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TERRITORIO COMO CUERPO Y TERRITORIO COMO NATURALEZA:

¿DIÁLOGO INTERCULTURAL?

Juan Alvaro Echeverri


Instituto Amazónico de Investigaciones (IMANI),
Universidad Nacional de Colombia, Sede Leticia

E n la segunda mitad de la década de los ochenta, el gobierno colombiano


hizo el reconocimiento y titulación de grandes extensiones territoriales
en la Amazonia colombiana a favor de grupos indígenas. En 1988 y años sub-
secuentes, se titularon cerca de veinte millones de hectáreas bajo la figura de
Resguardos indígenas, que representan más de la mitad del área amazónica
de Colombia (UAESPNN 2001). Estos Resguardos forman una extensión casi
continua sobre la frontera sur y oriental de Colombia, donde el avance de la
colonización campesina proveniente de la cordillera andina aún no ha llega-
do.
Varios factores incidieron en la precipitación de una política de protección
cultural y reconocimiento territorial tan masiva -que de hecho constituye una
política de protección ambiental al segregar estas amplias áreas habitadas
por pueblos indígenas a la posibilidad futura de su ocupación y titulación-.
Sin entrar a analizar el peso que tuvieron factores externos derivados de un
giro ambientalista y de defensa de los derechos de minorías étnicas en los
organismos de financiación internacional, el hecho es que las organizaciones
indígenas que existen hoy en la Amazonia colombiana tuvieron su origen en
ese proceso de reconocimiento y titulación de tierras colectivas. En el caso del
Resguardo Predio Putumayo, el más grande del país con cerca de seis millo-
nes de hectáreas, por ejemplo, se presentaron conflictos de intereses dentro
del mismo Estado colombiano. Lo que hoy es Resguardo estaba titulado a
favor de un banco estatal (la Caja de Crédito Agrario, Industrial y Minero),
que había adquirido sus derechos por compra en los años cuarenta a los
herederos de la compañía cauchera peruana Casa Arana, de ingrata recorda-
ción en el período del auge cauchero. Ese banco ya había iniciado un ambi-
cioso "plan de desarrollo" para esta área selvática, el cual se vio frustrado con
la titulación a favor de sus más antiguos poseedores -los indígenas sobrevi-
vientes de las masacres y trabajos forzados bajo aquella misma empresa cau-
chera a principios del siglo veinte.
El hecho del reconocimiento fue altamente significativo y proveyó a estas
poblaciones nativas un lenguaje político para articular el sentido de esas or-
ganizaciones indígenas que surgieron en la década de los ochenta y se vinie-
ron consolidando en la década siguiente. El término "territorio" ha sido uno
de los términos claves de ese nuevo lenguaje étnico-político. Sin embargo, el 259
uso y significado de este término tiene una semántica compleja que no se co-
rresponde exactamente con las acepciones que presenta en el uso jurídico-
político o en el de las ciencias naturales. Una razón elemental para esta no-
correspondencia es que los indígenas amazónicos utilizan la expresión "terri-
torio", en español, como traducción aproximada de conceptos nativos de sus
propias lenguas. El uso del término tiene una historia propia en el movimien-
to indígena colombiano que se ha entroncado con los desarrollos políticos de
los indígenas amazónicos, y, por otra parte, los asuntos "territoriales" -de re-
definición de las Entidades Territoriales del país- han ganado prominencia
en el debate colombiano a partir de la promulgación de la nueva Constitu-
ción Política de Colombia de 1991. Miremos un poco más en detalle estos
asuntos antes de proseguir.

La semántica de "territorio"
En español, y en general en las lenguas indoeuropeas, podemos reconocer
dos acepciones generales de la noción de territorio. Por una parte, "territo-
rio", en un sentido político-jurisdiccional, se entiende como el espacio ge-
ográfico que define y delimita la soberanía de un poder político. La jurisdic-
ción territorial más prototípica de los tiempos modernos es el territorio na-
cional, demarcado por un polígono cerrado de fronteras. El límite preciso y
completo es el elemento decisivo de esta noción político-territorial: desde los
estados nacionales que demarcan y guardan sus fronteras con barreras físicas
y ejércitos, hasta las escrituras prediales que cuidadosamente definen los lin-
deros de una propiedad.
Otra estirpe semántica de la noción de territorio se deriva de las ciencias
naturales y en particular de la etología (el estudio del comportamiento ani-
mal). Aquí, territorio se entiende como la defensa de un espacio donde un
individuo o una especie se reproduce y obtiene sus recursos. La territorialidad
se define por señales: marcas de ocupación, reacciones frente a los intrusos,
combates reales o ritualizados. Los "territorios" así definidos pueden estar
delimitados, pero una o más especies pueden definir diferentes territoriali-
dades sobre una misma área generando bien sea competencia por los mismos
recursos, coexistencia cuando ocupan nichos diferentes o relaciones de com-
plementariedad. Los territorios así definidos no tienen fronteras claramente
demarcadas y pueden concebirse como redes de nichos que se entrecruzan y
compiten con otras redes.
Si bien estas dos acepciones comparten elementos con el sentido utilizado
en el lenguaje de las reivindicaciones indígenas, ninguna de las dos se le co-
rresponde exactamente. El uso del término territorio por el movimiento indí-
gena presenta una historia política particular, al menos en Colombia. Sus an-
tecedentes más notables tienen origen en las diferencias del movimiento
260 indígena del sur del país con los movimientos de izquierda de ideología
marxista revolucionaria. Estos últimos enarbolaban la consigna de "la lucha
por la tierra"; entendida "la tierra" como el medio de producción fundamental
del campesinado, cuyo control había que recuperar. En la ideología de iz-
quierda, los pueblos indígenas eran asimilados con el campesinado y con el
proletariado en general. El desacuerdo que marcó una ruptura entre las rei-
vindicaciones indígenas y las reivindicaciones de clase se dio precisamente
alrededor de subrayar la diferencia entre la lucha "por la tierra" del campesi-
nado y las reivindicaciones territoriales indígenas. Esta concepción particular
de territorio hizo carrera en el movimiento indígena nacional y ha adquirido
una complejidad y sutileza nada despreciables que lo distancian tanto del
sentido meramente político-jurisdiccional (con el cual, equivocadamente,
tiende a veces a equipararse), como del sentido de territorialidad animal y
del sentido reivindicatorío de la tierra como medio de producción.
Los territorios así definidos, aunque abarcan áreas de vivienda, produc-
tivas y de extracción de recursos, pueden incluir otras áreas no necesaria-
mente ligadas a la reproducción económica. Aunque esta noción territorial se
aproxima a la de territorio nacional en la medida que representa un patrimo-
nio colectivo y definidor de la identidad (nacional o étnica), se diferencia en
un aspecto crucial: un territorio político-jurisdiccional se define primordial-
mente por un límite cerrado y preciso, en tanto que un territorio indígena,
aunque puede llegar a demarcarse y limitarse, se define no tanto por sus
fronteras y límites como por marcas geográficas que señalan la ligazón de un
grupo humano a un paisaje y una historia.
Esta noción de "territorio" que ya había hecho carrera desde los años seten-
ta en la zona andina colombiana se incorporó al léxico político de las nacien-
tes organizaciones indígenas amazónicas en los ochenta y noventa.
Este proceso coincidió con la promulgación de una nueva Constitución
Política en 1991 que declara a Colombia como un país "pluriétnico y multi-
cultural", reconoce las lenguas indígenas como lenguas oficiales "en sus terri-
torios" y eleva a rango constitucional los Resguardos indígenas declarándo-
los "inembargables, inexequibles e imprescriptibles". Pero además de esto, la
nueva Constitución puso en primer plano el asunto del "reordenamiento te-
rritorial" del país, que significaba la redefinición de las Entidades Territoria-
les existentes (Departamentos y Municipios) y la creación de nuevas Entida-
des (Provincias, Regiones y Entidades Territoriales Indígenas). Esto abría la
posibilidad de promover los Resguardos, especialmente los macro-
Resguardos amazónicos (que hasta entonces sólo constituían una forma de la
propiedad del suelo), hacia estas Entidades Territoriales Indígenas que ten-
ían un estatuto de autonomía política y administrativa. Hasta la fecha (2003),
la Ley Orgánica de Ordenamiento Territorial, que debería haberse aprobado
pronto después de la Constitución, no ha podido surtir un trámite exitoso en
el Congreso, a pesar de un número de propuestas de Ley avanzadas -algunas
de ellas con activa participación del movimiento indígena-.
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Sin embargo, lo que aquí nos interesa no son tanto los avatares políticos y
jurídicos de los asuntos territoriales en Colombia, sino los efectos de todo
esto en la semántica, nutrida de estos factores, del concepto de territorio en
los pueblos amazónicos.
La Constitución, primero que todo, introdujo el concepto de ordenamiento
territorial. Esta expresión tenía poco sentido en el lenguaje político colom-
biano antes de 1991; el ordenamiento territorial se confundía con la "zoni-
ficación ambiental", una tarea técnica basada en la discriminación de áreas a
partir de un conjunto de atributos físico-bióticos -o más recientemente a par-
tir de los datos de sensores remotos-. A partir de la Constitución de 1991, el
ordenamiento territorial comenzó a ser concebido, en cambio, como un asun-
to político que ponía enjuego el reordenamiento de las circunscripciones elec-
torales, la distribución de recursos, competencias y jurisdicciones y represen-
taba nuevas posibilidades de autonomía y acceso a recursos para regiones y
sectores marginales -incluyendo, obviamente, los pueblos indígenas.
Estos dos sentidos -técnico y político- del ordenamiento territorial han ve-
nido confundiéndose y traslapándose en los diferentes discursos y deci-
siones, pero dominando preferentemente la idea de que el ordenamiento te-
rritorial es fundamentalmente un asunto de zonificación de áreas.
Las ideas que aquí presentamos surgieron de una participación como con-
sultor antropólogo en la implementación de un Convenio de co-gestión para
el manejo de un área superpuesta entre el Resguardo Predio Putu-mayo, que
arriba mencionamos, y el Parque Nacional Natural Cahuinarí. La dificultad
de hacer encontrar dos concepciones de manejo territorial como la que se
hace evidente en los planes de manejo de los Parques (basados en las meto-
dologías de zonificación ambiental) y las concepciones indígenas de manejo
territorial nos llevó a plantearnos "el territorio" desde un punto de vista dis-
tinto, que llamamos territorio no-areolar.

Territorio no-areolar
Si revisamos los "planes de ordenamiento territorial" que han elaborado al-
gunas organizaciones de grupos indígenas amazónicos (ver, por ejemplo, los
contenidos en Vieco et al. 2000), notamos que el ejercicio de zonificación está
lejos de ser su preocupación central. El asunto central de estos planes, en con-
traste, es la legitimación étnica del grupo o grupos, la reproducción del colec-
tivo (educación, salud, economía) y la relación con otros grupos y con el resto
de la sociedad. Los llamados "planes de vida", expresión que acuñó la Orga-
nización Nacional Indígena de Colombia (ONIC) a finales de los años noven-
ta, son exactamente lo mismo.
Estos planes de ordenamiento territorial van usualmente acompañados de
mapas con algunas delimitaciones indicadas en ellos. Estos mapas sirven pa-
262 ra señalar sitios históricos o mitológicos o entes territoriales legalmente defi-
nidos (Departamentos, Municipios, Resguardos, Parques). Cuando se inten-
tan "zonificaciones" nuevas (deslindamiento de áreas de grupos específicos, o
de áreas "sagradas" o reservadas), éstas tienen un carácter tentativo o acceso-
rio y no responden al ímpetu central del plan, que es el ordenamiento de re-
laciones, más que la zonificación de áreas geográficas. Estas maneras de
hacer "ordenamiento territorial" parten de una noción diferente de "territorio".
Subrayo la palabra "diferente" para hacer notar que no se trata meramente de
una diferencia "cultural". No es tanto que ésta sea una concepción peculiar-
mente "indígena" del ordenamiento territorial, sino más bien que los indíge-
nas han articulado de esta manera esa noción de territorio; pero de ninguna
manera es "peculiar" o culturalmente específica: es diferente porque es otra
manera -no-areolar- de concebir el territorio. Las tareas de zonificación y or-
denamiento político-administrativo requieren una noción areolar de territo-
rio: "territorio" es un área geográfica a la cual se le asignan significados o
atributos (características físicas, jurisdicción política, formas de propiedad,
estatuto legal, etc.). En cambio la noción no-areolar ("indígena") de territorio
se concibe en un modelo rela-cional: como tejido, no como áreas. Si la noción
areolar de territorio se ajusta bien a la representación en mapas bidimensio-
nales, la noción no-areolar se ajusta mejor a una representación modelada
como un cuerpo viviente que se alimenta, se reproduce y teje relaciones con
otros cuerpos. De aquí resulta coherente que el "territorio" sea frecuentemen-
te representado, en las versiones "indígenas", por ejemplo, como una maloca
(cuerpo de mujer) o que los rituales y ceremonias (intercambios entre grupos,
curación) sean entendidos como manejo (ordenamiento) territorial.
En un artículo que escribí con Rodrigo Botero (Botero y Echeverri 2002)
sobre la política territorial en la UAESPNN del Ministerio del Medio Am-
biente, proponemos aplicar esta noción territorial no-areolar a las políticas
territoriales de la UAESPNN en relación con el manejo de áreas protegidas
superpuestas con Resguardos indígenas. La noción instrumental de territorio
que proponemos parte de una formulación básica: "territorio" es entendido,
primero que todo, como apetito, pulsión vital, deseo. Para entender cómo, de
esta noción fundamentalmente no-areolar, se puede llegar a "territorios" ex-
presados como espacios geográficos, echamos mano del modelo de creci-
miento de un ser viviente. Afirmamos entonces que el primer territorio de to-
da criatura es el vientre materno: un mar salino de donde la criatura obtiene
su alimento y satisface sus deseos. Con la ruptura del nacimiento, el territorio
del bebé deviene el cuerpo de su madre, y sobretodo su seno de lactar. Desde
allí, ese territorio que ha sido único y autocontenido tiene que establecer re-
laciones y tomar sustancias de otros "territorios." El ser humano en su creci-
miento deberá tomar sustancias de los espacios naturales (plantas y anima-
les) que son el territorio de otras especies, y más adelante en su desarrollo, y
al entrar en la etapa reproductiva, deberá tomar una pareja de otro grupo
humano. Esta necesidad estructural de valerse de los territorios de otros (es
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decir, del cuerpo de otros) para poder crecer y reproducirse, es lo que hace
que el territorio se naturalice (para incluir la chagra, espacios de cacería, etc.)
y se socialice al obligar a establecer relaciones, bien sea de conflicto o acuer-
do, con otros agentes naturales o humanos.
La espacialización del territorio genera un tejido relacional con los territo-
rios de otros seres. Una característica fundamental de esta noción territorial
es su forma de red y su estructuración a partir de lo que denominamos "cana-
les". Canal es definido como apropiación de energía o sustancia vital de otro
territorio, que deviene o bien en la dominación, o en el conflicto y competen-
cia, o en el establecimiento de relaciones ordenadas1. La síntesis y apropia-
ción de algunas nociones tomadas del pensamiento indígena, nos permite
formular un modelo de espacialización de la pulsión vital en un entretejido
de relaciones, que denominamos territorio, y definir el ordenamiento territo-
rial como el ordenamiento de los flujos de sustancias vitales que recorren
esos canales y que conllevan frecuentemente a la competencia o disputa entre
diferentes apetitos.

Visión territorial
Estas ideas nos permiten redefinir la estructura espacial del territorio y re-
ubicar la posición del observador o agente que "ve" ese territorio desde una
cierta "visión territorial."
Nuestros hábitos cartográficos nos han acostumbrado a buscar el territorio
en los mapas bidimensionales a escala. La visión del observador es desde
arriba y simultánea sobre todos los puntos del mapa, puesto que la represen-
tación a escala no tiene ninguna distorsión de perspectiva. El decir, el obser-
vador está necesariamente fuera del mapa.
En contraste, la visión territorial que planeamos no parte del modelo del
mapa bidimensional a escala, sino del modelo de un cuerpo humano que cre-
ce, consume alimentos, tiene sexo, establece relaciones, se reproduce y se en-
treteje con otros territorios que también crecen, consumen y tienen sexo. En
esta noción, la representación espacial del territorio adquiere la forma de una
red o entretejido de relaciones que pueden ser parcialmente carto-grafiables
y donde la escala no es un elemento crucial. Lo crucial son los canales que
conectan los nodos de la red. Por otra parte, el observador, en lugar de estar
por fuera y por encima del territorio, está ubicado en uno de sus nodos, a
partir del cual construye y mantiene los canales o conductos con los nodos
vecinos y participa o contribuye del orden o desorden del sistema en su con-
junto.
Este modelo tiene consecuencias metodológicas interesantes. Nuestra redefi-
nición de territorio y visión territorial nos hace también replantear el signi-
ficado de ordenamiento territorial. El modelo estructural que asimila terri-
torio a las representaciones cartográficas de áreas geográficas conduce a una
264 metodología de ordenamiento que consiste en colocar la "información" en
capas (geología, suelos, vegetación, asentamientos humanos, servicios públi-
cos, etc.) y luego, combinando y seleccionando estas capas de información,
delimita áreas que desagregan el conjunto de información en sub-conjuntos
más o menos homogéneos. La versión más sofisticada de este método es la
ecología del paisaje que parte de imágenes de sensores remotos, identifica
áreas homogéneas (de acuerdo a sus colores, texturas, densidades) y luego
explica estas áreas como la combinación jerarquizada de diferentes factores
formativos, donde priman los factores geológicos, de clima, de vegetación y
de suelos.
Nuestra visión territorial, en contraste, apunta a una metodología de or-
denamiento que hace énfasis en el funcionamiento de la red territorial a par-
tir de nodos específicos espacializados, y no en la definición de áreas que sin-
tetizan sus elementos formadores a partir de una cadena explicativa jerarqui-
zada. No queremos plantear un divorcio o competencia entre estas formas
alternativas de concebir el territorio y su ordenamiento. Por el contrario, es-
tamos proponiendo un instrumento que nos afina la resolución para enten-
der el territorio como tejido de relaciones, sin perder de vista el potencial de
otros instrumentos que ayudan a obtener una visión espacial global.

Interculturalidad y manejo territorial en áreas superpuestas


La noción de territorio como tejido de relaciones puede ser un enfoque ade-
cuado para involucrar la noción de interculturalidad en la definición, por
ejemplo, de un sistema de áreas protegidas y proveer un principio meto-
dológico en la construcción de los planes de manejo de estas áreas.
El abogado colombiano Roque Roldán ha señalado que en las áreas donde
se superponen territorios indígenas y áreas naturales protegidas "no puede
darse una coexistencia de dos figuras de administración simultáneas", y te-
niendo en cuenta la mayor jerarquía jurídica de la figura del Resguardo y la
primacía de los derechos de los pueblos indígenas "es clara la deducción que
señala la inaplicabilidad de los postulados administrativos de los Parques en
este tipo de territorios" (Roldán 2001:37). El sistema colombiano de parques
naturales está concebido bajo el supuesto de que la Unidad Administrativa
Especial de Parques Nacionales Naturales (UAESPNN), la Unidad del Minis-
terio del Medio Ambiente a cargo de las áreas naturales protegidas, tenga un
poder omnímodo y un control total sobre ellos. Este control total está lejos de
ser la realidad para la gran mayoría de las áreas, y el hecho de haberse for-
mulado recientemente una "política de participación social en la conserva-
ción" (UAESPNN 2001) revela la necesidad de dialogar e interactuar con
otros actores territoriales para alcanzar los objetivos del sistema de áreas pro-
tegidas. Las áreas superpuestas con Resguardos indígenas son un caso ex-
tremo, donde el poder de decisión de la UAESPNN se ve limitado al máximo
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por los derechos de dominio y fueros especiales nacionales e internacionales
de los pueblos indígenas2.
La "interculturalidad" -y otros términos relacionados: participación, diálo-
go, concertación, etc.- son conceptos centrales en la planificación de los par-
ques y áreas protegidas. No obstante, bajo este rótulo pueden fácilmente fa-
bricarse apariencias de interculturalidad. Aquí planteamos, como alternativa,
el encuentro de visiones territoriales (no de visiones ambientales) diferentes,
como herramienta conceptual para abordar la construcción intercultural de
planes de manejo. Nuestra propuesta es adoptar la visión territorial no-
areolar, en lugar de tomar fragmentos de la "cosmovisión" nativa y agregar-
los como pies de nota a un plan construido fundamentalmente en una visión
territorial areolar y zonificadora. Se trata de abordar la interculturalidad co-
mo combinación y creación, no como artificio; esto implica no sólo el gesto de
"reconocer" y "valorar" el pensamiento indígena, sino también adoptarlo co-
mo propio, experimentarlo y re-crearlo. Se trata de una suerte de inversión
de las relaciones habituales de hegemonía discursiva: en lugar de plegar la
"cosmovisión" indígena a un paradigma ambientalista, se trata de combinar
la UAESPNN, por ejemplo, en el territorio indígena o social donde actúa. Para
utilizar una feliz expresión de los líderes miraña en la primera reunión del
Órgano Directivo para la imple-mentación del Convenio de co-gestión para
el manejo del Parque Cahuinarí, interculturalidad significa que "somos una
sola masa".
Uno de los componentes centrales de los planes de manejo de los Parques
es la zonificación, según un esquema riguroso que determinan las leyes. La
aplicación de estas normas y de los esquemas de elaboración de planes de
manejo tiene que ser replanteada, inicialmente en las áreas superpuestas, y
esto puede provocar consecuencias interesantes para la metodología de ela-
boración de los planes en todo el sistema de áreas protegidas.
En el artículo citado arriba (Botero y Echeverri 2002) avanzamos en una
propuesta metodológica para el ordenamiento territorial de áreas protegidas,
que constituye de hecho una propuesta de construcción participativa de pla-
nes de manejo. En la visión territorial no-areolar que proponemos, el obser-
vador es actor y agente porque está dentro del territorio, no por fuera y por
encima de él.
Los pasos metodológicos de esta forma de ordenamiento territorial proce-
den así: (i) identificar su "apetito", que en el lenguaje institucional puede de-
nominarse misión u objetivo de conservación; (ii) este apetito institucional se
encuentra con otros actores que tienen apetitos sobre ese mismo espacio,
también respondiendo a pulsiones reproductivas: poblaciones nativas o co-
lonas que las ocupan y derivan de allí su sustento, otras instituciones que
tienen sus jurisdicciones, etc.; el nodo-actor tiene que identificar esos otros
nodos territoriales y establecer y ordenar canales con ellos. De ahí surgen dos
reglas metodológicas: (a) Los canales se identifican, se establecen y se orde-
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nan uno por uno, no todos a la vez; (b) los canales no son formales sino vitales;
el mantenimiento del canal, además, es una actividad día a día y cara a cara.
Esta forma ordenada de proceder es efectivamente ordenamiento del tejido
territorial.
Esto es el núcleo fundador de un "sistema" de áreas protegidas, o mejor, de
un sistema territorial sobre áreas protegidas.
Uno de los puntos más difíciles de esta metodología es saber cómo esta-
blecer, mantener y cultivar esos canales con los actores. Los principios que
pueden ayudar a guiar este trabajo constituyen la base de una ética de nue-
vos modos de relación, es decir, una pedagogía política.

La etnia miraña, los mapas y el Convenio

Los Miraña están asentados hoy en el medio y bajo río Caquetá colombiano
(conocido en Brasil como Japurá) y suman unas 200 personas. Están empa-
rentados lingüísticamente con los Bora y los Muinane. Los Miraña del Medio
y Bajo Caquetá son los restos de una población otrora numerosa que vivía en
las cuencas del río Cahuinarí y del río Pamá, afluente del primero. Fue en el
tiempo del caucho (1900-1930) que los Miraña, junto con los otros grupos del
interfluvio Caquetá-Putumayo, quedaron diezmados a causa de las epide-
mias y las brutales exacciones de la tristemente célebre Peruvian Amazon
Company o Casa Arana. Hoy en día, prácticamente ninguno de los grupos
del interfluvio Caquetá-Putumayo vive en los territorios que ocupaban a
principios del siglo XX (en las cabeceras de las quebradas alejadas de los ríos
grandes), y se han reasentado en las márgenes de los ríos Putumayo, Carapa-
raná, Igaraparaná y Caquetá. Hacia los años cuarenta y cincuenta fueron re-
asentándose en la cuenca del Caquetá, donde viven actualmente.
Antiguamente, los Miraña estaban organizados en clanes exogámicos pa-
trilineales que aparentemente ocupaban territorios propios y exclusivos -por
lo menos así se señala en uno de los "mapas tradicionales" que ellos mismos
han elaborado-. Con la disminución demográfica, los éxodos y los reasenta-
mientos, muchos clanes desaparecieron y los que sobrevivieron quedaron
debilitados socialmente y reducidos numéricamente. En los actuales asenta-
mientos encontramos conviviendo clanes diversos, con prestigio social y de-
mografía variables. Los Miraña también han contraído alianzas matrimonia-
les con mujeres de otros grupos, principalmente yucuna, carijona y no-
indígenas.
Desde la creación del Parque Cahuinarí en 1987 y del Resguardo Predio
Putumayo en 1988 (superpuesto a un 85% del área del Parque), las relaciones
entre los Miraña y la autoridad ambiental (UAESPNN, y antes el Instituto
Nacional de los Recursos Naturales Renovables INDERENA) han ido desde
la oposición abierta hasta algunos acuerdos puntuales en lo local. En junio de
2001 se suscribió un "Convenio interadministrativo para la coordinación de 267
la función pública de la conservación y manejo del área del Parque Nacional
Natural Cahuinarí, entre el Ministerio del Medio Ambiente y la autoridad
pública miraña", que representó un gran avance en dar término a más de
diez años de disputas alrededor de la legitimidad territorial de cada una de
las partes: los Miraña, que afirmaban que el área del Parque era parte de su
territorio tradicional, y la autoridad ambiental, que alegaba su competencia
territorial de protección de recursos emanada de la autoridad del Estado cen-
tral.
En estas disputas, los mapas han jugado un papel en las reivindicaciones
de conocimiento y representación territorial de ambas partes. Nos pregun-
tamos aquí qué tan efectivos son los mapas como artefactos de representa-
ción del "territorio" que contribuye a ilustrar nuestra noción de territorio no-
areolar.
En la década de los noventa la elaboración de mapas indígenas cobró un
cierto auge muy ligado a reivindicaciones políticas. Los Miraña por su parte
han elaborado varios mapas. En 1989, elaboraron un magnífico mapa tradi-
cional, donde aparecen los nombres en miraña de todas las quebradas y ríos,
y se señalan los salados, los sitios mitológicos y los sitios de origen de los
clanes3. Se trata de un mapa del "territorio ancestral", que abarca completa el
área del Parque Cahuinarí y la rebasa varias veces. Este es un mapa lleno de
misterios, que revela parcialmente una verdad que siempre se nos escapa; los
sitios son huellas de historias mitológicas, pero sus significados apenas se
insinúan; está lleno de "secretos" que no pueden ser revelados. El mapa es un
inmenso y detallado acto de posesión simbólica y, así no entendamos sus
detalles y su lógica, sí entendemos que constituye una afirmación de legiti-
midad territorial que tiene fuerza política para disputar las pretensiones te-
rritoriales de las autoridades ambientales colombianas sobre su Parque
Cahuinarí.
No es sorpresa enterarse que pocos Miraña conocen y entienden los nom-
bres y lugares de este mapa tradicional, así como tampoco es sorpresa que
pocos "blancos" entiendan los mapas que por su parte los científicos -
geólogos, ecólogos, botánicos- también elaboran para justificar y manejar sus
áreas protegidas: zonificación geológica, geomorfológica, edafológica, de ve-
getación, de clima, y una "leyenda" (en lugar de un mito) que lo explica todo.
Chamanes y científicos con mapas indescifrables que no se encuentran.
Después de elaborar este primer mapa tradicional, se siguieron haciendo
esfuerzos para "complementar" y corregir el mismo: recorridos e investiga-
ciones apoyados por ONG y agencias de cooperación, de los cuales han que-
dado borradores y manuscritos aún más difíciles de entender. Desde 1997, y
a raíz de un proyecto financiado por la Organización Internacional de Made-
ras Tropicales (OIMT), se retomó el asunto de los mapas en vistas a llegar a
acuerdos para una coadministración de Parque. Se cambió el enfoque inicial;
se trataba ahora de buscar puntos de encuentro entre la concepción chamáni-
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ca y los intereses de la conservación. Los mapas se fueron domesticando, por
así decirlo, en dos sentidos. Por una parte, se ensayaron mapas más cercanos
a las viviendas, a los usos actuales (asentamientos, chagras, caminos, espa-
cios de pesca y cacería, espacios de recursos silvestres). En la elaboración de
esos mapas, las mujeres, los pescadores, los cazadores ya tenían algo que de-
cir, no sólo los chamanes. Por otra parte, se intentó "des-chamanizar" el mapa
tradicional y, sin necesidad de explicar sus misterios y secretos, se intentó
trazar zonas de manejo, a la manera de las zonificaciones ambientales: zona
de viviendas y subsistencia, zona "sagrada" donde no puede entrar nadie ni
puede hacerse investigación, zona de protección, zona de manejo especial de
desovaderos de la tortuga charapa... Quedaron marcadas unas siete zonas,
delimitadas por gruesas líneas y rellenas con colores.
Tratando de volverlos accesibles a las convenciones cartográficas, biofísi-
cas y zonificadoras de "los blancos", los mapas indígenas fueron perdiendo
su poder: representaban las áreas pero no el territorio vital.
El territorio de que hablamos es vital y relacional, no cartográfico. Lo que
nos propusimos encontrar al ser invitados como consultores no era tanto "el
territorio miraña", que no nos compete, sino algo que podríamos denominar
"el territorio del convenio": el espacio relacional donde se encuentran o des-
encuentran los apetitos mutuos. Este territorio es un canal, un espacio de fe-
cundación, un campo de juego. Los mapas de científicos y chamanes no al-
canzaban a señalar este territorio. En los excesos de sus mutuas escrituras
(nominación exhaustiva de todos los sitios mitológicos y quebradas, demarca-
ción exhaustiva de todas las zonas fisiográficas y de vegetación), lo que esta-
ban señalando era el déficit de significación del desencuentro. Había mapas
pero no había encuentro, no había juego, no había canal. Esos mapas -de los
científicos, de los chamanes- señalaban este territorio pero por su ausencia.
Para encontrar este territorio, antes que los mapas detallados se necesitan
los puntos de encuentro. El área del Parque Cahuinarí es la que lleva a los
Miraña y a la UAESPNN a encontrarse. Mientras más significado cada uno le
dé a esa área (mientras más la dibuje y la explique) más aleja al otro. Los ma-
pas que pretenden marcar toda el área como conocida son una distracción en
la búsqueda del territorio que sí hay que encontrar, conocer y recorrer: el te-
rritorio de la relación mutua. Este sí es un territorio que podríamos llamar
"sagrado", porque es vital, porque están en juego las cosas que importan.
Hemos dicho que este territorio es un canal y hemos también insinuado
que es un campo de juego, un espacio regulado donde se enfrentan dos juga-
dores. Ahora, ¿con qué reglas se juega este juego?

El Convenio del Cahuinarí como diálogo intercultural


De la primera reunión en pleno del Órgano Directivo para la implementación
del Convenio sobre el Parque Cahuinarí, quedó en claro que "el Convenio", 269
más que un instrumento legal que formaliza la coordinación entre la autori-
dad ambiental nacional y las autoridades indígenas miraña, es un proceso
político y pedagógico. Se trata de una nueva forma de hacer política, en el
sentido de compartir el ejercicio de la función pública de la conservación, que
no consiste simplemente en transferir a "las comunidades" el ejercicio de
unos cargos, sino en combinar dos modos de concebir el ejercicio de esa fun-
ción pública: conservar un área protegida para UAESPNN y "cuidar el terri-
torio" para las autoridades miraña. Esta combinación conduce a nuevos mo-
dos de manejo que no son estrictamente ni lo uno ni lo otro, sino que nacen
del diálogo, la confianza y el mutuo aprendizaje y enseñanza. Por eso el
Convenio es un ejercicio de política a través de la pedagogía.
Pero no se trata solamente de un mutuo aprendizaje (el cual es esencial
para el proceso), sino que de antemano cada una de las partes ha venido ejer-
ciendo sus funciones en términos de aprendizaje y enseñanza. Para los Mira-
ña, como lo expresó el Cacique Boa, desde los primeros mapas que se elabo-
raron a finales de los años ochenta, todo ese trabajo de "diseño" era "para las
nuevas generaciones, para que conocieran su territorio ancestral"; hoy en día,
asimismo, el Convenio con la UAESPNN implica que los líderes y autorida-
des indígenas se familiaricen con nuevas responsabilidades. La reunión
misma del Órgano Directivo se convirtió en una oportunidad de aprendizaje,
en un taller. Pero no se trata de un aprendizaje sólo para los indígenas. La
UAESPNN parece concebir y manejar todos los asuntos derivados del Con-
venio como procesos de aprendizaje y enseñanza. La principal actividad
desplegada por los funcionarios del Parque, por ejemplo, a partir de la firma
del Convenio, se ha enfocado en rutinas de "socialización", que consisten en
talleres divulgativos para explicar el significado del texto del mismo.
Uno de los objetivos del Convenio es la "formación intercultural". En la
reunión del Órgano Directivo quedó claro que tal formación no es una "capa-
citación" que tiene lugar como un aditamento educativo formal, sino que está
en el centro mismo del Convenio. Esto surge del hecho de que su espíritu es
el de compartir (y no meramente delegar) la función pública de la conserva-
ción. Esto exige reacomodamientos conceptuales de ambas partes e impone
retos que sólo pueden ser superados por medio del diálogo y el aprendizaje
mutuo. Es decir, de antemano ninguna de las partes sabe cómo deberá ser
esa forma combinada de manejo; ambos conocen y dominan sus propias
formas de manejo y se asoman con curiosidad y perplejidad a las del otro,
advirtiendo cada vez más sus mutuos desconocimientos. El Convenio tiene
implicaciones en la definición misma de los objetivos de la conservación que
deberá orientar los planes de manejo del Parque. Para los Miraña, el manejo
está fundamentado en dos principios que ellos denominan "territorio" y "ley
de origen". En la reunión del Órgano Directivo, los Miraña no revelaron mu-
cho del sentido de estos conceptos, más allá de decir que son fundamentales
y que para ellos tienen un sentido "más profundo" y diferente de como podr-
270
ían entenderlo los blancos. Sin embargo, un punto es claro: la noción de "te-
rritorio" que está en la base del manejo miraña está centrada en el concepto
de la vida humana y su reproducción. Como lo expresó el Cacique Boa, "El
territorio nuestro es Centro" y "Con la naturaleza tenemos que consultar".
"Centro" quiere decir vida humana (que se manifiesta social y espacialmente
en familias, clanes, chagras, rastrojos, inscripción del paisaje) y los seres na-
turales también tienen sus "territorios", por lo tanto, el manejo tiene que ser
"consultado", negociado. El colocó los ejemplos de la tumba de una chagra
(donde el humano habla a los dueños explicándoles que va a tumbar un pe-
dazo de monte, pero que lo va a reemplazar con árboles frutales) y la cacería
(donde el humano pide al dueño animal algunas de sus "frutas"). El territorio
es un espacio de vida humana que se expande en negociación con otros espa-
cios (naturales y sociales) a partir de un Centro.
En contraste, la noción territorial desde la ciencia de la conservación está
centrada en la vida silvestre, y la acción humana consiste en delimitar y de-
marcar áreas para garantizar la reproducción de esa vida silvestre. Un pe-
queño cuadro puede ilustrar estos contrastes:

Territorio indígena Área de conservación


En qué se enfoca En la vida y reproducción humana En la vida y reproducción de la
vida silvestre
Cómo se expresa Un Centro que se expande y entra Un límite que segrega un área para
espacialmente en relación con otros centros protegerla
Objetivos de con- Consolidación del territorio (que se Mantenimiento de las condiciones
servación expresa en un "plan de vida") para la reproducción de la vida
silvestre (plan de manejo)

Territorio como naturaleza y como cuerpo

La tabla anterior esquematiza el contraste, en términos políticos y de manejo


de un área, de una visión aerolar (autoridades ambientales) y no-areolar (au-
toridades miraña) del "territorio". No se trata del encuentro de visiones "am-
bientales" diferentes que sería necesario poner a dialogar. Se trataría, mejor,
de "perspectivas" diferentes que están construyendo en modos contrastantes
el objeto mismo de lo que es negociable.
Utilizo el término "perspectiva" de manera deliberada, en el sentido como
ha sido elaborado por Eduardo Viveiros de Castro (este volumen). Viveiros
de Castro constata ciertos hechos frecuentes en la etnografía suramericana (y
seguramente más allá) que resultan difíciles de entender desde una perspec-
tiva estrictamente naturalista, como por ejemplo la creencia común de que
ciertos animales (dantas, tigres, peces, etc.) son "gente", y que, desde el punto
de vista de ellos, nosotros, humanos, somos "animales". Aquello que desde el
punto de vista nuestro (como seres humanos) son objetos naturales -un chu-
271
padero de sal o frutales silvestres-, desde el punto de vista de un tapir sería
una maloca y una chagra. Este tipo de afirmaciones son ininteligibles (de
hecho, irracionales) desde una perspectiva que concibe la naturaleza y sus
objetos (plantas, animales, paisajes, etc.) como aquello que está dado y es
igual para todos. Por lo tanto, desde esta perspectiva naturalista, un tapir es
un tapir y un humano es un humano, y son diferentes entre sí. Desde un
punto de vista contrastante, no-naturalista, la aseveración de que los tapires
son gente es entendible si tomamos como punto de partida aquello que está
"dado", aquello que es común para todos: no la naturaleza y sus objetos, sino
un sujeto que conoce. Los seres humanos son sujetos, así como los tapires, y
cada uno, desde su punto de vista, "construye" su naturaleza: desde el punto
de vista de los humanos, una naturaleza donde el tapir es tapir y un chupa-
dero de sal es un chupadero de sal; desde el punto de vista de los tapires,
una naturaleza donde el humano es "tigre" (porque es su depredador) y el
chupadero de sal es una maloca donde baila.
Así mismo ocurre con el "cuerpo". Encontramos frecuentemente en la et-
nografía amazónica la creencia generalizada de que el hecho de tener un
cuerpo de Horno sapiens no es garantía para constituir un "humano". En otras
palabras, el cuerpo de un humano no es un objeto "natural"; el cuerpo del
humano debe ser construido activamente por medio de la alimentación, las
curaciones, las marcas y transformaciones. Si desde un punto de vista no-
indígena entendiéramos que lo que existe es una única naturaleza humana,
común a todos, sobre la cual se construyen múltiples "culturas" humanas; en
una perspectiva contrastante habríamos de entender que tenemos una única
cultura (la humana) sobre la cual se construyen múltiples naturalezas huma-
nas. En lugar de un multiculturalismo, como afirma Viveiros de Castro,
hablaríamos más bien de un multinaturalismo.
Estas nociones del perspectivismo, partiendo de ubicar aquello que es con-
cebido como "dado" y aquello que es necesario construir, puede ayudarnos a
interpretar el cuadro donde se comparan las visiones territoriales de la UA-
ESPNN y de las autoridades miraña, y que en principio hemos identificado
como una visión aerolar (la primera) y no-aerolar (la segunda). Desde el pun-
to de vista de la UAESPNN, "lo dado", lo que es común para ambas partes,
aquello sobre lo que no cabe ninguna duda, es el área geográfica del Parque
Cahuinarí, un objeto natural. Aquello que hay que construir son las acciones
y decisiones sobre esta área, un "plan de manejo", asunto sobre el cual están
dispuestos a concertar y negociar con los indígenas en una suerte de diálogo
intercultural: incorporar a los principios de la biología de la conservación lo
que se supone son unos principios comparables y complementarios de mane-
jo indígena (derivados de una visión chamanística, peculiar, etc.).
Desde el punto de vista de las autoridades tradicionales miraña, y toman-
do como hipótesis nuestro planteamiento de una visión no-areolar del terri-
torio, lo que está "dado" (y lo que sería igualmente común a los indígenas, a
la UAESPNN y a otros actores también) es la pulsión vital y reproductiva de
272
un cuerpo (individual y social) que va creciendo y estableciendo canales e
intercambios con otros cuerpos (sociales y naturales); y aquello que tiene que
construirse es el paisaje social y natural donde este cuerpo va expandiéndose
y reproduciéndose: modificándolo, nominándolo, estableciendo alianzas, etc.
Usualmente suponemos que los indígenas tienen visiones o concepciones
"distintas" sobre algo que asumimos que está dado: en este caso el "territo-
rio", por ejemplo, del Parque. Se trataría entonces de intentar entender esa
visión diferente por medio de un diálogo intercultural. A partir del análisis
anterior, estaríamos dándonos cuenta de que no se trata tanto de visiones
diferentes sobre lo mismo, sino, desde la perspectiva indígena, de una misma
visión que construye objetos diferentes. En otras palabras, para los Miraña, el
"Parque" no sería lo mismo que para la UAESPNN, pero lo que sería igual es
la "humanidad" de cada uno.
Un par de intervenciones durante la primera reunión del Órgano Directivo
sirven para ilustrar este contraste. Un alto funcionario de la UAESPNN sinte-
tizaba así la importancia del Convenio (mis cursivas): "El Convenio no es
sólo un texto, sino una nueva modalidad en la toma de decisiones sobre el
manejo del territorio". Comparemos con ésta otra afirmación pronunciada
por el Cacique de los Miraña en la misma reunión: "No es otro pensamiento
(el del convenio), es el mismo pensamiento de nosotros; ésta es la forma de
hacerle entender a la gente. Así se socializa el Convenio: hablando con la
gente".
Para la UAESPNN lo interesante del Convenio es que es una innovación,
una nueva manera de hacer las cosas. Para los indígenas, en contraste, el
convenio no tiene por qué ser algo nuevo, debe ser lo mismo, el mismo pen-
samiento; lo que hay que hacer es comunicarlo a la gente. Tenemos aquí lo
que aparentemente es un caso típico de (mal)comunicación intercultural; pe-
ro, de hecho, desde la perspectiva indígena, el asunto de la "interculturali-
dad" no tiene ninguna trascendencia. No se trata de un intercambio de sabe-
res, donde entrarían en diálogo concepciones chamánicas y científicas sobre
la naturaleza y su manejo. Para la UAESPNN, siguiendo una tendencia gene-
ralizada de reconocimiento y valoración de "lo indígena", este diálogo inter-
cultural es un avance político. Para los indígenas lo esencial no es el inter-
cambio de conceptos, nociones y principios (como se expresa en los objetivos
del Convenio) para el manejo del Parque Cahuinarí, sino más bien el inter-
cambio de alimentos y objetos. Para expresarlo en términos de Viveiros de
Castro, no se trata de la construcción de "almas" (como serían los principios
conceptuales de un plan de manejo) sino de la construcción de cuerpos. Por
esta razón, tal vez, los funcionarios de la UAESPNN han tenido la sensación
de que los indígenas no parecen tener la conciencia de que ésta era una opor-
tunidad que les da el Estado de ser partícipes en la definición de las políticas
ambientales, y por el contrario parecen estar más interesados en el acceso a
los cargos del Parque (y sus correspondientes salarios), a proyectos producti-
vos, etc.
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El Cacique lo expresaba de manera adamantina: "No es otro el pensamien-
to del Convenio, es el mismo pensamiento de nosotros", y ese pensamiento
de "nosotros" (los seres humanos, y me atrevería a afirmar que en ese noso-
tros el Cacique sin dificultad haría caber a todos los humanos) no es otra cosa
que vivir bien, alimentarse, reproducir cuerpos y establecer buenas relacio-
nes con los otros, incluyendo la UAESPNN y los tapires.
Lo interesante de un convenio (o, desde otro punto de vista, un canal) no
es tanto la formulación de principios y conceptos novedosos, sino la circula-
ción de sustancias y alimentos mutuamente reproductivos. Esa circulación de
sustancias, por supuesto, es peligrosa, requiere regulación y cuidado; esto es,
para los indígenas, el fundamento y principio del "manejo territorial".
Las palabras, como "territorio", pueden ser las mismas pero representar
asuntos enteramente distintos. No es tanto que tengan "significados" diferen-
tes, sino que, al estar ubicadas en perspectivas diferentes, no tienen manera
de hacer referencia a los mismos objetos. En el ejercicio político que hemos
revisado, el asunto central de la negociación no deriva del problema de las
diferentes concepciones culturales que habría necesidad de poner en "diálo-
go", sino más bien del problema de establecer buenas relaciones sociales que
permitan el crecimiento y reproducción de los cuerpos. Así lo expresa clara-
mente el Cacique: "Así se socializa el convenio: hablando con la gente".
Si la UAESPNN espera de los indígenas un diálogo intercultural en el cual
ciertos principios de manejo chamánico complementen los principios de la
biología de la conservación para construir un plan de manejo de ese objeto
común que es el Parque Cahuinarí, los indígenas lo que esperan de la UA-
ESPNN es que establezca con ellos una relación social que les permita a am-
bos reproducirse en sus respectivos cuerpos: los indígenas reproduciendo
sus familias, sus chagras, sus malocas y adquiriendo bienes y sustancias de
los blancos que también necesitan para su vida; y la UAESPNN reprodu-
ciendo su modo de hacerse cuerpo en la forma de una cabaña, estaciones de
monitoreo, investigaciones, publicaciones, etc.
Las ficciones del "diálogo intercultural" tienen el efecto de que ambas ne-
cesidades, ambos apetitos, queden insatisfechos: ni la UAESPNN obtiene los
elementos de la visión chamanística de la naturaleza (porque eso es un "se-
creto", etc.), ni los indígenas adquieren la reciprocidad mínima que esperan
de un aliado (porque eso no es "lo importante"). Más que diálogo intercultu-
ral para entender el territorio (como naturaleza), lo que se necesita son bue-
nas relaciones sociales para construir el territorio (como cuerpo). □

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Notas

1 Por ejemplo, el ser humano puede apropiarse de las sustancias de los animales (sus cuerpos) para
consumirlas sin darles nada a cambio. Algunos nativos consideran que estos seres animales son
agentes que pueden "cobrar" esa apropiación en forma de enfermedades, y por lo tanto regulan esas
apropiaciones y hacen negociaciones con los dueños naturales como si fueran relaciones sociales de
mutuo beneficio. Algunos antropólogos han leído esta concepción "chamánica" de la relación con
los animales como una ecología nativa.
2 Las lecciones que se recojan en el manejo de áreas superpuestas deberían revelar caminos para el
manejo de otras áreas donde el control y autonomía decisoria de la Unidad están comprometidos
en diversos grados por formas de propiedad, derechos históricos, etc.
3 Este mapa fue elaborado con asesoría del sociólogo Nicolás Bermúdez y apoyo de la Fundación
Capacitar.

Bibliografía

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