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SEDUCIDA

POR EL APOCALIPSIS

Nisha Scail

(Serie Club Souless 2)


ARGUMENTO

Vive otra noche de romance y perversión en el Club Souless.


Veronique estaba dispuesta a todo para vengarse del capullo de
su ex; un ser inservible que se burló de ella, la desplumó y se tiró a su
propio padrino semanas antes de la boda. Pero lo que no esperaba
encontrar, cuando llevó a cabo aquella absurda invocación, era a un
hombre que podía competir con el mismísimo Adonis en apostura y
con el diablo en oscuridad… Uno que estaba dispuesto a concederle
su venganza a cambio de una semana al servicio de los Cuatro
Jinetes del Club Souless.

PRÓLOGO

Aquella tenía que ser la primera vez que lo invocaban o al


menos eso debía ser una convocatoria, no es como si la mujer
desnuda y sentada sobre sus talones en el suelo, con un libro abierto
en una de las manos y mirando fijamente el pentagrama dibujado en el
suelo pudiese llevar a otra interpretación. Y él estaba en el centro de
tal pentagrama.
No hacía ni dos minutos, se había enzarzado en una nueva
discusión con Gadiel por el irritante tema que los tenía a los cuatro
vinculados y encerrados en el Club Souless. El Jinete de la Muerte
estaba convencido sobre la posibilidad de encontrar a esa única
hembra que se sometería a los cuatro y les entregaría su alma y
corazón; el reciente éxito de Bahari con Lya había traído consigo una
esperanza en la que él no creyó… hasta ahora.
Sí, había sido contundente en sus palabras, de hecho estaba a
punto de acompañar su declaración con el puño cuando se encontró
mirando a esa mujer. Y por todos los demonios del infierno, que
aquello no era el Souless, ni siquiera Bahari podía tener tan mal gusto
decorando una habitación. Allí había suficiente color como para dejar
ciego a un ciego.
Entrecerró los ojos e intentó avanzar en su dirección pero por
algún motivo fue incapaz de abandonar el círculo dibujado con
¿carmín? en el suelo. Todo su cuerpo se tensó, no le gustaba estar a
merced de nadie, especialmente de una mujer mucho más pequeña
que él, con unos enormes e inteligentes ojos marrones y un delicioso
cuerpo de curvas llenas hecho para el pecado. Su rostro era el de una
hembra delicada, ingenua, podía ver como las mejillas se le teñían de
rubor, el mismo que pronto empezó a extenderse por su cuerpo
después de que sus ojos conectasen y ella comprendiese que él
estaba allí realmente.
La rapidez con la que intentó levantarse la hizo tropezar de
nuevo, sus pechos oscilaron al compás, pero fue el nido de rizos
castaños entre sus piernas el que atrajo su atención y encendió la
lascivia en su interior.
Gruñó. Todo su cuerpo se puso en tensión y sintió su propio
demonio interior gritando “mía”.
—Quieta, no tienes permiso para abandonar mi presencia —Su
voz sonó dura, profunda, con ese ligero acento del viejo mundo que
iba y venía. No le quitó los ojos de encima, no podía permitir que se
marchase, ella era lo que había estado esperando durante toda su
maldita vida.
Su respuesta fue instantánea, al escuchar su voz ella se
sobresaltó, se quedó inmóvil durante una fracción de segundo, sus
ojos abriéndose aún más, había temor en ellos pero también una
buena cantidad de curiosidad.
—¿Quién eres y cómo has conseguido traerme aquí?
Ella saltó una vez más ante el tono de su voz pero no dejó de
mirarle, parecía abrumada por su presencia, posiblemente incrédula
ante la posibilidad de que sus pinitos en hechicería hubiesen dado sus
frutos.
—¿He de suponer que no has entendido lo que he dicho? —
continuó. Ella no había abierto la boca, por lo que desconocía su
idioma. El hablar en inglés moderno era algo a lo que se había
acostumbrado con Lya alrededor de ellos el último año.
Su melena castaña se agitó en una rápida negativa. Bien, así
que le entendía. No dejaba de ser curioso que su desnudez no la
perturbara tanto como su presencia.
—Tu nombre, humana —preguntó por última vez—. Me estás
haciendo perder el tiempo y no es algo de lo que… disfrute.
Deslizó sus ojos por el desnudo cuerpo en un mudo recordatorio
que la hizo reaccionar. Un agudo chillido, seguido de un rápido giro le
permitió admirar una bonita espalda y un delicioso culo al que
empezaba a entrarle ganas de propinarle un mordisco. Su polla
empujó contra los pantalones mostrando su acuerdo.
La repentina privación de su cuerpo desnudo lo hizo gruñir, le
gustaba lo que había visto hasta el momento y ella acababa de
quitarle ese momento de placer. La idea de despojarla de la prenda y
doblarla sobre el banco de azotes le hizo la boca agua, ver como esa
delicada y blanca piel se iba calentando poco a poco mientras su sexo
se humedecía y la miel resbalaba entre sus muslos. Un nuevo tirón en
su entrepierna le mostró una vez más su acuerdo.
—Tú… tú no… tú no eres… no eres… una Erinia.
¿Erinia? ¿Esa minúscula humana había convocado a esas tres
intrigantes? No le sorprendía que hubiese terminado apareciendo él en
vez de esas tres brujas griegas.
—Creo que eso salta a la vista —aseguró con un resoplido.
Ella se llevó las manos a la cabeza, introdujo los dedos en su
pelo y tiró de él como si le fuese la vida en ello.
—¡Mierda! —la oyó mascullar—. Fue el sauco, estoy segura…
me pasé con el sauco… Tenía que haberle puesto dos cucharaditas,
solo dos… no derramar la mitad del bote.
Sus ojos marrones volvieron a mirarle, calibrando sus
posibilidades a juzgar por la manera en que lo recorría de pies a
cabeza.
—Tú ni siquiera tienes serpientes en la cabeza… ni cuernos…
pareces un jodido ángel… —gimió al tiempo que se giraba por
completo hacia él—. ¿Dime que no he convocado a un jodido ángel? A
no ser que hagas trabajitos de venganza… ¿Los haces? Estoy
necesitada ahora mismo de alguien que sepa de venganzas… las más
terribles… quizá un buen sarpullido en sus partes… O que se le caiga
la polla a pedazos, eso también estaría bien… Ese cabrón hijo de puta
se largó con mi dinero… ni siquiera puedo devolver el vestido… ¡Arg!
¿Dónde están las Furias cuando las necesitas? Megara o Alecto me
habrían venido que ni anillo al dedo… pero no, me pasé con el saúco y
mira lo que aparece.
Impresionante, pensó cuando ella terminó de hablar para coger
aire, de entre todas las mujeres existentes en el universo iba a tocarle
una chalada.
—Dudo que el saúco haya tenido nada que ver al respecto —
declaró un poco cansado—, y alégrate de que no fuesen ellas las que
respondiesen a tu llamada…
Se mordió brevemente el labio inferior, sus enormes ojos
marrones parecían estar a punto de echarse a llorar.
—Pero las necesito…
¿Es que esa mujer no entendía lo que era una advertencia?
—No, no las necesitas —declaró sin dejar de mirarla.
Ella dio un nuevo paso adelante y observó el pentagrama en el
suelo y luego a él.
—¿Y quién diablos eres tú, por cierto? —preguntó entonces. Su
mirada se encontró con la suya—. Eres demasiado mono para ser un
demonio vengador… ¿Un ángel?
Su boca se torció en una irónica sonrisa, aquella tenía que ser la
conversación más absurda que había visto nunca.
—No soy un demonio… vengador… ni tampoco un ángel… en el
sentido estricto de la palabra —le dijo sin darle más datos.
Ella ladeó la cabeza y entrecerró los ojos.
—Así que ni siquiera voy a poder tener mi venganza —resopló
con cansancio—. Soy una estúpida… ¿Ves? La idiota de Veronique
que ni siquiera es capaz de hacer una invocación a derechas. Y
mientras, ese hijo de puta estará por ahí disfrutando de mi dinero y
follándose otra vez a mi padrino… ¡A mí padrino! ¡Por qué tienen que
pasarme estas cosas a mí! No era suficiente que me dejase plantada,
no… tenía que follarse al pobre Richard… Aunque bien mirado, él no
parecía estar pasándolo tan mal… Cabrones… haría cualquier cosa, lo
que fuera porque ese cabrón pagase cada una de las cosas que me
ha hecho.
Sus inconexas palabras no tenían el menor sentido para él, pero
si había algo que comprendía y lo hacía a las mil maravillas.
—¿Cualquier cosa? ¿Lo que fuera? —repitió sus propias
palabras al tiempo que se cruzaba de brazos.
Ella lo miró y dejó escapar un profundo suspiro.
—No es como si tuviese algo más que perder —declaró con un
ligero encogimiento de hombros—. En estos momentos me
conformaría con que le diese diarrea durante un mes, se le llenase la
piel de ronchas y oh, sí, un fantástico sarpullido en su polla… o que se
le secaran las pelotas… eso también me serviría… Dejarlo impotente
de por vida... sí, ya puedo saborearlo…
Una involuntaria sonrisa curvó sus labios.
—Eso no sería un problema —aceptó. Si había algo de lo que
sabía, eran las plagas y las enfermedades que las acompañaban.
Sus palabras atrajeron de nuevo su atención y por un momento
vio una luz de esperanza en sus ojos.
—¿Puedes hacer eso?
Tras barajar sus posibilidades, alzó la barbilla y la contempló.
—Puedo hacer muchas cosas, Veronique.
Un nombre daba mucho poder a aquel que lo pronunciaba y
ahora, él sabía el suyo. Sus palabras atrajeron su atención, su mirada
sostuvo la suya mientras daba un nuevo paso hacia delante y se
acercaba al círculo de poder.
—¿Y podrías hacer que le diese diarrea?
Su pregunta sonó tan esperanzada que le dieron ganas de reír.
—¿Un herpes en la polla?
Quien iba a pensar que la delicada y diminuta muchacha podría
llegar a ser tan… interesante.
—¿En serio ibas a pedirle eso a las Erinias?
Ella se lamió los labios.
—¿Es que no se puede?
Bufó, vaya una pregunta.
—Me parece que su idea de venganza va un poco más allá de
unas cuantas molestias cutáneas.
Ella hizo una mueca, pero no se amilanó, por el contrario dio un
nuevo paso adelante, lo suficientemente cerca para que pisase sin
saberlo el círculo de poder. Sonrió interiormente.
—Dime, pequeña Veronique —insistió al tiempo que la recorría
con la mirada—. ¿Qué estás dispuesta a ofrecer a cambio de tu
venganza?
Su bata se había aflojado y podía ver la cima de sus cremosos
senos, pero eran sus ojos marrones y vibrantes los que reclamaron su
atención cuando respondió con voz firme.
—Cualquier cosa —aseguró con total sinceridad—. Bueno,
menos matar a alguien… me niego a matar a alguien o derramar
sangre, de cualquier tipo, animal incluido. Por eso no quise hacer ese
otro hechizo, pedían sangre de conejo… Puaj, con ver la sangre ya me
mareo…
La interrumpió, su cuerpo reaccionaba a su proximidad,
excitándose, cada célula de su cuerpo la reclamaba como suya… Era
ella, no podía tratarse de otra cosa, era ella… su elegida.
—Siete días —declaró en voz alta—, sométete durante siete
días a los Jinetes del Souless y tendrás tu venganza.
Ella frunció el ceño.
—Err… ¿Jinetes? Um… Define el concepto de someterse, por
favor —pidió sin dejar de mirarle—. Y si ya me das también una cifra
aproximada… de… ya sabes… los Jinetes…
Sus labios se curvaron al tiempo que extendía la mano hacia ella
y para su sorpresa la aferraba de los dedos para hacerla entrar en el
círculo con él.
—Me obedecerás, cumplirás con cada uno de mis deseos y
obrarás de igual manera con los otros tres jinetes —declaró rodeando
su cuerpo con un brazo—. Y a cambio serás complacida, atesorada…
y al término del contrato, tendrás tu venganza. ¿Aceptas?
Ella se lamió los labios y se estremeció.
—Ni siquiera sé cómo te llamas —murmuró como si aquello
fuese algo importante.
Se llevó sus dedos a la boca y le besó una por una la yema de
los dedos.
—Respondo a muchos nombres, muchacha —aseguró sin
desviar su atención de lo que estaba haciendo—, pero para ti solo
existirá uno si aceptas mis términos.
Ella intentó retirar los dedos, pero no se lo permitió.
—¿Cómo sé que puedo confiar en ti?
Él expuso lo obvio.
—No lo sabes —declaró—. Como tampoco sabías si podrías
confiar en aquellas que querías convocar. Dime, pues, Veronique,
¿estás dispuesta a someterte a los Jinetes del Souless durante los
próximos siete días a cambio de tu venganza?
No le pasó por alto la duda en sus ojos, casi podía escuchar
trabajar su cerebro, pero no podía obligarla, ella y solo ella podía darle
la respuesta, de otra forma, no podría romper la maldición que pesaba
sobre ellos.
—¿Siete días?
Él asintió.
—Siete días.
Tomando una profunda respiración asintió.
—De acuerdo, acepto —dijo con firmeza—. Lo que sea por ver a
ese hijo de puta lleno de pústulas o urticaria.
Sus manos se deslizaron entonces por su cuerpo, la mantuvo
apretada contra él y le sujetó el rostro con la mano para que no
pudiese evadir su mirada.
—No te preocupes, cariño, sin duda has invocado al hombre
perfecto para ello —declaró con sorna—. Como te dije, se me conoce
por muchos nombres, Peste es otro de ellos… pero tú me llamarás
señor o maestro a partir de ahora.
Ella abrió la boca pero no emergió de ella más que balbuceos.
—Pe… ¿Peste? —se las ingenió para decir—. Peste como en…
Oh, mierda… Has dicho Jinetes, ¿verdad?
Él se rio sin más y la mantuvo inmóvil mientras bajaba la boca
sobre sus labios.
—Sí, muchacha, Peste, como en los Cuatro Jinetes del
Apocalipsis.
Sin darle opción a replicar poseyó su boca y probó el pecado en
el que pensaba yacer los próximos siete días.

CAPÍTULO 1

Veronique debería haber preguntado primero que entrañaba


exactamente el “cualquier cosa” que le había dado al Jinete. Si el
hecho de haber convocado a ese hombre no era suficiente malo, el
lugar a dónde la había traído y en el que había aceptado pasar toda
una semana, lo sería.
Sarkis. Prefería ese nombre al otro que la había dejado helada y
sin aire en el mismo punto en el que estaba. Peste. Uno de los cuatro
Jinetes del Apocalipsis. ¡En qué mierda se había metido! ¡Solo era una
profesora de escuela! Sus alumnos se reirían de ella hasta el Juicio
del Día Final si supiesen la clase de desquiciada tenían por maestra.
Pero entonces, ¿quién iba a decírselo? Ella no, estaba claro. Y no es
como si alguien más supiese de su afición al esoterismo y toda esa
parafernalia. Si tenía que ser sincera consigo misma, ni siquiera pensó
que aquello daría resultado, su intención había sido la de convocar un
ángel vengador… ¿Y qué le enviaban? A uno de los Jinetes del
Apocalipsis. No estaba muy puesta en el cristianismo como para saber
si esos cuatro entraban en la categoría de ángeles de algún tipo. Y si
lo hacía, seguro eran caídos… muy, pero que muy caídos. A ras del
suelo.
Y allí era dónde estaba ella ahora mismo, a ras del suelo,
arrodillada sobre la moqueta de un vestidor, porque no encontraba
otro nombre para aquel cuarto lleno de estanterías y barras de armario
de las que colgaban toda clase de indumentarias y sí, también
disfraces. Él la había traído allí nada más desvanecerse, si podía
llamársele así al hecho de dejar su salón y aparecer en medio de lo
que parecía alguna clase de club de alterne.
Su primer vistazo a la sala en la que aparecieron la dejó
estupefacta, no tanto por la ropa o escasez de ella que llevaban sus
ocupantes, sino por los gritos y gemidos que se elevaban por doquier,
así como el restallido del látigo que creyó ver al fondo de la sala. Decir
que se había quedado mortalmente pálida había sido quedarse corta.
—Respira —le había susurrado él al oído. Su voz parecía incluso
divertida—. Es más divertido y menos aterrador de lo que ahora
mismo te parece.
¿Divertido? ¡Divertido mi trasero!
Quizás fue porque empezó a hiperventilar y ponerse azul, el
caso es que la sacó de aquella habitación cagando leches para
meterla en esa otra dónde le pidió que se arrodillara y permaneciese
así mientras él elegía su ropa.
Ah, ese hombre sí sabía moverse, por no hablar de lo bien que
le sentaba la ropa hecha de cuero. Los pantalones se pegaban a sus
glúteos moldeando un perfecto culo y unas larguísimas piernas,
incluso la camisa de seda negra que llevaba prácticamente abierta y
dejaba ver su torso le quedaba bien y no desentonaba con el resto de
su atuendo. El largo pelo blanco le caía por la espalda en una perfecta
y lisa coleta, empezaba a preguntarse si sería tan suave y sedoso
como parecía.
Se estremeció, ¿por qué diablos estaba pensando en aquellas
cosas? Debería estar pensando mejor en cómo salir de allí y no en
cómo se sentiría si él se la follase.
Admítelo, Ver, no eres más que una maestra de escuela y él
es… Un Jinete del Apocalipsis que tú misma has convocado.
Oh, sí, iba a ir derechita al psiquiátrico.
—Estás muy callada, Veronique —pronunció su nombre con una
cadencia que la hizo estremecer. Su mirada buscó la suya y lo vio de
espaldas a una de las estanterías, con una prenda de color azul
colgando de su brazo y el otro en la cadera—. ¿Arrepentida ya de
haber sellado el pacto?
Que decirle… ¡Síiiiiiiiiiiii! ¿Deja que me largue y no oirás mi
nombre jamás en la vida? Entonces la imagen de su prometido
pegándose el lote con su padrino cruzó por su mente y la rabia y la
humillación volvieron a resurgir.
—¿Cumplirás con tu parte? —preguntó. Quería que lo hiciera.
Quería que le enviase sarpullidos, pústulas, la peste si era posible y no
contagiaba a nadie más. Quería que se le cayesen los miembros a
pedazos, empezando por su diminuta polla, quería…
—Lo tengo, lo tengo, dulzura —se rio él haciéndola consciente
de que todo aquello lo había dicho en voz alta—. Y sí, cumpliré con mi
parte siempre que tú cumplas con la tuya.
Y esa era permanecer en el Club Souless y obedecer a cada uno
de los cuatro Jinetes que allí moraban durante los próximos siete días.
—Estoy aquí y todavía no he salido huyendo, eso debería decirte
algo —comentó con un ligero encogimiento de hombros.
Con aire despreocupado, si es que aquel adjetivo podía dársele
a un hombre de metro noventa y siete, se acercó a ella y le indicó con
un dedo que se levantase.
—Levántate.
¿Y dónde estaba el por favor? Mejor no preguntar. Su voz era lo
suficiente firme y profunda como para que obedeciese en el acto. Pero
la realidad era que la velocidad y ella no se llevaban bien, sus pies
encontraron la forma de enredarse de tal modo que cayó hacia delante
aterrizando, de manera absolutamente bochornosa, con el rostro
pegado a la más que obvia erección que lucían los pantalones de
cuero. Su gemido de mortificación se unió a un profundo gruñido
masculino antes de que las manos del hombre la cogiesen por debajo
de las axilas y la levantase de golpe como si no pesara absolutamente
nada.
Sus ojos se encontraron y todo lo que quería hacer era que se
abriese la tierra bajo sus pies y se la tragase y evitar así echarse a
llorar.
—Lo… lo siento… —musitó, sabía que su cara debía estar
compitiendo ahora mismo con un semáforo en rojo, pues la sentía
arder—. Quizás debiese haberte advertido que la psicomotricidad no
es uno de mis puntos fuertes.
Él no la dejó hasta que estuvo seguro de que no volvería a
aterrizar en el suelo, o al menos eso pensó al ver que tardaba en
soltarla.
—A partir de ahora, responderás ante mí y ante los demás
Jinetes dirigiéndote a nosotros como señor o maestro —la instruyó. Su
mirada se clavó en la suya con absoluta tranquilidad—.
¿Comprendido?
Asintió vigorosamente.
—Sí.
Él arqueó una ceja ante su respuesta y se vio obligada a tragar
saliva y rogar “no me mates” antes de añadir el trato que él deseaba.
—Sí… er… señor —respondió. Su voz salió casi como un
graznido.
Aparentemente satisfecho, la soltó y recogió la prenda de cuero
azul del suelo y se la tendió. El vestido, si es que podía llamársele así,
consistía en un trozo de tela sin mangas lo suficientemente corta como
para que se le viesen las nalgas a pesar de su altura. El traje era de
una sola pieza, parecía como si no les hubiese llegado la tela para
todo el vestido y se habían limitado a poner un parche de cuero sobre
un pecho y una tira ancha en el otro que bajaba de forma vertical
cubriendo únicamente el ombligo para abrirse y rodear las caderas. La
espalda era totalmente transparente hasta un par de dedos por debajo
del nacimiento de las nalgas.
—No puedes hablar en serio —jadeó al ver el modelito.
Pero a juzgar por la mirada en sus ojos marrones, el hombre no
bromeaba en absoluto.
—¿No tienes otro que sea… de mi talla?
Sus ojos se entrecerraron al tiempo que la cogía de la barbilla
con un par de dedos y le alzaba el rostro.
—Permíteme que te ponga al corriente de cuáles son las
consecuencias de la desobediencia, la impertinencia y empujar
demasiado a tu Maestro —le dijo al tiempo que le acariciaba la mejilla
con el pulgar—. Si no respondes de la forma correcta, pueden pasar
dos cosas, que se te llame la atención y se te corrija o se te discipline.
El castigo siempre será acorde a la infracción.
Ella tragó con fuerza, la palidez empezó a cubrir su rostro.
—Si me pones una sola mano encima con algo más duro que
una pluma, se rompe el trato —declaró con respiración acelerada—,
por no mencionar que te devolveré el golpe y si me animo, hasta
puede que te deje eunuco.
Para su completa sorpresa él sonrió.
—Sin duda va a ser toda una experiencia domesticarte,
profesora —aseguró con buen humor. Le acarició el labio inferior con
el pulgar y finalmente la soltó—. Nadie va a golpearte, Veronique, no
de esa manera… Somos Dominantes, no maltratadores… hay una
clara línea que nos distingue a unos de otros. Nosotros cuidamos de
nuestras sumisas, de sus necesidades, buscamos su bienestar, que
superen sus miedos, sus complejos… Ningún Dom le pondrá jamás la
mano encima a una sumisa, ya sea su esclava a tiempo completo o
simplemente en el dormitorio con agresividad o para causarle dolor. El
código del BDSM es Seguro, Sano y Consensuado y te aseguro que ni
Bahari ni ninguno de los Maestros del Souless permite que se dañe a
ninguna mujer u hombre que penetre nuestras puertas.
Ella se lamió los labios.
—BDSM —repitió sus palabras empezando a comprender ahora
lo que había visto a su llegada al club. Bondage, Dominación,
Sumisión, Masoquismo. Conocía las siglas, incluso había hecho algo
de investigación sobre ello en internet curiosa por aquella parte de la
sexualidad que podía parecer prohibida o depravada.
Tenía que concederle un punto a ese hombre, pues no la
presionaba, aunque diablos si no la asustaba como el demonio con
todo lo que le estaba diciendo.
—Respira, profesora —le dijo una vez más al tiempo que se
colgaba el vestido azul del hombro—, y no dejes volar tu imaginación
antes de tiempo. Pregunta todo aquello que necesites saber, no te
guardes nada al respecto, estamos aquí para cuidar de ti y tus
necesidades. Cualquiera de los Jinetes estará más que encantado de
responder a tus preguntas y aclaras y hacer desaparecer tus dudas.
Ay dios, ¿en qué lío se había metido? Una semana en ese Club,
un Club de BDSM lleno de criaturas que no deberían existir o que eran
consideradas mitos y partes de leyendas y ella había aceptado hacer
“cualquier cosa” con tal de conseguir su venganza. Y tal parecía que
ese cualquier cosa se resumía en ser la esclava sexual de ese hombre
y sus compañeros.
—Vamos a tener que hacer algo con respecto a tu respiración,
profesora —le aseguró al tiempo que daba un paso atrás—. Si te
pones azul cada vez que hablo, tendremos un problema.
Abrió la boca para responder y decir algo, pero las palabras se le
atascaban. Cerró los ojos, respiró hondo y lo intentó de nuevo.
—Sí me das estos sustos cada dos minutos, es normal que me
quede sin respiración… er… señor —replicó añadiendo en el último
momento el trato adecuado.
Sus labios se estiraron en esa curiosa sonrisa.
—Buena chica —le dijo al tiempo que le revolvía el pelo. Al
instante tomó el vestido del hombro y se lo lanzó obligándola a cogerlo
al vuelo—. Ahora, quítate tu ropa y ponte ese vestido.
Antes de que pudiese decir algo al respecto, él se giró y recorrió
con la mirada el resto de las estanterías hasta encontrar lo que
buscaba. Unas bonitas sandalias de tacón de aguja que se ataban al
tobillo con un lazo. El tacón podía ser utilizado como arma defensiva
sin mucho problema.
—Ah, no, ni hablar —declaró mirando aquellos tacones de
vértigo—. No sé andar sobre eso, me romperé una pierna, eso seguro.
Él la miró de nuevo, con aquella actitud arrogante y supo que le
había faltado algo a su frase.
—Me caeré como la Torre inclinada de Pisa, señor —insistió
aferrando el vestido contra sí.
Tras un momento de vacilación, asintió y ante su estupefacta
mirada, los tacones de las sandalias se redujeron.
—¿Mejor así, profesora?
No contestó, sencillamente no podía. Esperaba que de un
momento a otro empezase a darle vueltas la cabeza.
—Tomaré eso como un sí.

Sarkis contuvo las ganas de reír al ver a la diminuta humana


azorada y a punto de salir corriendo. Sin duda estaba asustada, el no
saber exactamente dónde se había metido y las recientes revelaciones
que él le había entregado la llevaron al borde. Recorrió su cuerpo con
la mirada y se relamió de anticipación, era perfecta, con curvas
suculentas y un genio todavía dormido que estaba seguro saldría a la
luz con fuerza en algún momento. No podía esperar a verla
explosionar, disciplinarla iba a ser todo un desafío del que disfrutaría
inmensamente. Pero por lo pronto, tenía que ir con cuidado, no quería
asustarla y su mirada cuando aparecieron de nuevo en el interior del
club fue suficiente para saber que había quedado en shock.
La bata en la que se había envuelto en el momento en que lo vio
en el salón de su casa, después de invocarle se envolvía con fiereza
alrededor de su cuerpo, la mantenía tan ceñida que sus pezones
apuntaban ya contra la tela totalmente erectos.
—¿Um? ¿Y la ropa interior? —Su pregunta salió en un tono de
voz tan bajo que de no ser por su buena audición, ni la habría
escuchado.
Pasó por alto la falta de añadir “señor” a su pregunta y dio un
paso hacia ella, para tomar el lazo de la bata y desanudarla.
—No la necesitarás —aseguró deshaciéndose de la lazada para
luego abrírsela y resbalarla por sus hombros sin más miramientos—.
Ahora, ponte el vestido, Veronique a no ser que prefieras conocer al
resto de los Jinetes del mismo modo en que me conociste a mí.
Aquella sutil amenaza pareció suficiente para ella, en un abrir y
cerrar de ojos se había colado el vestido y luchaba para subirse sola la
cremallera que cerraba la espalda. Tal y como había sospechado, sus
pechos quedaban perfectamente presionados contra la tela, el cuerpo
del vestido se pegaba a su cuerpo moldeándolo y la falta le ceñía las
caderas dejando muy poco a la imaginación.
Después de un momento luchando sin éxito con la cremallera,
resopló, bajó los brazos y le miró.
—¿Podrías subirme la cremallera, por favor? —pidió, sus
mejillas teñidas de rojo—. Err… señor.
Le indicó con un gesto que se diese la vuelta y se tomó unos
momentos para admirar como la tela transparente dejaba su espalda
al descubierto hasta el nacimiento de sus nalgas, el cuero azul de la
falda se pegaba a su culo permitiendo una brevísima visión de la parte
inferior de sus glúteos, que seguramente se alzaría cuando caminase.
Se lamió los labios de anticipación, estaba arrebatadora, realmente
digna de ellos. Cogió la cremallera entre los dedos y ancló su mano
libre a la cadera femenina antes de subirla del todo.
—Preciosa —le susurró al oído. Su boca lo suficientemente
cerca para que su lengua le acariciase la oreja.
Le aferró la cadera con ambas manos y la atrajo hacia él,
pegando su redondeado trasero contra su henchido sexo. Su erección
no había disminuido ni un poco desde el momento en que la vio y supo
que era ella, la única, suya.
—Tendremos que darte un trabajo mientras estés aquí —
continuó calentándole la oreja con su aliento—. Algo que te mantenga
entretenida cuando ninguno de nosotros esté disponible para…
entretenerte.
Ella tembló contra su cuerpo, mientras sus manos se deslizaban
ahora hacia el frente, subiendo por sus costillas hasta terminar
ahuecándole los pechos y alzándoselos a un tiempo.
—Dependiendo del día, encontrarás que el Club cambia su rol —
le explicó—, una vez a la semana se celebra un cóctel con lo más
variado de nuestros clientes ese día servirás las copas… ¿Crees que
puedes servir unas bebidas, profesora?
La oyó tragar, su cuerpo se había puesto rígido en cuanto la tocó
pero empezaba a relajarse y actuar como él esperaba que lo hiciera,
excitándose. Podía sentir ya sus pezones cada vez más duros contra
sus palmas mientras le masajeaba los pechos.
—Sí… señor —musitó—, pero no me hago responsable si los
vasos acaban por salir volando en algún momento de la noche.
Le mordió el lóbulo de la oreja con suficiente presión para que
diese un respingo.
—Si eso ocurre, Zhair estará más que encantado de disciplinarte
—le aseguró lamiendo ahora el punto que había mordido—. Por lo
pronto, creo que podrías empezar con él en la cocina… A no ser que
prefieras acompañarme en el Club y tomar tu primera clase de
“contención del orgasmo”.
Ella se estremeció una vez más ante sus palabras, incluso gimió.
—Necesito una sumisa para la demostración —continuó sin
piedad—. ¿Quieres ofrecerte voluntaria para el puesto?
Casi de inmediato saltó de sus brazos, todo su cuerpo temblaba,
su respiración hacía que sus pechos subiesen y bajasen encerrados
en el magnífico y sexy vestido que llevaba puesto.
Se lamió los labios y le mostró los zapatos.
—¿Me permites, profesora?
La vio vacilar, su mirada recorrió la habitación buscando la
puerta por la que había entrado como si quisiese asegurarse que tenía
una vía de escape próxima en caso de necesitarla. Dejando escapar
un profundo suspiro, enderezó los hombros y caminó hacia él
dispuesto a sacarle los zapatos. Él los quitó de su alcance.
—No —la reprendió—. Dame uno de tus pies, puedes
sostenerse apoyándote en mí si lo necesitas.
Bufó y no pudo por menos que sonreír, la profesora se estaba
exasperando.
Con movimientos rápidos y diestros desató la hebilla de las
sandalias y esperó a que ella obedeciese. Al ver su vacilación, la miró
de nuevo con una obvia advertencia en su mirada que ella reconoció
al momento. Por fin, le entregó su pie derecho con un nuevo bufido.
Sonriendo para sí, le acarició el empeine con un dedo mientras
le aferraba el tobillo con la otra mano, sintió como se estremecía y se
le ponía la carne de gallina; así que ahí tenía un punto sensible, era
bueno saberlo. Tomándose su tiempo, le masajeó suavemente el
miembro, deteniéndose en sus dedos para finalmente colocarle la
sandalia y cerrar la hebilla. El otro pie obtuvo el mismo ritual hasta que
por fin la tuvo completamente vestida, calzada y temblando de deseo.
—De acuerdo —se levantó con pereza y la contempló de arriba
abajo satisfecho con su obra—. Es hora de que conozcas a otro de los
Jinetes del Souless, profesora.
Sí, pensó mientras la conducía fuera del vestidor, la semana iba
a ser endiabladamente divertida.

CAPÍTULO 2

Zhair no sabía que le sorprendía más, si el tener una hembra en


su adorada cocina o que la hembra en cuestión resultase ser la única
mujer que estaba destinada a romper con la maldición que mantenía a
los cuatro jinetes atados al Souless. Y para colmo, era humana. Tal
parecía que el Club estaba teniendo una repentina oleada de
humanidad entre sus asistentes, y no era que se quejara, le gustaban
las mujeres de cualquier tipo, mientras tuviesen un par de buenas
tetas y un coño caliente y húmedo, él se conformaba.
Sin embargo, esta profesora como la había presentado Sarkis,
distaba mucho de ser algo “caliente y húmedo”, incluso en ese
adorable vestido azul de piel que se pegaba a su cuerpo como una
segunda piel, tenía algo de bibliotecaria. La forma en que a menudo
tiraba de la falda para cubrirse las nalgas desnudas o cruzaba los
brazos para ocultar la forma en que le marcaban los pechos hablaba
por sí sola. No era una mujer acostumbrada a la clase de perversiones
que se llevaban a cabo en el Club y eso solo la hacía más apetecible.
Si de algo disfrutaba y mucho, era de aleccionar a las recién llegadas.
Su compañero se había presentado en sus dominios privados
hacía poco más de media hora, cogiéndole en medio de una discusión
con los otros Jinetes y Lya, la sumisa de Bahari. La muchacha había
sido puesta a cargo de Gadiel mientras el Ángel de la Muerte salía del
Club para hacer una de sus nuevas rondas. La belicosa muchacha
amaba a su Maestro con todo el alma y el corazón, algo que se veía a
simple vista, quizás por eso mismo le daba la suficiente confianza al
hombre como para dejarla con ellos.
Sonrió al recordar la mirada azorada en el rostro de la recién
llegada cuando su acompañante la presentó a los hombres,
especialmente cuando le señalaron a Gadiel. El Jinete había estado
torturando los pechos de Lya durante un buen rato, y en aquel preciso
instante los amasaba por encima del brevísimo top que llevaba
mientras la sumisa se retorcía en su regazo y gemía por lo bajo. El
rubor en sus mejillas pronto se extendió al resto de su cuerpo, sus ojos
habían pasado de la sorpresa a la curiosidad antes de bajar la mirada
avergonzada y pasar al siguiente.
Para todos había sido una sorpresa ver a Sarkis volver con ella
apenas unos minutos antes. El hombre había estado hablando con
Gadiel y él mismo en el Club y en un abrir y cerrar de ojos se había
esfumado en el aire. La sorpresa inicial había conducido a la posterior
psicosis, todos ellos sabían que no podían abandonar el club, estaban
vinculados eternamente a esas cuatro paredes hasta que apareciese
la única mujer que pudiera amarlos y someterse a sus deseos.
Durante unos breves instantes barajaron la posibilidad de que Ella
fuese la culpable de la desaparición de Peste, pero entonces Bahari
los llamó a la tranquilidad y les dejó a Lya para que se entretuviesen
mientras, según sus propias palabras, Sarkis llegaba a un acuerdo con
la mujer que los liberaría. La reunión que los había metido a todos en
su cocina, había saltado de un tema a otro sin orden ni concierto,
todos estaban ansiosos por saber si lo que había dicho el Ángel de la
Muerte era cierto y quien sería ella; si hubo algo en lo que coincidieron
todos, era que la “profesora” que llegó con Peste no era en absoluto lo
que ellos tenían en mente.
Por no mencionar que lo último que él esperaba, era que su
amigo vistiese a la muchacha con su color favorito y se la dejara en las
manos con la excusa de que los demás hoy tenían turno en el Club.
—A ver si lo he entendido bien —le había dicho después de que
todos ellos abandonasen sus dominios—. ¿Quieres que la tenga
conmigo en la cocina mientras preparo los menús para el Club? ¿Has
perdido la cabeza?
El jinete de ojos marrones y largo pelo blanco se había encogido
de hombros al tiempo que la señalaba a ella, sentada en un taburete
de la isla al otro lado de la cocina.
—La habría puesto directamente a servir mesas, pero su
reacción al ver el ambiente del Club cuando llegamos me dice que no
está preparada todavía para ello —había sido su respuesta—.
Además, excepto tú, todos nosotros tenemos vigilancia en el la sala
principal. Gadiel y yo incluso tenemos función en las mazmorras, por
no hablar que Gad tiene que vigilar al mismo tiempo a Lya hasta que
vuelva Bahari.
Él había mirado entonces a la muchacha sentada frente al
mármol de la encimera. Su mente la había recreado casi al instante
tumbada sobre la misma, cubierta de sirope como un delicioso sorbete
que podría degustar en cualquier momento.
—Y me la mandas a la cocina —se las había ingeniado para
decir.
La respuesta de su compañero había sido tan absurda que no
tenía la intención de pensar siquiera en ella. Hasta dónde todos
sabían, ella había realizado alguna especie de invocación indefinida
para convocar a alguien que le sirviese de mediador en su venganza
contra el hijo de puta que la había dejado plantada dos días antes de
la boda y que aún encima la desplumara. A cambio de concederle su
revancha, Sarkis le ofreció permanecer en el Souless durante siete
días y someterse a los deseos de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis.
—Así que… Veronique —comentó deteniéndose al otro lado de
la isla desde dónde podía examinarla a una prudente distancia y
ocultar al mismo tiempo la dura erección que empujaba ya contra su
pantalón. No es que le molestase que ella la viese, por el contrario,
antes de que terminase el día la habría visto, tocado, probado y habría
estado enterrada unas cuantas veces en su interior.
Ella alzó sus ojos claros y ladeó la cabeza.
—Sí, soy Veronique —respondió en voz baja, suave y
ligeramente temblorosa a pesar del desafío que intentaba establecer
—. ¿Y tú quién vienes siendo de los cuatro chalados?
Él sonrió, tenía que darle crédito a la muchacha, ella solita podía
quitarse el traje de bibliotecaria. Adoptando un tono de voz de mando,
clavó la mirada en sus ojos haciendo que ella se sobresaltase sobre el
asiento. Ah, una preciosa sumisa era lo que tenía allí.
—Imagino que Sar te ha puesto al corriente sobre la forma
correcta de dirigirte a nosotros, pero si no, permíteme que te ilustre —
declaró con firmeza, sin dejarla bajar la mirada—. Me llamarás señor o
Maestro Zhair y me mirarás a los ojos cuando lo hagas a menos que
yo te indique lo contrario, ¿he sido claro, mascota?
La vio jadear, esos bonitos labios abriéndose en una delicada
“o”. Empezó a preguntarse a qué sabría, su piel era blanca y cremosa
como el chantillí y prometía ser igual de deliciosa.
—Con un “sí, señor”, me conformaré ahora, mascota —le
aseguró inclinándose un poco hacia delante.
La vio tragar, un pequeño relámpago de emoción cruzó sus ojos
antes de oírla musitar.
—Sí, señor.
Él asintió.
—Buena chica —le dijo al tiempo que se enderezaba y relajaba
un poco el tono para ella—. Pues bien, Veronique… diría que el único
verdaderamente chalado de los cuatro es Gadiel, ya sabes el tío que
sobaba las tetas de esa pequeña sumisa, pero te sugeriría que no se
lo dijeses a él. Para ti soy el Maestro Zhair, en otras esferas o en tu…
mundo… me conocen como Hambre.
Ella abrió los ojos con cierta sorpresa, entonces deslizó la
mirada sobre el mobiliario de la cocina y terminó de nuevo sobre él.
—Debí suponerlo… señor —respondió. Entonces se lamió los
labios—. Er… el señor… Sarkis… er… ¿Maestro?
No pudo evitar sonreír ante la ternura que le inspiraba.
—Cuando hables de nosotros a otra persona, te dirigirás a
nosotros como Maestro y nuestro nombre —la instruyó.
Ella asintió, aunque no parecía muy convencida.
—El Maestro Sarkis dijo que podría echarte una mano… —
explicó con un suspiro—, así que si tienes algo con lo que pueda
empezar… Pelar patatas, ¿quizás?
¿Pelar patatas? Tubo que morderse la lengua para no reírse
ante la sola sugerencia.
—En realidad, el menú para mañana ya está terminado —le dijo
con lo que esperaba fuese un tono distendido—, pero puedes
ayudarme a decorar… el postre.
Se lamió los labios y pareció pensárselo durante un instante,
entonces asintió.
—De acuerdo, señor —respondió con un ligero asentimiento.
Después de todo, puede que su presencia resultase más
entretenida de lo que había pensado en un momento.
—En ese armario que tienes detrás de ti, están las bases del
bizcocho, tráelas a la mesa —la instruyó.
La vio girar en la silla, buscando el armario, entonces bajó al
suelo e hizo lo que le pidió. En un momento tenía dos enormes bases
de bizcocho cuadrado puestas en la mesa una al lado de la otra y ni
siquiera se percató de su cercanía.
—Vamos a cubrir una de ellas con crema de chantillí y la otra
con chocolate —le dijo ahora moviéndose por detrás de ella, rozándole
el culo con la mano al moverse hacia otro armario o utilizándola a ella
como apoyo para inclinarse a abrir alguno de los cajones—. ¿Crees
que podrás hacerlo?
Sus ojos claros lo miraron como si acabase de insultar su
inteligencia.
—Creo que por el momento sé poner una capa de crema en una
base de bizcocho, señor —respondió con cierto retintín.
Se rio y se inclinó sobre ella, cubriendo su espalda con su pecho
y resbalando la mano por debajo del vestido para acariciarle el culo
desnudo.
—No pongo en duda tu capacidad para hacerlo, dulzura —le
susurró al oído al tiempo que le lamía la oreja y le apretaba una nalga.
Entonces le dio una palmada y sin retirar la mano le señaló dos
cazuelas tapadas que había a unos pasos de ella encima de la mesa
—. Empieza, si consigues terminar el trabajo sin verter nada por fuera
o embadurnar la mesa, te daré un premio.
La notó ponerse rígida una vez más bajo su contacto, su polla se
frotaba ahora contra la parte baja de su espalda mientras se moví a un
lado para dejarla hacer. Su mano sin embargo, permaneció en su
trasero.
—De acuerdo, empecemos con la crema de chantillí —le dijo y
tomando una chuchara la hundió en la crema y se la ofreció a ella—.
Prueba.
Ella vaciló, parecía incapaz de hacer nada sin pensarlo antes
bien; chica inteligente. Entonces abrió la boca y permitió que le
introdujese la cuchara.
—¿Y bien?
Tragó y lo miró.
—Está buena.
Su sonrisa se volvió ligeramente ladina y sin pedir permiso, bajó
la boca sobre la de ella y la arrasó con la lengua, probando por sí
mismo la crema en su boca. Su cuerpo se puso rígido, por un
momento incluso subió las manos para alejarle pero la detuvo.
—No —la reprendió—. Las manos sobre la mesa, mascota.
Ella apretó los labios y volvió a poner las manos sobre la mesa.
—¿Voy a tener que pasar por esto con cada uno de vosotros? —
masculló en voz baja.
Su mano cayó sin previo aviso sobre sus nalgas desnudas
haciéndola dar un respingo.
—¿Cómo tienes que llamarme? —le dijo a modo advertencia.
Ella se mordió el labio inferior.
—Señor —siseó.
Su mano frotó suavemente la zona que acababa de golpear.
—Recuérdame el pacto al que has llegado con el Maestro Sarkis
—le dijo sin dejar de mirarla—. Someterte a cada uno de los Jinetes a
cambio de tu venganza contra el humano que te robó y te dejó
plantada en el altar, ¿no es así?
Ella reclinó los dientes, sus ojos empezaron a brillar por unas
incipientes lágrimas.
—Sí, señor —musitó.
Él asintió, tomó su barbilla y se la giró hacia él pero ella no le
miraba.
—Mírame, Veronique —pronunció su nombre a propósito.
Ella lo hizo, una lágrima se deslizaba ya por su mejilla.
—No vamos a hacerte daño, ¿de acuerdo? —le habló con
suavidad—. Ninguno de nosotros te lastimará ni te hará nada para lo
que no estés preparada o no quieras hacer… Si crees que en algún
momento hay algo que no deseas, o el juego se vuelve demasiado
para ti y quieres que pare pronuncia la palabra “Apocalipsis” y todo se
detendrá, ¿de acuerdo?
Una segunda lágrima siguió a la primera.
—Eso… ¿Eso es lo que se conoce como palabra de seguridad?
—preguntó con voz suave.
Vaya, así que la pequeña sumisita no estaba tan desinformada
como parecía.
—¿Has practicado antes el estilo de vida?
Ella sacudió la cabeza con energía.
—Sí, es una palabra de seguridad —le dijo al tiempo que le
limpiaba las lágrimas con el pulgar—. Pero solo para cuando las cosas
se pongan realmente difíciles para ti, no quieras alguna cosa o pienses
que no puedes sobrellevarla… Insisto en que nadie te va a hacer
daño, ¿entiendes?
Asintió y ahora parecía más serena.
—¿Qué se supone tienes que decir?
Una mueca curvó sus labios.
—Sí, señor —declaró con un resoplido.
Sonrió a su pesar, empezaba a encontrarla también divertida.
—Buena chica, ahora, ¿qué tal si me demuestras que tal se te
da poner la cobertura a los bizcochos?
Su rostro decía claramente lo que podía hacer con sus
bizcochos, pero su boca permaneció cerrada mientras cogía una pala
para untar de la mesa y se inclinaba sobre esta para poder proceder
con su nueva tarea.

Había ido a dar al infierno y aquello era el Apocalipsis.


Por segunda vez desde su llegada a aquel extraño lugar en lo
que suponía fueron horas antes, se encontró maldiciéndose a sí
misma y a su propia estupidez por haber recurrido a un hechizo de
invocación. ¡Si ni siquiera esperaba que funcionara! ¡Todo lo que
quería era sacarse de encima la frustración, la sensación de haber
sido burlada y engañada, de ser una novia plantada en el altar! Y en
vez de eso había terminado cayendo directamente en el infierno, uno
muy sensual y con cuatro tíos buenos dispuestos a liarse con ella bajo
sus propios términos.
Señor, ¿qué diablos le pasaba? Debería estar dando botes de
alegría, su ex no le llegaba a ninguno de ellos cuatro a la altura del
ombligo y menudos cuatro. Si Sarkis ya la había dejado sin aliento
cuando lo vio en el centro del círculo de invocación, los otros tres
hombres que acababa de presentarle no eran menos impresionantes.
Se había quedado sin palabras en el mismo instante en que entró en
la cocina y los vio sentados en la isla, uno de ellos acogiendo en su
regazo a una bonita rubia a la que le sobaba los pechos sin pudor
alguno. Entonces su acompañante la había dejado un instante para
hablar con el mismo hombre que ahora no le quitaba las manos del
jodido culo mientras que le daba órdenes sobre cómo aplicar la
maldita cobertura al bizcocho.
Quería gritar, o mejor aún, meterle la espátula por el culo.
Respira, Ver, respira, es como estar en una de las clases de
primaria, sí, esa clase de fieras en las que tuviste que hacer las
prácticas. Míralos de igual manera, no son más que niños grandes con
su nuevo juguete… Uno que empezaba a cansarse de decir si señor
como si fuera un soldado del ejército.
—Extiéndela más por ese lado, así, que quede uniforme —le
murmuró una vez más al oído, su mano seguía masajeándole el
trasero, sus dedos incursionando demasiado abajo, acariciando ya sus
húmedos pliegues desde atrás.
¡Cómo podía estar tan condenadamente mojada! Oh, sí,
espera… El hijo de puta de Sarkis la había abochornado y calentado
cada vez que deslizaba las manos por su cuerpo cuando la obligó a
ponerse ese maldito vestido, y entonces la había dejado allí, como un
trozo de carne para que babearan con él y la mirada ardiente de esos
tíos la había excitado solo para que aquí el señor “soy un chef de
postín” no dejase de tocarla y acariciarla mientras vertía en su oído
esa voz profunda y sexy.
Oh, dios… ¿En qué mierda se había metido? ¡Ella era una
profesora de escuela no una bailarina de Burlesque o exótica! Ni
siquiera el hijo de puta con el que iba a casarse la había puesto jamás
tan caliente como lo hacían estos hombres y con tan solo mirarla.
—Estás pensando demasiado, dulzura —escuchó de nuevo su
voz en el oído, su aliento le calentó la oreja mientras su lengua se
deslizaba por el arco haciéndola estremecer—, puedo escuchar los
engranajes de tu mente y no estás poniendo atención a tu trabajo.
Ella apretó los dientes. No saltes, no saltes.
—Quizás pudiese prestar atención si no estuvieses sobándome
el culo, señor —Ah, mierda. Había saltado.
Una sonora carcajada llenó la cocina y se sonrojó. Justo lo que
le hacía falta, ser una comedia andante.
—Al fin la gatita empieza a sacar las uñas —ronroneó en su oído
al mismo tiempo que sus dedos entraban en contacto con su sexo y
hundía uno de ellos en su prieto canal haciéndola jadear y ponerse de
puntillas—. ¿Mejor así? Ahora ya no te estoy sobando el culo.
Gimió, la sensación de tenerle en su interior era tan excitante
como vergonzosa. No le conocía de nada, era un completo
desconocido y le estaba permitiendo tocarla de una manera que…
¡Oh, señor! Tuvo que morderse el labio para no dejar escapar un
fuerte gemido, él no se contenía lo más mínimo.
—Sí, creo que eso está mucho mejor —continuó ronroneando en
su oído—, pero no hemos avanzado gran cosa con la cobertura de
chantillí, no estás poniendo la atención que deberías.
Apretó los dedos alrededor de la espátula hasta que los nudillos
se le pusieron blancos, se había alzado sobre los dedos de los pies
para escapar de él pero todo lo que había conseguido era que la
penetrase más hondo si volvía a su posición inicial.
—Nena, de verdad, se trata de servir el bizcocho en porciones,
no desmenuzarlo —se rio él adelantando la mano para retirar la suya,
la cual se había hundido en el borde y el bizcocho aparecía ahora
desmenuzado entre sus dedos.
Jadeó y dio un paso atrás solo para apretarse aún más contra él
y permitir que el movimiento aumentase la penetración de su dedo. El
gritito que emitió la mortificó todavía más.
—Shh —la calmó obligándola a poner de nuevo las manos sobre
la mesa, inclinándola hacia delante para tener un acceso total y
absoluto a su trasero—. Suave, caramelito, yo también estoy deseoso
de empalarme en ti, pero vayamos por partes, ¿huh?
Sacudió la cabeza, podía sentir como la humedad resbalaba por
sus muslos mientras él la follaba con el dedo.
—Eres una cosita sensible, ¿eh? —insistió sin dejar de
atormentarla con sus palabras. Entonces untó uno de los dedos en la
cobertura y se lo acercó a los labios—. Abre la boca y chúpalo.
¡Morderle! ¡Eso era lo que quería! ¡Hincarle los dientes! Pero en
vez de eso gimió cuando él se salió de ella solo para volver a entrar
ahora con dos dedos.
No pudo evitarlo, abrió la boca para coger aire y él le metió el
dedo, obligándola a paladear la crema.
—Usa tu lengua —le dijo sin dejar de moverse entre sus piernas
—, quiero saber que puedes hacer con esa boquita tuya. ¿Qué me
harías si fuese mi erección la que tuvieses entre tus labios?
Y para hacer hincapié en sus palabras, frotó la dura polla contra
su cadera.
—Porque yo sé lo que te haré cuando ponga mi boca sobre ese
prieto, caliente y mojado coñito —le susurró moviendo su dedo en su
boca, buscando su lengua—. Te comeré entera, te lameré hasta
dejarte seca y succionaré hasta que grites pidiendo más.
Sacudió la cabeza, no quería escucharle, no quería oír nada
más. Lo succionó en su boca, lamiéndole como si fuese un sabroso
caramelo, descubriendo su propio sabor mezclado con el del chantillí.
Casi sin ser consciente de ello se encontró alzando las caderas para
salir a su encuentro de sus penetraciones, gimiendo alrededor de su
dedo son desesperación mientras el bizcocho que tenía delante se
convertía por obra y gracia de sus manos en pudin.
—Así, preciosa, eso es, déjate ir, no te reprimas —la animaba
con sus palabras—, sí… así… Déjame ver quien hay realmente debajo
de esa máscara de maestra de escuela… ven, sométete al placer…
déjate ir, deja atrás todas las inhibiciones.
No, no, no, no. Su mente no dejaba de gritar que fuese sensata,
podía sentir las miradas de todo el mundo sobre ella después de que
anunciase la cancelación de su boca, su rostro cuando se enteró que
el hijo de puta la había desplumado… “Eres tan previsible, tan
cándida. Cualquiera puede jugártela, incluso un niño de cinco años”.
Aquellas amargas palabras no dejaban de atormentarla, podía oírlas
una y otra vez, ver su rostro satisfecho mientras ella se encogía por el
dolor y la humillación y entonces escuchó también la voz de su ex
jadeando aquella maldita tarde en la que se lo encontró montando a su
padrino de bodas. No, no volvería a dejarse engatusar de aquella
manera, nadie volvería a tomarle el pelo de esa manera, sería quien
quería ser, disfrutaría de lo que quería disfrutar y a la mierda todo lo
demás.
—Vuelves a pensar demasiado, Veronique —escuchó su voz
interrumpiendo sus pensamientos—, y me ofende que pienses en
cualquier cosa mientras yo estoy aquí.
Sin darle tiempo a responder, retiró los dedos de su ardiente y
dolorido sexo dejándola vacía y con una necesidad abrumadora. Sus
labios se movieron y las palabras emergieron antes de que ella
pudiese decir nada al respecto.
—¡No! —gimió con un lloriqueo—. Por favor…
Necesitaba terminar, ya le daba lo mismo tener que suplicar.
Solo quería que la hiciese llegar, alcanzar el bendito orgasmo de una
jodida vez.
—Shh —la tranquilizó con suaves caricias.
Su cuerpo giró hacia el suyo y su boca se encontró siendo
saqueada por una insistente lengua al tiempo que unas codiciosas
manos se anclaban a sus caderas y la subían a la plancha metálica de
la mesa. El frío en contraste con el horrible calor entre sus piernas la
hizo gritar. Su lengua se enredó en la suya, chupando y succionando,
exigiendo lo mismo que entregaba y antes de darse cuenta se
encontró con los brazos alrededor de su cuello, ahogando los sollozos
en su boca y aferrándose a él como si fuese su última tabla de
salvación.
—Shh, ya, pequeña, ya —le escuchó por encima de sus propios
sollozos. Estaba llorando a moco tendido y no podía hacer nada para
evitarlo—. Llora todo lo que necesites, déjalo salir…
Y lo hizo, no supo por cuanto tiempo estuvo llorando, acunada
entre sus brazos, pero lloró hasta que las lágrimas y los recuerdos
quedaron por fin atrás.

CAPÍTULO 3

El desgarrador llanto había remitido hasta quedarse en


pequeños y espaciados hipidos, a Zhair no le había quedado otra que
sentarse y acunarla en su regazo mientras daba rienda suelta a toda la
pena, la desesperación y el dolor que llevaba almacenado en su
interior. Si Sarkis todavía no se había decidido a darle su lección a ese
cabrón, él con gusto se ofrecería voluntario para hacerle padecer lo
que la humanidad no había visto todavía sobre la tierra.
Ninguna mujer debería llorar de aquella manera, ninguna
persona debía sentirse tan mal como para desear que el mundo se
terminase o dios no lo permitiera, pensar en quitarse la vida. Él podía
sentir el hambre de afecto que existía en su interior, la cruda
necesidad de ser valorada, querida y maldijo en voz baja a aquellos
que no habían sabido hacerlo.
Veronique era una mujer dulce por naturaleza, había
vislumbrado el genio que se ocultaba bajo su traje de maestra de
escuela, pero más allá de todo ello, existía una mujer pasional, una
hembra que quería ser deseada y tratada con deseo, ser dominada en
la cama, pero nunca anulada y si de algo sabía él o cualquiera de sus
compañeros de Apocalipsis, era de dominación.
—Espero que Sark te haya dicho que va a verter toda clase de
plagas sobre ese hijo de puta —le dijo un rato después, cuando ella
dejó de estremecerse—, porque si no lo ha hecho todavía, tendrás
más de un voluntario dispuesto a hacerlo.
Ella parpadeó y alzó la mirada hacia él. Sus ojos estaban
enrojecidos, su nariz colorada pero había cierta tranquilidad en sus
pupilas, como si se hubiese quitado por fin un peso de encima.
—Lo hará si me quedo los siete días y… me someto a vosotros
cuatro —murmuró con voz acuosa—, señor.
Le apartó el pelo del rostro y se lo remetió tras la oreja para
poder ver bien su rostro.
—Bueno, está claro que la repostería no es lo tuyo, pero lo
otro… tienes aptitudes para ello, sumisita —le aseguró con un guiño
antes de indicar la mesa ante ellos con un gesto de la barbilla—. Creo
que al final van a tener pudin de postre.
Ella se mordió el labio inferior, sus mejillas se calentaron aún
más.
—Lo siento, señor —murmuró en voz baja, entonces añadió—.
Pero es culpa tuya.
Aquello lo hizo sonreír, la pequeña sumisa no había perdido su
espíritu.
—No debes culpar a tu maestro de tu falta de contención,
dulzura —se burló—, pero por esta vez estás perdonada, debí
aprender primero tus reacciones antes de meterte directamente en la
cocina.
Ella no dijo nada al respecto, se limitó a bajar la mirada y
removerse incómoda en su regazo.
—Todavía nos queda la plancha de chocolate —murmuró en voz
baja.
Sus labios se curvaron en una divertida sonrisa. Posó un dedo
debajo de su barbilla y se la alzó.
—Mírame siempre que te dirijas a mí y utiliza el trato correcto.
Se lamió los labios, sus mejillas se sonrojaron aún más.
—Dije que todavía nos queda la plancha de chocolate, señor.
La recorrió con la mirada, sentada en su regazo, con la falda
subida por encima de las caderas le permitía un vislumbre de su vello
púbico y la humedad brillando entre sus muslos, sus pechos se
aferraban a la tela con los pezones totalmente erguidos y duros, listos
para ser degustados a placer.
—Sí —aceptó lamiéndose sus propios labios al tiempo que la
empujaba ya hacia el suelo—. ¿Te he dicho ya como me gusta comer
el chocolate?
Ella se mordió el labio inferior y sacudió la cabeza, entonces
respondió como correspondía.
—No, señor —le dijo un poco menos cohibida con él—. No me lo
has dicho.
Él asintió, se levantó y la miró de arriba abajo.
—Quítate el vestido, súbete a la mesa y te mostraré
exactamente cómo.
Con las manos atadas por encima de la cabeza con un paño de
cocina, las caderas a la altura del borde de la mesa de modo que le
colgasen las piernas, las cuales habían sido atadas también para que
las mantuviese separadas y totalmente desnuda, Veronique se sentía
como una ofrenda pagana encima de un altar en vez de en la mesa de
trabajo del cocinero del club Souless. Zhair había hablado muy enserio
cuando se refería al chocolate, el hombre se estaba tomando su
tiempo para untarlo con un pincel en cada parte estratégica de su
cuerpo, deteniéndose allí dónde creía que hacía falta una generosa
capa. Todo su cuerpo vibraba de impaciencia, las cerdas del pincel
sobre sus pezones habían sido una tortura, tenía el cuerpo en llamas,
necesitado de la liberación que antes le había sido negada. Cuando se
centró en sus muslos y en su sexo creyó morir, el chocolate estaba
caliente, no tanto como para que pudiese quemar, pero lo suficiente
como para que notase la diferencia… ¡Si no terminaba de una maldita
vez con aquella tortura iba a enloquecer!
—Señor… por favor… —terminó por claudicar y suplicar—.
Necesito correrme… por favor…
Le oyó chasquear la lengua y un instante después estaba junto a
su cabeza, deslizando el pincel con la cobertura de chocolate por sus
labios.
—Un poquito de paciencia, pequeña sumisa, toda obra de arte
lleva su tiempo, incluso las culinarias —le aseguró al tiempo que le
daba un pequeño beso en la mejilla—. Además, estamos esperando a
alguien…
¡¿Cómo?! Todo su cuerpo se tensó en el mismo instante en que
oyó la puerta de la cocina abriéndose.
—Ah, precisamente estábamos hablando de ti —vio como Zhair
se giraba hacia el hombre que acababa de entrar por la puerta—. Le
estaba diciendo a la pequeña sumisa que no era el único que disfruta
con la cobertura de chocolate sobre la base adecuada.
—Sin duda, ella es un lienzo de lo más apetitoso ahora mismo.
Veronique se congeló, aquella voz… Era él, el hombre del pelo
multicolor, el que había estado sobando los pechos de la mujer rubia…
¿Cómo era su nombre?
—Gadiel —respondió el aludido con una divertida sonrisa. Ella
se sonrojó aún más sus mejillas ardían cuando él confirmó su
pensamiento con palabras—. Sí, cielo, acabas de preguntarlo en voz
alta.
Zhair se rio por lo bajo y alzó el pincel después de dar el último
toque sobre uno de los pezones.
—Ya está —declaró al tiempo que observaba su obra con orgullo
—. Realmente dulce y apetitosa.
El recién llegado se inclinó entonces sobre ella, quedando a la
altura de sus labios y la miró a los ojos. Su rostro era igual de atractivo
o más que el de su compañero, pero había algo más profundo y eterno
en sus ojos.
—¿Tienes tu palabra de seguridad, cariño? —le preguntó sin
dejar de mirarla.
Ella asintió, las palabras se habían esfumado de su boca.
—Dímela —insistió.
Ella se lamió los labios y notó el chocolate pegado a ellos.
—Apocalipsis.
Él asintió y miró hacia abajo, dónde Zhair se relamía ya ante la
visión que tenía entre sus piernas.
—Bien —continuó mirando ahora sus labios—, cuando sientas
que es demasiado o que ya no puedes más, no dudes en pronunciarla.
Antes de que ella pudiese decir algo o hacer alguna pregunta, el
hombre bajó sobre su boca, le lamió los labios y hundió la lengua en
su interior. Al contrario que los otros dos Jinetes que la habían besado,
Gadiel era mucho más tierno, igual de intenso, eso sí, pero parecía ir
con mucho más cuidado, como si temiese lastimarla. Su sabor era
también más especiado, algo que no era capaz de explicar con
palabras, su beso la relajaba a la par que la excitaba. Y entonces otra
boca encontró el centro de su placer, la lengua pasó alrededor y a
través de su sexo, lamiendo con fruición, chupando al tiempo que
emitía gruñidos de placer.
—Deliciosa —escuchó la voz de Zhair antes de que este
volviese atacar su seco con denotada hambre.
Jadeó, los sonidos que emitía su boca quedaron ahogados por la
del otro hombre, su lengua se enlazó con la de ella una y otra vez,
seduciéndola, animándola a devolverle lo que le daba y aumentando
de ese modo el insoportable calor en su interior.
Podía notar unas manos masculinas aferradas a sus caderas,
entonces su boca fue liberada y el poco aire que pudo recuperar tras
su beso quedó ahogado cuando Gadiel bajó ahora sobre uno de sus
pezones y lo succionó con glotonería.
Su espalda de arqueó involuntariamente, el paño con el que le
habían atado las manos se tensó cuando tiró de él inconscientemente,
al igual que pasó con el que retenía sus tobillos, su cuerpo estaba en
llamas, la necesidad brotaba de su cuerpo como lo hacían los jugos
que resbalaban de su sexo y eran recogidos por la hambrienta boca
de Zhair. Demasiado pronto su mundo empezó a hacerse pedazos, ya
no sabía quién era quien ni qué hacía cada uno, todo en lo que podía
pensar, todo lo que podía gritar era por la liberación y esta llegó en el
más potente de los orgasmos que había sentido en toda su vida. Su
amante seguía lamiéndola entre las piernas mientras temblaba y
jadeaba presa del orgasmo, Gadiel hacía otro tanto en sus pechos
aumentando la sensación agónica que amenazaba con lanzarla
debajo de la mesa.
En un momento dado, la lengua que le torturaba el henchido
sexo desapareció, las manos que aferraban sus caderas bajaron para
desatarle los tobillos antes de volver a tirar de ella hasta el borde de la
mesa, dónde quedó con el culo prácticamente en el aire, sujeta
únicamente por las manos que le aferraban las caderas. Sus brazos
se habían estirado al límite y Gadiel se había hecho a un lado,
lamiéndose los labios para permitirle ver la dura e hinchada polla de su
amante frotándose ahora contra su sexo.
—¿Puedes con un poco más, sumisita? —se burló Zhair, pero
no lo decía con sorna, por el contrario, había cierta nota cariñosa,
como si ella le importase.
—Recuerda que tienes la palabra de seguridad —le dijo también
su compañero acariciándole ahora el pelo—. Si es demasiado para ti,
pronuncia “apocalipsis” y nos detendremos. ¿Lo has comprendido,
Veronique?
Asintió, o creyó hacerlo, todo lo que podía hacer era ver la
potente erección embadurnándose una vez más en sus jugos antes de
sentir como presionaba contra su entrada.
—Espera… yo no… —gimió. Había dejado de tomar la píldora
después de todo lo ocurrido y no es como si hubiese tenido tiempo de
ocuparse otra vez de ello.
Los dedos de Gadiel llamaron su atención al acariciarle el rostro.
—No hay ninguna posibilidad de que te contagiemos nada,
cariño, y mientras estés en el Souless, no hay la más mínima
posibilidad de dejarte embarazada —le aseguró—. Considera al club
como un enorme y poderoso anticonceptivo.
Ella tragó. No sabía si debía creerle, por otro lado, no parecía
mentir… y joder, estábamos hablando de los Jinetes del Apocalipsis…
y ella era solo una humana… Eso era como hablar de…
¿interespecies?
—Limítate a disfrutar, sumisita.
Aquello era el fin de la discusión, la dura erección penetró en su
sexo con extrema suavidad y volviéndola loca en el acto. No podía
negar que estaba bien dotado, mucho mejor de lo que lo había estado
el hijo de puta de… ¿cómo se llamaba? Dios… no podía ni
acordarse… eso tenía que ser una buena señal. Era como estar en la
gloria, se sentía repleta, completa y absolutamente repleta.
—Señor… —jadeó echando la cabeza hacia atrás.
Oyó una suave risita en su oído.
—En estos momentos, creo que apreciaría que lo llamases por
su nombre, no te castigará por ello —la animó Gadiel antes de
descender el mismo sobre sus pechos y empezar a succionar uno de
sus pezones mientras tironeaba del otro con los dedos.
—¡Zhair! —gimió cuando lo sintió completamente alojado en su
interior. No podía pensar, se sentía demasiado sobrepasada por todo.
—Dios, eres perfecta —gimió él—. Húmeda, apretada y
caliente… Un bendito regalo.
Aferrando sus caderas empezó a salir solo para volver a entrar
después con suavidad, sus piernas colgaban por encima de los brazos
masculinos abriéndola por completo y permitiéndole una mayor
penetración.
Pronto se encontró jadeando su nombre, gritando incoherencias
y lloriqueando mientras él la empalaba con su polla, llenándola y
estirándola, haciéndola gozar de una forma que nunca antes había
conocido. La succión en sus pezones incrementaba las sensaciones y
no tardó mucho en sentir como un nuevo orgasmo la barría por
completo, dejándola laxa y con la garganta en carne viva.
No estaba segura de quien le desató las manos, apenas si fue
consciente de alguien pasándole un paño húmedo por el cuerpo para
quitar los restos del chocolate antes de que la envolviesen con una
tela.
—¿Un mantel? —se rio el hombre que la sostenía en brazos.
El otro se echó a reír a su vez.
—Estás en una cocina, Gad, ¿qué esperabas? —respondió este.
Entonces le sintió inclinarse sobre ella y besarla suavemente en los
labios—. Gadiel va a encargarse de ti, sumisita y luego podrás dormir.
Ella no respondió, se limitó a acurrucarse contra aquel calor y
suspirar. Dormir era una buena idea, sí, dormir era la mejor de las
ideas.
—Creo que le gusta la idea —continuó riéndose Zhair.
Su compañero la miró.
—Me temo que lo que le gusta es la idea de dormir.

CAPÍTULO 4

Despertarse y que un tío imponente te trajera el desayuno a la


cama era el sueño de cualquier mujer, si ese hombre era uno de los
Jinetes del Apocalipsis, el sueño podía convertirse rápidamente en la
más bizarra de las pesadillas.
Cuando abrió los ojos su primer pensamiento fue que todo lo
sucedido había sido producto de su calenturienta imaginación, la
traición de ese capullo unido a la respuesta de aquellos que
consideraba sus amigos la había dejado fuera de combate, pero tuvo
que desechar la idea tan pronto reconoció el pelo multicolor y los ojos
claros del hombre que permanecía cómodamente sentado en una
butaca al lado de la cama.
Se limitó a mirarla, deseándole unos buenos días al ver que se
fijaba en él, el sonrojo había cubierto inmediatamente sus mejillas y no
dudó en subirse la sábana hasta la barbilla al recordar la forma en la
que se habían “conocido”.
Se levantó con pereza, sus labios curvados en una indescifrable
sonrisa, sus pasos lo dirigieron a una mesa auxiliar que formaba parte
del caro mobiliario del dormitorio e indicó una bandeja de desayuno
que esperaba con las cosas tapadas.
—¿Tienes hambre?
Le recorrió con la mirada, desde la punta del pelo hasta los
impecables zapatos italianos, su aspecto era pulcro y elegante, la
camisa blanca realzaba el tono de su piel y contrastaba a la perfección
con el pantalón negro de pinzas que llevaba. Tragó saliva y se obligó
en deslizar la mirada a la bandeja del desayuno, en esos momentos
necesitaba una dieta más… terrenal. Ignorando el quejido silencioso
de su sexo, el cual se humedeció al instante animado por sus
pensamientos y la repentina sequedad en la garganta, se incorporó
lentamente en la cama para descubrir que no estaba desnuda, aunque
la prenda que llevaba puesta no era que dejase mucho a la
imaginación. Un camisón blanco totalmente transparente a excepción
una cinta de raso cubriéndole poco más que los pezones y otra
ocultando el triángulo de vello entre sus piernas y parte de sus nalgas
era la indumentaria de la que había sido víctima en algún momento de
la noche.
—Err… ¿Qué hora es? —preguntó apretando la sábana contra
ella. Recorrió la habitación con la mirada hasta que localizó la puerta.
Al menos sabría por dónde salir corriendo en caso de necesitarlo.
—En el Souless no hay lo que tú llamarías el concepto del día y
la noche, el tiempo no es lineal —le dijo al tiempo que cogía la bandeja
de encima de la mesa y la llevaba a la cama, colocándola en su
regazo—. Pero si quieres guiarte por el mundo humano, todo depende
del hemisferio al que perteneces.
Ella frunció el ceño ante la bizarra explicación.
—Bueno, tu amiguito se presentó pasada la media noche —le
soltó con un resoplido—. Y a juzgar por el tiempo transcurrido desde
entonces… y lo que quiera que haya dormido…
—Alrededor de las doce de la mañana —declaró arrebatándole
la sábana de las manos para doblarla pulcramente contra el hueco de
la bandeja y sentarse a continuación al su lado en la cama—. Has
dormido lo que necesitabas.
Abrió la boca para decir algo, pero él la interrumpió indicándole
la bandeja que tenía sobre las piernas.
—Puedes seguir hablando mientras desayunas, gatita —le dijo y
no parecía dispuesto a aceptar un no por respuesta—. La verborrea no
tiene por qué privarte de la comida, Zhair se tomaría como algo
personal el que no disfrutes de un buen desayuno.
Ante el nombre del hombre con el que había compartido uno de
los mejores momentos de su vida se sonrojó hasta la médula. Su
mirada bajó a los platos tapados y empezó a levantar las cubiertas
para descubrir sus opciones. El aire se le quedó atragantado en la
garganta cuando reconoció lo que debía ser “su pudin” con un aspecto
inmejorable, unos deliciosos bollos con glaseado de chocolate, junto
con una variada macedonia de fruta, tostadas francesas, sirope, zumo
de naranja natural y una taza de café con leche en la que habían
dibujado una hoja. Podría acostumbrarse a esta clase de atenciones
todos los días.
—Es imposible que pueda comerme todo esto yo sola —jadeó
mirando el perfecto desayuno, entonces lo miró a él—. ¿Quieres?
Como respuesta, tomó uno de los bollos glaseados y le dio un
mordisco, saboreándolo para luego bajar sobre ella y tomar su boca.
Su sabor era una mezcla del chocolate que acababa de probar y
especias, sin pretenderlo terminó gimiendo en su boca.
—¿Qué tal? —le dijo con una mirada pícara—. ¿Quieres más?
Oh, diablos, sí. Pensó al tiempo que su cabeza actuaba por
propia voluntad y asentía. Pero lo que él hizo fue acercarle el bollo que
había probado a la boca para que pudiera darle un mordisco… ¡Ella
quería otro beso!
Conformándose con aquel otro pecado, abrió la boca y mordió el
dulce y cremoso bollo, el chocolate se derritió en su lengua mientras el
bizcocho se deshacía lentamente; estaba delicioso.
—Dios, ese hombre sí sabe cocinar —murmuró al terminar de
tragar—. Pensé que estaba de farol.
Una clara y profunda risa inundó la habitación y sacudió la cama.
—A no ser que desees ser castigada, gatita, yo no insinuaría tan
cosa ante Zhair si fuese tú —le dijo al tiempo que la recorría con la
mirada—, y empieza a acostumbrarte a llamarle Maestro cuando
hables de él con otras personas, o “mi señor” si te resulta más sencillo.
Aquello hizo que se diese cuenta de algo.
—Err… perdón, creo que se supone que a ti también tendría que
tratarte de la misma manera… ¿Maestro Gadiel? —sugirió. Sacudió la
cabeza—. Sabes, eso me recuerda a un profesor de escuela…
Le acarició la mejilla con los nudillos para luego apartarle un
incómodo mechón de pelo de delante de los ojos.
—Si nos ceñimos estrictamente a mi papel dentro del Club, sí,
podrías considerarme un profesor… de bondage —aseguró con esa
picardía que relajaba un poco el porte de hombre de negocios que
tenía—. Soy uno de los instructores del Club... Y no, solo Hevin y yo
impartimos… ¿clases? en el Souless. Zhair tiene suficiente con darnos
de comer a todos y hacerse cargo de vez en cuando de alguna escena
y Sarkis… suele preferir encargarse de las Mazmorras.
La palabra mazmorra envió un escalofrío por su columna, no le
gustaba aquella palabra, su contesto la enviaba a aquellas frías celdas
de la edad media, húmedas y carentes de higiene alguna.
—Dime que te está pasando por la mente —le pidió sin dejar de
mirarla—. Acabas de palidecer como si hubieses visto un fantasma.
—Mazmorras —repitió en voz alta. Por algún motivo parecía
mucho más sencillo hablar con este hombre que con cualquiera de los
otros que había conocido hasta el momento—. No he podido evitar
pensar en esos calabozos de la edad media, ya sabes llenos de ratas,
humedad… oliendo mal…
Asintió.
—Nuestras mazmorras tienen calefacción centralizada, están
desinfectadas y todo lo que se utiliza en ella es nuevo —le explicó al
tiempo que cogía un pequeño tenedor y pinchaba la fruta y se la
acercaba a la boca—. El mobiliario está hecho a medida y cumple una
función específica dependiendo del rol que se represente. Podrías
decir que son como… escenarios para cualquier fantasía erótica que
se te pase por la cabeza.
Ella miró el tenedor y abrió la boca permitiéndole que le diese de
comer.
—¿Fantasía erótica?
Él asintió y la miró.
—¿Hay alguna fantasía que quieras hacer realidad, Veronique?
—le preguntó en un tono sexy y profundo que llegó hasta el centro de
su deseo como un ramalazo de calor—. Una mujer como tú debe tener
al menos unas cuantas y sería divertido poder satisfacerlas.
Abrió la boca para decir algo pero se quedó sin palabras.
—Y volviendo al tema del protocolo —le puso un dedo sobre los
labios—, ahora que ya estás completamente despierta, te dirigirás a
mí como señor o maestro, ¿de acuerdo?
Asintió, aquello ya se lo conocía al dedillo otra cosa es que se
acordase de hacerlo.
—No te he oído.
Ah, así estaba. Era igual de cabronazo que sus compañeros,
hermanos o lo que fuese.
—Sí, señor —respondió. Entonces cedió al pensamiento que
acababa de manifestarse en su mente—. ¿Puedo preguntarte algo,
Maestro Gadiel?
Parecía incluso más sencillo llamarle a él maestro que señor,
casi era obligatorio dado el aspecto y el porte que tenía.
Él asintió ante la manera en que ella lo llamó.
—Adelante, sumisa —aceptó—. Estoy aquí para resolver cada
una de tus dudas.
Tragó, no estaba segura de si aquella era la pregunta que
debería hacer, pero bien mirado, tampoco era nada de otro mundo.
—Er… Los Jinetes… ellos y tú… ¿sois… familia, señor?
Ya está. Lo había soltado.
Su sonrisa se convirtió en una mueca de completa diversión.
—Tan familia como puede considerarse el formar parte de la
misma profecía —le dijo con un ligero encogimiento de hombros—.
Supongo que te refieres a si somos hermanos, primos… o alguna cosa
por el estilo. La respuesta es no, Veronique. Somos simplemente
cuatro hombres con un mismo destino en común; tú.
Vaaaaaaaalep. Eso le pasaba por preguntar.
—¿Qué destino? —se encontró preguntando de nuevo.
Él se tomó su tiempo en responder.
—Uno que podrá continuar adelante cuando termines de
desayunar —le dijo al tiempo que le indicaba la bandeja—. Tómate el
café y prueba el pudin, tu maestro Zhair tenía especial interés en que
lo hicieras… Cuando termines, esa puerta de color naranja es el
vestidor, al otro lado está el baño…
Siguió su mirada reparando en una puerta que había supuesto
era de algún armario empotrado y frunció el ceño.
—¿Ese es el vestidor? ¿Y dices que da al baño?
Él arqueó una ceja ante su falta de protocolo.
—Temo que hasta el momento hemos sido un poco descuidados
con tus responsabilidades, gatita —aseguró mirándola de arriba abajo
—. La próxima vez que alguno de tus maestros tenga que recordarte
la forma adecuada de dirigirte a ellos, serás castigada… y no podrás
correrte.
Abrió la boca para contestar a eso pero la cerró de inmediato la
luz que vio en sus ojos no permitía discusión alguna.
—Sí… señor —masculló su respuesta. Sus labios se curvaron
entonces en una divertida mueca.
—Buena chica —la premió. Entonces se levantó y señaló la
puerta con un gesto de la barbilla—. Si creo que tardas más de lo
necesario, vendré a buscarte yo mismo y no te gustará el resultado,
Veronique.
Ella tragó. ¿Dónde diablos estaba el hombre encantador de
hacía apenas unos minutos? El que ahora se dirigía a ella era un
dominante en todo el sentido de la palabra, uno al que no estaba
segura de querer desafiar.
Sin una palabra más, le indicó la bandeja del desayuno y se
retiró moviéndose con la gracia de un maldito felino.

Gadiel sonrió para sí cuando la vio atravesar el umbral que


dividía el amplio vestidor de la zona de baño. El Club Souless tenía la
ventaja de amoldarse a los caprichos de sus dueños, cambiando a
placer con solo un pensamiento. La habitación en la que había
dormido la dulce profesora no estaba ahí inicialmente, fue creada
expresamente para ella, al igual que el vestidor lleno de toda clase de
trajes, lencería y demás fruslerías femeninas y el baño adyacente, un
inmenso espacio decorado en blanco con algunos motivos de madera,
que le daban un aspecto moderno y atractivo.
—Vaya —jadeó ella al tiempo que echaba un buen vistazo a
todo lo que había allí—. Tal parece que todo lo hacéis a lo grande
aquí… señor.
Él reprimió una sonrisa ante tardía y remolona forma en la que
pronunció su “señor”. Había llegado descalza, vistiendo solamente ese
excitante camisón que apenas le llegaba por debajo del trasero y que
enseñaba más que ocultaba. La verdad es que era una delicia
contemplarla, no era de ese tipo de mujeres escuálidas, su altura
media casaba perfectamente con su preferencia por las mujeres un
poco más bajas que él y poseía esas deliciosas y rellenas curvas
dónde debía tenerlas. Su polla cobró vida en el confinamiento de sus
pantalones, había estado hinchado y duro desde el mismo momento
en que la vio, saber que era ella, la única que podría terminar con su
maldición hacía que quisiera conocerla más profundamente, saber
más sobre ella y sobre el motivo que la llegó a convocar a uno de
ellos. Sarkis les había hecho un resumen y Zhair le había hablado de
la ruptura emocional que había sufrido, pero él necesitaba más, quería
ver en su alma, descubrir cuál era el daño que la había vuelto
precavida encerrándola en sí misma, quería verla despertar a quien
era realmente.
—Cuida también tu tono, sumisa —le dijo recordándole su
condición con una única palabra—. Quizás el negarte el orgasmo no
sea suficiente castigo… podríamos implementar también una sesión
de spanking.
Ella se tensó al escuchar la palabra, sus manos volaron a su
trasero como si ya pudiese sentir su palma cayendo sobre las
redondeadas nalgas.
—Creo que eso no me gustaría, señor —declaró ella
rápidamente—. De hecho, estoy totalmente convencida que no va a
gustarme, Maestro Gadiel.
Pequeña inteligente y valiente sumisa, pensó al escuchar su
rápida respuesta. Esa muñequita tenía más respuestas en su haber
que todos ellos juntos.
No respondió a su comentario, se limitó a caminar hacia ella y
comérsela durante un breve momento con la mirada.
—Otra cosa que debes aprender y tener siempre en cuenta —le
dijo posando las manos sobre sus hombros—, cuando alguno de tus
maestros te convoque, te presentarás ante ellos de rodillas, con las
piernas separadas y la cabeza inclinada a menos que alguno de ellos
te dé una directriz distinta.
Ella abrió la boca para decir algo, pero no se lo permitió.
—En mi caso, te quiero de rodillas, con las piernas bien abiertas
y las manos sobre los muslos —le susurró al oído—, y tu mirada en
mí. ¿Está claro?
La sintió tragar, notó como su cuerpo se tensaba en respuesta a
su presencia.
—Sí, señor.
Él asintió y resbaló las manos de sus hombros llevándose con
ellas los tirantes del camisón para hacerlo resbalar por su cuerpo y
que cayese al suelo.
—Y una cosa más —le dijo agachándose para sacar la prenda
de entre sus pies. Su mirada se alzó desde aquella posición,
echándole un buen vistazo—. Te quiero calzada, me da lo mismo si
son zapatos, sandalias o botas mientras que tengan tacón.
Ella hizo una mueca, pero asintió.
—Imagino que has visto el vestidor y su contenido al venir hacia
aquí —siguió alzándose al tiempo que resbalaba sus manos por su
piel, tocándola sin disimulo—, es para ti, mientras estés en el Souless
y espero… los cuatro esperamos… verte con ella cuando así lo
pidamos.
De nuevo asintió. Podía decir por la rigidez de su cuerpo y la
manera en que se tensaban sus brazos y apretaba los puños que se
estaba conteniendo para no mandarlo a la mierda. Ah, aquello iba a
ser muy interesante.
Le indicó con un gesto de la mano la tumbona de madera a
juego con un reposapiés sobre la que ya había colocada una toalla.
—Tiéndete boca arriba y separa bien las piernas —la instruyó y
esperó pacientemente a que ella acatase sus órdenes.
Vaciló, miró la tumbona y luego a él, incluso pareció querer decir
alguna cosa, pero entonces se cortó y fue a tomar asiento dónde le
había indicado. Se acomodó lentamente, apoyándola la espalda en el
respaldo y dejando que sus piernas se abriesen a ambos lados del
asiento quedando totalmente expuesta a su mirada. Los rizos entre
sus piernas brillaban de humedad, la idea de rasurarla completamente
y dejar su sexo totalmente desnudo le seducía bastante. Quizás lo
hiciera, después.
—Dame las manos —pidió al tiempo que echaba una mano
hacia su espalda y hacía aparecer dos anchas pulseras de BDSM
revestidas de suave acolchamiento y bordeadas con una tira de cuero
de color azul claro.
Su ceño se frunció ligeramente, entonces le entregó las manos y
dejó escapar un profundo jadeo cuando le vio poner las bandas
alrededor de sus muñecas.
—Vas a llevarlas durante todo el tiempo que estés aquí —le dijo
ajustando los cierres. Comprobó que no le quedasen demasiado
apretadas ni demasiado flojas—. De ese modo todo el mundo sabrá
que no puedes ser tocada por nadie más que los Jinetes del Souless.
No te las quites.
Gadiel podía sentir como su primer desafío iba muriendo bajo
aquella nueva intensidad y dominación que le era desconocida, podía
sentir su corazón latiendo apresurado, notar el ligero temblor en su
cuerpo cuando cerró el segundo cierre. Estaba asustada, pero también
excitada lo cual era bueno.
Le acarició las muñecas con un dedo, delineando la franja de
piel pegada a la pulsera, su mirada siempre en ella.
—Mírame, Veronique —la llamó por su nombre para captar su
completa atención—. Ahora respira profundamente, así… suelta el
aire… eso es. Muy bien… Ahora mueve las manos… ¿Pesan?
Ella sacudió la cabeza, entonces se mojó los labios y lo repitió
con palabras.
—No, señor —aceptó mirando ahora las pulseras.
Satisfecho deslizó las manos por su cuerpo, deteniéndose en
sus pechos, sopesándolos y rodando los pezones entre sus dedos
arrancándole un primer gemido de placer.
—Buena chica —le dijo y se permitió bajar sobre su boca para
darle un breve e intenso beso, su lengua acarició la suya un instante
antes de retirarse y morderle el labio inferior con suavidad para luego
lamérselo—. Voy a restringirte las manos… pero nada más, ya sabes
lo que se siente, Zhair te ató a la mesa para poder disfrutar de ti.
Ella gimió ante sus palabras y arqueó la espalda.
—Levanta las manos por encima de tu cabeza —la instruyó y
juntó sus muñecas uniendo ambas argollas de las pulseras para luego
fijarlas al mosquetón que había clavado en la pared—. Eso es…
¿Estás cómoda?
Su mirada fue de él a sus manos levantadas, con los brazos
medio flexionados no sentía el tirón en sus hombros.
—Todo lo que podría estarse en esta posición, imagino… señor
—murmuró en respuesta.
Él asintió.
—Ahora relájate y mantén las piernas separadas —la instruyó al
tiempo que se alejaba de ella y alcanzaba algo en la estantería a su
lado—. Vamos a calentar un poco esa bonita piel con un masaje de
aceite, ¿de acuerdo?
La vio seguir sus movimientos con la mirada, no contestó pero a
juzgar por el oscuro color en sus ojos, la idea era tan excitante para
ella como para él.
Dejando un momento el bote de aceite a un lado, se desabrochó
los puños de la camisa y siguió con los botones, desvistiéndose sin
prisas frente a ella.
—Dime una cosa, gatita, ¿cómo alguien como tú ha terminado
convocando a uno de los Jinetes del Apocalipsis?
Ella se lamió los labios antes de responder. Su mirada seguía
cada uno de los movimientos de sus manos.
—No tenía la menor intención de convocaros a ninguno… señor
—respondió en voz ronca—. Seguí un hechizo que encontré en uno de
los libros que tengo sobre esoterismo y magia blanca… Si he de ser
sincera, ni siquiera pensé que funcionaría, pero entonces… ¡Puf!
Apareció… er… el Maestro Sarkis…
Se quitó la camisa y la dobló pulcramente sobre el mueble,
entonces procedió a quitarse los zapatos, los calcetines y
seguidamente se llevó las manos al botón del pantalón.
—Así que, ¿sueles jugar a menudo con este tipo de cosas? —
preguntó de nuevo al tiempo que bajaba la cremallera del pantalón y lo
deslizaba por las piernas hasta quitárselo quedándose únicamente con
un breve slip que marcaba y apenas contenía la dura erección—. Con
la magia, quiero decir.
Ella sacudió la cabeza con ímpetu. Sonrió para sus adentros, la
muñequita se estaba excitando con tan solo verle desnudarse.
Se llevó un par de dedos al elástico de la ropa interior y se
detuvo, sus ojos atraparon los suyos.
—¿Por qué hiciste esa convocatoria, Veronique? —la engatusó
—. ¿Qué es lo que necesitas?
Ella se lamió los labios, sus ojos se entristecieron durante un
breve instante y pudo sentir la vergüenza y la culpabilidad en su alma.
—Mi prometido decidió romper nuestro compromiso dos días
antes de la boda, cuando fui a reclamarle, a pedirle una explicación, le
encontré dándose el lote con el padrino de la ceremonia —musitó—.
Ese cabrón hijo de puta desapareció un día después, no sin antes
desplumarme la cuenta del banco. Quiero que sufra por lo que me
hizo, quiero que pague por el dolor que me ha causado… Sé que fui
ingenua, que cometí muchos errores, pero él jamás fue sincero… Ni
siquiera me amaba, no realmente… Jamás lo hizo.
Sacudió la cabeza y esta vez, cuando le miró, había una
completa y absoluta resolución en su mirada.
—Quiero que sufra —declaró con voz firme, rabiosa—, quiero
que se le caiga la polla a cachitos, que le salga un sarpullido, que las
mujeres huyan despavoridas mientras lo ven…
Él arqueó una ceja ante la vena sádica de la muñequita, pero
tenía que concederle un punto.
—¿Y qué es lo que quieres tú, gatita? —le dijo haciendo resbalar
por fin el slip, permitiendo que su polla se mostrase totalmente erecta
—. ¿Qué deseas para ti?
Ella abrió la boca, respiró profundamente y se lamió los labios
sin dejar de mirar su sexo.
—Quiero… —declaró con voz grave, casi un quejido—, quiero…
borrar de mi mente a ese cabrón hijo de puta… quiero vivir de nuevo
sin miedo, necesito… necesito encontrarme de nuevo a mí misma.
Quiero… señor, ahora mismo te quiero a ti, Maestro Gadiel.
Él se llevó las manos a las caderas y esbozó una sonrisa ladina.
—Una buena respuesta, sumisa.

Veronique sabía que había perdido la cabeza y el orgullo, no


había otra manera de verlo, fue contemplar ese apetitoso cuerpo
masculino y saber que todo lo que deseaba era a él, que hiciese con
ella todo lo que tuviese en mente y más. Le daba lo mismo lo que él o
cualquiera pensase de ella después, ahora mismo, necesitaba sentirse
como una mujer deseada, anhelada y aquello podía dárselo el hombre
que ahora se embadurnaba las manos en el líquido aceite.
—Bien, preciosa mía —le dijo él sentándose en el pequeño
taburete entre sus piernas, su polla asomaba entre sus muslos,
acariciándole el liso vientre—, puedes gemir, jadear, gritar, maldecir…
te permito todo lo que desee salir por esa boquita menos insultos, ¿de
acuerdo?
Asintió al tiempo que se lamía los labios con anticipación, el
pensamiento de tener sus manos sobre su cuerpo, sobre sus pechos,
pellizcando sus pezones, descendiendo entre sus muslos, era algo
que solo podía compararse con el mismísimo cielo.
Lo vio sonreír, una mueca ladina que empezaba a conocer bien,
entonces su boca cayó sobre la de ella con fervor, buscando su
lengua, incitándola y saboreándola con fruición. Sus manos húmedas
y calientes se deslizaron por su piel, acariciándole las axilas, las
costillas y encontrando por fin sus senos a los que dedicó una
atención especial. Arqueó la espalda, era incapaz de estarse quieta
mientras aquellas manos de dedos largos y ágiles jugaban con sus
pechos, masajeándolos, juntándolos y alzándolos para finalmente
alcanzar sus pezones. Las cúspides se endurecieron incluso más bajo
su toque, se hincharon y rodaron entre sus dedos un segundo antes
de que tirara de ellos provocándole un picante y agradable dolor que
conectó directamente con su cada vez más húmedo sexo.
Sus propios gemidos inundaron la habitación, gritos de placer y
peticiones por más que penetraban en su mente sorprendiéndola ante
su propia desinhibición.
Por fin sus manos siguieron con el descenso, le masajearon el
estómago, la redondez de la barriguita y bajaron por sus muslos,
acariciándole las nalgas, amasándoselas sin llegar a tocar el cada vez
más dolorido sexo. Podía sentir la humedad deslizándose por sus
muslos, empapándolo todo y la sola idea de que él pudiese verlo, la
avergonzaba y excitaba al mismo tiempo.
—No —sintió sus propias piernas separando las suyas—, no te
he dado permiso para cerrar las piernas.
Se movió inquieta, necesitaba que la tocase allí, que la
acariciase, la lamiese, llenase o hiciese algo, lo que fuese.
—Por favor… —se encontró suplicando—, necesito que me
toques, me duele… quiero… te necesito… por favor.
Lo oyó reír, una risa masculina, profunda y satisfecha.
—Todavía no, gatita —le susurró sin dejar de acariciarle las
nalgas, sus dedos resbalando entre las mejillas hasta encontrar el
tierno y apretado botón de su trasero—, primero quiero explorar otros
terrenos.
Se tensó inmediatamente. Jamás lo había hecho de aquella
manera. Sí, había jugado con algún plug pero la experiencia había
sido menos que satisfactoria. Tendría que haber sospechado cuando
el cabrón le sugirió utilizarlo en él, que no se trataba solo de confianza
entre la pareja y un juego sexual. No, ¡a ese hijo de puta le gustaba
que le diesen por el culo!
—¿Qué me dices? ¿Te gustaría probar? —la engatusó
acariciándola allí con la yema del dedo, arrancándole
estremecimientos que nada tenían que ver con el disgusto o la
vergüenza, ese capullo sabía lo que hacía—. ¿Lo has hecho antes,
Veronique? ¿Alguien ha penetrado este precioso culo tuyo?
Apretó los dientes y sacudió la cabeza. No podía verle, le daba
demasiada vergüenza.
—En ese caso, me encantará ser el primero —le aseguró con un
ronroneo. Su dedo no dejó de atormentarla, acariciándola por fuera
para luego probar su entrada tan solo con la punta—. Pero lo haremos
con calma, te prepararé poco a poco y cuando llegue el momento, me
suplicarás que te folle por atrás.
Tragó, ¿por qué no lo mandaba a la mierda? ¡Señor! Aquel
hombre era peor que los dos que había conocido hasta el momento.
Entonces su dedo desapareció y pudo respirar otra vez, durante un
brevísimo segundo.
—Tú ya has desayunado, pero sabes, yo todavía no.
Sin más preámbulos se zambulló entre sus piernas, su boca
descendió sobre su caliente y mojadísimo sexo y se amamantó de ella
como un niño sediento. Su lengua no dejó de crear remolinos en su
interior, entrando y saliendo para recorrerle entonces los labios
exteriores y descubrir su hinchado clítoris el cual no dudó en chupar
con fuerza. Casi la hace caer de la silla, el acto le arrebató el aire de
los pulmones, y el muy ladino repitió una y otra vez mientras dos de
sus dedos empezaban a entrar y salir de ella con fuerza y rapidez,
haciéndola gemir y lloriquear, ni siquiera estaba segura de qué le gritó
o si lo insultó; todo lo que podía hacer era mover las caderas al
compás de las acometidas de sus dedos.
—Por favor, oh, señor, por favor —gimió desesperada—. Deja
que me corra, Maestro, por favor…
Él se rio, se alzó sobre su cuerpo y frotó su dura polla contra su
vientre mientras la penetraba con los dedos. Su boca alcanzó la tuya y
la obligó a probarse a sí misma en sus labios.
—Di mi nombre y me lo pensaré —le susurró.
Gimió una vez más, la necesidad de acabar la estaba
enloqueciendo y él no se lo permitía, no sabía cómo lo hacía, pero su
cuerpo parecía obedecerle solo a él.
—Gadiel, por favor, deja que me corra —gimoteó—, Maestro
Gadiel, te lo ruego… por favor…
Le lamió los labios antes de volver a penetrarla con la lengua.
—Con Gadiel habría sido suficiente, amor —le dijo satisfecho—.
Recuérdalo para la próxima vez.
Dicho esto, alcanzó con su mano libre la hinchada perla de su
clítoris y lo torturó mientras la penetraba rápidamente y con fuerza con
sus dedos hasta hacerla gritar su liberación.

Gadiel se quedó contemplándola un momento, su cuerpo


húmedo por la acción del aceite y el sudor, sus labios hinchados y
enrojecidos por sus besos, sus senos hinchados, los pezones erectos
y su delicioso coñito hinchado demandando más atención… Era
perfecta, un sueño hecho realidad, un sueño que iba a arropar con
todo lo que tenía y retenerlo para que nunca abandonase su vida.
Su polla dio un tiró recordándole que todavía no se había
ocupado de ella, su sexo pulsaba por enterrarse profundamente en
ella y montarla hasta desfallecer. Y su trasero, la sola idea de poseerla
por allí le hacía la boca agua, sería el primero para ella y por todo lo
sagrado que se ocuparía que lo disfrutase.
Se inclinó sobre su cabeza para desenganchar el mosquetón y la
miró a los ojos, su mirada era saciada, transparente y tan vulnerable
que sintió la necesidad de besarla. La atrajo a sus brazos, pegándola
completamente a su torso y le comió la boca, hundió los dedos en su
pelo, sujetándola allí donde la necesitaba y la devoró.
—Creo que jamás voy a cansarme de ti, gatita —aseguró
arrastrándola con él fuera de la butaca, comprobando que las piernas
no le temblaban tanto como para que no pudiera sostenerse—. Eres
un regalo perfecto.
Ella parpadeó, sus ojos no abandonaron los suyos durante
bastante tiempo.
—Creo que yo tampoco me cansaré de… ti, Gadiel —musitó en
voz baja. Una breve admisión que lo llenó de orgullo y una ternura
absoluta por ella.
Con un último beso la empujó contra el lavabo de dos piezas,
resbaló las manos por su cuerpo y tomó una de las de ella para
posarla sobre su duro miembro.
—Espléndido, porque ahora mismo necesito estar
profundamente enterrado en ese precioso y caliente coñito tuyo.
Sin darle tiempo a responder, la giró de modo que quedase de
cara al lavabo, con las manos apoyadas sobre el mueble y las piernas
abiertas. Se colocó tras ella y sin preámbulos se condujo a su interior.
Estaba lo suficientemente mojada y excitada para que su penetración
fuese fácil y placentera para ambos y en aquella posición tenía
absoluta libertad para jugar con sus dos joyas favoritas.
—No quites las manos de ahí —le susurró al oído. Entonces le
mordió el borde superior de la oreja haciéndola gemir y le apretó los
pezones al tiempo que salía de ella solo para volver a penetrarla con
fuerza arrancándole un jadeo—. Estás mojada y muy apretada…
dioses, eres la gloria.
Sus pezones se endurecieron todavía más entre sus dedos y los
gemidos que escapaban de entre sus labios eran un afrodisíaco mejor
que cualquier producto químico.
La penetró repetidas veces, con un ritmo lento, disfrutando de la
forma en que su sexo lo acogía y succionaba para luego dejarlo ir a
regañadientes, podría quedarse en su interior eternamente.
Una de sus manos abandonó entonces los senos y se deslizó
entre sus nalgas, hasta alcanzar su húmedo y lleno sexo dónde se
empapó con sus jugos para luego ascender de nuevo hacia el prieto
botón de su trasero. Nada más tocarla allí la oyó jadear, todo su
cuerpo se tensó a su alrededor apretándolo incluso más en su interior.
—Shh, tranquila, amor, te gustará —le susurró, tranquilizándola
con caricias hasta que sintió como su cuerpo se relajaba y sus
gemidos aumentaban de intensidad.
Con cuidado jugó con su orificio, acariciándola desde fuera para
finalmente probar a entrar. Hundió el dedo hasta la falange, retirándolo
solo para volver a introducirlo adecuando sus movimientos a los de su
pene dentro de ella. Sus suaves gemidos se convirtieron en agudos
jadeos, su cadera salía al encuentro de sus embestidas haciendo
estas más profundas hasta que ambos terminaron jadeando como
bestias desinhibidas necesitadas de una pronta liberación.
—Oh dios, Gadiel… señor, Gadiel… —ella no podía dejar de
pronunciar su nombre una y otra vez.
Sus miradas se encontraron a través del espejo mientras sus
cuerpos se acoplaban y un instante después, ella gritaba por la fuerza
de su orgasmo arrastrándole a él profundamente en su interior para
verter su propia liberación.
—Me va a encantar despertarte cada mañana, gatita —le
susurró al oído cuando su voz fue lo suficiente estable para ello.
Ella se rio y era una risa clara, fresca y verdadera.
—¿Sería posible que me diese ahora un baño? —le preguntó
ella con la respiración todavía acelerada—. Por favor, señor.
Él la atrajo contra su pecho y la abrazó.
—Esa es una sugerencia que apruebo, mi dulce y caliente
sumisa.
Y aquella solo era la primera de muchas que sabía aprobaría en
ella.

CAPÍTULO 5

Hevin miró a la nueva camarera y cerró con ojos cuando vio


como la segunda bandeja del día salía volando en dirección a uno de
los nuevos Dom del Club. Llevaba ya tres días trabajando a turnos en
la sala principal, dónde podían controlar que nadie se metiese con ella,
cuando no eran los propios Jinetes quienes la ponían en aprietos y no
podía más que darle la razón cuando dijo, la primera vez que la tuvo
delante, que el ponerla a servir mesas era una mala idea, no, lo
siguiente. Resopló, empezaba a estar realmente harto de verla
tropezar una y otra vez, por no hablar de que no le gustaba ni un pelo
la forma en que la miraban algunos de los hombres, mujeres y demás
criaturas allí reunidas. Y a pesar de ello, no había hecho una sola cosa
para acercarse a ella, para conocerla e intentar convencerla de ese
modo que se quedase con ellos… que fuese su liberación.
Resopló, no le apetecía lo más mínimo volver a hacer de niñera,
las pulseras de color azul que llevaba en sus muñecas debía ser
suficiente disuasión para los miembros del Club; aquella era la
propiedad de los Jinetes y a ninguno les gustaba que jugasen con lo
que era suyo.
Y entonces ahí estaba, precisamente lo que venía temiendo que
sucediese. El estúpido Dom le puso las manos encima y la muchacha,
le pegó tal bofetón que le giró la cara; caray para la maestra de
escuela. El muy imbécil en vez de dar un paso atrás y alejarse de la
gata, cometió el error de alzar la mano contra ella.
—Estúpida sumisa —rechinó los dientes enviándola al suelo de
un empujón al tiempo que se volvía para buscar uno de los flogger con
los que había estado trabajando en una escena anterior—. Voy a
enseñarte la manera correcta de dirigirte a un Dom.
—Vete al infierno —siseó ella desde el suelo.
El breve vestido que llevaba hoy dejaba sus costados, así como
el centro tanto por delante como por detrás a la vista a través de unas
barras transversales. Los zapatos de tacón eran un fetiche seguro de
Gadiel, pero no eran para nada cómodos puesto que ella apenas
podía caminar sobre ellos. E incluso allí, despatarrada en el suelo,
poseía una presencia y tal fuego que le sorprendía que el muy imbécil
que hacía restallar el flogger contra el aire no viese. Ella era una
guerrera, alguien que debía ser tentado y apreciado, sometido con
placer y ternura, no con fuerza.
Alzó el artilugio dispuesto a golpearla y él lo cogió en el aire,
deteniendo en seco su movimiento.
—Yo que tú no haría algo así —declaró con tono suave,
tranquilo—. No si quieres salir de una pieza del Souless.
El hombre, tal y como pudo reconocerle ahora, era un cazador
de demonios, uno de la más baja calaña. Arrancándole el flogger de
las manos se giró hacia ella y le dio una seca orden.
—Levántate —le dijo con frialdad.
Ella lo fulminó con la mirada, apretó los labios y comenzó a
ponerse en pie.
—Ese imbécil… —empezó a explicarse.
—Silencio, sumisa —la acalló una vez más.
—Debería ser castigada —anunció el hombre—. Ha atacado a
un Dom y ni siquiera responde como lo que es.
Fulminó al hombre con la mirada.
—La mujer me pertenece —declaró con frialdad—, si hay que
disciplinarla, lo haremos yo o los Jinetes. Nadie más le pondrá un
dedo encima… ¿He sido claro?
Su voz se elevó de modo que acabó rugiendo en todo el salón.
—Es un desafortunado accidente el que ha ocurrido aquí —
apareció Bahari, Lya caminaba a un paso detrás de él y estaba
mortalmente seria—. Tengo que estar de acuerdo con el Jinete, ella es
su responsabilidad y no tolero ninguna clase de violencia involuntaria
ni de ningún tipo en mi Club.
El Dom agachó las orejas, pero podía ver por la mirada en sus
ojos que no le había gustado un pelo ser amonestado.
—Por otra parte, tiene derecho a pedir una compensación y que
se administre un castigo adecuado a la sumisa Veronique por su falta
—continuó el ángel de la muerte mirándole a él—. Y tú deberás
llevarlo a cabo.
Él se tensó. No quería disciplinarla, no quería nada con ella, en
realidad. Pero sabía que Bahari tenía razón, si deseaba mantener la
paz en el club y las normas, la pequeña revoltosa debía ser
disciplinada.
—De acuerdo —no le quedó otra que aceptar.
El jadeo y la pronta respuesta de la chica, lo hizo clavar los ojos
en ella.
—¡Silencio! O lo primero que haré será amordazarte.
El desafío brilló en sus ojos un instante antes de que apretase
los labios y tirase de su vestido para ponerlo en su sitio.
Habari posó la mano sobre su hombro y miró al otro Dom.
—Ella es nueva en este mundo —declaró con voz profunda, que
no admitía discusión alguna—, así que su castigo será adecuado a su
condición.
El hombre pareció dispuesto a protestar, pero finalmente asintió.
Después de todo no era tan tonto.
—El banco de azotes —reclamó—. Diez azotes.
El jadeo esta vez vino de parte de la delicada rubia que
acompañaba a Bahari, el hombre la miró con gesto admonitorio.
—¿Tienes algo que decir, sub? —le preguntó.
Ella inclinó ligeramente la cabeza y se mostró educada, pero
ambos sabían que aquello no era más que una fachada.
—No soy quien para hablar ahora, Maestro, pero considero que
es un número excesivo para alguien que nunca ha sido disciplinada de
ese modo —murmuró, su mirada alternó de uno a otro con disimulo.
Anotó darle las gracias después a la pequeña polvorilla del ángel
de la muerte.
—Tu gatita tiene razón, Bahari —asintió él—. Me consta que
ninguno de los Jinetes ha tenido un momento de rebeldía que
conllevase un castigo como este.
Él miró a la muchacha, quien empezaba a perder el color
mientras alternaba entre unos y otros.
—Que sean seis —declaró el hombre y miró al agraviado—.
¿Estás de acuerdo?
Para su tranquilidad el hombre ni siquiera lo pensó, se limitó a
asentir.
—Quiero estar presente durante el castigo.
Ella sacudió la cabeza, su palidez se hizo extrema y empezó a
temblar.
—Nadie… nadie va a ponerme una sola mano encima… —la
escuchó musitar. Su mirada iba de unos a otros, sin saber muy bien
que hacer—. No acepté nada parecido, se lo dije claramente a ese tío
cuando acepté este absurdo pacto…
—Veronique… —la previno. Su intervención no ayudaba.
El hombre entrecerró los ojos, sus labios se curvaron
ligeramente mientras la observaba con suficiencia.
—No pensé ver algo como esto en el Souless —declaró el Dom
con cierta satisfacción—. Una esclava rebelde. ¿Por qué no está
desnuda y atada con grilletes para el disfrute de todo aquel que quiera
tocarla?
Apretó los puños para evitar estampar uno de ellos en el rostro
de ese gilipollas. Lya se aferró a la manga del traje de Bahari cuando
notó así mismo la reacción del ángel a las palabras de aquel individuo.
—El mi Club, y mis Jinetes ponen las normas con respeto a su
compañera —declaró con firmeza. No había lugar a réplicas de ningún
tipo—. Te ha sido ofrecida una compensación al agravio sufrido y te
has negado a ello, no solo eso, si no que has descalificado a una
mujer y la has asustado hasta el punto de que palideciera.
El hombre apretó los dientes pero no osó responder, nadie en su
sano juicio se metía con el Ángel de la Muerte, especialmente ahora,
que gracias a la rubita que la acompañaba, no estaba atado al Club.
—Aceptaré cualquier castigo que sus amos decidan
proporcionarle, pero insisto en estar presente o que alguien de mi
confianza lo esté para cerciorarse que se lleva a cabo —insistió el
capullo. Señor, que Bahari se fuese durante algunos minutos, solo un
ratito y podría dejarlo como una masa sanguinolenta en el suelo;
después de todo no lo mataría, solo lo haría sufrir un poquito.
El ángel asintió ante la petición y le miró sin más preámbulos.
—¿Quieres que llame a alguno de tus compañeros o lo harás tú?
Él apretó los dientes y miró a la muchacha que todavía estaba
ligeramente pálida, asistiendo a aquel intercambio cada vez más
cabreada. Podía sentir como su ira crecía, lo cual no era una buena
señal.
—Yo me ocuparé del castigo —aceptó al tiempo que la miraba
—. Lo siento, bonita, tendrías que haberlo pensado mejor antes de
abrir la boca…
Ella lo fulminó con la mirada.
—Si me pones una sola mano encima, te arranco la polla de un
mordisco —declaró en un siseo, entonces añadió con todo el veneno
que pudo encontrar—, señor.
Sonrió. No pudo evitarlo, la sola idea le parecía bastante
divertida.
Bahari asintió, rodeó a su sumisa pasándole el brazo por encima
de los hombros y miró al agraviado.
—Pero no lo quiero en la misma habitación —lo interrumpió
antes de que pudiese decir algo—. Que elija a alguien más y ya
veremos si me satisface su elección.

Aquello no podía estar pasándole, ese bruto no podía estar


llevándola sobre el hombro como si fuese un saco de patatas mientras
chillaba y pataleaba con el abarrotado club de fondo. Se lo dijo la
primera vez que Sarkis la dejó a su cuidado la primera noche, le dijo
que era una malísima idea ponerla de camarera. ¡Y esos malditos
tacones, mataría a Gadiel en el momento en que lo tuviese delante!
—¡Suéltame! ¡Bájame ahora mismo, maldito! —clamó
removiéndose contra su hombro.
Él dejó caer la mano en su trasero con suficiente fuerza como
para que le doliese.
—Si no quieres sentir eso sobre su tierno trasero cinco veces
más, muchachita, haz el favor de mantener la boca cerrada —le dijo al
tiempo que le masajeaba el lugar en el que la había azotado.
—¡No es justo! —gimoteó—. Ese capullo llevaba toda la noche
molestándome… debí haberle clavado el tacón cuando tuve ocasión.
Él no respondió. En realidad no solía hablar demasiado, con ella
no al menos. Sabía que Hevin era el cuatro de los Jinetes del
Apocalipsis; Guerra. Y el nombre le iba ni que anillo al dedo, su rostro
masculino y atractivo poseía ese aire de dureza y tipo malo que hacía
que quisieras salir corriendo para esconderte debajo de alguna piedra
y a pesar de ello, le había visto observarla un par de veces con algo
parecido a la curiosidad.
—Lo que tenías que hacer era avisarme a mí —le dijo con su
acostumbrado tono de voz profundo e inexpresivo—, o a cualquiera de
los Maestros del Souless… Eso te habría ahorrado el castigo.
Bufó, estaba harta de ser llevada como un saco de patatas.
—¿Hay alguna posibilidad de que me dejas en el suelo, señor?
—sugirió con un resoplido—. Empiezan a dolerme las costillas.
Con la misma rapidez con la que la puso sobre su hombro la
descendió al suelo, incluso con aquellos enormes tacones no le
llegaba más que a la barbilla; esos hombres eran descomunales.
—Gracias, señor —le dijo con retintín a lo que él respondió
arqueando una delgada ceja oscura. Sus ojos azules no la dejaron ni
por un segundo.
—Quizás la idea de la zurra no era tan mala después de todo —
le dijo al tiempo que la recorría con la mirada—. Tienes una lengua
demasiado afilada para una sumisa.
No respondió. Aquella era una apreciación que había escuchado
ya demasiadas veces.
Miró a su alrededor, aquella era la primera vez que estaba en
aquella parte del Club. Tal y como había aprendido de las respuestas
que le daba Gadiel cada vez que lo cosía a preguntas, el Souless era
un Club indefinido; nunca sabías que te encontrarías detrás de cada
puerta. El local solo obedecía a las necesidades y talante del Ángel de
la Muerte y los Jinetes del Apocalipsis, a nadie más. Así que estaba
segura de que aquella puerta de color blanco era algo nuevo para ella,
lo que hacía lo que quiera que hubiese tras ella, mucho más aterrador.
Si bien lo la habían hecho participar, tanto él como Zhair la habían
llevado a presenciar algunas de las escenas que llevaban a cabo los
otros Doms, escenas que la habían encendido o puesto la carne de
gallina.
Y algo le decía que esta habitación en particular, iba a ponerle la
piel de gallina.
La puerta se abrió desde el interior para mostrar en el umbral a
Gadiel acompañado de una chica de piel oscura y profundos ojos
azules que no tuvo inconveniente alguno en recorrerla con la mirada.
El rostro del Jinete, por el contrario estaba serio, un gesto que sabía
por experiencia no traía consigo nada bueno.
—¿Tienes lo que te pedí? —preguntó el hombre que la había
traído sobre su hombro.
Su compañero la miró por última vez y luego a él asintiendo
como respuesta.
—Está listo —declaró con frialdad. Su actitud le aguijoneó el
corazón. Le había decepcionado, estaba segura. Y por alguna razón
aquello le dolía.
—Maestro… —quiso decir algo, pero él no la dejó. Sus ojos la
taladraron haciéndola callar al instante.
—Me has decepcionado, gatita —fue su única respuesta antes
de volverse de nuevo a su hermano de armas e indicar a la mujer que
la acompañaba—. Es Raima, la súcubo que actuará como testigo del
castigo impuesto a nuestra sumisa.
¿Una mujer? ¿Esa desconocida iba a estar delante cuando esos
dos la castigasen? Fantástico, justo lo que necesitaba.
—Sobre eso del castigo… —lo intentó de nuevo.
Dos pares de ojos la fulminaron en el acto.
—Silencio, sumisa —la amonestó Hevin.
Obligándose a no poner los ojos en blanco, se dejó guiar a la
sala que habían preparado para lo que quisiera que tuviesen en mente
sus dos Maestros.
Nada más poner un pie en el interior de la habitación pintada en
un agradable tono melocotón, quiso dar media vuelta. El cuarto poseía
varias cadenas y argollas que colgaban del techo, así como otros
anclajes en la pared contra la que descansaba un sofá de enormes
proporciones. El mobiliario constaba de un par de estanterías en las
que había un montón de juguetes, la mayoría todavía en su envoltorio
y sin estrenar, un armario hecho a medida y otra estantería más
pequeña repleta de cajones. Pero sin duda, lo que atraía su atención y
hacía que su corazón se acelerase de miedo era el extraño mueble de
color negro; un cruce entre potro y silla de tortura con cinchas y
restricciones que parecía tener un único propósito. Servir de banco de
azotes.
La mujer, quien hasta ese momento se había mantenido en
silencio se dirigió a los dos hombres.
—Mi amo quiere que me cerciore que la infracción que esta
sumisa ha pertrechado contra él sea sancionada del modo correcto —
declaró ella sin alzar siquiera el tono de voz—. No intervendré, pero
observaré todo el proceso de cerca.
¿Qué iba a hacer qué? No… ni hablar…
—Esto… chicos… ¿Serviría de algo si pido disculpas? —
empezó a sugerir—. Puedo ponerme de rodillas si hace falta y ejecutar
la más floreada de las disculpas… pero… bajo ningún concepto… voy
a dejar que me pongáis cerca de eso… lo que quiera que sea.
Hevis la miró como si acabase de recordar que ella estaba allí.
—¿Quieres hacer los honores? —preguntó a su compañero,
ignorándola por completo.
Gadiel la miró de arriba abajo.
—Con mucho gusto —Su voz, en cambio evidenciaba cualquier
cosa menos placer en esos momentos.
Se tensó, no pudo evitarlo, no quería estar allí, no quería
acercarse a esa cosa y por encima de todo, no quería a una jodida
mujer de público. Retrocedió cuando él intentó tomarla de la mano, fue
algo instintivo, una reacción involuntaria que le ganó ser tratada con
mucho menos que delicadeza por su parte. En un abrir y cerrar de ojos
se encontró montada sobre aquella cosa, con el culo al aire y las
rodillas apoyadas en los extremos que sobresalían para sujetar sus
pantorrillas. Alguien cerró una cincha alrededor de su espalda
impidiéndole moverse mientras hacían otra tanto con sus piernas. Sus
brazos quedaron anclados a las patas delanteras con los
mosquetones que se cerraron alrededor de las argollas de sus
pulseras. La posición no podía ser más bochornosa.
—Mírame, Veronique.
Gadiel se había parado frente a ella, agachándose para quedar a
la altura de sus ojos.
—Quiero que me digas cuál es tu palabras de seguridad —pidió
con el mismo insensibilizado tono.
Ella apretó los dientes.
—Te odio —masculló en apenas un siseo.
Un instante después sintió como el vestido se escurría de sus
nalgas y un fuerte picor caía sobre una de ellas haciéndola saltar.
—Responde al Maestro Gadiel, sumisa —escuchó la voz de
Hevin tras ella.
Apretó los dientes con fuerza, dispuesta a negarle la palabra.
Las lágrimas le picaban tras los ojos pero no quería dejarlas caer.
Entonces su mano estuvo sobre su mejilla, el mismo toque gentil y
cariñoso que había conocido cada una de las últimas mañanas que
siempre le dedicaba.
—Dila, gatita —insistió, en esta ocasión su voz era más suave.
Ella se lamió los labios, quería seguir en silencio, castigarles a
ellos como la castigaban, pero la mirada en sus ojos, la preocupación
que vio en ellos la sedujo una vez más.
—Apocalipsis.
Él asintió.
—Buena chica.
Ella tragó saliva, sus manos dedos se cerraron y volvieron a abrir
en aquellas restricciones.
—Tengo miedo —confesó en apenas un susurro.
Él asintió una vez más y le sonrió.
—Es normal tener miedo, amor, sobre todo a aquello que se
desconoce —le aseguró con sencillez—. Pero nadie va a hacerte
daño, vamos a cuidar de ti durante todo el tiempo, ¿de acuerdo?
Ahora fue su turno de dar su conformidad.
Satisfecho, lo vio incorporarse y llamar a su compañero.
—Cuéntale exactamente lo que va a ocurrir —le dijo sin rodeos
—, necesita ser tranquilizada, no que la aterres más de lo que ya está.
Oyó un bufido en respuesta, entonces unas manos
desconocidas le cubrieron las nalgas desnudas. Una de las reglas del
Souless era no llevar ropa interior bajo el vestuario, no a menos que
fuese requerida para alguna velada en particular. El áspero tacto de
unos callosos dedos la hicieron estremecer, estos se deslizaron arriba
y abajo por su trasero y caderas, acariciando la parte interior de sus
muslos y rozando al tiempo su sexo. La caricia era agradable,
destinada a calentarla y sin duda lo estaba consiguiendo.
—Es sencillo —escuchó entonces la voz de Hevin—, no podrás
correrte en lo que dure tu castigo. Si lo haces, te azotaré, algo que
confieso tengo muchas ganas de hacer, de ver como ese bonito culito
se pone todo rosado… Podrás gemir, jadear, lloriquear, todo lo que tú
quieras… si es que puedes hacerlo alrededor de la polla que vas a
tener en la boca. Si llega un momento en que se hace demasiado
insoportable, tienes tu palabra de seguridad. Y ya que tu boquita va a
estar un poquito ocupada, utilizaremos esto.
El sonido de un cascabel inundó el silencioso cuarto al tiempo
que lo sentía dejar su parte trasera y caminar hacia ella, inclinándose
como antes lo había hecho su amante. Ahora podía ver de nuevo su
rostro y el cascabel que acababa de oír colgando de una cinta de color
azul en sus manos. Déjalo caer y todo se habrá terminado, todo
terminará en el acto.
Dicho lo cual se lo enredó alrededor de los dedos sin llegar a
atarlo.
—¿Lo has comprendido, pequeña?
Dejó caer el cascabel a modo prueba y oyó una baja sonrisa y
un bufido a su espalda, lo que le recordó que no estaban solo aquellos
dos. Había también una mujer, una completa desconocida y la estaba
viendo.
—Creo que eso es un rotundo sí —escuchó la voz de Gadiel.
Dios, este era un buen momento para que se la tragase la tierra.
La suave tela de la cinta que sujetaba el cascabel volvió a su
mano, la sacudió y la oyó sonar.
—Recuerda, tienes que dejarlo caer, gatita —escuchó la voz de
su amante.
Lo aferró entre sus dedos y dejó escapar un profundo suspiro.
—¿Estás lista? —preguntó ahora Hevin.
Respiró profundamente, ¿serviría de algo que dijese que no?
—Sí, señor —masculló en su lugar.
Una nueva risita fue acompañada por una nueva caricia, esta
vez de unas manos que conocía realmente bien. Su cuerpo reaccionó
enseguida a su toque, calentándose, su sexo se humedeció y no pudo
evitar dejar escapar un involuntario jadeo cuando los curiosos dedos
se restregaron contra sus labios vaginales, empapándose de sus jugos
para luego subir entre las mejillas de sus nalgas al apretado botón de
su trasero con el que enseguida se puso a jugar.
Un relámpago de calor la atravesó por entero al mismo tiempo
que otra mano ocupaba el lugar abandonado por su amante y
reanudaba sus caricias de forma más abrupta, pero increíblemente
deliciosa. Demasiado pronto una lengua empezó a lamerla mientras
otro dedo se hundía lentamente en su trasero arrancándose pequeños
quejidos de pacer. La tortura duró algunos minutos, siempre
acercándola al borde para luego mantenerla ahí hasta que se enfriara,
sin permitirle el orgasmo que tenía prohibido y provocándolo al mismo
tiempo.
Entonces ambas manos desaparecieron, y en su lugar escuchó
el romper el papel y el plástico y un sonido de algo a pilas. Todo su
cuerpo se tensó al recordar el plug anal que Gadiel había empezado a
utilizar en ella el día después de su primer encuentro. Como si hubiese
escuchado sus pensamientos, sintió de nuevo sus dedos jugando en
la pequeña apertura, aplicándole ahora un frío gel para luego empujar
en su interior el pequeño juguetito que la fue abriendo poco a poco
hasta alojarse por completo en su interior.
—Respira, gatita, relájate —escuchó su voz—. Ya sabes cómo
va esto… puedes hacerlo.
Sí, lo sabía… pero hacerlo era otro cantar. Tomó una profunda
respiración y la dejó escapar permitiendo que su cuerpo se adaptase a
aquel objeto extraño enterrado en su trasero.
—Eso es —la premió deteniéndose ahora delante de ella,
acariciándole la mejilla con una mano mientras la otra se encargaba
de desabrocharse el pantalón y dejar a la vista la más que dispuesta
erección; su polla se elevaba ante ella gruesa y caliente.
Se lamió los labios, la idea de acogerle en la boca le resultaba
muy apetecible, especialmente porque hasta el momento, de los dos
Jinetes con los que había intimado era el único que confiaba en ella lo
suficiente para permitir tener sus dientes cerca de tan preciada joya.
—Ahora es cuando va a ponerse difícil —le dijo al tiempo que le
acercaba la punta de la erección a la boca—, Hev va a llenar también
ese bonito y húmedo coño con un nuevo juguete… Quiero que
recuerdes que no puedes correrte. Si ves que es demasiado para ti,
deja caer el cascabel y todo se detiene. Esa es tu palabra de
seguridad hoy, deja caer el cascabel y todo se habrá acabado.
Gadiel no le permitió responder, le alzó la barbilla para buscar el
ángulo correcto e introdujo lentamente su miembro hasta un punto que
fuese cómodo para ella. Su lengua se movió al momento, saboreando
la salobridad y la textura única de ese hombre.
—Sí, así nena —la premió con un bajo gemido masculino—.
Hev… cuando quieras, es tuya…
Como si estuviese esperando aquella misma confirmación, el
Jinete deslizó lo que solo podía ser un consolador en su húmedo y
caliente interior, probando su respuesta al retirarlo para volver a
introducirlo una vez más. Solo entonces sintió como le daba una
palmadita amistosa en el trasero y hablaba en voz alta, recordándole
una vez más que había una tercera persona en la sala mirándola.
—Espero que tu amo esté satisfecho con esto.
Con esa declaración el consolador en su interior empezó a vibrar
y su particular infierno dio comienzo.

Sus gemidos lo estaban volviendo loco, la visión de aquel


adorable cuerpo siendo consumido por la lujuria y el deseo era más de
lo que podía soportar en un día normal. Su piel se había cubierto ya de
sudor, pequeños temblores sacudían su cuerpo una y otra vez, pero
para sorpresa de todos los presentes, todavía no se había corrido.
Podía ver a Gadiel entrando y saliendo de su boca con gesto de
éxtasis y no podía por menos que envidiarlo. Qué diablos, si por
envidiar envidiaba incluso el maldito vibrador que la estaba follando,
porque quería ser él quien estuviese entre sus muslos, cómodamente
enterrado y disfrutando de ella.
La súcubo que presenciaba en silencio el “castigo” había
empezado a moverse nerviosa, los gemidos de la pequeña sumisa la
excitaban incluso a ella hasta el punto de haberla pillado un par de
veces acariciándose los propios pechos. Y a juzgar por su mirada
ahora mismo, le hacía falta un revolcón tanto como a él. Era una pena
que realmente todo lo que le interesase ahora mismo era la mujer
gimoteante atada al banco de nalgadas.
—Es suficiente —la escuchó murmurar en voz baja.
Él se giró hacia ella al tiempo que la veía dar media vuelta y
dirigirse hacia la puerta.
—El castigo ha sido ejecutado y presenciado —declaró
alcanzando el pomo de la puerta—. Se lo haré saber a mi señor.
Echó un último vistazo por encima del hombro hacia el trío y
desapareció por la puerta.
—Ok, Gad, creo que es hora de acabar con esto —le dijo
volviendo toda su atención a la mujer. Con sumo cuidado le quitó
primero el plug y finalmente apagó el zumbido del vibrador para
retirárselo también mientras su compañero hacía lo propio
abandonando su boca.
Un quejido abandonó sus labios, todo su cuerpo temblaba preso
de la desesperada liberación que le había sido negada.
—Ayúdame a desatarla —pidió apurándose en quitarle las cintas
que sujetaban sus piernas, para luego proceder con la que la
mantenía prisionera en el banco mientras su compañero le soltaba las
manos—. Shhh, suave, pequeña, suave…
Ella gimoteó una vez más cuando la retiró del banco, llevándola
en brazos al ancho sofá dónde la depositó con absoluto cuidado.
—Esto es una mierda —declaró en voz alta—, debería haberle
cortado las pelotas a ese hijo de puta en vez de hacerla pasar por
esto.
Gadiel dejó escapar un bufido.
—A buenas horas —comentó el Jinete arreglándose la ropa—.
¿Crees que podrás hacerte cargo de ella?
Él lo miró y frunció el ceño.
—No me jodas, ¿vas a largarte?
Su amigo miró a la mujer y luego a él.
—A mí ya me tiene, Hev —le aseguró con un ligero
encogimiento de hombros—, es tu turno con ella… Es nuestra única
esperanza, eso la hace también la tuya.
Sin una palabra más dio media vuelta y salió de la habitación
dejándolo solo con aquella pequeña y jadeante mujer.
—Fantástico —resopló sin dejar de mirarla.

Veronique iba a volverse loca de un momento a otro, estaba


segura de ello, sentía el cuerpo ardiendo, un calor que no podía
apagar con nada y el dolor que sentía entre las piernas solo era un
infierno más del que era incapaz de liberarse. Esos cabrones no le
habían permitido correrse tal y como se lo habían dicho al principio, y
ella, terca como una mula, había aguantado hasta el punto de ponerse
a gritar.
—Suave, pequeña —escuchó de nuevo su voz. Su presencia
empezaba a irritarla tanto como la deseaba. Ese hijo de puta era el
único culpable de todo aquello, si tan solo la hubiese escuchado la
primera vez.
—Te dije… que no servía… como camarera —se las ingenió
para sisear—. ¡Debería clavar tu cabeza en una pica y colocarla en
medio de mi clase!
Bueno, quizá aquello no fuese lo indicado para una clase de
primaria, pero los niños de hoy en día no se extrañarían de ver algo
así, no con toda la clase de bestialidades que veían en las noticias.
Para su consternación, él se echó a reír, abrió los ojos y lo vio
allí, partiéndose el culo de la risa. Alto, con unos hombros anchos, la
camisa desabotonada y esos malditos tejanos que le ceñían el culo
con un guante era mucho más de lo que podía soportar ahora mismo.
—Y ellos diciendo que eras una dulce profesora de primaria —se
rio, su rostro mudaba ante la diversión que lo cubría, perdiendo parte
de su adustez.
Se incorporó en el sofá, entrecerró los ojos e incluso se llevó las
manos a las caderas.
—Pues sí, lo soy —declaró con un siseo—. Lo cual es mucho
más de lo que se puede decir de ti.
Su desafío no hizo sino atraer su atención y aumentar su
diversión.
—Unas palabras demasiado grandes para una mujer tan
pequeña, preciosa —le aseguró mirándola de arriba abajo.
Ella entrecerró los ojos y lo fulminó con la mirada.
—¿Quieres que te muestre exactamente lo que esta pequeña
mujer puede hacer? —le soltó cabreada hasta el infinito. Ya no podía
más, estaba frustrada, jodidamente caliente y aquel capullo se reía de
ella—. Pues lo vas a comprobar ahora mismo.
No se paró a pensar, su cuerpo exigía y ya no tenía paciencia
para negarle nada, él era uno de los malditos Jinetes, ¿no? Pues eso
lo hacía perfectamente válido para follar con ella según su propio
reglamento. Dejó el sofá el tiempo justo para empujar a aquella gran
mole y hacerle caer sentado en el lugar que ocupaba ella antes, se
subió a su regazo y lo montó a horcajas sintiendo la dura erección que
presionaba en el interior de sus pantalones bajo su húmedo y
sensibilizado sexo. Él parecía bastante sorprendido pero no ofreció
resistencia alguna, por el contrario, colaboró gustoso cuando reclamó
su boca en un caliente y pecaminoso beso.
Sus manos pronto estuvieron sobre ella, apretándole los
abandonados pechos, torturándole los pezones y deslizándose por su
carne en llamas. Levantó los brazos cuando empezó a tirar del vestido
para quitárselo y dejó que la aupase sobre él para poder darse un
festín con sus pechos. Su boca hambrienta se cerró sobre uno de los
pezones, succionándolo, rodeando la aureola con la lengua hasta
dejarlo tan duro como una piedra. Sus manos bajaron entonces a su
propio pantalón para abrir la cremallera y extraer la llena erección con
la que no dudó en empalarla allí mismo. Le rodeó la cintura con un
brazo para alzarla y posicionarse en su entrada de modo que pudiese
bajar por sí misma sobre aquel delicioso grosor.
—Ahh —jadeó al sentirse llena por él, su boca seguía presa de
su pezón, aumentando el placer ya de por si devastador.
—Muévete, pequeña —farfulló contra su pecho—, toma lo que
necesitas.
No necesitaba decírselo dos veces, se hundió por completo en él
solo para volver a levantarse y dejarse caer una vez más. La
sensación era tan agradable que echó la cabeza hacia atrás y se dejó
ir, montándolo a su propio ritmo, disfrutando del enorme y caliente
cuerpo que estaba a su disposición.
—Eso es, pequeña, así… —le oyó ronronear, su voz más gruesa
que de costumbre—, sí, eres magnífica… sigue así… más…
Nunca pensó que la voz de un hombre podía sonar tan sexy, por
no hablar de que le gustaba lo que le hacía lo cual no era sino una
medalla para su maltrecho orgullo.
Se alzó una vez más sobre él y le obligó a abandonar sus
pechos, su boca rozando sus labios mientras las palabras se vertían
solas.
—Fóllame —le pidió totalmente desinhibida.
Él gruñó en respuesta, la tumbó sobre el sofá sin salirse de ella y
la miró con la misma hambre que poseía.
—Será un auténtico placer.
Y vaya si lo era, sentirle hundiéndose en su interior con fuerza,
montándola como si no existiese nada más que ellos dos, iba más allá
del placer. Le rodeó con los brazos y disfrutó de aquel momento de
pasión desenfrenada, de la necesitad sin barreras que los consumía y
que la catapultó a la tan deseada liberación que le había sido negada
momentos antes. Se aferró a él y gritó cuando los primeros temblores
de su orgasmo la recorrieron y le sentía a él hundiéndose con más
fuerza y rapidez hasta que alcanzó su propia liberación derramándose
en su interior.
El sonido de sus respiraciones era todo lo que se escuchó
durante varios minutos en la silenciosa habitación, se había
acomodado contra su cuerpo, esperando a que el latido de su corazón
se normalizase y pudiese recuperar el aliento.
—Nena, puede que como camarera no tengas futuro, pero
sacándome de quicio eres única —le dijo él al tiempo que deslizaba la
mano por su brazo con ternura.
Ella se echó a reír.
—Si así es como te portas cuando te cabreas, tendré que
sacarte de quicio más a menudo, señor —le dijo.
Por toda contestación bajó la mano entre sus piernas y la
penetró con un dedo.
—Por lo pronto, aprovechemos lo que ya has conseguido.
Su dedo no tardó en ser sustituido por su hambrienta boca, un
pasatiempo al que sin duda, Guerra, podría acostumbrarse.

CAPÍTULO 6

—Tienes que estar de broma —jadeó al ver su reflejo en el


espejo—. Tienes que estar de jodida broma.
Le dio la espalda al espejo para mirar a la menuda mujer rubia
que la acompañaba; Lya. Ella se había presentado hacía poco más de
una hora vestida de gatita y trayendo consigo la indumentaria que
ahora llevaba. Unas peludas orejas en punta, la peluda cola y el
brevísimo traje marrón y crema la convertían en una ardilla. Incluso
tenía unos mitones en forma de manos y unos calcetines de pelo para
llevar sobre unos zapatos de tacón bajo. Sí, una jodida ardilla.
—No puedo salir ahí fuera de esta guisa —rezongó. Esperaba
que al menos la mujer tuviese algo de consideración. Sabía que era la
sumisa de Bahari, la había visto a menudo junto a él así como en el
regazo de Gadiel la primera vez que lo vio; el recuerdo todavía la
molestaba—. No puedes decirme que te gusta ir por ahí… vestida…
así.
Ella se limitó a sonreírle, le colocó bien la diadema con las
orejillas de ardilla y dio un paso atrás.
—No me molesta demasiado —contestó—, cualquier
incomodidad queda a un lado cuando ves a tu maestro babeando y
con dificultades para sacarte las manos de encima. Y Bahari no babea
a menudo, por lo que si consigo que sus manos y el resto de su
cuerpo estén pendientes de mí… es un pequeño precio a pagar con el
que puedo vivir.
Frunció el ceño ante aquella manera de pensar.
—¿Me estás diciendo que te gusta ser una chica objeto?
Ahora su risa inundó el solitario vestidor.
—¿Chica objeto? —se carcajeó—. Cariño, aquí los únicos chicos
objetos son ellos. Tú tienes ahora mismo a los Cuatro Jinetes del
Souless bailando al compás de tus movimientos… Si eso no es poder,
ya me dirás que lo es. Ser sumisa no es sinónimo de esclavitud, por el
contrario, tienes más poder en tus manos del que crees.
Parpadeó, no estaba segura de que aquel pensamiento fuese el
correcto.
—Más del que ninguno de ellos habría pensado darte, de hecho
—continuó al tiempo que comprobaba que llevaba todo lo que tenía
que llevar.
Sus palabras le llamaron la atención.
—¿Qué quieres decir?
La mujer dudó unos instantes, entonces miró hacia la puerta y de
nuevo hacia ella.
—Dime una cosa, ¿qué opinas de los Jinetes del Souless? —le
preguntó en voz baja—. Y no me refiero solo a su manera de follar…
¿Te gustan? Dirías que… ¿Te has enamorado de alguno? ¿De todos?
Y aquella debía ser la pregunta más bizarra que le habían hecho
en toda la vida.
—No creo que eso sea de tu incumbencia.
La chica se limitó a poner los ojos en blanco.
—La verdad es que no, pero a ti te ayudaría a la hora de decidir
qué quieres hacer después de la medianoche de hoy —le aseguró con
un resoplido—. Hazme caso, no dejes pasar aquello que realmente
quieres, porque podrías terminar por arrepentirte… por no mencionar
que ellos lo harían eternamente.
No era profesora de primaria por haber comprado las
oposiciones en un Chino, sabía la de vueltas que eran capaces de dar
sus alumnos a las cosas cuando en realidad querían decir otra y
aquella mujer estaba haciendo lo mismo.
—Detesto que anden a mi alrededor con rodeos —le dijo
entrecerrando los ojos sobre ella—. Si tienes algo que decir, sugiero
que lo hagas ahora.
Ella pareció pensárselo, pero entonces se encogió de hombros y
asintió.
—Bueno, no es como si yo tuviese prohibido hablar sobre ello —
murmuró con un suspiro—. Y en todo caso, les estaría haciendo a
esos chicos un enorme favor.

Las palabras de Lya todavía giraban en su mente cuando


traspasó el umbral de la sala principal del club. Lo que la mujer le
había explicado era tan bizarro, tan irreal que tenía dificultades en
aceptarlo, pero entonces, ¿acaso no era también irreal su presencia
en aquel lugar? ¿El hecho de que hubiese podido convocar nada más
y nada menos que a uno de los Jinetes del Apocalipsis?
Recorrió con la mirada el salón hasta encontrar a Hevin
charlando animadamente con Zhair, ambos hombres no podían
resultar más distintos entre ellos y a pesar de todo, cada uno en su
estilo, era único y fantástico. Siguió con el recorrido, Sarkis vigilaba la
escena de spanking que se llevaba a cabo en la plataforma superior.
Un escalofrío la recorrió por entero ante el recuerdo de lo que dos de
ellos le habían hecho encima de ese banco.
—Los castigos son para enseñar, no para que guardes
recuerdos amargos o temor, gatita —la voz de Gadiel a su espalda
llegó al mismo tiempo que la sensación de su mano sobre el hombro.
Se giró para ver al hombre recorriéndola con una hambrienta mirada
—. Estás para comerte, pequeña ardilla.
Le miró a los ojos tal y como sabía que él prefería, adoraba sus
ojos, de todos los Jinetes era el más tierno, cuando no se le cruzaban
los cables. Se lamió los labios y dejó escapar una respuesta.
—En ese caso, espero que tengas hambre, señor.
A juzgar por el brillo en sus ojos, estaba claro que sí.
—¿De quién fue la idea de este delicioso disfraz? —preguntó al
tiempo que deslizaba las manos por su cuerpo.
Ella se giró hacia el responsable, buscándole una vez con la
mirada.
—Del Maestro Sarkis —declaró—. Parece tener una especial
predilección en hacerme llevar los más… variopintos… vestidos,
señor.
Y sabía que no era el único. Dejando el tema de la ropa a un
lado, se concentró de nuevo en él.
—¿Puedo saber cuál será mi trabajo de esta noche?
Durante la semana la habían mantenido ocupada tanto dentro
como fuera del dormitorio haciendo las tareas más variopintas; entre
ellas estuvo incluso la de cantar karaoke, y no es que a ella se le diese
especialmente bien, es que a los demás no se les daba de ninguna
manera.
Los dedos masculinos le acariciaron el rostro, entonces
resbalaron por su cuello hasta acariciarle el montículo de los pechos
sembrando un pequeño sendero de calor.
—Esta noche te vas a limitar a servir y acompañar a los
Maestros del Souless —le dijo y señaló con un gesto de la barbilla
hacia la tarima en la que ya se terminaba la función—. Bahari está de
un humor especial y ha convocado una serie de juegos.
Ella tembló al escuchar sus palabras y él se rio.
—Tranquila gatita, tú solo serás espectadora —le dijo al tiempo
que hundía un dedo por dentro—, al menos esta noche.
—No habrá más noches —replicó antes de poder contenerse—,
esta es la última que pasaré en el Souless. Ese es el trato.
Le acarició un pezón con el dedo y se mordió el labio para no
gemir.
—Bueno, amor, siempre se pueden hacer nuevos tratos —le
aseguró retirando la mano para luego rodearle la cintura con el brazo e
instarla a caminar—. Ven, es hora de coger asiento y disfrutar del
espectáculo.
La guió a través de la sala, hubo quien le sonrió con cortesía y
quien se tomó la libertad para desnudarla con la mirada, por no
mencionar la codicia que juraría haber visto en los ojos de otros. Los
hombres, si bien no todos si la mayoría, cubrían su identidad con
antifaces mientras sus acompañantes, mujeres en su mayoría,
llevaban todo tipo de atuendos que recordaban a algún animal. Por un
momento pensó en el exclusivo Club como un extraño y fabuloso
zoológico en la que todo tenía cabida.
Casi sin pretenderlo bajó la mirada a sus manos, se había
acostumbrado a utilizar las pulseras de cuero azul y se sentía un poco
desnuda y vulnerable sin ellas. Estas le habían provisto de una relativa
seguridad dentro de aquel lugar de perversión y erotismo, cualquiera
que le viese llevarlas sabría instantáneamente que era la “mascota” de
los Jinetes del Souless. Al principio le había irritado mucho la idea,
pero cuando vio que aquello la salvaba de un par de indeseables,
agradeció el hecho de llevarlas puestas.
—No necesitas las pulseras, dulzura, vas a estar entre nosotros,
nadie que tenga medio cerebro se acercará siquiera a ti.
Alzó la mirada al instante para encontrarse al maestro Zhair
frente a ella. El hombre llevaba el rostro descubierto al igual que el
resto de los Jinetes, unos gastados tejanos y una camisa negra
totalmente abierta mostrando su torso desnudo era su sello habitual.
—Me gusta el disfraz, es muy sexy —continuó al tiempo que la
recorría con la mirada—. Date la vuelta.
Con un suspiro, obedeció, separó las manos e hizo un pequeño
giro para que pudiese apreciar cada parte del disfraz.
—Um… me gusta la cola —aseguró con segundas.
Ella tragó, esa maldita cola la estaba poniendo de mal humor, de
muy mal humor… El plug al que estaba anclada la volvía loca,
haciéndola perfectamente consciente del objeto alojado en su trasero.
Un maldito requisito que ese hijo de puta que ahora los miraba desde
el otro lado de la sala había exigido y colocado él mismo antes de
enviar a la sumisa de Bahari.
—Tiene sus posibilidades —confirmó Gadiel con un ronroneo—.
¿No es así, ardillita?
—Es una lástima que no tenga bellotas para lanzaros, señor —
siseó entrecerrando los ojos.
Su respuesta fue una amplia sonrisa, su lengua le acarició la
oreja cuando se inclinó a susurrarle.
—Cuidado, mascota, podría reclamar esta misma noche el
privilegio de poseer ese dulce culito.
Se tensó en respuesta y siseó al sentir con mayor intensidad el
tapón anal.
—Déjale respirar, Gad —escuchó a su espalda. El enorme
cuerpo de Hevin la cubrió desde atrás, su mano fue directa a su
trasero, pellizcándole la nalga—. La noche no ha hecho más que
comenzar. Bonito vestido, ardilla.
Cierra los ojos y cuenta mentalmente hasta diez. No puedes
matarlos, no puedes matarlos… aunque te encantaría, ¡no puedes
matarlos! Se obligó a respirar profundamente, solo unas cuantas horas
más y Sarkis tendría que cumplir con su parte del trato, entonces ese
cabrón obtendría su merecido y ella… ella…
—Oh, mierda —masculló al tiempo que se llevaba las manos a la
boca. Seis pares de ojos la miraban ante su exabrupto.
—¿Ocurre algo, Veronique? —preguntó Gadiel entrecerrando los
ojos sobre ella.
Sacudió la cabeza. No, nada, ¿qué iba a pasar? Solo era una
estúpida y aburrida profesora de escuela a la que le habían dado a
probar la maldita fruta prohibida… tres de ellas… casi cuatro si tenía
que contar con el abrasador beso que Sarkis le había dado para sellar
su pacto. No se había olvidado de ese beso… en realidad, no se había
olvidado de ninguno de los que ellos le daban, ni de la forma en la que
la trataban. Podían ser dominantes, oh, sí, pero también eran tiernos,
atentos, educados, un poco bestias en ocasiones, pero le gustaba ese
lado peligroso… ¡Diablos, se había convertido en una pervertida!
Hundiendo las manos en el pelo dio media vuelta y los dejó a
todos con un palmo de narices al salir como alma que lleva el diablo
en dirección a unas puertas dobles que esperaba la sacasen de allí y
la llevasen a cualquier sitio donde pudiese estar unos momentos a
solas y ordenar sus ideas.
Desoyó los gritos a su espalda, hizo caso omiso de su nombre y
de los murmullos y las miradas de la gente con la que tropezó, sus
ojos estaban empañados por lágrimas de frustración.
¿Crees que podrías amarlos, Veronique? ¿Qué podrías romper
su maldición? Ellos creen que tú eres la única, la mujer que los amará
a los cuatro y romperá las ataduras que los han unido eternamente al
Club.
Las palabras de Lya resonaban en su mente mientras abría las
puertas dobles de un empujón y salía a un extenso jardín circular que
nunca antes había visto. Alzó la mirada y se encontró con un cielo
lleno de estrellas, pero por más que lo intentó no reconoció ninguna de
las constelaciones. El murmullo que escuchaba procedente del Club
empezó a morir a medida que se cerraban las puertas para finalmente
desaparecer del todo. Anímicamente agotada, con la mente hecha un
lío comenzó a caminar por el sendero cubierto de setos, pronto
empezó a encontrarse con unas enormes estatuas masculinas. El
escultor había sido capaz de plasmar cada músculo, cada plano de los
esculturales cuerpos a la perfección; viéndolos de cerca cualquiera
pensaría que cobrarían vida de un momento a otro. Faunos, ángeles
con un rostro perfecto, tritones emergiendo de una ola, demonios con
sonrisa ladina y cuernos, nigromantes, dónde posase la mirada
descubría la efigie de algún mito. A medida que avanzaba, las
estatuas se iban espaciando hasta concluir en un último círculo dónde
una fuente de piedra permanecía custodiada por cuatro personajes.
—Te has marchado antes de que diese comienzo mi sesión de
juegos.
La inesperada voz la hizo saltar, se llevó la mano al corazón y se
giró rápidamente para ver a un muy tranquilo y solitario Bahari
observándola desde el inicio del camino.
—Lo siento —musitó.
Él se limitó a contemplarla durante un momento.
—La esclavitud es de lejos la peor de todas las condenas —le
dijo al tiempo que avanzaba hacia la fuente—, pero es mucho peor
todavía tener la llave a tu alcance y no atreverte a tocarla.
Ella apretó los dientes ante su exposición.
—A veces, es la misma llave la que debe colocarse en tu mano y
liberarte —continuó haciendo caso omiso a su silencio—. Dime,
Veronique, ¿qué es lo que más deseas en este preciso instante? No
cuando convocaste a Peste, ni cuando llegaste al Souless o hace
cuestión de unos segundos, sino ahora.
¿Qué era lo que más deseaba en ese preciso instante?
—No quiero ser la llave que libere nada —masculló.
Él sacudió la cabeza.
—No fue eso lo que te pregunté.
Apretó los labios y alzó la mirada.
—Quiero irme a casa —declaró.
Él chasqueó la lengua, un gesto tan humano y que en él se veía
extraño.
—Cuando no puedes ser sincera contigo misma es mucho más
difícil ser sincera con aquellos que quieres —le dijo al tiempo que
acariciaba el agua con las manos—. Pero la elección es tuya, pequeña
humana.
Con eso, le dedicó un educado saludo con la cabeza y
desanduvo su camino.
—¿Maestro Bahari?
Las palabras surgieron de su boca antes de que pudiese
detenerlas.
Él se detuvo, pero no se giró.
—¿Qué ocurrirá si decido… no irme?
El hombre tardó unos segundos en contestar.
—Eso, querida mía, tendrás que preguntárselo a tus cuatro
Jinetes.
Dicho aquello continuó su andadura solo para desaparecer a los
pocos segundos dejándola sola en medio de aquellas estatuas de
piedra.
—Por supuesto, pregúntaselo a ellos —farfulló para sí—. A
cuatro tíos que para lo único que me necesitan es para liberarse de lo
que quiera que los mantiene encerrados entre esas cuatro paredes y
poder irse de rositas… Una profesora con los Cuatro Jinetes del
Apocalipsis… sí, ya puedo ver las noticias. Y mi familia… ¡Ja! Ellos me
desheredarán, por no decir que con mayor seguridad me encerrarían
en algún lugar para luego tirar la llave.
Se pasó la mano por el pelo y tiró de la diadema con las orejitas
de ardilla hasta sacarla y lanzarla al suelo.
—Tú no tienes remedio, Veronique —se dijo a sí misma—,
primero te lías con un perdedor y ahora… te enamoras de cuatro
imbéciles y dioses del sexo que para más inri son la representación
viva y coleando de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis… ¿Qué diablos
pasa contigo?
—Yo diría que ha ganado en inteligencia.
—Desde luego, ha sacado las uñas. Más de una vez.
—Tendríais que haberla visto cuando hizo la invocación, no
sabía si reírse o echarse a llorar.
—Yo diría que ha sido seducida, ¿qué opinas, gatita?
Uno por uno, sus cuatro hombres aparecieron desde detrás de
las estatuas que bordeaban la fuente.
—Oh, ¡mierda! —fue todo lo que pudo decir.
Ellos se miraron los unos a los otros y llegaron a un acuerdo.
—Sí, ha sido seducida por el Apocalipsis.
Chirriando los dientes, miró a todos y cada uno.
—Oíd, chicos… —murmuró al tiempo que dividía la mirada entre
todos ellos—, creo que tenemos que hablar de algunas cosillas…
¡Cómo la de ser vuestra maldita liberación!
Sarkis avanzó hacia ella con total tranquilidad, recogió la
diadema del suelo y se la puso de nuevo en el pelo.
—Ya habrá tiempo después para que despotriques sobre ello,
Veronique —le aseguró recorriéndola con la mirada—. Ahora, vas a
descubrir lo que se siente al ser poseída por el Apocalipsis.
Sin darle tiempo a objetar, bajó la boca sobre la suya y se la
devoró en un hambriento beso.
CAPÍTULO 7

Por primera vez en la semana que llevaba en el Souless


comprendió lo que era estar a merced de los cuatro Maestros más
sexys que existían, hombres dedicados a ella por completo, a cumplir
sus fantasías, a mimarla y adorarla, a quererla tal y como siempre
había anhelado. Cuatro imponentes Jinetes que desatarían el
Apocalipsis solo por ella.
—Insisto en que deberíamos hablar —murmuró tras liberarse del
ardiente beso de Sarkis—. No es posible que hayas… que hayáis
organizado todo esto porque creáis que soy la única que…
Unas codiciosas manos le acariciaron el culo por debajo de la
falda y tiraron de su cola haciéndola gemir.
—Has convocado a uno de los Jinetes —la voz de Gadiel le
acarició el oído seguido de su lengua. Eran sus manos las que le
moldeaban el trasero—, cuando no se nos está permitido abandonar el
Club de ninguna manera, si no fueres la elegida, no habrías caído
aquí, gatita.
Ella jadeó cuando el maldito sujetó la base de la cola y la movió
para finalmente extraerla por completo.
—¿Por qué no me lo dijisteis desde el principio? —protestó
mientras arqueaba la espalda al sentir ahora sus dedos jugando entre
sus nalgas.
Otras manos resbalaron por su vientre, acariciándole los muslos
con pereza.
—Eres tú la que debe hacer su elección —respondió Sarkis
todavía frente a ella. Era capaz de distinguir sus voces incluso con los
ojos cerrados—. Lo máximo a lo que podemos aspirar es convencerte
de que este es el lugar en el que debes estar, dónde tienes que
quedarte.
Sus dedos alcanzaron la humedad que ya escapaba de su
henchido sexo, su gemido de placer quedó ahogado por una nueva
boca que reclamó la suya con suavidad. Su lengua se enredó en la de
él, disfrutando de su sabor.
—No… no puedo… —se las ingenió para musitar, su mirada
cayó sobre Zhair, que acababa de besarla—. Tengo un trabajo… una
familia… yo… yo necesito…
Unas codiciosas manos le arrancaron el brevísimo top que le
cubría los pechos y se apropiaron de sus pezones, retorciéndolos y
amasándolos entre los dedos.
—Necesitas dejar todo lo viejo atrás y enfrentarte a lo nuevo —la
voz ronca de Hevin era tan clara como su toque—. Nadie quiere
apartarte de tu mundo, pequeña, solo cambiar las normas en él.
Se lamió los labios y tensó el cuerpo cuando un par de dedos
empezaron a penetrarla por delante y por detrás.
—Así no hay quien tenga una conversación —gimoteó
deshaciéndose entre ellos. Su mente solo podía concentrarse en las
alucinantes sensaciones que la recorrían y la dejaban a merced de
esos cuatro hombres.
—Hablaremos después —insistió Gadiel en su oído. Le mordió
suavemente el arco y luego se lo lamió—. Ahora, limítate a disfrutar de
lo que es tuyo, gatita. Tienes a los Cuatro Jinetes del Apocalipsis
dispuestos para ti.
Como si aquella fuese la frase clave que estaban esperando,
cada una de las prendas de su cuerpo desapareció, todo lo que
conservó fueron los guantes de las manos, los calentadores y los
zapatos. Su boca acabó reclamada por alguien mientras sus pechos
terminaban siendo lamidos y succionados por otros dos. Manos
codiciosas y sensuales la recorrieron por entero, acariciándola y
poniéndola tan caliente que quería gritar. Las sensaciones eran tan
intensas y demoledoras que no sabía si su cuerpo o su mente
aguantarían aquellos cuidados.
—¿Lista para jugar, gatita? —ronroneó Gadiel en su oído—.
Estoy deseando poseer ese apetitoso culito.
Jadeó, no podía hacer otra cosa, a duras penas consiguió subir
una mano e introducirla en su pelo para acercarle a él y reclamar su
propio beso.
—Creo que eso es un sí —gruñó Sarkis hundiendo nuevamente
la mano entre sus piernas, sus dedos la penetraban con lentitud y
suavidad, enloqueciéndola—. Um... mojada y caliente, una funda
perfecta y apretada… no te haces una idea de las ganas que tengo de
enterrarme profundamente en tu interior, mascota. Tu cuerpo desnudo
ha sido una provocación desde el momento en que me convocaste.
Las voces de ambos se confundían en su mente, sus palabras
eran imposibles de procesar, todo lo que quería era que hiciesen algo
para acallar el furioso fuego en su interior que solo ellos encendían.
Abrió la boca para decir algo, pero una vez más sus palabras
fueron robadas por la lengua que la penetró, él bebió su gemido
mientras sus manos encontraban sendas erecciones completamente
duras, sus dedos las acariciaron y escuchó como premio los bajos y
varoniles gruñidos de sus dueños.
—Sí, justo así, pequeña —jadeó uno de ellos.
No respondió, no podía.
—Buena chica, sigue —la animó otro.
Todo su cuerpo ardía, quería que la follaran, ¡por dios que lo
hicieran de una buena vez!
—Y a eso le llamo yo voz de mando —se rio Gadiel.
¿Había dicho aquello en voz alta? Bien, no le importaba, quería
que lo hicieran y lo hicieran pronto.
—Puede ser muy explícita cuando así lo quiere —aseguró Sarkis
con una sonrisa en la voz.
Gadiel estuvo de acuerdo.
—En ese caso, démosle lo que quiere.
Sus palabras fueron el preludio de la locura absoluta. Sintió
como sus manos le abrían las nalgas un segundo antes de que su
polla empujase suavemente contra su pequeño agujero haciendo que
contuviese el aliento.
—Suave, amor —le susurró al oído—. Suave y fácil… sí… así…
relájate…
¿Qué se relajase? ¿Estaba loco? Lo que quería era gritar,
empujar contra él para que la llenase de una buena vez. La sensación
de él entrando poco a poco, estirándola allí era tan agónica como
deliciosa. La había preparado a conciencia con el tapón anal en cada
uno de sus encuentros, pero ni siquiera aquello podía compararse con
la sensación del erecto sexo masculino llenándola por completo.
Su jadeo fue tragado por la codiciosa boca que de nuevo
reclamaba la suya, sus manos se aferraron a los suaves miembros
que alojaba entre sus dedos consiguiendo un gruñido ahogado de sus
propietarios y cuando pensó que ya no podía soportarlo más, con
Gadiel profundamente enterrado en su trasero, Sarkis le acarició el
húmedo sexo con los dedos para luego resbalar la mano por la cara
interior de su muslo y tirar hacia él. Le alzó la pierna lentamente,
dirigiéndola hasta envolverla alrededor de la cadera.
—Esto es lo que he deseado hacer desde el mismo momento en
que me convocaste, pequeña ardilla —le dijo acariciando su entrada
con la punta de su erección—. Reconozco que me dejaste en shock,
una cosita bonita como tú, totalmente desnuda y expectante. Una
situación que había perdido la esperanza de que llegase a darse…
Pero tú me encontraste… nos encontraste a los cuatro…
Ella gimió, los labios que habían poseído su boca ahora le
mordisqueaban el cuello.
—Abre los ojos para mí, Veronique —ronroneó, sus dedos se
apretaron alrededor de su pierna mientras se frotaba hacia delante y
hacia atrás contra su henchido sexo—, quiero ver como se oscurecen
tus pupilas cuando te posea, cuando me entierre por completo entre
tus piernas.
Abrir los ojos… Si tan solo no le costase tanto.
—Abre los ojos para mí, hermosura —insistió él vertiendo su
aliento en el oído—. Mira lo que tengo para darte.
Obedeció a duras penas, las manos fuertes de Gadiel la
mantenían estable, su pecho cubriendo por completo su espalda
mientras le mordisqueaba el cuello mientras le dejaba tiempo para
acostumbrarse a su gruesa invasión.
Sus ojos se encontraron con los de Sarkis un instante antes de
que él rozase de nuevo su dura polla contra los sensibles pliegues de
su sexo.
—Deja de jugar —gimoteó. La sensación era indescriptible y con
todo necesitaba más—. Hazlo de una maldita vez.
Sus labios se estiraron en una divertida sonrisa.
—¿Qué haga qué?
Ella se tensó cuando sintió las manos de uno de sus amantes
atormentando sus pezones.
—¡Tómame de una jodida vez!
Oyó un coro de risitas, al parecer sus amantes lo estaban
pasando de maravilla a su costa. Malditos fueran.
—¿Quieres tenerme dentro de ti? ¿Tan profundamente
enterrado que no quieras que salga?
Gimoteó de nuevo.
—Lo que no voy a querer es que entres como sigas así, maldito
—siseó.
La diversión bailaba en sus ojos.
—Respira hondo, ardillita —le dijo al tiempo que empezaba a
empujar penetrando en su interior—, y no te desmayes. Quiero oírte
gritar mientras te follo.
No habló, no hizo ni un solo sonido, de hecho posiblemente se
habría olvidado incluso de respirar. La sensación de él abriéndose
paso en su interior solo era aumentada por la estrechez que
encontraba en su camino a causa del miembro que se mantenía
cómodamente alojado en su culo.
La doble penetración hizo trizas su conciencia, de pronto parecía
que no había aire suficiente que entrase en sus pulmones, su cuerpo
estaba en llamas, sobrepasado y tan necesitado que si esos dos no
empezaban a moverse pronto iba a ponerse a llorar como un bebé.
—Por favor —lloriqueó, sus dedos se aferraron con
desesperación a los suaves agarres, arrancando nuevos gruñidos
mientras los duros miembros seguían deslizándose entre ellos—. Oh,
señor… Por lo que más queráis…
Una lengua le lamió los labios un momento antes de que
escuchase la cruda y masculina voz del jinete que acababa de
poseerla.
—Eres nuestra, dilo —gruñó sin moverse ni un ápice—. Para
nuestro placer…
Echó la cabeza atrás y se dejó ir en medio de aquel sándwich
humano.
—Sí… —lloriqueó.
Alguien le acarició los pechos, entonces el brazo, las caderas.
—Di las palabras, hermosa —escuchó que le decía alguien más
—. Di que eres nuestra, que nos perteneces a nosotros y solo a
nosotros.
Se lamió los labios, iba a enloquecer, si no hacían pronto algo,
se haría pedazos.
—Dilo, Veronique —insistió Sarkis con aquella voz de mando
que la hacía ponerse más y más caliente—. Hazlo, pequeña y te
prometo que haré todo lo que esté en mi mano para hacerte feliz…
todos lo haremos.
Hacerla feliz. La calidez se instaló en su corazón al oír sus
palabras y la decisión subyacente en ellas. Esos hombres no habían
hecho otra cosa que hacerla feliz, durante su estancia en el Souless
se habían preocupado de ella como nadie lo hizo jamás. Cada uno a
su manera, le habían demostrado lo mucho que significaba para ellos.
La habían hecho feliz, más allá de cualquier duda.
—Soy vuestra —jadeó derritiéndose entre ellos—, siempre…
solo vuestra… quiero quedarme con vosotros… por favor…
Si no supiera que era casi imposible, juraría que los cuatro
suspiraron a la vez.
—Siempre, gatita —le susurró Gadiel al tiempo que se retiraba
de su trasero—, ahora y para siempre, nos perteneces de igual modo
que nosotros te pertenecemos a ti. Eres nuestra, Veronique, solo
nuestra.
Sarkis eligió ese momento para reclamar su boca, entonces le
sintió retirarse solo para permitir que Gadiel volviese a introducirse por
completo en su trasero. Ambos hombres se movieron a la vez,
sincronizándose de modo que cuando uno saliese entrara el otro, sus
gemidos y gritos de placer inundaron el solitario jardín, si no supiese
que aquello era imposible, se habría atrevido a decir que las cuatro
estatuas que los rodeaban la miraban con ojos lujuriosos, como si
desearan estar en el lugar de sus amantes.
Estaba perdiendo la cabeza, la intensidad era tan abismal que se
encontró siendo rota en pedazos para luego volver a construirse una y
otra vez mientras sus amantes seguían esforzándose en su cuerpo,
saciando sus propias pasiones incluso después de haberle dado el
más explosivo de los orgasmos. Los miembros que encerraban sus
dedos se sacudieron con la última de las liberaciones, el semen
manchó sus dedos al igual que el suelo del jardín y se sintió poderosa;
tenía a sus pies a los cuatro Jinetes del Apocalipsis y eran para ella
sola.
Un nuevo orgasmo la dejó temblorosa y con el cuerpo convertido
en gelatina, sus dos amantes gruñeron casi a la vez enterrándose por
última vez en su interior mientras dejaban ir sus propias liberaciones y
ella se permitió entregarse al olvido.
Una ligera brisa recorría su cuerpo desnudo cuando por fin se
decidió a abrir los ojos tiempo después, estaba acostada en el suave
césped, a los pies de una de las cuatro estatuas custodio de la fuente
y unas callosas manos le recorrían los brazos y el cuerpo con pereza.
El calor de un cuerpo masculino se amoldaba a su espalda, mientras
otro se limitaba ahora a cobijarla.
—Dime que estoy viva, que mi cuerpo sigue de una pieza y que
tú no eres producto de mi calenturienta imaginación —pidió mirando a
Sarkis, que estaba tumbado a su lado, mirándola con pereza.
Alguien le pellizcó la nalga.
—Si lo preguntas, es que no has sido follada lo suficiente —
ronroneó Hevin en su oído. Su miembro volvía a estar erecto y se
frotaba contra sus nalgas.
Ella se giró para verle y casi suspiro de alivio al ver a su lado a
Zhair.
—Tiempo muerto, chicos —pidió mirándolos a cada uno de ellos.
Entonces se volvió a Sarkis—. Entonces…
Él arqueó una ceja en respuesta.
—¿Entonces?
Ella frunció el ceño. Iba a obligarla a que lo preguntase en voz
alta, ¿verdad? Capullo.
—¿Puedo… um… quedarme con vosotros?
Él sonrió con petulancia y se inclinó sobre ella.
—¿Todavía quieres tu venganza, amor?
Se lamió los labios.
—Solo si la administráis los cuatro —declaró con confianza.
Sarkis se echó a reír.
—Haremos algo mejor que eso —le aseguró golpeándole la
punta de la nariz con un dedo—. Y sí, mi pequeña convocante, puedes
quedarte con nosotros… después de todo, has desatado el
Apocalipsis con tu presencia… a partir de ahora, cualquier cosa es
posible.

EPÍLOGO

Un año después…

Veronique guardó los libros que había utilizado para la clase de


hoy, recogió las fichas y echó un último vistazo al aula. ¡Por fin habían
llegado las vacaciones! Aquel era un periodo que había empezado a
esperar con absoluta impaciencia, el momento en el que podía
quitarse su traje de profesora y disfrutar con total libertad de uno de
sus pasatiempos favoritos. Satisfecha, se alisó la falda, recogió la
chaqueta de la silla y cogió sus pertenencias.
—¿Necesitas ayuda, amor?
Su cuerpo vibró nada más reconocer el tono de aquella voz
masculina, sus nervios se dispararon, los pezones se endurecieron y
tensaron haciéndose palpables a través de la fina tela de la blusa,
incluso pudo notar como su sexo despertaba a la vida, mojándole las
bragas. Componiéndose mentalmente, adoptó su tono más profesional
y se giró para encontrarse de frente a uno de los más atractivos
especímenes del género masculino. Con el pelo corto en varios tonos
que iban desde el negro al rubio y unos intensos ojos claros, Gadiel
era uno de sus Jinetes favoritos.
—¿Crees que una profesora no es capaz de ocuparse de unas
cuantas carpetas? —le dijo echándole un vistazo. El hombre estaba
para comérselo; literalmente—. Llegas tarde, por cierto.
Sus labios se estiraron en una perezosa sonrisa, miró a su
alrededor y se aseguró de que la puerta estaba cerrada antes de
caminar hacia ella.
—¿Esa es la forma de hablarle a tu Maestro, gatita?
Se estremeció. Su sexo se humedeció todavía más, podía notar
sus jugos a punto de resbalar por sus muslos. Con un sutil batir de
pestañas, se lamió los labios y caminó decidida hacia él.
—Un trato es un trato, Gad —le recordó deteniéndose ante él—.
Cuando lleguemos al club, me oirás llamarte ‹‹señor››.
Él arqueó una delgada ceja y la miró.
—Ah, mi gatita descarada, eso se merece un castigo —le dijo
antes de bajar la boca sobre la suya y darle un suave beso—. Te he
echado de menos, amor.
Ella sonrió a su vez y le echó los brazos al cuello, abrazándole
como había deseado hacer desde el momento en que lo vio.
—Yo también —aseguró robándole un nuevo beso—. Y Sarkis,
¿no le tocaba a él venir a buscarme?
Sus Jinetes podían ser los más exasperantes de los hombres,
pero cuando se trataba de hacerla feliz, eran capaces de cualquier
cosa. Y eso incluía el que siguiera practicando su profesión. Ahora que
ya no estaban anclados al Souless, podían ir y venir cuando se les
antojaba, después de todo todos habían estado de acuerdo en que no
podían dejar el club solamente en manos de Bahari, el Ángel de la
Muerte necesitaba también sus periodos de descanso tanto como
ellos, por ello, se habían repartido las tareas de modo que siempre
hubiese dos de ellos presentes en el Souless mientras los demás iban
y venían a su antojo.
El fin de semana pasado Zhair se había quedado con ella y le
había enseñado a hornear una deliciosa tarta de limón; entre otras
cosas más apetitosas. Él había sido quien le informara que Sarkis la
recogería al final de su jornada laboral para acompañarla al Souless.
Durante las vacaciones, era el lugar en el que solía estar, aquel que le
permitía tener a los cuatro Maestros del Apocalipsis a su entera
disposición. Después de todo, ser su sumisa empezaba a resultar
bastante divertido.
—Sarkis está preparándote un regalo de aniversario que vas a
recordar eternamente —le aseguró al tiempo que la rodeaba con el
brazo y la instaba a caminar hacia la puerta.
Aniversario. Era increíble lo rápido que pasaba el tiempo, hacía
ya un año que había decidido quedarse con sus cuatro Jinetes. Su
relación había sido un tanto complicada de explicar a su familia, quien
pensaba que se había metido en una secta o algo parecido y que cada
fin de semana follaba con un hombre distinto o con dos a la vez. La
verdad, es que no podía importarle menos lo que dijeses o dejasen de
decir. Prueba de ello es que no se lo pensó dos veces cuando los muy
ricos y chalados hombres le dijeron que habían comprado una
magnífica casa con piscina para que ella pudiese vivir con ellos
cuando estuviesen en el plano mortal. ¿Cómo no iba a adorar a cuatro
hombres que se desvivían por ella y su felicidad?
—¿Lista para irnos? —La voz de Gadiel la arrancó de sus
pensamientos. Amaba a ese hombre, podía carecer de lógica e ir en
contra de todo lo que le habían inculcado a lo largo de su vida, pero se
había enamorado de los cuatro. Cada uno de ellos poseía un pedazo
de su corazón y de su alma, todos tenían algo que le gustaba, que
deseaba y que no cambiaría por nada en el mundo. Por supuesto, no
podía negar que sentía debilidad hacia alguno en especial, como era
el caso de Gadiel y Sarkis.
—Sí —aceptó tomando su mano. Se pegó por completo a él,
disfrutando de la sensación de su cuerpo duro contra el de ella.
El hombre la recorrió con la mirada.
—Creo que sugeriré a Bahari hacer una noche temática de
profesiones —ronroneó mientras se la comía con la mirada—. Todavía
no he tenido la oportunidad de follarme a una profesora.
Ella puso los ojos en blanco, pero muy a su pesar sonrió.
—Y yo que pensaba que lo habías estado haciendo durante
todos estos últimos meses.
Sin darle tiempo a contestar, bajó la boca sobre la de ella y los
trasladó con un único pensamiento al Club dónde había dado
comienzo su aventura.

Bahari sonrió de medio lado al contemplar a los cuatro maestros


del Souless sentados en el enorme sofá con su mujer en el centro.
Para la velada de la noche, basado en los cuentos de hadas, la
adorable profesora había elegido la temática de Alicia en el País de las
Maravillas y no habría podido estar más sexy que con ese brevísimo
vestidito azul y blanco que dejaba muy poco a la imaginación y sí
demasiado a las exploradoras manos de sus amantes. Sus ojos
brillaban de diversión y amor cada vez que miraba a alguno de ellos,
especialmente aquella noche en la que habían preparado para ella
una representación especial.
—Se los ve felices, ¿no crees, maestro? —comentó su pequeña
sumisa. Lya llevaba el atuendo de Reina de las Nieves que él había
elegido para ella.
—Sí, mascota —aceptó rodeándola con el brazo.
La pequeña rubia alzó la mirada hacia el escenario y sonrió con
cierta ironía al ver a un hombre entrado en carnes, vestido con cuero
de color blanco simulando un disfraz de conejo. Una de las dominas
del club, Lady Gabrielle, había envuelto los dedos alrededor del pelo
del hombre y tiraba de él hacia atrás. Sus ojos estaban desorbitados,
la mordaza de bola con la que le había cubierto la boca estaba
húmeda de la saliva y ahogaba los chillidos que emitía cada vez que la
ama tiraba de la restricción que había añadido alrededor de su
diminuta polla o levantaba el látigo de nueve colas sobre su blanco y
flácido culo.
—A menudo me sorprende la creatividad que muestran los
Maestros del Souless —murmuró ella, sus ojos se clavaron en los de
él—. ¿Era necesario que su castigo durase un año?
Sus labios se curvaron ligeramente, su mirada vagó sobre los
Jinetes.
—En mi opinión un año era poco tiempo, pero no soy yo quien
pone las reglas —aseguró indicando con un gesto de la barbilla al
quinteto sentado en el sofá vitoreando la maestría de la domina sobre
el indolente sumiso.
Ella asintió y se pegó más a él, el lugar al que pertenecía.

Veronique dio un respingo cuando oyó un nuevo quejido


ahogado de aquel conejito, el espectáculo estaba resultando ser
mucho mejor de lo que había pensado; un maravilloso regalo de
aniversario.
—A juzgar por la mirada entusiasmada en tus ojos, diría que te
ha gustado tu regalo de aniversario, cariño —le dijo Sarkis, sentado a
su lado, su mano jugando distraído con los dedos de la suya.
Ella rio, una sonrisa sincera y traviesa.
—Oh, sí, Maestro —aseguró con profunda emoción—, este es
uno de los mejores regalos que podríais hacerme. Sin duda uno de los
mejores regalos.
Sí, no había nada como ver al cabrón que la había engatusado,
robado y traicionado pocos días antes de la boda, cumpliendo el rol
del Conejo Blanco de Alicia en el País de las Maravillas, con la Reina
de Corazones enseñándole el verdadero significado de la sumisión
completa. Realmente disfrutaba de los chillidos que emitía cuando la
ama le golpeaba el blanquecino trasero, eran casi tan divertido como
cuando lo obligaba a andar a saltos como un conejito con un cascabel
alrededor de la polla.
Quizá la desesperación hubiese obrado en ella cuando decidió
hacer aquel hechizo en un intento de convocar a un demonio para
castigar a ese estúpido, pero gracias a ello había caído en las redes
de cuatro fantásticos hombres que no dudaron en arrancarla de su
cascarón e introducirla en un nuevo mundo, uno en el que sus deseos
y perversiones eran hechos realidad por los Jinetes del Souless.

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