En este último recorrido por la historia de la formación sacerdotal hemos
podido comprobar cómo la Iglesia ha insistido en algunos elementos que considera fundamentales y a los que no puede renunciar. El primero es la conciencia de que una adecuada formación humana es condición y axioma para la vida cristiana. El segundo es la afirmación de la gracia como fuerza dinámica que permite realizar la plenitud de lo humano. Por ello, en un principio las dos dimensiones de la formación -humana y espiritual- aparecían intrínsecamente unidas, formando un sólo cuerpo, como sucede en la mayoría de los los documentos que hemos analizado.
La necesidad de profundizar en los aspectos humanos por la situación de una
inmadurez cada vez más acentuada, la prolongación de la adolescencia y la frágil estructura personal de los candidatos (influenciados por el medio, inhabilitados muchas veces para tomar decisiones y asumir responsabilidades definitivas, débiles afectivamente, faltos muchas veces de autonomía y con un marcado subjetivismo) ha hecho que la dimensión humana de la formación haya adquirido un puesto propio, y que su tratamiento se haya independizado de las otras dimensiones, aún guardando la unidad interna entre todas ellas: formación humana, espiritual, intelectual y pastoral.
Otro de los elementos irrenunciables es la doctrina sobre la capacidad del
sujeto para ser llamado al sacerdocio ministerial. La vocación divina es el requisito previo; junto a ella la libertad y la recta intención (ahora se habla ya comúnmente de las motivaciones desde las aportaciones de la psicología profunda). El tercer elemento es la idoneidad: la Iglesia recuerda que se ha de comprobar con datos objetivos y positivos, no basta con la ausencia de elementos negativos. Desde el punto de vista humano, la verificación de la idoneidad de los candidatos a nivel canónico se circunscribe a las dimensiones física, psíquica, intelectual y humano-moral (o de las virtudes humanas preferentes). Quien no posea estos elementos o muestre graves deficiencias, habrá de ser apartado del camino del sacerdocio. La decisión sobre la idoneidad del candidato debe estar envuelta de la suficiente certeza moral, fundada en razones objetivas. En caso de duda no se le admitirá a las órdenes. Pág. 220.
Ya no hay duda de que en la tarea formativa las ciencias humanas (psicología,
pedagogía y sociología) juegan un papel fundamental: su ayuda nos acerca a un conocimiento más aquilatado de los candidatos, nos permite ayudarlos mejor; mueven a una comprensión distinta de la disciplina y de las relaciones autoridad-formandos; promueven la participación de todos los que comparten el ambiente educativo; dan los instrumentos para un acompañamiento respetuoso y exigente de los seminaristas; proporcionan elementos objetivos para el discernimiento de la vocación.
Especial interés reviste el tema de la madurez afectiva ya que es el presupuesto
psicológico para la vivencia del celibato y la condición indispensable para una auténtica entrega generosa y gratuita a los demás. Reafirmando la doctrina tradicional sobre el celibato, las reflexiones de este periodo han ido encaminadas a resaltar los elementos positivos que esta elección puede aportar a la persona vocacionada: el celibato es un medio también para la realización personal en tanto que contribuye de manera especial a la elevación de la realidad psicológica del hombre a un plano superior. No significa en ningún sentido desprecio o ignorancia de la sexualidad o del matrimonio. Por lo mismo, esta elección precisa de un equilibrio físico, psíquico y moral suficiente.
El último aspecto que queremos resaltar es el de la selección y formación
adecuada de los formadores. Ha sido una insistencia permanente del Magisterio: la formación de los futuros sacerdotes depende en gran medida de la idoneidad de quienes están al frente de la comunidad educativa del seminario. El perfil del formador del seminario se configura desde los siguientes elementos: una suficiente experiencia pastoral, una adecuada preparación intelectual y práctica y una habilidad natural para la educación. Desde el punto de vista de una capacitación integral merece especial atención el conocimiento de la psicología y la pedagogía que le ayudarán a comprender mejor la realidad del educando y proveerán de instrumentos adecuados para la guía de la comunidad. La responsabilidad es de cada obispo, pero las Conferencias Episcopales deberían crear los institutos necesarios para facilitar esta preparación.