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Ética, política y el sueño de Dios para Guatemala

Un aporte al foro Ética y cultura política: Perspectivas evangélicas

Érase una vez que, en los barrios y aldeas de Guatebuena, cuando se necesitaba de una persona
digna y honrada para cumplir una función delicada en la comunidad - ser tesorera del comité de
vecinos, ser fiscal de la cooperativa - se buscaba a un evangélico. ¿Se han dado cuenta que ya no
es así?

¿Qué pasó? Es largo el camino que hemos transitado en estos últimos 30 años. Largo, y no del
todo felíz. Y ahora, cuando urgentemente necesitamos de personas dignas y honradas para
construir la paz, para combatir la impunidad, para instaurar un estado de derecho - ¿dónde están?
O, para ser más precisos, ¿dónde estamos?

Como evangélicos, nos fascina el poder político. Pero también nos da miedo.

Cada uno de ustedes conocerán el caso de don Eriberto, o de otros como el. Empezó como el
encargado del proyecto social de su iglesia. Por sus conectes, decidió postularse a la alcaldía de su
pueblo. Luego, llegó a ser diputado. En este proceso empezó a demostrar fuertes contradicciones
en su vida personal. Sufrió los embates del alcoholismo. Se desintegró su hogar. Fue señalado por
sus rivales por corrupción y abuso del poder. Don Eriberto murió sin gozo, amargado,
desprestigiado en su iglesia y en su comunidad.

Algunos de ustedes se acordarán de una asamblea de líderes evangélicos realizada en


Quetzaltenango en 1982. Se trataba de preparar estrategias pastorales para el centenario de la obra
evangélica a celebrarse en noviembre de aquel año. Corrió la voz que Anibal Guevara, candidato
oficialista para la presidencia, iba a hacer un acto de presencia en el seminario. Llegó Guevara en
helicoptero. Repartió bolsas llenas de cuadernos y otros materiales didácticos, diciendo que podrían
servir para las escuelas dominicales. Su esposa afirmaba que el evangelio de los evangélicos le
llamaba la atención, le generaba simpatía, y que algunos de sus familiares ya habían aceptado.
Después, los comentarios. Un pastor se acercó a mí y me dijo: “¿Será que Guevara pensaba que
venderíamos nuestra herencia por una bolsa de útiles escolares?”

1982 fue un año sumamente difícil. Masacres. Atentados. Tierra arrasada. Fue el año en que

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cierto general, supuestamente evangélico, asumió el puesto de jefe de facto de gobierno. Se
acordarán de su enfrentamiento con el obispo de Roma y de aquellos hermanos que, cantando
coritos evangélicos, se fueron al paradón enjuiciados por un tribunal de fuero especial. Se
acordarán de las rivalidades entre ciertos pastores de élite aquí en la capital. ¿A quién invitarían
para los desayunos en el Palacio Nacional? ¿Quiénes formarían parte de su círculo íntimo de
asesores?

¿Se acordarán del sueño de formar un partido político que aglutinaría a todos los evangélicos? ¿Del
sueño de alcanzar cierta masa crítica de población evangélica que transformaría la vida ética, moral
y social de la nación? ¿Se acordarán de la gestión notoriamente corrupta de otro presidente que se
llamaba evangélico?

Así llegamos al día de hoy. Vienen a la mente los ministros del estado, los altos funcionarios, que
hemos visto en nuestras iglesias. Hemos visto como levantan sus manos en alabanza. Pero
sabemos que esta persona acaba de construir una casa millonaria en un barrio exclusivo. Y
sabemos que el sueldo de un servidor público no da para tanto.

¿Será por bendición divina? ¿O por avaricia humana?

Por lo menos algo hemos aprendido en estos últimos 30 años: El poder político en Guatemala está
construido sobre bases de corrupción, mentira, abuso, violencia e impunidad. Estos son los
fantasmas que acechan a todo servidor público. No es de sorprenderse, entonces, que muchas
personas de buena voluntad, sean evangélicos, católicos, de espiritualidad maya o ateos, terminan
corrompidos por este sistema. Ni es de sorprenderse que a otros muchos, ni lerdos ni perezosos,
avalándose del discurso religioso, les pican las manos para hacer su agosto, convirtiendo el
patrimonio de la nación en botín propio.

Así que, nos fascina el poder político. Pero también nos da miedo.

En algún momento, para utilizar la frase de Harold Segura de Visión Mundial, hemos padecido de
una mentalidad neo-gnóstica. Nos hemos considerado un grupo de iluminados, de portadores de
conocimiento privilegiado, de practicantes de santidad y de justicia. Pero en la práctica, en nuestros
comportamientos cotidianos, no hemos logrado diferenciarnos de los demás. A la hora de la hora, la
ética de los evangélicos ha sido la misma que la ética de la población en general.

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Ni modo. Vivimos en un ambiente permanente de mentira, de avaricia, de corrupción, de violencia.
Estos mismos problemas tenían que manifestarse en las comunidades evangélicas. Tanto en
nuestras propias instituciones como también en los escenarios públicos en los cuales hemos
participado.

Teológicamente, como que no hemos entendido que somos todos unos desgraciados, en el sentido
literal de la palabra. Y que Dios en su misericordia extiende la posibilidad del perdón a cada uno,
cada una. No ejercemos ningún monopolio sobre la gracia divina. No somos ni diferentes, ni
especiales. Sí, Jesús puede transformar nuestra mentalidad. Pero muchas veces, nuestra
mentalidad sigue siendo exactamente la misma que la de nuestros vecinos.

A estas alturas, no vale echarle la culpa a Satanás. Es a Jesús a quien debemos rendir cuentas. El
Dios de Jesús está presente en la historia. El Dios de Jesús implementará sus propósitos con o sin
nosotros. Son los principios de su Reino que deben convertirse en las normas cotidianas de
nuestras vidas, tanto a nivel personal como a nivel comunitario.

Tampoco es de desconocer ni descalificar la obra que ha hecho, que sigue haciendo, el Espíritu de
Dios en medio de nosotros. Desgraciados somos. Pero, por la gracia de Dios, hemos sido
perdonados. Han habido vidas transformadas. Muchas son las personas que han sido sanadas, las
familias que han superado crisis de violencia y de alcoholismo, las comunidades que han
experimentado reconciliación. Dios ha obrado por medio de las iglesias evangélicas en Guatemala.

Pero no ejercemos ningún monopolio sobre la gracia divina. Dios obra y seguirá obrando en nuestra
historia por medio de muchas comunidades de fe que no son las nuestras. Dios deja huella aquí y
ahora. Se acabó la guerra. Ya soplan los vientos de fiscalización del poder publico y del
fortalecimiento del estado de derecho. Hay servidores públicos que han servido a la nación con
absoluta integridad y honradez. Algunos son evangélicos, la mayoría no. Dios está presente en
nuestra historia.

¿Qué hacemos? ¿Cómo podemos ayudar a hacer realidad el sueño que Dios tiene para
Guatemala?

Primero, tenemos que reconocer que tenemos poca experiencia en la gestión pública, y en como

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incidir en los procesos del gobierno. No sabemos como formular iniciativas políticas viables ni como
negociar su implementación. Los que articulan las políticas públicas no nos toman como
interlocutores calificados y serios. Es aleccionadora la experiencia de Perú. En estos últimos dos
años, los integrantes del Concilio Nacional Evangélico del Perú, Conep, participaron activamente y a
nivel ecuménico en la campaña por la creación de la Comisión de la Verdad y Reconciliación.
Ganaron esta batalla política y un pastor evangélico respetado y capaz llegó a integrar la comisión.
Hace poco hicieron público su informe. El proceso permitió a muchas iglesias tomar muy en serio
su propia historia de sufrimiento y empezar a construir bases sanas de reconciliación.

Luego, tenemos que construir una ética pública desde nuestros púlpitos, nuestras escuelas
dominicales y nuestros colegios. Tenemos que fomentar espacios de debate sobre ética, fé y
gestión pública. Tenemos que insistir en la fiscalización transparente y permanente del poder en
nuestras propias instituciones y también en el estado.

Tenemos que recuperar la memoria del papel jugado por los hermanos cuáqueros en la batalla
contra la esclavitud humana en el siglo 18. Tenemos que recuperar la memoria del papel jugado por
los hermanos metodistas en la batalla contra el trabajo infantil en el siglo 19. Tenemos que
recuperar la memoria del papel jugado por las iglesias en la batalla contra el apartheid en África del
Sur en este siglo. Pero ¿para qué ir tan lejos? También debemos recuperar la memoria del papel
jugado por nuestras mismas iglesias en la revolución de Octubre de 1944, y de la participación
decisiva de nuestros colegios en la campaña de alfabetización del gobierno de Juan José Arévalo.

También tenemos que integrarnos con humildad, energía y decisión en los espacios existentes de la
sociedad civil. No somos los primeros, ni los únicos que anhelamos que el ejercicio del poder
político sea para el bien común.

Por ser cristianos evangélicos, debemos participar en aquellos grupos comunitarios que buscan
asegurar la seguridad ciudadana. Especialmente debemos estar presentes combatiendo la ola de
violencia contra mujeres jóvenes en zonas marginales. Especialmente debemos estar exigiendo al
gobierno investigaciones serias de aparentes casos de limpieza social. Especialmente debemos
asegurar la seguridad física de los niños de la calle. Es que el Dios de Jesús, desde siempre, es el
Dios que protege a viudas, huérfanos y forasteros. El Dios de Jesús se ocupa de las desprotegidas,
de los excluidos.

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Por ser cristianos evangélicos, debemos participar en grupos defensores de los derechos humanos.
Por ser cristianos evangélicos debemos defender el pluralismo y la diversidad cultural. Es que el
Dios de Jesús se hace presente en la cultura y en la historia humana.

Por ser cristianos evangélicos debemos participar activamente en los grupos que luchan por la
transparencia en la gestión pública, combatiendo la corrupción. Por ser cristianos evangélicos
debemos luchar por la consolidación de un estado de derecho, debemos cumplir con los derechos
laborales, debemos pagar nuestros impuestos, debemos fomentar la participación ciudadana.

Y todo eso debemos hacer, no por ideologías partidistas, ni para ganar más adeptos para nuestras
iglesias. Tampoco lo debemos hacer para afianzar nuestra cuota de poder frente a otras
agrupaciones religiosas. Eso debemos hacer porque así es la Guatemala con la cual sueña Dios.

- Dennis A. Smith, coordinador


Pastoral de la Comunicación
c e d e p c a,
ciudad de Guatemala
17 octubre, 2003

El foro fue patrocinado por Voces Evangélicas de Reflexión, la Iglesia Evangélica San Juan Apóstol, el Centro
Evangélico de Estudios Pastorales en América Central (Cedepca), la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL),
y la Conferencia de Iglesias Evangélicas de Guatemala (Ciedeg). Se realizó en la ciudad de Guatemala el 17 de
octubre de 2003.

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