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El control del espacio marítimo fue sumamente importante, puesto que: por un lado,
era el medio principal de abastecimiento del gobierno virreinal que venía tanto de la
península como de Chile en los cuales llegaban los suministros necesarios para su
subsistencia alimenticia y bélica; por otro lado, fue el escenario principal de las
operaciones estratégicas bélicas y políticas entre las fuerzas realistas y los rebeldes,
puesto que de ahí se derivará la defensa de las costas del territorio y la difusión de
propaganda rebelde y conspirativa.
Sin duda, estas motivaciones no ocurrieron por pura casualidad, sino que residen en
momentos «picos» y álgidos del proceso de esta coyuntura que va desde la
preocupación de Abascal por la paralización del transporte marítimo, con ello el
comercio peninsular, por el hostigamiento de las incursiones marítimas de los rebeldes
(Timothy, 2003:165-167), que terminó en el vano reforzamiento de la armada naval y,
luego, en la prohibición absoluta de todo el comercio exterior para promover el
comercio de la nación (pág. 174), pero que continúan hasta su punto más crítico y
fulminante con la derrota realista en Maipú contra las fuerzas de San Martín durante el
gobierno de Pezuela.
Este último momento pico supuso la escena más dramática: la caída inercial tras las
continuas derrotas personales como oficiales del gobierno de Pezuela (pág. 184) y las
decisivas y controversiales maniobras de este virrey para activar el comercio, que
había sido paralizado a consecuencia de la pérdida de Chile, mediante la licencia del
libre comercio extranjero (págs. 185 y 188). Sin embargo, las incursiones, bloqueos y
ataques de los rebeldes se fueron haciendo continuos y mucho más fortalecidos, lo
que permitió la injerencia de propaganda rebelde alentando a diversos grupos sociales
marginados en todo un contexto conspirativo y el continuo desprestigio de Pezuela
(págs. 191, 202 y 215).