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Bioética y coronavirus, o la supervivencia del más fuerte

Alejandro Antón Castillo

Dadas las circunstancias sociales que estamos viviendo desde que estalló la pandemia
mundial de coronavirus, parece que los discursos sobre bioética han vuelto a ponerse sobre la
mesa cuando el bien común parece anteponerse a toda costa a las libertades individuales.

Pocos parecen ahora plantearse los tiempos necesarios para desarrollar una vacuna o si
esto implica investigar con ensayos de placebo en humanos. Temas que antaño desataban
airosas discusiones ahora se pasan de puntillas por temor a romper el fino equilibrio que nos
vemos obligados a establecer entre los preceptos básicos de la bioética y la lucha contra un virus
contra el que estamos dispuestos a sacar todas las armas que como especie seamos capaces de
fabricar.

Bajo este panorama uno se pregunta qué nos deparará el futuro pandémico. Un universo
distópico del mismo plantea la imposibilidad de vacunar al 100% de la población a un ritmo
adecuado como para evitar que surjan cepas resistentes a la vacuna antes de haber conseguido
inmunizar a todo el mundo.

Esto nos presentaría un futuro en el que la sociedad se divide en vacunados y no


vacunados como si de distintas castas sociales se tratara. ¿Quién quiere contratar un no
vacunado, cuando los vacunados te aseguran que jamás firmarán una baja por enfermedad o
cuarentena? ¿Podrán los no vacunados viajar a otros países con los mismos derechos que un
vacunado? ¿Qué haremos cuando todos nuestros amigos y familiares estén vacunados y quieran
ir a unos cines recién abiertos, pero nosotros, no vacunados, por miedo todavía a coger el virus
debamos negarnos a acompañarles?

A este respecto viene a mi mente la película Gattaca, que planteaba un dilema similar al
separa a la sociedad en dos castas; los nacidos por selección natural y los nacidos por selección
genética. En esta sociedad distópica los mejores trabajos estaban reservados a aquellas
personas que hubieran nacido con un genoma perfectamente seleccionado por un genetista,
mientras que los nacidos con todos los defectos que trae la selección natural, eran relegados a
los puestos más miserables de la sociedad.

Un panorama como éste nos resultaría imposible de imaginar en una sociedad moderna y
occidentalizada que alardea de encabezar el “progreso” humano como sociedad, cultura y
especie. Sin embargo, poco a poco, la realidad nos descubre cómo basta una pequeña molécula
de RNA vírico para desmontar ese castillo del progreso y abocarnos a un Titanic en el que
“sálvese quien pueda” acaba siendo el hilo de pensamiento más aireado, y donde, por supuesto,
sólo las clases altas tienen acceso a un bote “salvavidas”.

Con todo, parece evidente que esta idea de la segregación por clases a muchos nos
parecería más inhumana que aquello sobre lo que los comités de bioética se encargan de regular.
No obstante, después de vivir la pandemia por coronavirus, los hechos nos invitan a reflexionar
si, en ocasiones, la realidad no llega verdaderamente a superar a la ficción…

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