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Cierto día, un conejo pequeño y dócil estaba descansando en una pradera cuando
de repente saltó sobre él, sin que pudiera darse cuenta, un enorme tigre.
- No,no, señor tigre. No osaría en engañarte. Mis vacas están en lo alto de esa
ladera - dijo el conejo señalando a lo alto de una colina cercana- Si quieres, vamos
hasta allí y te las enseño.
- ¡Ahí están, ahí están! Yo subiré para que bajen. Espera aquí, tigre, y la vaca
correrá ladera abajo. En cuanto la tengas cerca, atrápala.
Al tigre le gustó la idea de no tener que subir el resto de la colina, pues ya estaba
bastante cansado.
- De acuerdo, conejo, esperaré aquí a la vaca. Ten cuidado con engañarme, que
te estaré vigilando.
El conejo subió a la cima de la colina. Pero los bultos que el tigre creía ser
vacas, en realidad eran enormes piedras. El conejo, con ayuda de una rama y a
modo de palanca, consiguió hacer rodar una de las enormes piedras y gritó:
El tigre, deslumbrado por el sol que lucía en lo alto de la colina, solo pudo ver un
bulto que se acercaba, y cuando al fin se dio cuenta de que en realidad era una
piedra, era demasiado tarde. ¡Ya la tenía encima! Echó a correr. pero la piedra le
pasó por encima. Quedó tan magullado que en cuanto pudo se fue corriendo,
asustado, para no volver nunca más