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Autor:
Ricardo Daniel Hulett Bencomo
Su respiración era muy agitada, acelerada, frenética; no sabía
lo que ocurría, solo sentía un gran peso sobre su cuerpo boca arriba,
sin embargo, eso no ocupaba toda su atención, en su mente la
prioridad era lo que sus ojos veían a lo lejos; en un fondo negro,
cubierto por destellantes luminarias más intensas que las estrellas en
el perfecto y no contaminado cielo nocturno, se ubica una borrosa
silueta blanca, al principio su forma era redonda, pero aquel ser; al
darse cuenta de que su respiración aumentaba el ritmo, también se
percató de que aquella forma difuminada cambiaba de forma, y se
acercaba rápidamente a su posición, la distancia que los separaba
de aproximadamente 50 metros, pero en pocos minutos sería de
unos pocos centímetros.
Abre los ojos, sus pupilas están dilatadas, exhala por la nariz y
su boca sin control, siente que poco a poco muere, puede percibir a
su espíritu escaparse muy lentamente, como los granos de sílice al
caer en un reloj de arena. Le quedan pocos minutos.
Lo que observa delante suyo apacigua su dolor, aunque no
disminuye su sufrimiento ni impide la huida de su alma. Se trataba
del ser humano más hermoso que ha visto, era una mujer que, dada
su naturaleza, en su mente desaparecieron las alarmas del
sufrimiento para etiquetarla como “endiabladamente bella”.
Con vos muy baja y tímida, sin ánimos de hacerla enojar, pero
no por miedo, sino por respeto y admiración, el ser de ojos cristalinos
dice.
Ella deja ver una sonrisa de felicidad que esta vez abarca una
parte de ambas mejillas, la belleza de aquel gesto fue deslumbrante,
tanto como la hermosura de luzbel antes de revelarse, mientras aún
era el ángel más hermoso y puro de la creación. Los dientes de la
mujer dejaron ver su blancura, contrastada por el rojo de sus labios.
–Tu sabes mejor que yo que esas fuerzas son muy grandes, tu
no podrías hacer nada, solo ponerlo todo en riesgo pese a tu buena
fe – dijo con voz seductora en un tono muy bajo sin quitarle la mirada
de sus casi transparentes y aún húmedos ojos azules.
Visto desde arriba, las alas del ángel reflejaban la luz de las
estrellas, pero no lo hacían como lo hace el metal, sino como la fibra
de carbono.
–La llamaban Mary, fue esposa del famoso Jack Cooper, una
gran acompañante y una excelente guerrera, pero hay otra igual, tan
pura como la primera, pero más poderosa aún, con más
determinación; es el alma nueva, y está dispuesta a dar…
–Ahora me perteneces.