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PORDIOSEROS EN EL ANDÉN
Por Yoss

Para mi esposa, Dania Rubio Miranda.


Por refrescarme la palabra “pordioseros”
e inspirarme la idea de la Agente.
Por estar ahí, sobre todo.
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La mujer alta y el hombre de mediana estatura caminaron sin prisas por la plataforma
que ocupa todo un lado del largo túnel. Sus pasos resonaban sordamente sobre el curioso
material anaranjado del suelo, hasta que se detuvieron, frente a una curiosa estructura de
cuerdas de distintos colores con nudos, protegida por una barrera.
-Le prometí que, además de los grawlixes, le mostraría el otro relicto inofensivo.
Pues… he aquí a nuestro quipo –proclamó la anfitriona del traje negro, con el mismo
pomposo gesto con el que Poncio Pilatos pudo haber dicho “Ecce homo” al presentar a
Cristo flagelado y con la corona de espinas -¿Sabe lo que significa la palabra, dicho sea de
paso?
-Los quipos eran un sistema mnemotécnico, casi una escritura, que los incas usaban
para llevar cuentas y trasmitir algunos mensajes- recitó de carretilla el visitante de la
chaqueta de cuero, muy orondo de su cultura general. Luego examinó más atentamente el
objeto y preguntó: -Y, si es inofensivo ¿por qué la barrera?
-Bien informado… y buena pregunta. - la mujer de ojos verdes se encogió de
hombros –Podría decirle que son manías de curador de museo... pero creo que sobre todo es
precaución: como le advertí, no todos los artefactos que aparecen en el Andén son así de
inofensivos. En el mismo 45, por tocar lo que parecía una simple farola, un grupo de
investigadores causó una explosión tan grande que los mató a casi todos. Sólo hubo una
sobreviviente. Así que preferimos que los visitantes se hagan a la idea de que no deben
tocar nada. Por si acaso aparece alguno nuevo durante su estancia aquí.
-Ah, claro, tiene sentido- el hombre de la melena por los hombros retrocedió un paso,
instintivamente – Y, dígame... como con los grawlixes ¿ni idea de lo que significan, estas
cuerdas con nudos?
-Todos los grawlixes son iguales- recitó la mujer calva, con aire cansino –Los mismo
catorce signos creados por combinación de triángulos, siempre en el mismo orden y sin que
ninguno se repita. Pocos, para un alfabeto, según los lingüistas; hasta los abecedarios más
arcaicos, como el futhark escandinavo de runas, tienen por lo menos dieciséis caracteres
diferentes. Por eso un fanático del comic sugirió que podrían ser como esos signos
tipográficos sin sentido que se usan en algunas viñetas para representar malas palabras…
-Sí… sapos y culebras, les decimos en español -puntualizó el hombre del jean negro.
Un graffiti, entonces... tipo “Kilroy was here”
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-¿Por qué no? O un número de teléfono, o “te amo, María”. Sin una piedra de
Rosetta, y sin un volumen determinado de inscripciones diferentes, no es posible descifrar
una simple frase en una lengua extraña- admitió la mujer de la corbata negra –Si es que es
una lengua. Lo mismo pasa con el quipo. Hemos traído algunos expertos quechuas y
aymaras de Bolivia y Perú, pero sólo menean la cabeza. Los colores no son los que ellos
conocen, los nudos tampoco. No lo entienden.
-Puede ser un quipo con faltas de ortografía- bromeó el hombre de la camiseta de The
Punisher.
-Todo puede ser, aquí en el Andén- admitió la mujer de las botas vaqueras charoladas
de tacón alto, con un suspiro de resignación –Vamos… tras el blocao podrá ver una de las
salidas del túnel. Aunque no iremos fuera, al planeta, sino hasta más tarde.
De nuevo echaron a caminar. Una veintena de metros más allá cruzaron frente al
puesto fortificado de marras: de hormigón armado y obvia construcción humana, estaba
adosado a la pared y sus tres lados presentaban estrechas troneras. El cañón de lo que
parecía una ametralladora calibre 50 asomaba por una… el de un lanzagranadas
automático, por la otra.
Un trío de soldado montaba guardia afuera, y el hombre de estatura mediana supuso
que podría haber otro dentro. Tal vez hasta dos; uno para operar cada arma pesada.
Los tres militares, altos y robustos, llevaban abultados chalecos de blindaje personal y
cascos, tenían el rostro cubierto con gafas y respirador, y sofisticadas armas largas
colgando de correas frente al pecho. Pero sus uniformes eran grises y genéricos, sin otra
insignia que sendos parches en el hombro y el pecho.
Los de uno eran rojo, azul y blanco, en franjas verticales; los del otro, negro, amarillo
y rojo, en bandas horizontales. El tercero, un gigante que debía andar por los dos metros de
estatura, tenía la hoja de arce roja sobre campo blanco flanqueado por franjas verticales
rojas.
Un francés, un alemán y un canadiense. El hombre del cinturón decorado con
remaches pensó que parecía un chiste… sobre todo si dentro además hubiera, por ejemplo,
un japonés y un brasileño. Pero se abstuvo de decirlo.
Dos de ellos llevaban fusiles bullpup, inconfundibles pcon su cargdor tras el pistolete
y el gatillo: el francés, el clásico FAMAS, con su característica forma de clarín o trompeta
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de órdenes; el alemán un Steyr AUG austríaco, con su cubierta de polímero verde y la mira
telescópica.
El enorme canadiense, en cambio, llevaba una escopeta con cargador de tambor,
obviamente automática, y de aspecto muy futurista, que al visitante, aficionado a las armas
de fuego, le pareció nada menos que una Pancor Jackhammer.
Deseó poder echarle una mirada más detenida. Después de todo, se habían fabricado
muy pocas de aquellas armas, capaces de parar a un elefante en plena carga… al menos en
teoría.
Pero la impertérrita indiferencia de los militares lo desalentó. Se notaba que estaban
alertas, tensos. En ningún caso de humor para inspecciones de armamento por parte de
civiles curiosos.
-¿Por qué se cubren tanto el rostro?- cuchicheó el visitante, para que no lo escucharan
los uniformados –con un simple pasamontañas bastaría para que nadie los reconociera. Y la
atmósfera aquí dentro todavía es respirable sin peligro… o estaríamos usando escafandras
¿no?
-Por supuesto. No hay que llevarlas si no se sale. Pero, incluso aquí… ¿no nota nada
raro en el aire?- respondió la anfitriona, displicente.
-Sí…- admitió el hombre, tras inhalar fuerte un par de veces. Costaba pasar por
encima del dulzón aroma a vainilla que emanaba de su acompañante- Huele fuerte… como
a ajo... lo noté apenas llegar. Primero pensé que los italianos estarían haciendo pasta al
aglioli, que me encanta. Pero ahora el aroma es más fuerte que antes… casi un hedor. Diría
que viene de afuera.
-Qué olfato... se ve que no fuma. Dígame ¿está tan fuerte en química como en
historia?- inquirió la mujer, acariciándose su reluciente cráneo con la mano, en inconsciente
tic.
-No es mi especialidad, pero algo recuerdo de la escuela- confesó el hombre -¿por
qué?
-Yo he tenido que pasar cursos preparatorios acelerados de varias ciencias, para estar
a la altura. En Quantico enseñan mucho sobre balística, venenos y gases tóxicos, pero poco
más- reconoció ella, y luego siguió explicando: -El aire del planeta, afuera, es rico en
telurio e iones de plata, y siempre se filtra algo por el campo iris, aunque no mucho. Los
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científicos dicen que es una especie de fusión a pequeña escala, como la que ocurre entre
dos sólidos- y se quedó esperando a ver si su huésped añadía algo, pero al ver que no,
prosiguió: -El telurio huele a ajo que te cagas, cuando se deposita sobre la piel… por eso
llevo este perfume tan fuerte. Ayuda, no crea. Muchos soldados usan colonias muy
intensas, también. En cuanto a los iones de plata, al cabo de una o dos semanas de
exposición continua, provocan argiria. ¿Le suena esa palabra, al menos?
-Sí… de argentum: envenenamiento por plata, creo- el hombre se encogió de
hombros –pero tengo entendido que es muy raro, y no demasiado peligroso.
-Vaya, de verdad recuerda bastante… No; la argiria no es mortal, pero sí muy
molesta. Al menos desde el punto de vista social- confirmó la mujer, clavándole al hombre
una respetuosa mirada de sus grandes pupilas verdes –La piel se tiñe permanentemente de
azul… Como la de los pitufos o los na´vi del filme Avatar. Yo nunca estoy aquí más de 24
horas seguidas… pero, cuando salen de la atmósfera controlada de las barracas, los
soldados prefieren protegerse contra ella. No es frecuente que tenga efectos tan drásticos en
solo quince días de exposición, pero ¿para qué arriesgarse?
-Ah, claro… yo haría lo mismo- reconoció el hombre, con un escalofrío involuntario
–sí, este es un mundo bien distinto de la Tierra. Oiga, y de paso ¿por qué tantos…
efectivos? Parece que estuvieran listos para rechazar el desembarco aliado en Normandía,
el Día D… Y tan bien armados… con cinco o seis marines con pistolas bastaría para evitar
que algún visitante tratara de destruir la instalación, supongo…
-No es para proteger el Andén de ustedes, sino de lo que hay allá afuera- la mujer
sonrió, señalando al extremo del túnel hacia el que se dirigían –Y también de los hobos. A
veces algunos se ponen agresivos. Aunque rara vez llegan antes de la noche. Ya los verá, en
unas horas, no se impaciente. Pero nunca se sabe ¿no? Venga; ahora le mostraré el campo
iris y a la escalera, y ya podremos volver al centro del Andén.
De nuevo avanzó ella primero, taconeando con un cadereo extrañamente ligero, pero
tan sensual que casi hacía olvidar la seriedad de su traje y corbata oscuros.
Pero sólo casi. Su camisa era de un blanco inmaculado, lucía una insignia dorada en
la solapa de la chaqueta y un bulto debajo... probablemente una pistola. Se percibía a la
primera ojeada que era una Agente de Alto Nivel. Del FBI, de Homeland Security o de
alguna otra agencia gubernamental por el estilo.
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Él la siguió de cerca, tratando de no tener pensamientos lascivos ante la vista del


ondulante y duro trasero de su guía. Aunque resultaba bastante difícil.
Realmente, además de ser ya de por sí hermosísimo hasta cuando estaba inmóvil,
aquella mujer caminaba con una sensualidad apabullante. Como si, pese a su altura, apenas
pesara… si hasta parecía moverse en cámara lenta. Muy vistoso.
Donde terminaba su chaqueta, el pantalón se veía tirante… y liso.
Muy seductora y sugestivamente liso ¿Usaría ella tanga, ropa interior sin costuras… o
habría optado por prescindir de ella, sin más?
Ojalá y pudiera resolver ese enigma perso-analmente, pensó, con picardía.
Si bien, al menos en su opinión, una buena mata de pelo, larga, sedosa y suelta, habría
incrementado el efecto general de irresistible seducción.
¿Pelirroja, rubia o trigueña? No acababa de decidir cómo se vería mejor.
Probablemente, de cualquier manera.
¿Se afeitaría la cabeza... o habría perdido el cabello por algún tipo de quimioterapia?
No había la menor diferencia de coloración entre la piel de su rostro y la del resto de
su cabeza. Tal vez usara alguna loción bronceadora para frotarse el cráneo.
Se prometió a sí mismo dilucidarlo al menos eso, antes de abandonar el Andén.
Y, puestos ya a hacer preguntas incómodas: ¿aquella tetamenta que casi rompía los
botones de la pechera del saco, sería natural, de fábrica… o silicona mediante?
También esa cintura minúscula, que la chaqueta bien entallada ayudaba a resaltar…
¿sería de nacimiento, o la muy coqueta se habría hecho extirpar un par de costillas, según
parecía estar en boga entre algunas top models?
Pero, sobre todo ¿a quién se le había ocurrido ponerle como guía a aquella…
caballota olorosa a vainilla y con paso de modelo de pasarela? ¡justo a él, y ahora! ¿de
verdad pensaban que iba a prestarle mucha atención a algo más, al cabo de dos meses lejos
de su esposa?
Tal vez no era más que otro experimento del Programa Visitas.
“Estudio de la reacción psicológica de intelectual latino sometido a abstinencia
conyugal prolongada ante el sex-appeal de funcionaria…” O algo por el estilo.
Por encima del hombro, echó una mirada de complicidad masculina a los
uniformados. Del tipo ¿ustedes están mirando lo mismo yo?
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Y hasta murmuró, a modo de excusa, en su vacilante y chapurreado francés ¡después


de todo, había un galo y un canadiense… probablemente lo entenderían!:
-Je sui desoleé… mais est une derriere tré belle…
Que en español cubano habría sido “Lo siento… pero es un culo demasiado lindo”
Pero ellos, ya fuese por ser muy profesionales o porque estuvieran muy habituados a
la Agente ¿quizás era la novia o la esposa de alguno? ignoraron la mirada.
Aunque el gigantón canadiense dijo algo rápidamente, con fuerte acento quebecois, y
tanto el francés como el alemán rieron, al escucharlo.
-¡Mon dieu… outre fou enchanté pour notre belle dame sans chat…!
El francés del visitante no era, ni con mucho, tan fluido como le habría gustado que
fuese. Así que se quedó intrigado por lo que creyó comprender de la frase ¿otro loco
encantado por nuestra bella dame… sin gato?
Sí; no había visto gatos, perros o ningún otro animal de compañía en la instalación,
hasta ahora. Pero el término “chat” también se usa en francés para referirse al sexo
femenino.
No tenía mucho sentido… así que lo dejó para luego. Otra cosa más.
Y optó por concentrarse en lo extraño de estar ahí, de ver lo que veía y haber llegado
cómo llegaron.
Porque todo era bastante extraño.
El hombre era ancho de espaldas, pero un buen par de palmos más bajo que la
mujer… especialmente mientras ella llevara puestos aquellos empinados tacones
Hollywood. Ya había entrado en la cuarentena hacía unos cuantos años… pero, si bien su
negrísimo cabello por los hombros ya raleaba un poco en la coronilla, aún no exhibía ni una
sola cana. Algo atlético, elástico, en su porte y su paso, amén de una luz traviesa en los
ojos, también conspiraban para hacerlo aparentar menos edad.
Como la Agente, calzaba botas negras; las suyas no eran tejanas charoladas ni de
tacón alto, sino de gamuza opaca y puntera redonda, aunque también bastante vistosas.
Sobre todo por el adorno metálico del empeine, que combinaba con los remaches de su
cinturón, y por llegar hasta media pantorrilla.
También como ella, vestía de negro con toques de blanco; jean negro ceñido y por
dentro de la caña de las botas, chaqueta de cuero con flecos, también negra, sobre el t-shirt
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del mismo color con la blanca calavera de The Punisher y una bandana ¡negra, por
supuesto! con otro cráneo atada a la frente, para impedir que los cabellos le cayeron sobre
los ojos.
Parecía un músico de rock, ya veterano, pero aún lejos del retiro, y que nunca llegó a
convertirse en estrella. Poca gente, al mirarlo, habría pensado en un Escritor de Ciencia
Ficción.
Y, sin embargo, lo era.
Había publicado muchos libros, y en más de una decena de idiomas. De hecho,
algunos lo consideraban el autor más importante del género en su pequeño país.
Tampoco es que hubiera mucha competencia, claro… como ser el mejor ninja de
Polonia o el mejor capitán de navío de Bolivia.
-Primero, italianos, y ahora franceses y alemanes. Menos mal que vi al canadiense, o
podría darme por pensar que esta es la semana de la Unión Europea. –comentó el Escritor
de Ciencia Ficción.
-Los grupos de guardia se arman siempre entre militares de países diferentes, de los
dieciocho que hasta ahora ha llegado aquí por medios propios- explicó la Agente de Alto
Nivel –Desde que en el 93 los chinos trataron de tomar por asalto el Andén, hemos tomado
la precaución de que nunca más que la quinta parte de los efectivos sean de la misma
nacionalidad. Por si acaso. Algunos incluso se quejan de que los canadienses francófonos
puedan entenderse demasiado bien con los franceses. Además, supongo que habrá notado
que en el Área 13 sólo hay hombres. Decidieron no aceptar mujeres militares, por bien
entrenadas que estén, para evitar…
-¿… para evitar enredos sexuales internacionales? – completó él la frase, en broma.
Aunque en realidad pensando “O será que ya contigo tienen feminidad para comer y para
llevar… so buenota” -Muy prudente… pero también bastante paranoico. Y súper machista,
ni que decirse tiene. Oiga ¿y esa especie de… distorsión cromática que hay allá?- continuó
preguntando, mientras señalaba hacia adelante, cuando su talluda, escultural y bien trajeada
guía se detuvo, un par de pasos antes de llegar a donde terminaba la plataforma plana de
suelo anaranjado y se abría la boca del túnel al exterior.
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Una especie de arco iris rielaba en aquel borde, a través del aire. Una cortina
polícroma, y como dotada de una inquietante movilidad, en la que islas traslúcidas de
diferentes colores se superpusiesen y mezclaran continuamente unas con otras.
Más allá, se divisaba un paisaje abrupto, lleno de lomas y hoyos, árido y rocoso…
pero salpicado aquí y allá por lo que parecían matorrales frondosos y de lo más comunes.
Aunque eran azules y todos parecían tener más o menos la misma altura, como si un
jardinero meticuloso se ocupara de ellos. Incluso tenían la ahusada forma de los cipreses.
-¿Distorsión cromática? Mira que a ustedes los cerebritos les encanta usar palabras
raras y largas- se burló la Agente de Alto Nivel, con su español preciso y de acento
chicano. Su voz no tenía nada de sensual. –Este es el campo iris del que le hablé…- se
encogió de hombros, como excusándose por lo pedestre del término -Ya sabe, porque tiene
colores, pero no es sólo un arco, sino más bien una pared, lo que inmaterial.
-Un campo de fuerza, entonces- confirmó él, satisfecho de entender algo.
-Eso; un campo de fuerza, que mantiene dentro el aire que estamos respirando-
confirmó ella, satisfecha – a algunos científicos no les gusta mucho el término, porque
todavía no entienden su naturaleza: si es magnético, basado en la interacción nuclear fuerte,
la débil… o hasta gravitatorio. Pero resulta muy útil, sin discusión. Aunque afuera también
hay oxígeno, la concentración y la presión atmosférica son algo menores que aquí. Si el
telurio y la plata pasan a este aire, es por una especie de difusión. Y apenas muy
lentamente. Dos o tres moléculas por año, como máximo.
-Por eso las escafandras para salir- dedujo él.
-No sólo. Afuera no sólo huele como una pizzería, sino que a cualquiera que no sea
un sherpa del Himalaya le costaría bastante respirar. Baja presión atmosférica, le dije. Y
frío, también. El campo iris, además, impide que entren los bichos del planeta. Sobre todo,
los microbios y los más pequeños. Los grandes, como nosotros o mayores, podrían pasar, si
quisieran. Ya lo verá usted mismo; atravesarlo cuesta un poco de trabajo, nada más. Es
como… deslizarse a través de una cascada. Pero hasta ahora parece que a los pesos pesados
locales no les interesa la experiencia, y menos mal. Será que no ven nada atractivo aquí
dentro.
-Entonces ¿son peligrosos, esos bichos de ahí afuera… los grandes? – se preocupó el
Escritor, aguzando la vista por si distinguía a alguno, al otro lado del caleidoscopio de
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colores semitransparentes del campo iris. –supongo que por eso el blocao tenía
ametralladora pesada y lanzagranadas. Yo le hubiera puesto hasta artillería pesada y
lanzallamas, por si acaso. ¿qué… se han comido… o por lo menos, mordido o picado a
alguien?
-Desde 1944 hasta hoy, jamás- la Agente se alisó la chaqueta de su traje sastre sobre
su enhiesto seno; otro de sus tics, y luego recitó, con obvia satisfacción: -Es otra biosfera.
Otra evolución. Según los exobiólogos, su química corporal es demasiado distinta para que
estén interesados en nuestra carne o nuestra sangre. Son CHON, como nosotros… ya sabe;
Carbono, Oxígeno, Hidrógeno y Nitrógeno, los elementos básicos de la vida orgánica que
conocemos. Sólo que tienen quiralidad inversa. No sé si está al corriente de lo que es eso…
El Escritor de Ciencia Ficción se había graduado de Biología, un cuarto de siglo atrás.
De hecho, buena parte de su obra se basaba en su conocimiento del tema, aunque apenas si
hubiera ejercido y ya no se mantuviera al día de las últimas novedades en la especialidad
más que gracias a la esporádica lectura de algún que otro artículo de divulgación científica.
Pero le gustaba pensar que todavía era parte del gremio.
Orondo y a la vez casi ofendido por la duda de su guía, recitó: -Sí… que sus proteínas
y ADN desvían la luz polarizada hacia el lado contrario que los nuestros. O sea… su ADN
es levógiro y sus proteínas, dextrógiras.
-Impresionante- admitió ella, mientras fingía aplaudir, con obvia ironía –Usted ha
resultado ser todo un hombre del Renacimiento. Bueno, yo no tenía ni idea de la quiralidad,
antes de venir aquí. Pero gracias a ella es que tampoco nos preocupa mucho la
contaminación bacteriana. Aunque, de todos modos, tenemos alarmas electrónicas de
proximidad en todo el perímetro, y algunas minas activadas a distancia. Sobre todo, por si a
alguno de los pateadores compuestos más grandes le da por acercarse a curiosear. Como le
prometí, después iremos fuera… con una escolta, y podrá verlos de cerca. Son
impresionantes, se lo aseguro. A veces crecen hasta ser lo bastante grandes y rápidos como
para aplastarnos, aunque luego no nos devoren. Esos gigantes no abundan, por suerte…
pero nunca se es demasiado precavido, en otro mundo.
-Sí… supongo- estuvo de acuerdo el Escritor, aunque estremeciéndose, al distinguir,
entre los arbustos azules y los peñascos, al otro lado del campo iris, algo vagamente
parecido a un yaqui de los que usan las niñas de su país para jugar, recogiéndolos veloces
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entre rebote y rebote de la pelotica… sólo que púrpura y de por lo menos tres metros de
envergadura. La extraña visión pasó rodando, con rebotante pereza. –De paso, este campo
iris… es bastante bonito- agregó, lacónico –Y el paisaje afuera tampoco está mal. Muy…
alienígena, claro, pero encantador, a su manera.
Si bien tan fascinado por el lugar en sí como por todo lo que implicaba, el Escritor
aún se sentía un tanto incómodo con la Agente. Y no sólo por su casi asfixiante perfume de
vainilla y su desbordante feminidad.
Antes del… traslado, cuando ella lo contactó en New York, primero la había
clasificado, por su voz ultra correcta, como una entidad muy normal, en el especializado
ecosistema del gobierno norteamericano: la típica burócrata fría y eficaz, de discurso
impersonal y genéticamente del todo incapaz de salirse de las normas o de tener una idea
novedosa…
Antes de verla, por supuesto.
Quizás, cuando la tuvo frente a frente, debió haber sospechado algo extraño en todo
aquel asunto: para empezar, la Agente era demasiado… vistosa, para encajar en el
estereotipo de funcionaria modelo. Y demasiado… étnica, también.
Aquel cuerpo desbordado de curvas, tan de la típica belleza latina, que la mayoría de
los anglosajones consideraban vulgar… aunque en el fondo lo desearan; al menos, en
actrices porno.
Incluso, por momentos, se movía como una de ellas. Felina, sinuosa… casi ingrávida.
Tal vez fuera por todo aquello que, pese a su rostro de muñeca, sus pestañas largas y
sus radiantes ojos verdes, la Agente no había podido hacer carrera como actriz seria,
modelo, presentadora de TV o cualquier cosa similar, en el mundo de la imagen
norteamericana.
Aunque tampoco parecía frustrada por tal circunstancia. Incluso se diría que
disfrutaba siendo la paradoja viviente que era; una mujer despierta, llena de competencia y
cerebro… pero también hermosa y sensual.
Probablemente hasta se afeitaba la cabeza ex profeso, para resultar más desazonadora
y antisistema. Si es que, después de todo, no era calva natural. Caso en el que, obviamente,
podía muy bien haber renunciado, por el mismo motivo desafiante, a cualquier clase de
pelucas o sombreros que ocultaran su inquietante condición alopécica
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El Escritor no había visto una mujer a la que le quedara tan bien el cráneo desnudo
desde Nastassja Kinski en la primera parte de Star Trek. Ni siquiera la cantante Sinnead O
´Connor lucía así de provocativa.
Sin embargo, desde que ambos llegaran al Área 13, aquella fría, calva y bien trajeada,
aunque de todos modos exuberante robot humana gubernamental, se había transformado
radicalmente: como de Dra. Jekyll a Ms. Hyde.
Antes, en New York, parecía fría y lejana, dispuesta a hablar sólo con monosílabos o
frases tópicas. Si bien afable, de algún modo extra verbal. Ahora, aunque seguía siendo
servicial e informativa, no dejaba de comentar con cínico sarcasmo todo lo que decía su
invitado. Y hasta lo que no decía.
Que si palabras largas. Que si raras. Que si qué curioso acento tenían los cubanos.
Que si resultaba notable que se hubiera fijado en aquello cuando la mayoría de los
visitantes sólo tenían ojos para esto otro.
Era casi como si sintiera que su posición en el Programa Visitas podía correr peligro
por la simple presencia del Escritor. Y por el hecho de que no se había echado a llorar ni
temblar de miedo ni desconcertado ante lo inaudito del Andén y todas sus implicaciones.
-Así que me sorprende un poco que lo que más le haya llamado la atención hasta
ahora sea precisamente el campo iris- justo estaba diciendo la Agente, en ese momento
-Casi todos se asombran más con otras cosas… por ejemplo, estas escaleras.
El Escritor alzó la vista. Sobre sus cabezas, en casi dos decenas de idiomas, de los
que no dominaba la mayoría, por supuesto, rezaba: ATENCION, ESCALERAS HACIA
EL EXTERIOR. NO ATRAVESAR SIN ESCAFANDRA.
-¿Escaleras?- preguntó, desconcertado, mirando en todas direcciones –No veo
ninguna…
-Bueno, nosotros les llamamos así, aunque estamos casi seguros de que, en realidad,
no fueron específicamente concebidas como accesos entre dos zonas de niveles diferentes,
como las nuestras- definió ella, precisa, mientras daba otro paso, hasta quedar de pie justo
donde terminaba la plataforma. Entonces señaló hacia abajo y adelante –A no ser que los
que las construyeron tuvieran unas piernas bastante raras, sin ángulos. Como los pies
musculosos de los moluscos, dijo el Biólogo de los Memes, hace unos cuantos años. Venga,
véalo usted mismo. No tenga miedo
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Él aceptó la invitación ¿o reto?


Se acercó al borde, hasta casi meterse de lleno en el campo iris, y miró.
En efecto, una serie de curvas sucesivas descendían hasta casi veinte metros más
abajo, al nivel del suelo pedregoso del exterior. Con las líneas paralelas horizontales que
separaban cada curva de la superior y la inferior, y un poquito de imaginación, sí que
recordaba en algo a una escalera… derretida.
Y, claro, sin pasamanos.
-Sería muy incómodo, bajar por aquí. Me da la idea, más bien, de ciertas formaciones
de las cuevas, donde rebosa el agua saturada de carbonato de calcio- no pudo abstenerse de
contradecir a su guía -¿No son naturales? ¿lo han comprobado?
-No lo son- la Agente fue categórica –De este lado del campo iris, no hay agua
corriente, ni nada natural. Ni siquiera nosotros. Hace un par de años, el Físico Japonés
Canoso dijo que le recordaban a una colmena… y tres décadas atrás, el Antropólogo
Noruego Constructor de Barcos Primitivos dijo que a él le parecían más bien las curvas de
nivel en un mapa físico. Pero ¿formaciones de una cueva? Interesante. Ninguna asociación
de ideas es despreciable. Sabe que lo estamos grabando todo; investigarán esa idea suya.
Tal vez sirva para fechar más exactamente el Andén. Hasta ahora, eso es algo que nos
tiene… bastante desconcertados.
El Escritor tomó nota mental de las dos nuevas eminencias científicas a las que la
Agente acababa de referirse: el Físico Japonés Canoso, y el Antropólogo Noruego
Constructor de Barcos Primitivos.
Obviamente, la consigna en el Andén era no usar nombres. Aun así, cualquiera
incluso vagamente relacionado con la ciencia podía hacerse una idea muy clara de quién
debía ser cada uno de ellos. Junto con el Antropólogo de los Memes, el Físico
Cuadripléjico y la Primatóloga, a los que la mujer mencionara previamente, componían un
cuadro de asesores impresionante. Pesos pesados de la ciencia o al menos de la divulgación
científica, hasta el último.
El Escritor se sintió insignificante. En comparación con semejante muestrario de
personalidades, no pasaba de ser un advenedizo.
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Se preguntó si alguien podría identificarlo alguna vez a él, si la Agente citara alguno
de sus comentarios como proveniente del Escritor de Ciencia Ficción… incluso si añadiera
el gentilicio de Cubano.
Después de todo, no llevaba ni siquiera tres años publicando en los Estados Unidos.
Y apenas cinco en Francia. Ser supuestamente el mejor de su gremio en Cuba apenas
contaba, fuera de la isla.
Tampoco es que él se tomara demasiado en serio, aquel título. En el arte, a fin de
cuentas, casi todo es subjetivo.
-¿Regresamos?- lo conminó ella –Los soldados podrían ponerse nerviosos; no les
gusta que nadie se demore mucho aquí, si no va a salir afuera. Pero eso, ya le dije, no nos
toca todavía. Hay un horario estricto: ya vimos la zona de arribo y la cabina de regreso, los
grawlixes, el quipo, la plataforma, las escaleras y el campo iris. Tampoco queda mucho
más… así que, antes de salir afuera, preferiría que le echara una ojeada a todo lo que los
humanos hemos traído al Andén en estas décadas. Como las barracas y el área de
esparcimiento. La idea es que lo mire todo, y dé sus opiniones. Estamos atascados hace
décadas, no tiene sentido negarlo. Por eso este Programa Visitas… y disculpe por el
nombre, sé que es como llamar a un perro Perro, pero es lo que hay. Porque necesitamos
ideas frescas, y nunca se sabe qué punto de vista puede generar algún enfoque novedoso. Ni
de quién puede partir.
-Me da gusto ser útil en algo- admitió él, incómodo al comprender que se había
quedado abstraído en sus propias cavilaciones. Luego, girando sobre sus talones, suspiró:
-Aunque la verdad es que no sé por dónde empezar. Todavía estoy tratando de asimilar todo
esto. ¡hay tanto que ver, y todo tan nuevo y raro! Usted dijo que, en mis 24 horas, podría ir
a donde quisiera. Incluso afuera, al planeta. Supongo que tiene razón… a mí también me
gustaría recorrer de nuevo esta plataforma. Todavía no estoy seguro de creerme lo que me
cuenta.
-Sí, la primera impresión puede ser… aplastante -convino ella –Todo un shock. Sobre
todo, si uno llega sin preparación teórica previa, como nos encargamos de que les suceda a
ustedes, los visitantes. Muchos hasta se van creyendo que el Andén no es más que un
montaje, el escenario para alguna rara película de ciencia ficción o una serie de la Netflix.
Yo también me resistí a creerlo, por lo menos, hasta la cuarta visita.
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Así que volvieron sobre sus pasos, mientras la Agente explicaba, displicente: -Como
le dije, el Andén… o sea, el Área 13, tiene una extensión total de poco más de tres
kilómetros cuadrados. Parece mucho, pero considerando que se trata básicamente de un
largo túnel elevado sobre el terreno y abierto por ambos extremos, la sensación es un
poco… claustrofóbica. Sobre todo al final de la primera semana aquí.
-No me molestan los espacios cerrados. Ni los abiertos. Además, supongo que cuando
llegaron los primeros hombres sería mucho peor- especuló el Escritor, señalando a algunas
de las instalaciones de obvia manufactura humana que salpicaban la larga plataforma de
suelo anaranjado. –Porque, imagino, nada de eso estaba. ¿Había luz, por lo menos?
-Por supuesto que aquí no había nada de eso - la Agente miró al Escritor, como si
acabara de decirle que dos más dos es cuatro. –Ni los baños, ni los kioskos de comida y
bebidas, ni el gimnasio, ni la barraca, ni el restaurante. Pero el quipo, los grawlixes y
algunas cositas más. Y había luz. Esta misma luz- extendió los brazos, teatral –No hemos
logrado determinar de dónde procede…
-Sí, y enseguida noté que su naturaleza es bastante inusual… Nada arroja sombras;
más bien es como si el mismo aire fuese luminoso- hipotetizó el Escritor, entrecerrando los
ojos –¿Ionización? ¿Plasma?
-Según todos los físicos, ambas cosas son imposibles, por lo menos a temperatura
ambiente. Lo llamamos campo iluminado, a falta de otra denominación mejor. Ya sabe…
ponerle nombre a lo que no se entiende no ayudará a comprenderlo, pero lo hace a uno
sentirse un poco menos nervioso, como mínimo. Y eso también cuenta- bromeó ella, y
continuó explicando, no mecánicamente, sino con todo el entusiasmo de una guía de
turismo novata: –Mira, ahí están las barracas. Son grandes y cómodas, con habitaciones
individuales y filtros de aire. Cada soldado dispone de unos nueve metros cuadrados para él
solo. Normalmente permanecen aquí unos treinta efectivos de guardia. Ahora hay cinco
alemanes, cinco franceses, cinco japoneses, cinco italianos y otros tantos canadienses y
brasileños. Es un sistema de relevos bien organizado, entre los dieciocho países. Cada año
se confeccionan las listas, con m eses de antelación. Un par de servicios aquí suelen
garantizar un ascenso automático, para cualquier militar. Pocos se niegan, aunque no se les
revela la verdadera naturaleza de la misión hasta que no llegan aquí.
16

-Y ¿cuánto tiempo permanecen de guardia en el Andén, esos uniformados?- se


interesó el Escritor –Además del hedor a ajo del telurio y de la piel azul de la argiria, debe
ser psicológicamente muy duro, saberse tan lejos de todo…
-No tanto… me temo que a algunos ni siquiera se les aclara nunca qué están
protegiendo aquí, exactamente- dudó ella -La primera vez que se viene al Área 13… como
usted ahora, el visitante es devuelto al sitio del que partió exactamente a las 24 horas de
llegar. La segunda vez, puede permanecer hasta una semana. A partir de la tercera visita,
los períodos ya son de quince días. Nadie puede quedarse aquí más tiempo. Y al cabo de
veinte visitas… cuando más veintidós visitas, un día se vuelve rotundamente imposible
volver. El sistema no lo acepta, así de fácil.
-Y usted ¿cuántas veces ha venido?- preguntó el Escritor, veloz.
Ella sonrió, orgullosa –Esta es mi estancia número ciento catorce. Pero el Médico
Neozelandés y yo somos… casos especiales. Ya le explicaré luego cómo y por qué, no se
preocupe.
Hubo un matiz triste en aquella frase que el Escritor no dejó de notar. Lo mismo que
las mayúsculas al referirse al doctor de Nueva Zelanda. Se preguntó si tendría oportunidad
de conocer a esa otra excepción viviente de las reglas, durante su visita.
-Usted es el visitante número ochentaidós que traigo aquí- prosiguió la Agente –el
ritmo normal es uno cada mes… pero, claro, no a todos los invitan los EE. UU.
-Un sitio curioso; cuando termina tu plazo, te expulsa. Es como una especie de timer-
concluyó el Escritor, admirado –Pero, no estoy seguro de qué sentido tiene: usted también
me dijo que, cualquiera que lo deseara, podía abandonar la instalación en cualquier
momento, aunque aún no se cumpliera todo su lapso de estancia, simplemente entrando a la
cabina.
-Por supuesto- asintió la Agente, acariciándose el calvo cráneo, en lo que él ya había
decidido tenía que ser un gesto de instintiva coquetería –Y menos mal… si cada vez que
traigo a alguien aquí para su primera visita tuviera que quedarme dos semanas, sería todo
un engorro. Y el mejor perfume del mundo evitaría que oliese a ajo como un restaurante
italiano. Pero, no se preocupe por no entender: nadie está seguro de qué sentido tiene nada
de esto.
17

El Escritor paseó la vista a uno y otro lado del túnel. Delante, la plana plataforma
anaranjada colindaba con en una especie de zanja, de trazado claramente curvo y en zigzag,
de la que emanaba un resplandor verdoso, muy distinto de la blanquecina iluminación del
resto del lugar.
-Tenían un raro gusto para combinar colores, los que construyeron esto. Por lo menos
ustedes le pusieron un buen nombre- comentó, tras unos instantes de silencio –Realmente
recuerda mucho a una estación de metro, o tal vez de ferrocarril suburbano: un túnel con
una plataforma larga, y delante, una zanja… aunque aquí el trazado sea ondulado y no
recto, como debían ser unos raíles. ¿Se puede bajar ahí?
-No se lo aconsejo- le advirtió la Agente, seria –Esa luz verde… es otro tipo de
campo. No sólo luminoso. No le hemos puesto nombre, aunque, extraoficialmente, algunos
soldados le llaman “el cosquilleo”. No lo mataría, ni siquiera le haría daño real… pero le
aseguro que se sentiría bastante mal. Yo lo probé, en mi cuarta visita: se parece a tener un
dolor de muelas en los dedos. Es raro, sobre todo.
-Sinestesia, confusión de sensaciones. Tal vez sea un sistema para impedir que los
pasajeros caminen por las vías, si alguna vez algún tipo de vehículo pasó realmente por
aquí- especuló el Escritor -Aunque me dijo que nunca habían visto nada así.
-Ni siquiera los hobos se acercan. No estamos seguros de qué es ni para qué sirve esa
zanja, y ni idea de quiénes la construyeron o si funciona todavía- resumió ella, de nuevo –
Como con casi todo en el Andén; simplemente, está… pero el hecho indiscutible es que,
cada vez que alguien se teleporta desde cualquier parte de la Tierra y tal vez de todo el
Sistema Solar, siempre acaba aquí, en la misma zona de arribos a la que llegamos. Da igual
si sale de Washington, Moscú, la órbita circunterrestre o la Luna. Des un sistema con
muchos puntos de partida… pero sólo uno de llegada.
-¿También han probado a teleportarse desde la Luna – se interesó el Escritor –Vaya
misterio…
- El Apolo 15 y el 16 instalaron el trasmisor; el 17 envió a un hombre. Por supuesto,
en secreto y sin constancia oficial- le informó la Agente, casi perezosamente –También lo
han hecho los rusos, desde la Saliut 6. Y luego los chinos, desde la Estación Espacial
Internacional. Al principio, capitalistas corruptos que somos, los camaradas no nos creían,
claro…
18

-Puede que sea bueno, el que no entendamos el Andén- pensó el Escritor, en alta voz
-Leí una vez que, si alguien descubriera exactamente qué es el Universo, qué hace y por
qué está ahí y es como es, todo desaparecería al momento, reemplazado por algo incluso
más extraño e incomprensible, y…
-…y que, además, puede que eso ya haya pasado muchas veces, antes ¿no?- concluyó
ella, suspirando –Sí… muy inteligente; eso lo dijo el Guionista de Radio Inglés de la
Toalla, cuando estuvo aquí. Y creo que luego lo escribió…
-Ah- se asombró el Cubano, aunque no mucho -¿Él también estuvo aquí, entonces?
-Sí, en los 80… no sé exactamente cuándo. Yo no lo atendí; estaba en un curso en
Phoenix, Arizona, en ese entonces- la Agente se encogió de hombros, y alzándose la manga
izquierda, echó una mirada a su femenino, diminuto reloj de pulsera -¿No pensaría que es el
primer escritor de ciencia ficción que traemos, no? Ni siquiera el primer extranjero. Venga,
vamos ahora al área de esparcimiento. Está presurizada y los filtros de aire son lo mejor de
lo mejor, ahí no hay telurio ni plata en el aire. Quiero mostrarle el restaurante y al bar… es
hora de almorzar y, no sé usted, que dijo que era abstemio, pero a mí me vendría de perlas,
junto con la comida, un margarita bien frío y con bastante sal… o hasta dos.
*****
Obviamente, el Escritor Cubano de Ciencia Ficción soy yo mismo.
Cualquier que me haya visto aunque sea una vez, me habrá reconocido al punto, por
la descripción.
La Agente de Alto Nivel me contactó por email en octubre de 2016, durante mi
segunda visita a los Estados Unidos.
Bueno, la tercera, si se cuenta que en el 2015 estuve en Puerto Rico. Se requiere la
misma visa para entrar, pero… no es igual. Como la canción de Silvio Rodríguez…
Advertencia: a los escritores nos cuesta trabajo no ficcionar incluso lo verídico. No
todo fue tan anónimo, aunque sí igual de misterioso. Ella nunca me ocultó su nombre y su
apellido… ambos latinos, sí. Pero, como estoy casi seguro de que ninguno de los dos era
auténtico, y tampoco me consta que estudiara en la Academia del FDI en Quantico, ni
pasado ningún curso vez en Phoenix, Arizona… y además, lo de dejarla genérica queda
bastante bien, he preferido no escribirlo.
Eso sí; estaba tan buena como la describo. Tal vez incluso más, para serles sincero.
19

Una de esas mujeres que quitan al aliento al mirarlas.


Pero, claro, entonces, al recibir su email, yo aún no la había visto en persona, así
que tenía modo de saberlo.
El mensaje decía que la NASA me invitaban a visitar una de sus instalaciones.
Nada de una oferta que no podría rechazar. Ni falta que hacía.
¿Pondría muchos reparos, un hombre, si le ofrecieran darse una vueltecita por el
Paraíso?
Sospecho que no. Aunque tal vez debiera…
Como autor de ciencia ficción, tengo una relación muy estrecha y emocional con
todo lo que tiene que ver con el espacio. Creo que es casi obligatorio, en nuestro gremio. Y
en mi generación.
Los hombres llegaron a la Luna el año en que yo nací. Arnaldo Tamayo, hasta ahora
el único cubano que ha estado en órbita, voló en la Soyuz 38 en 1980, cuando yo tenía 11
años. Y, a lo largo de mi infancia, en el periódico Granma siempre era noticia de primera
plana cada nuevo vuelo o récord de permanencia orbital de los cosmonautas soviéticos.
En el 2014, durante mi primera estancia en Puerto Rico y en territorio
norteamericano, disfruté como un niño visitar al Radiotelescopio de Arecibo. Siempre he
soñado con visitar Cabo Kennedy, quizás hasta ver un lanzamiento espacial, aunque ya
hasta los yanquis que van a la Estación Espacial Internacional despegan de Baikonur, en
las Soyuz rusas. Del programa Shuttle sólo queda el recuerdo… pero estar cerca de una
plataforma de cohetes, ver de dónde partían los inmensos Saturno-V del programa Apolo y
todo eso, sigue siendo importante para mí, de un modo especial, que trasciende el simple
turismo.
Incluso posteriormente a la Visita, en 2019, cuando estuve 11 días en Moscú con mi
esposa y su hijo, uno de los sitios que más me emocionó visitar fue el Museo de la
Cosmonáutica, con su gran escultura del cohete, que algunos llaman el Sueño del
Impotente, y sus bustos de los primeros quince cosmonautas soviéticos. Y se me salieron
las lágrimas
Será porque crecí creyendo que la mayor parte de la ciencia ficción tenía que ver
con el espacio, sencillamente.
20

Y no es que conozca todos los Estados Unidos, tampoco. Ni son tantos los
norteamericanos que han recorrido su enorme país; eso me consuela. Yo, al menos, he
estado en New York, San Francisco, Chicago, Los Ángeles, Portland, Milwaukee, Boston.
Tampa, Miami y unas cuantas ciudades más. También he subido el Empire State y al One
World Trade Center en la Gran Manzana, y a la torre SEARS de la Ciudad de los Vientos.
No está mal, para un habanero de a pie.
Me faltan por conocer, claro, Las Vegas, New Orleans, Hawaii, Washington,
Baltimore, Philadelpia… y un montón de metrópolis más. También, de ser posible, me
encantaría ir a Disneyworld, al acuario Marineland en Florida, al parque nacional de
Yellowstone con todos sus géiseres, a la gruta del Mamut, al Gran Lago Salado de Utah y
hasta al gran cañón del Colorado.
Bueno, con menos de 80 visitantes aceptados cada día, lograr subir a la Estatua de
la Libertad no parece un objetivo muy factible. Y, con los precios de las entradas, ir a un
musical de Broadway, como Cats, The Phantom of the Opera o al menos Kinky Boots o el
nuevo y tan celebrado Hamilton, tampoco.
No se puede hacer todo lo que uno quiere, en este mundo.
Todo eso fue para explicar por qué, cuando leí más detalladamente el mensaje y me
puse al tanto de que aquella mujer era una Agente de Relaciones Públicas de NASA y que
me habían seleccionado al azar para un breve recorrido guiado por un nuevo proyecto del
programa espacial, como parte de algo llamado Programa Visita, enseguida le escribí de
vuelta.
Pues claro que sí, que me interesaba. Y mucho. ¡Qué suerte la mía ¿no?
Me advirtió que no se lo comunicara a nadie. Y me pareció bien.
Puede que sea un optimista incurable o un tipo confiado por naturaleza, pero no me
dio miedo ni me puse paranoico.
Era la NASA, después de todo. Gente seria. Del Gobierno. No parecía la clásica
estafa nigeriana de declararme heredero de nadie. Ni prometieran pagarme un millón de
dólares.
Tampoco es que, como rehén, yo tuviese mucho valor: mi querido gobierno no daría
ni un peso cubano por mí. Tal vez incluso pagaran... aunque no mucho, para que me
retuvieran, los hipotéticos secuestradores. Aunque ni siquiera puedo ufanarme de ser un
21

disidente relevante; al máximo, tengo la incómoda costumbre de decir siempre lo que


pienso. Y a veces hasta de escribirlo.
Además, dato importante, el gustazo no me iba a costar nada; no es que tuviera
mucho dinero, y el que tenía, prefería ahorrarlo para traerlo a Cuba. Pero la Agente me
juró y perjuró que todo correría a cargo de la NASA. Perfecto.
Entonces ¿al paraíso, y gratis? ¿quién se apunta? Cómo no; cuando ella quisiera.
Tenía unos días libres entre dos presentaciones, y ya me estaba imaginando que
conocería el Jet Propulsion Laboratory en Pasadena, el Centro de Control de Vuelos de
Houston; “Houston, Houston ¿me recibes? Tenemos un problema…” o algo similar ¡y es
que soñar no cuesta nada! cuando ella me informó que sólo debía reservar 24 horas para
la Visita.
Bueno, con los vuelos que despegan a cada rato, hoy se puede perfectamente ir y
venir a cualquier parte de los Estados Unidos (salvo Alaska o Hawaii) en ese lapso de
tiempo, y disponer aún de un buen intervalo, suficiente para ver cualquier cosa.
Le di mi número de celular, y a los cinco minutos me estaba llamando. Se presentó y
me habló en un español muy fluido; eso terminó de convencerme.
Eh, bien sé que mi inseguridad con la lengua de Shakespeare es patética e
injustificada; puedo leer en inglés, y hasta tengo buen vocabulario y soy capaz de hablar
de física cuántica, biología o historia de las armas en esa lengua. Pero, a veces, el acento,
el slang callejero, la velocidad con la que hablan algunos norteamericanos y su manía de
decirlo todo con la boca medio cerrada… me desesperan. Y no hay mucho que hacer al
respecto. Sospecho que a muchos de mis amigos de esa nacionalidad que aprendieron
español en la península Ibérica les pasa lo mismo con la característica manera de hablar
de los cubanos.
O será que, cuando uno domina muy bien su idioma, se siente como un idiota
hablando otro, incluso al nivel de cualquier persona de la calle. Pretenciosos que somos,
los intelectuales, a veces.
Ella fue seca y precisa, por teléfono. Su voz no tenía nada de sensual; apenas afable.
Burócrata en estado puro, me dije, tal y como puse en boca del Escritor; eso no me
gustó… pero, como dijo el rey Enrique IV al convertirse al catolicismo para poder ser
coronado, París bien vale una misa…
22

Quedamos a las 11 de la mañana del día siguiente, martes a finales de octubre, cerca
de Washington Square, en la estatua de Cervantes, en un patio que no todo el mundo
conoce, ni siquiera aunque viva cerca. Me gustó el detalle de la cita a media mañana; no
soy de los que disfrutan madrugando.
Me advirtió que llevara ropa y calzado cómodo y nada de equipaje.
Cero problema, ni que decirse tiene. Siempre llevo ropa y calzado cómodo. Jamás en
mi vida me he puesto corbata ni pantalones de vestir con raya, y hace muchos años, ni
siquiera camisas; soy un tipo de jeans, pantalones militares y t-shirts con las mangas
cortadas. Y de botas, siempre con los pantalones por dentro. Nada de mocasines ni otros
zapatos formales corte bajo. Ni siquiera tenis; no fuera del gimnasio. Un chico listo para
la batalla.
Como me describí, más pinta de músico de rock que de Escritor o intelectual.
Aunque ni fume ni beba alcohol ni me drogue, jamás. Paradójico que soy.
Cuando le pregunté cómo íbamos a reconocernos, ella me dijo que era alta y de ojos
verdes, que iría de traje negro… y que no tenía ni un pelo en la cabeza. Además, había
visto fotos mías. No sería difícil, identificarnos mutuamente en una multitud.
¿Cámaras, celulares? pregunté todavía, por no dejar cabos sueltos.
Me la imaginé encogiéndose de hombros: si quería. Igual me las iban a retirar todas
al entrar a la instalación. La NASA no bromea con el secreto, ni con los derechos de
imagen.
No me dijo a qué instalación me llevaría, y yo tampoco pregunté. Si era una
sorpresa, para qué arruinarla.
Esa noche me costó un poco dormir; estaba emocionado. Ansioso. Por suerte, como
mi anfitriona neoyorkina, Jackie Loss, profesora en la UCON, llegó tarde a casa, mientras
preparábamos la cena, conversamos de mil cosas, y eso me relajó.
Hablamos de cómo le estaba yendo a Super Extra Grande, mi segunda novela
publicada en inglés por Restless Books. De una pareja de amigos cubanos comunes que
viven en Connecticut y nos visitarían ese fin de semana. De si el próximo noviembre
saldría presidente Hillary Clinton o Donald Trump. De si el nuevo acercamiento
norteamericano a Cuba continuaría con el mismo buen paso… quizás hasta levantar el
23

bloqueo, que los yanquis llaman tercamente embargo. De la nueva investigación de Jackie,
sobre lo que es cursi, picúo, cheo o vintage en Cuba… muy interesante.
Pero no de la NASA. Ni de mi cita del día siguiente. Dicen que no sé cómo ser
reservado, pero no siempre es verdad. Puedo callar, cuando hace falta. Y me interesa.
Nunca me cruzó siquiera por la mente la idea de que todo aquello pudiera ser alguna
clase de sofisticada broma telefónica, lo que en Cuba llaman “una máquina”. La NASA no
tiene tiempo para esas cosas, supongo que puedo haberme dicho a mí mismo.
Y tenía razón: al día siguiente, con un frío delicioso que me permitió jugar a echar
nubecitas de vapor por la boca, la Agente estaba esperándome junto a la estatua del autor
de El Quijote, puntual. O puntualísima: yo llegué a las 11:05.
Prefiero esperar a que me esperen, pero fue agradable constatar su seriedad.
En persona, su voz sonaba incluso más neutra y de burócrata que por teléfono.
También vestía un traje negro impecable, con el pantalón ancho y la raya tan marcada que
habría podido cortar un árbol con el filo, y corbata del mismo color.
Más que la Relaciones Públicas de alguna funeraria, me pareció casi la perfecta
Mujer de Negro. Por poco hasta miro en derredor, para ver si Tommy Lee Jones y Will
Smith venían con ella. Aunque por lo menos no llevaba gafas oscuras; ya habría sido
demasiado, en el sombrío octubre neoyorkino.
Pero, en cambio, me sorprendió el contraste de aquel tono ríspido y seco y aquel
traje y corbata tan lúgubres, correctos y anónimos… con aquel aroma a vainilla que la
envolvía, los ojazos ¡que no ojos! tan verdes como esmeraldas, las botas tejanas de
charol… y sobre todo, el cuerpazo.
¡Qué “pechonalidad”!; ¡qué culo… qué tipo de pornostar latina…!
Nunca pensé encontrarme cara a cara, en la vida real, con un mujerón así.
Mi propia esposa, para su medio siglo de edad, luce un cuerpo de infarto, con más
curvas que el viaducto de La Farola, en Oriente… aunque no tenga precisamente cara de
muñequita.
Pero, ni punto de comparación con aquel… monstruo.
Y cómo se movía, la muy…
¿La idea del traje negro era hacerla pasar inadvertida? Pues, ni hablar. No
funcionaba.
24

No lo habría logrado ni vestida de monja o con una escafandra de buzo en el desfile


anual de Victoria´s Secret.
De hecho, el traje, que se veía caro, de tan bien cortado, resaltaba todos y cada uno
de sus atributos.
No tenía un pelo en la cabeza, tal y como me dijo. Pero tampoco importaba. El
cráneo reluciente le quedaba de gloria. Ni falta que le hacía, el cabello, para quitar la
respiración.
Se parecía a Charlize Theron en Mad Max: Fury Road… pero con los ojos verdes y
súper voluptuosa, en versión latina. Y muy mejorada.
Todo lo que dijo antes mi alter ego, el Escritor de Ciencia Ficción cubano, se queda
corto. Muy corto.
La Agente exudaba sexualidad, simplemente. Más que perfume. Y eso que era fuerte,
el aroma a vainilla que despedía. Casi como si toda ella fuera un batido, dulzón y heladito.
Creo que salivé, como el perrito de Pávlov cuando escuchaba el timbre. Que tardé
por lo menos medio minuto en cerrar la boca y otro medio minuto en dejar de mirarla. Y al
punto fui incómodamente consciente del tiempo que llevaba lejos de Cuba y de mi esposa.
Dos meses… Demasiado.
Perdóname, Danita; la carne es débil… y además, riquísima. Por más que uno
quiera permanecer fiel, hay situaciones en las que ni un santo podría evitar ciertas ideas…
voluptuosas. Pero, júzguenme por lo que hago, no por lo que pienso hacer… o voy
derechito a la hoguera.
La Súper Agente, por supuesto, se dio cuenta de cómo la miraba yo. No era ciega ni
tonta, ni tampoco había nacido ayer. Tenía que ser 200% consciente del efecto que
causaba en cualquier individuo de sexo masculino que no fuese eunuco. Tal vez por eso
eran el traje negro, la voz seria y el tono ajeno y burocrático. Como aclarándole “se mira,
pero no se toca” a todo individuo XY que se hiciera ideas extrañas, desde el primer
momento.
Ni siquiera sonrió con condescendiente suficiencia, como suelen hacerlo las mujeres
bellas, cuando saben que las miran de Esa Manera.
Sí; Esa Misma… la de “mami, si te cojo en un lugar oscuro y apartado, te vas a
enterar”.
25

Y se lo agradezco. Me habría puesto incluso más difícil, el comportarme


civilizadamente.
Aunque… qué tortura no poder ni siquiera comentarle nada. Pero, qué va… habría
sido impensable, el permitirme tales libertades; ya lo sabía bien. Ni jugando, en el país
donde a cualquiera le puede caer una demanda por acoso sexual, nada más por mirar fijo
a una muchachita en minifalda en un campus.
La Agente, por cierto, no llegaría ni a los 30. Y muy bien llevados.
O eso creí, entonces, al menos.
Ahora he cambiado de idea respecto a eso… y a muchas otras cosas.
De entrada, estoy casi seguro de que la eligieron expresamente para acompañarme
por el Área 13. Por mi sexo. Si yo hubiera sido mujer, apuesto a que habrían mandado al
Médico Neozelandés a buscarme. Aunque tal vez no hubiera funcionado igual. Las mujeres
no son tan… visuales.
Un experimento colateral del Programa Visitas, en el que los invitados son la
cobaya.
No sé qué resultados arrojó, en mi caso, ni quiero saberlo.
Pero no nos adelantemos a los acontecimientos.
Entonces, claro, no conocía al Médico Neozelandés. Así que no podía pensar en eso.
Ni en nada más, me temo.
A los hombres nos cuesta un poco usar el cerebro, cuando todo el flujo de sangre se
nos va a otra parte.
Supongo que contaban con esa circunstancia, los de la NASA.
Eso sí; tratando desesperadamente de sacarme de la mente toda idea de sexo… cosa
difícil, frente a aquella mujer; casi como no pensar durante quince segundos en la palabra
“rinoceronte” ¡inténtenlo! me fijé en que la Agente Buenota también llevaba un pequeño
reloj de pulsera metálico, que brillaba como si estuviera enchapado en oro blanco.
Raro, alguien con reloj a la muñeca todavía, en esta era de celulares. A no ser que se
trate de un Rolex o algo así, de lujo, para lucirlo. Pero el relojito se veía caro, y pensé que
a lo mejor era de platino, así que no me extrañó tanto.
Sería el regalo de algún admirador. Aquella sirena debía tener muchos.
26

O del esposo. Sí, mejor imaginarme que estaba casada y tenía por lo menos cuatro
chamas…
Platino… ja; vaya si me quedé corto.
Pude haber sospechado mil cosas, ahí mismo, a la vista de la Súper Agente Latina
Buenota Calva con Reloj Carísimo… pero supongo que escogí no hacerlo.
A caballo regalado no se le mira el colmillo, después de todo.
Y menos cuando en vez de caballo es yegua, y de raza. Perdonen el machismo.
La Agente me dio la mano y me fijé en que tenía las uñas pintadas del mismo verde
que sus ojos. Una mujer de detalles… pero también práctica: no usaba esas largas garras
artificiales de metacrilato que a tantas mujeres les da hoy por ponerse, y que deben haber
estado a punto de sacarle un ojo a más de un novio o esposo..
Otro punto a su favor. Como si más necesitara.
No recuerdo de qué hablamos, si es que hablamos algo.
Debimos cruzar algunas palabras, supongo.
Sólo sé que subimos a su auto, un Chevrolet gris grande, de esos que uno siempre se
imagina que usan los tipos del FBI en sus seguimientos, y además 4x4. Ah, esa obsesión
americana con los todoterrenos, y mientras más grande, mejor. Aunque vivan en New
York, donde no hay carreteras no asfaltadas y encontrar parqueo es una pesadilla. Hasta
para un diminuto Smart.
Pensé que iríamos al aeropuerto, pero me llevó a un edificio claramente
gubernamental. Con marines con cara de tranca y armas largas a la entrada y todo. Me
pasaron por el detector de metales y tuve que dejar en consignación el celular y la navaja
suiza. Me hicieron una foto y la imprimieron junto con un pase plastificado con mi
nombre.
Incómodo y engorroso, pero me tranquilizó. Muy eficiente, muy oficial. Demasiado
para que fuera una estafa, una broma o un secuestro. Plausible a más no poder.
Cuanto tuve el flamante solapín colgando del bolsillo de mi vieja chaqueta de cuero
con flecos, seguí a la Agente a un elevador.
O al menos eso parecía.
27

Creí que bajábamos a un sótano, y muy profundo. Tal vez, incluso, lo hicimos. Al
menos, sentí esa breve y ligera pérdida de peso que acompaña a la caída controlada,
muchos metros abajo.
Pero no era eso. Nada de eso.
La puerta del ascensor no volvió a abrirse… pero, de algún modo, de súbito,
nosotros ya no estábamos dentro, sino en el Andén.
Y yo abrí tanto la boca que la mandíbula inferior casi me aplasta los dedos de los
pies.
*****
El restaurante bar era pequeño, pero a la vez, por la magia del diseño de interiores,
parecía espacioso. La cuidadosa decoración, en la que primaban la madera y el cuero, lo
hacían aún más acogedor. También disponía de un menú amplísimo: la carta tenía casi
tantas páginas como la guía telefónica de una ciudad pequeña. Tal vez porque estaba en
varios idiomas y profusamente ilustrada.
Aunque no hubiera otra mujer que la Agente, el aire no se sentía cargado de
testosterona, agresividad y ansias de hembra, como en algunos cuarteles o cárceles que el
Escritor había visitado.
Por el contrario, parecía extrañamente relajado. Profesional. Hasta… camaraderil.
Algunos soldados, con los sempiternos uniformes grises, conversaban cerca. El
Cubano bebió un largo trago de su soda y luego, aguzando el oído, consiguió captar que
hablaban en portugués, con claro acento carioca. Los brasileños habían elegido churrasco y
hamburguesas. Y bebían pinga o cachaza, su aguardiente
Además, por lo que pudo entender, ahora mismo comentaban algo sobre futbol. Qué
tópico. Como cubanos discutiendo sobre béisbol.
Más allá, otro grupito de militares que también bromeaban y chachareaban en lo que
a la distancia le pareció francés. Al menos dos tenían la piel oscura, bien visible ahora sin
respiradores ni gafas protectores, y chocaban las copas. Debían ser de origen africano:
todos los franceses adoraban el vino, pero los árabes musulmanes no podían beber alcohol.
Aguardiente, vino, margaritas… no regía ningún tipo de Ley Seca en el Andén, por lo
visto… o al menos se relajaba en el horario de comidas. Tal vez existiera el acuerdo tácito
de que nadie estaba de servicio en el área de esparcimiento
28

Sin embargo, los fusiles de los uniformados estaban ordenadamente dispuestos al


lado de sus respectivas mesas, en soportes ad hoc, como para que resultara fácil y cómodo
tomarlos en caso de emergencia.
El Escritor, amante de las armas, aunque más de las blancas que de las de fuego, pudo
ahora darse el gusto de observarlas más de cerca y con mayor atención.
Los rifles de los galos eran todos FAMAS. Los de los brasileños, también bullpups,
parecían los Tavor israelíes, aunque también podía tratarse de algún modelo similar
subcoreano o de Singapur.
Sólo lo mejor para el Andén. Probablemente todos los uniformados también fueran
parte de distintos cuerpos de élites de sus respectivos países. Los rusos enviarían spetnatz;
los franceses, gente de la Legión Extranjera; los norteamericanos, SEALS, Boinas Verdes o
tipos de la Fuerza Especial Delta; los británicos, del SAS… ¿Bersaglieri, los italianos? ¿Y
Canadá tendría Fuerzas Especiales? Quizás.
No se jugaba, con profesionales de la muerte así, en todo caso.
Un poco más allá, de pie junto a una máquina expendedora de comidas, tres soldados
japoneses, fácilmente identificables por sus parches blancos con el círculo rojo y el pliegue
epicántico de sus párpados, estaban muy pendientes de algo que les contaba, con profusión
de ademanes, un tipo gigantesco, con los ojos del mismo verde esmeralda y tan calvo como
la Agente, pero con una frondosa barba nazarena… como para compensar la total ausencia
de cabello en lo alto de la cabeza.
¿Serían familia, él y la escultural mujer, tal vez?
Debía ser un chiste, y de los buenos, lo que relataba el coloso, a juzgar por los ojos
brillantes y las carcajadas de los nipones.
Grandote, barbudo y calvo, el chistoso tenía un impresionante tipo de Hell´s Angel,
aunque no fuera de cuero con botas ni luciera anillos con calaveras, sino con una bata
blanca de manga corta ¿médico… o científico? sobre unos discretos jeans y zapatos de
vestir.
Corpulento y en extremo ancho de espaldas, les sacaba tres cabezas a los asiáticos:
debía superar holgadamente los dos metros de estatura, y la única parte de su cuerpo al
descubierto, sus velludos brazos, exhibían unos músculos hinchados… y tantos como el
Escritor no recordaba haber visto en ningún manual de anatomía humana.
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Hasta de lejos se notaba que tenía que ser un fanático acérrimo del ejercicio físico.
Y tal vez también de los esteroides.
De hecho, se le ocurrió al momento al Escritor, fan a los comics de súper héroes
como era también, si en vez de calvo y barbudo estuviera bien afeitado y llevara una
exuberante melena verde, aquel tipo sería idéntico al Doctor Sansón, el psiquiatra judío de
la Marvel que adquiere la fuerza de Hulk sin perder su propia inteligencia, gracias también
a los rayos gamma…
Tuvo una duda ¿además de aquel físico imponente… también hablaría japonés? Claro
que en el Andén todos debían dominar el inglés, pero los nipones se veían tan cómodos
conversando con el gaijin...
-¿Qué le parecen nuestras comodidades?- la Agente interrumpió sus pensamientos,
solícita –La idea es ofrecer un ambiente seguro, hogareño… también para compensar un
poco la escasez de personal femenino. Además de los filtros anti plata y antitelurio, que son
carísimos... pero muy efectivos. Tratamos de que los hombres de todas las naciones estén
cómodos y relajados, y eso también incluye su dieta. Este sitio no es ni un McDonald´s ni
tiene ninguna estrella Michelin. Pero ni siquiera está limitado a su carta: también puede
ordenarle a los chefs lo mismo una hamburguesa que unos escargots, y un risotto o un
carpaccio que un sushi o un pollo tandoree. Aunque los chinos y los hindúes todavía se
quejan de que la oferta no es lo bastante étnica…
-Era de esperarse. Lo que más me sorprende que tengan Tukola- dijo el Escritor, tras
el par de segundos imprescindibles para devolver su mente, desde el Doctor Sansón y su
posible dominio del japonés, hasta la Agente y los menús. Alzó de nuevo su vaso de cartón
para saborear la oscura bebida efervescente que contenía –Ah… deliciosa; no se imagina
cuánto la echaba de menos. Hace dos meses que no la probaba… nunca la había encontrado
fuera de Cuba. La Coca-Cola no es igual de dulce, ni de lejos.
-¿Ni siquiera la embotellada en México?- inquirió, asombrada, la Agente, sorbiendo
su tercer margarita y palmeándose un muslo, con una naturalidad que resultaba casi
obscena en una mujer tan bella y voluptuosa –Porque esa aún es The Real McCoy; allí usan
todavía azúcar verdadera, no aspartame ni stevia, como aquí en… digo, allá en los Estados
Unidos. A los latinos no les preocupan tanto unos kilitos de más, sobre todo si una los lleva
donde debe llevarlos. Oiga, y si le gusta tanto la comida mexicana… que le juro que no
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tenía ni idea de que los cubanos disfrutaran así el picante, le aconsejo probar los refrescos
Jarrito… son muy buenos.
-No todos los cubanos aman el picante, pero yo lo adoro. Las chimichangas estaban
muy buenas, y el taco al pastor, de gloria -asintió el Escritor, terminando su refresco de un
largo, deleitoso sorbo, mientras miraba de reojo a los restos del banquete sobre la mesa y
resoplaba, satisfecho –Increíble. A no se sabe cuántos años luz de casa, pero tomando
Tukola cubana y dándome un atracón de tacos mexicanos. Gracias por la sugerencia, pero
los refrescos Jarrito ya los probé en Chicago… y me gustaron. Sobre todo los de sabor a
mango. Tal vez luego pida un par… si me canso de tomar Tukola, que es difícil.
-No fue tan complicado, lo de la Tukola- ella se encogió de hombros, jovial –Su
nombre estaba en la lista de posibles invitados del Programa ya desde su primera visita en
el 2014. Aquí en el Andén leemos mucha ciencia ficción, como podrá imaginarse, y a
alguien le gustó mucho su novela A planet por rent.- pronunció el título en su traducción
inglesa, con perfecto acento, otra prueba, si más hicieran falta, de su total bilingüismo –
Felicitaciones; es buena y hasta original. Yo también la leí. La idea de Recambio Corporal,
sobre todo… interesó a muchos. Ya verá por qué. Así que cuando supimos que vendría,
pedimos a la gente del consulado en La Habana que compraran unas cincuenta latas de
Tukola. Por cierto que puede llevarse las que queden, si quiere… hasta a mí me parecen
demasiado dulces, un veneno para diabéticos –miró de reojo su reloj y apremió al Escritor –
pero ahora vamos… los cinco alemanes terminan su turno en minutos, y quiero que vea lo
que pasa con los que se van del Andén.
-¿Con los que se van?- inquirió él, terminando la Tukola de un sorbo –No entiendo.
-Complicado de explicar, fácil de ver- dijo ella y, llevándolo de la mano, lo condujo
fuera del restaurante y del área de esparcimiento, para lo que tuvieron que atravesar varias
esclusas de aire.
Una vez en el exterior, caminaron de prisa. Frente a la cabina y a un lado del área de
arribo, un amplio círculo marcado en blanco sobre el suelo anaranjado, había otra
circunferencia, no tan grande y trazada con pintura negra.
Cinco soldados de uniformes grises con el parche rojo-negro-amarillo ya se
encontraban dentro de su perímetro. Aunque ya sin gafas ni respiradores, todos los
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germanos llevaban pesados petates y sus armas… algunos Steyr AUG, otros subfusiles de
la familia Heckler & Koch. Y se les veía nerviosos.
Otro par de militares, con el círculo rojo en el centro del parche rectangular blanco,
parecían vigilarlos, desde fuera del círculo, con los rifles listos para disparar.
-En realidad, ese círculo negro es pura convención, a diferencia del blanco de arribos;
cuando se cumple el plazo de quince días, se regresa… esté uno donde esté. Pero
preferimos que lo hagan aquí, a la vista de todos. Por cuestiones de… moral. Para que nadie
olvide jamás que esto no es un juego- la Agente miró de reojo su reloj –entonces, cinco,
cuatro, tres, dos uno… cero.
El Escritor esperaba un fulgor, un sonido, un vahído… algo. Pero no ocurrió nada.
Los cinco alemanes seguían dentro del círculo, nerviosamente inmóviles, mirando en todas
direcciones. Uno, incluso, se tocó el cuerpo, como para comprobar que estaba todavía ahí.
Los dos japoneses se tensaron, como esperando algo. Que siguió sin suceder.
O, al menos en el primer momento, el Escritor no lo notó.
Pasó casi medio minuto antes de que se percatara de que los germanos, con sus armas
y equipaje, estaban… pulverizándose. Como esculturas de arena que el viento dispersa
cuando se secan, o vampiros cinematográficos bajo el sol, sus contornos se iban borrando
lentamente, y la fina boronilla resultante flotaba en el aire hasta también desaparecer.
En otros quince segundos más ya no quedaba nada de los cinco hombres; se habían
desintegrado por completo, ante sus ojos.
El Escritor abrió la boca… y la volvió a cerrar.
¿Qué se puede decir, ante un espectáculo así?
Los dos soldados japoneses se alejaron, conversando en su lengua, y mirando al
Escritor y a la Agente, con risas ocasionales.
Él no hablaba la lengua del país del sol naciente, pero escuchó claramente dos
palabras: “iteki” e “hibakusha”, y lo intrigó, sobre todo la segunda, que parecía referirse a
su anfitriona.
“Iteki” era extranjero, como “gaijin”, aunque sin la fuerte carga peyorativa de
“bárbaro ignorante” de aquel. Podía, por tanto, aplicarse tanto a la Agente como a él. Si
bien solía reservarse para aquellos no nacidos en Japón, pero que conocían lo bastante bien
su cultura y, sobre todo, su complicada lengua hablada y escrita.
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Pero ¿“hibakusha”? sí, le sonaba familiar, pero no lograba recordar…


La mujer calva miró a los militares nipones con claro aire de reprobación, y los dos
nipones callaron al momento.
Como si de pronto se hubieran acordado de que ella podía comprender lo que decían.
Sí, la Agente era más iteki que gaijin, definitivamente; si entendía tan bien el idioma
de Basho, Akutagawa, Mishima y Murakami…
Y entonces el Escritor recordó dónde había escuchado el otro término: hibakusha se
usaba sobre todo para denominar a los sobrevivientes de los estallidos nucleares de
Hiroshima y Nagasaki, en 1945… aunque probablemente fuese extensivo a todos los que
habían logrado escapar con vida de algún suceso extremadamente destructivo. Los
japoneses eran así de poéticos con su vocabulario.
Otro misterio, por lo visto. Porque, por su edad, resultaba obvio que la mujer calva no
podía haber estado viva en 1945, en todo caso.
Lo sumó a las demás preguntas personales que le haría…luego, en algún momento.
La Agente se llevó a su invitado de vuelta al bar restaurante, donde ella pidió el
cuarto margarita del día y él prefirió abstenerse de la tercera Tukola.
El fenómeno del que acababa de ser testigo le había dejado extrañamente incómodo.
-¿Están muertos, los alemanes?- cuchicheó, aunque sintiéndose estúpido al
preguntarlo; resultaba obvio que el inquietante proceso que había podido observar era
rutina en el Área 13.
-No, por supuesto; ya deben estar en Bonn- lo disuadió la Agente, sonriendo
sádicamente, entre trago y trago de su coctel- pero ¿a qué impresiona, ver cómo se
dispersan sus ecos, aquí?
-Esos… ¿eran ecos, entonces?- dijo él, como si lo entendiera todo. Pero tragó en seco
y deseó otra Tukola –Pues… parecían hombres normales. Por lo menos hasta que
empezaron a hacerse polvo.
-Porque lo eran, hasta ese mismo momento- repuso ella –Cuando alguien cumple
su… plazo, en el Andén, reaparece en la misma instalación desde la que se teleportó aquí.
Pero detrás queda eso que vio… una especie de eco o sombra atómica. Paradójicamente,
mientras menos tiempo haya permanecido, más dura. El de las 24 horas se mantiene casi
cinco minutos. Es bastante raro, dicen… porque una ya está en casa, pero los que se quedan
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aquí la siguen viendo moverse, caminar, hablar… hasta que de pronto se pulveriza. Bueno,
ese es el término vulgar… en realidad, sus quarks pierden cohesión, y sus átomos dejan de
existir. ¿Sabe lo que son los quarks?
-“Three quarks for Muster Mark…” o algo así, de Finnegan´s wake, de James Joyce-
recitó, casi ofendido por la duda, el Escritor –Son partículas elementales, se necesitan
varias para formar las subatómicas como el electrón, el neutrón o el protón. Se conocen seis
tipos: arriba y abajo; cima y fondo…
-Ya… para variar, sabe más que yo del tema- lo frenó en seco ella, y prosiguió:
-Personalmente, prefiero evitar esa… duplicación, regresando antes por la cabina. Pero,
claro, los soldados rasos no tienen esa opción. Ellos tienen que quedarse aquí hasta el
último momento de sus quince días de servicio. Por suerte, tras ese tiempo en el Andén, el
eco rara vez dura más de cuarentaicinco segundos.
-Espantoso- comentó el escritor –Pero también muy interesante, como fenómeno.
-¿Sí, eh?- la Agente resplandeció de satisfacción y concluyó el margarita. Acto
seguida, hizo una seña jovial, pidiendo el quinto a un camarero –Muchos físicos cuánticos
lo consideran la prueba irrefutable de que la teleportación no es más que una transferencia
de información a través de un macro efecto túnel, y consideran que también podría
funcionar como proceso de duplicación. No sé si entiende lo que le digo, porque lo que soy
yo… no mucho. Y usted tampoco es físico…
-Bueno, mientras no le dé por usar fórmulas, me hago una idea; he leído mucha
ciencia ficción, además de escribirla. Incluso la hard… y algo se le queda a uno, siempre-
el Escritor se encogió de hombros, e inquirió –Pero, dijo “muchos”. No “todos”. Hay otras
teorías, supongo, sobre el Andén…
El diligente camarero de uniforme gris le trajo a la Agente su nuevo coctel. El
Escritor se relamió, pensando en la Tukola… pero logró sobreponerse a la tentación. No
quería mostrarse débil delante de aquella mujer.
-¿Otras teorías? Claro; tantas como quiera- ahora le tocó a ella encogerse de hombros
y sonreír –desde que los primeros humanos llegaron aquí en el 44, gracias al famoso
Experimento de Philadelphia… que me imagino que conocerá, si es del fandom, casi cada
uno tiene la suya propia. Y algunos, hasta varias- resopló, antes de empezar a desgranarlas,
con tono burlón y monótono: –Que si esto era el nodo central de comunicaciones de una
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civilización más antigua que la vida en la Tierra, pero que luego trascendió la materia y por
eso lo abandonó, sin desmantelarlo siquiera, así que en realidad funciona todavía… lo que
no somos capaces de darnos cuenta de que lo hace. Que si lo dejaron como una especie de
traba en la rueda para impedirnos a nosotros, seres primitivos, invadir la galaxia… y a la
vez avisarnos de que no estábamos solos. Que si es todo lo contrario; el cebo en una trampa
para atrapar especies que llegan a un determinado nivel tecnológico… e impedirles
superarlo. Que si este sitio en realidad no existe, sino que es no es más que una sofisticada
realidad virtual…
-Basta, basta, espere- la contuvo él, divertido casi a su pesar por el tono paródico de
la seguidilla -Algunas de esas teorías son casi tópicos en la ciencia ficción. Pero con las
otras que ha enunciado… yo mismo podría escribir varias novelas. En cambio, los
hechos…
-Me temo que hace muchos años que llegamos al límite de los hechos- la Agente
suspiró, dando otro largo sorbo a su refrescante combinación de tequila y triple seco con
jugo de lima–Todo lo que sabemos, lo aprendimos en los primeros dieciocho meses.
Cuando nada más que estábamos aquí nosotros… y los nazis.
-Ah ¿nazis, también?– había burla en el tono del Escritor –¿Por qué será que no me
sorprende?
-Nazis, sí… y a nosotros sí que nos sorprendió- corrigió ella -Llegaron en febrero del
45… en el Reich estaban investigando la teleportación como posible wunderwaffe… ¿usted
habla alemán? En su currículo no lo aclara…
-No… pero igual conozco algunas palabras, así que esa por lo menos sé lo que
significa: arma maravillosa- se pavoneó el Escritor –Y me imagino que, tal y como sucedió
con otras por el estilo, como el caza bimotor a reacción Me-262, tampoco la teleportación
llegó a tiempo para salvar a Die Führer. Aunque debió armarse un buen tiroteo con esos
fanáticos.
-No crea; cuando los dos primeros científicos alemanes que llegaron aquí encontraron
a los nuestros… imagínese, principalmente personal del FBI y de la OSS; ya sabe, Office of
Strategic Services, la antecesora de la CIA, todos querían desertar... pero eso es algo
imposible, aquí en el Andén: cuando trataron de volver con ellos usando la cabina…
reaparecieron en el Berlín bombardeado. Y al contar lo que habían visto aquí, no los
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creyeron. A algunos los fusilaron, otros fueron enviados al Frente Oriental y murieron a
manos de los Ivanes. Triste ¿no?
-Muy conveniente, eso de que el Andén sea a prueba de deserciones… al menos, para
los rusos y los chinos, supongo- hipotetizó el Escritor –Pero, me estaba hablando de los
hechos… que me parecen incluso más interesantes que las anécdotas…
-Los hechos, sí… no muchos, por desgracia- ella se alisó mecánicamente la hinchada
pechera de su chaqueta - Prácticamente desde 1947 no se hacen progresos significativos en
el estudio del Andén. Salvo un par de excepciones. Hoy no sabemos apenas más de lo que
sabíamos entonces.
-¿El caso Roswell fue ese mismo año, no?- hizo notar el Escritor.
-Y no fue coincidencia- le aclaró ella –Tuvimos ciertas… filtraciones. Civiles que
pensó que no teníamos derecho a mantener el Andén en secreto. Sólo con mucho esfuerzo
se logró desviar la atención hacia Nuevo México. Nunca creímos que la gente se tomara tan
en serio lo de aquellos extraterrestres de caucho.
-Ah… es bueno saberlo. Y alguna gente se cree cualquier cosa, supongo. En fin…
voy a puntualizar… y rectifíqueme usted si me equivoco, por favor. A veces ayuda, el
poner orden mental…- le imploró el Cubano, y ante el asentimiento de la mujer trajeada,
comenzó: –Primero: cada vez que alguien trata de teleportar algo, desde cualquier parte de
la Tierra o del Sistema Solar, aparece siempre aquí en el Área 13…
-Eh, una corrección- lo interrumpió ella –No se lo había aclarado, y es culpa mía.
Pero la teleportación sólo funciona con los seres inteligentes… o al máximo, materia que
acompañe a un ser inteligente. Si tratas de utilizarla con un tanque de guerra, no logras
moverlo un centímetro. No importa cuántos tera electronvoltios de energía inviertas en el
proceso. Si metes dentro a un ratón, un perro o un chimpancé, tampoco pasa nada. Pero si
sientas en la torreta de tu Panzer a un simple tripulante… entonces, carro de combate y
hombre aparecen aquí, muy campantes y en el círculo de arribo. Nunca en otra parte. Da
igual que los envíes desde Pekín o desde Tel Aviv. Sabemos que hay un límite de peso, que
está alrededor de las 65 toneladas… y de tamaño, que está en los 15 metros de alto, ancho o
largo. Casi los forzamos en el 51, cuando se enviaron aquí los helicópteros y los dirigibles
con los que se exploró el planeta, afuera. Pero cualquier cosa dentro de esos parámetros
invierte exactamente la misma cantidad de energía en ser teleportada. No entendemos bien
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por qué, ni la teoría implicada en el proceso. No sabemos por qué este es el único sitio de
llegada o por qué cada envío tiene que ser o incluir algo vivo, y además racional. Que, en la
Tierra, hasta ahora al menos, es sinónimo de humano, y para de contar. Hemos tratado de
enviar perros, chimpancés, delfines y hasta una orca… sin éxito. No tiene lógica. O no se la
hemos encontrado aún. Algunos han tratado de relacionarlo con el principio de
indeterminación de Heisenberg, y especulan que el teletransporte puede ser una función
mental, que necesita un observador para colapsar la función de onda en un estado
definido… yo misma no entiendo mucho de esas cosas, pero si le interesa, puedo
recomendarle un par de libros casi sin fórmulas.
-Muy amable de su parte… pero no, gracias- la disuadió él –ya he leído Cuarentena y
El Instante Aleph, de Greg Egan; con eso me basta. Sigo… Segundo: tras los Estados
Unidos, otras diecisiete naciones han logrado llegar al Andén por sus propios méritos
científico tecnológicos, hasta ahora… y me llama poderosamente la atención el hecho de
que, dejando aparte algún que otro pequeño incidente, no hayan ido a la guerra por su
control.
-Si quiere, le doy la lista- sugirió ella -Aunque es fácil imaginarse cuáles son los
países que se han sumado hasta ahora al Club Área 13. Potencias tecnológicas de primer
orden, hasta el último. Casi todos tienen también armas nucleares. Aunque hay un par de
sorpresas… como Dinamarca y Suecia. E invitados de cortesía, como Canadá, Australia y
Nueva Zelanda. Pero tampoco crea que todo fue siempre tan pacífico… mejor ni le cuento
del tiroteo del 53, cuando llegó el primer ruso y nos encontró a nosotros, a los franceses y a
los británicos… O del incidente del 81, cuando los exploradores hindúes y pakistaníes
entraron casi a la vez, con sólo cuatro minutos de diferencia. Hubo algunos muertos, en
cada caso… aunque siempre ayuda el que la mayoría de los pioneros ni siquiera vienen
armados. Casi nadie se imagina que va a aparecer aquí. Y los que ya son parte del Club lo
mantienen todo en el máximo secreto. Si bien en el 93 los chinos, que por lo visto se
enteraron del Andén gracias a una filtración de los archivos de la KGB, casi acaban con el
contingente mixto australiano-neozelandés… llegaron como treinta juntos, armados hasta
los dientes y dispuestos a todo… pero, aunque no eran más que quince, esos kiwis pelearon
como demonios, en la mejor tradición de los ANZAC. Y los contuvieron… aunque
sufriendo graves pérdidas. Muy graves.
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-Me alegro de que las víctimas no hayan sido más… y de que nadie haya enviado
aquí a un suicida con una ojiva nuclear- se estremeció el Escritor –ya sabe, violando el
famoso Cuarto Protocolo para destruir lo que no se puede controlar.
-¿Quién dijo que nunca lo intentaron? Ese Cuarto Protocolo, por demás, nunca ha
existido; se lo inventó el Escritor Británico de Thrillers Políticos… cuando estuvo aquí, en
el 83- la Agente entrecerró los ojos verdes y felinos, traviesa, y aclaró: –Le contamos cómo
unos meses antes, en el 82, Andrópov mandó a uno de los suyos, considerando que esta
instalación era un peligro mortal para la supremacía tecnológica de la URSS, así que si el
PCUS no podía controlarla en exclusiva, nadie debía tener acceso a ella. Pero el plutonio de
la maletica que traía el kamikaze soviético se negó a fusionarse. Luego hemos comprobado,
con minicargas tácticas, que hay algo en el Andén que impide las explosiones nucleares. No
sabemos cómo, ni lo pregunte. Ese, por cierto, fue el descubrimiento más reciente respecto
al Área 13, aunque ya en el 47 el Físico del Proyecto Manhattan había insinuado que sería
lógico esperar algo así…
-Eso sería lo tercero- repuse el Escritor, encantado –que el lugar parece provisto de
sofisticados mecanismos para protegerse y conservarse a sí mismo. El seguro antinuclear,
ese campo sinestésico o de las cosquillas en la zanja, el campo iris…
-Ni se imagina cuánta razón tiene- resopló ella, y pateó el suelo con su bota
charolada, sonoramente -¿Ve este piso? Caminamos muy tranquilos sobre él, y parece algo
a medio camino entre linóleo y granito… pues resulta que no es posible rayarlo, ni mucho
menos cortarlo, ni con brocas de diamante, ni con láser ni con nada conocido hasta ahora.
Los ácidos más agresivos le resbalan como si fueran la más inofensiva agua destilada.
Algunos químicos especulan que se trata de un polímero análogo al borazón superduro…
pero monomolecular ¿entiende lo que eso significa?
-Sí- suspiró el Escritor –aunque las cerámicas de alta resistencia no son lo mío, la
conclusión obvia es que los que hicieron el andén nos llevan tremenda ventaja tecnológica.
Deben estar por lo menos en el nivel III de la Escala de Kardashov… sSi es que sabe lo que
es. Pero eso ya se caía de la mata…
-Se caía de la mata… me gusta esa; supongo que es una expresión típica cubana. Y
también disfruto mucho su adjetivación, que conste- precisó la Agente, sonriendo –Y, sí;
algo he estudiado; lo suficiente como para no confundir a Kardashov con las Kardashian. El
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nivel III de la escala de ese ruso define a civilizaciones capaces de aprovechar los recursos
de toda una galaxia. Mientras que los constructores del Andén probablemente, estén en el
nivel IV. Capaces de aprovechar todos los recursos de un Universo. Si no en el V… de
varios Universos. Así que tremenda es poco. Tremenda es la ventaja tecnológica que les
llevamos nosotros a los antiguos romanos. Disponemos de armas de fuego; ellos usaban
arcos, flechas y jabalinas. Tenemos misiles; ellos empleaban catapultas. Tenemos tanques;
ellos, elefantes de guerra. Y, bueno, ellos no, sino Aníbal... pero da igual. Las legiones, ni
idea de aviación o armas nucleares. Pero una de sus espadas ¿gladios, no? todavía nos
mataría a cualquiera de nosotros… incluso atravesaría cualquier chaleco antibalas; su acero
todavía corta la mayor parte de nuestros plásticos y materiales cotidianos. Los que
construyeron el Andén… podría decirse que están tan adelantados con respecto a nosotros,
que su tecnología nos parece magia.
-Esa frase… ¿También estuvo aquí, Arthur Clarke? – preguntó el Escritor, encantado.
Pero ante la silenciosa mirada de reproche de su interlocutora, se corrigió: -digo… el
Escritor Británico de Ciencia Ficción que Trabajó en la Creación del Radar y Luego se Fue
a Vivir a Ceilán.
-Estuvo- confirmó ella –en 1949. ¿De dónde cree que sacó la frasecita? Desde que se
implementó el Programa Visitas, empezamos a traer no sólo a científicos y asesores
militares al Andén, sino también a civiles, y muchos de ellos escritores… de su gremio. No
es por restarles mérito a su imaginación, pero yo diría que la mitad de las ideas de los
premios Hugo y Nébula de los últimos 50 años han salido de visitas aquí. Al menos, esa ha
sido una ganancia indiscutible… si le gusta la ciencia ficción, claro. Y quién quita que,
algún día, un lector descubre cómo funciona todo esto…
-No me extrañaría- murmuró el Escritor, y aclarándose la garganta, continuó con su
lista: -Cuarto… y ahora tengo que fiarme de su palabra y de lo que contó, ya que todavía no
me lleva afuera; que el Área 13 está sobre la superficie de otro planeta, el último de los tres
que orbitan una estrella roja muy aislada; no hay otro sol a menos de veinte años luz… y,
sobre todo, cuya situación respecto a la Tierra no somos capaces de determinar... así que
debe estar bastante lejos. Interesante. No tanto el que la bautizarán Andén… poco original,
como mínimo.
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-Sí… otro perro llamado Perro- admitió ella, divertida, y tomó el relevo. Si quiere
sigo yo: -Los otros dos mundos de este sistema también son rocosos, pero estériles; estamos
en el único con vida…
-Que, pese a tratarse de un mundo árido, sin lunas ni mares, tiene atmósfera
respirable, además de fauna y flora propias, aunque sean raras y escasas… - concluyó el
Escritor, sonriendo.
-Muy buena memoria; felicitaciones. Algunos creen que el Andén está en otro
universo, de hecho. Por eso la quiralidad inversa de las formas de vida allá afuera- asintió la
Agente, terminando su quinto margarita, aunque se veía completamente sobria. Eso sí; se
abstuvo de pedir el sexto –De otro modo, no entienden cómo no podemos localizar hitos tan
notables como la nebulosa de Andrómeda, la del Caballo y otras así. En el 75 se instaló un
telescopio afuera, con espejo de 2 metros… pero a algunos de los animalitos del planeta,
como los gigercitos, que ya conocerá, parece encantarles el sabor del metal y del cuarzo.
No duró mucho. Y los gobiernos… simplemente no consideran una prioridad el estudio de
otro universo.
-Idiotas- gruñó el Escritor –el conocimiento es siempre…
-El conocimiento será poder, pero las armas también… y cuestan- suspiró ella –
Mucho, además. Entre tropas, pagos a científicos, equipos y similares, a estas alturas el
Área 13 se ha tragado un presupuesto equivalente al Producto Interno Bruto de varios
pequeños países. Incluido el suyo. – se puso de pie, sin sujetarse a la mesa, con toda soltura
–No sólo le molestábamos a Andrópov; a muchos presidentes no les hace gracia que exista
el Andén.
-Me imagino la situación- comenzó a fabular el Escritor, con ojos soñadores: -Llegas
a la primera magistratura del país, te pasan una carpeta de cuero con letras doradas que dice
For Your Eyes Only y debajo Área 13, empiezas a leer, y… primero, naturalmente, supones
que por error te han entregado una historia de ciencia ficción. Pero sigues leyendo, y
comienzas a creer, te apasionas, tal vez incluso concluyes que el asunto es clave para el
futuro de la humanidad… pero al final llegas a los números. Y ahí tragas en seco.
-Debería escribir eso- comentó ella, divertida –Muy... vívido.
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Tras volver a atravesar las varias puertas-esclusa, caminaron sobre el suelo


anaranjado, alejándose por segunda vez del área de esparcimiento. Cuando pasaron frente al
círculo de arribos, un quinteto de soldados se materializaba encima.
Sin luz, sonido ni otra transición alguna. Simplemente, antes no estaban… y de
pronto estuvieron ahí.
Tenían que ser el relevo de los alemanes; sus parches, rojos con una cruz blanca.
Suizos ¿o tal vez daneses? pensó el Escritor. Aunque los fusiles eran otra vez los
FAMAS franceses. Las armas de manufactura norteamericana no eran muy populares entre
los cuerpos militares europeos, obviamente.
-Tal vez lo haga… si está permitido, claro - le dijo a la Agente, pensativo, y continuó:
–Entonces, nuestro perplejo y flamante presidente relee el informe, comprueba que ni
siquiera por ingeniería inversa se le ha podido sacar ningún provecho real al Andén… y
decide gastarse el dinero en un nuevo portaaviones. O submarino lanzamisiles. O caza de
quinta generación.
-Bueno, tampoco es tan absoluto- precisó ella – algo sí hemos sacado. En los
primeros años. Por ejemplo, el kevlar ¿se fijó que las cuerdas del quipo eran de esa fibra?
Retrasamos su difusión hasta los 60 y los de la DuPont fingieron inventarlo… pero ya en el
mismo 44 estábamos seguros de que revolucionaría la industria textil.
-¿Çuántas otras invenciones así de innovadoras han salido en realidad del Andén?-
inquirió el Escritor, tras un par de segundos para asimilar el dato.
-Sólo estoy autorizada a hablarle del kevlar- respondió la Agente, muy seria –es
cierto que algunas de las cosas que traen los hobos parecen prometedoras… pero aún se
están estudiando… ¿sabe algo de latín? Pues, timeo danaos et dona ferentes….
-Ah, claro- refunfuñó el hombre, escéptico –Temo a los griegos y a sus regalos... o
algo así…
El largo, incómodo silencio subsiguiente duró hasta que la mujer miró de nuevo su
plateado reloj de pulsera y advirtió: –Espero, por su bien, que sea de digestión rápida. No
nos conviene demorarnos mucho; sin luna, en este planeta los crepúsculos caen velozmente,
y mejor no estar afuera en la oscuridad de la noche local. Vamos a los vestidores, para que
se vista, y lo llevaré a un paseíto por el exterior. Como biólogo, creo que lo disfrutará
41

bastante. De cualquier manera, la hora de los hobos no llega hasta bien entrada la noche.
Tendremos tiempo de regresar para ver aparecer a los primeros.
Luego giró sobre sus talones y echó a caminar con enérgico cadereo.
-Por cierto ¿Cómo fue que bautizaron a este planeta?- inquirió el Escritor,
alcanzándola… aunque con esfuerzo. –Y esos hobos de los que tanto habla… ¿no hay ni
siquiera un spoiler? ¿qué son?
-Más bien, quiénes… ya los verá, en su momento- repuso ella, sin detenerse –Y al
planeta, por supuesto, le llamaron Andén. La falta de imaginación es una constante, a veces
¿no?
*****
En un principio, pensé intitular este cuento Sexo en el Andén o algo por el estilo.
Y no sólo por lo rebuena que estaba la Agente y el pensamiento recurrente del
Escritor, al verla caminar, de cómo sería arrancarle el traje, la camisa y templársela… o
seda, templármela, encuera… aunque quizás dejándole las botas vaqueras y la corbata
puestas.
No me pregunten por qué. Todo el mundo tiene sus fetiches.
En los 80, leí un artículo del grupo Nos-Y-Otros, Los extraterrestres y el sexo; con
exquisito humor, pero también bastante lógica, en pocos párrafos analizaba las
posibilidades de existencia de razas alienígenas en otros mundos. Así como por qué, de ser
así, no nos habían contactado todavía y otras preguntas claves del asunto.
Pero de sexo no hablaba por ninguna parte… salvo en una nota, al final, donde
confesaba que el título sólo era para atraer lectores. Todo el mundo quiere leer sobre sexo
¿no?
Qué astuto.
Pero supongo que el truco sólo hace gracia una vez.
De todos modos, tampoco me templé a la Agente. Ni siquiera pude averiguar qué
tipo de ropa interior llevaba, ni si su poderosa proa era natural o siliconada.
En primer lugar, me faltó tiempo. No soy un seductor profesional, de esos
envidiables mortales capaces de llevarse al baño a cualquier azafata, hasta en un breve
vuelo nacional, para sumarse al selecto Club de la Milla de Altura. Y que luego se hacen
ricos contando sus secretos en un libro que llega a best seller.
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Ya me gustaría, ya.
Pero, seamos racionales: estoy casado, amo a mi esposa y… simplemente y sobre
todo, para mí, como escritor de ciencia ficción, el Área 13 era mucho más interesante que
cualquier mujer.
Así que no intenté nada. Porque uno no caga donde come. No quería arriesgarme a
que me enviaran de vuelta antes de las 24 horas. No antes de ver hasta el último rincón del
Andén y del planeta homónimo, si podía, también.
Luego, por cierto, me alegré de aquella… abstinencia.
Aunque todavía no contaré más. Me interesa más reflexionar sobre otro tema.
No sé si alguno de los lectores es capaz de entender lo que significa, para un autor
de ciencia ficción, el enfrentarse a la evidencia incuestionable de que no estamos solos en
el Universo. O en el Multiverso, al menos… si resulta que el Andén, como creen algunos,
al final no está en el mismo espacio que nosotros.
Pero trataré de dar una idea.
A menudo, a los escritores del género, los lectores y la gente en general nos
preguntan si creemos en los extraterrestres y hasta si hemos visto alguna vez un OVNI.
No sé qué responderán otros; yo siempre digo que, como Fox Mulder el de X-files…
quiero creer. Invoco la ecuación de Drake y argumento que el cosmos es demasiado
grande para que estemos solos nosotros en todo él. Pero siempre termino mencionando
también la paradoja de Fermi ¿si es así, por qué nadie nos ha contactado aún?
justificándome con los plazos de decadencia de las civilizaciones…y en fin, haciéndome un
lío.
Ni sí, ni no, sino todo lo contrario. Y viceversa.
No niego que existan, los ETs. Pero tampoco creo que estén dándonos vueltas, todo
el tiempo. Todavía no hay ni una prueba irrefutable de que los OVNIs sean platillos
voladores, ni de que dentro haya hombrecitos verdes ni grises.
Hasta he escrito algún que otro cuento especulando con otras posibles explicaciones
del fenómeno OVNI: viajeros del tiempo o seres no racionales que viven en el espacio y se
aventuran ocasionalmente en las atmósferas planetarias. Como ballenas cósmicas. Que
vendrían a la Tierra a desovar. ¿A qué es una idea interesante, eh?
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En fin; quiero creer… pero me falta fe. Esa ciega seguridad en aquello de lo que uno
no tiene pruebas.
A algunos les cuesta asimilar mi desconfianza hacia todos esos relatos de
abducciones. Les parece como si el Santo Padre admitiera que es ateo. ¿Acaso no escribo
de imperios galácticos y seres de otros universos? ¿cómo no voy a creer?
Pero una cosa es la ficción y otra la realidad.
No todo lo verosímil es verídico. Ni al revés, como bien saben los escritores. Aunque
no sean de ciencia ficción.
Cada época tiene sus fantasmas y sus ilusiones. En la Edad Media, la gente veía
ángeles y carrozas de fuego volantes; ahora, ven aliens y platillos volantes. Y si mi
interlocutor de marras no se pone fanático, a lo mejor hasta le hablo de los tulpas
budistas, materializaciones de pensamientos, ansias o deseos.
Otra idea interesante; léanse Visitantes milagrosos, de Ian Watson.
Antes, veían arcángeles, demonios y dragones quienes querían verlos. Ahora,
también ven OVNIs quienes OVNIs quieren ver.
Y yo no…
Tal vez será que, en lugar de fe… tengo miedo.
Y es el mío, además, un miedo difícil de explicar.
No es el temor a perder toda credibilidad o reputación si yo, autor de ciencia ficción,
un buen día me levanto y confieso públicamente que vi a los últimos atlantes, que fui
abducido por los navegantes de Alfa del Centauro, o me encontré con mi propio yo del
futuro.
No me importa tanto lo que los demás piensen de mí... o no me vestiría como me
visto, para empezar.
Si bien reconozco que tanta coincidencia sería como mínimo sospechosa. Como si,
volviendo al ejemplo papal, la virgen se le apareciera al sucesor de San Pedro.
¿Justamente a él?
Incluso si así me ocurriera, desafiando toda ley estadística, no sé si tendría el valor
de Whitley Strieber, que tras ganar fama a principios de los 80 con libros como The
Hunger, de vampiros, que hasta tuvo una versión cinematográfica con Catherine Deneuve,
Susan Sarandon y David Bowie, dirigida por Tony Scott, el hermano de Ridley; y The
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Wolfen, sobre lobos inteligentes que viven mágicamente entre nosotros… en el 87 se apeó
con Comunion, un libro donde alegaba nada menos que el que su esposa y él habían sido
abducidos DE VERDAD.
Sí, claro, ya me lo creo ¿justo él?
Y luego siguió insistiendo con otros libros “reales” como Majestic y The master of
the Key… sin dejar a la vez de escribir nuevas novelas de vampiros. No sé si esas también
están buenas. Ya no me interesó leerlas.
No sé si Strieber es un fraude, un caso de autohipnotismo o de hambre de
notoriedad.
Lafayette Ron Hubbard, el autor de ciencia ficción de la Era de Campbell que, tras
publicar las dos partes de Campo de Batalla: la Tierra (también tuvo una versión
cinematográfica, por John Travolta… mejor ni la vean, aunque trabaje también Forrest
Whitaker, un actorazo donde los haya) una aceptable space –opera, y otra docena de
novelas pasables, fundó la cientología…
Creo que él por lo menos sabía al principio que todo era una trova como un monte.
Aunque tal vez luego también se lo acabó creyendo. ¿Autohipnosis?
No, no me molestaría ser el Escritor de Ciencia Ficción Cubano que vio a los
extraterrestres; si de verdad me sucediera algo así, y pudiera demostrarlo, apuesto a que
enfrentaría cualquier campaña de descrédito y cualquier cantidad de escépticos, que me
consta que no faltarían. Porque, tal y como hay fanáticos, hay también escépticos
acérrimos.
Pero, sin pruebas, sospecho que nunca lo revelaría a nadie. Porque, como dijo
Martí… en silencio ha tenido que ser. Y, además ¿para qué?
Tampoco me aterra la posibilidad de que, al enterarse de que existimos y de dónde
estamos, cualquier raza extraterrestre tratara de destruirnos, como especula el chino Liu
Cixin en su genial trilogía El problema de los tres cuerpos, sobre todo en el segundo libro,
El bosque oscuro. La clásica anécdota de la conferencia en la que alguien preguntó: “si
instalaras un teléfono que sólo puede recibir llamadas extraterrestres… y de pronto sonara
¿qué harías?” a lo que alguien del público respondió “¡no contesten” es el mejor ejemplo
de esta forma de pensar.
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Bueno, no me aterra tanto… supongo que, considerando que, desde Marconi hasta
hoy, ya hemos enviado billones de terabits de información al espacio en forma de ondas de
radar, radio y TV, si alguien quisiera destruirnos o invadirnos… a estas alturas ya no
estaríamos aquí.
Como soy ateo, tampoco me preocupan consideraciones teológicas por el estilo de:
“Si hubiera extraterrestres ¿Cristo también murió por ellos, o tendrán acaso a su propio
salvador?” o “Y si ellos adoran a un dios que realmente existe, ¿qué pasa entonces con el
(o los) nuestro(s)?”
O ¿cuántos ángeles pueden bailar en la cabeza de un alfiler?
Por el contrario; creo que sería fantástico encontrarnos con hermanos de otro
planeta. Aunque tengan cinco sexos, se coman unos a otros ritualmente, o sacrifiquen al
hermano menor a sus antepasados para poder casarse. Darse cuenta de cuán diferentes
pueden ser otros podría ayudarnos mucho, a los humanos, que todavía estamos tan
divididos por menudencias como tonos de piel, texturas de pelo o idiomas, a darnos cuenta
de cuánto tenemos en común todos los homo sapiens, en realidad.
Entonces, si no me preocupa que se burlen de mí, ni que nos destruyan o invadan, si
creo que sería hasta positivo ¿cuál es mi miedo?
Hay un cuento de Bradbury que lo describe mejor que cualquier cosa que pueda
imaginar yo mismo. Ni me acuerdo del título, ahora; tampoco es tan importante. Es ese en
que los marcianos invaden la Tierra… que no les ofrece resistencia. Sino que, en cambio,
los absorbe y los cambia, les enseña a beber cocacola y masticar chicle…
Los convierte en terráqueos. Los coloniza. Los asesina, culturalmente. La victoria de
la no violencia. Conquistar cediendo. Gandhi habría adorado ese relato, sospecho.
Temo, concretamente, que, como esos ingenuos guerreros marcianos de Bradbury,
nosotros, los humanos, todavía estemos muy verdes para el contacto con otras
inteligencias. Para aceptar que nuestro modo no es el único. Que no somos el centro del
Universo, ni la raza más avanzada, ni la más fuerte, ni la más divertida… sino apenas una
más del montón.
Incluso, probablemente, de las más atrasadas.
Sería una tremenda lección de humildad, si de pronto aparecieran los embajadores
de algo parecido al Gran Circuito de La nebulosa de Andrómeda de Iván Efremov o el
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Ekumen de los Mundos de tantas novelas de Ursula K. LeGuin, y nos instaran a


integrarnos a sus Naciones Unidas de la Galaxia. Más aún si, como en El día que
paralizaron la Tierra (y, por faplís, vean el filme viejo, el del robot Gor y “Klaatu barada
nikto”, que es el que sirve… no el moderno con Keanu Reeves), nos imponen ciertas
condiciones más o menos draconianas para ser admitidos… y nos advierten que, en caso
de no acatarlas, nos destruirán. Mostrándonos de paso que, además, tienen capacidad de
sobra para hacerlo.
Como los cuatro barcos negros del comodoro yanqui Matthew Perry llegando al
Japón de los shogunes en 1853 e imponiéndoles el comercio con el exterior con la
amenaza de sus cañones.
Japón reaccionó con la Era Meiji, con el militarismo del siglo XX… trataron
desesperadamente de conseguir colonias en Asia, cuando ya todo tenía dueño… y les costó
dos bombazos atómicos. Aunque también luego se levantaron de sus cenizas radiactivas
(como el ave fénix… o Godzilla) y casi conquistan el mundo pacíficamente, a golpe de
transistores y manga.
Los japoneses son raros, sí… pero no sé si el orgullo terrestre sobreviviría a unas
Naves Negras, que llegaran a informarnos que ni nos preocupáramos por crear un sistema
de impulsión más rápido que la luz, si, de todos modos, ya cada planeta habitable en 100
años luz tiene dueño…
A veces no puedo dormir y doy vueltas en la cama, imaginándome cómo los humanos
del mañana dejan de investigar, de construir, hasta de reproducirse, tras el Primer
Contacto. Porque, a fin de cuentas ¿para qué?
Y cómo nos extinguimos, en unas pocas generaciones.
A eso es lo que en realidad temo. No a lo que puedan hacernos los extraterrestres, al
contactarnos. Sino a lo que podríamos hacernos nosotros mismos, con sólo saber que ellos
existen.
Hay quienes dicen que los escritores de ciencia ficción somos unos pesimistas
terribles. Y parece que podrían estar en lo cierto, a primera vista. Porque nos encanta
escribir sobre invasiones extraterrestres a la Tierra, asteroides gigantes que la pulverizan.
sobre plagas que acaban con la población mundial, como The Stand, de Stephen King, o
con sus alimentos, como La muerte de la hierba, de John Christopher; la explosión
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demográfica y a la hambruna, como en Todos sobre Zanzíbar, de John Brunner; o la


singularidad tecnológica y las computadoras autoconscientes que nos convierten en
esclavos, tipo The Matrix.
Pero yo creo que en realidad lo que realmente queremos es advertir y exorcizar.
Alertar a los que nos leen ahora de lo que puede ocurrir mañana, abrirles la mente… para
que, actuando a tiempo, logren evitar que suceda.
Por eso, también, escribo este relato.
Ni la Agente de Alto Nivel ni nadie del Andén ni de la NASA me hizo firmar ningún
tipo de acuerdo de confidencialidad, como parte del Programa Visitas. No me dijeron que
si hablaba de mi visita al Área 13, matarían a mi esposa, a mi madre y hasta al perro que
nunca he tenido.
Tal vez se sobreentendía. O lo consideraron superfluo y pensaron que nadie me
creería ¡a un escritor de ciencia ficción! ¡imagínense… vaya fantasía! si me diera por
hablar. O escribirlo.
Puede que tengan razón, y que lo mejor que podría hacer es callarme. No hablar de
eso, no escribir esto… fingir que no ocurrió. Seguir viviendo como si nada, aunque exista
el Andén y todos sus misterios.
Pero… no puedo.
Tengo miedo. Y no sé qué hacer.
Temo que, haga lo que haga… o no haga, será un error.
Tal vez, si la gente lee esto y algunos, por lo menos, creen que es cierto, algo cambie.
Y entonces los constructores del Andén aparezcan, se muestren ante nosotros, nos
ayuden… o nos destruyan. ¿cómo estar seguro?
O, si nadie lo toma más que por una ficción… ellos sigan siendo un inaccesible
misterio y la humanidad continúe a salvo en su bendita ignorancia.
¿Bueno o malo?
No lo sé.
Y eso es lo que más me aterra.
*****
El Escritor examinó de cerca la rama del árbol azul, muy interesado. Más que hojas,
lo aquellos parecían pelos. Si no fuera por las ramas, haría pensar más en algún animal de
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ambiente frío… con la piel velluda y del color del mar–No soy botánico; siempre me
interesaron más los animales. Pero hasta yo me doy cuenta de que esta planta es bastante
rara. Sobre su fisiología podrían hacerse varios doctorados. No da la impresión de tener
clorofila, para empezar.
-En efecto, contiene otro pigmento fotosintetizador. Lo leí... pero ahora no recuerdo
el nombre. Si quiero se lo busco luego. La química y yo... ya sabe. Ahora, lo que sí
recuerdo es que ya se conoce, en la Tierra lo tienen algunas cianobacterias… o algas verde
azules. Pero lo más curioso, no sé lo notó, es cómo todos estos arbustos crecen hasta la
misma altura, exactamente- le informó la Agente. Su voz sonaba jocosamente metálica, a
través del altavoz de la escafandra. Como la de un robot de mala película del espacio –Los
llamamos árboles torpedo. Siempre llegan a nueve metros con catorce centímetros. Ni un
milímetro más, ni uno menos. Los alrededores del Área 13 han sido monitorizados
meticulosamente desde el mismo 1944. Algunos de estos matorrales tienen 75 años… otros,
apenas meses. Llegan a esa altura… y no crecen más.
-Otro enigma desconcertante, de los tantos del Andén, estos árboles torpedo-
concedió el Escritor y, caminando torpemente por el peso y el engorro del traje presurizado,
se alejó de la planta peluda y azul para observar de cerca a una especie de molusco sin
concha, blanco y con ribetes rojos, de casi un metro de largo, que reptaba con invertebrada
calma entre los peñascos, reconociendo el terreno con un par de manojos de cortos
tentáculos -¿Y este lindo bichito… es peligroso? Tiene todo el aspecto de ser venenosísimo.
Coloración de advertencia y todo eso…
-Sin embargo, no lo es; las apariencias engañan, en este mundo. En esta fase de su
ciclo de vida, por lo menos, es del todo inofensivo- lo tranquilizó ella –Puede tocarlo, si
quiere… aunque no espere que ronronee. Les llamamos babosas jaspeadas; ahora, sólo se
preocupan por comer unas plantas microscópicas parecidas a musgos que creen sobre las
piedras, porque estamos en el equivalente local de la primavera. El planeta Andén gira en
torno a su sol en unos 730 días… y los de aquí, antes de que me lo pregunte, tiene 28 horas
y un poquito más. Pero, cuando llegue el verano, que será como en diciembre del año que
viene, estos torpes moluscoides… porque no son moluscos verdaderos, no se confunda;
bajo esa piel mucosa tienen un endoesqueleto articulado casi como el de una serpiente…
estos bichitos preciosos se reunirán por miles en grandes colonias, formando unas bolas
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rojiblancas enormes que giran aplastando todo lo que se les pone delante. Ahí sí se
recomienda evitarlo.
-Anni fa, abbiamo perso qualque efettivo qui, per colpa de queste bolle dil cazo -
dijo, en italiano, rápidamente y con fuerte acento romano, uno de los dos uniformados que
acompañaban al visitante y a su guía. -Questo mondo é uno schiffo.
O sea: “Hace años perdimos algunos soldados aquí, por culpa de esas cabronas bolas”
y luego “este mundo es un asco”.
Habiendo vivido casi cuatro años en la Ciudad Eterna, el Escritor dominaba al dedillo
el italiano. Así que lo entendió perfectamente… y sonrió: de no haber llevado el rostro
cubierto por el casco, el militar probablemente habría escupido para reafirmar su disgusto
con el sitio.
-Magari é vero, ma tutti debiamo fare il nostro meglio, comunche- le replicó,
encantado de practicar la lengua de Dante: “tal vez sea cierto, pero todos debemos hacer
nuestro esfuerzo, sea como sea”
La Agente se giró y los miró fijamente, primero al Escritor y luego al militar que
había hablado.
El soldado cargaba al hombro, en vez del Tavor de su compañero, con un rifle
antimaterial de grueso calibre, cuyo largo y grueso cañón rematado por un aparatoso freno
de boca se alzaba bastante por encima de su cabeza.
Al Escritor le pareció un Barrett M82… viejo, de cuando la Guerra del Golfo, pero
todavía muy eficaz, con su munición calibre 50. Un armamento tan potente era claro
indicador de que en el exterior podían toparse con problemas reales; la escolta no era una
precaución superflua, ni mucho menos.
Por si fuera poco, el rifle de asalto bullpup israelí del otro soldado llevaba adjunto,
bajo el cañón, un lanzagranadas…
El desagrado de la mujer ante el rápido diálogo en italiano era obvio. Ya fuese porque
el militar había revelado algo que debió callar, por haberlo hecho antes que ella mismo
tuviera tiempo de contarlo… o tal vez, simplemente, la latina bilingüe no entendía el
idioma y no le gustaba que la dejaran fuera de ningún diálogo.
Ni que hablaran, si no los autorizaba expresamente
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-Be quiet, private- le ordenó callar, con ríspida autoridad. –Chatting with the visitors
is my business.
El soldado casi se para en firmes, y el Escritor sonrió dentro de su casco. ¿Conque
hablar era el negocio de la Agente? Bueno, la verdad es que había sido bastante…
comunicativa, hasta ahora
En todo caso, la advertencia fue eficaz: el militar del rifle de gran potencia se limitó
a murmurar: -Maledetta strega…
Luego, ni él ni su compañero con el lanzagranadas volvieron a abrir la boca durante
un buen rato. De hecho, se alejaron casi un centenar de metros de la Agente y el Escritor,
como para dejarles más espacio.
Claro que con el radio de las escafandras podían permanecer fácilmente en contacto
incluso desde fuera de una visual directa.
El Escritor se quedó pensativo. Por lo visto, su guía no era precisamente santo de la
devoción de la mayoría de los uniformados del Andén. El canadiense la había llamado
“bella dama ¿sin gato?”; uno de los nipones, “hibakusha”… y ahora el italiano se había
referido a ella como “maldita bruja”.
Comenzaba a sospechar que algo raro bastante sucedía, con su Mujer Calva de Negro.
O, al menos, en torno a ella.
Miró por encima del hombro; a medio kilómetro de distancia, uno de los agujeros de
salida del largo túnel del Andén se abría en lo que, a primera vista, parecía una baja colina.
Aunque la Agente le había confiado que era puro camuflaje: aunque pareciera idéntico a las
rocas grises del terreno, aquel material era tan monolítico e indestructible como todo dentro
del Área 13.
Reflexionó sobre la circunstancia de que, si bien los uniformes que usaban los
militares dentro del Área 13 eran todos grises y genéricos, sin más distintivo nacional que
los parches ¿quizás para mitigar la sobrecarga cromática del suelo anaranjado, la zanja
púrpura y otros excesos? las escafandras para salir fuera, en cambio, resultaban casi
ridículamente coloridas.
Probablemente fuese para distinguirlas mejor en la distancia. La suya era malva; la de
la Agente, verde. El soldado italiano que llevaba el rifle con el lanzagranadas la lucía en
51

rojo; la del que había hablado y llevaba el gran fusil de francotirador, por su parte, era
amarilla.
También le llamaba la atención, además del armamento reforzado y los coloridos
trajes de presión, el que para la salida ambos escoltas fuesen de la misma nacionalidad.
¿Los habían elegido italianos justo por saber que él dominaba su lengua? Obviamente,
todos en el andén hablaban inglés… pero, aunque tras los límites del campo iris se
mezclaran siempre las nacionalidades, por lo visto, para aventurarse fuera, donde el peligro
era algo mayor, se prefería que los uniformados del mismo país anduvieran juntos.
-¿Todo el planeta es así? –preguntó el Cubano, sin tocar a la babosa jaspeada. –rocas,
colinas, esos árboles torpedo azules. Un poco monótono ¿no?
-No tiene idea - confirmó la Agente, llegando junto al Escritor con un enérgico salto,
que pareció extrañamente largo y lento. Incluso sin el extra de los altos tacones de sus botas
vaqueras, lo superaba ampliamente en estatura, y a él volvió a molestarle el hecho. Aunque
no tanto como el que, dentro del traje presurizado, ahora resultase imposible apreciar su
curvilínea figura –Monótono es poco. Más aburrido que un desierto, para muchos.
Terminaron de explorarlo ya en el 53. Costó dos años, con helicópteros, dirigibles y toda la
parafernalia… y hubo algunas víctimas, no crea. Aunque fueran profesionales. Pero
siempre alguien se las arregla para ahogarse en el desierto o partirse el cuello en terreno
llano. Luego, cuando empezó el siglo XXI, hasta hemos puesto un par de mini satélites en
órbita, para que pueda funcionar un sistema GPS. Por eso sabemos bien que es una bolita
de piedra aburrida. Y muy vieja y tranquila; casi como nuestra Luna… lo que con
atmósfera. Aunque fría y tenue. No hay actividad tectónica ni placas continentales.
Tampoco montañas, ni llanuras, ni depresiones ni mares, ni siquiera ríos… cuando más,
algunas modestas cadenas de lagos, cuando llega y verano y se derriten los casquetes
polares, que tampoco son muy grandes que digamos. El resto del paisaje… o sea, todo, son
estas colinas pedregosas con árboles torpedo. No hay muchas más especies vegetales,
además de ellos y los líquenes que se comen las babosas. Llueve a veces, según los
caprichos de los vientos. La misma fauna y flora pueden encontrarse en todas partes, salvo
en el fondo de algunas cuevas, que tampoco son muchas, y albergan dos o tres especies
albinas y ciegas. El eje de rotación del planeta está inclinado exactamente 45 grados
respecto al plano de traslación y de la eclíptica del sistema…y además, tiene una precesión
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tremenda, casi de 15 grados. Casi parece modificado a propósito, para que no haya
verdaderas zonas climáticas.
-Veo que se ha aprendido bien la lección- se burló el escritor –Pero ¿será posible que
no haya nada interesante? Es un mundo nuevo, a fin de cuentas.
-Eh… disculpe mi falta de entusiasmo por la exobiología, Su Majestad- se burló la
Agente, ejecutando una afectada reverencia, que resultó muy grácil, pese al impedimento
del traje a presión. Luego agregó -Hay sus formas de vida curiosas, cómo no. De vez en
cuando, si alza la vista, verá que nos sobrevuelan unos pájaros enormes, de seis alas…
bueno, en realidad algo a medio camino entre aves e insectos. Ojos compuestos, caparazón
de quitina y seis extremidades, pero plumas y corazón con sistema circulatorio cerrado. Los
estudian con aviones ultraligeros: nunca se posan, y hasta nacen en el aire. Aunque, más
que volar, flotan; tienen grandes vejigas llenas de helio en vez de los sacos aéreos de los
pájaros terrestres. Son como zeppelines vivos. Les llamamos ballenas aéreas
-Fascinante- murmuró él encantado. –Aunque el nombre sigue siendo… pedestre.
Ella, espoleada por el interés de su interlocutor e invitado, continuó, como si recitara:
-Y en los lagos de deshielo hay algunos peces… unos feos bichos cartilaginosos, que
parecen un híbrido entre tiburones y rayas, pero con aletas dorsales dobles… y pueden
entrar en anabiosis cuando se seca su entorno… los bautizaron como tiburones oso, creo,
por eso. En cuanto a los árboles torpedo, quizás debería saber que…
-Ya… ya… demasiada información. No me haga sentir peor por no poder quedarme
un par de meses a ver todos esos animales y plantas maravillosos- la interrumpió el
Escritor, entre anonadado y divertido por lo intenso y obviamente memorizado del speech
de su interlocutora –Oiga, por cierto; fue un buen salto, ese suyo de hace un rato. Casi de
ballerina, o de campeona de salto. Me fijé en cómo caminaba, también… quiero decir, me
llamó la atención, biodinámicamente hablando. Y es que, desde que llegué, yo también creo
que me siento más ligero. Dentro de la instalación no estaba seguro, pero ahora ¿es ilusión
mía, o la gravedad es un poco menor que la de la Tierra, en este planeta?
-Ustedes los autores de ciencia ficción son muy perspicaces- admitió la Agente, y su
encogimiento de hombros fue apenas visible dentro de su escafandra –Y tampoco me
molesta que me mire cuando camino. Biodinámicamente o no. Sí, la gravedad es diferente,
aquí. Aunque pocos se percaten del detalle, sin un dinamómetro o gravímetro para
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comparar. Quizás disfrutan sintiéndose un poco más atléticos, de repente. G aquí es mayor
que la marciana, pero menor que la terrestre: 8, 9 metros por segundo al cuadrado. Un
término medio muy conveniente. Y eso que el planeta es un poco más pequeño que
Marte… suponemos que su núcleo debe ser muy rico en metales pesados, para ser tan
denso. A lo mejor por eso es que no hay actividad tectónica.
-Tranquilo, seguro, ligero y con gravedad conveniente. Tal vez lo eligieron por eso
mismo, para poner aquí el Andén- sugirió el hombre. mirando en lontananza –para que
estuviéramos bien cómodos. Todo esto tiene cierto aire como de escenario ¿no cree?
Realmente, el paisaje era descorazonadoramente monótono. Se echaba de menos el
verde, y algo que saltara o pasara corriendo.
-Sí, es posible que lo construyeran expresamente para desviar nuestra atención del
Andén en sí- concedió la Agente –claro que nadie sabe qué gravedad tienen los mundos de
los hobos. Si es que tienen mundos. Y ellos tampoco hablan, así que no hay modo de saber
si también están realmente cómodos aquí…
-No tiene mucho sentido explorar por aquí ¿verdad?- inquirió, de repente, el Escritor.
-Vaya… ningún biólogo estaría de acuerdo con usted- objetó la mujer –todos se
quejan de que la parte del león del presupuesto del proyecto se la llevan los físicos
cuánticos, que todavía insisten en que están a punto de crear un sistema de teleportación
que no requiera inteligencia por parte de la carga a trasladar, o que al menos lleve a alguna
otra parte que no sea al Área 13. Pero llevan décadas intentándolo sin éxito, así que los de
su gremio consideran que tal vez deberían concentrarse los esfuerzos en el propio planeta:
estudiar su fauna y su flora, por elementales que sean; su historia geológica…
-Sería andenológica, en todo caso. Pero sí que suena razonable. A fin de cuentas, es el
primer ecosistema no terrestre con el que nos topamos. Manjar de la India, para los
exobiólogos. Habría que dedicarle más tiempo, es lo mínimo. Aunque, con un ambiente tan
uniforme, se entiende que la biota no debe ser muy variada- supuso el Escritor -¿Tiene idea
de cuántas especies existen aquí, aproximadamente?
-No muchas, creo, incluso contando las microscópicas- le informó ella, tras fruncir el
ceño como para ayudarse a localizar el dato exacto en su memoria –Creo que no llegan a
trescientas, entre plantas y animales…
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-Sí, es una biosfera muy pobre. Sólo de mamíferos, en nuestro planeta ya hay más de
dos mil especies. Hasta en el desierto helado de la Antártida hay más formas de vida-
coincidió él, y continuó indagando: –Me dijo que esa babosa jaspeada tenía esqueleto, y la
llamó moluscoide. Y también me intrigaron esos pájaros de seis alas medio insectos… las
ballenas aéreas ¿Aquí no hay grupos de animales bien definidos, como los de la Tierra,
entonces? Ya sabe… artrópodos, cordados, todo eso.
-Se ve que estudió biología. Lamento de corazón no ser colega suya- reconoció ella,
acercándose a una piedra y dándole vuelta, con esfuerzo, en lugar de responder –Venga,
mire... estos son interesantes. Antes ya le hablé de ellos, estoy segura, son los peores
enemigos de toda tecnología que dejemos a la intemperie. Un colega suyo… y me refiero a
uno de los escritores de ciencia ficción, no de los biólogos, los llamó gigercitos…ya sabe,
por aquel suizo que dibujó al Alien original del filme. Lo investigué.
Curioso, el Escritor obedeció. En el terreno húmedo bajo el peñasco volteado se
movían rápida y sinuosamente una especie de gruesos ciempiés negros de casi un codo de
largo, con la cabeza plana y muy grande, y un aguijón de aspecto amenazador en el otro
extremo. Tuvo que fijarse bien para notar que los ojos de los gigercitos tenían párpados y
pupilas azuladas, y que de lo que parecía ser su boca se proyectaba, por momentos, una
especie de trompa retráctil con la que reconocían el terreno.
No se parecían mucho al letal y casi indestructible xenoformo de H. R. Giger, pero de
todas formas se le antojaron un tanto repugnantes. Y vagamente peligrosos.
-Patas y cuerpo articulados con exoesqueleto, faringe evaginable y ojos con
cristalino- definió, tras pensarlo un poco –Características de artrópodo, cordado y anélido.
No hay nada similar en la Tierra. ¿Son venenosos?
-Estos, sí... pero, no tema; sus aguijones no atravesarían el kevlar de la escafandra, y
tampoco moriría por la ponzoña. No es más fuerte que la de muchos escorpiones, aunque
sea bastante más dolorosa. Por cierto, también tiene un esqueleto interno- disfrutó ella
informándole -Sí, aquí todos los grupos que conocemos parecen mezclados, y los biólogos
todavía se devanan los sesos tratando de entender cómo fue la evolución local. No hay
mamíferos ni aves, ni reptiles… sino toda una amalgama. Muchos se desgarran las
vestiduras exigiendo fondos para buscar fósiles. Pero la electroforesis de proteínas… y
antes de que me lo pregunte, no tengo más que una vaga idea de qué eso, ha arrojado un
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detalle muy interesante: el ADN de todas estas especies es completamente a prueba de


errores. Su sistema de reparación es perfecto… y ni siquiera pueden aceptar material
genético nuevo de los virus locales ¿sabe lo que significa eso?
-Que no pueden mutar, ni tampoco evolucionar- replicó el Escritor, veloz. Miró a los
gigercitos, que ya desaparecían serpenteando en la tierra, y silbó, admirado –O sea, que
estos lindos ciempiés con trompa y aguijón… podrían llevar aquí nadie sabe cuántos
millones de años sin haber cambiado absolutamente nada. Esa condición… tiene que ser
artificial, prueba incontrastable de una clara intervención externa.
-Esa también es la opinión más popular entre los científicos. Se han encontrado
algunos fósiles de 200 millones de años de antigüedad… y exactamente iguales a las
especies que hoy siguen moviéndose por estas piedras- confirmó la Agente –aunque
también algunos que no corresponden a ninguna de las que conozcamos hoy. Pero al
menos, al no ser del indestructible material del Área 13, esos restos han permitido hacer un
estimado de cuánto tiempo hace que sus creadores armaron todo el tinglado.
-Buen punto- apreció el Escritor –Muy astuto ¿Y?
-El fechado radiactivo por carbono-14 tiene sus límites… así que ha habido que
recurrir a métodos con más alcance, como el fechado por burbujas de helio, por plomo y
por uranio- siguió diciendo ella, claramente de memoria –Las cifras se comprobaron varias
veces… pero todas dan entre 6000 y 8000 millones de años.
-Mierda, y en camiones- murmuró él, anonadado –así que estos bichos ¿ya estaban
aquí hace rato… cuando la Tierra todavía se estaba formando? Y tan tranquilos. Esto no es
un ecosistema, es una especie de parque zoológico al aire libre congelado en el tiempo. Lo
que significa que, también el Andén…
-Eso no nos consta… pudiera haber sido construido mucho después… -objetó ella,
pasándose la mano por la coraza pectoral de la escafandra, como si quisiera alisarla del
mismo modo que solía hacer con su ropa –Ya sabe que no hemos podido arrancar ni un
solo átomo del material del Área 13… y que, dejando aparte a los grawlixes y el quipo, que
no podemos descifrar, tampoco encontramos ninguna clase de inscripciones o dibujos. Si
Kilroy estuvo aquí… se llevó consigo su diario- bromeó.
Ambos permanecieron callados unos segundos. Luego, ella, en silencio, tocó la
manga del traje presurizado del Escritor con su guante, y le señaló hacia arriba.
56

Él miró.
Algo que debía tener el tamaño de una ballena azul, o ser aún más grande, a juzgar
por la distancia a la que era posible divisarlo, los sobrevolaba, con lenta majestad. Cada una
de sus seis alas, que batían con suave ritmo, cada par independiente de los otros dos, tendría
la envergadura de la de un Boeing-747, por lo menos.
-Bellos... pero no son muy inteligentes, eso sí- le advirtió ella- su cerebro es más
pequeño que el de nuestros pollos.
Él siguió callado, durante un largo minuto, hasta que la ballena voladora se perdió en
la distancia. El corazón le latía exultante, y casi se puso a gritar de júbilo.
Se sentía como… como…
Como mismo debía sentirse un papa después de haber recibido la visita de Cristo,
para decirle que sí, que todo aquello en lo que creía era verdad.
La vida extraterrestre existía. Y era bella… algunas veces, por lo menos.
Siguieron caminando. Ella lo dejó disfrutar del momento, en respetuoso silencio.
-Pero, los sedimentos… -pensó el Escritor en alta voz, a los pocos pasos. –Incluso en
un planeta tan estable, en todos esos millones de años, la erosión… ¿cuántos metros está
hundido el Andén bajo el nivel del suelo del planeta? Se podría calcular…
-Ya otros pensaron en eso- lo disuadió ella, casi disfrutando –aunque algunas
moléculas de gas puedan atravesarlo, excepcionalmente, el campo iris rechaza toda materia
externa, incluido el polvo. Y eso altera y falsea cualquier cálculo temporal posible. Aunque
algunos dicen que las escaleras… o eso que nosotros llamamos escaleras, podrían en
realidad ser un mecanismo para permitir que, por mucho que se eleve el nivel del suelo
exterior, el Andén siga estando por encima.
-Entiendo la idea -caviló el Escritor -Tal vez antes… había más niveles, de esas
terrazas curvas y paralelas, lo que luego se han ido encogiendo. Si sólo pudiéramos abrirlas,
ver si son una estructura plegable…
-Please, Lady… Mister… be careful, both of you. Caltrop in approximation. Is a
great one. We stay alert. ¿Do you want a chopper assistance?- resonando en el micrófono
de sus cascos, la voz de uno de los soldados italianos lo interrumpió. Su inglés era perfecto,
sin rastro de acento.
57

El Escritor se tensó, tratando de contener la envidia. Su dominio de la lengua de


Shakespeare no era tan bueno, pero lo había entendido casi todo: les avisaban que algo
venía y que tuvieran cuidado, porque era uno grande… así que estarían en guardia. Y
preguntaba a la Agente si querría un chopper; un helicóptero…
¿Cómo de grande sería, eso que se acercaba, si alguien consideraba necesario llamar a
un helicóptero como refuerzo?
Y ¿caltrop? El Escritor Cubano no conocía el significado de aquel término específico.
Se volvió hacia la Agente, interrogativo… y palideció, al verla extraer de un
compartimiento en la cintura de su traje presurizado lo que indudablemente era un arma de
fuego.
Una pistola, concretamente… y de las grandes.
Mucho más que un revólver Colt Anaconda o que una Desert Eagle.
A lo que más recordaba era a una Máuser C96, decidió el Escritor, tras una segunda
ojeada. Pistola semiautomática de largo cañón, cargador delante del gatillo y empuñadora
“de palo de escoba”. La favorita de los comisarios bolcheviques de la Revolución de
Octubre y que también inspirara el diseño del bláster de Han Solo en la saga Star Wars,
Pero una Máuser C96 con esteroides; parecía capaz de disparar proyectiles calibre 20
mm, por lo menos. Así de grueso era su cañón.
La mujer no lo apuntó con aquella pieza de artillería de mano, así que la reacción del
Cubano no fue arrojarse al suelo implorando clemencia, sino palpar su propia cintura,
buscando un arma similar.
Que, por supuesto, no tenía, como comprobó al instante, con sincera decepción.
Y también algo de alivio: hacía mucho que no disparaba ni con escopetas de aire
comprimido, y aquella especie de arma para matar elefantes que sostenía la Agente debía
tener un retroceso de patada de mulo, que no le apetecía degustar, precisamente.
Aunque, si ella podía resistirlo… podría ser una experiencia interesante, claro.
-No, usted no tiene una como esta; no permitimos a los visitantes deambular armados
por el Andén ni por el exterior. Pero no se preocupe. No hay nada que temer – lo trató de
tranquilizar la Agente, aunque su voz tensa gritaba lo contrario. -Para protegernos es que
llevamos escolta. Ellos lo detendrán antes de que se acerque… pero, just in case, póngase
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detrás de mí. Soy responsable directa de su seguridad. Y mejor que caiga yo que usted, en
todo caso.
-Qué alivio me da enterarme de sus prioridades, de veras- ironizó él – Por cierto ¿qué
coño es “caltrop”? primera vez que oigo esa palabra…
-Es… abrojo. No sé cómo explicárselo mejor… un obstáculo contra infantería o
caballería, con pinchos y seis puntas. En Chile, el país de mi madre, también les dicen
clavos Miguelito- definió ella, aunque dudando –pero ya lo verá…
-Ah- se tranquilizó él… un poco–Se refiere a un makibishi, como los de los ninjas…
-Usted no deja de sorprenderme – comentó la Agente, pero sin girar la cabeza- No
conoce el término en inglés, y en español no le resulta familiar, pero en japonés…
-Bueno, soy cinturón negro en judo y kárate, practiqué aikido y kendo, me interesa
mucho el Japón y sobre todo la historia de los samuráis… y también soy bastante otaku-
comenzó a explicarse el Escritor, muy orondo, antes de interrumpirse a sí mismo con un
abrupto: -¡Pinga! Y eso ¿qué carajo es?
Hacia ellos venía, medio rodando y medio saltando a medida que bajaba desde lo alto
de la colina, el tatarabuelo de aquel yaqui púrpura de tres metros de envergadura que viera
horas antes, desde el borde del campo iris.
Pero este debía medir por los menos quince metros, de punta a punta.
-Los llamamos pateadores compuestos- explicó la mujer, y la tensión hacía vibrar su
voz –son formas de vida coloniales, ya le hablé de ellos ¿se acuerda? No nos comerán …
pero un elefante tampoco nos trataría de devorar, y nadie se acercará por su gusto a uno
salvaje en plena carga ¿no?
Antes de que el hombre pudiera responderle, el primero de los dos soldados italianos
abrió fuego, desde otro lado de la colina.
El disparo calibre 50 del potente Barrett sonó como la tos lejana de un ogro... y un
trozo del inmenso yaqui viviente púrpura saltó en pedazos. Pero no se detuvo.
Uno, dos, tres… el escritor, preocupado, contó ocho tiros: sabía que el cargador del
arma tenía capacidad para diez ¡qué vitalidad la de aquel bicho! Ni siquiera parecía sangrar
ante las tremendas heridas que le estaban causando los gruesos proyectiles.
Y seguía acercándose, sin mostrar la menor intención de desviarse siquiera.
59

La Agente se arrodilló, sosteniendo su Máuser C96 con esteroides con un estilo muy
profesional. Y una calma envidiable, como si no le preocupara mucho morir.
El Escritor deseó ser capaz de imitarla.
Nueve… diez. La avalancha púrpura ya estaba a menos de cincuenta metros de ellos
cuando algo negro y pequeño la alcanzó, llegando en un arco amplio desde atrás… y estalló
con imponente llamarada.
El pateador compuesto vaciló… y se dividió en dos mitades, cada una de tres patas.
¿Una forma de vida colonial… y modular? se intrigó el Escritor de Ciencia Ficción,
reocupado… y fascinado.
Uno de los trípodes torció el rumbo y se detuvo, trabado entre unos peñascos… pero
el otro, aunque ya moviéndose a menor velocidad, continuó descendiendo hacia ellos.
Por si acaso, el Cubano se agachó, recogió una gruesa piedra y la sostuvo sobre el
hombro, como un atleta de impulsión de la bala.
A veces no hay nada más tranquilizador que un buen cambolo…
Al instante siguiente, la Agente arrodillada abrió fuego con su cañón de mano, con
una cadencia de tiro asombrosamente rápida.
Al Escritor, cuya capacidad de atención parecía haberse decuplicado ante el peligro,
le pareció que cada disparo enviaba una especie de flecha de fuego contra su objetivo…
que partía relativamente lenta del cañón para acelerar después.
Si serían… ¿balas impulsadas por cohetes? ¿Cómo las armas Gyrojet de los 60?
Aquellas no fueron un éxito, pese a su estabilización giroscópica, sobre todo porque cada
proyectil necesitaba al menos diez metros acelerando antes alcanzar suficiente velocidad
como para volverse peligroso al impactar contra un blanco. Pero con las nuevas
tecnologías, tal vez…
Tras casi una veintena de disparos, que tampoco lograron parar en seco al trípode,
pese a seguir arrancándole pedazos, la Agente dejó caer el magazine vacío de su Máuser
Gyrojet y, sin abandonar su posición arrodillada, procedió a recargar, tan tranquila como si
estuviese en un campo de tiro.
La mitad del pateador púrpura, que ahora parecía mucho más grande y amenazadora
que antes todo el animal, ya estaba a poco más de veinte metros del visitante y su armada
anfitriona.
60

Demasiado cerca para el gusto del Escritor, que de súbito decidió que tal vez un
simple pedrusco no fuera el arma idónea para hacerle frente a aquella avalancha viva.
Pensó en el reflejo huida-agresión; definitivamente, correr parecía peor idea que
hacerle frente al monstruo.
Sólo necesita algo más… contundente que un cambolo.
Buscó con los ojos, desesperado… y, al distinguir cerca una de aquellos arbustos
peludos ¿árboles torpedo, no? Igual podían haberlos llamado cipreses azules, decidió que
un garrote podría ser bastante más efectivo.
Se acercó de un salto, agarró con ambas manos una de las gruesas ramas, y…
…y la tremenda descarga eléctrica que lo envolvió lo alzó en vilo, arrojándolo a
varios pasos de distancia.
Más asombrado que adolorido, todavía en el aire, trató de acomodar el cuerpo para
rodar para romper caída al estilo de las artes marciales. Pero fue a dar contra unas rocas,
sintió un dolor terrible en el brazo, luego en el tobillo… y perdió el conocimiento.
Su último recuerdo, entre las brumas de la inconsciencia, fue un ruido intenso y
repetitivo, que le pareció familiar, pero que no consiguió identificar, antes de hundirse
completamente en las brumas.
*****
Tranquilos, que no me morí; es obvio.
Rompí caída, después de todo. Para algo sirve el judo
Aunque incluso así el trastazo fue mayúsculo. Unas rocas durísimas e irregulares
son un poquito distintas de un tatami plano y mullido.
El pateador no me aplastó; si no, no estaría contando esto. O escribiéndolo, para ser
más precisos.
Por supuesto, me habría gustado más poder relatar cómo salvé la situación
poniéndome heroicamente de pie, pese a mi herida, tomando la pistola lanzacohetes de la
Agente y volando en trocitos al monstruo de un certero disparo final. O que uno de los
uniformados italianos me tiró su arma para que hiciera lo mismo. Hasta que lo reventé a
garrotazos. O a patadas de kárate, o con un cuchillo.
61

Pero…es que no fue así como sucedió todo. De modo que ¿y si, al menos por el
momento, tendemos un velo piadoso sobre mi fracasado intento de ayudar a una
profesional de la protección y hablamos de otra cosa?
De otra cosa bien distinta.
De física, en concreto.
A ver ¿les resulta familiar el término sonoluminescencia?
Probablemente no.
Y no me digan, como una amiga de lengua rápida, que eso es lo que pasa cuando
ella oye una mala palabra bien resonante y se ruboriza como un semáforo en rojo.
Tampoco se preocupen tanto, si no les suena familiar.
La sonoluminescencia es un curioso fenómeno de dinámica de fluidos, que tiene
lugar cuando, al irradiar con ultrasonidos de muy alta frecuencia un líquido que ya tiene
burbujas… estas primero crecen y luego implosionan bruscamente, emitiendo luz al final
del proceso. Fácil ¿verdad?
Lo curioso son las altas temperaturas que se alcanzan en estos estallidos, del orden
de los miles de grados. Por eso es que iluminan, claro.
El fenómeno se conoce desde los años 30, y aunque hasta hoy no se entienden sus
causas del todo, ni siquiera con la siempre oportuna ayuda de la física cuántica, parece
que está fuertemente relacionado con la cavitación.
Y, por favor, díganme que eso sí saben lo que es…
A finales del siglo pasado, algunos físicos audaces teorizaron que la
sonoluminescencia podría ser un camino hacia la fusión fría: la verdadera, no aquel gran
chasco científico de Fleischman y Pons en el 89… que nadie pudo replicar después.
Y espero que conozcan la historia, también.
¿Alguien se acuerda de la película Reacción en cadena, del 96, con Keanu Reeves y
Morgan Freeman?
Probablemente, tampoco. Bueno, ahí especulan, muy ligeramente, con una idea
similar. Burbujas para la fusión fría. Que, por cierto, no es ninguna reacción en cadena;
esa es la fisión…
62

En fin; algunos científicos dijeron, a principios de este siglo, que habían obtenido
fusión por sonoluminescencia. La llamaron sonofusión. Pero no es seguro. No está
suficientemente demostrado.
Dato colateral curioso; parece que algunos crustáceos, como las esquilas o
camarones mantis, y otros con una pinza mucho mayor que la otra, los llamados
camarones pistolas, son capaces de abrirlas y cerrarlas tan rápidamente que producen
sonoluminescencia.
Wow. ¿Reactores nucleares vivos? la posibilidad, personalmente, me resulta tan
fascinante como la de los reactores nucleares naturales prehistóricos en los yacimientos de
uranio de Oklo, Gabón… hace 1700 millones de años.
Un fenómeno del que probablemente tampoco hayan oído nunca.
Y del que prefiero dejarlos que averigüen por su cuenta. Que para eso está la
Wikipedia, después de todo.
¿Para qué, entonces, me saco de la manga esta bandada de mirlos blancos?
Sonoluminescencia, cavitación, fusión fría, reactor nuclear natural de Oklo… ¡vaya
colección de hechos raros e irrelevantes! podría decir cualquiera. Además ¿qué tienen que
ver todos ellos con el Andén y el Programa Visitas que me llevó hasta él en el 2016?
Nada… y mucho.
Podría ampliar la lista de fenómenos raros de la física para incluir al condensado de
Bose-Einstein, ese extraño estado de agregación de la materia que se logra cerca del 0
absoluto, y en el que muchos átomos se amalgaman. O al punto cuántico, otra curiosidad
similar mucho más reciente, que se logra cuando muchos átomos de indio comparten unos
pocos electrones… y no tan cerca del cero absoluto.
Pero ¿para qué?
La idea ya está clara, creo: que la ciencia no lo sabe todo. Que ni siquiera la física,
que tan estructurada parece, es un edificio sólido e inamovible. Que ese imponente
rascacielos todavía tiene apartamentos a los que nadie sabe cómo se entra… y otros que
parecen flotar en el aire, sin explicación posible.
Creo que son precisamente esos fenómenos extraños, que desafían la comprensión de
los científicos, los que generarán las nuevas revoluciones en el pensamiento. Están ahí, es
innegable. No se sabe por qué ocurren, a menudo tampoco para qué sirven… pero son
63

ciencia real. No como la combustión espontánea, los fantasmas y los OVNIs con
hombrecitos grises dentro, en los que se puede creer... o no, porque las pruebas
concluyentes faltan, o al máximo, son más bien vagas y elusivas.
Imagínate, ahora, que fueras un científico y te llevaran al Andén.
Puede que al principio intentaras negarlo todo.
Como cuando aquel alumno bromista se le apareció de noche a George Cuvier,
disfrazado de diablo, y el adormilado creador de la anatomía comparada sólo le echó una
miradita, murmuró “pezuñas, cuernos, herbívoro; garras, colmillos, carnívoro. No, ese
animal no puede existir” y volvió a dormirse tan tranquilo.
Que te empeñaras en creer que no es más que el escenario de un filme, una broma,
un juego. Pero estoy seguro de que algo dentro de ti acabaría diciéndote que no eres tan
importante como para que gasten tamaña cantidad de recursos sólo para confundirte.
Si el buen barón de Cuvier hubiese visto fósiles como los de los Moropus o
Chalicotherios, con todo el aspecto de caballos gigantes… pero con garras en vez de
pezuñas ¿habría creído también que eran un montaje?
Nunca lo sabremos: murió en 1832, y los primeros fósiles de estos extravagantes
perisodáctilos sólo se desenterraron en 1877.
Pero, en todo caso… apuesto a que, aunque tras alguna que otra perretica de
escepticismo, tú acabarías creyendo en el Andén... o, mejor dicho, aceptándolo. Porque los
científicos de verdad no creen, no tienen fe ciega en nada, ni siquiera en sus propias
teorías. Las aceptan, al máximo, cuando hay suficientes pruebas.
Y si el Andén es real ¿entonces… qué?
Las conclusiones serían obvias. Muy obvias. Ineludibles.
Que hay vida en otros planetas… al menos, en otro. Que alguien tan avanzado, con
respecto a nosotros, como nosotros lo somos en comparación con los anfibios ¿más, tal
vez? construyó algo que parece burlarse de la mitad de lo que creíamos saber sobre física
actual… y además, lo colocó en un mundo que también es una gran trompetilla a la mayoir
parte de la biología que conocemos.
Que, por tanto, no estamos solos en el universo. O en el Multiverso; ya sabes.
A partir de ahí, todo serían especulaciones.
64

¿Es el objetivo y la razón de existencia de todo el Andén una burla despectiva?


Como decir “mira, sí… llegaste hasta aquí, bravo; pero ¿podrás seguir adelante o
entender qué es exactamente aquí?
¿O tal vez sea, por el contrario, como la pelota que se les pone a los bebés justo
fuera de su alcance, para incitarlos a gatear: “es incomprensible, es hermoso… atrévete a
alcanzarlo… y verás qué mundo maravilloso se extiende más allá”?
¿O ambas?
¿O ninguna de ellas?
Y eso que todavía no te hablo de los hobos... pero, paciencia; Roma no se hizo en un
día.
Qué es el Andén, quién lo creó, para qué sirve… tal vez nunca lo sepamos. Quizás,
simplemente, hemos llegado allí demasiado tarde. Y sus ignotos constructores no están en
otro nivel de la realidad, burlándose de nuestros torpes intentos de seguir sus huellas o
temblando de optimistas expectativas por esos mismos tanteos…
Sino que, simplemente, ya no están.
Porque lo construyeron para nuestros antecesores, los extintos dinosaurios, o una
también desaparecida y todavía más inimaginable civilización de hormigas… o medusas;
no te limites imaginando.
Aterrador ¿no?
Pero, pensándolo bien ¿acaso importa tanto si se hizo penando en nosotros o no? ¿si
los dueños del parque ya no están?
Su atracción sigue ahí, llamándonos. Tal vez funcionando aún. Desafiándonos a
comprenderla. A controlarla, si tal cosa es posible.
El planeta Andén también sigue ahí, retándonos del mismo modo. Con su biosfera
resumida y congelada en la eternidad de la no evolución, a prueba de mutaciones. Con sus
grupos zoológicos y botánicos tan escasos, confusos y mezclados… extraterrestres. Con su
estabilidad irreal, sin deriva continental ni volcanes ni terremotos.
Un enigma en sí mismo… aunque, aislada como está su estrella primaria, y sin que
tengan la menor posibilidad de albergar vida, los otros dos mundos del sistema, carezca de
mayor utilidad real para nosotros. Al menos de momento.
¿Por qué tamaña ironía? Un callejón sin salida…
65

Ah, si el Andén tuviera naves con motores hiperlumínicos, como en Pórtico de


Frederik Pohlk… o controlara un agujero de gusano, o varios. O contuviese una anomalía
espacial, auténtica llave maestra hacia otros puntos del universo, como en la novela La
puerta del mar cuántico, de mi compatriota Roberto Estrada Bourgeois…
Otro gallo cantaría, entones, y qué maravilloso ¿no?
Ah, si los deseos fueran alas, volaríamos sin necesidad de aviones.
Pero el Universo no es una mesa buffet esperando a que nos sirvamos de ella.
Y el Multiverso, menos, por lo que se ve.
El Andén está donde está hace lo que hace… y es lo que hay.
Ya podemos dar la perreta y acusar a sus desconocidos constructores de fascistas y
represores por impedirnos usar la teleportación como y hacia dónde quisiéramos. Ya
agradecerles, por al menos mostrarnos que podría funcionar.
No creo que respondan, en ninguno de los casos.
Como enésima anécdota curiosa, la Agente me contó que, desesperado, en 1953, uno
de los primeros científicos no militares que visitó el Área 13… y al que sólo me referiré
como el Físico Desmelenado de la Relatividad, supuso que tal vez el Andén no era nada
artificial… sino algo así como el sitio donde estaba Dios cuando lo creó todo.
Por lo visto, su idea era que Dios disfruta jugando a los escondidos.
No sé si la anécdota es real, por supuesto... pero, incluso si no… merecería serlo.
Todo el mundo sabe lo que opinó el Desmelenado de la Relatividad sobre la física
cuántica: “Dios no juega a los dados” declaró, casi molesto.
Pero pocos recuerdan la ingeniosa amonestación que le lanzó otro ilustre colega…
el Físico Danés del Modelo de Orbitales del Átomo: “deja de decirle a Dios lo que puede o
no hacer, por favor.”.
Lo que me trae a la mente otro cuento, muy breve y muy ingenioso, aunque a la vez
bastante aterrador: un científico, tras largos razonamientos y cálculos, al fin demuestra
sin lugar a dudas la existencia del Ser Supremo… y entonces escucha una voz que viene de
todas partes y de ninguna, que le dice “bien, me encontraste; ahora te toca esconderte a ti.
Voy a contar hasta un billón; uno, dos, tres…”
Huy.
66

Cierta vez le preguntaron a un famoso alpinista porque escalaba las montañas. Él


sólo respondió, casi asombrado de que no supieran algo tan obvio: “Porque están ahí”.
Me gusta, esa definición de la naturaleza humana. No podemos cerrar los ojos y
decir “las viñas están verdes” como la zorra de la fábula de Esopo. No podemos dejar los
retos para mañana. No somos dueños de la eternidad. Lo queremos todo, y ahora mismo.
Si se hubieran sentado a esperar a que se inventaran los radiotelescopios y se pusiera en
órbita al Hubble y a la Estación Espacial Internacional, los antiguos astrónomos ni
siquiera habrían puesto nombre a las estrellas.
Es ahora o nunca, siempre. Aunque tarde. Aunque cueste.
Somos humanos. Nos toca preguntar, investigar, aprender. Ahora y aquí, ya. Aun si
nunca podremos llegar a saberlo todo… no significa que no lo intentemos.
Es que no podemos, simplemente, no intentarlo.
Tal vez nunca encontremos al Arquitecto del Universo. Tal vez no fue él quien
construyó el Andén. Tal vez, si existe, y lo hallamos… tal conocimiento nos destruya,
incluso.
Pero no por eso nos vamos a cruzar de brazos, aceptar lo inexplicable, y dejar de
buscar.
No seríamos humanos, la progenie mejorada de aquellos simios curiosos que
bajaron del árbol hace millones de años, si así lo hiciéramos.
*****
I am the very model of a modern Major-General,
I've information vegetable, animal, and mineral,
I know the kings of England, and I quote the fights historical
From Marathon to Waterloo, in order categorical…
Tendido bocarriba en la camilla, tan blanca como todo lo demás de la habitación, el
Escritor meneaba acompasadamente la cabeza al ritmo de la pegajosa canción… si bien
tratando de mover lo menos posible el resto del cuerpo. Por si acaso.
Aunque le habían dicho que no era en lo absoluto peligroso, aquella especie de disco
de hockey que flotaba sobre su hombro, haciéndolo sentir como si lo frotaran con un trozo
de hielo, pero a la vez distorsionando el aire a su alrededor como si estuviera muy caliente,
le daba un poco de miedo.
67

Bueno, tal vez decir miedo fuese un poco exagerado. Pero aprensión sí que encajaba.
Era lo mínimo.
Era demasiado extraño, aquel tareco.
Después de todo, había visto con sus propios ojos, gracias al fluoroscopio, cómo el
extraño artefacto prácticamente recomponía y regeneraba los destrozados huesos de su
tobillo… sin tocarle la pierna; sólo flotándole por encima.
Y sin rastro de dolor, tampoco. Sólo aquel frío.
Extraño, sin dudas… pero también maravilloso. Casi mágico.
Casi con seguridad, el fantástico aparatico era otro de aquellos… relictos. Entonces
¿por qué no había ya en el mercado millones de discos desfracturadores milagrosos?
¿Cómo lo había llamado? Panaceador o algo así…
Buen nombre; los hipocondríacos de todo el mundo los comprarían como pan
caliente.
La Agente le había dicho que casi todo lo interesante del Andén ya se conocía desde
el 44 ¿Constituiría acaso, este artilugio médico, la excepción que confirmaba la regla?
O quizás sólo se trataba de que no tenían más que uno: este…
Sin aviso previo, el disco se apartó de su hombro y regresó a las manazas del médico,
que lo guardó muy tranquilo en uno de los hondos bolsillos de su bata.
-Creo que el panaceador acabó de hacer lo suyo- dijo el galeno, en perfecto español y
hasta con fuerte acento andaluz. Sus grandes ojos verde esmeralda eran uno de los pocos
toques de color en la nívea enfermería –Hala, vamos a chequear cómo quedó esa chapuza.
A ver, coleguilla: mueva los dedos y dígame si le duele. Luego el antebrazo, y al fin, el
miembro completo.
El Médico era justo aquel imponente hermano del Doctor Sansón de la Marvel en el
que el Escritor ya se había fijado durante su visita al área de esparcimiento del Andén.
Visto de cerca, su físico imponía incluso más. No sólo era alto, sino
excepcionalmente bien proporcionado. Tenía la desbordante corpulencia de un culturista
fanático… y que nunca hubiera escuchado sobre los peligros del abuso de esteroides
anabólicos. Ni Lou Ferrigno en sus mejores momentos.
Debía hacer prom pres con por lo menos 500 kilos, pensó el Cubano, con inevitable
envidia. Pocos pacientes serían capaces de negarle algo, a semejante doctor.
68

Podría hasta medirse de tú a tú con el mismísimo André The Giant, aquel inmenso
luchador de wrestler que interpretara a Fezzik, el gigante turco del delicioso filme La
princesa prometida.
Afectado de acromegalia desde su infancia, André Rousimoff, de origen francés,
medía dos metros con veinticuatro centímetros. Pero, aunque le llevara un par de palmos al
doctor Sansón… el facultativo seguramente pesaba unos cuantos kilos más que él. Y todos
de músculo.
Además, todo aquel vello corporal… casi hacía que a uno le viniera a la mente la idea
del hombre lobo. Con apenas un par de colmillos protésicos, y si no fuera por el cráneo
pelado, habría podido interpretar a un licántropo como para darle envidia al mismísimo Lon
Chaney Jr.
¿Sería el mismo Médico Neozelandés del que le había hablado la Agente? se le
ocurrió, de pronto. La otra excepción viva a las reglas del Andén.
Quizás pudiera averiguarlo sin preguntárselo directamente… si lo oyera expresarse en
inglés; los kiwis tenían una forma de hablar muy característica, después de todo.
Porque, por mucho acento sevillano o malagueño que fingiera, algo le decía que aquel
hombretón velludo no podía ser español.
-Vamos, tronco, que no tengo todo el día- lo apremió el enorme facultativo.
Obediente, el Escritor movió con prudencia los dedos del brazo derecho al contagioso
compás de la música. Ni rastro de dolor.
Con creciente confianza, fue ampliando el rango del movimiento.
I'm very good at integral and differential calculus;
I know the scientific names of beings animalculous:
In short, in matters vegetable, animal, and mineral,
I am the very model of a modern Major-General.
-Suficiente- dictaminó el Médico, obviamente encantado de constatar que su paciente
había recobrado la plena movilidad del miembro –Considérese curado, tronco. Nunca
volverá a dolerle, ni tampoco el tobillo. De hecho, incluso es probable que, si lo golpea ahí
una bala, hasta le rebote, aunque todavía estamos estudiando ese efecto colateral del
panaceador- y extendió la mano para apagar la reproductora.
69

-No… ¡déjelo!- suplicó el Cubano –Me encanta Los piratas de Peazance, y hace años
que no oía ese tema.
-No paras de sorprenderme, Cubano- dijo, con una sonrisa, la Agente, que en ese
preciso momento hacía su entrada en la enfermería, con característico taconeo.
El Escritor notó enseguida que, de pronto, la mujer calva lo tuteaba… y le encantó.
Por lo visto, su fallida heroicidad rente al pateador compuesto lo había hecho merecedor de
tal confianza; algo bueno había traído el desastre.
Ella colocó sobre un estante dos bolsas de papel que traía en la mano y se ajustó la
corbata. Llevaba la chaqueta terciada elegantemente sobre un hombro, exhibiendo su
inmaculada camisa, con las correas de la funda sobaquera y el portacargadores cruzándole
los hombros.
Aunque el Escritor sólo tuvo ojos para su pecho: habría jurado que la mujer no
llevaba sostén… y sin embargo, si bien el voluminoso seno casi parecía hacer estallar la
tela blanca de la prenda… no se le marcaban los pezones. Muy curioso.
¿Llevaba pezoneras, se los cubría con cinta aislante o algo así? Kinky girl… contuvo
un escalofrío de excitación ante la idea.
-¿Conque también te gustan Gilbert y Sullivan? No es salsa, ni rock… eh... hola, doc
¿qué tal?- siguió diciendo ella, muy jovial.
Al Escritor le sonó como el Bugs Bunny saludando a su amigo Elmer y no pudo
evitar reírse: considerando que la Agente y el Médico eran tan calvos como la gruñona
contrafigura del conejo más pillo de los Looney Tunes, el saludo tenía incluso el doble de
gracia.
-No me encasilles, por favor, chilenita- le pidió a la recién llegada, mientras se
levantaba de la camilla, se ponía el t-shirt y luego la chaqueta de cuero negro con flecos,
tratando de no mirarla demasiado descaradamente a las tetas –Y yo no asumiré que lo único
que sabes es bailar la cueca. Es una gran canción…
Then I can write a washing bill in Babylonic cuneiform,
And tell you ev'ry detail of Caractacus's uniform:
In short, in matters vegetable, animal, and mineral,
I am the very model of a modern Major-General.
70

-Eh, que la chilena era mi madre. De Valparaíso; yo nací en Wyoming. Oye, pero
¿entiendes todo lo que dice?- insistió la mujer calva, mientras también se ponía la chaqueta,
con un par de rápidos movimientos, guiándole de paso un ojo al Cubano, como para decirle
“sé en lo que estabas… vacilándome a la cara; pero no me importa”.
La funda de la pistola quedó nuevamente oculta bajo la prenda, aunque no tan deprisa
como para que el Escritor no fuese capaz de notar que ya no se trataba de la voluminosa
Máuser Gyrojet que llevaba fuera. Por lo que alcanzó a ver de la culata, esta debía ser una
Beretta 98, la pistola de reglamento del US Army. Mucho menos potente y más adecuada
para interiores.
¿Sería el arma lanzacohetes también un relicto? Casi seguro que no, decidió, tras
considerar la idea: pese a su gran tamaño, le había parecido demasiado cómoda, como
hecha expresamente para manos humanas. Aunque tal vez sí hubiera algo de Ingeniería
Inversa, fruto del Andén, en sus mecanismos internos.
Tal vez, en algunos años, comenzarían a verse pistolas así, en la Tierra
–Es un inglés tan rápido, y con palabras tan largas… aunque, claro, como muchas
tienen que ver con la ciencia.- seguía diciendo la Agente.
-No seas tan esquemática. Yo no bailo la haka ni me gusta el rugby- acudió el galeno
al rescate del visitante. –Nadie tiene que encajar exactamente en el estereotipo de su país.
For my military knowledge, though I'm plucky and adventury,
Has only been brought down to the beginning of the century;
But still, in matters vegetable, animal, and mineral,
I am the very model of a modern Major-General.
-No necesito entenderla palabra por palabra, tampoco, para que encante; cuando era
niño, en Cuba pasaron una versión cinematográfica de esa obra… Romance de un pirata, se
intitulaba, en español… no recuerdo el nombre de la actriz, pero el protagonista era
Christopher Atkins, aquel rubio de pelo rizado que estaba con Brook Shields en La laguna
azul… que en Cuba fue La isla azul. Y yo la fui a ver como tres veces al cine. Esa canción
fue la que más me gustó, siempre. Ese mayor general de cultura enciclopédica, aunque
fuera un chiste, se parecía un poco al modelo de lo que yo he querido ser siempre…
71

-¡Un hombre del Renacimiento, que supiera un poco de todo! Qué memoria,
cubanito- se burló la Agente- está claro que no tienes que preocuparte del Alzheimer, de
momento.
-Yo recuerdo ese filme también- admitió el Médico -The Pirate Movie, de 1982. La vi
en Auckland cuando la estrenaron. No estaba mal. La actriz era Kristy McNichol, por
cierto. Bueno, al menos también sabemos que nuestro visitante paciente o paciente visitante
no sufrió trauma cerebral. Cuando llegó con esas fracturas en el tobillo y el brazo, temí lo
peor…
-Nos preocupaste mucho, Escritor de Ciencia Ficción- confirmó la mujer calva,
sarcástica, acercándose para darle una confianzuda palmada en el hombro… pero tan
poderosa, que el Cubano estuvo seguro que, si aún le hubiese quedado siquiera el mínimo
rastro de la lesión, lo habría hecho caer al suelo ahí mismo, gritando de dolor –Menos mal
que sabías romper caída, porque, si no…
-Bueno, hice lo que pude… pero las rocas no son un colchón, precisamente. Pero la
culpa también es tuya- intentó justificarse él, aunque sin tampoco ofenderse mucho por el
sarcasmo- Debiste aclararme que esos árboles torpedo eran una especie de baterías
eléctricas. Y súper potentes, además. Vaya papelazo, el que hice, tratando de arrancarle una
rama…
-¿Pensó que los habían llamado así por la forma?- cayó en la cuenta el doctor –Pues
no… se referían a la raya torpedo, que tiene capacidad eléctrica…
La Agente soltó una divertida carcajada.
-Ya, ya me di cuenta. Estudié biología ¿se acuerdan?- rezongó el Escritor, algo
humillado. Para cambiar de conversación, le preguntó al galeno: –Por cierto ¿dónde
aprendió el español así de bien? ¿en Granada, en Córdoba… en alguna otra parte de
Andalucía? Tiene el acento, pero… que lo domine ella, se entiende, por su madre… sólo
que no creo que haya muchos hispanoparlantes en Nueva Zelanda…
El Médico y la Agente se tensaron, apenas mencionó el nombre del país. La mujer
incluso deslizó su mano hacia la funda de la pistola. Fue como si un viento helado soplase
de pronto a través de la enfermería.
72

-¿Cómo sabe de qué país soy oriundo?- preguntó el galeno, suavemente, aunque la
amenaza tras sus palabras iba implícita en su misma e imponente envergadura física- Yo
nunca mencioné…
El Escritor tragó en seco; su maldita gran boca, siempre metiéndolo en problemas.
Alguna vez tendría que aprender a callarse.
-Eh, tranquilos, que no soy ningún espía ni agente infiltrado. Dijo que no bailaba
haka, la danza de guerra maorí, ni le gustaba el rugby- argumentó, retrocediendo un paso
sin siquiera darse cuenta –supongo que entonces tampoco seguirá a los All Blacks, el
equipo de ese deporte de su país. Luego, contó que vio el estreno de The Pirate Movie en
Auckland… que sé que está en Nueva Zelanda. Pero, sobre todo… al verlo calvo y con los
ojos tan verdes como la agente, asumí que debía ser ese mismo Médico Neozelandés del
que ella me habló, como la otra excepción a los tiempos de permanencia en el Andén…
El hombretón y la mujer se relajaron, visiblemente aliviados por la convincente
explicación del visitante.
-Puras inferencias. Si ha resultado todo un Sherlock Holmes, además de un héroe
judoka, el habanerito- se burló la Agente, y luego le confirmó: -Sí, el doctor nació en
Nueva Zelanda… pero ya lleva bastante tiempo con nosotros, aquí en el Andén.
-Más que un Sherlock Holmes, yo diría un Nero Wolfe… aunque no esté gordo-
corrigió el Médico Neozelandés, igual de divertido –Pero ¡vaya perezoso nos ha salido, el
tío! durmió once horas de un tirón. Pensé que nunca iba a levantarse de la cama… y que
tendríamos que desfracturarlo cuando ya estuviese en el círculo de partida. Porque no
podíamos devolverlo a la Gran Manzana en muletas ¿no?
-Fue un gran golpe, ese tuyo contra las rocas- dictaminó ella, y, dándose una palmada
en la calva, de inmediato le extendió al Cubano una de las bolsas de papel con las que había
llegado –Casi se me olvidaba… toma, disfrútalo; dentro hay una Half Pound de McDonald
´s y un par de Jarritos de mango. El panaceador deja un hambre de lobo…
-Gracias… muy amable- El Escritor la emprendió a voraces mordiscos con la enorme
hamburguesa, alternando con largos tragos del dulce refresco mexicano. Miró al Médico
Neozelandés, asombrado, y preguntó, entre bocado y bocado: -¿Once… horas? ¿De
verdad… dormí tanto? Qué pérdida… de tiempo. Ya casi está… terminando… mi estancia
aquí… entonces.
73

-Sí, se te acaba el tiempo… pero tampoco te has perdido nada importante- la Agente
se encogió de hombros –Los hobos no han llegado todavía. Tal vez ni vengan hoy, después
de todo. A veces pasa; están dos o tres días sin aparecer, y luego permanecen aquí un par de
horas, como para compensar…- por un instante se quedó mirando de hito en hito al Escritor
y luego, de repente, le espetó: -Por cierto… bromas aparte; fue muy valiente, lo que hiciste,
allá afuera.
-¿Lo que… hice?- rezongó el Cubano, apenado y con la boca llena -¿Qué… partirme
el tobillo… en más partes que un rompecabezas… y el hombro también? Vaya… héroe
¿no?
-Lo que cuenta es la intención, chaval- lo consoló el gigantón de Nueva Zelanda, casi
paternal –No son muchos los que, viendo venir un pateador compuesto hacia ellos, tratan de
defenderse. La mayoría habría optado por correr. Pero la Agente me contó que tú no sólo
agarraste primero un pedrusco, sino que hasta trataste de partir una rama del árbol torpedo
para hacer un garrote, cuando te pareció que la piedra no bastaría…
-Y mira lo bien… que me salió- gruñó el Escritor, avergonzado. Luego preguntó:
-Oigan, y ¿cómo me… trajeron? Me pareció escuchar… algo así como un helicóptero.
-Oíste bien- dijo la mujer calva –Yo te cargué unos metros hasta la bodega del Black
Hawk y en menos de cinco minutos estaba aquí. El doctor te reconoció y dijo que, pese a
las dos fracturas, tu corazón latía sin problemas, así que no corrías ningún peligro
inmediato. Y que tras un trauma eléctrico lo mejor sería dejarte dormir, y desfracturarte
sólo cuando recuperaras la conciencia por ti mismo.
-Aunque te inyecté un analgésico para que no te despertaras gritando- advirtió el
Médico Neozelandés, muy profesional. –Y menos mal que el material de las escafandras es
parcialmente aislante, o estarías frito…
El Escritor miró con un nuevo respeto a la Agente. Incluso siendo tan alta como era,
ella no debía superar los 65 kilos ¿y lo había cargado a él, que pasaba de los 75… unos
cuantos metros?
Impresionante, para una mujer
Tal vez también se comía los hierros con entusiasmo, como su pariente de Auckland.
Tragó el último trozo de la gran hamburguesa con un largo trago del segundo Jarrito
de mango y comenzó a decir: -Lo siento, pero…
74

En ese momento se abrió la puerta y entró a todo correr un soldado japonés. Tras
pararse en seco y saludar con un marcial taconazo, el militar dijo algo en su idioma,
rápidamente y jadeando.
El Escritor sólo logró captar la palabra “oni” ¿demonios?
Pero, por lo visto, tanto el doctor como la mujer habían entendido perfectamente el
mensaje del uniformado nipón. Ella incluso le contestó y agradeció; el Escritor también
logró entender aquel “domo arigató”.
-Pero ¿también japonés? ¿cuántos idiomas hablan ustedes?- preguntó, sin poder
contenerse ya, tan pronto como el mensajero salió de la enfermería, otra vez corriendo, y
dejándolos a los tres solos de nuevo.
El Médico Neozelandés y la Agente se miraron y sonrieron, cómplices.
Fuera se escuchaba el lamento mecánico de una sirena, ruido de botas por los
pasillos, y órdenes apresuradas en media docena de lenguas diferentes.
Zafarrancho total. Era obvio que algo muy importante ocurría.
-¿Idiomas? Ella, veintidós fluidamente- admitió el gigantesco galeno, orgulloso –Yo,
un poquito menos… no he tenido tanto tiempo todavía, para estudiar tantos. Apenas doce.
Pero ahora mismo estoy con el árabe y el hindi, que me están dando un trabajo que no veas,
tío.
-Pero ¿cómo?- se asombró el cubano, mirando, ora al uno, ora a la otra –Los más
grandes políglotas rara vez logran dominar a cabalidad más de diez lenguas…
-Vaya tú, y tus palabritas: “a cabalidad”. Te lo explico luego, ¿quieres?- lo
interrumpió ella, impaciente. –No sé si, como otaku que eres, lograste entender todo lo que
dijo el soldado… pero vino a informar que parece que están llegando los onis… quiero
decir, los hobos- miró su reloj de pulsera –así que, como todavía te queda poco menos de
media hora aquí, parece que vas a poder verlos… aunque sea ya con el pie en el estribo.
Buen colofón para tu visita, no te puedes quejar, habanerito. Vamos- lo apremió, tomándolo
por la muñeca –Y, antes de que preguntes; sí, el doctor se queda… ya los ha visto muchas
veces, y además tiene que redactar el informe sobre tu tratamiento.
Los siguientes minutos fueron como un sueño, para el Escritor. Abandonar la
enfermería a remolque de la Agente. Cruzarse con lo que le pareció el doble ¿o el triple? de
75

la cantidad de soldados que había visto hasta ese momento en el Andén… y todos
corriendo, muy alterados, con sus armas listas.
Salir al largo correo de suelo anaranjado y encontrarse a todavía más militares,
dispuestos en apretados grupos, todos tras unos pocos, los más altos y corpulentos que
sostenían altos y rectangulares escudos antimotines transparentes.
El canadiense que se encontrara por la mañana, junto con el alemán y el francés, en
aquel blocao junto a las escaleras y el campo iris, era uno de aquellos escuderos.
Algunos hasta habían colocado bayonetas a sus rifles. Otros aferraban machetes.
Todos esperaban algo; era obvio.
Algo con lo que podrían verse trenzados en combate cuerpo a cuerpo.
¿Los hobos?
Sí, pero ¿qué seríann exactamente, aquellos hobos? se preguntó el Escritor.
La Agente también tomó un escudo, pero se lo entregó, advirtiéndole: -Un consejo de
experta; no trates de tocarlos. Si atraviesan el policarbonato, es que son inmateriales y no
tienes nada que temer. Aunque, si chocan contra ti… aguanta los empujones como un
hombrecito y, sobre todo, no corras. Si huyes, algunos pensarán que eres una presa y te
perseguirán… y no quieras saber lo que te pueden hacer, si te alcanzan.
No obstante, ella, paradójicamente, se quedó de pie a su lado, muy tranquila y hasta
con las manos en los bolsillos. Como si no tuviera nada que temer.
El Escritor quería preguntar mil cosas a su anfitriona. Por qué no usaba escudo.
Porque el Médico Neozelandés no estaba ahí, con uno, como todos los grandotes de
uniforme. Por qué lo había traído fuera, si era tan peligroso como acababa de insinuar. Y,
sobre todo, qué coño eran, a fin de cuentas, aquellos hobos u onis tan mentados…
Pero en ese momento vio al primero… y volvió a quedarse con la boca abierta.
La criatura avanzaba a casi metro y medio sobre el nivel del suelo... pero no flotando,
sino como si caminara por el aire. O girara, más bien.
Porque a lo que más recordaba era a una estrella de mar de muchos brazos, que se
moviese dando vueltas sobre su eje. Del centro asomaba una especie de largo tallo, muy
flexible, que concluía en un enorme ojo.
76

El Cubano tembló cuando aquella pupila se fijó en las suyas. No hizo falta ni detallar
las alforjas que llevaba el ser cerca de la base de sus brazos, ni el objeto que sostenía en
uno; aquella mirada tenía el inequívoco brillo de la inteligencia.
Una inteligencia no humana, no terrestre. Realmente alienígena.
La epidermis de ser exhibía un delicado verde chartreuse, y estaba salpicada de
tubérculos azules. Pero lo más curioso de todo era que, por delante y por detrás, la estrella
con mente parecía proyectar y dejar una especie de estela compuesta por versiones tenues y
semitransparentes de sí misma… casi como ese efecto visual que suele acompañar a la
hipervelocidad de Flash, el súper héroe de la DC comics.
Una estrella que sudaba fantasmas.
Iba directa hacia la Agente, que ni siquiera se apartó de su camino. De modo que… la
atravesó, como si de un auténtico espectro se tratase. Sin que ninguna de las dos pareciera
molestarse por aquella… superposición.
Anonadado, el Escritor se dio vuelta para ver a la extraña criatura alejarse… hasta
que pareció difuminarse y desaparecer.
-¿Qué… pin…ga… era… e…so?- dijo, marcando cada sílaba.
-Tu primer hobo. Bienvenido al club- la Agente se encogió de hombros, obviamente
encantada por el tremendo impacto que la visión del ente había tenido sobre el visitante –
Estrellas cíclopes, les llamamos. Ya hemos tenido unas cuantas de su tipo, por aquí, los
meses anteriores. Cuando llegan por encima del nivel del suelo, no son materiales… ¡pero,
mira a aquel! ¡no te lo pierdas, cubanito! – le señaló hacia otro lado.
Algo de por lo menos cinco metros de alto venía hacia ellos por encima de la
plataforma anaranjada… haciéndola temblar con su peso, a cada paso. Varios grupos de
soldados, resguardándose prudentes tras los escudos antimotín, lo rodeaban, pero sin
acercársele.
Aunque la piel fuera roja como la sangre, la forma general del titán era claramente
humanoide: dos brazos con manos de cinco dedos, una cadera y dos piernas envueltas en
una especie de lycra de ciclista negra, con sendos pies calzados con botas del mismo color
que llegaban hasta poco más arriba del tobillo. Torso humano masculino, bien musculado,
con pectorales de atleta y abdomen hasta con six pack, y una cabeza de cuya parte superior
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brotaba una larga y lacia melena negra partida al medio que caía hasta bastante más debajo
de los hombros…
Su rostro, por el contrario, era una extraña pesadilla.
Que, sin embargo, al Escritor se le antojó familiar.
En lugar de ojos, tenía senos de mujer; la nariz era el ombligo. Y la boca, bajo un
ensortijado bigote púbico, era también, claramente, una entrepierna femenina, con los dos
muslos y el vientre bien visibles…
-Es un cuadro de Magritte- dijo lentamente el Cubano, satisfecho de haber
identificado la referencia –Cara de cuerpo de mujer… pero sobre cuerpo de hombre.
-A ese no lo habíamos visto nunca antes… pero es bien material, por lo menos. Y un
paródico, a las claras. Paródico Magritte… me gusta. Tal vez se quede un rato por aquí-
pensó en voz alta, la Agente, observando fascinada a la criatura. Luego explicó: -A veces
llegan algunas formas que parecen burlas de otras. No sabemos si están vivas, si son
artificiales o qué. Por supuesto, las que mejor y más pronto reconocemos son aquellas que
constituyen versiones retorcidas de nosotros mismos. Es difícil captar la parodia si no se
conoce el original.
El paródico Magritte caminó hasta chocar con una pared; entonces, como si lo
enfureciera el obstáculo, lo aporreó con sus enormes puños. En vano; la pared no cedió ni
se desmoronó. Así que, girando sobre sí mismo, volvió sobre sus pasos.
Esta vez, uno de los grupitos de soldados no fue lo bastante rápido en apartarse… y,
tocándolos de refilón con su desnuda rodilla, el gigante los hizo rodar por tierra como bolos
derribados en un pleno.
El Escritor escuchó el chasquido del cerrojo de varias armas, listas para disparar, y se
tensó. Hasta con un lanzacohetes costaría abatir a aquel coloso.
Pero, como el paródico Magritte de piel escarlata no prestó mayor atención a los
militares caídos, no hubo disparos. Los soldados se levantaron y volvieron a agruparse tras
los tres que sostenían las planchas rectangulares de policarbonato.
El titán carmesí se alejó, y lo siguieron.
-Ya has visto el procedimiento básico: abrimos fuego contra los hobos sólo en caso
extremo, cuando se muestran realmente agresivos- le informó la Agente, satisfecha –hemos
78

aprendido que lo mejor es no molestarlos. La mayoría, de todos modos, no permanecen


mucho tiempo en el Andén.
-Pero ¿qué son? ¿de dónde vienen? ¿adónde se van?- inquirió el Escritor, con los
nudillos pálidos, de tanta que era la fuerza con la que agarraba su escudo, mientras miraba
en todas direcciones.
En cuestión de segundos, el Área 13 entera parecía haberse convertido en un
manicomio… en el que la mitad de los internos fueran, además, monstruos.
Allá, algo parecido a una araña con patas muy largas y pinzas de cangrejo atravesaba
como un impertérrito fantasma uno de los blocaos… y a varios soldados, que trataban casi
de fundirse con la pared, antes de desaparecer ella misma dentro del muro ¿inmaterial?
Acá, lo que recordaba a un pogo saltarín con tentáculos en el extremo más alejado del
suelo brincaba una y otra vez contra los escudos de otro grupo de militares, rebotando,
como encantado del nuevo juego.
Vaya paciencia que tenían, los uniformados, con aquel bromista rebotón.
Una criatura que sólo podría describirse como un centauro, pero con el cuerpo equino
sustituido por uno reptiliano de patas bajas y larga y gruesa cola, mientras que el torso
humano le había cedido su puesto a uno felino… sólo que cubierto con una coraza y un
casco y con cuatro garras, lanzaba tentativos zarpazos contra las defensas de policarbonato
de otra escuadra uniformada…
Hasta que uno de los soldados perdió la paciencia, abrió fuego y los demás lo
imitaron.
Por lo visto, estaba muy bien, eso de poner la otra mejilla… pero sin olvidar que sólo
se tienen dos mejillas.
La quimera, aunque al principio pareció ni inmutarse por el chaparrón de balas, acabo
por caer, casi despedazada… y de inmediato su extraño, voluminoso cadáver comenzó a
volverse cada vez más transparente, hasta desaparecer, en menos de diez segundos.
Caminando ¿o colgando? por el techo abovedado del túnel del Andén, a más de
quince metros sobre la plataforma, había una especie de trípode amarillo intenso, de
aspecto mécanico. ¿Un paródico invertido de los vehículos marcianos de La Guerra de los
Mundos de H. G. Wells? Debajo, con los escudos alzados sobre la cabeza como legionarios
79

romanos formando la tortuga, caminaban tres grupos de soldados, alertas… pero el hobo
trepador pronto desapareció, también a través de una pared. Sin dejar caer nada extraño.
Algo parecido a un huevo, aunque con alas, y que avanzaba rodando, rebotó de un
lado a otro de la plataforma, y los soldados lo esquivaron… hasta que uno, el Escritor
habría apostado que brasileño, lo mandó lejos de una espectacular patada.
Había serpientes de varios cuerpos que volaban sobre la zanja en zigzag y orlada de
verdoso resplandor, como si aquella luz las atrajera del mismo modo que a las falenas…
pero sin nunca tocarla.
¿Paródicas de la Hidra de Lerna?
Lo que parecía el esqueleto de un oso, aunque sus ojos brillaban llenos de vida y se
movía como si tuviera músculos ¿invisibles? que caminaba por una pared con la misma
tranquilidad y perfecto equilibrio que si fuera el más horizontal de los pavimentos
Varios miles de pequeños discos dorados que flotaban, cambiando la forma de su
enjambre, y una vez se acercaron tanto a la Agente que ella hasta los tuvo que espantar de
un manotazo.
¿Paródicos de los OVNIs?
Otra entidad que hacía pensar en un cebollino volaba moviendo suavemente sus
hojas, a guisa de alas.
¿Un paródico de Cipollino, el gracioso personaje infantil del comunista italiano
Gianni Rodari?
Tantos, tan raros… el Escritor no sabía ya a dónde mirar. A donde quiera que
dirigiese la vista, cualquier parte del andén parecía ahora ocupada por las insólitas,
fantásticas criaturas de aquel nuevo Jardín de las Delicias, que habría matado de envidia al
mismísimo Bosco, con todo y su desbordada imaginación visual.
Algunas atacaban a los soldados; otras, los atravesaban. Pero la mayoría los ignoraba
completamente, por suerte para los militares.
-Ya hay menos… lo peor está pasando. Hoy parece que no se van a quedar muchos,
además del paródico Magritte, y de aquella colonia de grises- observó la Agente, al cabo de
unos enloquecedores minutos del pandemonio de monstruos –Si quiere nos acercamos, para
que los veas, habanerito.
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-No, gracia- declinó la oferta el Cubano, sudando profusamente. Los grises de los que
acaba de hablar la mujer se parecían demasiado a los extraterrestres clásicos de la
UFOlogía: delgados con grandes cabezas de ojos enormes y rasgados y pequeñas bocas. Ni
siquiera eran paródicos Había criaturas mil veces más interesantes para ver en detalle, en
cualquier caso, por todos lados –Por Dios y todos los santos… y eso que soy ateo… ¿por
qué no me preparaste para esto, chilenita? Es… una locura.
-Nada te habría podido preparar lo suficiente. Por eso dejamos siempre lo mejor para
el final- observó la mujer calva, muy satisfecha-Luego miró su reloj y tomó al Escritor
nuevamente por la muñeca –ahora, ven conmigo… no te queda mucho tiempo antes de
regresar… pero tampoco tienes que hacerlo necesariamente desde el círculo de partida.
Volvemos a la enfermería. El Médico y yo queremos enseñarte algo que te va a interesar.
Otra vez a remolque, pero ahora hablando sin parar, el Cubano siguió a su guía:
-Oye, preciosa ¿nadie sabe nada de estos… hobos? Claro, cómo no se me ocurrió:
hobos, vagabundos. Llegan, algunos se quedan, los demás se van. Algunos dejan relictos. Y
cuando los matan ¿también desaparecen? ¿han considerado que pudieran ser los verdaderos
usuarios del Andén… que este sitio fuese algo así como una estación de tránsito
intergaláctica, o interdimensional… y estar completamente operativa, después de todo. Y
los relictos, una especie de… objetos perdidos.
-Way station… sí- dijo la Agente, en su magnífico inglés, cuando entraban ya a la
enfermería -Leí el libro, por supuesto. Premio Hugo y Nébula… no estaba mal. El autor lo
escribió después de visitarnos, ni que decirse tiene. Pero, por desgracia, a diferencia de lo
que sucede en su novela, el Andén no tiene un guardián a cargo… o habríamos podido
preguntarle qué hace.
-Tal vez los hobos no son viajeros, sino los guardianes…-hipotetizó él, mientras
también entraba. –O sí son pasajeros, y podríamos ir a otros sitios, como ellos, si sólo
tuviéramos alguna especie de… no sé, algo así como pase de metro teleportador… ¿han
comprobado si alguno de los relictos funciona así? Mucha gente pierde sus pases del metro
¿no? Pero, tantos diferentes, y esos paródicos… la gente tiene que saber de este lugar…
Calló de repente, al darse cuenta de que la Agente acababa de cerrar con llave la
puerta de la enfermería, y se había quedado a sus espaldas.
81

Alzó la vista; frente a él, cruzado de brazos, estaba el inmenso Médico Neozelandés.
Descalzo y desnudo de cintura para arriba; su bata blanca yacía en el suelo, hecha un rollo
sobre sus zapatos… por lo menos un número 49, no pudo menos que notar el Cubano.
Aunque, de algún modo, el galeno no le pareció amenazador. Lo que sí le llamó la
atención fue que, en sus monstruosos pectorales, que le habrían creado un complejo de
inferioridad al mismísimo Arnold Schwarzenegger, no hubiera rastro de pezones por
ninguna parte.
¿Se los habría amputado, quirúrgicamente, el doctor? Los culturistas a veces hacían
cosas muy raras. Como depilarse todo el cuerpo, para empezar.
Y tampoco se veía tan mal. Un poquito raro, cuando más.
Tampoco tenía ombligo, notó al instante siguiente. Y eso era incluso más extraño.
Por otro lado, el fornido kiwi era incluso más velludo que todo lo que había
imaginado. Todo un gorila, de hecho; si su barba no hubiese sido tan luenga y frondosa, se
habría confundido con la pelambre de su cuello, pecho y hombros.
Giró sobre sus talones, desconcertado, al escuchar un frufrú a sus espaldas. Muy
seria, la mujer calva acababa de despojarse de su corbata y ahora estaba desabotonándose la
inmaculada camisa blanca.
La chaqueta y la sobaquera ya colgaban de una percha junto a la puerta. El par de
botas vaqueras charoladas también yacía en el piso, como dos extraños animales de piel
brillante.
Ella no usaba calcetines… y llevaba las uñas de los pies pintadas del mismo verde
esmeralda que las de las manos; el tono exacto de sus ojos.
Una mujer de detalles.
El Escritor de Ciencia Ficción Cubano tragó en seco y dijo, balbuceando sonriente…
aunque no antes de retroceder hasta casi adherir la espalda a una pared, por si acaso: -Eh…
muchachos… gracias por la oferta. Y… no se lo tomen a mal, pero… creo que voy a
declinarla. Los dos me caen muy bien, y son muy hermosos… a su manera. Tampoco es
que tenga prejuicios contra la gente sin pelo en la cabeza… pero estoy casado, amo a mi
esposa, la extraño muchísimo… y además, a mí, los tríos, si acaso, con dos mujeres…
-Cállate y mira, mal pensado- lo interrumpió la Agente. En su hermoso rostro se
habría buscado en vano cualquier gesto insinuante. –tengo un oído finísimo. Hoy has
82

escuchado cómo me llamaban “belle dame sans chat” “hibakusha” y “strega”. Mujer sin
sexo, sobreviviente y bruja. Supongo que tendrás... cierta curiosidad, respecto a por qué me
aplican todos esos términos…
-Sí, Cubano… míranos bien- concordó el Médico Neozelandés.-Y lo entenderás todo.
O nada, pero igual te harás una idea.
De reojo, el Escritor comprobó que el forzudo de la barba acababa de despojarse de
su jean, y ahora se bajaba los boxers negros. Así que prefirió volver la vista hacia la
Agente.
En efecto, bajo la camisa, ella no usaba sostén. Ni tampoco lo necesitaba: sus senos
no sólo eran maravillosamente curvilíneos, sino, sobre todo… erguidos. Desafiaban la
gravedad como ya quisieran muchas pornostars. Con o sin silicona.
Pero tampoco tenía ni rastro de pezones o aureolas. Y en, una mujer, sobre todo una
tan hermosa, aquello sí que resultaba muy raro.
Casi monstruoso, de hecho.
Tampoco tenía ombligo, pero tal carencia, en comparación con la falta de pezones,
resultaba casi irrelevante.
El Escritor empezó a abrir la boca para preguntar si ella había sufrido mastectomía
radical doble o algo así y luego le habían puesto aquellas prótesis… cuando, de un tirón
casi rabioso, la mujer calva se despojó a la vez de su ancho pantalón y de lo que debía ser
su ropa interior, porque hubo un fugaz atisbo de encajes.
Negros también, por supuesto.
Así que, después de todo, sí usaba ropa interior.
Luego se quedó así, retadora. Alta, escultural… y completamente desnuda, si se
descontaba aquel relojito en su muñeca. Con las manos en la cintura y las piernas un poco
abiertas. Esperando.
Con sus larguísimas piernas, amplias caderas, voluminoso y enhiesto pecho y
estrechísima cintura, al Escritor le recordó a las apsaras de los relieves de algunos templos
hindúes, como el de Konarak.
O algunos personajes femeninos del manga y el anime nipón. Sobre todo en su
vertiente hentai…
Mujeres inhumanamente sensuales. Imposibles. Hiperpobolizaciones.
83

Pero la Agente era una apsara o una lolita anime de carne y hueso… y aun así, de
algún modo, ahora mismo a él ya no se le antojaba en lo absoluto sexy.
El Cubano, pasmado y boquiabierto, no conseguía apartar la vista de su entrepierna.
Había algo extraño, ahí. Muy extraño. Algo que no lograba captar en una primera
ojeada, y que, sin embargo…
Como muchas mujeres modernas, ella no tenía ni un vello en el pubis… la piel bajo
su ombligo era tan lisa como la de una recién nacida. Pero no como si hubiese recurrido a la
maquinilla de afeitar o siquiera a la depilación láser… sino más bien como si nunca le
hubiese crecido nada en la zona.
Y debajo… era todavía más lisa.
Inhumanamente lisa, de hecho. Como si no tuviera…
La mandíbula inferior del Escritor casi cayó sobre su pecho.
-Míralo a él… a un hombre se le nota mejor lo que nos falta- sugirió la Agente, con
un tono irónico y a la vez triste y resignado.
Aturdido, el Cubano obedeció, aunque algo a regañadientes, y giró la cabeza hacia el
Médico Neozelandés, ya también completamente desprovisto de toda prenda de ropa que
pudiera velar su anatomía.
Y abrió todavía más la boca, si tal cosa fuese posible: de entre toda aquella
pelambrera asomaba… nada.
Ni pene ni testículos.
¡El hombre lobo culturista era… un eunuco!
-Por favor. No me diga que soy como Ken- imploró el coloso barbudo, en tono de
broma que, sin embargo, también sonó bastante dolido –Odio al novio plástico de la Barbie.
Por lo menos tengo algo de lo que él carece: pelo en el pecho.
Y se rió de su propio chiste, aunque algo forzadamente.
-El Andén nos salvó a ambos, pero pagamos un precio muy alto por esta sobrevida;
también nos transformó. - dijo la Agente, solemne –Y no en todo para bien, como vez. Yo
estaba aquí en el 45… cuando aquella explosión del relicto que parecía una simple farola.
Quedé muy malherida… pero, como faltaban apenas un par de minutos para que se
cumpliera mi plazo de 24 horas, un coronel de la USAF demasiado respetuoso de las
normas… o tal vez algo maquiavélico, tuvo la genial idea de ordenar que no me llevaran a
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la cabina, sino al círculo de partida. Si esa era su idea de un experimento, fue un éxito total.
Nunca llegué a Quantico- concluyó, con un largo suspiro.
-Yo también fui gravemente herido, cuando la tentativa de invasión de los chinos, en
el 93- dijo el Médico Neozelandés, tomando el relevo –Una bala explosiva me arrancó el
brazo derecho por el codo. Y cómo duele eso, chaval. Lo peor es que el cabrón del jefe de
mi contingente ya conocía perfectamente el caso de ella, y pensó que sería interesante tener
otro así, ciento por ciento suyo. Me estaba desangrando cuando me dejaron en el círculo de
partida… y mi cuerpo tampoco volvió a Wellington junto con los demás.
El Escritor se estremeció; ya se imaginaba el resto. O más o menos.
-En vez de pulverizarnos en sub quarks a lo largo de minutos, como es lo normal,
cuando nos quedamos solos en el círculo de partida, nos… integramos. Sin ecos- explicó la
mujer calva, pasándose una vez más la mano por su liso cráneo –Regeneramos todos los
tejidos dañados. Incluso los perdidos, como el brazo de él. Yo tenía un quiste en un sobaco,
desde hacía años… y desapreció sin dejar rastro. Pero, en cambio, para empezar, perdimos
todo el vello de la cabeza… y yo, el del resto del cuerpo, además. Sólo me quedan las cejas
y las pestañas, como puedes ver. Y antes tenía una trenza lacia, negra, que me llegaba por
la cintura. Probé al principio con pelucas, pero luego me aburrí de fingir lo que no era.
-Las pupilas también se nos volvieron de este verde casi fluorescente. No se sabe por
qué- acotó el Médico Neozelandés –Y tenemos una visión nocturna perfecta… aunque por
lo menos no nos brillan en la oscuridad, como a los gatos.
-Yo antes tenía unos ojos marrones como los de mi madre, preciosos…- suspiró la
Agente, colmada de añoranza.
-Eh, que los de ahora no están nada mal- trató de consolarla el Escritor, por puro
reflejo.
-Los míos eran azules… y me quedaban muy bien, con el pelo negro, no creas; me
dolió perder mi melena... a los veinte años me llegaba casi por la cintura. Mis padres fueron
hippies, en su tiempo. Me he dejado la barba por ellos… - reveló el Médico, con divertida
nostalgia. Pero enseguida volvió a ponerse serio -Aunque lo peor no fue el cambio de color
de las pupilas, ni la alopecia radical, ni perder ombligo y pezones… sino esto- señaló a su
entrepierna huérfana y luego tensó los bíceps, que saltaron como ratas bajo una alfombra –
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Lo llamamos el síndrome de Barbie y Ken. Convertirnos en pura fachada. Parecer… y no


ser. Me veo fuerte y súper viril ¿a que sí? ¿Crees que me como los hierros, no?
-Lo habría jurado, sí- admitió el Escritor –Muchos Míster Olympia te preguntarían
cuál es tu régimen de musculación, tu dieta y todo eso…
-Ninguno- confesó el calvo barbudo –No he tocado una barra de pesas ni una
mancuerna en mi vida. Tampoco he probado la creatina ni los esteroides, jamás. En 1993,
yo era un tipo bastante normal: hacía deportes, pero sin exagerar, y medía un metro
setentaidós… apenas un poco más alto que tú. Pero, desde que el Andén me salvó, empecé
a crecer… en estatura y en corpulencia, y ya en 95 era esta mole talla extra que ves ahora.
Y me faltaba… todo lo que me falta.
-Tenemos la parte final de los sistemas digestivo y urinario fusionados- siguió
explicando la Agente, alzando una pierna para exhibir tal única abertura, justo en el centro
del perineo. Un gesto nada sensual, que hizo pensar al Escritor en una gallina mostrando
por dónde ponía los huevos –Se llama cloaca… y supongo que te resultará familiar el
término, como biólogo, igual que la de los reptiles y las aves. No veas lo complicado que es
ir al baño. Lo que son clítoris, vagina, punto G, glándulas de Bartolini, útero y ovarios,
todos se me reabsorbieron por completo. Y, por cierto; antes, yo tampoco era… tan
escultural, como ahora. Ni tan alta. Medía un metro sesenta y cinco… una chica latina
trigueña y bajita de segunda generación, muy normal. Por poco no doy la talla mínima para
entrar al FBI. Nada parecida a este… monumento. Pero, tras la… metamorfosis, en menos
de seis meses aumenté casi veinte centímetros, me crecieron las tetas y el culo, se me
redujo la cintura. Ahora es difícil que no se metan conmigo, en la calle. Aunque… ay de
ellos, si se propasan. Y no sólo porque haya tenido tiempo de aprender bastantes
movimientos de media docena artes marciales. No lo notaste por estar inconsciente, pero
me resultó bastante fácil cargarte hacia el helicóptero. Puedo hacer sentadillas con 300 kilos
de peso en la barra; soy tan fuerte como una mula… e igual de estéril.
-Ah, ella por lo menos puede acostarse con algún borracho que no se fije demasiado
dónde la mete- suspiró el fornido doctor, aunque con aire resignado y divertido –Yo…
bueno, era heterosexual hasta el 93, y muy square… pero luego ¡qué remedio! cuando me
encontré sin conector, probé un tiempo a ser gay… en San Francisco; la NASA hasta me
ayudó a mudarme allí; los alquileres son caros que no veas… aunque tampoco me funcionó
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demasiado bien. Disculpa si sueno homofóbico, pero pueden ser muy discriminatorios, los
chicos rosados… y muy crueles: con mi aspecto, parece que todos esperaban que la tuviera
como un caballo… así que cuando se daban cuenta de que sólo que quedaba recibir, me
llamaban monstruo y perdían todo interés en mí. Ahora me he refugiado en la abstinencia.
Ni siquiera el sexo solitario tiene mucho sentido, como comprenderás, faltándome el…
joystick.
-Habla por ti, infeliz- bromeó la Agente, mientras recogía su pantalón y su ropa
interior y comenzaba a vestirse de nuevo, con gestos bruscos pero eficientes –yo tengo una
maravillosa colección de dildos de todos los colores y tamaños, más una máquina Sybian…
y la paso que no veas conmigo misma…
Los dos rieron, como compartiendo el chiste. Pero el Escritor percibió claramente el
trasfondo trágico de su situación.
-No es cierto, por desgracia- aclaró el hombretón barbudo, enseguida –En la cloaca
carecemos de nada parecido a terminaciones nerviosas de placer. Como si nos hubieran
privado de ese circuito. Ante cualquier penetración… sólo sentimos dolor. Obviamente,
como el diablo los cría y ellos se juntan solos, probamos un tiempo a estar juntos… Ken y
Barbie, follamigos. Parecía correcto: puro afecto y caricias, sin sexo- siguió diciendo –pero
creo que cada uno era demasiado consciente de lo raro de la anatomía del otro para que ni
siquiera eso funcionara. No duramos ni tres meses, durmiendo los dos en la misma cama.
Pero al menos logramos quedar como amigos.
El Cubano tragó en seco, condolido por la tragedia de sus interlocutores.
-Sí, somos monstruos. Eunucos monstruosos. Lo bueno es que no envejecemos… y
también que, si morimos, cada vez volvemos a integrarnos aquí en el Andén, al cabo de
unas pocas horas- siguió diciendo ella, y el cubano ahora sí pudo fijarse en que llevaba un
sensual culotte de fino encaje negro, antes de que lo cubriera con el pantalón del mismo
color –Aunque nos maten afuera, en cualquier parte. Muy… útil.
-Valemos nuestro peso en oro, para nuestros gobiernos. Somos los operativos
encubiertos perfectos- confirmó el doctor, también vistiéndose ya –O lo seríamos... si no
tuviésemos que volver al Andén cada 48 horas.
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-Un consuelo es que no podemos salir los dos juntos al encuentro de los hobos… o
ninguno se presenta en el Andén– añadió aún la Agente –Sólo uno de nosotros puede estar
presente, o nada de procesión de extraños, entonces.
-Creo que esa es la única razón por la que los dieciocho países que administran el
Área 13 acordaron que ningún otro gobierno podría formar a otros como nosotros. Todavía
esos visitantes siguen siendo lo más interesante del lugar- asintió el barbudo neozelandés.
-Es… terrible. Son criaturas del Andén. Sus hijos y sus prisioneros. Súper hombre y
súper mujer: semidioses inmortales… y eunucos esclavos, a la vez- resumió el Escritor, con
un escalofrío –Dantesco…
-Sí, cubanito; bien dicho. Se ve que lo tuyo son las palabras- aprobó la Agente, ya
cerrándose los botones de la camisa y estirando la mano para buscar la corbata oscura.
Entonces, como si cambiara de idea, alzó el brazo, con la bocamanga de la prenda de vestir
blanca aún abierta, y sacudió su reloj –Mira; este me lo regalaron en el 95… cuando cumplí
medio siglo siendo lo que soy. ¿Sabes de qué material está hecho?
-Eh… parece oro blanco, pero si lo dices así, voy a suponer que algo más caro-
especuló el Escritor -¿platino? ¿paladio, tal vez?
La mujer y el hombre calvos y de ojos verdes rieron a coro.
-No, pero estuviste bastante cerca- aprobó ella –Más caro todavía; es rodio puro. ¿No
te suena?
El Escritor, avergonzado de mostrar ignorancia, bajó la cabeza y luego murmuró,
dubitativo: -Un metal ¿no? No sé mucho más…
La Agente aplaudió, encantada, echando de paso otra fugaz ojeada al reloj: -¡Bravo!
¡al fin algo que no sabes, cubanito! Bueno, no te preocupes… nadie dijo que tuvieras que
poder recitar de memoria la tabla periódica de Mendeléiev. Ni me vayas a caer ahora en
una crisis del síndrome del impostor por no saberlo todo.
-Yo cumpliré un cuarto de siglo en el andén dentro de dos años- anunció, atonal, el
Médico Neozelandés –espero que me regalen por lo menos un reloj de oro, por la fecha…
-Rodio. De vuelta al mundo real, lo buscas en la Wikipedia y llenas esa imperdonable
laguna en tu cultura… que es más mariscal que general: te felicito por ella, en serio- añadió
la Agente, y volviendo a mirar el regalo por el medio siglo de servicio en su muñeca, dijo:
-Pero, ahora, ven… ya tu regreso fue hace unos cuatro minutos, así que…
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Le echó los brazos al cuello al Escritor, y antes de que él pudiera oponerse, se inclinó
y lo besó con ganas… sin lengua, pero en la boca. Luego lo apartó, igual de enérgica.
-Qué suerte tiene tu mujer… recuérdaselo, cuando vuelvas a verla, con todo mi
respeto. Ese fue un recuerdito de despedida… inocente por fuerza, como comprenderás-
murmuró, pasándose la lengua por los labios, ruborizada y traviesa –Se lo doy a los que me
caen bien. Y esto también- le tendió la otra bolsa de papel –No te las puedes llevar todas,
pero aquí hay cinco latas de Tukola. Del lobo, un pelo. Que las disfrutes. Regalo del
Andén… y de sus dioses eunucos, Barbie y Ken.
El Escritor aceptó el obsequio y no dijo nada, pero miró de reojo al Médico
Neozelandés, que ya se le acercaba, sonriendo con los brazos abiertos.
¿Él también iba a despedirse a la rusa? alcanzó a preguntarse, algo preocupado, y
listo para interponer las Tukolas entre la barba y los labios del gigante y su propia boca.
Pero en ese momento notó, con no pequeño alivio, cómo comenzaba a disolverse,
desintegrarse, pulverizarse. A descomponerse en quarks.
A marcharse ¿o se había marchado ya, en realidad, cinco minutos antes?
Su último pensamiento en el Andén fue otra interrogación: si su otro yo, el que ya
estaba en New York, también recordaría aquello…
*****
Lo recordé, por supuesto.
Supongo que todos los visitantes lo recuerdan.
Aunque cinco minutos de doble vida, de experiencias en dos cuerpos, podrían
enloquecer a cualquiera. Personalidad múltiple auténtica o algo así…
Tal vez por eso fue que, cuando reaparecí, en aquel falso elevador en el edificio de la
NASA, no se abrieron las puertas para dejarme salir sino hasta un ratico después. Cuando
recordé, de golpe, todo lo que había sucedido, tras ver cómo la Agente se estaba quitando
la camisa en la enfermería.
Cuando se integraron los recuerdos de mi doble en el andén a los míos, supongo.
Estuve aquellos cinco minutos cagándome en mi madre por no haberme podido
quedar un poquito más de tiempo, para qué mentir.
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Al menos me tomé una de las cinco Tukolas de la bolsa, en ese intervalo. Aún
estaban medio frías. No entendía cuándo me las habían dado, pero si me acordaba de
haber hablado del asunto con la Agente, así que supuse…
Mierda, nunca he bebido ni fumado: odio tener lagunas de memoria…
Luego, cuando casi me caigo sentado ahí mismo, al asimilar de golpe todos los
recuerdos de mi yo desintegrado en el Área 13 ¿demoró ese lapso por la distancia o es
infinita, la velocidad del pensamiento y la memoria? dos marines fornidos… aunque no
tanto como el Médico Neozelandés… nadie como él, en toda la Tierra, sospecho, entraron,
me cargaron casi en vilo… y una hora después, todavía sobrecogido por el aluvión de
impresiones, ya estaba de vuelta en casa de Jackie.
Con las otras cuatro Tukolas.
Me duraron sólo hasta el día siguiente. Y, lo siento... pero no las compartí ni con mi
anfitriona neoyorkina ni con su hijo, por generosos y hospitalarios que ambos hayan sido
conmigo. ¿Cómo habría podido explicar su existencia, de todos modos?
Además, enseguida madre e hijo se quejaron de que yo olía tremendamente a ajo…
Quisquillosos…
Tampoco les hablé del Andén. Aunque, repito, nadie me hizo firmar ningún acuerdo
de confidencialidad ni cosa por el estilo.
¿Quién iba a creerme, de todos modos?
No podía sincerarme con nadie. Yo mismo no estaba seguro de creérmelo, aunque
acababa de vivirlo.
Esa misma noche busqué en Internet lo del rodio. Gulp… vaya si era caro. Más de
9000 dólares la onza. A Paul McCartney, cuando se convirtió en el compositor e intérprete
que más discos había vendido, en 1979, los del libro Guinnes de los récords le regalaron,
un reloj enchapado precisamente en rodio. Imagínense…
Metal carísimo, duro, difícil de trabajar… y levemente tóxico, además.
Irónica que es la NASA. Sólo alguien como la Agente, empujada por la
incomprensible magia del Andén por siempre más allá del cáncer y de cualquier
padecimiento semejante, podría llevar un bloque de ese metal tan peligroso en la muñeca,
con tanta tranquilidad.
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Pasaron las semanas. Tuve más presentaciones de Súper Extra Grande en librerías,
bibliotecas y universidades. M e compré un par de botas Minnetonka, como mocasines de
cuero de ante altos hasta la rodilla: un viejo sueño. Conocí Tampa y Miami. Trump salió
electo presidente, una noche de noviembre en que yo estaba en esa ciudad de La Florida,
en calidad de huésped de mi amigo y colega de ciencia ficción Leonardo Gala y tomando
helado “científico” ¡enfriado con nitrógeno líquido! con otra amiga de Chicago, Emily
Maguire. Me reencontré con otros amigos, como Daína Chaviano, Anabel y Javier, todos
colegas escritores y del fandom, en casa de Leo.
Tampoco a ninguno de ellos les comenté nada.
Regresé a Cuba, a los brazos de Dania, ¡y aquel fue un reencuentro por todo lo
alto… y lo bajo… sobre todo horizontalmente hablando, créanme! Viajé de nuevo, dos días
después, a República Dominicana, con otro colega cubano, físico y escritor, Erick Mota,
para un coloquio de literatura fantástico organizado por amigos de Santo Domingo… y
seguí sin soltar prenda de todo esto con nadie.
Desde entonces he estado en Chile, en Colombia, en Rusia… conocí hasta a un lector
neozelandés, en 2018… y todo este tiempo esta historia me ha estado carcomiendo la
memoria.
Como pidiéndome que la escribiese de una buena vez.
Y yo dudando, renuente.
A veces, hasta he tenido pesadillas en las que llegan militares con uniforme gris,
respiradores y máscaras protectoras a mi casa, de madrugada, y me llevan, acusándome
de violar el secreto de Estado, de traicionar a la Tierra, de colaborar con alienígenas o de
qué sé yo qué otro delito imperdonable.
Por suerte, no ha ocurrido. Será porque yo no soy Julian Assange y, en realidad,
tampoco puedo probar nada de lo que viví aquel día.
Qué suerte… para mí ¿no?
Pero todavía, cada vez que veo una mujer sin ningún pelo, sobre todo si tiene ojos
verdes… o un hombre muy grande, especialmente si tiene las pupilas del mismo color y,
además, barba… algo dentro de mí se estremece.
No he vuelto a saber nada del Médico Neozelandés, ni de la Agente, por supuesto.
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No creo que vuelva a encontrarlos o siquiera escuchar de ellos, jamás. Espero que él
ya tenga su reloj de oro, al menos.
Tal vez ella haya vuelto a usar pelucas. O los dos. Y a lo mejor hasta han vuelto a ser
amigos con derechos, o follamigos, como dicen los españoles.
Tampoco me ha vuelto a doler ni una sola vez el brazo ni el tobillo que me quebré.
Un amigo radiólogo me hizo unas placas… ni rastro de callo óseo. Como si nunca me los
hubiera fracturado.
Cada vez que veo un ajo, pienso en telurio. No he visto ningún anuncio del nuevo y
milagroso panaceador. Quizás lo están reservando para cuando pase la pandemia. O,
realmente, sólo existía el que el Médico Neozelandés usó conmigo.
Tampoco han vuelto a producirse, los rifles y pistolas lanzacohetes, estilo Gyrojet.
No que yo sepa, al menos.
Por si alguien todavía no ha dado pie con bola: el Físico Japonés Canoso, el
Antropólogo de los Memes, el Físico Cuadripléjico, el Antropólogo Noruego Constructor
de Barcos Primitivos, y la Primatóloga, son, obvia y respectivamente, Michio Kaku,
Richard Dawkins, Stephen Hawkings, Thor Heyerdahl y Jane Goodall. O tal vez Dian
Fossey… las dos fueron grandes en el estudio de los simios, una en chimpancés, la otra en
gorilas.
Auténticos pesos pesados de la ciencia, todos.
Y si esos nombres tampoco te suenan, peor para ti: no tienes mucha idea de la
ciencia de los últimos cincuenta años, acéptalo.
Al menos, confío en que sí sepas quién es el Físico Desmelenado de la Relatividad.
E=mc2
En fin…
¿Qué hacer, como escribió Lenin, inspirado en Chernyishevski?
¿Seguir callando? ¿Revelarlo todo?
Como los héroes clásicos de la tragedia, cualquier cosa que hiciese podría acabar
siendo tremenda metida de pata. Y también no hacer nada. Creo que eso se llama
hamartia. Los griegos eran expertos en ponerle nombre a las situaciones y cosas más
extrañas: ataraxia, paideia, hybris…
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El caso es que ya han pasado ya cinco casi años desde aquella visita… así que… qué
carajo; tras terminar el tercer libro de una trilogía de fantasía, todavía embullado y
aburrido en medio de la cuarentena por el covid-19… he escrito esto. De un tirón, en una
semana.
Y ahora, que pase lo que tenga que pasar.
He cruzado el Rubicón, como César.
A partir de ahora, Alea jacta est… o sea, en serio “la suerte está echada”. No “la
jalea está hecha”, como bromeábamos en las clases de latín, en Biología.
Releyendo todo esto, me doy cuenta de que hasta ahora, casi el final, no he
justificado una de las palabras claves del título: pordioseros.
¿Por qué no intitulé el relato, sencillamente, Hobos en el Andén?
Una pequeña historia: mi difunta abuela materna, Siria Pino, nunca se refería a esa
gente que viven en la calle, pidiendo limosnas y cubiertos de mugre, como deambulantes,
vagabundos, mendigos ni limosneros.
Mucho menos homeless, claro. No hablaba una palabra de inglés, la madre de mi
madre.
No; para ella, como para mucha gente de su generación, esos infelices eran
simplemente pordioseros.
Cuando yo era pequeño, lleno de ingenuidad y caprichoso, creía, no sé por qué, que
el término venía de porquería; tuvieron que pasar muchos años antes de que me diera
cuenta de que, en realidad, derivaba claramente de Por Dios.
Sería porque muchos usaban la expresión para pedir: “una limosnita, por el amor de
Dios…”
Cuando me senté a escribir esto, que al principio pensaba iba a ser un simple cuento,
la palabra, que durante muchos años debió estar agazapada en mi memoria profunda,
acudió a mi mente, y supe lo justa que era.
Al preguntarle a Danita, mi esposa, ella estuvo de acuerdo; sonaba mejor.
El título no debía ser Hobos en el Andén, sino Pordioseros en el Andén.
Y, por cierto… los pordioseros del título tampoco son esos misteriosos vagabundos
que, cada noche, llegan al Área 13, alborotan y se van.
93

No; los auténticos pordioseros… somos nosotros, los humanos. Que, esperando, sin
entender nada, mendigamos comprensión sobre lo que es el Andén. Al dios, cualquier
Dios, cualquier ser inimaginablemente poderoso que lo haya construido… y que tal vez
aún lo esté haciendo funcionar, para los hobos.
No para nosotros. Los excluidos. Los sucios, los inferiores. Los primitivos. Los que
tenemos que conformarnos con los relictos… los escasos objetos perdidos que dejan los
pasajeros con pleno derecho.
Ah, cuánto me habría gustado discutir este nuevo enfoque con la Agente, y con el
Médico Neozelandés. Saber qué les parece, qué opinan.
Aunque no nos deje en muy buen lugar, a los humanos.
Pero, como estoy seguro de que nunca será posible, tal confrontación de ideas…
escribí esto.
Y... lectores: no hace falta que se crean que sucedió de verdad. No aspiro a tanto. No
soy Whitley Strieber. Ni mi visita al Andén fue una auténtica abducción, tampoco.
Sólo les pido que lo lean. Luego, cuando más, espero merecerme el clásico “se non é
vero, é ven trovato”, que significa, aproximadamente que, si no es verdad, por lo menos
está bien pensado.
De hecho, cuando creí que podría controlar mi desbocado flujo escritural para
encajar esta historia en una veintena de páginas, se me ocurrió que, si gustaba un poquito,
podría tal vez proponerla como la narración central para una antología de mundo
compartido, de esas que tan bien funcionan en la literatura fantástica y de ciencia ficción.
Donde otros autores agregaran sus puntos de vista a mi propia concepción del Área 13.
Como hizo Robert Asprin con su Mundo de Ladrones o Larry Niven con la decena
larga de volúmenes de Man-Kzin Wars… que sospecho moriré sin poder leer traducidas al
español.
¿Qué tal Mosaicos del Andén, como título?
Me parecía que, a algunos de los colegas del habanero Taller Literario Espacio
Abierto, y tal vez hasta de otras provincias y países, podría entusiasmarles colaborar.
Si es que no se molestaron por eso de que yo mismo me calificase como el mejor o
más importante escritor del género en el país, por supuesto…
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Claro que, cuando mi propio texto de arrancada ya es, por derecho propio, una
novela corta, con más de noventa cuartillas, la idea se vuelve un poco menos factible.
Sobre todo en estos tiempos, cuando entre coronavirus y crisis económica, la falta de papel
amenaza de muerte a la nunca demasiado boyante industria editorial cubana.
Por supuesto, podría publicarla fuera, o digitalmente.
Siempre hay un camino.
En fin… ya veremos.
El Andén sigue ahí, y funcionando. No es la misteriosa, casi mágica Zona de Picnic
al margen del camino, de los hermanos Arkadi y Boris Strugatski, en la que se aventuran
los stalkers buscando restos de los visitantes. Tampoco el Hangar 18 ni el Área 51 de
Roswell… aunque les deba un poco a todos ¿o viceversa?
Pero, eso sí: sospecho que cualquier historia que podamos escribir al respecto,
acabará quedándose corta con respecto a su fantástica realidad.
¿O no?
27 de junio de 2020

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