. Y yo tendría que agregar, también, dos gatos y el beagle, porque los animales nunca
De todos modos, la población cambia prácticamente todos los días. En este momento está
entrando gente nueva por lo menos día por medio. No todos provienen de los derrumbes, eso es obvio,
pero acá mientras se mantengan las normas de convivencia, y el plantel docente no se entere, no hay
Como los registros se toman una vez por semana, hay gente que ni siquiera llega a ingresar a las
listas de los refugiados, y queda entre los desaparecidos por pura dejadez de dar parte de sobrevivientes.
Algunos no soportan las bolsas de dormir y se pagan un hotel, otros consiguen que un pariente perdido
los aloje, otros varios vienen a pasar una primera noche de derrumbados simbólica a los refugios pese a
tener adonde ir, y un número nada desdeñable lo representan los que, después de pensarlo un poco, se
van a la quinta del Ñato por las ventanas del tercer piso, para horror de las autoridades educativas del
establecimiento con las que compartimos el edificio, que no entienden el morbo natural de los
Después están las sombras, como dice Delmira. Pero a las listas de Delmira no tengo acceso. Ni
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Noticias breves en Internet1
Fuentes del Gobierno han salido a desmentir durante la tarde de ayer el dato proporcionado a los
medios de forma extraoficial por un funcionario de la flamante dependencia del Registro Civil dedicada
primera hora de ayer, elevaba el número de derrumbes a 212, mientras que el Gobierno insiste en su
peinados de los ochenta, cejas abultadas y pantalón alto por encima de la camisa abuchonada>
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Archivo de una página de información o de un diario, aunque no sabríamos decir de cuál. Gonzalo, que trajo estas notas en un
cd, las ordenó por fecha, pero se olvidó de copiar la fuente y no lo arregló jamás (N. de la R.)
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En el baño de mujeres de McDonald's de Florida y Sarmiento
Me llamo Damián, me gusta dar acilo (sic) nocturno a chicas solas. Si te quedaste sin ksa llamá
En los baños de cuanto bar se encuentre de Rivadavia al 3000 hasta el 4000, y en la puerta de varios
edificios públicos
[Fotocopia en blanco y negro con fotos de, reconociblemente, trabajadores de la oficina de AFIP de
Once entrando al trabajo, sacadas presumiblemente de contrabando con una cámara digital de baja
Entre los derrumbados, pese a la enorme diversidad que nos caracteriza, pueden observarse
algunas manías llamativamente comunes. Es algo en lo que pude detenerme a pensar luego de que
alguien (no sé quién) desparramara la noticia de que yo iba a hacer una crónica acerca de nosotros: en
el lapso de veinticuatro horas ya recaudé treinta y dos notas de periódico en las que se narran derrumbes
(sin contar las seis repetidas), nueve series de fotos de antes y después en las que se ven las orondas
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Ahí empecé a mirar con un poco más de atención, y empecé a notar algunas cosas que me
habían pasado desapercibidas. Casi todos nosotros cargamos entre nuestras pertenencias algo, al menos
una cosa, que esté relacionada con la casa que se nos vino abajo. Las notas de diario en las que se relata
la caída de la propia vivienda son ya un clásico. Dada la naturaleza misma de la gente que eligió eso
como recuerdo, sé que más de la mitad de los ejemplares terminaron en mi mesa de trabajo. La mía
incluida, hay que confesar, un recorte prolijo del Clarín de la mañana siguiente.
La de las fotos es un poco menos común. A la mayoría la imagen le choca, y casi todos tenemos
problemas para pasar por la cuadra en donde hasta no hace tanto se levantara nuestra casa.
Por lejos, lo más común son los objetos. Están, claro, las cosas que llegamos a salvar los que
tuvimos tiempo para eso, que entran casi en una categoría aparte. Pero también están los escombros.
Los dos azulejos (uno amarillo; el otro, en realidad, un vicri verde pintado de negro) son representantes
de un fenómeno mucho más amplio. Casi todos atesoran algún trozo de ladrillo, yesería o azulejo chico,
como si eso permitiera la fantasía de seguir sintiéndose en casa. Lo que pasa es que la mayoría de ellos
sabe que con un montón de desechos no mejora gran cosa la situación. Las cenizas no son documentos
válidos para los testigos de un incendio. Si esos fragmentos tienen algo que decir se lo dicen por lo bajo
Todo esto para decir que tengo la mesa cargada del lastre con el que se hundieron todos los que
me acompañan, y que no sé en dónde se supone que meta todo este naufragio, antes de que me
encuentre la luz, y con ella el apuro para dejar el aula en condiciones, antes de que lleguen los alumnos
de quinto grado B, que no tienen la culpa de que yo haya abierto mi bocaza con unos vasos de más. O la
señorita Lidia, con todas sus ojeras y sus pocas ganas de lidiar en buenos términos con los ocupas
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Video: declaraciones del Sr. Jefe de Gobierno de la Ciudad a la prensa
[El hombre camina rápido, seguido por una horda de periodistas. Se le engancha la corbata con un
cable y tira, visiblemente enfadado. La tira en la sección de abajo de la página informa: "Datos
— Pero por favor, a mí no me vengan con estupideces, que nosotros no tenemos la culpa.
Hoy anduve buscando un unicornio por San Telmo. No fue nada fácil. La mitad de los
anticuarios se rajaron cuando se derrumbó el segundo edificio en Guardia Vieja. Tuve que aguantarles a
los pocos que quedaron los llantos continuos sobre el turismo que se fue, la era dorada que ya no es más
y la ciudad que muerde. Y además también pobre el viejo que se volvió loco, dice que habla con los
Eso último lo recibí de parte de una rubia insulsa en el último negocio al que fui. El viejo
tomaba mate en una silla de hierro forjado, de las que en otro tiempo se usaban en los jardines, y se
acercó apenas me vio llegar con un unicornio muy sucio de porcelana en la mano. "Para vos, m'hijo,
tenelo a mano, en una de esas ayuda", me dijo, mientras su hija lo miraba como si quisiera causarle
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Lo que se trascribe es la primera entrada del diario, que ocupa tres cuadernos de tapa blanda y espirales. El comienzo un tanto
abrupto y la obvia naturalidad con la que Víctor pareció emprender el género nos hicieron especular mucho sobre la más que
factible existencia de cuadernos anteriores. Pero no hemos sido capaces de encontrar más que varios dibujos, algunas cartas,
algunos comentarios en las contratapas de sus libros y estos escritos, unidos prolijamente por una bandita elástica en el primer
cajón del escritorio de su autor. (N. de la R.)
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muerte súbita. Agradecí y me fui limpiando mi talismán roñoso contra mi remera. A juzgar por la rubia
no debía de ser nada barato, pero el viejo no me dejó pagar, y ella prefirió no contrariarlo.
Volví caminando a casa. Bita estaba muy rara cuando llegué, alrededor de las nueve. Estaba
parada en una esquina del comedor, mirando un punto indeterminado de la pared, con los brazos
cruzados. Puso cualquier excusa: que los derrumbes, que hay que ver si las grietas, que espero que no
hayas andado gastando lo poco que te da tu hermano. Estaba tan seria que cualquiera hubiera dicho que
Eso es algo que no termino de entender. Sé que lo veo en sueños, no estoy tan tocado (pese a lo
que digan Bita, y el amigo Gutiérrez, claro, con su pastillita rosa), pero también sé, no sé cómo, que no
soy el único. Lo veo en los ojos de la gente. Aún en el gesto de resignación de Alba cuando él consigue
quebrarme y ella es la única que me sostiene, aún en la risita discreta y poco comprometida de Hugo
por detrás de su infaltable café. Lo que pasa es que es más cómodo decir que el coso este no existe. Es
más realista, y el realismo ayuda cuando el mundo se pone enclenque. Si no fuese por los muertos y los
escombros, seguramente nadie querría admitir que hay derrumbes. Eso sirvió de válvula de escape.
Estoy seguro de que el viejo hoy estuvo a punto de frenarme y decirme algo del Basilisco. De alguna
manera el unicornio fue una forma encubierta de nombrarlo. Pero se contuvo. Cualquiera sabe que de él
no se debería hablar.
Ahora Miguelito está tratando de aprender a escribir, y dibuja casi todo el tiempo. Héctor le
compra resmas de papel carta, y Esteban y Delmira se encargan de mantenerle una provisión constante
de crayones y de lápices de colores. Sigue callado todo el tiempo, pero anteanoche escuché que les
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decía algo a las sombras. Estaba en un aula vacía, y no sabía que yo andaba cerca. Tiene una voz
bastante grave para un chico de su edad, y arrastra un poco las erres. No mucho más tarde supo que lo
había llegado a escuchar, y se enojó muchísimo. Se pasó toda la cena sin mirarme de frente.
Cuando lo encontré pensé que era un chico sordomudo. Estaba sentado con un grupo de
personas que se habían quedado con lo puesto, frente a los restos de una torre que se vino abajo con
menos de dos minutos de aviso, apenas lo que tardó el edificio entre empezar a vibrar como un
masajeador a pilas y caerse, como todo el resto de los edificios3. De golpe, y para espanto de todos los
A él no se le movió un pelo, siguió mirando con la misma expresión para todas partes, como si
buscase a alguien. Como vi que nadie ahí tenía nada que ver con él, me lo llevé inmediatamente al
Registro de Sobrevivientes y lo inscribí allí con los datos que encontré en un cuadernito, en la bolsita a
cuadros de jardín a la que se reducían todas sus pertenencias: Miguel Ángel Chiarino, nacido hace
cinco añitos, un seis de abril. Nadie hasta ahora lo reclamó, así que por el momento estoy a su cargo.
Me mira escribir, y sé que hace su mejor esfuerzo por adivinar el sentido de mis garabatos
desprolijos sobre el papel. Le leo unas líneas del primer párrafo, se sonríe de saber que hablo de él, y se
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El aviso promedio, según lo que informaban los diarios, era de una hora y media, durante la cual las paredes vibraban casi
imperceptiblemente, las lámparas (de haberlas) se movían y aparecían las primeras grietas en la estructura. El consejo oficial era
entonces salir y llamar a la Guardia, que por la magnitud del temblor determinaba el tiempo para salvar los muebles, antes de
que el edificio se viniera abajo. El derrumbe en sí siempre se daba de la misma manera: Primero el techo o terraza, lo que fuera
que estuviese en el último piso, que se resquebrajaba en círculos concéntricos, contra cualquier tipo de lógica existente.
Después ese techo se caía, y se llevaba limpiamente hacia adentro todo el edificio, piso por piso. Curiosamente ningún
derrumbe llegó jamás siquiera a dañar las construcciones circundantes. Lo único que se escapaba (en una cantidad también
asombrosa, eso sí) era una inmensa nube de polvo. El avance del temblor, dicen, era tremendamente regular, y los técnicos de la
Guardia (personal policial entrenado) ya al mes de comenzado el fenómeno podía hacer el cálculo con apenas unos tres o
cuatro minutos de error, a los que siempre le sumaban otros quince, por las dudas. El problema era la intensidad con la que el
edificio iniciaba el temblor: cualquier construcción podía también empezar a tambalearse como negra en carnaval de golpe y
porrazo, y venirse abajo en apenas segundos. (N. de la R.)
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En todos los diarios y revistas
LLAME AL
911
0-800-13-DERRUMBE
GCBA
Afuera hace un clima de los mil demonios. Hay un sol rabioso, que lastima los ojos y pone de
buen humor a las viejas. Así por ejemplo hoy me tuve que bancar a un ejemplar con changuito incluido
que seguramente piensa que se compró el mundo en cuotas con incontables años de aburrimiento, y que
dieciocho años ande desgreñado y despreocupado por ahí porque ella a mi edad tenía que ser una
señorita. No soporta una melenita con rulos porque se está quedando pelada. Y menos que menos se iba
a bancar que se lo digan. Me quería pegar con la cartera, ni siquiera me aceptó la pastillita. Le habría
seguido discutiendo, de no ser por el canillita gordo devenido defensor de la Institución de la Edad,
sobre todo, supongo, porque la vieja así le compra su ejemplar cotidiano de La Nación o, quién sabe,
una revista Gente, para leer en la cola del banco sobre personas muy limpias en casas inmensas de fin
de semana que alguna sirvienta un poco lenta mantiene impecable, mientras ella espera para cobrar una
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pensión que más o menos zafa (para algo sirve un buen casamiento, m'hijita, aunque el pobre hombre
que en paz descanse haya resultado casi totalmente insoportable), para pagar las expensas de un
departamento que ya no se puede volver a refaccionar porque la plata cada vez rinde menos y hace rato
que no alcanza.
Estoy bien mi casa sigue entera, no tengo ni luz ni telefono ni agua, porq todos los servicios de alguna
forma se cortaron cuando se derrumbo la torre de la esquina. Asi q te escribo este “email” desde el
centro, a la vuelta de la oficina, tanto como para q no te asustes si no te podes comunicar a casa. Ya se
que mama llamo y le salio una voz en of diciendo 'debido a derrumbes ocurridos en la zona a la que
usted intenta comunicarce algunas lineas han quedado fuera de servicio, sepa disculpar las molestias'.
Te podras imaginar, a la vieja casi mas le da un paro, encima como ando sin cel estubo como una hora
Mejor te cambio de tema, no? Ya saque pasaje, asi que nos estamos viendo en tres semanas.... No sabes
como te extraño... Ya hasta empece con las valijas, y le compre una jaulita a pepona... Si, te la llevo,
La flia bien, dicen q cordoba esta hasta las manos, ahora se fueron con el tio omar a mina clavero, no se
aguantaban mas. De los tuyos no t cuento porq se q hablas y sabes mas q yo.
De los chicos, nos seguimos juntando los martes en el bar de claudio. Me imagino q adriana te habra ya
contado q a guille no lo encontramos por ninguna parte, ya lo buscamos por el Registro, por los
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Mantenemos la rara ortografía original, pese a la rojísima exasperación del Word, y a la no menos colorada de mi colaborador
Martín Scarpe, que en estas ocasiones saca a relucir su maestra jubilada interior. (N. de la R.)
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refugios, por la familia, nada.... Te imaginaras como esta paula, mas vale q el otro aparesca y rapido o
-------------------------------Pato.
Alba se quedó de nuevo con la mirada perdida. Estaba tocando algo triste (una secuencia en La
menor que hace mucho que no le escucho) y paró de repente, en medio de la canción. Ni siquiera se dio
cuenta de que entré, de que ya no está más sola. Dejó los brazos cruzados sobre la caja de la guitarra, y
el mentón apoyado sobre ellos. Tiene el pelo malamente atado con una hebilla, y los mechones dorados
por la luz crepuscular que entra por el balcón le caen graciosamente sobre la cara. Hay papeles con
letras de canciones desparramados por todas partes. Sospecho que Merlín ha de haber estado
Transcribo la conversación ahora que se hizo un silencio, y aún puedo reconstruirla con cierta
—¿Dónde estás?
Ojos fijos en un punto indeterminado de la pared. Se diría que quería abrir una puerta con la
mirada. Silencio.
—Bita.
Silencio.
Silencio.
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La vi pestañear. El apellido materno la sobresaltó un poco. Soy el único de los tres que puede
decir el nombre completo, con toda su incongruencia sonora, sin tener un acceso de recuerdo
desagradable.
Silencio incómodo.
—¿Qué?
—¿Cómo es?
—Feo.
—¿Y?
—Por algo le digo Basilisco. Bah, por eso y por lo del ojo.
(Se dio vuelta y me miró. Eran los mismos ojos del viejo del unicornio, esos mismos que me
—¿Qué tiene?
—Es un ojo solo. Muy verde. Muy chiquito. Te taladra cuando te mira. Es como
(...)
—Como un mono. Es una mezcla de mono con víbora tuerta. ¿Suficiente? ¿Para qué querés
saber?
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—¿Y a vos?
—Bita, esa está desde que éramos chicos. No puede tener más moho porque no le entra.
En este punto ella volvió a la guitarra, y se puso a puntear la intro de un rock muy viejo, una de
las primeras cosas que aprendió a tocar. Yo salí tan discretamente como había entrado, y estoy
Stencil
Es la señal de "hotel", con el techo partido en guiones y un pedazo cayéndose sobre lo que
Cuando por abril empezaron los derrumbes, de lo primero que se habló fue de atentados
terroristas. Nadie podía terminar de explicarse qué podrían llegar a querer unos musulmanes
trastornados con bajar un par de construcciones civiles en el culo del mundo, pero por las dudas se
tomaron todas las precauciones paranoicas del caso: se cerraron las vías de acceso y de salida de la
ciudad, se registraron los escombros de toda la primera serie de edificios ladrillo por ladrillo en busca
de rastros de explosivos, y se alertó a la población sobre posibles personajes sospechosos. En fin, todo
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Al principio los derrumbes fueron esporádicos, a razón de uno por semana a lo máximo.
Durante el mes de junio no se derrumbó sino una casa vieja en Palermo. Alcanzó para que la prensa
inflara el asunto, para que (apenas se pudo) una multitud de gente se escapara a las provincias y para
que Estados Unidos aprovechara para volver a Medio Oriente a tirar unas bombas. Mientras tanto, al
octavo edificio todavía no había ni rastros de explosivos en los escombros y empezaban a verse lo raros
que eran en sí los accidentes, tan inmensamente regulares y aún así fuera de toda lógica.
Los investigadores, me imagino, se mirarían las caras con un poco de susto, mientras la prensa
más sensacionalista inventaba una confabulación maquiavélica en la que el Estado habría estado
encubriendo a los supuestos terroristas (de origen preferentemente palestino, claro), ante el terror de la
comunidad judía local. A eso hay que sumarle los golpes de cacerola para pedir explicaciones, que aún
No tengo voluntad de historiar esto. Supongo que va a formar parte de la Historia con
mayúsculas, y que lo último que falta es que venga yo a volver a narrar todo este zafarrancho. No voy a
De la Recopiladora5
Acabo de renunciar por segunda vez en el día a tratar de poner los papeles en orden. Mis
iniciativas nunca suelen tener demasiado éxito, así que cuando yo empecé a pedir materiales para esta
recopilación tuve menos fe que en la yeta de los gatos negros. Esperaba, confiada, algún discreto aporte
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Mi intención, al momento de comenzar a prologar y revisar estos escritos, era originalmente la de borrar todas las marcas de
nuestra presencia en los textos que no resultaran estrictamente necesarias. Pero tuve la mala idea de comentárselo a Martín, que
acto seguido guardó una copia en cd y amenazó con retirarme la palabra. Teniendo en cuenta que a esta altura la
responsabilidad por lo que aparece en este texto es tan mía como suya, debí ceder, por lo que los agregados en el cuerpo del
texto (frutos de mi frustración o de la imaginación de mis colaboradores) quedan, y van a mezclarse caóticamente notas
antiguas y nuevas, necesarias y aberrantemente gratuitas, sin mayor orden ni aviso. Tendré, de todas maneras, el cuidado de
avisar cuando sea él quien meta mano en el texto, prefiero no responsabilizarme de los actos de Martín Scarpe.
El lector sabrá perdonar, entonces, el tono informal de comentarios como este, pequeñas confidencias de trabajo que
él no me dejó borrar. (N. de la R.)
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compadecido de Diego o de alguna de mis compañeras del trabajo, no semejante avalancha de cajas,
cartas personales, fotos, filmaciones y buena voluntad. Una mano a tiempo puede salvarte la vida,
Me quejo porque me gusta quejarme. Si tengo que decir la verdad, cuando, encima de todo,
apareció Diego con el diario del hermanito de Alba, me sentí Gardel. Y el hecho de que esto se esté
organizando y pasando a cinco manos no deja de llenarme de algo muy parecido al orgullo.
Nunca me gustaron los árboles de navidad armados con el gusto de los adultos, que compran
bolas de un solo color y un solo tamaño, como los que se arman en los shoppings. Así que, después de
todo, una mesa desordenada no es en absoluto un mal síntoma. Al cuaderno de Laura no le hubiera
venido nada mal el aire de alguno de los papeles que (no lo cuenta, pero me la imagino perfectamente)
de seguro devolvió con un falso discurso de agradecimiento a cada uno de sus anteriores propietarios. Y
no me extrañaría que, acto seguido, se haya deshecho de su lloradísima notita de Clarín, por miedo a ser
Según informó ayer el vocero de la unidad de explosivos de la Policía Federal, Gerardo Bruni, la
regularidad de los siniestros y su extraña distribución han hecho descartar a los peritos la posibilidad de
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Nota aportada gentilmente por el verdulero de la vuelta, a modo de amortiguador para los posibles golpes que, se entiende,
puede recibir una media docena de huevos colorados. Uno llegó roto, la infografía no ha podido acompañar estas palabras
porque estaba pegoteada de clara cruda, y nuestra benemérita Recopiladora puso el grito en el cielo cuando el papel ya estaba a
cinco centímetros del cristal del scanner. (N. de M. S.)
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causas naturales como explicación de los mismos. Nuevos análisis sobre materiales encontrados en los
sitios afectados han permitido sospechar la presencia de algún tipo de explosivo plástico. "Teniendo en
cuenta el hecho de que todos los siniestros han ocurrido sin excepción durante las horas del día, y
siempre con temperaturas iguales o superiores a los quince grados, se ha llegado a pensar en la
posibilidad de un nuevo tipo de explosivo plástico, activado por un dispositivo termosensible", explicó
Bruni. El mismo provocaría explosiones de baja intensidad en lugares estratégicos que podrían, de
todos modos, alcanzar a destruir la loza de un edificio y causar su derrumbe. Los dispositivos serían
colocados por sujetos altamente entrenados, durante horas de la noche, quienes posiblemente
alcanzarían las azoteas escalando por los muros de los edificios atacados. El grado de preparación que
esto requeriría y la complejidad de los explosivos, a todas luces de invención reciente, parecen señalar
[En un cuadro destacado, más abajo, una serie de recomendaciones que todos nos cansamos de
escuchar]
- Mantenga siempre las puertas cerradas. Cuando deje solo su domicilio, baje las persianas.
- No duerma durante horas del día. De precisar hacerlo, no lo haga solo. No permita que todos
los habitantes de la casa duerman a la misma hora, especialmente entre el mediodía y la media tarde.
- Revise su terraza todas las mañanas. De encontrar algún artículo sospechoso, avise
- Colabore con la policía. De poseer un equipo de cámaras de seguridad, busque grabar los
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[Continuación de M. S.]
- No le abra la puerta a los testigos de Jehová. Por supuesto, esto se aplica para cuando los
- No deje pasar al de Metrogás. Ni a los del cable. Mejor, no deje pasar a nadie.
Sigo tratando de hacer hablar a Miguel. Probé todo lo que se me pudo ocurrir: pedirle, rogarle,
chantajearlo, tratar de forzarlo a opinar, narrarle historias delirantes sobre chicos que no hablan (y que
inevitablemente son devorados por la despiadada serpiente Lenguaraz), hacerle adivinanzas y llevarlo a
ver obras de títeres. Nada funciona. Pero por lo menos se ríe, y eso es todo un avance.
Así que para no sentirme incómoda siempre termino siendo yo la que llena los silencios. Como
no soy muy buena para entablar verdaderas conversaciones, y menos que menos con alguien que no se
digna a responder, me estoy tomando la peligrosa costumbre de pensar en voz alta. Entonces Miguel me
mira, y me doy cuenta de que es con él que hablo. Me ocurre tan seguido que tiendo a pensar que
escribo para él, que es él el que va a aparecer leyendo esto y, de alguna forma, mirándome desde atrás
Sigue aprendiendo sus primeras letras. Le está enseñando Delmira. De momento no volvió a
preescolar porque desconocemos a qué escuela solía ir, y preferimos esperar a tener un domicilio más
fijo para eso. Aun así, tampoco nos parecía bien que estuviese todo el santo día sin hacer nada. Así que
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por lo menos conseguimos que empiece a abrir algo así como una vía de comunicación, con letras de
imprenta y crayones.
En estos días le gusta escribir su nombre por todas partes, y ahora agrega también membretes
explicatorios para sus dibujos. Que confunden más de lo que aclaran. Hoy vino con un papel en el que
podía adivinarse un "te quiero mucho" garrapateado con un crayón verde apretado más de la cuenta, y
casi me hace desvanecerme de ternura en pleno almuerzo. Pero, eso sí, nunca siquiera intenta responder
La otra persona que se empeña firmemente en provocarlo para que se digne a hablar es Jimena,
pero por lo general no le saca más que algún gruñido desganado. Él no juega con los otros. Entonces
ella termina invariablemente por aburrirse y pasar a otra cosa, como todos los que tratan de hacer que
Él se vuelve tranquilo a su actividad favorita, que es perseguir a las sombras por los pasillos
desiertos de los subsuelos. Suelo imaginar que busca a alguien, pero eso no hay modo de saberlo. Dudo
En cuanto a mí, estoy yendo casi todos los días al Registro de Sobrevivientes, para hacer algo y
no pensar en que me quedé sin la casa y la bonita librería que fueran de papá. Ayudo a buscar nombres
en el caos de fichas manuscritas, o me sumo al quimérico intento de digitalizar los datos para ponerlos
en contacto con los del Registro de Vivienda y con la Secretaría de Migraciones, que funcionan
también vía web. Pero somos pocos, y la mayor parte de las veces no damos abasto, nos cansamos y
Por lo general llevo conmigo a Miguel, que usa el reverso de las fichas que salieron mal o que
ya fueron digitalizadas, y dibuja. Antes de ayer me trajo una tarjeta con el dibujo de un señor con
anteojos y bastón. En el reverso de la tarjeta se leía, con la letra prolijita de Maite, un DNI, una fecha de
nacimiento (6 de octubre de 1921) y una dirección, corregida hasta lo ilegible. Preferí guardarla, y no
preguntar.
22
Un par de stencils
Pintada
- Si esto no es la arena, la arena dónde está [Viamonte y Esmeralda, en una cortina de negocio de
souvenirs cerrado]
Cuando Alba duerme parece como si se cerrase el mundo, como si todos los duendes de todas
las tierras se fueran a dormir, y se cifrase el Universo en su entrecejo, en ese espacio que va desde el
23
En una época, cuando no podía dormir, me gustaba salirme de mi cuarto, con cuidado de no
despertar a Nicolás, para ver dormir a Bita, para escucharle ese ronquidito que es casi un ronroneo. Eso
me traía paz, y entonces podía volver a mi cuarto y dormir, en mi cama que después de todo no estaba
tan lejos de ella, frente a la boca abierta de mi hermano, que por el aire de familia con ella parecía un
poco menos estúpido. Siempre fue la mejor forma de exorcizar las pesadillas.
Menos la de esta noche. Esa es como las manchas de tinta china, no se saca con nada.
-Andan sueltos
No te me duermas, mi amor
No te me duermas, mi amor
7
Algo que se escuchó bastante, de una banda que duró bien poco. Contribución de Diego Montes (N. de la R.)
24
de morderte bien los dedos para que nadie sepa quién sos.
....................................................................
Por el rabillo del ojo derecho creo haber visto pasar, rápido, la figura de Guillermo Muñoz. Me
Delmira empezaría a hablar de las sombras, ya sé. Yo prefiero pensar que lo extraño, y todos
nos ponemos algo sensibles con la gente que hace mucho que no vemos, por estos días. Lo más
probable es que mientras yo me preocupo aquí Guillermo esté vivo en cualquier otra parte. Sería
[M.S. agrega]
—¿Vas a grabar?
8
El lector sabrá distinguir a los hablantes, y los turnos encimados de habla. Si no, que se joda. (N. de M. S.)
25
—Por supuesto, Señorita Recopiladora. Hay que documentar este momento importante para las
generaciones por venir. Aunque si vamos a decir la verdad, me tenés harto con tu antología del orto.
¿No podés parar un cacho? Estás desde temprano, no se va a desderrumbar la ciudad si dejás eso así.
—De haber sabido te recomendaba un tratado de horticultura para baldíos —risas desganadas
—Si tan podrida te tengo, te podés ir. Bueh, entonces ayudáme con esto. El hijo de puta escribió
toda la página a lápiz, y juraría que no precisamente con uno HB, esto es un enchastre.
—No, es mucho diario. Para más adelante, por ahí. Insisto, me gusta éste para transcribirlo...
—Dale.
—¿Qué?
Ruidos de Julia en la cocina. Por lo que se escucha se diría que en vez de limitarse a tirar la
yerba se puso a lavar todos los implementos del mate, y de paso los platos sucios del mediodía. Se
escucha el sonido de Diego, que levanta el grabadorcito para examinarlo. De golpe la voz de Diego se
26
—Era.
ruido de páginas hojeadas, un cuaderno que se cae y atrás el sordo taptap de las teclas de la
—Che, pero ¿qué carajo hace esta mina en la cocina, se puede saber?
—¡Julia!
—Bancá, ya voy.
—Che, pero ¿alguien me piensa ayudar? Se suponía que esto fuera una reunión de recopilación.
—Después de lo del viernes me parece que quedó claro que de ésta mucho para aprender...
—Eso, gracias. Y ya bastante laburo con seleccionar lo que va de lo que pasamos. Yo por lo
27
—Para el sacrificio, sí.
—Para la posteridad. Nuestros tataranietos marcianos van a querer saber cómo sonaba un mate.
—En serio, ¿es que nadie me piensa dar una mano? Miren que si no los echo a todos.
—Che, Julia, lo quemaste, ¿cuándo vas a aprender a cebar un mate como Dios manda?
—Bueno, che, no te pongás así. Pasá ese cuaderno, dale. Pero transcribís vos, yo no tengo ganas.
—Gracias mil.
—Tenés razón, es un fragmento bonito. Diego, vos tendrías que aprovechar. Estás usando la
—Nos tenés que invitar una tarde de estas, hay que ponerlo en práctica.
—Hay que marearse antes. El tipo este estaba mareado de antemano, y esta mina, María no se
—Es una mina copada, che. No hables mal de las amigas de mi amiga.
—Endulzando el mate.
—¡Paz!
—Dijo el General.
28
—Entonces, ¿quedamos para el viernes al mediodía?
—Hecho.
—No vas a arruinar el mate con edulcorante. El mate es una infusión noble, no una gaseosa
cualunque. No se banca el light. Las cosas light son comidas sin compromiso —risa de la
Recopiladora—. No te rías, es cierto. "Me como un postre pero no me hago cargo de las
consecuencias", o "no soy lo suficientemente valiente ni para tomarme el mate amargo a la gaucha, ni
Risas. Ruido de la silla de la Recopiladora, que se resignó a dejar el diario de Víctor para mejor
—Sí, no tiene retorno. Está peor que los sesos del quía.
—No, eso es mucho decir. Guarda, no vas a mojar el cuadernito ese que Delmira escribió casi
—Che, pedíte por lo menos dos, que somos cinco, nos vamos a recagar de hambre.
—Agregá una de fugazza. Eso. Che, ¿fainá alguien quiere? Okey, dos de fainá. Sí, es Río de
Janeiro ocho cinco cuatro. Es casa, sí. Dale, pago con cincuenta. Gracias.
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Del diario de Víctor Grinberg
Ayer apareció María. Se va a quedar un tiempo a vivir acá. Por lo que parece va a alquilarle a
Bita la habitación del fondo, porque ya no se aguanta a la nueva mujer de su viejo. Es una buena chica,
una vez hace bastante incluso me ayudó a cazar hadas, y eso no es algo que todo el mundo se digne a
La caza de hadas es una tarea harto complicada: primero hay que concentrarse y visualizarlas,
armar su pequeña constelación en las motas de polvo que bailotean en la luz solar que entra algunas
tardes formando un prisma irregular entre la ventana y el piso. En casa nada más puede hacerse en el
que ahora va a ser su cuarto, y únicamente en otoño, que es cuando la luz entra directa por la ventana
que da al patio de los Rustre, porque cuando entra por el balcón del comedor o por las ventanas de Alba
es demasiada, y a las hadas tampoco les gusta acercarse a los vitrales del pasillo, supongo que porque la
luz de colores las debe apagar un poco. Ni hablar del patio: aún cuando abriésemos el toldo (que sólo
Dios sabe lo que podría caer de ahí arriba), dudo mucho que las hadas puedan sentirse bien al aire libre.
Al principio es un poco difícil encontrarlas, dejar por un momento de ver la tierra, no distraerse
con los trastos viejos o con los contoneos de Merlín que se aburre y trata de atrapar una laucha
imaginaria. Una vez que se ve la forma (una punta de un pie, por ejemplo) van apareciendo muy rápido,
con una nitidez sorprendente, hasta tomar color y volverse completamente corpóreas. Entonces llega la
parte más difícil, porque si bien no se corren del sol son terriblemente rápidas, y pueden estar un buen
rato burlándose con movimientos extraordinariamente violetas o verdes de uno, yendo de la ventana al
piso o formando torbellinos de luz irisada, volando en espiral dentro de la pecera lumínica. Y además
un hada no es una laucha, hay que tratarlas con cuidado porque las alas son frágiles, y con relativa
facilidad, con la mejor de las intenciones, uno puede terminar rompiendo una pierna o un bracito
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delgado, cosa que absolutamente nadie tiene derecho de hacer.
María aprendió todo esto con notable rapidez, una tarde mientras esperaba a Bita que se había
ido vaya uno a saber dónde. Yo la invité con bastante ceremonia, y ella se limitó a preguntarme cómo
se hacía, con simpleza, demostrándome que después de todo no me había equivocado. A mí me había
parecido verla un poco triste, y supuse que cazar un par de hadas podía llegar a ser de ayuda. Por lo
menos a mí siempre me sirve. Y valió la pena, las hadas parecen aparecer más fácil con ella cerca.
Pero reconozco que fue un impulso bastante arriesgado. Hugo se habría reído de mí. Bita, sin ir
más lejos, se habría asustado mucho. Nada más de tanto en tanto me sigue la corriente, porque piensa
que estoy loco, desequilibrado. Todavía no puedo hacer que entienda que si necesito que una chica
triste se ría un poco y se acuerde de mí la puedo invitar sin más a cazar hadas. Construcción, como los
***
Son las ocho de la mañana, y Bita se viste mientras María prepara el desayuno. Hay olor a café y
a pan tostado, una nubecita tibia y femenina de perfume de desayuno. Hay un diario arriba de la mesa,
el Clarín, que estridente sonó, y a la voz de mi hermana "Laburá" me ordenó. Lo trae todos los días un
pibe muy muy flaco, de inflatable gorrito negro, que con toda la furia puede llegar a tener mi edad.
Bita pasa en corpiño y pantalones hacia el pasillo, me mira, mira el diario y murmura el epíteto
—Parásito.
pero sé que en la cocina María se ríe. Me basta cerrar los ojos para llegar a verla.
Como siempre, lo pienso un poco: darle el gusto, marcar algo bien inverosímil en los
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clasificados, por lo menos para salir a pasear un rato por Buenos Aires (ese sería un buen criterio de
búsqueda: hoy Almagro, Balvanera y Barracas, mañana La Boca, Boedo y Caballito, por ejemplo), tirar
dos o tres CVs improbables, y en todo caso cuando mucho hacer el ridículo en alguna entrevista la
Lo mejor de todo son las cartas manuscritas. La leyenda por lo menos dice que atrás de todas
ellas hay una persona anónima que sabe quién sos con nada más mirar la letra. Vaya uno a saber, en una
de esas hasta es cierto. Por lo pronto a mí nunca me llamaron por una carta manuscrita, y eso parece
confirmarla.
Bita trae un plato con tostadas de la cocina, ya escondida por completo en su ropa, y en la otra
mano empuña firmemente un frasco de mermelada de frambuesa. Por detrás vienen llegando una
32
Página del anotador de Delmira Mülerstag9
[Rosa Lizetti]
Apareció en sombra Prefirió no contestar sobre el requerido ¿Pero qué pasa con éste?
9
Las notas y nombres varían de tono de birome. La anotación más pequeña está a lápiz. No conseguimos
saber absolutamente nada sobre los mencionados en esta, la primera hoja de este anotador tan curioso. (N. de la R.)
33
Del diario de Víctor Grinberg
Alba en Internet. Sospecho un sórdido salón de chat, me acerco, manos frenéticas golpean
constantemente las teclas, mirada asesina si paso por detrás de la silla de caño pintada de verde limón
—con el pico cortaba la rama y con la rama cortaba la flor / Ay, ay ay, cuándo veré a tu amor.
Ella se enoja. Pero es tan bonita cuando se enoja, y en esos momentos intuyo que es él quien la
mira, a través de mí. Y entonces presiento que algo habría que hacer, que tendría que tratar de sacarlo
El Basilisco, Basilisco, Basilisco, Bita, ayudame, no puedo dormir, no puedo gritar, no puedo
señalan la presencia reiterada de dos individuos pocos instantes antes de los siniestros. Se trata de un
joven de entre veinticinco y treinta años, barba candado y campera de cuero, y de una mujer madura, de
camisa y pollera hasta la rodilla. La policía ya ha dado orden de captura para estos sujetos, y copias de
10
Ilegible. Van cuatro o cinco letras en una caligrafía absolutamente caótica, y recién después retoma con un
episodio totalmente banal, en letra redondita, que Julia dio en llamar de colegiala. (N. de la R.)
34
[Para más información, click aquí]
Alguien, no sé quién, le trajo una guitarrita de niño a Miguel. Se la afiné para darle el gusto, y
contra todas mis expectativas le duró más de cinco minutos en las manos. Entonces me puse a
enseñarle algunos acordes simples, con más ternura que esperanza. Para mayor sorpresa mía en tres
días ya los coordina perfectamente, y vino a pedirme algunos más. Puedo asegurar que nunca lo vi
sonreír tanto. Por un momento hubiese jurado que estuvo a punto de decirme algo.
[...]
Ayer volví a escucharlo dialogar con una sombra. Eran más de las cuatro de la mañana, y yo me
levanté porque noté que él no estaba durmiendo, y quería cerciorarme de que todo estuviese bien. Él
estaba en un pasillo del primer piso. Reconocí su voz con una mezcla de ternura y de espanto, porque
ya me imaginaba de qué se trataba. Fue la primera vez que pude escuchar la voz de una sombra. Si la
arena hablase, tendría una modulación parecida. Cuando espié asomando mi cabeza por el umbral de la
escalera él hablaba hacia un punto vacío del espacio. No me vio, y si los otros me notaron, por lo menos
tuvieron la delicadeza de no decírselo. Esperé a que hubiese silencio para salir, acompañarlo al baño y
35
Carta de Marina Bianco a su novio en Buenos Aires
Hola, bichito, no veo la hora de verte por acá, me pone muy nerviosa que estés en ese despelote de
techos que se caen que veo en las noticias. Y me vas a traer a Pepona, eso es fantástico, a ella la extraño
A Guille no lo buscaron en Córdoba? Si Paula quiere le puedo decir a papá que lo busque, ya encontró a
Por aquí todo marcha bien. No me acostumbro a medirme con el agua todavía, pero aparte de eso ya
estoy bastante aclimatada, me faltás vos, nada más, y mucho. Dina me conectó con un grupo de actores
bastante copado, por ahora no estamos haciendo nada rentado así que sigo trabajando en el café, pero
ya parece que para el mes que viene me puedo incluir en el espectáculo con un número de acrobacia,
Espero verte prontito. Cuidate. Sabés que te amo, bichito canasto, mucho mucho mucho
Marina
El trabajo en el Registro puede llegar a volverse muy monótono. Bastaría sacar una sola foto a
una sola persona de las que van a llevar o a buscar información. Sería más que suficiente para dar una
idea general. Es como si repartiesen caretas en la entrada, todos tienen el mismo gesto entre
desesperado, solemne y ridículo, y todos hablan con el mismo tono del que supone que tiene que estar
angustiado, pero que ya traspasó los límites del espanto y no sabe cómo. Entonces, en momentos como
36
este, todo se cubre de una pesadumbre generalizada que se trata de disfrazar de gran cosa, de
terrible lo serio se produce un algo extra, un excedente de parodia, de gente buscando la cámara a las
corridas para llorar frente al flash. Y eso no hace sino hacerlo más terrible, más triste, más insoportable
todavía, sobre todo para los que vamos ganando conciencia y nos reímos de algunos personajes del
Supongo que debo haber tenido la misma cara de payaso aplastado por un colectivo cuando le
Puede que sea mejor que no piense tanto. Va a terminar haciéndome mal.
Graffiti
Ayer me fui a dar una vuelta por la ciudad de los muertos. Hace mucho rato que no pasaba por
ahí. Me había tomado la costumbre cuando se murió el abuelo. Por ese entonces yo andaba por los
trece, y jamás había tenido que asistir a un entierro. Había visto morirse a mamá11, pero entonces era
muy chico, y papá siempre pensó que un cementerio no era buen lugar para llevar a ningún nene de
11
Literalmente (N. de Diego Montes)
37
cinco años. El cementerio de la Chacarita, entonces, me sorprendió bastante. Recuerdo haber visto los
mausoleos de reojo, desde el auto de tío Mariano, y haberlos confundido con casas. Casas chicas, a la
orilla del cementerio. Cuando comprobé mediante una operación lógica y de observación que se trataba
de casas de muertos, a la vuelta ya del entierro, me quedé en una suerte de horror extático en el que
muchos (Nicolás, obviamente; Bita me conocía demasiado y me clavó sus ojazos de miel para
distraerme) creyeron ver algo de arrepentimiento o de cariño atrasado. Pero lo cierto es que me
impresionó que existiese ciudad semejante, con calles y puertas, esperando que los muertos salieran a
Desde entonces me gusta cada tanto andar por los cementerios, caminar por las calles de los
muertos, entrar a los mausoleos y, si se puede, charlar con los visitantes. No solamente el de la
Chacarita, me he ido tomando el trabajo de ir visitándolos todos. Lo que cuento ahora pasó en el de
Recoleta, al mediodía.
La luz no se comporta exactamente igual en las ciudades de los muertos. Es como si los
contornos de todo se volvieran mucho más nítidos, y eso precisamente los volviera mucho más
engañosos. Así, uno puede estar quieto, sentado en una callecita, midiendo la perspectiva para
dibujarla, y de golpe y porrazo hay un gato color café con leche, o un hombre pálido de jeans y remera,
o las dos cosas a la vez, pero en puntos diferentes, plantados en el medio de la visión de un momento
para otro.
El hombre me miró, arqueando una ceja. Se acercó con las manos en los bolsillos y me saludó
—¿Cómo estás?
—No me quejo.
—¿Cómo te trata el Basilisco? —me quedé mirándolo, sin saber si se suponía que le
respondiese—. Sí, ya sé, últimamente se pone un poco pesado. Está dando demasiado trabajo.
Nos quedamos mirando un nombre vacío en un monumento de mármol, algo así como Héctor
Caseros, en la solitaria compañía de unas flores de plástico enganchadas en un aro de metal, que
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parecían tan marchitas como si fueran reales.
modificaría demasiado. Aparte no estoy de humor para diálogos. Todo sea por diferenciarme de ése que
reclama ser yo en alguna otra parte, mi yo de pesadilla. Porque a él sí le gusta conversar. En todo caso
lo comento porque es la primera vez que una persona12 me vino a hablar así, de frente merengue, del
Basilisco, un hecho tan pero tan extraño que hasta último momento me quedé dudando de si no me
habría quedado dormido, si no iba a escuchar de golpe una vocecita metálica, ridículamente espantosa,
saludando desde atrás de una tumba, dispuesta a darme una de sus largas peroratas explicativas para
confundirme todavía más, como casi siempre. Del Basilisco nadie habla, todos le tienen miedo. O
Pero eso no pasó. El hombre se sentó al lado mío, a una distancia prudencial (no me extraña, si
sabe del Basilisco también sabe lo que soy, no resulta raro que me temiera), y empezó a darme consejos
—¿Nunca te preguntaste por qué no hay derrumbes de mausoleos? —me preguntó, al rato.
Un gato blanco y gris se me cruzó entre las piernas de golpe. Primero me asusté, pero enseguida
me enojé y traté de darle una patada al animal del demonio. El gato fue más rápido que yo, y cuando
volví a levantar la vista el extraño ya no estaba. En cambio, a lo lejos, había una vieja muy mal vestida
saliendo de una tumba particularmente lujosa, algunos metros más adelante. Me gustó la imagen, y me
12
Poco claro. (N. de la R.)
39
Declaración del señor Jefe de Gobierno a su mujer en la cama
[Según M.S.]
—Pero dejáte de joder, dejá dormir. Lo único que me faltaba, que no me dejés torrar un
domingo a la mañana. Bajá la persiana que hace calor, y si se cae el techo que se caiga, carajo.
Legislación insólita
La legislatura porteña ha lanzado hoy un proyecto de ley de emergencia para fomentar los
especial revuelo en la opinión pública: la norma prevé, entre otras cosas, el permiso para colocar
cámaras ocultas en lugares tales como inodoros de baños públicos, duchas de clubes y gimnasios, y
entusiasta una tarde con un ejercicio muy simple: arriba del colectivo 141, de camino entre Plaza Flores
y Palermo, me tomé el trabajo de imaginar seriamente a cada persona que sacó su boleto en ropa
40
interior. Al tercer gordo peludo en calzones tuve la revelación de que estaba a punto de cometer un
error fatal, y decidí que después de todo mi trabajo no estaba tan mal.
Sobrevivientes, y en el archivo del Registro de Vivienda, su nombre aparece junto a una dirección de un
edificio de oficinas, en rojo, con una D de Derrumbe al costado. El único Guillermo Muñoz que hay
inscripto en Migraciones (desde que la inscripción es voluntaria, eso no es de mucha utilidad) tiene
cuarenta y cinco años. Con todo eso lo único que pude hacer es reportarlo como perdido, pero eso no
Aparte de eso, creo haberlo visto haciendo el gesto de encender un cigarrillo, apoyado en la
pared del fondo del patio del colegio, a la noche. Lo vi por el rabillo del ojo, apenas un segundo, pero la
imagen de su pelo castaño y del gesto de dar vuelta el cigarrillo como si fuera a fumárselo al revés, para
ver cómo había prendido, eran suyos. Por lo menos, por ahora, Delmira no lo conoce. Eso es un alivio,
Mural en aerosol13
En un paisaje de formas sin forma en el que predominan monstruos grises y verdes sin ojos, una
niña de espaldas sostiene un oso de peluche que tiene algo de siniestro. Mira, si es que tiene los ojos
abiertos, hacia un cúmulo de ladrillos demasiado rojos, que más parecen cubos de carne congelada en
13
Descripción de Martín Scarpe (N. de la R.)
41
desorden, el material perfecto para construir un palacio en el infierno.
mandarme, pero ella también lo estuvo soñando, es evidente. Es por eso que se ausenta tanto de mis
sueños en este último tiempo, le dio curiosidad y decidió probar qué se siente molestar a Bita. Hoy nada
más apareció un rato a la hora de la siesta, burlándose de mí porque no me presenté a una entrevista de
María mira por encima de mi hombro, la escucho respirar. Trata de leer lo que escribo. Me pasa
su mano redondita por el pelo con un gesto exactamente igual al que usa para acariciarle el lomo a
Merlín. No la miro, pero la siento sonreír. Es bonita cuando sonríe. Sí, es un cumplido, porque sé que
estás leyendo.
Se da vuelta y se va, y yo me quedo acá como un estúpido, con miedo de que el Basilisco
también se la agarre con ella. Le gusta meterse con la gente que yo quiero. Él dice que lo hace nada más
que por curiosidad, porque quiere saber lo que le importa a su Otra Parte. Si no fuera porque sé
fehacientemente que me odia (lo siento en el aire, aún en el aire enrarecido de los sueños), diría que me
está tomando algo así como cariño. Por lo menos creo que me tiene lástima, lo que no deja de ser un
fenómeno bastante raro, él nada más puede tener lástima de sí mismo. Eso, la verdad, más que
consolarme me asusta.
Tengo que cuidarme de no hablarle de María, por las dudas. Sería bastante peligroso.
42
Eso se complica.
[En el diario de Víctor, entre lo que antecede y esto, apenas hay un parrafito corto, muy desprolijo, cinco líneas masacradas
Dejó el diario sobre el sofá, abierto. La birome azul dio un par de vueltas sobre un eje
imaginario, hasta resbalar finalmente de la cuerina y caer al piso, con un ruidito sordo. Apagó el
cigarrillo en el cenicero de vidrio (una artesanía de vitrofusión que alguna vez hace siglos Bita compró
en la feria de Mataderos), y apenas vio cómo Merlín cruzaba rápidamente frente a sus piernas. Se
preguntó si, ya que el cruce de un gato negro es señal de mala suerte, el de uno blanco y esponjoso no
sería un buen augurio. Por las dudas él se miró al espejo, se acomodó un poco el cabello que había
Ella lavaba los platos del mediodía (siempre ese instinto tierno de ama de casa) y hacía un
batifondo inmenso al hacer chocar todo peligrosamente en la pileta. No lo sintió venir. Él se apoyó, de
brazos cruzados, en el umbral, y no dijo palabra. La dejó hacer, sonriendo apenas y mirándola. Estaba
muy bonita, con una musculosa blanca y una pollerita verde hasta la rodilla que había tomado prestada
del armario de Alba. Era una chica ni alta ni baja, de cabello largo, enrulado y un poco rojizo, con un
cierto aire de ninfa de Boticelli que él siempre se encargaba de remarcarle. Cuando terminó con la
última cacerola se secó las manos con un repasador. El ademán tenía un no sé qué de prolijo,
posiblemente en la parsimonia con la que se encargaba de ir secando los dedos uno por uno, primero
los de la mano izquierda y luego los de la derecha, el que compró un huevito, el que lo cocinó, el que le
puso sal, el que le puso aceite, y el pícaro gordito que tiró el repasador de cualquier manera, con la
ayuda de sus hermanos, encima de los cacharros mal apilados, tan tiernamente mal apilados, y se fue a
volar en el aire solar de la cocina. La dueña del pícaro gordito y de todo el resto de la mano se dio
vuelta, redimiendo una canción barata en su voz suave. Se sobresaltó un poco al verlo ahí. Él creyó leer
por enésima vez el cálculo irremediable de la diferencia de edades en sus ojos claros, la frenada súbita
43
antes de arrancar, y se quedó, tímido como de costumbre, sin saber si maldecir el tener apenas
dieciocho años o el que ella tuviera veinticuatro y fuera amiga precisamente de.
Él le ofreció un café, para distender un poco y ganar confianza Ella aceptó y agradeció, con un
cierto alivio. Se corrió para dejarlo pasar. Mientras él ponía el agua a calentar, buscaba las tazas y lo
demás, se desarrolló una conversación enteramente banal acerca de la entrevista que nunca ocurrió, de
dinero, obligaciones y derechos del ciudadano promedio y, como no podía ser de otra manera, del pobre
de Nicolás, hermano heroico, cubriéndose de gloria con trescientos pesos mensuales, un parche con el
que tapar el hueco de su ausencia perpetua, para que Bita se encargue del niño problema. Por supuesto,
toda la última parte salió a la luz velada, negativos de tiempos que es mejor no rever. Ella fue
demasiado lúcida o demasiado amable como para hablar de la internación, y él se esforzó tal vez de
más por cambiar de tema, distraerla, dispersarla, entretenerla en otra parte desde donde se pudiera
volver al pícaro gordito, y a todo lo que venía detrás. Para hablar de los otros ya habría tiempo.
Todo ello una larga preparación para apenas rozarle la mano al darle el café, sentir el
estremecimiento breve y revelador del que le puso sal y el que le puso aceite, y sonreírle como si aquí
no hubiera pasado nada, porque los rostros no tienen por qué enterarse de estas cosas.
Ella siguió el juego con toda la batería de su inocencia perversa. Fingió indiferencia, y atravesó
el pasillo haciendo jugar la pollera de Bita con la luz irreal que entra a la tarde por los vitrales (una
luminosidad incandescente que parece llegar de cualquier parte menos del pedazo de cielo que
corresponde al patio del departamento de los Prieto), protegiendo la taza redonda entre las manos como
quien sostiene un cáliz sagrado. Entró en el comedor y fue a sentarse en el sofá, al lado de la puerta. Él
buscó unos bizcochos para hacerla esperar, y finalmente se decidió a ir tras ella. Se sentó a su lado en el
sofá, y corrió un cenicero y un velón para apoyar el café y los bizcochos en la mesa ratona de patas de
león.
Ella miraba hacia afuera a través de la puerta del balcón. El día estaba gris, nublado, pringoso
como una medialuna de manteca, y por el vidrio entraban nada más las figuras archiconocidas de la
baranda de material con molduras (semiderruida, con uno de los fierros desnudo del viejo yeso que lo
44
disfrazaba de columnita), de los geranios de Alba y del edificio de enfrente, que enmarcaban un pedazo
de nube surcado por algunos cables y, ocasionalmente, por el vuelo de una paloma parda.
Él extendió el brazo para encender el ventilador de techo, para mover un poco el aire viciado de
diciembre, mientras Merlín se acercaba estirando su lomo blanco, antes de saltar sobre el regazo de
María, con un gesto cómplice. Ella sonrió y rompió el silencio incómodo con palabras cariñosas,
haciéndole caricias en la cabeza, entre las orejas, y distrayéndose definitivamente del gris de afuera. Él
le sostuvo el café, lo dejó en la mesita y se acercó un poco, para acariciar el lomo del gato, que
entrecerraba los ojos y ronroneaba tranquilo. En algún momento la mano se distrajo del gato y fue a
parar a la mejilla redonda y tostada de María. Ella lo miró por al menos medio minuto, muy quieta.
Finalmente dejó el gato delicadamente en el suelo, y se fue sin decir nada. Víctor escuchó el clap-clap
de sus sandalias bajando las escaleras en dirección a la calle y, resignado, se tragó su taza de café.
De la Recopiladora.
Necesité chequear la dirección al menos cinco veces antes de decidirme a tocar el timbre. El
frente del edificio de planta baja y un piso parece haber sobrevivido a los derrumbes de milagro.
Ciertamente luce bastante peor que un edificio condenado: la pintura del frente se pierde
irremediablemente bajo una capa espesa de mugre y de moho, y el revoque tiene grietas que en más de
un lugar dejan ver los viejos ladrillos, de los que sale alguna que otra campanilla descolorida. Por la
puerta de madera, no menos mohosa y agrietada que el resto del conjunto y carente de los vidrios que
alguna vez tuvo tras las rejas que cubren el centro de cada una de sus hojas angostas, se deja ver un
pasillo largo, descubierto, que deja en evidencia el hecho de que sólo el frente y el fondo cuentan con
primer piso. En medio del pasillo, un perro viejo, con algún problema en la piel, y dos chiquitos de diez
45
Diego, en un acto temerario, se asomó al balcón y me lanzó un manojo de llaves, con un grito de
saludo. Luego de luchar un rato con la puerta, a la que además de todo no le vendría mal una cepillada,
Julia ya había llegado, primera como siempre. Cuando Leia dejó de ladrar y de tirárseme
encima tuve oportunidad de dar una pequeña recorrida: es un tres ambientes y dependencia de
distribución antigua, en el que la mayor parte de los ambientes dan hacia adentro, a un pasillo-galería
con unos vitrales muy bonitos o al patio interno, techado. Una mano de pintura no vendría nada mal.
Para hacerse una imagen completa del lugar, es necesario saber que todo está atestado de muebles
viejos que no cuadran muy bien con el resto de las cosas que conforman el intento de decoración de su
ocupante actual.
Diego se instaló en la habitación más luminosa, la que fue de Alba. Martín está tratando de
convencerlo de que le ceda el que fue de Víctor, o al menos el cuarto del fondo, sin que la dueña de
—Encontré algo que te puede llegar a interesar —me comentó Diego, mientras terminábamos la
Me llevó al cuarto de Víctor. Abrió un cajón del escritorio (un mueble muy viejo, herencia de
algún abuelo probablemente) y sacó unos blocks de papel de dibujo. En eso sonó el timbre, y mientras
Diego se encargaba de seguir estrellando sus llaves contra la vereda yo me quedé mirando un dibujo a
lápiz, muy evidentemente un sendero interno en el cementerio de Recoleta, con la imagen perturbadora
Sigo esperando el momento de verte, mi peluchita, no sabes cuanto t extraño..... Esta ciudad esta
totalmt trastornada, y yo tengo q seguir trabajando en el estudio, como si nada, pagando los impuestos y
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aguantandome q me miren todos con cara de culo, porq me voy... Todavia no entiendo como puede ser
q despues de todo lo q pasa la gente se siga quedando, es como vivir en guerra, pero la gente se queda.
Todos los porteños con dos dedos de frente se fueron, pero es increible lo pocos q somos los cuerdos.
Anoche pasaron un informe, nada mas 17%, podes creer? Todo el resto tiene intensiones de quedarce
De guillermo todavia no se sabe nada. El edificio de su casa esta ahi pero el problema es q no podemos
estar seguros, porq nadie sabe en donde estaba esa mañana, ni siquiera paula. Que queres q t diga, para
mi q se las pico. Paula esta insoportable, pero para mi esto no es gratis, ahi hay algo raro. Si la mina no
No t das una idea, bichito de luz, cosita bonita, de las ganas q tengo de verte... Hasta estoy tachando los
dias en el almanaque. Asi q nos vemos prontito, aunq para mí sea una eternidad..........
-----------------------------------Pato
El vocero del jefe Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Dr. Leandro Krapberg, anunció en
una conferencia de prensa que tuvo lugar el día de ayer la puesta en marcha del Plan de Reconstrucción
Urbana XXI. Se prevé que por medio del mismo comenzará en breve la construcción simultánea de 50
edificios de viviendas, en predios que han quedado vacíos luego de los derrumbes recientemente
ocurridos. Al parecer el plan fue aprobado el día lunes, pocas horas antes de registrarse el primer y
único derrumbe en lo que va del año, el del inmueble sito en Viamonte 856, luego de más de una
quincena sin casos probados. Ante la inquietud de los representantes de prensa, el Dr. Krapberg restó
importancia al acontecimiento, afirmando que “se trata de un hecho aislado” y que “nada permite
suponer que este suceso pueda volver a repetirse. Si así fuera, de todas maneras la construcción en estos
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terrenos no representa peligro alguno”. Ante la reiterada consulta en torno a la investigación de las
causas de la reciente catástrofe, el Dr. Krapberg afirmó que se trata, de momento, de información
reservada.
Sabés que puedo entrar en tu cabeza. No tomaste la pastillita rosa, estúpido. Vos te creés que
los psiquiatras son idiotas. Algo de razón tenés, como con todo, pero no se necesita ser técnico para
saber prender un televisor, y menos para apagarlo. Así que ahora sentate y aguantame mientras te uso
la mano.
me presente solo. ¿Por qué? Me gusta escribir. Me gusta tu mano, porque es mía, te guste o no. Me
gusta molestarte. Me gusta jugar con la posibilidad de que alguien encuentre esto y lo lea, porque te
conozco lo suficientemente bien como para saber que vas a terminar guardando las hojas, aunque más
no sea porque en la otra cara de este primer papel hablás de María, y para dejar una página mía vas
a preferir dejarlas todas. Claro que sé de María. Sé entrar en tu cabeza, te dije. De este tu lado lo que
más fácil me sale es ser vos. No en vano sos apenas una parte desprendida de mí.
14
Fragmento de caligrafía horrorosa, escrito con hoja apaisada. Para transcribirlo y que tuviera algo así como
sentido fueron necesarios una tarde, una noche, cuatro cabezas, dos litros de mate, una pizza y tres botellas de cerveza.
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A ver, nene, levante la mano cuando quiera hacerle preguntas al señor Basilisco. Si él igual no
cómo entiendo a la señorita Hilda, tu maestra de cuarto grado (sí, también sé de ella, por entonces te
miraba crecer aunque no me sintieses), esa que vos tanto detestabas y que tenía una conciencia tan
precisa de la irremediable estupidez de su alumnado. Así que nos soportaremos mutuamente este
manual de escuela primaria, porque quiero que entiendas al menos algo del papel que te toca.
comparación con ese animalito mitológico, aunque me le parezca tan poco. Quiere decir que me tenés
Alguna vez te expliqué lo que soy, y alguna vez te hablé del mundo del que vengo. Sé que
recordás poco y nada (el día que aprendas a escribir los sueños cuando te levantes soy capaz hasta de
sentirme orgulloso), pero no es un tema que me guste. Ni uno que vos puedas entender con tu cerebrito
patéticamente incapaz. Prefiero dejar esas cuestiones tan aburridas para algunos de los míos. Los hay
entre nosotros de esos a quienes les gusta tanto repetir cuestiones de historia natural en las cenas que
se alargan más de la cuenta, sobre todo cuando la comida y la bebida abundan, que pueden dormir a
todo su auditorio. ¿A qué la sorpresa? Sí, comemos y bebemos en alguna parte del universo. No dejo
de maravillarme de que seas tan simple. Y de que pongas tan poca atención para algo que te hace tanta
falta como esta limosna de información que te estoy dando. Me considero un ser medianamente
inteligente y, si he de ser sincero, la verdad es que nunca pude entender cómo siempre produzco
animales tan ridículos como vos, considerando que todo lo que sos fue parte mía en algún momento.
Me hace pensar dos veces el tener que reincluirte. Si no fuese estrictamente necesario, podés creer que
no lo haría nunca.
Aún así, por respeto a mí mismo, que sé que merezco un antagonista algo más digno, me parece
bueno aprovechar que estás escribiendo para que por una vez tomes nota y consideres lo que te digo,
que no es sino algo de información para tratar de lograr algo que se acerque al menos a una cierta
igualdad de condiciones. Me harté de deshacerme de indefensos. Un poco de peligro no viene mal una
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vez cada tanto.
Capítulo uno, página diecisiete, Grinberg. A ver, acompañe mientras el señor Basilisco lee la
Los de mi especie tenemos, cada cierto tiempo, desdobles humanos de tu lado, y entonces
entramos a su realidad. Eso lo hacemos a través del sueño, que es la única puerta que existe. Cuando
nuestra parte humana nace y tiene su primer sueño en la Tierra nosotros pasamos a buscarlos. Porque
ustedes nos hacen mortales. Eso usted lo descubrió temprano, Grinberg, si usted se muere sin que yo lo
mate, me muero también. Sí, también descubrió que tengo una amplia gama de formas de arruinarle
los intentos de suicidio, háganos un favor a ambos y no pierda tiempo y esfuerzo intentando. Si me
En cuanto a vos, es la primera vez que permanezco tanto tiempo de este lado y dejo crecer a mi
humano. No es algo prudente, ni puede llevarse a cabo sin consecuencias, pero por una vez preferí
hacerlo. Podría haber buscado lo que tenés de mí hace muchos años, cuando eras un renacuajo
indefenso, darte una de esas muertes de cuna que los médicos no entienden. En lugar de eso te soporté,
Es cierto que no te tengo afecto. Por lo menos eso lo sabés. Pero los siglos son largos y en su
De mi especie (capítulo dos, Grinberg), somos pocos, y nos parecemos bastante. En todo caso
no disfrutamos de la compañía de los nuestros, así que pese a que somos casi inmortales nos vamos
extinguiendo. De nuestro lado vivimos siendo servidos por los humanos. Sí, de ahí tu tendencia de
parásito. Es que sos parte de mí, y yo nunca quise dejar la comodidad de la familia humana obligada
por ley y herencia a mantenerme. Tus iguales suelen considerarnos inteligentes, poderosos y crueles,
desde su natural estupidez cobarde y sensiblera, así que aunque nos odian nos respetan. No tienen otra
demasiado tiempo como para que tu hermana crea que yo soy real.
50
Pero vos sabés que yo soy real.
Si hay algo que odio son estas explicaciones al estilo de los manuales para niños. Y esa cara de
Cada vez me cuesta más seguir encontrando excusas para seguir escribiendo este cuaderno,
posiblemente condenado a no pasar bajo otro par de ojos humanos. No termino de entender para qué
quiso Delmira que lo comenzara, porque nunca leyó una página. Y no sé por qué, pero no consigo
15
En el último punto la birome se aprieta de más y se desliza tres centímetros, cortando el papel a su paso. La
primera de las hojas está separada del cuaderno de tapas duras hasta medio camino, evidentemente mediante una
trincheta o cuchillo, y luego vuelta a pegar cuidadosamente con un retazo de cinta scotch. (N. de la R.)
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Volveré a lo que hago cada vez que esto pasa, y me dedicaré a la idea original de ser cronista de
Registro hay un optimismo confiado que no me termina de parecer sincero, reforzado sobre todo desde
que el Gobierno de la Ciudad empezó a pasarnos trabajo administrativo atrasado del Registro Civil. Lo
único que se consiguió es que el trabajo propio se acumule, y que nunca terminemos de digitalizar los
datos de los muertos reportados por la morgue. Pero todos parecen tan contentos que es una pena
quejarse.
Ahora se está también barajando la idea de hacer un censo urbano, y una guía voluntaria para
que los vivos se hagan ubicables a quien pregunte por ellos mediante algún simple recurso cibernético.
No es una mala idea, pero no puedo dejar de sentir el temorcito culpable de que alguien venga y se
Por su parte él sigue mudo. Yo ya perdí las esperanzas (no la insistencia) de que vuelva a hablar
con los vivos por el momento. Él se limita a tocar su guitarrita como si en ello le fuera la vida.
Puede ser también sobre Guillermo, que se las arregla para estar en todos lados, en donde no se
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De la cámara de seguridad de un edificio de la calle Serrano16
Entra una mujer rubia con un chihuahua. La puerta no cierra bien, pero ella sigue de largo.
Sale un hombre acabado, no necesariamente viejo, con una campera de jean que podría ser del
hijo o del nieto, y una bolsa de supermercado llena, vaya uno a saber de qué. Se puede fácilmente
inferir que la puerta estaba abierta, y que el ademán de mover violentamente la cabeza de un lado a otro
corresponde a una bonita colección de improperios igualmente violentos hacia sus vecinos. Después de
salir se queda un rato más, mucho más de lo necesario, cerciorándose de que la puerta haya quedado
bien cerrada. Se agarra del barral de bronce del lado de afuera y se cuelga hacia atrás con todo el peso
del cuerpo. La calidad de imagen del video, que es pésima, no hace sino hacerlo parecer más artificial,
un muñeco de látex balanceándose estúpidamente para comprobar una puerta que (uno lo sabe bien,
pero no él, lo desesperante es que él no lo puede saber) no sirve para prevenir ningún desastre. Después
de eso, finalmente, se va. No se echa de menos al sonido, ausente de la grabación. Casi se lo puede
Por alrededor de diez minutos no se ve más que la gente que pasa por la calle, afuera del
edificio. En el borde superior, que corresponde a una línea de tres baldosas de la vereda, la imagen se
borronea más que en el resto, como si estuviera ligeramente fuera de foco, y para más presenta rayas,
así que es bien difícil distinguir algo más que sombras. Posiblemente esto se deba al mal estado de la
cinta, que como buen video de seguridad debió de ser grabado, día encima de día, un centenar de veces.
Al rato aparece una parejita. Ella, con uniforme de colegio privado, debe tener con toda la furia
quince años. Él parece bastante mayor, pero es más una intuición que otra cosa. La abraza, y trata de
besarla. Ella se escurre y señala con disimulo (muy mal logrado) a la camarita. Él mira a cámara,
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Video encontrado en Internet por Gonzalo. Proviene de una conocida página de contenidos producidos por los usuarios. Por
entonces llegó a circular una media docena de esta clase de videos, que muestran las imágenes de circuitos cerrados de
seguridad en el momento de un derrumbe. Cada porteño debe haber visto cada uno de estos videos una docena de veces.
Narración: Martín Scarpe.
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muestra las palmas de las manos, se ríe y la deja entrar.
Mientras ella entra, luego de luchar con la puerta, que parece ofrecer una resistencia
considerable, sale de atrás una mujer encorvada, con rasgos de directora de escuela si los hay. Ella la
deja pasar y la saluda. Hace un último ademán hacia afuera, a su pareja, y entra.
Tres minutos y medio de imagen congelada, salvo por algunas sombras difusas que pasan atrás.
Después, la imagen tiembla, se hace más difusa, y la cinta se engancha. En un segundo archivo,
quienquiera que se haya tomado el trabajo de digitalizar esto la desenganchó, y entonces se llegan a ver
unos segundos sin señal, luego tres segundos de un hombre joven parado en el hall y mirando, estático,
hacia adentro, muy mal grabados. Luego se pierde la imagen de vuelta, definitivamente.
Hoy entró una paloma en el cuarto de las mujeres. Se chocaba contra el cemento de las paredes
sin revocar, y hasta llegó a sacarse un poco de sangre, la muy estúpida. Nos estuvimos quietas,
mirándola sin saber bien qué hacer por un buen rato (salvo por Tatiana, que desapareció adentro de su
bolsa de dormir, y por Julia, que salió gritando y cerró la puerta de un golpe), hasta que Sandra se
decidió a hacer algo. Sacó la sábana que tenía atada a su colchoneta de gimnasia y empezó a dar una
demostración de destreza cazadora. De alguna forma el bicho se las ingeniaba para esquivar las
múltiples acometidas de Sandra y, al mismo tiempo, chocarse contra las paredes una y otra vez. El
espectáculo, acompañado por nuestros alaridos cada vez que el pajarraco pasaba por encima de nuestras
cabezas, duró cerca de quince minutos. Después de eso la paloma, que ya parecía debilitada, sacó
fuerzas de flaqueza y se dio un último mamporro contra la puerta cerrada. Quedó desmayada en el piso,
Prefiero olvidarme de ese comentario, sobre todo porque falta media hora para el almuerzo, y
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efectivamente hay sopa y salpicón de ave. Aunque la verdad que podría aprovechar que esta semana
empecé a cobrar como se debe y tratar de llevarme a Miguelito a comer afuera. No me apetece el caldo
***
Es tarde, Miguelito duerme en el Colegio y yo quise que Delmira saliese a festejar, pero no hubo
caso. Así que aquí estoy, tomando una cerveza con maní, a solas con mi cuaderno, porque no soporto
esto de ir del Registro al Colegio y del Colegio al Registro. En este preciso momento llega mi bendito
sándwich de milanesa. El mundo parece infinitamente mejor con el olor de las papas fritas.
Probablemente haya sido por esto que ella no quiso festejar. Al fin y al cabo, el hecho de que
haya conseguido hacerla contratar en el Registro, con todo y la paga que eso trae, también significa
llevarse más todavía con gente de los derrumbes que, admitámoslo, forma (en rigor, debería incluirme)
un grupo un poco cargoso. Aunque si es por Delmira, ella no tiene modo de salirse, ni queriendo. Si no
somos nosotros son las sombras, que son más o menos lo mismo.
Estos son los momentos en los que me pregunto si será buena la idea de compartir el alquiler
normalidad no me vendría nada mal. Más siendo que acepté hacerme cargo de Miguelito, que no es el
Tendría que prestar más atención a situaciones claramente sintomáticas como la de ayer,
cuando mirábamos departamentos tranquilos, los tres juntos. Él se negó rotundamente a entrar en un
17
No pudimos encontrar (la impericia de Gonzalo y de Martín buscando en internet no ayudó) la nota periodística
correspondiente, pero en este punto tuvimos la sincera intención de agregar algo sobre estos decretos de emergencia, que
regularon (más bien mal) varios aspectos que desbordaban la capacidad ya enclenque de los servicios sociales. Una de estas
decisiones apuradas del Ejecutivo fue crear la figura del tutor interino, es decir, alguien que voluntariamente y bajo la
supervisión más bien descuidada de psicólogos y trabajadores sociales podía hacerse cargo de estos chicos que nadie
reclamaba, extrañamente numerosos, hasta tanto apareciera algún pariente con algún derecho sobre ellos. Es evidente que
Laura Cáceres, muy conocedora de los vericuetos legales poco claros relativos a los derrumbes, se amparó en esta figura para
quedarse con Miguelito Chiarino. [N. de la R.]
55
edificio particularmente bonito. Yo quise insistir, pero Delmira nada más le dio la razón, me dejó sola y
se lo llevó a tomar un helado. Preferí no hacer un escándalo y dejarlo pasar, porque al fin y al cabo la
idea es irme a vivir con ellos dos. "Él sabrá", fue toda la explicación de Delmira, mientras Miguelito se
enchastraba hasta el alma con chocolate y frutillas a la crema. Seguimos mirando otras cosas y no
Hoy a la mañana entró el anuncio de derrumbe: el edificio se vino abajo, no dio aviso, y aplastó
a unas 120 personas mientras dormían, contra todas las seguridades de la policía de que no tendría por
Graffiti
¡Ay, ay de la gran ciudad, en la cual todos los que tenían naves en el mar se habían enriquecido
Reloj. Gotera. Viento en el patio de los Prieto. Merlín como una sombra arriba de la mesa. No lo
escucho ni lo veo, pero lo siento, está echado y tiene los ojos bien abiertos.
Hay poca luz. Cierro los párpados. Me gusta adivinar los renglones, adivinar mi caligrafía
volcándose en el papel entre las sombras como pasos en una habitación a oscuras. Por una vez, sé que
18
En este fragmento la escritura fluye, pareja con lo que narra, pero parece ignorar por completo los renglones.
[N. de la R.]
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la bestia no va a venir. Tomé la precaución de la pastillita con abundante agua. Nada de cerveza con la
El ventilador de techo mueve el aire estancado, que parece agua caliente. Tengo la piel de
gallina, y ganas de llorar de rabia como cuando era chico y Nicolás me prohibía que le tocara las cosas.
Bita no me habla desde que se enteró de que no fui a la entrevista. Quiero que no me importe. No
puedo.
Tengo también algo de ganas de llamar a Hugo, de hablar con algún ser humano de afuera del
círculo. No aguanto la mirada de pena que me pone María. Me mira como a los perros de la calle
Me parece que oí movimiento. Espero uno, dos, tres, cuatro, cinco, y abro los ojos despacio.
María está en el umbral. Es increíble, con el pelo revuelto, a contraluz, parece un hada.
—¿Qué soñaste?
—Con tu Basilisco.
No consigo ver sus ojos. Necesito ver sus ojos. La penumbra se cierra en su rostro. Puedo llegar
a sentir, por alguna variación imperceptible del aire, que me mira. Se acerca y trae su frío consigo desde
el otro lado. No puedo sino rogar que no le haya hecho daño, pero ella se queda quieta. Y yo no sé si
quiero saber. Si por lo menos pudiera tocarla, nada más un momento, tocarla y librarla un poco de su
frío, de esa sensación helada que conozco tan bien. Pero ella no se mueve del umbral y la siento ser
hermosa y terrible a la vez, por una vez terrible también, como todo lo que el Basilisco intenta para
No, no tiene por qué, ya bastante tiene, tenés conmigo, por mucho que seas yo en otra parte, por
—Víctor
toque a María, no
57
(ella se acerca a mí)
No quiso que siguiera escribiendo. Y bastó el roce de su mano helada para que él tuviera
finalmente la certeza de que era cierto, y de que no sabía qué hacer. Ella lo repitió, había soñado con el
Basilisco, había visto la versión que él había querido mostrarle del duelo. Él se sintió ínfimo, inútil, qué
podía después de todo contra ese monstruo, esa bestia pequeña y horrenda, peligrosa como un dios de
antaño.
Él la besó, para calmarla, para quitarle el gusto a muerte de los labios. Después de todo el
problema no era de ella, pobre corderita. No tenía la culpa de que el Basilisco hubiera decidido
divertirse aterrorizando a quienes no tenían nada que ver. Ella devolvió el beso, y lo abrazó por largo
rato. Pero después fue la noche sola, y el frío, y el regusto amargo del desafío de la bestia, que parecía
Sé que leés, en alguna parte leés, desde otro lado me mirás, hasta puedo entender que no me
dejes en paz, te gusta burlarte de mí, recordarme que eventualmente nos vamos a tener que mirar de
frente y volver a ser uno, hasta puedo llegar a entenderte, enemigo, a entender que prefieras destruirme,
absorberme, hasta soy capaz de entender que me convertiría en quien no quiero ser si saliese airoso del
enfrentamiento. Pero María desgraciado María no puede ser tuya no debés aterrorizarla así no podés
19
Víctor interrumpió la escritura. Sigue el trecho que transcribimos a continuación, con otro color de tinta y bien
alineado sobre los renglones. La caligrafía acompaña a lo narrado y se vuelve mucho peor, aún algo más desprolija que la
de las últimas líneas, que ya eran bastante poco claros. [N. de la R.] Yo pedí que escaneáramos la página. Ella replicó
que debía agradecer que me dejara seguirle llenando la recopilación con la historia de este delirante. [Agregado de M. S.]
58
Oído en la calle20
***
Luego de una semana más de tregua, la tragedia volvió a repetirse durante la tarde del sábado, al
derrumbarse un edificio de viviendas ubicado al 1700 de la calle Piedras. Dicho inmueble, que contaba
con 25 unidades, había presentado grietas de importancia menor durante el transcurso de la semana
anterior al siniestro, pero las mismas habían sido declaradas de nulo peligro por la Brigada de
Derrumbes del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Los vecinos, sin embargo, decidieron evacuar
por su cuenta el edificio ante la multiplicación de las grietas en la fachada y en paredes internas durante
20
Aporte de M. S. [N. de la R.]
21
Julia jura que fue tapa del diario Crónica, pero no dispusimos de tiempo para conseguir ese ejemplar [N. de la R.]
59
De los papeles de Víctor Grinberg
[Dibujo: una mujer muy vieja y muy arrugada, en carbonilla sepia y esfumino]
Si todo sale como debe ser, mañana tendrás que despertarte, y no voy a estar ahí. Vas a tener el
cabello blanco y los ojos secos, y puede ser que recuerdes vagamente que tal vez te quise, en otra parte,
en otro tiempo, en otro universo que no era tan difuso, que tenía más luz en su oscuridad, y una
oscuridad más suave, más afelpada, como la piel de un gato de pelo largo, y que en esa oscuridad vos
sabías ser un hada, una reina de las hadas, sabías tenerme a tu merced y besarme, para que terminase de
enterarme de lo que tenía que hacer, para que no tuviese que saber más lo que es estar perdido.
Y mientras tanto yo voy a estar mirándote, del otro lado del espejo, y voy a tener plena
conciencia de lo viejo que fui por entonces. Pero no habrá manera de que me reconozcas.
Gustavo, se supone que no estás más, se supone que estés muerto, dejá de perseguirme.
60
Recortados22
1,65 m de altura, cabello castaño oscuro ligeramente ondulado, 43 años de edad. Desapareció el 23 de
Mayo de ... luego del derrumbe accidental —siempre se trata de derrumbes accidentales, ah, las
delicias del lenguaje de los infelices del Registro— de la propiedad de viviendas múltiples —en criollo,
el edificio de departamentos— sito en la calle Carabobo 714, ocurrida a las 14:32 PM de esa misma
fecha. Ante cualquier información rogamos comunicarse con el RSCABA, código SMF-154
Recompensaré
Bichon Frissé dos años, responde al nombre de Cachi —yo me horrorizaba de que a mi perro una novia
lo haya bautizado Carozo, y de que luego de eso no haya habido nombre que valga—, 2 años, se perdió
el 21 de Abril en Parque Chacabuco, luego del desborde de la fuente al mediodía —¿cómo es que
nunca conseguimos un recorte de eso?—. Ante cualquier información, comunicarse con el DUEÑO
código APARECIÓTUPICHICHO-007
Isobel Beggings
22
En algún momento de la recopilación, cuando ya pensábamos tener algo así como una idea de lo que estábamos
haciendo, comenzó a llegar de todas partes (vecinos, compañeros de trabajo, tíos voluntariosos y primos contadores,
abogados, vagos y adolescentes) una tormenta de materiales nuevos, caóticos, de toda índole, que yo por supuesto
agradecí y dejé en un costado, para que como era de esperarse Martín se encargase de ellos, los mezclase un poco con
sus propios rejuntes y salieran varios engendros como este que aquí se presenta, reformulación mezclada de escritos en el
formato habitual de la revista del R.S. [N. de la R.]
61
1,71 m de altura, cabello castaño claro lacio, 24 años de edad, de nacionalidad británica. Desapareció el
2 de abril de ... luego del derrumbe accidental —ahí vamos de vuelta, ¿vio, lector?— de la propiedad de
viviendas múltiples sita en la calle Félix Lora 747, ocurrida a las 2:21 AM de esa misma fecha. Ante
Tres ambientes en una casa chorizo. Le falta pintura y el parquet no merece ese nombre, pero es
económico y lo eligieron Delmira y Miguelito. Eso no deja de ser una suerte de seguridad extra. Aparte
es amplio, por lo menos para mi presupuesto. Supongo que nos mudamos esta semana, por lo pronto ya
De Guillermo ni noticias todavía. Una tal Paula Nosecuantos publicó un aviso de búsqueda para
un Guillermo Muñoz en la revista del Registro, un aviso que tomó Mauricio y que detectó Delmira
después, pero eso no es gran cosa. Hasta a mí me han llegado a publicar, una tía abuela que no veo hace
años y que le dictó el aviso a Alejandro, que atendía bastante fumado mientras yo estaba en el baño. A
él le hizo mucha gracia, me agregó en la descripción diez años, cabello colorado y una nariz
especialmente prominente.
decirle que lo de la descripción había sido un error en la imprenta, habría que hablar seriamente con
ellos, porque evidentemente habían saltado algunas líneas y habían omitido mi descripción y el nombre
62
Suplemento Ñ – Los más vendidos (No ficción)
Volante
MUDANZAS SBORA
Me costó un tanto ubicar a Hugo hoy. Desde que Bita lo echó de casa está viviendo en un
refugio, por lo que acordamos la visita por medio de un conocido que le fue pasando mensajes. Así que
cuando eran ya las cuatro y cuarto y él, normalmente puntual hasta la exageración, no había aparecido,
empecé a pensar que había habido algún malentendido. Yo lo esperaba con café, pero para cuando
llegó ya hacía rato que mi tazón estaba vacío, y el suyo ya podía competir en frío con el Nahuel Huapi.
63
En total, hacía cuando mucho un mes que no lo veía, pero me pareció verlo más viejo, más cansado.
Fue una impresión breve, porque enseguida se tomó su café helado de un trago y recuperó la
compostura.
—Pero qué cara, muchacho. Cualquiera diría que viste al Basilisco —se burló, mientras
apoyaba con un ademán brusco la taza sobre la mesa ratona. Yo no le contesté. Me levanté para
preparar otra ronda de cafés y me demoré un poco, para darle tiempo a intrigarse.
Cuando volví él estaba en el balcón, fumando, y parecía haberse olvidado de que estaba en mi
casa. Me miró, y su mirada parecía llegarme desde muy lejos. Me contó, con su voz pausada de
siempre, que Silvia lo había dejado. Él, como de costumbre, no parecía entristecido por eso. Tuve, otra
vez, la incómoda sensación de que había hecho todo lo posible para que ella lo odiara, y de que casi
Como siempre en estos asuntos, yo preferí no opinar. Había llegado a conocer a Silvia lo
suficiente para llegar a sentir algo de pena por ella. Pero después de todo no era mucho lo que yo
hubiera podido hacer. Para que una mujer acepte a Hugo Mirabile de pareja estable, su voluntad de
Cambié de tema todo lo rápido que pude. No lo había llamado para que me pusiera incómodo
contándome cómo por enésima vez había logrado que una mujer a la que no quería sintiera la necesidad
Lo que yo quería era que alguien me ayudara a salvar a María del monstruo.
Le narré con todo el detalle posible los acontecimientos desde que conocí a María. Mal
momento para hacer eso. Para cuando llegué a su sueño con el Basilisco ella ya había acaparado toda su
atención, y en lo único en lo que podía pensar era en darme consejos sobre cómo llevármela a la cama.
—Menos mal que el Basilisco se acordó de ella —llegó a decirme—. Si no hubiese sido por eso,
Por suerte entonces llegó Bita, y no hizo falta una mejor excusa para conseguir que se fuera.
64
Tampoco Hugo puede ayudarme.
Ahora que lo pienso, llegar al extremo de pedirle ayuda a Hugo, justo a él, para salvar a una
No, bestia maldita, te lo repito porque estás ahí, te sé ahí, te siento más cerca que nunca y sé que
leés mis palabras. El problema es entre nosotros dos, el duelo siempre fue entre dos, nunca te
correspondió cazar hadas, lo hacés porque en el fondo también me tenés miedo, ya sé, soy tu doble
también, soy tu némesis también, soy tal vez la última chance que tengas para morir, por lo menos la
única en siglos, y no te tengo miedo, ahora no. Pero María, ella no es tuya, a ella no es necesario
ponerla en el medio, sé que lo hacés para perturbarme, pero no corresponde en un duelo decente, con
Hola a todos.
No nos vamos a extender. Ustedes sabrán comprender por qué. Se suspende el recital del
sábado. Sí, de nuevo. Se vino abajo el boliche. Ya vamos a ver si lo pasamos para otro lado o si
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De la libreta de Delmira Mülerstag
Hola! Cómo estás? Por acá todo bastante bien. Estoy trabajando, con el grupo de Dina, gente de
lo más interesante. Estamos preparando una obrita, a mí me toca hacer de mexicana, es muy divertido.
Patricio llegó ayer, para mi cumpleaños (sí, recibí tu tarjeta y el paquete de mamá), porque se le
retrasó el vuelo. Pero ya está, y ya se puso de mejor humor. Los derrumbes lo tenían un poco loco.
Hablando de eso, me pidieron que por favor pongas a alguien en búsqueda allá. Se llama
Guillermo Muñoz, 29, soltero, alto y de pelo castaño. No tiene familia conocida, en Buenos Aires se
está encargando otra amiga. Es el novio de Paula, una amiga de Pato, la chica rubiecita que vino a
Bueno, viejito, eso es todo. Decile a Fernanda que se cuide, y mandale un beso a mamá,
Marina.
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Del cuaderno de Laura Cáceres
La nueva casa es, hay que reconocerlo, muy cómoda, pero tiene un no-sé-qué de triste, de
desasosiego. No me parece que hayamos mejorado tanto en cambiar el patio del colegio con sus juegos
El único avance es que desde que nos mudamos aquí Miguel parece haber cambiado un poco.
Parece más conectado con la realidad, y hasta contesta en frases breves con sus crayones. Es siempre
algo relacionado con la pregunta, pero no necesariamente lo que uno daría en llamar una respuesta.
Puede parecer muy alentador, pero a veces (hay que reconocerlo) es francamente desesperante.
***
DE LA RECOPILADORA
Hasta aquí hemos pasado en promedio una entrada cada cuatro de las que el cuaderno de Laura
presenta separadas por una prolija línea trazada con regla. En este punto me es totalmente imposible
seguir con ese ritmo, porque por largas (larguísimas) páginas se dedicó a estancarse en la melancolía y a
glosar notas de periódicos. No es que eso difiera demasiado de aquello en lo que devino la línea
directriz de esta antología, sino que ésta cambia todo el tiempo, desprolija como quien escribe esto que
debió ser una nota al pie y que invade inescrupulosamente la página con el mismo cuerpo de letra que
Adjunto, para llenar el vacío, unas pocas frases, gentileza de Martín, que se dedicó a leer con
detenimiento estos pasajes soporíferos, edulcorados hasta lo insincero, y a marcar con resaltador
naranja en su fotocopia una bonita selección de afirmaciones, según él, muy sugerentes.
67
A partir de aquí, llegado el caso, transcribiré algunos pasajes que nos han parecido interesantes,
aunque posiblemente sean relativamente pocos si se los compara con lo que transcribimos de este
primer segmento del cuaderno, puesto que luego de esto, por motivos que tal vez copie más adelante, el
***
[L]levé a Miguel conmigo. Alguien podrá decir que soy una mala madre (iba a borrar la palabra
"madre" para corregirla, pero me parece más cierta que cualquier otra).
***
Es como si por momentos la nitidez de todas las cosas se volviese engañosa, traicionera. Suele
pasar cuando Miguelito se queda, con una sonrisa torcida en los labios, mirando fijo hacia la
medianera.
***
No entiendo este impulso estúpido de seguir escribiendo. Ni que fuera a hacer volver a
Guillermo, o a convertir a Miguel en un chico normal. Delmira ya a esta altura no me pide más nada.
***
Un adolescente con ganas de hacernos perder el tiempo se acercó hoy al registro para preguntar
cuántos dibujantes muertos hay en las listas de la morgue. La respuesta que le dio Alejandro, que para
hacer llover estaba hoy totalmente sobrio, fue muy creativa, pero la cuota de pudor que me queda no
68
***
La sensación es la misma que aquella que se siente cuando el pasajero de al lado en el colectivo
lee de costado lo que uno lee, sólo que giro y lo único que hay es una corriente de aire cálido, y
***
Recordé en ese momento lo que decía mi padre hace años ya, cuando todavía estaba sano y lejos
de morirse, cuando todavía no había derrumbes, cuando todavía no había sombras enfriando la noche,
cuando todavía teníamos la librería y yo era casi una niña, cuando todavía no sabía preocuparme.
***
Y entonces recomenzaron los derrumbes, para recordarnos que no podemos confiar en las
69
Grabador en casa de Diego23
—¡Salí, perra de mierda! ¿Pero vos no ibas a encerrar a este animal del demonio?
recopilación.
—Encerrada tendrías que estar vos, loca. Venga, cosita linda, que papi la defiende. Eso, muy
bien.
—Una caja de forros. ¿A quién se le ocurre poner los forros en el cuarto estante?
—Bajá, Gonzo.
—Bancá.
—Callate.
—¿Porque dice la verdad? Fuera de broma, si dejás de reincidir con las desequilibradas y por
23
Desgrabación de M. S. Obviamente.
70
una vez buscás plantarle la batata a una mina normal...
—Sabés que la mina ni me querría recibir, Julia. Sobre que me conoce por Bita estoy viviendo
—Córtenla, che.
—Diego, vos sos el último que puede quejarse. Mirá que empiezo a buscar libros míos y
cagaste. Che, ¿podés apagar ese artefacto del demonio, Martín? Me tenés harta.
—Bueno, Sargento.
No puedo soportar las caras de buitre que ponen algunas familias en los entierros. Si el muerto
no era querible, o si era uno de esos personajes que representan el margen de error de alguna vieja
norma familiar, entonces el funeral se convierte en una verdadera farsa, las caras de drama tirantes
como máscaras de payaso se alternan con rostros graves de gente que le da importancia a la-gravedad-
de-la-situación y asiente a todo con ojos turbios que simulan un estoico sufrimiento, entre pésames que
no le pesan ni dos gramos a nadie. Y ver a María consintiendo con su presencia en semejante lugar, con
todos los demás Kadián puliendo sus caras de tragedia mientras hacen el cálculo mental de la herencia,
me enferma.
El difunto es un tío solterón, muy probablemente homosexual, que parece haberse pasado la
vida tratando de no tener que encontrarse con este clan de hipócritas cuyo mayor drama consiste en el
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pisito por Palermo que se vino abajo en el mismo derrumbe que lo mató. Ahora lo único que queda
para repartir entre los tres hermanos restantes (uno de ellos es el padre de María, esa es nuestra vela en
este entierro) consiste apenas en un departamentito de un ambiente por Floresta, vacío y no en el mejor
de los estados. En sí, por lo que sé el pobre Ricardo Kadián parece haber sido un buen tipo, pero eso a
quién le importa. Ahora hay un par de coronas muy costosas al lado del cajón (cerrado, como el de
todos los cuerpos que se rescatan de derrumbes) y nada más. El resto de la familia se reparte entre la
puerta y el saloncito, conteniendo toda una gama de sentimientos que en ningún caso pasa por la pena.
María sirve el café, y hay una vieja muy gorda (solterona, apuesto) con una costra espantosa de
maquillaje en la cara que me mira mal porque no me conoce y me pongo a escribir sentado en el piso
en semejante ocasión24. Me siento tentado de decirle que su entierro y su cara me tienen totalmente
una amiga, y entonces la vieja se calma, y me dirige una mirada de ternura frente a la que su
Bita se acerca ahora. Me cuenta que María le dijo que no tenemos obligación de quedarnos, que
muchas gracias por acompañarla. Evidentemente dar explicaciones a las viejas le incomoda más que a
mí.
Aproveché el momento en que un tipo de campera negra que parecía tanto o más descolgado
que yo se acercó a la puerta para cruzar el salón y encaminarme a la puerta sin hacerme notar
demasiado. Le hice un pequeño gesto de saludo a María antes de salir. Ella asintió con la cabeza, y
—Yo a vos te tengo de alguna parte —me dijo, una vez que llegamos a la calle. Lo miré bien.
—Disculpá, pero...
24
Pero québarrbaridá, ¿a usté le parísse? [N. de M. S.]
72
—Sí.
Cuando terminaba de caer en la cuenta de quién era mi interlocutor, casi como salido de la
nada, como es su malísima costumbre, llegó Hugo. Saludó al de la campera como si lo conociera de
toda la vida.
—¿A él? —le señalé al tipo de la campera de cuero, que se escondía atrás de una nube
particularmente densa de cigarrillo—. No, lo acabo de conocer acá, en el velorio. Se murió un tío de
María.
—...
—Sí, Goyo es amigo mío. Está con algunos problemas personales y está parando en el refugio
conmigo. Si les parece bien más vale nos vamos antes de que los enganchen de nuevo con el velorio y
tomamos algo.
Goyo me miró y yo, sin saber bien por qué, me sentí incómodo. Me excusé y volví caminando a
casa. Puede ser que hubiera hecho mejor en quedarme, y aprovechar para dibujar algo en el cementerio.
—¿Buscando algo?
73
El hombre la miró de arriba a abajo, y tomó la pose de quien se da más importancia de la que
tiene.
—Ah, gracias.
—¿Tendrás un cigarrillo?
Delmira evita mirarme. Viene ocurriendo más o menos desde ayer, me parece. Al principio
pensé que debía ser idea mía, pura casualidad. Después empecé a preocuparme y a pensar que debía
estar enojada por algo que hice o que dejé de hacer. Pero ya a esta altura me doy cuenta de que no, de
Miguelito sigue como si nada. Cuando volví ayer del supermercado lo sorprendí tocando
"November Rain". Empiezo a pensar que las sombras deben darle ideas. Cada vez me parece una
posibilidad menos fantástica. Es que si tuviera que empezar a descartar todas las cosas que me resultan
Además está Delmira, que habla con las sombras, o al menos eso dice. Y sin ir más lejos, ayer
yo pensaba en Guillermo y vi escabullirse una figura por el rabillo del ojo, en el patio, por primera vez
[...]
Miguel sigue con sus dibujitos de elefantes. Esta tarde dibujó uno muy curioso, en una de las
74
hojas de formulario continuo de las que lo provee Rodrigo. Me parece entender que se trataba de un
elefante transparente, porque las líneas de los edificios y de los autos lo atravesaban por completo, lo
iban tachando. Era una figura en lápiz negro en un dibujo hecho con marcadores de, creo, una ciudad
de todos los colores. Como única explicación colocó, a modo de título, la palabra "olifante", al lado del
—No se llama "olifante" —aclaré yo, que tengo una maestra castradora mal reprimida en
Él me miró, me sonrió con su mejor rostro de cándido niñito de jardín de infantes, negó rápido
con la cabeza y se dedicó a remarcar su "O" con marcador azul, hasta que la tinta traspasó la hoja y
llegó a manchar la hoja siguiente, en la que se dedicó a dibujar algo que se supone que sea un perro, al
Los invisibles
seescapaelrebanio@hotmail.com
La mujer que había preguntado ya hace un tiempo por Guillermo en el Registro se llama
75
Adriana Dizzerio. Es una persona bastante extraña, pero a pesar de eso agradable.
Cuando toqué el timbre de su casa me atendió en seguida, y me invitó con una taza de té. La
verdad es que lo último que yo me esperaba era eso. Pensé que se iba a mostrar desconfiada. Llegué
incluso a barajar la posibilidad de que se echara a llorar, de que me abriese una rendija de puerta para
amenazarme con un rottweiler inmenso, o de que sin más ceremonias me echara a patadas. Preví
también que iba a pedirme credenciales que certificasen que trabajo efectivamente en el Registro. Pero
que fuese a abrirme la puerta con su mejor sonrisa y que me invitase con té y masitas, eso no se me
Vive en un edificio destartalado, una torre en Caballito que bien podría venirse abajo sin
necesidad de una ola de derrumbes, pero que inexplicablemente se mantiene en pie. Me bajó a abrir con
su gata negra en brazos. Es una mujer más joven que yo (poco más que una adolescente, en realidad),
corpulenta y maciza, y de rasgos aindiados. Se me dio por pensar que parecía estar en un cuerpo
prestado. Su voz suave no parece encajar con su aspecto tosco, con su masa corporal que parece
quedarle inmensa. Además no parece manejar muy bien sus dimensiones: se hallaba en su casa, y aún
El departamento es chico, tiene los techos demasiado bajos, y lo tiene atestado como casa de
compra-venta. Detecté, entre otras cosas, varias pirámides, un enano de yeso mezclado entre varias
tazas, una colección de puñales extraños, cuatro o cinco muñecas de porcelana y una bolsa abierta de
runas. Las paredes están pintadas de verde manzana. Es como si el departamento no armonizara con
todo lo que tiene adentro. Pensándolo bien, esto mismo lo hace armonizar con su inquilina.
Mientras preparaba el té en una tetera (una variedad muy aromática en hebras que sacó de una
latita roja), presumiblemente importada), me preguntó por qué había ido a preguntar por Guillermo. Le
repetí el cuento del Registro, un dato faltante, mil disculpas pero, etcétera. Ella frunció el entrecejo y
—La verdad.
Me quedé en silencio. Ella sacudió ligeramente la tetera, y se las ingenió para llevarla junto con
76
dos tazas al living, en un equilibrio muy inestable. Ahora que lo pienso no consigo acordarme bien de
cómo terminé contándole de Miguelito, de Delmira, de las sombras y hasta de este cuaderno. Me
escuchó en silencio, con algo así como el principio inacabado de una sonrisa en los labios, mientras la
gata se me enredaba en las piernas. Creo que al cabo de media hora sabía tanto de mí como yo.
Cuando noté que tal vez había hablado más de la cuenta me apresuré a empezar a hacer
preguntas yo. Ella fue bastante más breve y prudente. Me contó que apenas conocía a Guillermo. El
pedido de información lo había hecho en nombre de una amiga, que al momento de la desaparición
había sido su pareja. De todos modos, según Adriana, había sido una desaparición algo sospechosa, y
había que tener en cuenta que existían factores (no dijo cuáles) para pensar que tal vez Guillermo
Muñoz había podido desaparecer por cuenta propia. Yo le di a entender que si se trataba del mismo
Guillermo que yo conocí era prácticamente imposible pensar en algo como una fuga, y ella pareció
Por ese entonces me sirvió otra taza de té, encendió un hornillo con esencia de jazmines, y
comenzó a leerme las manos, sin más pedido de permiso que un simple "¿Me permitís?". Se quedó
observando ambas palmas por alrededor de un minuto, y luego empezó a contarme que Miguelito
estaba allí, que tengo un carácter tranquilo y una tendencia a tomar decisiones drásticas con bastante
naturalidad. Le llamó la atención mi gusto por los extremos, y me auguró un largo viaje y algunos
—Prefiero que no me digas más nada, o no voy a tener de qué sorprenderme —protesté, y le
Apuré el tazón de té. Le pregunté sin mucha ceremonia por su amiga ("Paula no estaría muy de
acuerdo con que ande divulgando datos suyos, no lo tomes como algo personal", me respondió, con una
Hacía por entonces unos veintiocho grados, pero cuando salí del edificio sentí algo de frío. A
menos de dos cuadras me compré un paquete de Lucky Strikes. Hacía ya dos años que yo había dejado
de fumar. Ahora que escribo voy por el octavo cigarrillo, y me sentí demasiado mal como para ir al
77
Registro. Necesité dar parte de enferma.
Afuera parece que va a llover. Delmira dejó una fuente de masitas caseras, y Miguelito me está
ayudando a terminarlas, mientras dibuja. En el dibujo hay tres personas. Estoy yo, a juzgar por el pelo
rubio y la pollera verde. Creo que la otra mujer, la del vestido violeta, es Delmira, porque tiene pelo
corto y anteojos. No sé quién pueda ser el tercero, pero a ése lo dibujó con lápiz negro. Atrás (supongo,
porque en realidad es una figurita chiquita encima de la mía), también en lápiz negro, hay un elefante
que apoya la trompa en una línea que, me parece, se supone que sea una recta.
Creo que la tormenta va a ser fuerte esta noche. Ya se escucha el sonido de los truenos, y más
Víctor se despertó sobresaltado. Estaba bañado en sudor, y su cuerpo temblaba de arriba a abajo.
Gritó. La hora estaba cerca. Era apenas cuestión de tiempo. Y mientras más breve fuese, menor sería el
daño.
Alba se despertó con el grito, y ni bien cayó en la cuenta de lo que ocurría, corrió a la habitación
de su hermano. Un rato después, al hacer memoria, Víctor se asombró de haber seguido pensando en el
Basilisco al verla aparecer así, con el pelo revuelto por la almohada, una ráfaga de Bita en camisón en
La magia hizo su efecto rápido, el Basilisco no era sino un basilisco, y él tenía a Bita de su lado.
Bita, que no debía saber nada, que no podía saber nada, Alba de manos suaves con gusto a paz.
—No, hermanita, no hace falta —ella dudó—. En serio, no voy a hacer nada raro porque tenga
78
una pesadilla.
Él sonrió para tranquilizarla, y ella se puso de pie, indecisa. Caminó hacia la puerta, y su
camisón blanco cortaba la penumbra como una espada de ángel, el límite exacto de un pequeño paraíso
sin peligro de monstruos de pesadilla. Uno, dos, tres, cuatro, cinco pies diminutos, llegó a la puerta y en
una súbita rebeldía de rodillas se dio media vuelta. Una, dos veces la misma mano suave sobre un caos
Ella le sonrió, no muy convencida. Los Prieto habían dejado la luz del patio prendida, y el
reflejo del farol a través de los vitrales convertía la penumbra de la puerta en un paso a otra realidad
distinta, probablemente a otro tiempo, más afín a la silueta delgada que se recortaba en el umbral. Ella
le deseó buenas noches en un susurro, y cuando ya Víctor empezaba a pensarlo mejor volvió a su
Intentó serenarse. Se sentó en la cama. Sacó su cuaderno. Cuando terminó con sus notas escribió
un breve relato de lo ocurrido y decidió que sería mejor ordenar sus ideas en la calle. Buscó su
De la Recopiladora
25
Las notas no están. Las tres hojas anteriores están arrancadas. [N. de la R.]
79
—¿A qué, entonces?
—No sé. Algo raro tiene. Algo hay con estas cosas que cuenta en tercera persona.
—¿Pero qué, Martín? Sí son las más cuidadas, pero de ahí a decir que... No sé, no me parece
que sea para hacer demasiado lío por eso. Si querés las sacamos.
—Nunca te pediría eso. No, de hecho es un motivo más para que se queden. Pero... No sé, me
Él enciende un cigarrillo. Mira al piso. Parece contrariado. Ella, un poco herida por el rotundo
—Mejor por hoy pasamos a las notas de Daniela, a ver si hay algo rescatable.
—No, me parece que mejor me voy. Hoy siga un poco sola, señorita Recopiladora.
—¿No era que tenías toda la tarde libre para... cómo era... lidiar con los relatos de nuestros
dementes?
—Creo que mejor camino un poco —ella se puso de pie y buscó con la mirada su juego de
Él se acercó al televisor. Sacó un objeto blanco, pequeño, de una caja de madera, lo metió en un
[Agregado de M. S.]
80
En Internet, por entonces26
Hubo un videojuego, un programa muy liviano que circuló por e-mail y que casi todos llegamos
a jugar por lo menos una vez. Consistía en un hombrecito (un rejunte antropomorfo de píxeles
inmensos, más bien) vestido de blanco que cargaba un balde verde, y que iba saltando por las terrazas
de edificios que podían caerse, escapándose de un monstruo de fuego. La idea era ganar suficiente
distancia para hacer a tiempo a llenar el balde en las canillas de las terrazas, dejar que el monstruo se
terminar el juego, siempre terminamos en montones de píxeles-ladrillos, o ardiendo en los brazos del
monstruo.
Un volante
OFERTAS INCREÍBLES!!!!!!!!!!
[Debajo, una secuencia de fotos de muebles de pésima calidad, a precios por entonces más o
menos razonables]
26
Relato de Gonzalo.
81
Del cuaderno de Laura Cáceres
La idea me la dio Alejandro, un lunes en el que llegó al Registro más mareado que de
costumbre. En esos días es mejor no dejarlo trabajar. Tarea que se vuelve especialmente difícil, porque
capaz de terminar pasando recetas a las viejas en atención al público, o de dejar decenas de formularios
de ingreso de búsqueda en donde las señas particulares del posible desaparecido contienen notas como
"su madre es un bagre vestido, no faltaba más, de negro", "prefiere el dulce de leche caliente para los
panqueques" o "más vale perderla que encontrarla, por lo que cuenta este punto". Lleva trabajo después
interpretar las anotaciones (muchas veces metafóricas y no siempre conexas) de los datos, cargadas de
comentarios inútiles o de dibujos, y transcribir todo con el tinte burocrático que se requiere para pasarlo
a la oficina de informática, para que se publiquen en el Boletín de Búsqueda y salgan los viernes en
Lo que por lo general hacemos en esos días es no dejarlo trabajar. Lo normal es que a mí, que
soy la jefa de área de nuestra oficina, me toque mantenerlo ocupado en donde haga el menor daño
posible27. Por lo general lo pongo a ordenar carpetas alfabéticamente, o lo tengo haciendo café durante
horas. Salvo, claro, que estemos en un impasse entre derrumbes, caso en el cual hay poca gente, y
Delmira intercede para dejarlo llegar a las computadoras del frente. Le gustan sus anotaciones sin
sentido, y se toma sin chistar el trabajo extra de filtrarlas. No sin antes, claro, tomar un par de notas en
su libreta. Dice que las fichas de Alejandro pueden parecer poco serias, pero que son particularmente
27
En un pasaje omitido menciona que se trata de la oficina del Registro de Sobrevivientes de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires (RSCABA, popularmente llamado Registro de los Vivos, o como lo hace Laura sistemáticamente, Registro a
secas) número 14, correspondiente a la zona de Balvanera. Ella era jefa de sección en Búsqueda de Personas, que era la división
con más empleados en planta. Después estaban, también, la sección de Asistencia y Alojamiento al Damnificado, la División de
Informática, la Oficina de Publicaciones y la de Relaciones Internas, que conectaba con el Registro Civil, con la flamante
Migraciones Internas, con la Policía y con el Ejército. Cuando unos meses después del cese de los derrumbes esto dejó
prácticamente de funcionar, el RESABA se redujo a un servicio adicional y pago del Registro Civil, y para no dejar a toda esta
gente cesante se los distribuyó entre distintas dependencias gubernamentales, con funciones más o menos inútiles. (N. de la R.)
82
útiles a la hora de contactarse con las sombras.
Pero ese lunes Delmira estaba en cama con gripe, y el recomienzo sorpresivo de los derrumbes
luego de una larga tregua había convertido la sala de atención al público en una romería de ataques de
histeria, la clásica gente cargando con caras largas y ojerosas, y con despojos de derrumbe que se
desparramaban de cualquier manera en el damero de falsas baldosas de goma del piso. Hacía falta
ingresarlos rápido en sistema y derivarlos al lado a Asistencia. Así que Alejandro, contra su voluntad, se
quedó supervisando los dibujos de Miguelito y encargándose de mantener una inmensa ronda de mates.
En un determinado momento se hartó, tiró la yerba, hizo café aguado para todo el mundo y amenazó
con hacerme un escándalo para pasar a Atención, donde evidentemente no nos venía mal una mano.
encarecidamente que le diera una leída a mi cuaderno, para así podía después darme una opinión.
Eso lo dejó tranquilo. Cada tanto lo oí reírse a carcajadas28. Y cuando cerramos al público,
—Está muy interesante, aunque podrías dedicarle más espacio a la parte histórica. No, no me
refiero a la estupidez de los diarios, más bien a registros como ese que le diste a la mina que preguntó
por Guillermo Muñoz. En ese sentido tendrías que aprender un poco de Delmira29.
En ese momento le agradecí y lo tomé como de quien venía. Pero pensándolo luego más
detenidamente no resultaba ser tan mala idea. Podía formar la Historia con retazos, con trozos de
mirada, que en sí conforman todo lo que hay de valioso. Que no sirva de documento no importa, ya me
estoy acostumbrando a ver cómo los documentos juntan ominosamente polvo en los rincones. Al día
siguiente le dije a Alejandro que lo había pensado, y que quería que él fuese el primero, así que le
invitaba una merienda después del trabajo. Llevé un grabador, pero él me lo prohibió.
28
El mareo no era de cerveza. Nosotros ya probamos, y la mayor parte del cuaderno sigue siendo un bodrio rematado al
tercer litro. Al cuarto la letra se vuelve ilegible y hay que pensar en dedicarse a algo mejor. (N. de M. S.)
29
Este comentario es el origen de lo que ocupa alrededor de un tercio del cuerpo del cuaderno. Laura lo llama
en alguna parte "mis historias derrumbadas": son historias comunes y grises de personas comunes y grises, salvo por un par de
ejemplares, entre ellos el del mismo Alejandro, que sí dejamos. Tal vez, si en otra oportunidad nos da la voluntad y decidimos
hacer de esto una recopilación seria, transcribiremos. (N. de la R.)
83
—Va a ser más interesante si tomás notas, y después reconstruís como mejor te salga mi forma
de hablar. Es más, hasta sería mejor que dejes pasar un par de días antes de ponerte.
***
Alejandro Marín
En realidad no soy porteño. Te iba a inventar algún cuento estrafalario con antepasados ilustres,
pero no te voy a esconder mi origen pobre: padre taxista, madre modista, made in Luján. Me trajeron
para acá a los cuatro años, y según mamá me la pasé todo el viaje con una rabieta, pateándole el asiento
desde atrás a mi viejo, porque yo quería conducir. Ni me quiero imaginar cómo le dejé la cabeza. La
Tengo una hermana más chica, Casandra, que nació acá en Baires. Sí, la mataron con el
nombre, ni me lo digas. Un día de estos te la presento, y seguro que te cuenta algo más fabulado que lo
mío. No, no me mires así, ella es una señorita seria, che, no se da con nada. Pero tiene mucha
imaginación, ¿sabés? A los cinco años se le ocurrió que tenía una hermana gemela, Delfina. Vaya uno a
saber de dónde se vino con semejante nombre, pero me imagino que llamándose Casandra no habrá
querido que su gemela imaginaria tuviese el privilegio de llamarse algo normal, como Natalia o
Florencia. No hubo forma de sacarle la idea por muchos, muchos años. Se hacía comprar las cosas por
duplicado, hablaba con el aire... Mis viejos se preocuparon bastante. A mí me hacía gracia. ¿Sabés qué
es lo que siempre me llamó la atención? Con un caso así uno hubiera esperado que algún día la nena
hiciese el papel de Delfina, pero eso no pasó nunca, ni aún cuando pudimos observarla y ella pensaba
estar sola. Pero los juguetes de Delfina, eso sí, estaban siempre revueltos, y sus cuadernos de colegio
escritos, con una caligrafía que al principio era parecida, como se parecen las caligrafías de todos los
84
chicos cuando están aprendiendo a escribir, pero que con el tiempo se fue haciendo cada vez más
distinta a la de mi hermana.
No te creas que Casandra se aislaba por esto, ni mucho menos. Tenía un carácter bastante
fuerte, era de esas nenas que siempre forman un grupito de admiradoras alrededor, que tienden a ser
siempre el centro de atención. Las demás ya tomaban a Delfina como algo natural, la consultaban
cuando había que decidir algo, le hablaban y, por sobre todo, nunca discutían sobre ella. Era realmente
como si la vieran. Después de un rato podía llegar a ser hasta un poco siniestro mirarlas hablar al vacío,
encontrarse rastrillando el aire en busca de algo que parece estar para todos menos para uno.
Hubo un período durante el que traté de seguirle la corriente, ¿sabés? Hablaba para el hueco de
aire en donde se suponía que estaba Delfina, para ver qué pasaba. Sí, lo peor es que esto que te cuento
pasó cuando yo ya era un grandote boludón de dieciséis años, imaginate. Casandra me miraba con
lástima, y no decía nada. Un buen día me agarró del antebrazo (ella era una piojita así, de once años,
flaquita, con una porra de pelo colorado y una colección de pecas de todos los tamaños), me miró muy
A los doce se hartó de que las maestras mandaran notas de alarma en todos los idiomas, y de
que mamá y papá volvieran de lo de la psicóloga que nos atendía a todos con cara de que se murió
alguno y dejó, por lo menos en público, de hablar con Delfina. Se volvió más reservada, pidió cambiar
de colegio para hacer el secundario y apenas tuvo la libertad para andar solita por la calle se tomó la
costumbre de pasar todos los días al menos una hora sola, fuera de casa. Es una costumbre que, hasta
donde yo sé, sigue manteniendo hasta hoy en día. Si tiene algo raro que contarte apuesto a que viene de
esas caminatas.
Yo de más chico tuve ese impulso celoso de hermano más grande que anda siempre pendiente
de su hermanita menor, pero se me pasó casi por completo cuando, como te conté, supe que estaba
definitivamente fuera de Delfina, que en definitiva había quedado afuera de saber bien quién era mi
hermana. Me enojé como un chico. Bah, me puse celoso y me dediqué a mis amigos, a salir, a aprender
distintas formas de mantenerme mareado y a ocuparme con una computadora o con una guitarra por
85
horas y horas. No me quejo, la pasé fantástico. Pero digamos que mi vida siempre fue mucho más chata
de lo que a mí podría haberme gustado. No hice nunca nada más estrafalario que recorrer el Norte de
mochilero. Nunca estuve de novio más de cuatro meses. No tuve hijo, ni árbol, ni libro, gracias que
página web. Te digo la verdad, antes de los derrumbes, de quedarme en la calle, ir a vivir a un refugio y
toda esa parafernalia que vos conocés estuve pensando muy seriamente en matarme, de puro aburrido.
Todos los días reparando computadoras, los sábados con la banda, la cama siempre ocupada con
alguien que no sabe quien soy. Siempre fui un poco apático, si querés que te diga la verdad. Casandra es
más bien todo lo contrario. Tendrías que hablar con ella. En una de esas hasta conocés a Delfina, andá a
saber.
(Vía e-mail)
Quería felicitarlos por la nota “Cuando todo se viene abajo”, porque creo que refleja muy bien
la situación de miles de porteños que como mi familia y yo nos vimos obligados por el miedo a dejar
todo lo que tanto queremos. En nuestro caso, hace dos meses que estamos en Mar del Plata, y aunque es
.........................................................................................................................................................................
Gracias entonces por la comprensión hacia los que somos también víctimas, por ayudar a que
más de uno en vez de señalarnos con el dedo como “los que huyeron” se ponga a dar una mano.
86
—Angélica Tosso, 16.
***
(A)
Además quería felicitarlos por el buen gusto de la infografía. En eso siempre se destacó su grupo
periodístico: luego del esquema del derrumbe típico y de las fotografías que lo acompañan, me he visto
mucho más acompañada, ya que la mitad de mi división (un saludito para las que siguen en el 4to 5ta
(B)
Lo que tengo que aceptar que no me pareció de muy buen gusto que digamos es el que hayan
mezclado las cinco páginas que lleva su excelente nota con una página con propaganda y muestra de
champú, y sobre todo las dos medias páginas ocupadas respectivamente por los créditos hipotecarios
con seguro de Banco X (con su llamativo “consultar disponibilidad de zonas”) y por una enorme
(C)
Si hay algo que criticar a su bella nota es una falta obvia en la investigación que intenta rastrear
las causas del comienzo de los derrumbes. Supongo que las más absurdas las plantean, muy sueltos de
cuerpo, aquellos “personajes ilustres” porteños que parecen vivir en cualquier otro lado menos por las
87
callecitas de mi adorada ciudad. Toda esa larga perorata del profesor NN sobre la dimensión simbólica
de la catástrofe y sus consecuencias ideológicas (perdón, che, ya sé que se supone que tengo dieciséis
tiernos añitos, no tengo que saber lo que es una dimensión simbólica ni unas consecuencias ideológicas,
verdadero disparate. ¿Es que nadie reparó en los olifantes? ¿Nadie vio cómo esos bichos se pasean muy
tranquilos por la calle esquivando a la gente, haciendo temblar el piso y dando trompazos a los
edificios?
Por lo demás la suya, humanamente, es una buena nota. Una bella nota, y tan útil como una
regla de treinta en clase de geometría. Sobre todo si hay trocitos de goma de borrar para lanzar a los
bancos de adelante.
Él se pasa la mano por la barba, arruga los labios, y responde mirando las hojas recién leídas,
—Es que me parece que no le das cierre... No sé, no termina de tener sentido.
—Si terminase de tener sentido lo estarías armando vos, no Martín y yo. —Martín, en silencio,
semejante reconocimiento en ausencia. Pero como es su costumbre considera que es más interesante y
30
Reconstrucción parcial de M. S.
88
menos trabajoso seguir escuchando, y se calla—. Para cerrar algo escribo una monografía.
Diego se calla, arquea las cejas, deja las hojas encima de la mesa y se pone a contar su lucha
con los Prieto, un matrimonio de viejos intratables que quieren obligarlo a pagar alguna reparación que
La pava en el fuego. En el comedor, el televisor ladra lo que cualquiera habría podido imaginar:
arrancó febrero, siete derrumbes en una tarde. Para taparle la boca a los que decían que ya se estaba
terminando. La reportera hace su mejor esfuerzo para provocar un ataque de histeria en la audiencia.
No puede tener más suerte: de golpe, mientras ella daba la dramática noticia del séptimo
derrumbe y la cámara se regodeaba en los escombros, se viene abajo un edificio a la vuelta. Se escucha
el ruido horrible de la mole de ladrillos que se desploma. No hace falta verlo para saber que viene una
imagen movida de la calle mientras el camarógrafo corre, a tiempo para llegar a mostrar el último
segundo de la lluvia de cascotes, que seguramente mató a mucha gente, y para mostrar el último
Ocho.
Seguro que me voy a cansar de ver ese video en todos los medios. No hay, creo, otra filmación
periodística de un derrumbe. Todas las pocas que hay son de aficionados. Alba grita, y veo a María
pasar corriendo hacia el comedor para ver. Yo no tengo apuro. Y aparte tengo cosas más importantes en
que pensar.
Ella sabe más de lo que dice. No quiere asustarme porque no se quiere asustar, pero hay algo de
ese sueño que no me está contando. No es casual que anteayer, en el velorio, no me quisiera ahí. Por
supuesto que las viejas no le incomodan tanto. Lo que no quería era tener que ver un muerto conmigo
89
cerca. Menos a uno de derrumbe. Que no entienda no quiere decir que no sienta que alguna conexión
hay.
Hugo también sabe algo que no me está contando. De él lo entiendo un poco más. Hay que darle
tiempo a que encuentre alguna forma bizarra de comunicarme lo que tenga que decirme.
Alba entra a la cocina, histérica. Me relata rápido lo que ya escuché con lujo de detalles, casi a
***
Costó mucho convencer a Bita de que se fuese a trabajar. No termino de entender qué le dio,
porque ella no es de reaccionar así. Me parece que, aunque no lo sepa, intuye lo que está pasando.
Él lo dijo bien, su paso a este lado tiene su precio. Y bien caro está saliendo nuestro duelo. No le
molesta la muerte de unos cientos de personas, una nimiedad de efecto colateral para pagarle la
emoción de un poco de peligro. Bien podría haberme llevado en una muerte de cuna, como buen cuco
espantoso que es, no dejar abierta la puerta tanto rato y no darle de comer al morbo de los noticieros.
Podría haberme dejado cuando me quise matar, también. Pero no, quiso cargarme con la culpa de estar
vivo. Y me pone en el compromiso de entender sus enigmas, de tratar de descifrar qué quiere que sepa,
de darme cuenta qué se supone que tengo que saber para que él sienta que puedo ser una amenaza. Me
está preparando para que sea peligroso, clavándome varas como a un toro en una corrida.
90
En la puerta del baño de mujeres de la pizzería Las Cuartetas
No puedo dormir
Mauricio Galdana es alto, pálido y parece perderse un poco en los días de lluvia. Trabaja en el
Registro, y carga con el estigma de ser el único del plantel a quien no se le derrumbó absolutamente
nada. Enseña Historia y Educación Cívica en un secundario para adultos de la zona. Parece ser que
buscaba algo para hacer durante la mañana, y como su tía es amiga de Lara Barza, una de las
autoridades máximas del Registro, vino un buen día a las ocho de la mañana con papeles y credenciales
a informarnos que estaba contratado como secretario de segunda, el mismo cargo que tienen Alejandro
y Delmira. De eso hace quince días, y la verdad es que todos (me toca incluirme) lo sentimos como una
invasión, algo no del todo justo, un poquito ilegal. A él nadie le dijo nada, pero Mauricio no es tonto.
Notó en seguida cuál era su posición frente a todos nosotros, y se dedicó por entero a tratar de hacernos
En el fondo es absurdo. Por lo que hay por escrito cualquiera tiene derecho a trabajar para el
91
Registro, y el hecho de que todos vengamos de los derrumbes se debe a que para tapar rápido el agujero
de los que nos quedamos sin trabajo antes de que hiciéramos más ruido a alguien en el Gobierno se le
ocurrió reclutarnos en los refugios. Y la presencia de alguien ajeno a nuestro grupo cerrado nos ayuda,
al menos a algunos, a caer en la cuenta de que nos sentimos diferentes, heroicos, por haber estado en un
derrumbe, por dormir o haber tenido necesidad de dormir en una colchoneta tirada en un aula o en una
oficina vacía.
No podría explicar entonces del todo bien qué es lo que me causó el hecho de que, sin previo
aviso, Mauricio me invitara a cenar. Me quedé mirándolo fijo, sin saber qué contestarle.
—Es porque sé que estás juntando testimonios para tu libro sobre los derrumbes —se apresuró a
aclarar, en algo que sonó a excusa masticada—. No habré estado en ninguno, pero capaz que te
sorprendo con algo. Hablo con mucha gente, y también tengo lo mío para decir.
No encontré qué responderle, así que cuando me pude poner a pensarlo él me pasaba a buscar
por casa, después del colegio, a las diez y media. Delmira (que probablemente sea la única que lo trate
sin diferencias) se permitió alguna broma al respecto, y Miguelito me sacó la lengua como único
saludo.
propósito de mantenerlo en carril. A las cansadas, cuando ya nos traían la comida, empezó.
Reconstruyo lo que los nervios me dejaron recordar, porque el manejo de los cubiertos no me dejó
espacio para sacar el cuaderno antes de llegar al café, cuando ya me había decidido a no usar su
—Supongo que sobre los olifantes ya tendrás algo —disparó entonces, cuando los temas de
conversación comenzaban a agotarse. Era la primera vez que escuchaba la palabra pronunciada.
—Aparte de los cuernos y de los de Tierra Media, no sabría decirte. Si la idea es darme una
Se rió. Después se mordió el labio superior, como hace cuando se pone nervioso (repitió
muchas veces el gesto a lo largo de la noche), se estiró en la silla y miró para afuera. Me dio la
92
impresión, por un momento, de que Mauricio hubiera querido estar, en ese momento, en cualquier otra
—No, no tengo nada sobre olifantes. Bah, sí, Miguelito dibujó uno el otro día. Pensé que era un
invento suyo.
Me miró con cara de poco convencido. Después probé tratándolo con un poco más de
amabilidad, y se puso a contar una historia fantasiosa y un poco sórdida sobre una organización de
sombras, encargada de cuidar de una manada de bestias invisibles. Historias de uno de sus alumnos,
según dice. Uno que sí vio los derrumbes de cerca, y que evidentemente no quedó muy bien de la
Él, que evidentemente se daba cuenta de la ridiculez de lo que me estaba diciendo, parecía
molesto explicándome las teorías de su alumno, un tal Marcos, y a la primera oportunidad, antes de que
definitivamente (yo ya había decidido que coquetear un poco no podía hacerme mal), pagó la cuenta,
Sé que suena tonto, pero necesitaría hablar de esto con Delmira. Aunque sé que no se puede.
Pero ¿cuántas veces te tengo que decir que me dejes de mandar cadenas? Si me vas a mandar un
Madrid bien. Marina, un tanto más colgada que de costumbre. Creo que para cuando llegué a
España ella ya se había mudado a la luna de Valencia. Yo por ahora sigo buscando laburo, voy a
esperar un par de meses a ver si me da la cuerda y si no me vuelvo. Si puedo sacar a Mina de acá
31
Esta vuelta ganó Martín, y la ortografía fue regularizada. [N. de la R.]
93
todavía mejor.
Ah, por lo que le preguntaste a ella, de Córdoba no hubo novedades. Parece que allá tampoco lo
encuentran. ¿Cómo sigue Laura? ¿Se supo si estaba embarazada nomás? Hay que cuidarla a la negra,
Pato.
CASANDRA MARÍN
Casandra Marín parece vivir en una suerte de niebla constante. Pese a esto, toda su actitud
corporal es la de una mujer muy segura de sí. Si se la pudiera mirar y escuchar sin prestar atención al
contenido de lo que dice, su tono definido y contundente daría a pensar que es una persona de bordes
dentro de su tono asertivo, es imposible encontrar una frase no referida a cuestiones nimias de su
hacerlo sonar irreal, ficticio, visto en sueños o simplemente inventado sobre la marcha.
Tuve que abollar una decena de hojas de mi cuaderno en las que intenté poner mis notas por
escrito adaptándome al estilo general de habla de la hermana de Alejandro, como vengo haciéndolo con
todo el mundo, y fracasé rotundamente. No pude ni siquiera llegar a una aproximación. Es la primera
94
de mis entrevistas32 en la que llego a echar realmente de menos el tener un grabador a la mano. Aunque
no sé hasta que modo incluso una trascripción hubiese podido dar cuenta de lo que aquí apunto.
La joven tiene mucho de lo que le atribuye su hermano. Puede que él se quede incluso algo
corto. Cuando me la presentó antes de ayer llevaba el pelo recogido en un rodete tirante, mucho
maquillaje en los ojos y unos aros inmensos. Hoy, cuando nos encontramos en el café, estaba a cara
lavada y con el pelo suelto, lo que le daba, no sé por qué, un aspecto casi agresivo. Pidió un licuado de
frutilla y empezó a contar una versión sucinta y difícil de seguir de la misma historia que me había ya
contado su hermano. La historia de Delfina la pasó casi por alto, con apenas alguna mención desde los
dichos de la gente que tanto se preocupó por ella, como si se tratara de la historia de otra persona. E
inmediatamente después, sin intervalo, pasó a hablar de música. Ahí pasé a enterarme de que ella toca
el arpa, y de que increíblemente se dedica a eso. No volvió a hablar de Delfina, pero la entrevista estuvo
plagada de huecos, y de frases que parecían dichas por otra persona, como si vinieran de otra parte.
***
Releo lo que acabo de escribir y no puedo sino encontrarlo insulso, vacío. Un conjunto de
palabras-cornisa que circulan por los contornos sin llegar a definir nada. Es mi empeño por ser realista
lo que me falla, esta búsqueda a pesar mío en este desorden inverosímil para el que no hay realismo que
sirva, mi miedo pánico de admitir que estoy viviendo el absurdo y de dejarme llevar, en este mundo
desquiciado donde no hay acto más idiota que el de seguir poniendo el despertador a la mañana todas
las noches y, lo que es peor, por las mañanas hacerle caso, mientras la arenita de los derrumbes se cuela
por abajo de la puerta como un reloj que insiste en decirnos que ya no vale la pena.
sombras, de las miradas de Delmira a la hora del desayuno, de los desconocidos que conocen a
32
Es la quinta entrevista, en el cuaderno. Y, llamativamente, la última. [N. de la R.]
95
Miguelito más que yo, del déjà vu indefinido del pelo suelto de Casandra, de la frase indefinible de
Adriana Dizzerio, Laura tenés que saber, porque se supone que tu cuaderno eventualmente va a leerlo
alguien, prestá atención porque conviene que sepas, y vaya uno a saber lo que se suponía que yo sepa, o
Por ahí es idea mía, pero me da la impresión de que Miguelito me mira con algo de lástima. No
De Martín Scarpe
Recopiladora la tolera, con ese sentimentalismo barato que tiene. “Esta búsqueda a pesar mío”, a ver un
violín llorón para el cuaderno uno. Esta mina realmente no tenía un carajo que hacer33 más que ponerse
a gastar hojas, y encima completamente convencida de que hace algo importante, un favor a la
convencido de que esta tarea es absolutamente inútil, esa es la gran diferencia. Si creyese que esto tiene
33
Quién habla [N. de la R.]
96
E-mail de Paula R. a Marina Bianco
Te escribo para darte las gracias. Sé por Adriana que sos una de las pocas que todavía siguen tratando
de hacer lo posible. Bueno, vos y Patricio, en realidad. Y vos no tenías ninguna clase de obligación.
Supongo que sabrás por Adriana (ella está haciendo de intermediaria entre el resto del planeta y yo) que
me cuesta un poco comunicarme, desde que Guille desapareció es como si me hubiera quedado casi sin
palabras. Perdón entonces por este mail un poco seco y un poco pobre. Y gracias, de nuevo.
Paula
A Hugo Mirabile lo conocí hace cosa de tres años. Para entonces yo ya me manejaba solo, y me
gustaba salir con mis hojas canson a tomar ideas a la calle. Me gustaba, sobre todo, sentarme en los
bares al lado de alguna ventana, pedir lo más barato que hubiese en todo el menú y dedicarme a mirar
Fue en uno de estos cafés en donde nos encontramos por primera vez. Él se había sentado en la
mesa de atrás, y se había quedado mirando cómo yo trabajaba con un lápiz 2B y una goma para dar
forma a uno de mis motivos preferidos por entonces: una copia fiel de las calles y los edificios que tenía
tras la ventana, capaz de hacer las delicias de cualquier profesora de dibujo de secundario, poblada por
una multitud de monstruos, de los que me hubieran valido una mirada preocupada de mi hermano
Nicolás. Yo tardé en darme cuenta de que estaba siendo observado, y cuando lo noté preferí no darme
97
por enterado. Sólo cuando di el último toque de sombra a una gárgola, que se trepaba con expresión
Hugo agradeció sin felicitarme, con apenas una sonrisa, y acto seguido escribió una dirección y
un horario en un papel.
en el que estoy dando clases. Te puse el horario más abajo. Sería interesante que te dieras una vuelta,
Al martes siguiente yo estaba en su clase. Un mes más tarde tuvo que abandonar el centro por
un problema de polleras, y el taller tuvo que seguir en su casa. A los tres meses de eso, los únicos
alumnos que quedábamos éramos Natalia (una veinteañera pálida con más persistencia que talento) y
yo. Cuatro meses más y Natalia terminó pasando por la cama del profesor. Lo que quiere decir que algo
menos de un año después de aquella anécdota del bar yo era el único de sus alumnos particulares que
No mucho después yo terminé de decidir que prefería dibujar a sacar fotos. Por supuesto Hugo
tiempo después, sobrevino la internación, él fue el único amigo que vino a visitarme. Muy
probablemente haya sido porque Sebastián y Nahuel tenían madres responsables que no creyeron
apropiado que sus hijos concurrieran a un lugar así, pero eso fue de todos modos la base para que, de
ahí en más, cada vez que realmente necesito a alguien, llame a Hugo.
De ahí también que cuando el edificio se le derrumbó (y fue el primero en caerse, con su suerte
no podía ser de otro modo34) haya venido a pasar unos días en casa, todos los que la paciencia de Alba
34
No conseguimos dar con ningún documento referido directamente a este derrumbe, pero todos recuerdan el caso. Fue
el único caso diferente al resto: en lugar de caer hacia adentro, el edificio prácticamente explotó hacia la calle, y causó
destrozos en la vereda y los edificios adyacentes. No hubo que lamentar víctimas fatales, porque la edificación dio señales
claras de peligro por casi cuarenta y ocho horas, y los vecinos creyeron prudente autoevacuarse. Sólo había un vecino
dentro del edificio al momento del derrumbe, alguien que volvió a tratar de llevarse algunas cosas más luego de salvar
unas cuantas valijas, y que se salvó casi de milagro, refugiándose en un antiguo armario de caoba. Martín insiste en que
recuerda que el hombre se llamaba Mirabile. Pero su memoria no es confiable cuando es así de precisa. [N. de la R.]
98
Después de eso lo vi bastante poco. Supe que estuvo algún tiempo en una pensión, hasta que se
instauraron los refugios de emergencia, cuando decidió pasar a vivir en un piso liberado para tal fin en
un edificio del gobierno. Según él, por el momento los derrumbados lo divierten. “Hasta sería capaz de
aceptar el trabajo que me ofrecieron del Registro”, bromea. Pero sé bien que no lo dice en serio. No
sería capaz de trabajar detrás de un escritorio, sin importar lo que le pongan delante.
***
Él terminó de leer su retrato, trazó una marca de “visto” al margen, a la altura de la última línea,
—Está muy bien, sí, me hace justicia. Te faltó hablar de mi apariencia de galán de cine, pero
queda.
Me reí.
No quise discutir. En el fondo tenía algo de razón. Para cambiar de tema, volví a hablarle de
—Te tiene de las pestañas, pendejo. —Fumaba, y miraba el café. Hablaba con indiferencia, sin
prestarme atención, muy probablemente pensando en cualquier otra cosa—. ¿Y qué dice tu hermanita
Alba de esto? —Yo tenía, no sé muy bien por qué, un poco de vergüenza. Hugo siempre me hace sentir
así, un poco infantil. Es el único de entre la gente que conozco que sé que es más cuerdo que yo—. Ah,
99
—Y ni siquiera puedo conseguir que me cuente el sueño del Basilisco.
Me miró por primera vez desde que entramos al bar. No soy de buscar demasiadas
interpretaciones (me gusta más bien que haya varias posibilidades), pero me parece que ahí había algo
—Ahí está. Desaparece porque se convenció de que no existe, y no te quiere preocupar. Está
haciendo lo mismo que tu hermana Alba. Eso sí, que no te extrañe si le sale el instinto maternal cuando
te vuelva a creer.
— ¿A Bita?
—No, a María, gilastrún. Necesita pensar que te tiene que proteger de algo, que hay alguna
buena razón para que le pertenezcas. Lo que más les gusta a las minas como tu María, en el fondo, es
—Claro que te hablo desde mi experiencia. ¿Desde dónde querés que te hable?
Apagó el cigarrillo y se tomó todo el café de un solo trago. Volvía a no estar. Miraba a un punto
fijo, atrás mío. Me di vuelta, y vi que una pelirroja nos miraba desde la puerta, como queriendo
cerciorarse de que estábamos viéndola. Hugo le hizo una señal con la mano, y ella se acercó.
—Complicado. Los bichos andan por el Bajo. Cuando me fui todavía estaban lo que se dice
Se sentó en la silla que había quedado libre y sin pedir permiso empezó a comerse las masitas
que habían venido con mi café. No hablaba en voz baja, pero tenía una voz tan suave que daba esa
100
—Es el pibe del Basilisco. Claro que te ve.
Puede que haya otro como D. —> Si hay que creerle a ella, claro.
A guardar, a guardar (lo acompaña la foto de un nene chiquito guardando ladrillos en una caja)
35
Recopilación paciente de Gonzalo en Internet, a pedido expreso de Martín de romper nuestra regla habitual de
no buscar materiales específicos.
101
Del cuaderno de Laura Cáceres
Algo raro pasa con Miguelito. Puede ser que la actitud de Delmira para conmigo tenga algo que
ver con él, empiezo a pensar. Toca la guitarra hasta bien entrada la noche, con el entrecejo fruncido, y
no hay manera de hacer que la deje por las buenas. Y hay algo en el modo en que mira a la gente. A
veces me da la sensación de que es capaz de ver a través de mí, como si yo fuese una sombra. Si es que
las sombras son transparentes, como los olifantes de Mauricio Galdana. Eso nada más lo imagino. Creo
que nunca vi una sombra, si exceptuamos rápidas imágenes en el borde de mi campo de visión.
Por lo pronto mañana estoy citada en el jardín. La maestra parece tener algo que decirme.
***
La maestra quiere que mande a Miguel a un psicólogo. Puede que tenga razón; todavía él se
niega rotundamente a hablar y es cierto que no sabemos casi nada de lo que pasó con él antes del día
del derrumbe, nada más que lo poquísimo que podemos inferir de su cuadernito de jardín. Y se lo
escucha cuando se queda solo, cuando habla con los que no están. Y está además aquello que se le ha
dado ahora por hacer, escribir listas de personas en las paredes. Es cierto que es un hábito un poco
inquietante, me puedo imaginar muy bien la situación de una maestra que lo vea escribir con tiza roja,
con letras despatarradas que le lleva su buen tiempo dibujar, largas hileras de nombres y apellidos. De
hecho, parece que el motivo de la insistencia es que no pueden legalmente echar al chico, porque no es
ni deficiente ni psicótico, nada más un poco raro, pero eso no evitó que le cause un preinfarto a la
vicedirectora cuando el martes la mujer pasó por un pasillo y vio cómo el chico llegaba a la quinta
repetición del nombre "Adrián Saccone" en letras mayúsculas de imprenta, atrás del paredón del patio
de recreos, mientras los compañeritos buscaban hojas para pegar en un trabajo sobre el otoño. Era el
nombre de un sobrino de esta docente, que tuvo una muerte de derrumbe bastante espantosa. Se quedó
102
encerrado en el baño de un edificio de oficinas que dio nada más quince minutos. Apenas llegó a darse
cuenta de lo que pasaba y a usar el celular para pedir ayuda, unos minutos antes de que toda la
Delmira opina que un psicólogo no va a ser de gran ayuda, porque el chico no está loco ni
mucho menos. Pero, por supuesto, Delmira es Delmira. Yo insisto en que la única forma de
comprender qué es lo que pasa con Miguelito es ponerse a buscar en serio, saber en dónde está la
familia. Ella dice que no entre las sombras, pero eso no nos acerca. Aparte, aunque ninguna de las dos
lo dice, la posibilidad de buscar nos aterra. No se trata de un terror mezquino; aunque separarse fuese
triste sería una gran cosa dar con los familiares de Miguelito. En una de esas recuperaría el habla. O
dejaría de ver sombras. O las dos cosas. Pero aunque ninguna de nosotras lo dice, aunque las dos nos
callamos en este punto, creo que tanto ella como yo tenemos miedo de lo que podemos encontrar si
escarbamos mucho.
Stencil
La silueta de un elefante, copiada del logo de los juguetes Jocsa, parado sobre una persona
Encontrado por Gonzalo en Internet, después de buscar los titulares del 1° de Marzo
RARO
Cerca de diez testigos aseguran haber visto, a poco del dramático derrumbe espontáneo del
edificio ubicado en la esquina de Santa Fe y Bulnes, al cantante Darío “Perico” Terroso, fallecido
103
anteayer en el trágico colapso del hotel Estelar, del barrio porteño de Almagro.
[...]
Dejó de mirar la televisión, así de golpe, y ahora se concentra en el unicornio, que quedó
encima del hogar (la estufa rinconera disfrazada, en realidad), lugar perfecto para posar semejante
porquería. Pensándolo con la cabeza, seguro que está tratando de sacar el cálculo de cuánta plata me
gasté en esa bazofia, seguramente mucha, y no voy a una puta entrevista de trabajo. Casi le escucho el
ruido en el cerebrito: Este me va a volver loca a mí, claro, si no me deja antes en quiebra, pero quién se
piensa que es, pendejo malcriado; yo tengo la culpa, Nicolás tiene razón. Toda la razón del mundo
(pero nada más que la del mundo), concentrada abajo de un bonito matorral un poco desprolijo de pelo
castaño y de un par de cejas fruncidas, que son tanto más lindas cuando duerme. Si no fuese porque eso
implicaría que hable con él, me gustaría saber el tipo de respuestas que puede darle este peluche de
sentido común a alguien como el Basilisco. Sumamente interesante, seguramente. Una soñadora
Parece no darse cuenta de que estoy acá, pero yo sé muy bien que no es cierto. Mirar ese
unicornio es una forma de mirarme fijo. Todavía no sabe, todavía no se dio cuenta de que no soy como
Nicolás, de que indirectas como esa no me van a hacer sentir avergonzado. A mí con razones prácticas,
sí, justo.
A la carga. Ahora me dice que me consiguió un trabajo. Bien flexible, como para que yo lo
pueda aguantar, según ella. Corretaje de dulces, licores y quesos de esos que no terminan de ser ni
caseros ni industriales del todo, y por eso a falta de mejor nombre se llaman "orgánicos". Pese a lo que
el nombre parece indicar, por lo que ella explica, "corretaje" no incluye andar a las corridas con nadie,
104
menos llevando una hilera apilada de frasquitos y de fetas de queso en la cabeza. Se trata apenas de
tratar de convencer a la gente bien que se pone un comercio de que pruebe los menjunjes, tome algunos
en consignación y después en una semana si anduvo bien me haga su primer pedido, pero claro que no
hay obligación de compra, señor, si no le parece yo en una semana los frascos me los llevo, le aseguro
que no se va a arrepentir. Supongo que lo voy a aceptar, en parte porque Bita me mira como esperando
el-día-que-yo-no-esté. En parte, también porque puede servir para andar un poco, salir de casa, ir
rastreando a las sombras, y quién te dice, en una de esas hasta ver un olifante. Además está María, que
por todo febrero está de vacaciones como buena empleada de su señora tía Cecilia (hermana de su
señora madre, nada que ver con el pobre señor tío Crisóstomo), una abogada cuarentona a la que yo me
imagino muy elegante y un poco seca, y que ella detesta con ganas. Excelente excusa para manejar los
Será hasta que me aburra, che. Después en una de esas me hago ingeniero civil, pai umbanda o
incluso abogado, tras los pasos de la próspera señora tía Cecilia, para que el Basilisco se desternille de
risa y de horror, me tenga lástima y se deje de joder. Así sí que no valdría la pena matarme.
105
Del anotador de Delmira Mülerstag
Miguel Ángel
Chiarino
Últimos 10 dibujos:
-5 de olifantes: (uno de ellos
tiene al animal visto desde Adriana Dizzerio
atrás, a él parece hacerle
gracia). Ninguno tiene ojos.
-3 de Laura y yo, con gente del
Puede que sepa algo más
Registro.
de Miguelito que lo que
- 1 de una mujer de pelo rojo
le dijo Laura.
(*?) que mira fijo una figura
Comentario: prestá
imprecisa, que no parece del
atención a lo que dibuja
todo una persona.
ese chico.
— ¿Alguna vez pasaste ochenta millones de veces por la esquina de la casa de alguien,
esperando encontrártelo?
—Sí, por supuesto, Martín. Me acuerdo hace un par de años que hice eso con un pibe, alguien
106
que apenas conocí.
—Sí, pero era prácticamente lo único que sabía de él. Y me gustaba con locura.
—Mías.
—Sí.
—No puede con su genio. Maldigo la hora en que le regalé ese aparato infernal.
—Aquí FM Alpedismo, con sus presentadores estrella, nuestra señorita Recopiladora y Martín
—No te burles que es una cosa seria. FM Alpedismo interrumpe su transmisión para tragar un
tostado.
— ¿La madurez?
—No, gracias.
—¿Quién es Andrés?
—...
—Es por los cuadernos, a veces me da la sensación de que estamos haciendo eso, pasar una y
otra vez por enfrente de una puerta para ver si encontramos algo.
—¿Y?
—¿Soy el único que encuentra un poco raro lo de los olifantes y lo de las sombras?
107
—Bueno, no vas a negar que las dos cosas son parte del folklore de los derrumbes, como Perico
Terroso.
Mauricio volvió a invitarme a salir. Le dije que sí, porque de momento no vi nada malo en ir al
departamento bien amueblado, lleno de libros, de persona que nunca pasó por un derrumbe.
En el fondo es un alivio, una suerte de tregua, estar con alguien así, que no haya precisado
nunca hablar con Delmira para nada que no sea pedir una abrochadora o tinta de sellos, que sea el único
en todo el Registro que no tiene una idea cabal de quien soy, estar nada más con un pobre muchachito
pálido que nunca oyó hablar de Guillermo Muñoz y que conoce a Miguelito Chiarino lo
suficientemente poco como para no saber que es un chico lo suficientemente raro como para preferir no
Resulta fácil despertarme al lado de Mauricio y mirar por la ventana al parque, esa masa
inmensa, verde y limpia desde donde nadie nos podría llegar a ver caminar desnudos, en un piso
catorce. Resulta sencillo acostumbrarse al poco polvo de los pisos altos, al cuerpo de Mauricio que
empieza a saber cómo abrazarme, a la casa sin nadie más, y entonces todo el resto de mi realidad
parece un sueño rebuscado, resulta fácil convencerme de que estoy otra vez en mis tiempos de facultad,
de que después de esto voy a volver a la librería y papá me va a preguntar adónde me metí anoche sin
esperar una respuesta, como cuando salía con Guillermo y todo era tan sencillo y sin sombras
mugrientas.
108
En un negocio de ropa, para entonces
¡¡¡¡DERRUMBE DE PRECIOS!!!
—A mí no me joden. Mi tío les sacó una foto. Lo sacaron carpiendo, ¿no? Pero la foto está, son
unos huesos como de mamut, con unos colmillos rarísimos. Ahora lo quieren tapar, claro, con eso de
—¿Qué es un gliptodonte?
—Mirá que sos burro, ¿eh? Siempre te las arreglás para seguir sorprendiéndome. Esos bichos
grandotes, parecidos a las mulitas. Pero este no tenía caparazón, te digo. Sí una cabezota inmensa. Y
colmillos. Mi tío dice que la va a vender a algún diario. En una de esas le dan buena guita. Hablando de
36
Grabación reciente de Martín Scarpe. [N. de la R.]
109
Del diario de Víctor Grinberg
La pelirroja venía llevando de la mano a un nene, que tendría con toda la furia unos ocho años, y
me saludó con un gesto distraído. El chiquito, en cambio, se quedó mirándome fijo, hasta que doblé la
calle. Parecía perfectamente normal, el sol jugaba con su pelo enrulado y lo hacía brillar como si
estuviese encendido. María, que me había acompañado al supermercado, me miró con el ceño fruncido,
De vuelta en casa, el desastre era absolutamente inimaginable. Bita me esperaba con el ceño
fruncido, mientras un taxista gordo y sudoroso bajaba una cantidad inexplicable de bolsos pequeños y
de bolsas de consorcio del baúl de su vehículo. Al lado de ella, Hugo fumaba mirando al cielo, soltando
el humo por las comisuras de los labios, con los ojos entrecerrados como quien medita.
—¿Se puede saber qué es todo esto? —le preguntó María a Alba, en voz no del todo baja.
—Edificio condenado. Sí, de nuevo —explicó Hugo—. Tengo que meter las cosas en alguna
parte hasta tanto me asignen un refugio nuevo. Pensé que Víctor no se iba a molestar.
—No sabía nada —dije por decir, más para calmar a Bita que otra cosa —Pero vos sí que tenés
—Es por poco tiempo. Menos que la otra vez, prometo. Supongo que ya para esta noche voy a
tener algún lugar en donde meterme, sin tener que convertirles la casa en área de desastre por mucho
rato. Bah, prometieron todo para dentro de dos horas, pero ya se sabe cómo es.
—Creo que no los presenté —dije, en un esfuerzo por ayudar a alivianar la atmósfera —.María,
éste es Hugo, un amigo. Hugo, ésta es María, una amiga de Bita que se está quedando en casa, creo que
algo te conté.
110
Hugo puso una mueca torcida que se parecía en mucho a una sonrisa, hizo un ademán como de
quitarse un sombrero imaginario y María, todavía bastante confundida (supongo que por mis nervios y
por el evidente disgusto en la expresión de Bita), susurró un "mucho gusto" al borde del tartamudeo.
tuve que contenerme para parecer serio y no estallar de risa, pero con eso consiguió quebrar el mal
humor de Bita y ganarse la simpatía de María. Pobre víctima de los implacables vaivenes de la Madre
Naturaleza, le vienen a tocar dos derrumbes y encima no tiene familia en Buenos Aires. Conclusión: si
Antes de irse se quedó un rato fumando conmigo en la puerta. Se me dio por preguntarle sobre
la pelirroja. No sé por qué no lo hablamos antes. Le conté que me la había cruzado por la calle, que
venía paseando a un nene que me miraba demasiado fijo. Él me respondió con una evasiva, y pasamos
al tema más complicado del silencio del Basilisco. A él no parece gustarle la idea de que tenga miedo,
es de la opinión de que debería ponerme a buscarlo en serio, y rápido. Pero tampoco se le ocurre por
Ahora, mientras escribo, Merlín dejó de golpe de lamerse la patita delantera, y me mira muy fijo
con sus ojos amarillos. Hace por lo menos media hora que nos quedamos solos, en silencio.
—¿Quién?
—Tu pelirroja. Es un poco rara, hasta para los de su grupo, pero es buena.
—¿Qué grupo?
Me miró como se debe mirar al ser más estúpido sobre la Tierra, apagó el cigarrillo, agradeció
111
Merlín se puso de pie de un salto, caminó hasta mi cama y se echó al lado mío. Mira con
insistencia a un punto fijo del cuarto, y está más quieto que una estatua.
Mañana podría tratar de terminar la serie de Recoleta. Hay que darle un cierre a eso. Y dibujar
Placa:
Último momento:
Comentario:
Varios testigos afirman haber visto al cantante en las inmediaciones de un edificio céntrico, al
los escombros. Luego enfocan hacia la vereda de enfrente, al lado de la cámara, en donde un chico se
olvida de saludar a cámara, evidentemente perturbado, y una mujer entrada en carnes y en años
relata:
Fue de golpe, yo lo miré y le dije a mi marido, ese ahí es Perico Terroso, Rolo, te digo que es
Perico Terroso. Él miró y se llevó un julepe bárbaro, y encima ahí mismo se viene el edificio, se viene
37
Seleccionado en Internet por Gonzalo. [N. de la R.]
112
abajo todo el edificio, pam, se cae de golpe, así. Y ahí nomás todo el mundo se puso a gritar, nomás, la
gente gritaba, gritaba, gritaba, y Rolo llamó a la patrulla entonces, en medio del polvo, que no se veía ni
a una distancia así. Y después no estaba más, Terroso digo, no estaba más cuando llegó la patrulla,
Delmira dice que Adriana Dizzerio me mandó llamar. No me quedó demasiado claro qué es lo
que tiene que ver Delmira con Adriana. Por empezar, yo nunca le referí a ella ni a nadie esa
conversación tan incómoda con aquella extraña. Sospecho que las sombras han de tener algo que ver.
Con nada más mirar a Adriana cualquiera estaría tentado de pensar que ve sombras desde mucho antes
Parecería que tengo una especial predilección por quedar en lugares incómodos. Juro que no lo
hago a propósito, pero parece que últimamente siempre termino cayendo en situaciones que no estoy
capacitada para manejar. Para más el trabajo en el Registro no podía ponerse más difícil. Delmira nos
prohibió terminantemente que contemos los datos que ingresamos. Tiene razón, podríamos volvernos
locos. Nadie quiere contar, eso se lo dejamos a las máquinas. Pero no hace falta ninguna calculadora
para saber que hubo más derrumbes, mayor proporción de sorpresivos y más muertos en esta primera
semana de febrero que en todo diciembre y enero juntos. Delmira no para de anotar datos en su libreta,
y empiezo a sospechar que cada vez duerme menos. No entiendo por qué no se retira.
Por lo menos con todo esto parece que Mauricio tiene menos ganas de volver a hablar de
113
Propaganda televisiva, por entonces
Imagen: caricatura de un hombre muy feo, tapado hasta la nariz con la sábana, con pocos pelos
El hombre se relaja, se pone de costado, y cierra los ojos. La sábana resbala y deja ver una
Melatol, regulador natural del sueño. Ante cualquier duda consulte a su médico de confianza.
Sandra Falcone, Esteban Zapata, Francisco Ongaro (él también, sí) están con Darío T.
38
A esta altura las notas se vuelven particularmente desprolijas. Delmira, se nota, apuntaba mucha más
información, y a las apuradas. [N. de la R.]
114
Email de Marina Bianco a Adriana Dizzerio
Hola Adriana,
Yo no sé cómo están manejando las noticias allá, pero lo que llega acá es catastrófico. No
importa la plata, yo te mando si es por el trabajo, pero andate de Baires. Papá tiene lugar en Córdoba, si
te hace falta.
Abrazos,
Marina
Muchas gracias por preocuparte por mí, Nina, realmente lo aprecio. Pero todavía tengo cosas
Saludos
A.
Son las once de la noche, hace un calor de los mil infiernos y escribo a la luz de una vela porque
la energía no vuelve. No lo dicen en los informes oficiales, pero hoy se corría la voz en el Registro de
que el corte podría llegar a durar varios días, porque una central eléctrica se dañó severamente durante
115
No quiero pensar en eso, prefiero olvidarme de que hoy tomé datos de quince derrumbes
distintos, preferiría no registrar que dos de ellos causaron el colapso parcial de partes de la estructura de
edificaciones aledañas, por primera vez desde el comienzo de todo esto, y de que por eso estamos sin
energía, ni de que los teléfonos andan terriblemente mal porque las líneas están sobrecargadas. Pero ya
es hora de empezar a contar con que vamos a tener que tirar casi todo lo que hay en la heladera.
Además Miguelito está muy molesto con el calor agobiante y yo no puedo hacer nada para remediarlo.
Encima hoy tuvo que venir esa mujer odiosa a pedir permiso para presentarle a Miguelito a un
conocido suyo. Y Delmira no me permitió decir que no. Por primera vez desde que la conozco fue
terminante.
Empiezo a pensar, por una vez, que Mauricio tiene razón, y que lo mejor que podríamos hacer
es irnos.
Fue apenas un segundo, o menos. Va a sonar un poco infantil, pero es totalmente cierto: este es
el tipo de cosas que pasan nada más que cuando uno se queda solo. Bita debe estar por llegar, María se
fue con cualquier pretexto, y Hugo quedó ayer en pasar por casa, pero habrá encontrado algo más
En fin, me preparé un café y me dispuse a seguir pintando un óleo que empecé hará cosa de una
No me gusta trabajar en el ruido. Probablemente sea por eso que me gustan los cementerios,
esos lugares en donde todo lo que se diga va a estar de más. Así que no puse música, y traté de bloquear
los ruidos que venían de los vecinos y del inevitable ventilador de techo. Miraba fijo la tela en el
39
En la casa de Víctor quedan, arrumbadas, media docena de pinturas al óleo y al acrílico. El estilo es muy
diferente al de los dibujos, tiene visos de surrealismo y de alguna forma se las arregla para usar colores muy brillantes y aún así
lograr un efecto más bien sombrío. No son cuadros agradables. [N. de la R.]
116
caballete. Había un espacio rosado que había resultado ser una pésima idea, así que decidí cambiarlo
por un tono de naranja. Iba a oscurecerse un poco, pero probablemente eso no fuese algo negativo en
absoluto. Recuerdo que dejé el tazón de café con leche arriba del escritorio, y que había empezado a
preparar el color, cuando vi una sombra pasar por la puerta. Una deformación bajita de la luz, una
Dejé la paleta al lado del café y abrí la puerta. Merlín entró erizado, maullando fuerte, y se
metió de un salto abajo de las sábanas de mi cama destendida. Salí al patio, miré por el pasillo. Nada.
Volví a la pintura, no del todo tranquilo. Fui a buscar la paleta. La taza de café no estaba más arriba del
escritorio, y mi paleta estaba haciendo equilibrio sola sobre uno de los ángulos. No sé por qué, pero en
ese momento tuve la certeza de que era Él. Vino a pavonearse, a convencerme de que puede meterse
Busqué a Merlín. Estaba tan quieto que parecía casi muerto, necesité cerciorarme de que
respiraba. Guardé los óleos de cualquier manera en el arcón, corrí el caballete, busqué los catálogos de
Hace un par de horas que estoy en la calle. Bita, en ese mundo suyo en el que el Basilisco no es
más que un mal sueño, va a estar contenta, hoy vendí bastante. Debe ser mi cara de desesperación,
supongo. La gente debe pensar que me muero de hambre o que soy un padre adolescente, andá a saber.
***
Cuando llegué a casa, Alba había salido a comprar cigarrillos. María, que ya había vuelto, me
Dudó por un momento. Pero finalmente se acercó y me abrazó. No me dijo nada, pero pude
117
Entonces llegó Bita. Me saludó, y enseguida se dio cuenta de que yo no estaba nada bien. Puso
su mejor cara de “hay que tenerle paciencia” y sacó la guitarra, para espantar un poco las nubes.
Después me invitó a la cocina, para enseñarme a cocinar ñoquis. Terminamos completamente cubiertos
de harina, corriéndonos como si tuviéramos bolas de nieve, ante la mirada ofendida (¿celosa?) de
María, tan limpita en su sillón. Que se ofenda, esto era entre Bita y yo. Una manera de llevarle la contra
al Basilisco, supongo.
www.pericoentrenosotros.com
Al hacer click en “Derrumbes”, puede verse una decena de fotos en las que con mayor o menor
nitidez se ve al cantante, o por lo menos a alguien que se le parece muchísimo, rondando derrumbes
recientes. En una de ellas se lo ve conversando con un hombre joven, que mira fijo a la cámara. Incluso
118
Sra. Chiarino [ya le dije veinte millones de veces que lo mío es una tutoría provisoria de emergencia, que
no soy señora y que me llamo Laura Cáceres, pero no tiene remedio, se empeña en no registrarme]
Los motivos de la presente es [sic] porque quiero notificarla del comportamiento de su hijo [y la
seguimos con no registrarme]: Se muestra apático y poco colaborativo [¡Dios! ¡Pero si el chico está en
shock y no puede hablar!], y se limita a hacer sus actividades solo, sin comunicarse ni interactuar con los
otros chicos. En los ratos libres juega solo, y a veces muestra ausencias llamativas, se queda un rato largo
observando un objeto o un punto del espacio y no se mueve, o lo que es peor hace señas como si estaría
[sic] dirigiéndose a alguien invisible, asustando a los compañeritos que me mandan decir por los padres que
están muy preocupados por su hijo, porque les parece a ellos como a nosotras que Miguel precisa algún
Si le parece puede usted acercarse al jardín y hablar con la psicopedagoga, la señora Natalia
Ezquerra, que estaría encantada de recibirla y orientarla sobre el mejor curso a seguir para ayudar a su hijo.
Anahí Moreira
A esta nota le siguen otras del mismo tenor, escritas por la directora, la vicedirectora, tres
maestras suplentes y una nota insólita de la encargada de la limpieza, que lo culpa de forzar las puertas
Por una parte me hace gracia, porque intuyo el mundo en el que vive Miguelito y pensar en que
deba adaptarse a ser un niño es absurdo, ridículo. Pero por eso mismo también me preocupo. Por el
mismo decreto que regula la tutoría de emergencia estoy obligada a mandarlo al jardín. Si fuese por mí
se lo ahorraría, vería el modo de educarlo en casa hasta que se sienta más cómodo con su vida actual, se
reconcilie un poco con su edad y con el mundo y vuelva a hablar como un chico normal. De paso les
ahorraría a las gentiles autoridades educativas todas sus preocupaciones por neutralizar todo lo que
Y además están las sombras, que se hicieron amigas de la suya y no lo dejan en paz.
119
CTRL+V40
Ya está. Otro dibujo más. Parece como si fuera lo único de lo que los chicos son capaces, de
ensuciarse y ensuciar un papel con algo que parece una colección caótica de trazos, que en todo caso
nadie más que ellos entiende. Hay que adaptarse, es necesario tratar de no hacer nada más que lo
esperable, ser un niño bonito y bueno para que sonría y babee madre, padre, tutor o encargado, para
algún día tener setenta y tantos años y acordarse del niño que fui, lágrimas o cualquier otro fluido
Pero de a ratos la normalidad se vuelve especialmente difícil, por ejemplo cuando de golpe se
cae la bolsita a cuadros al piso y nadie más lo nota, pero se abre un poquito apenas, y de la pequeñísima
boca sale la figura, tamaño muñeco, de Perico Terroso, que camina unas cuantas baldosas con el paso
de haberle estado dando al tinto y se deja caer en un rincón mugriento, lleno del aserrín con querosén
que usa la portera para limpiar los pisos de granito gris. Se puede tratar de hacer creer que se juega con
un camioncito idiota al que hay que cargar con un rompecabezas de figuras encastrables que simulan
una carga de ladrillos cuando están completas, para tranquilizar a la maestra jardinera mientras se
observa con cuidado el ronquido de Terroso mientras su figura crece poco a poco. Para cuando la
señorita Anahí levanta la bolsita del piso, con un rictus de dolor de espalda en los labios, y la cuelga
junto con las otras sin ver nada, Terroso ya tiene el tamaño de un enano cumplido, y no pasa mucho
más hasta que se convierte en un hombre hecho y derecho, un sujeto alto, más bien robusto, de pelo
largo y rostro poco amigable, de esos que nadie querría encontrarse de noche en un lugar oscuro,
A esta altura cualquiera que esté mínimamente familiarizado con las sombras sabe más o menos
bien lo que pasa cuando se les suelta Perico Terroso, así que contra toda la lógica estrecha y las normas
40
Martín no podía perdonar estos textos como están.
120
de comportamiento normal que rigen sobre el alumnado de un jardín de infantes, empieza la
gesticulación rápida, las invocaciones silenciosas a las otras sombras porque seguro que se trajo algún
Para cuando entran los otros y se lo llevan ya se siente la vibración incómoda del paso del
olifante, que debe andar por la cuadra. Probablemente haya algún derrumbe cerca entre la noche y la
Para entonces ya se consiguió, seguro, captar la mirada preocupada de la maestra, y los ojos
aterrorizados de un nene larguirucho y manchado de témpera que en el fondo algo entendió. Una nota
INSTITUTO NEWTON
121
Graffiti
¿Humanos, todavía?
¿Personas, ya?
Hugo otra vez me escuchaba sin mirarme. Se quedó muy serio, mirando hacia abajo, hacia un
nudo de la madera de la mesa, y contra toda costumbre dejó enfriar el café irlandés, mientras le contaba
del cuadro que no puedo terminar, de Merlín, de la tregua de Bita y de hoy a la mañana. No me
respondió. En el preciso momento en el que terminé la narración y estaba por preguntarle qué opinaba
del caso, llegó otra vez la pelirroja, que sin pedir ni siquiera permiso arrimó una silla y se pidió un
cortado. De prepo se puso a dar, con su voz casi baja, un poco ronca hoy (esa voz suavemente agresiva
que desentona tanto con su pelo colorado y sus facciones finas), un largo informe sobre el aumento
desmedido en la población de olifantes y las dificultades que estaban teniendo las sombras para evitar
122
presentaron, Hugo es así y tengo que contentarme con saber que él le dice Titi por escuchárselo de
pasada, sería un escándalo reprocharle eso. Me sentí un poco molesto cuando ella sin previo aviso me
—Dale, confesá —me interrumpió Hugo, cuando yo apenas había empezado a abrir la boca
para contestar—.Venías nada más que para eso, ¿no? Querías saber si el pobre Víctor tenía algo que
La pelirroja lo miró. Hubiera esperado que se molestara, pero no. Más bien lo miró como con
lástima, como se mira a los chiquitos de tres o cuatro cuando preguntan a todo por qué.
Me volvió a mirar. No sabía bien qué decirle. Empecé a sentirme mal, como si de golpe me
hubiese bajado la presión o algo por el estilo. Me escuché, sorprendido, repetir casi palabra por palabra
lo que acababa de contarle a Hugo un rato antes. Ella me taladraba la cabeza con los ojos, creo que no
exagero si digo que me hacía doler un poco la cabeza como cuando se mira una hoja en blanco abajo
del sol de mediodía. Mi turno para mirar el nudo de la madera, que tenía algo de gato o de diablo. Por
lo general me alivia descargarme hablando del Basilisco con otra gente, pero esta vez no. Esta vez me
sentí como si me estuviesen sometiendo a alguna especie de interrogatorio policial, como si tuviese la
culpa de algo. Pero al mismo tiempo no podía dejar de hablar, era como si no fuese yo sino otro (¿el
Basilisco?) el que hablaba dentro de mí, a través de mi boca, con mi voz un poco cambiada, un poco
Después de escuchar con atención mi relato, sin sacarme los ojos de encima41 ni darme
explicaciones, Titi se recogió los bucles en una colita floja, agradeció, tomó el cortado en el tiempo que
Hugo tardó en contarle su odisea del derrumbe (una versión totalmente distinta a la que escuché durante
41
Una verdadera constelación de ojos de pelirroja (N. de Martín)
123
—¿Qué fue eso? —le pregunté a Hugo, cuando vi que la llamarada de pelo colorado doblaba la
Hugo se sonrió.
—No, claro que no. Las sombras no pueden tomar café, salame. Es... Bueno, no es del todo una
sombra. Pero como nosotros tampoco es, cuando se le da la gana sabe pasar tan desapercibida como
una sombra, para los que no saben mirar, como tu hermanita o los mozos de bar.
—Salí con la hermana, hace un par de años. Un carácter completamente distinto. Te imaginarás
Cinco minutos más tarde pasó María a buscarme. Creo que, pasada la lástima del derrumbe,
Hugo no le cae o no le cierra. Es normal, tiende a no caer bien de entrada. Habría que dejarla un rato
con él, pero eso ya sería un poco peligroso. Mejor dejarlo así como está.
Cadena de e-mails
ESTE es el rostro del delincuente internacional que comanda los atentados contra la ciudad de
Buenos Aires
124
[Aquí, la foto de un hombre de unos treinta años, de barba]
Si esto sigue así vamos a empezar a agradecer que la cantidad de cuidadores vaya también en
aumento.
Eso nunca.
Hace un tiempo largo que no veía sombras. Creo que es desde que nos fuimos del colegio. Hasta
casi había llegado a convencerme de que nunca había visto sino lo que la sugestión podía inducirme a
125
creer. Por lo menos hasta las últimas cosas que pasaron con Miguelito, que no son como para
tomárselas a la ligera.
Pero ahora empecé a verlos de nuevo. No me lo explico, pero pasa siempre que estoy con
Mauricio. Al principio no me daba demasiada cuenta, pero esta semana estuve prestando más atención
y es así. Basta que me encuentre con Mauricio y que pase algún par de horas con él para que tarde o
temprano empiece a ver figuras por el borde de mi ángulo de visión. Gente que me mira fijo, y que deja
Sin Guillermo, de por sí, esto sería ya bastante perturbador. Lo es más porque coincide con que
en estos días me parece verlo por todas partes, me parece identificar su rostro por algún par de segundos
fotograma o dos en una película, una mera interferencia visual indefinida e indetectable, pero que de
alguna manera me sugiere su rostro cuando abro una puerta, o bajo una escalera, o cuando estoy
cerrando los ojos para darle un beso a Mauricio, pobre, que me pregunta qué me pasa y tengo que
inventar lo primero que me sale a la mente porque no entendería, no puede entender, se pondría celoso
y triste.
El único lugar seguro parece seguir siendo el piso catorce, allá lejos del alcance de los espectros.
Graffiti
(en el barrio de Flores, en uno de los raros edificios en medio de dos derrumbes, apuntalado por
Perico te queremos!!!
126
(enfrente, en el paredón de un colegio)
CADA VEZ SON MÁS LAS PUERTAS Y VENTANAS EN LAS QUE PUEDEN VERSE CAJAS DE CDS DE PERICO
TERROSO
El problema es cómo mantiene la abertura entre las dos realidades. El sueño de anoche es un
mensaje, tiene que serlo. Si no entiendo mal, el Basilisco no puede volver a su lado sin antes matarme.
Equivaldría al suicidio. Así que tiene que tener una forma permanente, estable de estar en la Tierra. Que
tiene necesariamente que ser más frágil. Y tiene que llevar acá varios años, si es que tengo en cuenta
que, de acuerdo a lo que él dice, podría haberme dado una muerte de cuna, y que conoce detalles de mi
¿Cuánto tiempo puede esconderse un monstruo feo como ese entre la gente? Porque no lo hago
127
viviendo como ermitaño entre los yuyos. Tiene que haber encontrado una forma de pasar desapercibido.
Una sombra.
Tampoco.
Forma humana, claro. Cómo no lo pensé antes. Si tiene forma de quedarse es con forma
humana.
Es una persona. Por lo menos, parece una persona la mayor parte del tiempo.
La misma pelirroja, tal vez, que me apura a que lo mate, que sabe demasiado.
O María.
saldría convincente.
***
Casi ni me sorprendió levantar la mirada del papel y ver a Goyo examinando con cuidado la
etiqueta de uno de mis dulces. No levantó el frasco, se puso en cuclillas frente a la mesa de ajedrez de
—No, pibe, a mí no me mires. Yo no soy. No, tampoco me tenés que creer. ¿Qué tal los dulces?
128
—Hace rato que estoy acá. Y sé leer.
Goyo se sentó en el banco de enfrente, del otro lado de la mesa. Se acodó sobre el tablero de
—Lo mismo que vos. Descanso. Hace falta, una vez cada tanto. Me contó un pajarito que me
Me reí, nervioso. Volví a tener, como aquella vez en el cementerio, la sensación de que algo
estaba tremendamente mal con ese hombre. Lo observé con cuidado, como para dibujarlo apenas se
fuera. Ojos grandes, de un marrón casi gris, cejas rectas y finas, algo más largas y altas de lo usual,
rostro delgado y anguloso, pero casi femenino, cabello abundante y corto. Encendió un cigarrillo.
—Bueno, no puedo dulces, pero me queda esto —comentó, mientras miraba con gesto distraído
Sin decir más nada se levantó, me hizo un gesto vago de saludo con la mano con la que llevaba
(Un dibujo claramente hecho por computadora: un hada delgada y hermosa debajo de una espesa
vegetación)
Natubella
129
Del cuaderno de Laura Cáceres
Ayer fue un viejo decrépito al Registro, y se quedó un rato muy largo sentado al lado de
Miguelito. Fue una cosa muy rara, se miraban fijo, no se decían nada, pero si no fuera porque tenían las
bocas cerradas uno hubiera podido pensar que estaban hablándose. Cuando quise acercarme a ver qué
No pude saber qué fue a hacer el hombre al Registro. La ficha se la tomó Alejandro, y parece ser
que ese día justo estuvo probando con algún estupefaciente nuevo con el que perder la poca coherencia
que le queda. Por primera vez esperé a que se le pase y lo amenacé seriamente con reportarlo y echarlo.
Lo poco que pude recuperar de la ficha es que la caligrafía desmañada de Alejandro dejó al
menos el apellido, Chiarino, junto con una sarta de bromas incoherentes. Al lado, la letra de monja
Estoy cansada. Muy cansada. Nada más quiero que venga Mauricio a buscarme. No me importa
el sexo, hoy no, hoy es un medio para dormirme con su calor, para ser tibieza entre las sábanas y dejar
¡Todos a María!
130
Salimos hacia la Basílica de Luján el próximo sábado al mediodía,
[De fondo, una imagen de la Virgen de Luján en transparencia azul sobre una vista aérea del Obelisco]
Mensaje de Alba en el contestador. Que no la esperemos a cenar. Que vuelve mañana. Que sea
buen hermanito y no le deje los desastres de costumbre en la cocina y en el comedor, por respeto a
María, que no tiene por qué bancarse mis escenitas de celos. Pobre hermana, me conoce demasiado.
Apenas la cola serpentina de Merlín entre mis piernas, un fugaz destello blanco en la luz que
entra por el balcón en tardes como estas, y supe que ella estaba por abrir la puerta. El sol hace esos
saltos raros cuando las hadas están cerca. Así que me compuse un poco para mostrarme más digno
(con menos migas de galletita en los pantalones, sentado como un ser civilizado) cuando la viera
Despeinada, temblorosa, llena de polvo, María ni siquiera me miró. Dejó su cartera de cualquier
manera arriba de la mesa y se tiró ruidosamente en un sillón. Recién después de saberse de memoria el
orden de las fresias que Bita puso esta mañana en la mesa me miró.
—Me salvé por esto, Víctor —me dijo, y marcó una distancia realmente pequeña entre su dedo
índice y su pulgar—, se me derrumbó el bar de al lado de la oficina, yo estaba adentro, fue casi de
golpe, y salí entre las últimas —me acerqué, me senté al lado suyo y la abracé—. No pude parar de
131
correr hasta que llegué acá, mi tía debe pensar que quedé abajo.
Y como se acordó de su tía y volvió algunos metros más a la tierra, me hizo a un lado, se paró,
buscó su cartera, sacó su teléfono, escribió un mensaje rápido y volvió a sentarse, con los codos sobre
—Pero ahora estás acá, conmigo. Y a mí no me persiguen los derrumbes. Otras cosas sí, pero
los derrumbes no. Los dentífricos con tubo de plomo y las hadas bonitas, por ejemplo.
Se rió.
—Pero qué decís, María —le respondí, un poco herido por el ataque gratuito.
—Ni siquiera vendrías al funeral. Le dirías a Bita que tenés que vender frascos de dulce de
grosella.
—Fui al de tu tío... Pero es cierto, probablemente no iría, no. Sería demasiado triste.
Ella pasó su mano por detrás de mi cintura y apoyó su cabeza sobre mi pecho. La sentí temblar
un poco, y le acaricié el pelo despacio, pobre hadita asustada, con las alas llenas de polvo.
Alejandro estaba serio. Muy serio. Extraordinariamente serio. Se mantuvo sobrio durante los
últimos cuatro días, y sé muy bien que se la pasó mirándome todo el tiempo de reojo. Avergonzado,
claro. No me tiene miedo, pero sí sabe que se pasó de la raya. Siente la gravedad de la situación, es
evidente. Quiso acercarse a hablarme, más temprano, pero todo lo que pudo decirme, después de un
silencio algunos segundos, largo e incómodo de más, fue que se había encontrado con Casandra. "Ella y
Delfina te mandan saludos", quiso bromear, pero la sonrisa se le acartonó en los labios. Moviéndose
como quien no sabe qué hacer de su cuerpo se dio media vuelta y se puso a ordenar carpetas de archivo
132
hasta su hora de salida.
Por su parte, Delmira toma notas todo el tiempo, con los labios apretados. Escribe casi con
furia, puede escucharse el ruido de su lápiz de mina dura contra el papel, por encima del tecleo
constante de las computadoras y del murmullo del gentío, que se filtra fuerte y claro desde la sala de
atención al público. Anota, tacha una parte, tacha todo, arranca la hoja con un gesto de exasperación, la
arruga y la apunta hacia el cesto papelero. Erra el tiro por medio metro, pero no se levanta. Recomienza
con el ceño fruncido, un rostro amargo que hace recordar que ya hace bastante que dejó de ser una
mujer joven.
Mientras tanto, en una esquina, sentado en el piso, Miguel toca la guitarra. Sonríe y toca la
guitarra. Trae citaciones del jardín y toca la guitarra. Es casi como si se estuviera pasando ya a la otra
dimensión, a la de las sombras. Delmira tiene razón en alarmarse, ningún chiquito de cinco abriles, por
avanzado que esté, se concentra tanto tiempo y con tanta calma en algo como estirarse para llegar a
agarrar la guitarrita de estudio todo el santo día, para sacarle acordes de canciones que solo Dios sabe
desaparecidos, sigue multiplicando la de los aparecidos. Sobre todo cuando Mauricio anda cerca.
Cuando me descuido llego a pensar que por algún motivo no quiere que esté con él. Como si le
molestara mi tranquilidad.
133
Del diario de Víctor Grinberg
[La página tiene una gran mancha amarronada y pegajosa, presumiblemente de mermelada vieja]
María se levantó y dejó su hueco tibio entre las sábanas. Uno, dos, tres, cuatro, una decena de
pasos descalzos, ruido del agua que choca contra la bañera y se apura avergonzada a esconderse en lo
Ahora yo encierro otro poco de agua menos afortunada en la cafetera, la pongo al fuego y la
escucho quejarse. Para acompañarla con unas tostadas y un poco de dulce de... ¿Qué es esto? Higo.
Veremos si cumple esa regla general de las mermeladas: si tiene semillas adentro, no puede ser muy
134
Del cuaderno de Laura Cáceres
[Único apartado desprolijo en este cuaderno, escrito a lápiz, evidentemente a gran velocidad]
Escribo nada más por inercia, por [ilegible]. En realidad no sé por qué escribo. Este cuaderno-
testimonio ya hace rato que dejó de tener nada que se parezca a un sentido.
Hoy a la tarde pasó el viejo, ese a quien Alejandro le había tomado la ficha. Trajo a la asistente
social que se encarga (se encargaba) de supervisarme, y una serie de papeles que daban a entender un
Nunca podré acostumbrarme a no decirle más "mi niño". El decreto que regula las adopciones
será confuso y estará todo lo mal redactado que se quiera, pero en este punto es claro: cuando aparece
un familiar la adopción pierde validez de inmediato. Un papel, unos trámites rápidos y una se encuentra
así, de golpe, con una asistente social que luego de chequear que todo está en orden se va, dejando un
viejo en la puerta que así como si nada se rehúsa a tomar un café, a alargar la despedida abrupta.
Miguelito juntó todo con la mayor rapidez posible, y se apuró hacia la puerta, corriendo con su
guitarra a cuestas. Sonreía. Delmira se negó rotundamente a salir de la cocina, y cerró la puerta con
llave del lado de adentro. Me acerqué en trance hasta la puerta, recibí el beso que Miguelito me daba
como limosna desde otra parte, y lo observé en silencio mientras le daba la mano al viejo.
—Vas a venir a verme, ¿no? —llegué a preguntar, reteniéndolos un poco cuando ya se iban. Él
se dio vuelta, con un resto de sonrisa apagada en los labios chiquitos, y negó con la cabeza. El viejo se
negó a darme dirección alguna. Me dijo que no tenía sentido, de todos modos iban a mudarse
enseguida, por Miguelito, claro. Me prometió que me escribiría apenas tuvieran residencia fija, pero en
los ojitos apenados de Miguel pude leer que no había mucho de cierto en eso.
Finalmente terminamos de despedirnos. Por un segundo, mientras cerraba la puerta de calle vi,
más sólida que nunca, la imagen de Guillermo Muñoz en la vereda de enfrente. Dejé la palma de la
135
mano en el picaporte por unos instantes, mientras trataba de asimilar la escena. Abrí después la puerta
de golpe, y bajé de un salto los dos peldaños de mármol gastado que separan la puerta de las baldosas
de la vereda. Juro que Miguel y su viejo no tuvieron tiempo suficiente para alcanzar ninguna de las dos
esquinas, por mucho que hubiesen corrido. Tampoco se escuchó ningún auto pasar por el empedrado.
La silueta de Guillermo caminaba tranquilamente hacia el sur. Tenía una remera verde y
pantalones de jean negros, y el pelo más largo de lo que lo tenía cuando nos miramos cara a cara por
última vez, hace ya tiempo. Traía una campera negra en la mano, y un bolso grande colgado del otro
brazo. Dejé la puerta abierta para correr detrás de él. Dobló la esquina, me miró por un momento, me
sonrió y ahí ya no me quedaron dudas: era él. Estábamos lo suficientemente cerca para no dar
posibilidad al error. Cuando doblé corriendo la esquina detrás de él me llevé por delante a una vecina
que paseaba un caniche negro. Él ya no estaba, y el caniche, en lugar de tratar de morderme, como sería
Sentí desde atrás una mano que se apoyaba sobre mi hombro. No me sorprendí al ver que era
Mauricio.
Sé que anoche soñé con él, pero no puedo recordar nada del sueño. Apenas sé que lo soñé. Y
que no me consigo preocupar. Y que tengo que comprar café y medialunas para cuando María y Bita se
despierten.
Timbre.
***
136
Es Hugo. Con un paquete de facturas, y medio kilo de café de Bonafide. Qué raro, un gesto
amable de su parte. Casi lo hace parecer una persona agradable. Se ríe como si supiera lo que estoy
***
—Claro que sé lo que estás escribiendo. No, no te frenes, está bien que lo escribas, es como se
—Es raro que Bita y María no se hayan levantado todavía. Metiste bastante barullo.
—No se van a despertar. Todo este ruido es para vos nada más. Quedate tranquilo.
—Sí, claro. Nada de esto tiene por qué ser muy traumático. Lo dejo a tu criterio.
—No me acuerdo.
—Hay algo que se escapa a la voluntad de ambos: sea como fuere, somos dos pedazos de lo
mismo, y si no queremos que la cosa empeore tenemos que volver a ser uno. Yo estoy atado a este
cuerpo feo y a tu realidad mientras tanto. Y ya vimos lo que sale de prolongar la situación más de la
cuenta.
—Ajá, ¿y entonces?
—No. No me caés bien. Pero ser humano tiene lo suyo. Y estoy viejo. Y María está buena.
El repasador está prolijo encima de las tazas, como ella lo dejó anoche. Hugo saca una, dos
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tazas de abajo, con bastante ceremonia, y las llena de café con leche. Exactamente dos cucharaditas y
media de azúcar en cada una, un poco de nata y una pizca de canela. Me mira fijo con sus ojos oscuros
—Vos no cambiarías tu inmortalidad por hacerle la vida imposible a una mina más.
—No, claro, en realidad lo que pasa es que me seduce convertirme en un adolescente narigón y
casi sin talento. Andá, tomá tu café tranquilo, transcribí la conversación, pensalo un poco.
***
El café es puro perfume. Probablemente sea el más perfecto que me hayan servido. Pero no
tiene gusto a nada. Hugo me mira desde el umbral. Acaba de terminar su taza. No sé qué hace el
En casa de la Recopiladora42
Ella, la Señorita Recopiladora, duerme en este momento. Yo aprovecho para hacer este pequeño
Releo acá, en la pantalla que me ilumina ahora, la descripción que Víctor hizo de su hermana
dormida. A la Recopiladora le iría tan bien, ahora... Me cae bien este pendejo, si estuviera vivo le
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Grabación de Martín Scarpe. La transcripción es mía (N. de la R.)
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invitaría unas cervezas. Seguro que él estaría de acuerdo con como quedó la Recopilación. No como
ella, que hace rato que me mira transcribir con cara de orto porque "esto ya parece una obra de ficción".
Y sí, linda, qué le vas a hacer, si teníamos que tratar de compilarlo de forma tal que se leyera
bien, iba a terminar por parecer una novela. Menos mal que sos vos la que normalmente coquetea con
la idea de que existe algo así como un destino, algo que nos hace llegar todo a su tiempo y nos ordena
me importa que Alba Grinberg se caliente, para algo puede servirme. Le tengo que pensar un nombre y
En el arenero un perro gris se relame, echado al lado de la calesita sucia que gira, vacía.
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