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Antología de
colombianas
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Antología de
colombianas
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Selección y prólogo de
Maryluz y Daniel
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ISBN: 978-958-704-966-4
Impreso en Colombia - Printed in Colombia
CONTENIDO
TOMÁS CARRASQUILLA
La ley seca 83
Defensa de la pereza 84
Avaros 85
ARMANDO SOLANO
El culto de la decadencia 96
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LUIS TEJADA
Los ojos 104
Los cajeros 107
La pobreza 108
El elogio del zapato 111
ROMUALDO GALLEGO
El filipichín 131
El borrador de los lápices 134
Los tejados 135
GERMÁN ARCINIEGAS
Aurigas y choferes 138
Los humoristas 140
El problema del ocio 142
Y sobre yo mi sombrero 143
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Contenido
HERNANDO TÉLLEZ
Música de organillo 200
El descanso 203
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RAMÓN VINYES
Las alegrías 211
Lo «standard» 212
El paquete chileno ¿neófitos? 213
Carnaval 214
ALFONSO FUENMAYOR
Breve elogio de los pies 217
Las buenas maneras, ¿qué se hicieron? 220
El activo de la cursilería 222
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Contenido
ÁLVARO BEJARANO
El piyama de carne 286
El peligro de roncar 288
Los relojes 289
JOSÉ GERS
¿Se casará Conchita? 297
Bicarbonato y aspirina 298
Las bellas bocas con microbios 299
Frazadas 301
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GONZALO ARANGO
Petaca y patíbulo 330
Desquite 332
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Contenido
ANTONIO CABALLERO
Envidia 363
Elogio del mozo de espadas 365
ARTURO ALAPE
Los peligrosos homónimos 369
HÉCTOR RINCÓN
Habichuelas 373
Orgullo 375
Gustos 376
ÓSCAR COLLAZOS
Soy zurdo, a mucho honor 378
Elogio del bacán 380
La arruga es bella 382
ALFREDO MOLANO
La máquina de escribir 384
De millón 386
ALBERTO AGUIRRE
El virus del bolero 389
La vida sin carro 391
JUAN GOSSAÍN
Mi pobre máquina… 394
El objeto volador más identificado 397
Béisbol: juego de astronautas y poetas 399
EDUARDO ESCOBAR
Homenaje al bluyín 403
Martingalas del teléfono 406
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ERNESTO MCCAUSLAND
Los gallinazos de Pedro Pérez 413
Réquiem por la tertulia 415
LISANDRO DUQUE
Se escriben artículos 423
La cacerola 425
Una bestia completa 427
EDUARDO ARIAS
Castellano moderno 430
Bogotá, fea y barrigona, pero seductora 432
MAURICIO POMBO
Rabias tristes 444
De alfeñiques a badulaques 446
Música látex 447
MAURICIO OBREGÓN
Las perlas de La Guajira 450
El alma rusa 453
HERIBERTO FIORILLO
Bailar el amor 460
Lenguas, no armas de fuego 462
FERNANDO GARAVITO
Cualquier día, cualquier calle 465
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Contenido
MARIANNE PONSFORD
MAD 470
Defensa de los viejos verdes 472
CRISTIAN VALENCIA
Un aprendiz de Billy The Kid 477
LAURA RESTREPO
Hay que saber pitufar 480
Kitsch en la alpargata 483
CARLOS CASTILLO
El nuevo Kafka 485
En la oscuridad de la noche 487
PASCUAL GAVIRIA
Reliquias y basurales 490
The Fat Duck 492
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PRÓLOGO
FILOSOFÍA DE BOLSILLO
En los últimos siglos la relación amor-odio entre el pe-
riodismo y la literatura ha pasado por tres grandes etapas.
La primera, cuando, a mediados del siglo XIX, el perio-
dismo acomodó sus formatos para acoger expresiones común-
mente consideradas de rango literario. Es entonces cuando
aparecen en Colombia impresos de diversa periodicidad dis-
puestos al servicio de la literatura, como El Neogranadino, La
Estrella Nacional, El Albor Literario, Fígaro, El Museo, El Re-
lator, El Trovador y La Biblioteca de Señoritas. Allí prospera-
ron la poesía, el folletín, el relato costumbrista y la divulgación
de autores extranjeros. Se trata de un fenómeno propio del ro-
manticismo, que encuentra casos semejantes en otros países
americanos.
La segunda, cuando dentro de los formatos caracterís-
ticos de la prensa surgió un género literario caracterizado por
los escritos breves, de cuidado estilo y dosis medidas de poesía
y humor. En la presente antología denominaremos notas lige-
ras a esta clase de textos. Es común llamarlos también crónicas,
crónicas modernistas, crónicas literarias o artículos, como se
acostumbra en otros países iberoamericanos e incluso en Co-
lombia (El Espectador tenía la popular sección «Cronistas pro-
pios» donde se publicaban las columnas de Luis Tejada y
Armando Solano). Pero queremos evitar que se presente confu-
sión entre las notas ligeras y otro tipo de escritos periodísticos,
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1 Daniel Samper Pizano (ed.), Antología de grandes crónicas, tomos I y II, 2003 y
2004, Ediciones Aguilar, Bogotá.
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Prólogo
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3 Jaime Alberto Vélez, El ensayo. Entre la aventura y el orden, Taurus, Bogotá, 2000,
págs. 12-13.
4 Susan Sontag, «El hijo pródigo» en El Malpensante, enero-febrero de 1997, págs.
12-13. Originalmente publicado como prólogo de la antología The Best American
Essays of 1992, Houghton Mifflin, Nueva York.
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Prólogo
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Prólogo
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LOS MODERNISTAS
Uno de los elementos catalizadores de la aparición de
la nota ligera en lengua española fue la poderosa presencia del
movimiento modernista, aquel primer impulso de revolución
literaria que partió de América hacia España. Ocurrió a fines
del siglo XIX. Se considera que el libro Azul, del nicaragüense
Rubén Darío (1867-1916), marca en 1888 el comienzo del mo-
dernismo. De hecho, algunas de las páginas de Azul anticipan,
por su prosa breve y narrativa, futuras columnas que escribie-
ron en la prensa los modernistas. Pero Darío también es con-
siderado «El príncipe de la modernidad» en las letras fugaces
de la prensa chilena y argentina, como se aprecia en sus Prosas
profanas y otros poemas (1896).
El cubano José Martí (1853-1895) fue uno de los pri-
meros y prolíficos autores en América que escribió crónicas,
10 María Jesús Casals Carro, «La columna periodística: de esos embusteros días del
ego inmarchitable» en Estudios sobre el Mensaje Periodístico, Universidad Complu-
tense, Madrid, 2000, No. 61, págs. 39 y 43.
11 Citado por Teodoro León Gross, El artículo de opinión, Editorial Ariel, Bar-
celona, 1996, pág. 168.
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Prólogo
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Prólogo
EL ARTÍCULO EN ESPAÑA
De los autores españoles, Azorín, Ramón Gómez de la
Serna, Wenceslao Fernández Flórez y Julio Camba fueron, se-
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18 Ramón Gómez de la Serna, Obras completas IV: Ramonismo II, Greguerías, Mues-
trario; Círculo de Lectores, Barcelona, 1997, pág. 48.
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Prólogo
19 Pedro Ignacio López García, prólogo a Julio Camba: páginas escogidas, Austral,
2003, Madrid, pág. xvi.
20 Pedro de Miguel (ed.), Articulismo español contemporáneo: una antología, Ma-
renostrum, Madrid, 2004, pág. 11.
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LA CRÔNICA BRASILEÑA
Si hay un país que ha tomado como señal de identidad
literaria la nota ligera, ese es Brasil. Llamada crônica, se la consi-
dera «un género típicamente brasileño»23, afirmación que pa-
21 Juan Cruz, «Los artículos de Millás», en El País, Madrid, junio 12 de 1999, pág.
49.
22 Juan Cruz, «La maleta del viajante», en Cuadernos Hispanoamericanos, No. 693,
marzo de 2008, Agencia Española de Cooperación Internacional, págs. 39-40.
23 Humberto Werneck (ed.), Boa companhía: crônicas, Companhia Das Letras, San
Pablo, 2005, pág. 7.
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Prólogo
24 Ídem.
25 J. M. Machado de Assis, Crónicas escogidas, Clasicosextopiso, Madrid, México,
2008, p. 10.
26 Werneck, págs. 10-12.
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EL COLUMNISTA ESTADOUNIDENSE
Lo mismo que en Francia, en España, en Hispanoamé-
rica y en Brasil, la prensa de Estados Unidos cultivó la nota li-
gera en los últimos decenios del siglo XIX y los primeros del XX.
Era una herencia de los creadores del ensayo periodístico en la
27 Rubem Braga, 200 crônicas escolhidas, Editora Record, Rio de Janeiro, 2005 (25ª.
edición), presentación.
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Prólogo
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les, que llegaron a ser, según se decía, las más famosas de la pren-
sa de Estados Unidos. Es reconocida su influencia en colum-
nistas de generaciones posteriores.
En la primera mitad del siglo XX uno de los escritores
más influyentes de Estados Unidos fue H. L. Mencken, «El
sabio de Baltimore». Comenzó trabajando como reportero y
luego fundó la revista de ideas The American Mercury en 1924.
Escéptico, sarcástico y librepensador, defendió todas las liber-
tades y derechos civiles desde sus tribunas periodísticas y su
fecunda obra.
Tras recorrer estas tradiciones, cabe aclarar que los mo-
dernistas hispanoamericanos se sintieron más inclinados hacia
la chronique al estilo francés que hacia el reportaje al estilo es-
tadounidense, por afinidades estéticas e intelectuales. París era
su meca, el viaje obligado de peregrinación29 y, en su defecto,
Buenos Aires. De hecho, en el diario La Nación publicaron los
más destacados ensayistas del continente.
29 También en los años veinte, Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias y César
Vallejo enviaron sus crónicas desde la Ciudad Luz.
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Prólogo
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32 Savater, ídem.
33 Durán, op. cit., pág. xix.
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Prólogo
34 Paul Johnson, «El arte de escribir columnas» en Al diablo con Picasso y otros
ensayos, Javier Vergara Editor, Buenos Aires, 1997, pág. 18.
35 Rotker, op. cit., pág. 228.
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Prólogo
que brota la huella de los géneros filosóficos breves con los que
conserva algún nexo. Otras veces aloja una pequeña historia
que funciona como parábola moral. «Ah, y no te olvides —se-
ñala Carlos Monsiváis—: incluye siempre advertencias recrimi-
natorias en tus artículos; que no se pierda de vista tu intención
moralizadora»38.
• Planteamiento de una tesis. Es frecuente, así mismo,
que la nota ligera se proponga sostener y demostrar una pe-
queña tesis. A menudo se trata de una tesis irónica, que va a
contrapelo de la sabiduría convencional, lo que suele hacer
más atractivo el ingrediente estilístico, hasta convertirlo en un
desafío al ingenio del autor (desde Mariano José de Larra, la
gracia cómica surgía de la antítesis, del contraste, recurso supre-
mo del romanticismo). Que se demuestre o no la tesis carece
de mayor importancia; el placer está en el intento. Al fin y al
cabo, la nota ligera no flota en el universo cartesiano.
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Prólogo
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46 Juan Lozano y Lozano, Prefacio a las Obras completas, 1956, pág. 16.
47 Antología Álvaro Cepeda Samudio, Instituto Colombiano de Cultura, selección
y prólogo de Daniel Samper Pizano, 1977, pág. 228.
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Prólogo
48 Luis Eduardo Nieto Caballero, Colombia joven, Bogotá, Editorial Arboleda &
Valencia, 1918, pág. 250.
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Prólogo
LEGADO
En el intento por reconstruir esta tradición es preciso
saldar deudas con los periódicos y revistas que catapultaron
el género: El Gráfico y la revista Cromos, principalmente, ade-
más de los suplementos literarios de El Espectador y El Tiem-
po. En estas publicaciones periódicas se encuentra lo más gra-
nado de la nota ligera.
En el siglo pasado otros editores emprendieron una
aventura similar a la aquí propuesta. Germán Arciniegas, con
su Biblioteca de Cultura Colombiana (130 títulos) dio un pri-
mer impulso a la crónica con la publicación de varios títulos
a mediados de los años veinte.
Por esa misma época, cuando los cronistas intentaban
llenar el vacío que dejó Tejada, surgieron dos fuertes detracto-
res del género: los hermanos Alberto y Felipe Lleras Camargo.
Primero, en la revista Los Nuevos, Alberto Lleras publicó un
artículo titulado «La decadencia de la crónica»53, donde afirma-
ba que el género, representado por «los tres amos del público
(Tic-Tac, Quijano Mantilla y Cornelio Hispano) vivía su peor
“bancarrota”». Decía que fuera de Maitre Renard no había
ningún cronista que le diera la talla a Tejada. Y dos años des-
pués, Felipe Lleras, bajo el seudónimo de Javier Malo, escribió
una serie de artículos con los mismos señalamientos, bajo el tí-
tulo: «En el reino de los gaznápiros»54. Allí pasó por el pare-
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Prólogo
60 Jorge Padilla, prólogo al libro de Alberto Ángel Montoya El hombre que se ade-
lantó a su fantasma y otras prosas, Bogotá, Biblioteca Banco Popular, 1974, págs.
15-16.
61 En alusión al popular libro de poesía Suenan timbres, de Luis Vidales, publicado
en 1926.
62 Roberto García-Peña, Rastro de los hechos, Bogotá, Instituto Colombiano de Cul-
tura Hispánica, 1970, pág. 419.
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TRADICIÓN
Con tantas influencias, nuestros articulistas terminaron
adscritos a tres escuelas. Primera, la modernista, con su exquisi-
ta prosa de aires extranjeros y temas de la vida cotidiana o de
la condición humana. Segunda, la costumbrista, con su nostal-
gia por las tradiciones y su afán por preservar la identidad me-
diante un léxico propio. Y tercera, la resultante de una fusión
de estilos en el tránsito del siglo XIX al XXI, especie de crosso-
ver posmoderno.
Sin exacerbar los ánimos regionalistas, es posible dis-
tinguir en la tradición de la nota ligera rasgos particulares con
un acento regional, que incluso conservan los nuevos cultores
del género. Así la caracterizamos por regiones con quienes
ejercieron su magisterio, y cuyos textos tienen alguna repre-
sentación en la presente antología:
LA SANTAFEREÑA
La tertulia de El Mosaico, que convocó don José María
Vergara y Vergara, autor de «Las tres tazas», impregnó la cró-
nica de aires costumbristas, retratos caricaturescos y apuntes
al vuelo. En El libro de Santafé. Cuadros de costumbres, cróni-
cas y leyendas, encontramos textos donde aflora el esnobismo
ante lo europeo. Y el poeta José Asunción Silva renovó esas
estampas capitalinas de aires cortesanos con su prosa de mi-
niaturista.
Al comentar los textos de Tomás Rueda Vargas, Eduar-
do Guzmán Esponda retrata el ambiente donde se sazonó el
comentario moderno, cuando los lectores exigentes se aprovi-
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Prólogo
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LA PAISA
En su texto «Autobiografía»65, Tomás Carrasquilla se
refiere a que ha escrito «muchísimas chilindrinas, a guisa de cró-
nicas, que llaman ahora». O sea, «cuadros rústicos y urbanos»
que publicó en El Espectador de Medellín a partir de 1914. Es-
te Balzac criollo retrata con agudeza a sus contemporáneos, de
distintas capas sociales, para mostrar al estilo del satírico la de-
cadencia social. Fueron crónicas de madurez, que alternaba con
sus novelas, como gimnasia para tonificar el estilo.
Contemporáneo de Luis Tejada y fuerte competidor
suyo fue Romualdo Gallego, gran estilista, observador de lo
minúsculo, psicólogo del detalle menudo. Rafael Arango Ville-
gas, caldense, animó el género con sus delirantes relatos de cos-
tumbres o retratos de sociedad. Y el bardo Porfirio Barba Ja-
cob lo aceitó y lo cargó de munición en sus artículos del exilio
centroamericano.
LA VALLUNA
El precursor de la crónica en la prensa caleña fue Car-
los Villafañe, el famoso Tic-Tac, que comenzó a publicar en la
modernísima revista Cromos, cuna del género y gabinete de las
mejores plumas. Uno de sus principales recursos era el juego
de palabras para producir el choque de las ideas, lo que ex-
plica el éxito de Villafañe en la prensa capitalina, donde era
considerado «el rey del calambur».
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Prólogo
LA SANTANDEREANA
Joaquín Quijano Mantilla, el ingenioso hidalgo santan-
dereano, recogió en sus andanzas leyendas, costumbres y tra-
diciones. Sus libros de crónicas se volvían best sellers tan pron-
to salían de las prensas de Cromos. Juancé también gozó de
gran predicamento entre los lectores por sus crónicas humo-
rísticas con la guinda del detalle preciso de color.
Pero fue el ya citado Barrera Parra el maestro de la
modernidad por su inventiva, su poder de síntesis y renovación
de la metáfora. Sus Notas de Week-End ofrecen el contraste
entre las montañas santandereanas y las estampas cosmopoli-
tas, salpicadas de vocablos extranjeros y de asombros. «Por las
retortas de su prosa vigorosa pasaban escenas del barrio negro
de Harlem, pastores protestantes que se degollaban con el do-
rado filo de una Biblia, los abuelos de Mogotes, los inventores
del “pichón” santandereano y las ancas vituminosas de Josefi-
na Baker», dijo Achury Valenzuela67.
Y hubiéramos querido no olvidar al nortesantanderea-
no Rafael Gómez Picón, quien dejó en sus Estampillas de tim-
bre parroquial (1937) la impronta de su talento notaligerista,
pero como ocurrió también con José Mar, Eduardo Guzmán
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LA BOYACENSE
El magisterio de la buena prosa lo ejerció el centenarista
Armando Solano, quien lo sostuvo desde los años veinte hasta
los cincuenta. El tunjuano José Umaña Bernal, de la genera-
ción de los Nuevos, continuó en la senda de la sindéresis y el
buen gusto con los microensayos que denominó «Carnets», de
estilo sobrio y astringente. Y con Próspero Morales Pradilla
esas notas se encumbraron en el «Mirador» como la columna
más frecuentada de El Tiempo.
LA COSTEÑA
El grupo de Barranquilla tuvo alta figuración en este
género del articulismo breve que ejercieron Alfonso Fuenma-
yor, Álvaro Cepeda Samudio y, por supuesto, Gabriel García
Márquez, inspirados por el legendario «sabio catalán» Ramón
Vinyes, quien nutría sus espíritus en la tertulia de la Cueva.
Tomaron el testigo autores como Ramón Illán Bacca, Ernesto
McCausland y Heriberto Fiorillo, cuya jugosa prosa parece
licuada con corozo en el quiosco de la esquina.
En muchas de estas crónicas se atisban historias y per-
sonajes que luego saltaron a la posteridad literaria de los auto-
res, las cuales sobresalen en la muestra por su sabor caribeño
inconfundible.
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Prólogo
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SANTAFEREÑAS
Son dos. Las verá usted siempre entre las ocho y las diez
de la mañana cuando el sol empieza a templar la atmósfera de
las calles y a producir agitación en ellas. Van siempre juntas y
son muy parecidas aunque la estatura de la mayor es como en
dos pulgadas superior a la de la otra. Visten de negro, llevan la
mantilla con esa perfección que inventó la señora bogotana para
hacer más visible el seno y sugerir las líneas del talle. Rosaditas,
frescas, muy robustas y de baja estatura, ágiles y casi precipi-
tadas llevan tras de sí una estela de juventud. Los ojos negros,
pequeños, muy redondos, saltones, vivarachos y expresivos,
contrastan con el puro color rosado de las mejillas y con el rojo
de los labios. Las narices cortas, un poquito romas vueltas ha-
cia arriba con no sé qué expresión de desafío, parecen el com-
plemento riguroso de aquellas dos caras bogotanas, que a no ser
El poeta José Asunción Silva nació en Bogotá en 1865 y murió en su ciudad natal
en 1896. Su padre, don Ricardo Silva, era escritor costumbrista, por lo que desde
niño se familiarizó con las letras. Fue colaborador asiduo del periódico El Telegrama,
de Jerónimo Argáez. Combinó sus actividades literarias —poemas, novelas, ar-
tículos— con el comercio y la diplomacia. Su influencia en la poesía colombiana fue
determinante. Se quitó la vida a los 31 años no cumplidos, cuando era un afamado
escritor.
* Estas prosas salieron a la luz en El Telegrama, en 1891, y fueron recuperadas por
Lecturas Dominicales de El Tiempo en mayo 19 de 1996. Aunque se publicaron de
manera anónima, su autor fue Silva, como lo garantiza su biógrafo Enrique Santos
Molano.
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EL GOZQUE MORIBUNDO
Está el cielo de un color blanco-sucio. Cae con ligeras
intermitencias una lluvia finísima que no moja pero que irrita
la piel en los puntos en que la toca, ni más ni menos que un
pinchazo de agua sutilísima. En medio de la calle sobre el pol-
vo ligeramente humedecido está un perro gris en las convulsio-
nes que preceden y determinan la muerte de un organismo en-
venenado con nuez vómica. El animal no se queja. La poca vida
que le resta parece concentrada en los ojos sobre los cuales no
pasa la sombra de la muerte sino el brillo siniestro de la tortu-
ra. Las piernas se encogen y se estiran sin ritmo, y a veces vi-
bran como un trozo de madera fijo por una extremidad. El ja-
deo es rápido, los movimientos del pecho revelan ansiedad
suprema.
La gente va pasando, sin mirar al moribundo. Solo dos
chicos se paran a contemplar la escena como si fueran artis-
tas. Uno de ellos tras corta observación se agacha a coger polvo
humedecido y se lo tira por manotadas en los ojos y entre la
boca abierta a la bestia moribunda; el otro sin preliminares
ningunos contraviene las leyes de policía y salubridad derra-
mando sobre la piel del enemigo indefenso un líquido trans-
parente, color de oro que se evapora a medida que va cayendo.
En los ojos de estas criaturas se ve el gusto cruel del animal
inerme que encontrara un enemigo formidable en incapacidad
de hacer daño. El odio recogido por la lucha de la niñez mero-
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