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Antología de

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Selección y prólogo de
Maryluz  y Daniel  
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© 2011, Maryluz Vallejo. Daniel Samper Pizano


© De esta edición:
2011, Distribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S. A.
Calle 80 No. 9-69
Teléfono (571) 6 39 60 00

• Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S. A.


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Avda. Universidad, 767, Col. del Valle,
México, D. F. C. P. 03100
• Santillana Ediciones Generales, S. L.
Torrelaguna, 60. 28043, Madrid

ISBN: 978-958-704-966-4
Impreso en Colombia - Printed in Colombia

Primera edición en Colombia, febrero de 2011

© Diseño de cubierta: Santiago Mosquera Mejía


Imágenes de cubierta: © Luis Tejada: Archivo fotográfico El Tiempo S. A.
Álvaro Cepeda Samudio: © Archivo fotográfico Santillana
José Asunción Silva: © Archivo fotográfico El Tiempo S. A.
Tomás Carrasquilla: © Archivo fotográfico Santillana
Laura Restrepo: © Juan Carlos Tomasi
Héctor Abad Faciolince: © Daniela Abad
Emilia Pardo de Umaña: © Rosario del Castillo Pardo
Alberto Lleras Camargo: © Archivo fotográfico El Tiempo S. A.

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o cualquier otro, sin el premiso previo
por escrito de la editorial.
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A la memoria de Mariano José de Larra (Fígaro)


y Luis Tejada, maestros de la nota ligera
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CONTENIDO

Prólogoca en la historia de colomb 19

JOSÉ ASUNCIÓN SILVA


Santafereñas 61
El gozque moribundo 62
Hipódromo 63
San Francisco 64

CLÍMACO SOTO BORDA (Casimiro de la Barra)


Por esas calles 66

JULIO VIVES GUERRA


Vegetarianos de camama 70

CARLOS VILLAFAÑE (Tic Tac)


Su majestad la moda 74
Un deslenguado 77
Cirugía dental 79

TOMÁS CARRASQUILLA
La ley seca 83
Defensa de la pereza 84
Avaros 85

ALBERTO SÁNCHEZ DE IRIARTE (Dr. Mirabel)


El extranjerismo 87
Su excelencia el músculo 90

ARMANDO SOLANO
El culto de la decadencia 96

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Antología de notas ligeras colombianas

Las sociedades secretas 98


Una hora más 100

LUIS TEJADA
Los ojos 104
Los cajeros 107
La pobreza 108
El elogio del zapato 111

JOAQUÍN QUIJANO MANTILLA


De la felicidad femenina 113
Las viejas de Rendón 115

CARLOS TORRES DURÁN (Car-Tor)


El amor que pasa… 118
La última moda… 120
Los hombres de la carrilera 122

CARLOS ARTURO SOTO (Valerio Grato)


Apuntes del barrio 124
Morfinomanía 126
Su majestad la moda 128

ROMUALDO GALLEGO
El filipichín 131
El borrador de los lápices 134
Los tejados 135

GERMÁN ARCINIEGAS
Aurigas y choferes 138
Los humoristas 140
El problema del ocio 142
Y sobre yo mi sombrero 143

TOMÁS RUEDA VARGAS


Regaño mínimo 146

ALBERTO LLERAS CAMARGO (Allius)


Historia ingenua de una capa 149
Mi pipa 153
La revolución 154

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Contenido

ENRIQUE SANTOS MONTEJO (Calibán)


Peluquero trasquilador 158
Gómez y el tropicalismo 159
Los primeros en la luna 160
Algo es algo 161
Los cotudos 163

PORFIRIO BARBA JACOB


Los mataperros 165
La epopeya del burro 167
Intermezzo cómico 167
Necesidad de la evasión 168

EMILIA PARDO UMAÑA


Los inmigrantes 170
L’autoridá 172
Las enamoradas 174

RAFAEL ARANGO VILLEGAS


Las medias de hulla 177
¡Muerta! 179

ADEL LÓPEZ GÓMEZ


El turista inmóvil 182
Fantasía en perfume 184
El bacilo del homicidio 185

JUAN LOZANO Y LOZANO


Escenas de verano 188
Pobres ricos 189
Diálogo en el baile 191
Retratos 192

BLANCA ISAZA DE JARAMILLO MEZA


Por el mundo de lo pequeño 194
El fatal «exterminio» 197

HERNANDO TÉLLEZ
Música de organillo 200
El descanso 203

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Antología de notas ligeras colombianas

JUAN CRISTÓBAL MARTÍNEZ (Juancé Martínez)


Los bandoleros 206
La vuelta a Colombia 207
El cuento de nunca acabar 209

RAMÓN VINYES
Las alegrías 211
Lo «standard» 212
El paquete chileno ¿neófitos? 213
Carnaval 214

ALFONSO FUENMAYOR
Breve elogio de los pies 217
Las buenas maneras, ¿qué se hicieron? 220
El activo de la cursilería 222

EDUARDO CABALLERO CALDERÓN (Swann)


Siempre en domingo 224
Jubilación 225
El esnobismo 227
Tango 229

LUCAS CABALLERO CALDERÓN (Klim)


Otra vez Mahatma 231
Fútbol 233
Las mujeres del futuro 234
Los callos 236

EDUARDO ZALAMEA BORDA (Ulises)


La náusea 238
La tienda 239
Espejos 240
La exportación de la chirimoya 241

JOSÉ UMAÑA BERNAL


El dandysmo 243
Divagación del optimista 244
Trabajo al amanecer 247

ÁLVARO CEPEDA SAMUDIO


La gallina de Tuluá 250

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Contenido

El veto a Mickey 252


Decadencia de las suegras 253

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ


La sirena escamada 256
Está de moda ser delgado 257

HÉCTOR ROJAS HERAZO


En la muerte del maestro 262
Los personajes que parecen etiquetas 263
Llegaron los rompe-huesos 266
El cementerio de los automóviles 267

SOFÍA OSPINA DE NAVARRO


El sinsombrerismo 269
La línea 270
Déjennos tranquilas 272

ALBERTO ÁNGEL MONTOYA


La paradoja 275
Esther se ha pintado el pelo 276

PEDRO GÓMEZ VALDERRAMA


Desfiguración de las palabras 281
La vida entre los libros 283

ÁLVARO BEJARANO
El piyama de carne 286
El peligro de roncar 288
Los relojes 289

ALFONSO BONILLA ARAGÓN


Un cura de pueblo 292
El plomero 294

JOSÉ GERS
¿Se casará Conchita? 297
Bicarbonato y aspirina 298
Las bellas bocas con microbios 299
Frazadas 301

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Antología de notas ligeras colombianas

PRÓSPERO MORALES PRADILLA


Premio al ciclista desconocido 303
La falsa grandilocuencia 304
Ocio remunerado 306
Importación de aureolas 308

EDUARDO MENDOZA VARELA


El golpeador 310
El negocio de la sonrisa 311
Los week-ends 314
No paga el viaje 314

ENRIQUE CABALLERO ESCOBAR


El luto 316
Cartas al Niño Dios 319

ALFONSO CASTILLO GÓMEZ


El boxeo de antes 322
S.M. El hincha 323
La importancia de la nariz 325
Cosas de novios 327

GONZALO ARANGO
Petaca y patíbulo 330
Desquite 332

ÁLVARO CASTAÑO CASTILLO


El café del Rhin y la palabra churro 337
No más animales en los circos 340

ÁLVARO BURGOS PALACIOS


Colección de tipos raros 342
Mejor «personalmente en persona» 344
Milagros del verano tropical 345

ENRIQUE SANTOS CALDERÓN


Oda sin rubor a Disney World 348
Prohibida la champeta 351

DANIEL SAMPER PIZANO


Para la mujer fea, con una rosa 355

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Contenido

El bobo del pueblo 357


Devuélvannos el infierno, por favor 359

ANTONIO CABALLERO
Envidia 363
Elogio del mozo de espadas 365

ARTURO ALAPE
Los peligrosos homónimos 369

HÉCTOR RINCÓN
Habichuelas 373
Orgullo 375
Gustos 376

ÓSCAR COLLAZOS
Soy zurdo, a mucho honor 378
Elogio del bacán 380
La arruga es bella 382

ALFREDO MOLANO
La máquina de escribir 384
De millón 386

ALBERTO AGUIRRE
El virus del bolero 389
La vida sin carro 391

JUAN GOSSAÍN
Mi pobre máquina… 394
El objeto volador más identificado 397
Béisbol: juego de astronautas y poetas 399

EDUARDO ESCOBAR
Homenaje al bluyín 403
Martingalas del teléfono 406

RAFAEL CHAPARRO MADIEDO


La actitud del té 409
La bondad de las vacas 410
La ciudad que queda al sur de las nubes 411

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Antología de notas ligeras colombianas

ERNESTO MCCAUSLAND
Los gallinazos de Pedro Pérez 413
Réquiem por la tertulia 415

GUSTAVO TATIS GUERRA


Bolita de uñita 418
Lágrimas por un caballo 420

LISANDRO DUQUE
Se escriben artículos 423
La cacerola 425
Una bestia completa 427

EDUARDO ARIAS
Castellano moderno 430
Bogotá, fea y barrigona, pero seductora 432

HÉCTOR ABAD FACIOLINCE


Elogio de la mujer brava 435
El furor de tener libros 438
Desde una hamaca 440

MAURICIO POMBO
Rabias tristes 444
De alfeñiques a badulaques 446
Música látex 447

MAURICIO OBREGÓN
Las perlas de La Guajira 450
El alma rusa 453

RAMÓN ILLÁN BACCA


Los lenguajes olvidados 456
Frases de cajón 458

HERIBERTO FIORILLO
Bailar el amor 460
Lenguas, no armas de fuego 462

FERNANDO GARAVITO
Cualquier día, cualquier calle 465

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Contenido

Derecho a la tristeza 467


Historia con gallinas 468

MARIANNE PONSFORD
MAD 470
Defensa de los viejos verdes 472

CRISTIAN VALENCIA
Un aprendiz de Billy The Kid 477

LAURA RESTREPO
Hay que saber pitufar 480
Kitsch en la alpargata 483

CARLOS CASTILLO
El nuevo Kafka 485
En la oscuridad de la noche 487

PASCUAL GAVIRIA
Reliquias y basurales 490
The Fat Duck 492

JUAN JOSÉ HOYOS


Paisaje con jinetes 494

ÁNGELA ÁLVAREZ VÉLEZ


Tango del Brownie 498
El fin de la tiranía de lo cursi 500

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PRÓLOGO

FILOSOFÍA DE BOLSILLO
En los últimos siglos la relación amor-odio entre el pe-
riodismo y la literatura ha pasado por tres grandes etapas.
La primera, cuando, a mediados del siglo XIX, el perio-
dismo acomodó sus formatos para acoger expresiones común-
mente consideradas de rango literario. Es entonces cuando
aparecen en Colombia impresos de diversa periodicidad dis-
puestos al servicio de la literatura, como El Neogranadino, La
Estrella Nacional, El Albor Literario, Fígaro, El Museo, El Re-
lator, El Trovador y La Biblioteca de Señoritas. Allí prospera-
ron la poesía, el folletín, el relato costumbrista y la divulgación
de autores extranjeros. Se trata de un fenómeno propio del ro-
manticismo, que encuentra casos semejantes en otros países
americanos.
La segunda, cuando dentro de los formatos caracterís-
ticos de la prensa surgió un género literario caracterizado por
los escritos breves, de cuidado estilo y dosis medidas de poesía
y humor. En la presente antología denominaremos notas lige-
ras a esta clase de textos. Es común llamarlos también crónicas,
crónicas modernistas, crónicas literarias o artículos, como se
acostumbra en otros países iberoamericanos e incluso en Co-
lombia (El Espectador tenía la popular sección «Cronistas pro-
pios» donde se publicaban las columnas de Luis Tejada y
Armando Solano). Pero queremos evitar que se presente confu-
sión entre las notas ligeras y otro tipo de escritos periodísticos,

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Antología de notas ligeras colombianas

también denominados crónicas, que, con el reportaje y la en-


trevista, pertenecen al orden de los géneros narrativos, y aun
con las viejas crónicas que describieron los episodios fundacio-
nales del Nuevo Continente. De este modo proseguimos con
la denominación que se escogió en otros volúmenes de esta mis-
ma serie de antologías1.
En lengua española, la nota ligera coincide con el auge
del modernismo y en Colombia alcanza su esplendor en los años
veinte con autores que engolosinan a los lectores desde las co-
lumnas personales. Estas notas se mantienen vigorosas e invic-
tas en el pulso de la opinión durante varias décadas.
La tercera etapa en la relación de prensa y periodismo
se produce de manera estable a partir del ecuador del siglo XX,
cuando cierto tipo de literatura narrativa empieza a ser conside-
rada poco menos que un género periodístico. Determinados
reportajes largos trabajados con hechos reales y técnicas lite-
rarias, como Hiroshima (1946), de John Hersey, y A sangre fría
(1966), de Truman Capote, se consideran pioneros de la fusión
de periodismo y narrativa. Existen, sin embargo, numerosos
reportajes que, incluso en Colombia, habían anticipado ya esta
ola que algunos bautizaron «nuevo periodismo».
La presente antología se ocupa de recoger textos sobre-
salientes que pertenecen a la segunda etapa; aquella en que mu-
chos poetas y novelistas famosos alternan con periodistas ilus-
tres en las páginas de diarios y revistas y publican allí sus notas
de espíritu leve y meticulosa redacción vinculadas a la actua-
lidad por pespuntes que en ocasiones eran apenas mínimos.

1 Daniel Samper Pizano (ed.), Antología de grandes crónicas, tomos I y II, 2003 y
2004, Ediciones Aguilar, Bogotá.

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Prólogo

HEREDERA DEL ENSAYO


La nota ligera es tataranieta del ensayo, novedad litera-
ria que inaugura el francés Michel de Montaigne en la segunda
mitad del siglo XVI. Su contenido es la reflexión en prosa sobre
un tema a partir de experiencias, observaciones, gustos perso-
nales e ilustración propia que se expone en un escrito general-
mente no muy extenso con el ánimo de divulgar y compartir
sensaciones y pensamientos. Se trata de una especie de filoso-
fía ligera, vehículo de consideraciones más o menos hondas so-
bre temas variados, que lo mismo se ocupa de asuntos tan grue-
sos como la filosofía y la muerte como de aparentes nimiedades:
la ceremonia de entrevista con el rey, por ejemplo. «No hay
asunto, por insignificante que sea, que no merezca figurar en
esta rapsodia», se justifica el escritor francés2.
Uno de quienes mejor exponen lo que es aquel nuevo
género que desde sus inicios queda sólidamente instalado en
la cultura occidental es el desaparecido profesor antioqueño Jai-
me Alberto Vélez. Él describe así la obra de Montaigne:

Montaigne inaugura un modo personal de ver el mun-


do. Ya no se busca, como ocurría hasta entonces, anteponer
la religión, el poder político o la ciencia a los simples hechos.
Ahora se trata de mirar con los propios ojos la realidad cir-
cundante. Lo novedoso en Montaigne —como suele decirse
en una terminología moderna— reside en su punto de vista.
Este carácter personal no significa, sin embargo, que
el ensayo consista en un género autista. Todo lo contrario.
Desde su nacimiento se caracterizó por reconocer el papel
determinante de la cultura y de la información. Uno de los

2 Michel de Montaigne, Ensayos, cap. XIII, pág. 34. http://www.cervantesvirtual.


com/servlet/SirveObras/01372719700248615644802/index.htm

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Antología de notas ligeras colombianas

aspectos más notorios y característicos de los Essais radica


en las citas frecuentes: 1.264 tomadas de autores clásicos
latinos, y ochocientos de otras fuentes. El ensayo, en conse-
cuencia, nace como un intento abierto y liberal de plantear
las propias opiniones, lejos de la pretensión de verdad irre-
futable que tanta rigidez confería a la filosofía y a la religión
de la época. Por esta razón, Montaigne se satisface con dejar
sentada su posición, una más entre todas las opiniones
posibles.
Si los Essais han perdurado sin pretender alcances filo-
sóficos como los de Platón en los Diálogos, y lejos también
de constituirse en ciencia como la de Plinio el Viejo en su
Historia natural, ello se debe a un ingrediente distinto: su
autor habla al ser humano corriente con una voz más cerca-
na a la conversación que a la lección o al sermón3.

La definición, el alcance y el examen de la naturaleza


del ensayo han generado durante más de cuatro siglos numero-
sas reflexiones. Uno de los mejores ensayos sobre el ensayo es
el que escribió en 1992 la estadounidense Susan Sontag. Allí
señala que «la definición más exacta» y al mismo tiempo «la me-
nos satisfactoria» del género es la siguiente: «un texto en prosa
corto, o no tan largo, que no cuenta una historia». Añade que
el ensayo es «un tanto contrabandista en los solemnes mundos
de la filosofía y de la polémica», condición que le permite in-
troducir «la digresión, la exageración, la travesura». También
observa que, actualmente, los ensayos «suelen iniciar su vida en
las revistas» y «no es fácil imaginar un libro de ensayos recien-
tes inéditos»4.

3 Jaime Alberto Vélez, El ensayo. Entre la aventura y el orden, Taurus, Bogotá, 2000,
págs. 12-13.
4 Susan Sontag, «El hijo pródigo» en El Malpensante, enero-febrero de 1997, págs.
12-13. Originalmente publicado como prólogo de la antología The Best American
Essays of 1992, Houghton Mifflin, Nueva York.

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Prólogo

Con leves variaciones, la anterior radiografía del


ensayo podría aplicarse a la nota ligera, lo cual demuestra la
cercanía entre ambos géneros (término que aquí se emplea con
la venia de Sontag, pues la autora señala así mismo que el
ensayo no es un género sino «apenas un nombre que se da a
una amplia variedad de escritos»)5.

El éxito de los Ensayos de Montaigne, publicados en


1580 y 1588, condujo a la multiplicación de imitadores y la
adopción del término en varios idiomas. Destacan en Inglaterra
Charles Lamb, el doctor Samuel Johnson, Thomas de Quincey
y Jonathan Swift; en Estados Unidos, Henry David Thoreau y
Ralph Waldo Emerson. Pero en Francia solo florece realmen-
te a partir del siglo XIX con Voltaire, Jean Jacques Rousseau,
Denis Diderot, Charles Augustin Saint-Beuve, Teófilo Gautier,
y Anatole France, el librepensador francés que murió en 1924
(el mismo año que Lenin y que Luis Tejada), después de ganar
el Premio Nobel de Literatura en 1921.
En lengua española, don Francisco de Quevedo y Ville-
gas, poeta, novelista y pensador, constituye un antecedente del
ensayo y, más interesante aún, de la nota ligera. El gran escri-
tor madrileño fue contemporáneo de Montaigne, aunque más
joven que él: cuando muere el francés en 1592, Quevedo tenía
doce años. Don Francisco no solo leyó ensayos de Montaigne
—cuya primera edición data de 1580, año del nacimiento de
Quevedo—, sino que tradujo algunos textos suyos y recomen-
dó su lectura. No es de extrañar, pues, que abunden en la co-
piosa obra quevedesca los escritos de comentario personal que,
en el autor de El Buscón, estaban teñidos de su gracia inimita-

5 Ídem, pág. 11.

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Antología de notas ligeras colombianas

ble. Lo que más advierte sobre la posible influencia de Mon-


taigne en Quevedo no son, sin embargo, los extensos argu-
mentos sino los escarceos breves con aquello que el ensayista
mexicano Alfonso Reyes detectó en burlas aplicadas a «cosas
sin importancia» y que llamó «microrrealismo»6. Así, Queve-
do se regocija explorando el mundo de los agüeros y supers-
ticiones, describiendo la posición del cuerpo de los jugadores
de petanca, proponiendo un sistema para «saber todas las
ciencias y artes mecánicas y liberales en un día», dictando fal-
sas premáticas [leyes] sobre temas delirantes, comentando la
vida de «las hermanitas del pecar»…7.
No hay que olvidar, por otra parte, que al despuntar el
siglo XVII nacía en Aragón otro escritor cuyas reflexiones mora-
les ejercieron notable influencia, particularmente en sus con-
temporáneos franceses. Se trata de Baltasar Gracián, estudioso
del ingenio y la agudeza, a quien Reyes califica sin vacilaciones
como ensayista y atribuye una importante enmienda de estilo
en la lengua española: «Abandona la castiza tradición del pá-
rrafo largo» y, al perseguir «la palabra única» opta por la frase
«breve e incisiva»8.
El ensayo en lengua española debe esperar algún tiem-
po antes de producir una de sus épocas más fructíferas. Fue-
ron notables ensayistas nacidos en el siglo XIX el uruguayo Jor-
ge Enrique Rodó, los argentinos Ezequiel Martínez Estrada y
Jorge Luis Borges, el propio Alfonso Reyes, el colombiano Bal-
domero Sanín Cano y los españoles José Ortega y Gasset, Eu-

6 Alfonso Reyes, «Apostillas a Quevedo» en Cuatro ingenios, Espasa-Calpe, Mé-


xico, 1994, pág. 91.
7 Francisco de Quevedo y Villegas, Obras completas en prosa, Aguilar Editor, Ma-
drid, 1945. Textos de esta índole aparecen en numerosos escritos de su obra bur-
lesca y festiva.
8 Reyes, ídem, pág. 107.

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Prólogo

genio D’Ors, Ángel Ganivet, Miguel de Unamuno, Gregorio


Marañón, Leopoldo Alas, Clarín y José Martínez Ruiz, Azorín.

EL ENSAYO LLEGA A LA PRENSA


Cuando el ensayo llega a la prensa sufre varias transfor-
maciones. En primer lugar, adquiere mayor levedad, pues el
público al que busca carece del nivel académico que demandan
los muchos ensayos extensos y doctos. Segundo, reduce su ex-
tensión, toda vez que el diario o semanario, por su propia natu-
raleza, no permite expandirse a voluntad del autor. Tercero,
procura establecer una conexión próxima o remota con la ac-
tualidad, que es el motor de interés de la prensa, el que la ca-
racteriza como elemento informativo. Posteriormente, esta for-
ma compacta y ligera de ensayo desarrollará otras características
que veremos más adelante, como son la incorporación de algu-
nas dosis de humor y poesía, ingredientes a menudo ausentes
en la solemnidad tradicional del género.
Al decantarse por la ligereza y adoptar el formato de
la columna de prensa, surge un nuevo género de filiación lite-
raria. En Francia se identifica ya como un género periodístico
a la chronique o columna de «hechos diversos» (faits divers), que
se ocupa de las noticias raras e intrascendentes, de «las varieda-
des, los hechos curiosos y sin la relevancia suficiente como para
aparecer en las secciones “serias” del periódico. (…) Es una
suerte de arqueología del presente que se dedica a los hechos
menudos y cuyo interés central no es informar sino divertir»9 .
Esta clase de columnas se distinguen del artículo de aná-
lisis por su libertad y su impronta personal. Responden a un
impulso subjetivo y a una imaginación más atrevida que, como

9 Susana Rotker, La invención de la crónica, Fondo de Cultura Económica, México,


2005, pág. 123.

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Antología de notas ligeras colombianas

observa la profesora María Jesús Casals Carro, les permite ir


«desde la argumentación brillante hasta el recurso de la fábula
como método expresivo y persuasivo». En cambio, «lo que dis-
tingue a la columna analítica es el estilo y el tono empleado en
los razonamientos, que son desapasionados, abiertos en mu-
chas ocasiones a varias interpretaciones posibles»10.
Para el maestro Gonzalo Martín Vivaldi, «el ideal del
artículo periodístico es el literario-poético-filosófico-humorís-
tico, que nos dará una amena lección de cualquier cosa con gra-
to estilo, profundidad de pensamiento, aliento poético y unas
gotas de humor, de buen humor»11. Descripción que corres-
ponde, evidentemente, a la nota ligera.

LOS MODERNISTAS
Uno de los elementos catalizadores de la aparición de
la nota ligera en lengua española fue la poderosa presencia del
movimiento modernista, aquel primer impulso de revolución
literaria que partió de América hacia España. Ocurrió a fines
del siglo XIX. Se considera que el libro Azul, del nicaragüense
Rubén Darío (1867-1916), marca en 1888 el comienzo del mo-
dernismo. De hecho, algunas de las páginas de Azul anticipan,
por su prosa breve y narrativa, futuras columnas que escribie-
ron en la prensa los modernistas. Pero Darío también es con-
siderado «El príncipe de la modernidad» en las letras fugaces
de la prensa chilena y argentina, como se aprecia en sus Prosas
profanas y otros poemas (1896).
El cubano José Martí (1853-1895) fue uno de los pri-
meros y prolíficos autores en América que escribió crónicas,

10 María Jesús Casals Carro, «La columna periodística: de esos embusteros días del
ego inmarchitable» en Estudios sobre el Mensaje Periodístico, Universidad Complu-
tense, Madrid, 2000, No. 61, págs. 39 y 43.
11 Citado por Teodoro León Gross, El artículo de opinión, Editorial Ariel, Bar-
celona, 1996, pág. 168.

26
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Prólogo

columnas y retratos que anunciaban la nota ligera. Martí es uno


de los iconos de la transición literaria del romanticismo al mo-
dernismo y del «género mixto» o «encuentro del discurso lite-
rario y periodístico»12, como lo denomina la también desapa-
recida crítica Susana Rotker.
Al igual que Martí, contribuyeron a afianzar la nota li-
gera en diversas publicaciones del continente otros caracteriza-
dos autores que hicieron el tránsito del romanticismo al moder-
nismo, como su compatriota Julián del Casal, con sus crónicas
sobre la sociedad habanera, publicadas en 1893 (antes de mo-
rir a los treinta años del mal de los románticos: la tuberculosis),
el propio Rubén Darío y los mexicanos Amado Nervo (1870-
1919) y Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895).
El caso de Nervo es particularmente interesante. Fue
un poeta celebérrimo, cuya popularidad solo cabría comparar
con la de los rockeros de hoy. Falleció a los 48 años, en mayo
de 1919, cuando se desempeñaba como ministro plenipoten-
ciario de México en Argentina y Uruguay. La repatriación de
su cadáver fue un suceso de veneración colectiva y despliegue
naval: la corbeta Uruguay realizó el viaje con el féretro entre
Montevideo y México escoltada por buques de varias naciona-
lidades. Cada parada en puerto desataba un homenaje multi-
tudinario. El último y definitivo se lo tributaron en noviembre
en el Distrito Federal trescientas mil personas que acompaña-
ron los despojos del poeta a la Rotonda de Hombres Ilustres.
Aunque la poesía es lo que convierte a Nervo en un
semidiós en aquellos tiempos en que aún se declamaba a viva
voz en los saraos y la gente pagaba por oír un recital poético,
más de las tres cuartas partes de su obra están escritas en pro-

12 Rotker, op. cit. pág. 17.

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Antología de notas ligeras colombianas

sa. Buena porción de ellas son notas leves, producto de una


prosa «ligera, burlona, inquieta, curiosa, sencilla, incisiva»13.
Entre 1900 y 1913, Nervo llenó cientos de páginas de prensa
con sus columnas. Los títulos de algunas de ellas revelan el ca-
rácter de su contenido: «El mayusculismo» («la tendencia a es-
cribir con mayúscula una infinidad de palabras que no la necesi-
tan»), «Mi bastón», «Impuesto sobre las faltas de ortografía»,
«Gatos suicidas», «El amigo de los pájaros»…14.
Nervo se burla de los esnobs, de la ociosidad de la no-
bleza, de la impersonalidad de los hoteles lujosos, de los reco-
rridos turísticos obligados; en fin, son crónicas de ambiente y
de personajes escritas con la economía de palabras del poeta
curtido y la ironía que sorbió de maestros como Anatole Fran-
ce, Remy de Gourmont y de Azorín para dejar caer frases sen-
tenciosas, como: «El matrimonio es el paraíso de hoy y el in-
fierno dantesco de mañana», de la crónica «Divaga divagando».
En 1906, al publicar una entrevista con otro autor
modernista —el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo (1873-
1927)— Nervo describe el estilo de los escritos de prensa de
su colega. El párrafo parece también una radiografía de los
suyos: «El artículo furtivo de la crónica diaria, de la noticia
ligera, de esa cualidad salpicada de un vago perfume y de un
poquillo de oro, como el sutil polvillo que levantan las “victo-
rias” de las duquesas, de las actrices y de las cocotas en las ave-
nidas del Bois»15.
A propósito del guatemalteco Gómez Carrillo, sus
crónicas de Buenos Aires y de París, epicentros de la moder-
nidad y de la vida cosmopolita a comienzos del siglo XX, ex-

13 Manuel Durán, prólogo a Cuentos y crónicas de Amado Nervo, Universidad


Nacional Autónoma de México, México, 1971, pág. viii.
14 Ídem, págs. 69, 72, 85, 102, 255.
15 Ídem, pág.150.

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Prólogo

plican por qué fue uno de los escritores más admirados de su


tiempo. Y el más afrancesado.
Entre otros latinoamericanos que influyeron el estilo
de nuestros diaristas está el peruano Ricardo Palma, cuyas
Tradiciones peruanas y Cachivaches (artículos literarios) impac-
taron el cotarro santafereño por la viveza de las imágenes, aun-
que hoy los capitalinos miren con indiferencia su monumento
frente a la iglesia de Las Aguas. También el ecuatoriano Juan
Montalvo, cronista, ensayista y polemista de tintes satíricos, fa-
moso por sus Catilinarias —satíricas diatribas contra sus adver-
sarios—, que le costaron el destierro (murió en París en 1889).
De Argentina, Roberto Arlt dejó el legado de sus agua-
fuertes porteñas y españolas, brillantes notas de ambiente, de
ciudades y de personajes, tan internacionales que en Colom-
bia los articulistas pronto se apropiaron de la etiqueta. Su maes-
tro fue el uruguayo Juan José de Soiza Reilly (1879-1959)16, co-
laborador de la revista Caras y Caretas y del diario Crítica. «Si
Roberto Arlt inaugura la literatura argentina del siglo XX, Soiza
Reilly prefigura la literatura del siglo XXI, indefectiblemente
aparejada a los medios de reproducción masiva»17. De Soiza fue
el insuperable artista de la crónica ligera, que murió en Buenos
Aires, tras medio siglo de periodismo radial y escrito y de amor
al tango.

EL ARTÍCULO EN ESPAÑA
De los autores españoles, Azorín, Ramón Gómez de la
Serna, Wenceslao Fernández Flórez y Julio Camba fueron, se-

16 En Colombia gozó de cierta divulgación, y en la revista Repertorio Selecto, de


Daniel Samper Ortega, publicó su obra cumbre de 1914, «La ciudad de los locos»
(No. 54, 19 de noviembre de 1935).
17 Juan Terranova, blog. http://www.elinterpretador.net/elescritorperdido.html,
recuperado en septiembre de 2008.

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Antología de notas ligeras colombianas

guramente, los que mayor influencia ejercieron durante buena


parte del siglo XX en los articulistas de notas ligeras en lengua
española y, por ende, en los columnistas colombianos.
El primero en colonizar los predios literarios en la
prensa fue Mariano José de Larra (Fígaro), quien nació en
Madrid en 1809 y se suicidó a los veintiocho años. Fue consi-
derado el gran costumbrista satírico del siglo XIX en lengua
castellana; el romántico heredero del espíritu de la Revolución
francesa. «Larra es un vino de la cosecha de Swift, que estuvo
en las bodegas de Montesquieu y acaba de verterse en los odres
nuevos de la sátira romántica», comentó Gabriel Alomar, mo-
dernista catalán.
Fue muy extendida la simpatía que despertaron las gre-
guerías de Gómez de la Serna (1888-1963), brevísimos textos
casi aéreos, tocados de humorismo y poesía, donde el autor
aspiraba a «recoger cosas muy locales, muy pasajeras, muy efí-
meras»18. Resulta fácil adivinar el espíritu de las greguerías en
muchas notas ligeras de otros autores, aunque el formato de
la columna se parece más, por estructura y extensión, a las que
Gómez de la Serna denominaba «observaciones» o «capri-
chos». Entre los discípulos de Gómez de la Serna es justo men-
cionar al periodista, poeta y novelista madrileño César
González-Ruano (1903-1965), autor de más de 30.000 «artícu-
los» (notas ligeras), algunas de ellas antológicas. González-Rua-
no fue el precursor de los autores en causa propia que, como
Francisco Umbral, creaban un personaje a partir de sí mismos.
Con César González-Ruano (1903-1965), Julio Camba
(1881-1962) es, posiblemente, el mejor exponente español de
los autores de notas ligeras. Al describir su estilo y las caracte-

18 Ramón Gómez de la Serna, Obras completas IV: Ramonismo II, Greguerías, Mues-
trario; Círculo de Lectores, Barcelona, 1997, pág. 48.

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Prólogo

rísticas de los artículos de Camba, el crítico Pedro Ignacio Ló-


pez García describe también el género al que corresponden:
«Sus trabajos, resueltos en cuatro, cinco párrafos de frases nun-
ca largas, con pocas pero siempre buenas ideas, es lectura que
hace cualquiera en un minuto… Siempre supo poner en sus
artículos […] unas notas de humor, incluso de poesía, que acer-
can por un lado sus páginas al poema en prosa y, por otra, lo
emparentan con el artículo de costumbres»19. En cuanto a Gon-
zález-Ruano, ampliamente estudiado por Miguel Pardeza y
publicado por la Fundación Mapfre —que otorga un afamado
premio anual en este género de notas con el nombre del perio-
dista—, fue prolífico autor que dejó miles de artículos, entre-
vistas y reportajes.
Con el tiempo, la tradición de la nota ligera ha produ-
cido un admirable destilado en la prensa española. Se lo llama
indistinta y vacilantemente «artículo», a secas, o «columna». Por
encima de las obvias diferencias entre autores, está claro que
es un esfuerzo literario realizado en un modelo periodístico de
extensión breve y fija, de aparición regular y de ubicación inva-
riable, enderezado a elaborar un comentario u observación a
partir de un hecho de actualidad. Pedro de Miguel, que ha es-
tudiado esta clase de notas y es autor de una antología de articu-
listas españoles del siglo XX, considera que en él están presen-
tes no solo la vieja crónica ensayística, sino también el artículo
de opinión característico del periodismo anglosajón. El caso
es que, apoyándose en una cita del escritor y articulista Fran-
cisco Umbral, considera que es fenómeno típico y significativo
de la transición española20.

19 Pedro Ignacio López García, prólogo a Julio Camba: páginas escogidas, Austral,
2003, Madrid, pág. xvi.
20 Pedro de Miguel (ed.), Articulismo español contemporáneo: una antología, Ma-
renostrum, Madrid, 2004, pág. 11.

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Antología de notas ligeras colombianas

El propio Umbral (1935-2007), Antonio Burgos, Juan


Cueto, Arcadi Espada, Elvira Lindo, Rosa Montero, Raúl del
Pozo, Andrés Trapiello, Luis Landero, Arturo Pérez Reverte,
Manuel Rivas, Maruja Torres, Manuel Vázquez Montalbán, Al-
fonso Ussía, Vicente Verdú y Juan José Millás son algunos de
los numerosos articulistas de la prensa española al despuntar
el siglo XXI.
Los maestros vivos son, indiscutiblemente, Juan José
Millás, modelo de distancias cortas, surrealista e ingenioso
—autor de una curiosa fórmula de «articuentos»—, y Manuel
Vicent, cuyas columnas en forma de relato son fabulaciones so-
bre la realidad inmediata. El periodista español Juan Cruz afir-
ma de Millás que «ha rejuvenecido el simbolismo del artículo
en España»21. En cuanto a Vicent, opina: «Fabula porque re-
tuerce lo que narra, cuando lo hace de viva voz, hasta extraer
todo el aceite, toda la proteína, convirtiendo el relato en una
especie de análisis de sangre lento, minucioso, notarial. Y sin
haber tomado ni una sola nota. Cuenta como si estuviera re-
gresando al lugar de los hechos… Si alguien no cree lo que di-
ce, porque lo encuentra inverosímil, se está perdiendo la sucu-
lencia de la realidad»22.

LA CRÔNICA BRASILEÑA
Si hay un país que ha tomado como señal de identidad
literaria la nota ligera, ese es Brasil. Llamada crônica, se la consi-
dera «un género típicamente brasileño»23, afirmación que pa-

21 Juan Cruz, «Los artículos de Millás», en El País, Madrid, junio 12 de 1999, pág.
49.
22 Juan Cruz, «La maleta del viajante», en Cuadernos Hispanoamericanos, No. 693,
marzo de 2008, Agencia Española de Cooperación Internacional, págs. 39-40.
23 Humberto Werneck (ed.), Boa companhía: crônicas, Companhia Das Letras, San
Pablo, 2005, pág. 7.

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Prólogo

rece ser, esa sí, una hipérbole típicamente brasileña. Su mate-


ria prima es la misma que las notas ligeras escritas por autores
en español: «Caben en esta rótulo ecuménico desde la peque-
ña pieza de ficción hasta el poema en prosa, pasando por la
reflexión acerca de las pequeñeces de lo cotidiano»24.
En el prólogo de su libro Crónicas escogidas, publicado
en 1887, el también novelista Machado de Assis afirma: «No
puedo decir con certeza en qué año nació la crónica; sin embar-
go, existe la posibilidad de creer que fue coetánea de las pri-
meras dos vecinas. Estas vecinas, entre el almuerzo y la cena,
se sentaban a la puerta para desmenuzar los sucesos del día»25.
Otras definiciones ingeniosas ayudan a perfilar la crô-
nica: «literatura en mangas de camisa», la llaman los portugue-
ses; «Es como un cafecito caliente seguido de un buen cigarro»,
expresa Vinicius de Moraes; «Cuando no es aguda, es cróni-
ca», la define Rubem Braga; «Se trata de un género literario que
solo tiene de periodístico el hecho circunstancial de que apare-
ce en periódicos», comenta Wilson Martins; «Es el pájaro do-
dó de la literatura; en casi todos los países es un género extinto
—comenta Telmo Martin, con no total acierto—. Pero en la
reserva literaria brasileña es un género en constante y creciente
proliferación»26.
Su edad de oro se ubica entre 1950 y 1960 y reina una-
nimidad en torno a la figura de O Rei da Crônica: Rubem Braga.
A este autor, periodista y diplomático nacido en 1913 y falle-
cido en 1990 se atribuye en Brasil el haber sido «el único escri-
tor que ha conquistado un lugar definitivo en nuestra literatu-

24 Ídem.
25 J. M. Machado de Assis, Crónicas escogidas, Clasicosextopiso, Madrid, México,
2008, p. 10.
26 Werneck, págs. 10-12.

33
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Antología de notas ligeras colombianas

ra exclusivamente como cronista»27. Braga escribió a lo largo


de su vida cientos de columnas de una extensión que abarcaba
entre 250 y 1.500 palabras; en ellas plasmó con humor y finura
numerosas estampas cotidianas, retratos humanos, lucubracio-
nes a partir de episodios de actualidad, anécdotas y reflexiones
sobre temas minúsculos. Tiene en su país ilustres antecesores,
coetáneos y herederos, entre ellos Machado de Assis, el genial
Mario Filho —cronista deportivo en cuyo honor fue bautizado
el estadio Maracaná— Clarece Lispector, Millôr Fernandes y
Luis Fernando Verissimo.
Nelson Rodrigues (1912-1980) nació en Recife, pero
fue carioca por adopción. Satirizó las costumbres de la socie-
dad brasileña en su obra en prosa que publicó en la prensa bra-
sileña y en la literatura dramática que lo convirtió en fundador
del teatro brasileño moderno, atrevido y audaz. Nelson, hijo
y hermano de periodistas (entre ellos Mario Filho), comenzó su
carrera en 1925, como redactor de policía en el diario de su
padre, Mario Rodrigues, El Mañana, y luego en Crítica, otro
periódico que le costó la censura al clan familiar. Es famosa su
habilidad para construir frases de impacto que rezuman brillan-
te sentido del humor y que se incorporaron al acervo popular,
como: «No a todas las mujeres les gusta ser golpeadas, solamen-
te a las normales».

EL COLUMNISTA ESTADOUNIDENSE
Lo mismo que en Francia, en España, en Hispanoamé-
rica y en Brasil, la prensa de Estados Unidos cultivó la nota li-
gera en los últimos decenios del siglo XIX y los primeros del XX.
Era una herencia de los creadores del ensayo periodístico en la

27 Rubem Braga, 200 crônicas escolhidas, Editora Record, Rio de Janeiro, 2005 (25ª.
edición), presentación.

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Prólogo

prensa británica Daniel Defoe, Richard Steele y Joseph Addi-


son. En un vigoroso periodismo donde los columnistas han
sido uno de los puntales del medio, surgieron prácticamente al
mismo tiempo los comentaristas políticos, los de chismes, los
de denuncia, los humoristas y los de estilo literario. Estos últi-
mos escribían artículos que eran «un poco de todo»: al mismo
tiempo ingeniosos, poéticos y sentimentales, echaban anclas en
la actualidad y se esmeraban ocasionalmente en retratar a un
personaje. Edwin Emery, famoso historiador de la prensa es-
tadounidense, denomina a sus autores «columnistas inclinados
hacia la poesía»28. Es indudable que esos escritores angloame-
ricanos corresponden a un Julio Camba, un Luis Tejada, un
Amado Nervo, un Rubem Braga…
Entre ellos sobresale uno ampliamente conocido fuera
de su país: Mark Twain (1835-1910), autor de célebres libros
sobre dos jóvenes personajes, Tom Sawyer y Huckleberry Finn.
Twain fue también autor de notas ligeras y cronista informa-
tivo, calidad en la cual cubrió guerras y conflictos raciales para
el North American Review.
También se destacaron en este campo, entre otros, Eu-
gene Field (1850-1895) y Bert Leston Taylor (1866-1921). Field
inició su carrera en los diarios de San Luis, su ciudad natal, pe-
ro se hizo famoso a partir de 1883 en el Chicago Daily News,
donde escribió una columna de divertidas notas breves titulada
«Bemoles y sostenidos» que apacentó una lectura vasta y fiel.
Taylor también adquirió fama en Chicago, pero en su caso lo
hizo en el Chicago Tribune. Allí volvió célebres unos comenta-
rios capsulares exquisitamente escritos que seguían su título al
pie de la letra: «Uno o dos renglones». Firmaba con sus inicia-

28 Edwin Emery, The Press and America: an Interpretative History of Journalism,


Prentice-Hall Inc., New Jersey, 1962, págs. 566-567.

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antologias ligeras colombianas 12/22/10 10:16 PM Página 36

Antología de notas ligeras colombianas

les, que llegaron a ser, según se decía, las más famosas de la pren-
sa de Estados Unidos. Es reconocida su influencia en colum-
nistas de generaciones posteriores.
En la primera mitad del siglo XX uno de los escritores
más influyentes de Estados Unidos fue H. L. Mencken, «El
sabio de Baltimore». Comenzó trabajando como reportero y
luego fundó la revista de ideas The American Mercury en 1924.
Escéptico, sarcástico y librepensador, defendió todas las liber-
tades y derechos civiles desde sus tribunas periodísticas y su
fecunda obra.
Tras recorrer estas tradiciones, cabe aclarar que los mo-
dernistas hispanoamericanos se sintieron más inclinados hacia
la chronique al estilo francés que hacia el reportaje al estilo es-
tadounidense, por afinidades estéticas e intelectuales. París era
su meca, el viaje obligado de peregrinación29 y, en su defecto,
Buenos Aires. De hecho, en el diario La Nación publicaron los
más destacados ensayistas del continente.

EL ADN DE LA NOTA LIGERA


Como puede verse por el panorama que hemos proyec-
tado en las páginas anteriores, la nota ligera fue una modali-
dad de artículo breve de ingredientes mixtos que tuvo particu-
lar florecimiento en numerosos países y varias lenguas durante
la primera mitad del siglo pasado. El género sigue vigente,
aunque haya sufrido algunas transformaciones.
Semeja un juguete que estalla en las manos del lector
cuando intenta desarmarlo, una filosofía doméstica (porque no
se devana los sesos en abstrusos problemas filosóficos) y una
psicología al alcance del lego, siempre sostenida en esa colum-
na de humo de lo fugaz.

29 También en los años veinte, Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias y César
Vallejo enviaron sus crónicas desde la Ciudad Luz.

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Prólogo

La columna personal, formato que aloja la nota ligera,


hace las veces de cuaderno de bitácora donde el escritor toma
el pulso a la actualidad para interpretarla desde su peculiar pun-
to de vista. También se comba en un espacio autobiográfico,
donde el autor busca la complicidad del lector con episodios
de su vida personal. Con esta versatilidad, el cronista, el articu-
lista y el columnista encarnan el misterio de la Santísima Tri-
nidad en una sola persona.
Al someterlos a todos ellos a un detenido examen es
posible encontrar las características comunes que suelen darse
en el género, aunque evidentemente no concurran dichas
características de manera simultánea en cada columna digna
de llamarse nota ligera. Tales características principales son:

• Brevedad. Es uno de los requisitos sine qua non de


esta clase de columnas. No entraremos en el resbaloso terreno
de fijar un número de palabras o caracteres más allá de los cua-
les la nota ligera deje de ser tal, porque es imposible determi-
narlo. Pero es evidente que se trata de artículos de corto aliento,
en los cuales resulta indispensable, según Fernando Savater,
«saber renunciar a decirlo todo»30. A partir de cierto punto in-
definible, que corresponde más a la estructura que a la aritmé-
tica, se trata de ensayos o al menos de «ensayoides».
• Ingrediente lírico. El ademán poético constituye otro
de sus elementos definitorios. Dice Maryluz Vallejo sobre los
autores que nos ocupan: «Muchos oficiaban de poetas; de ahí
el aliento poético que subyace en estas breves piezas», incluso,
agrega, «cuando ya los cronistas le habían torcido el cuello al
lirismo»31.

30 Fernando Savater, «La invención del artículo» en A decir verdad, Universidad


Veracruzana, Xalapa (México), 1992, pág. 33.
31 Maryluz Vallejo Mejía, La crónica en Colombia: medio siglo de oro, Biblioteca
Familiar de la Presidencia de la República, Bogotá, 1997, pág. xvii.

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Antología de notas ligeras colombianas

• Ingrediente humorístico. Parte clave de la receta de


la nota ligera es la incorporación de una sonrisa. «El humor
—observa Savater en su disección del género— es la poesía del
artículo: aporta a ese efímero fragmento de escritura su cone-
xión con la infinitud. Lo bueno del humor es que se trata de
la cualidad más inimitable del estilo, la única para la que no
basta aplicación o maña»32. Bien puede administrarse la dosis
precisa de humor a través de gotas de ingenio o de glóbulos de
humorismo, como el que veía Manuel Durán en las notas
de Nervo: «Ligero, amable, un humorismo sin víctimas, en que
nunca, o casi nunca, hay un elemento de crueldad», como el
que se encuentra en los columnistas satíricos33. Si no humoris-
mo, al menos ingenio e imaginación deben inspirar el título de
la nota ligera. A menudo el tamaño del encabezado está limita-
do por razones de diseño y tipografía, pero bien saben quienes
se asoman a la prensa que el anzuelo que atrae al lector y cons-
tituye carta de presentación del texto subyacente es el título
que lo preside. Los detalles del arte de titular, sin embargo, son
materia que escapa a los propósitos de este prólogo.
• Ingrediente ensayístico. La nota ligera suele anidar
algún tipo de reflexión, comentario, examen o análisis mínimo
sobre el tema materia del artículo. Su hondura varía; en ocasio-
nes no pasa de unas pocas frases, y a veces constituye el múscu-
lo principal del texto, pero parecería que el autor no puede
resistirse a la tentación de dar salida al pequeño Montaigne que
todos llevamos dentro. No es extraño detectar un tono irónico,
que en sí mismo encierra una posición crítica (Ver «Plantea-
miento de una tesis», más adelante).

32 Savater, ídem.
33 Durán, op. cit., pág. xix.

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Prólogo

• Estilo cuidado. Otro de los rasgos esenciales de la


nota ligera es su atenta elaboración estilística: allí revela, más
que en ningún otro elemento, su estirpe literaria. El autor de
esta clase de textos sabe que ocupa un escenario donde no solo
cabe, sino que se espera, un mesurado y pertinente derroche de
estilo. A la nota ligera podrían faltarle alguna o algunas carac-
terísticas sin que se quebrantase particularmente. Pero, si fal-
ta el estilo —o al menos el propósito estilístico—, el derrumbe
es inevitable. Una buena manera de atentar contra el estilo
atractivo y propio es desconocer el idioma y las posibilidades
que este ofrece. «El columnista debe hablar, escribir y compren-
der su propia lengua a la perfección», sentencia Paul Johnson,
especialista en columnas de opinión34.
• Temática ecuménica. Cualquier tema es válido para
disparar una nota ligera. Desde los más nimios (una arruga en
la media de una mujer, los espejos, las gallinas, el sombrero, la
champeta, la aspirina, la pipa, el bolero) hasta los más trascen-
dentes (Dios, la muerte, el amor). El tema es el pretexto; su de-
sarrollo lo es todo.
• Aire intelectual. Legado del ensayo —su notorio
antepasado— es la vocación intelectual de la nota ligera. El
ensayo se caracterizó desde el principio por una discreta erudi-
ción expresada en forma de citas y menciones de obras y auto-
res. Algo de eso queda en no pocas columnas ligeras, que
ensartan referencias cultas cuando consideran interesante o per-
tinente hacerlo y utilizan con liberalidad palabras, frases y ex-
presiones en otros idiomas. De hecho, yace en la esencia del gé-
nero el producir, como dice Susana Rotker, «el valor residual
de mero placer intelectual»35.

34 Paul Johnson, «El arte de escribir columnas» en Al diablo con Picasso y otros
ensayos, Javier Vergara Editor, Buenos Aires, 1997, pág. 18.
35 Rotker, op. cit., pág. 228.

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Antología de notas ligeras colombianas

• Subjetividad. En el mundo del periodismo, donde la


objetividad es uno de los valores más recomendados, la nota
ligera pasta en otro corral. El suyo es el de la opinión, y allí la
subjetividad, la exposición del yo y la referencia a experiencias
y sensaciones personales son la materia básica de la obra.
• Libertad formal. El articulista se siente libre de com-
promisos estilísticos y puede darse el lujo de experimentar con
estructuras, lenguajes y aun con recursos tipográficos. El rico
repertorio de figuras retóricas, en particular de la metáfora, es
la forja ideal para el género.
• Espíritu urbano. Sin pretender sugerir que la nota
ligera se nutre de una circunstancia geográfica precisa ni que
está excluido de ella el tema rural, hay que decir que su sur-
gimiento aparece ligado al de la vida urbana como paradigma.
El café, la tertulia, el bar, la calle, son ambientes donde brilla
con naturalidad la nota ligera; no así las tabernas campesinas
o los tambos de ordeño.
• Amarre con la actualidad. Muchas notas ligeras par-
ten de la referencia a un hecho actual —noticia, evidencia coti-
diana, apunte del autor—, aunque luego se remonten por otros
territorios y vuelen en lejanas divagaciones. Johnson señala
que «la mayoría de las columnas no deben estar muy alejadas
de los acontecimientos cotidianos»36 y Savater define la actuali-
dad como la condición de que «eso sea dicho entonces y no
en cualquier otro momento del infinito decurso temporal»37.
Es un reconocimiento de su parentesco con el medio perio-
dístico que las acoge.
• Intención moralizadora. No es raro que una nota li-
gera se esmere en propagar una idea moralizadora, gesto en el

36 Johnson, op. cit., pág. 21.


37 Savater, ídem.

40
antologias ligeras colombianas 12/22/10 10:16 PM Página 41

Prólogo

que brota la huella de los géneros filosóficos breves con los que
conserva algún nexo. Otras veces aloja una pequeña historia
que funciona como parábola moral. «Ah, y no te olvides —se-
ñala Carlos Monsiváis—: incluye siempre advertencias recrimi-
natorias en tus artículos; que no se pierda de vista tu intención
moralizadora»38.
• Planteamiento de una tesis. Es frecuente, así mismo,
que la nota ligera se proponga sostener y demostrar una pe-
queña tesis. A menudo se trata de una tesis irónica, que va a
contrapelo de la sabiduría convencional, lo que suele hacer
más atractivo el ingrediente estilístico, hasta convertirlo en un
desafío al ingenio del autor (desde Mariano José de Larra, la
gracia cómica surgía de la antítesis, del contraste, recurso supre-
mo del romanticismo). Que se demuestre o no la tesis carece
de mayor importancia; el placer está en el intento. Al fin y al
cabo, la nota ligera no flota en el universo cartesiano.

EL GÉNERO DE LAS «POMPAS DE JABÓN» EN COLOMBIA


A finales del siglo XIX, cuando dominaban los artícu-
los editoriales tremebundos y doctrinarios, un género capricho-
so e intimista comenzó a seducir a los lectores de la Hegemonía
Conservadora, aburridos de pastorales y discursos decimonó-
nicos. Esta Belle Epoque colombiana coincidió con el surgi-
miento del modernismo —atisbado en la obra de José Asun-
ción Silva—, y se prolongó hasta la segunda década del siglo XX.
Como apunta Juan Cristóbal Martínez (Juancé) esos
años se caracterizaron por el cine, el fox-trot, el tango, los per-
fumes Coty, la polka, los paseos en automóvil, el whisky and
soda, los briches, el jazz-band y las poesías de Julio Flórez39.

38 Monsiváis, op. cit., pág. 30.


39 Juan Cristóbal Martínez, Quince minutos de intermedio, Bucaramanga, editorial
La Cabaña, 1927, págs. 40-41.

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Antología de notas ligeras colombianas

Y todos estos temas salpimentaron la crónica modernista de


la época, considerada por el escritor santandereano como el
arte del detalle40.
«Afortunado quien, como Carlos Villafañe, logra ha-
cer obra de arte con tenues pompas de jabón», dijo Antonio
Gómez Restrepo41; en tanto Romualdo Gallego calificó de «iri-
disadas pompas de jabón», los artículos de su paisano antioque-
ño Luis Tejada42. Con esta sugestiva metáfora descubrimos un
género oscilante entre el artículo ligero, la nota volandera o
marginal, el ensayo breve, la glosa, el cuadro de costumbres, la
estampa, la miscelánea, la mesa revuelta, el popurrí, el carné,
el comprimido, la bagatela, el almanaque, el cromo, el agua-
fuerte (como lo bautizó el argentino Roberto Arlt, leído por
nuestros escritores criollos).
Producir artículos es como producir literatura todos
los días, y así lo entendió el gran maestro de la crónica, Luis
Tejada, para quien «el mejor cronista es el que sabe encontrar
siempre algo de maravilloso en lo cotidiano; el que puede ha-
cer trascendente lo efímero; el que, en fin, logra poner mayor
cantidad de eternidad en cada minuto que pasa»43.
Por su parte, Armando Solano (Maitre Renard) dejó
este revelador testimonio sobre el oficio de cronista en el pró-
logo del Glosario sencillo: «Me parece que el ideal del cronista
debería ser divertir un instante al lector, sin hacerlo pensar.
Claro es que me equivoco. Y bien, mi ambición es obligar a
los lectores a meditar, aunque brevemente. No siempre en los

40 Ídem, pág. 10.


41 Antonio Gómez Restrepo, «Carlos Villafañe», El Gráfico, Vol. 40, 23 de marzo
de 1918.
42 Romualdo Gallego, Crónicas, cuentos y novelas, Medellín, 1934, pág. 176.
43 Luis Tejada, «Gotas de tinta», El Espectador, 19 de marzo de 1922.

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Prólogo

grandes problemas mundiales, ni siquiera en los temas que


inquietan al hombre como tal, sino en el detalle fugaz que evo-
co. […] Bordar con paciencia y con cierta pulcritud conside-
raciones algo profundas, al margen de sucesos triviales, tal es
mi aspiración. Si la hubiera conseguido, no escribiría»44.
El maestro Tomás Carrasquilla definió en pocas y lúci-
das líneas el carácter de este género: «Esta literatura de perio-
dismo que llaman crónica, sin serlo, no es tan fácil de farfullar
como parece. Prescriben los maestros en el arte que el tal es-
crito ha de ser corto al par que animado y decidor, prescriben
que no ahonde en el asunto; que no se meta demasiado en gra-
vedades ideológicas; que al concepto e idea no se le dé solemni-
dad; que la forma sea elegante sin floreros y llana, sin ramplo-
nerías; que todo esté a los alcances del iletrado y al gusto del
entendido. Pretenden, en suma, que ello resulte algo así como
un juguete sin mecánica compleja, cual joya que no sea abalo-
rio ni pedrería. Total: una gentileza entre veras y chanzas»45.
Características de la primera generación de autores co-
lombianos de notas ligeras fueron la calidad de la prosa y la rup-
tura con el estilo panfletario, grandilocuente y florido que se
estilaba. A propósito del estilo, Enrique Santos Montejo (Ca-
libán) estaba de acuerdo con el vasco Pío Baroja en no rendirle
un culto exagerado al estilo. El celebérrimo columnista bogo-
tano, que sostuvo ininterrumpidamente su «Danza de las Ho-
ras» durante más de cuarenta años, criticaba el estilo «relamido
y perfumado» en artículos de combate diario: «Durante quince
días estos estetas pulen y repulen su artículo, lo retuercen, lo

44 Armando Solano, La melancolía de la raza indígena y Glosario sencillo, Biblioteca


Banco Popular, 1972 (2ª. ed.), págs. 194-195.
45 Tomás Carrasquilla, primera entrega de la serie «Discos cortos», El Bateo, Me-
dellín, noviembre de 1922.

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Antología de notas ligeras colombianas

alambican y lo entregan a la circulación tan peripuesto y elegan-


te como un dandy de provincia».
Tras sostener por cinco lustros su columna periodística
«El jardín de Cándido» en El Tiempo y en La Razón, Juan Lo-
zano y Lozano declaró que para procurar una suerte de des-
canso al lector, «he solido rematar los comentarios a los dia-
rios hechos de la actualidad, con una breve disertación, a veces
humorística, a veces filosófica, a veces lírica, en la cual queda
englobado algún fragmento significativo de mi personal expe-
riencia intelectual o humana. […] Lo que un escritor puede
dar realmente suyo a los demás, no es sino su experiencia pro-
pia y su reacción propia, de ser que se debate ante el misterio
del universo»46.
Años después, Álvaro Cepeda Samudio propuso esta
definición del oficio: «El columnista es, en primer término, un
animal que, como las focas del circo, tiene que salir diariamen-
te al redondel a hacer su número. Pero, a diferencia de las focas
que siempre hacen las mismas payasadas, él tiene que hacer-
las cada día diferentes»47.

En esta antología se ha procurado retomar el espíritu de


la crónica tejadiana, capaz de captar lo efímero y lo perdurable
en la naturaleza de los seres, los hechos y las cosas, y al mismo
tiempo proponer una conversación, amable y estimulante de los
cronistas —causeurs (conversadores)— con los lectores.
El tono humorístico en todos sus registros, desde la
leve ironía hasta la sátira más cruda, pasando por el humor lla-
no y silvestre de los costumbristas, es el recurso estilístico que

46 Juan Lozano y Lozano, Prefacio a las Obras completas, 1956, pág. 16.
47 Antología Álvaro Cepeda Samudio, Instituto Colombiano de Cultura, selección
y prólogo de Daniel Samper Pizano, 1977, pág. 228.

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Prólogo

ensambla esta miscelánea de textos. Una mirada festiva de la


vida que va aparejada con la intención poética del escritor.
Sobre la literatura periodística que nació con este tipo
de artículos se podría decir que era fácilmente identificable por
sus frases desnudas, «pegadas a la piel de los hechos» (como de-
cía Eduardo Zalamea Borda). A propósito escribe Luis Eduar-
do Nieto Caballero de la prosa de Juancé: «No pule sus cróni-
cas, ni se cuida de ello. Le gustan como salen de su taller
interior, ásperas, nerviosas, con la impresión de cosa vivida, de
cosa hablada. Él no es carpintero para sacarles viruta»48.
Así como la literatura gira en la órbita de temas uni-
versales e imperecederos, la nota ligera también se vale de
motivos reiterativos e incluso anodinos, como: diciembre y las
navidades, la pereza, los caprichos de la moda, los deportes, el
matrimonio, todos los medios de transporte, la máquina de es-
cribir, las costumbres modernas, las dietas, los tipos populares,
entre las infinitas posibilidades que aborda esta antología.
Otras veces el comentarista propone una teoría disparatada
para sustentarla con un racionamiento cuasi científico —lo que
los ibéricos llaman «rizar el rizo»— donde se aloja la picardía.
Ahora bien, ha sido recurso frecuente de los articulis-
tas buscar tema en la prensa extranjera o en los cables de agen-
cia para combatir el síndrome de la mente en blanco. De él
echaron mano hasta los escritores de imaginación más desbor-
dante, como Gabriel García Márquez, quien despachó mu-
chas de sus Jirafas con noticias insólitas.
Pero la verdadera inspiración y el método lo hallaban
en sus recorridos por la ciudad, cual flâneurs (o sea, caminan-
tes, paseantes urbanitas). Así lo revela en una anécdota el cita-

48 Luis Eduardo Nieto Caballero, Colombia joven, Bogotá, Editorial Arboleda &
Valencia, 1918, pág. 250.

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Antología de notas ligeras colombianas

do Juancé, de la época en que llegó a vivir a Bogotá y tomaba


todos los días el tranvía de mulas de La Alameda. «Irremisi-
blemente, me encontraba con un señor grave, ensimismado, de
grandes anteojos de aumento, que le daban el aspecto de uno
de esos anuncios que se encuentran a las entradas de las ópti-
cas. Iba siempre en el mismo puesto, no hablaba con nadie, ni
se movía ni se bajaba en ninguna parte (…)». Pues al cabo de
los meses, cuando trabajaba en El Diario Nacional, Juancé vio
entrar al hombre a la oficina del director, Enrique Olaya He-
rrera, y descubrió que era Tic-Tac, el famoso cronista. «Cogía
el tranvía, y durante dos o tres horas le daba vueltas a Bogotá,
hasta saturarse de esas modestas observaciones que fueron en
París el plato favorito de Emilio Zolá, y en general de todos
los grandes novelistas de la escuela realista. Desde ese día me
hice amigo de Carlos Villafañe»49.
Para Gilberto Loaiza Cano, las crónicas de Tejada son
deudoras de Las enormes miniaturas de su admirado Gilbert
K. Chesterton, pero «en todo caso, estas crónicas fueron fruto
de un método que el mismo Tejada bautizó como vagabundeo
filosófico por la ciudad, y que consistía en salir a caminar des-
provisto de itinerario para conocer las vidas anónimas de las
gentes, los imperceptibles cambios en las costumbres, la belle-
za y a la vez la tragedia de las novedades tecnológicas. Así, Te-
jada se aproximó a una incipiente y bella sociología urbana»50.
También se declaró «descubridor de ciudades», y pre-
feriblemente desde los tranvías, el genial Jaime Barrera Parra51:
«Poseo una óptica ratoncillesca que me permite ver el detalle.

49 Antología de crónicas, Juan Cristóbal Martínez, Juancé, selección de Roberto Har-


ker Valdivieso, Alcaldía de Bucaramanga, 2000, pág. 96.
50 Gilberto Loaiza Cano, Nueva antología de Luis Tejada, Universidad de Antioquia,
2008, pág. 20.
51 Por decisión de la familia, no aparecerá ninguna nota ligera suya en esta anto-
logía.

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Prólogo

Por los suburbios he aprendido el arte orgulloso de ser hu-


milde. He oído dialogar a las gentes sencillas, me he sentado
con ellas sobre los mostradores de las ventas, he respirado su
ignorancia como una bocanada de oxígeno»52.

LEGADO
En el intento por reconstruir esta tradición es preciso
saldar deudas con los periódicos y revistas que catapultaron
el género: El Gráfico y la revista Cromos, principalmente, ade-
más de los suplementos literarios de El Espectador y El Tiem-
po. En estas publicaciones periódicas se encuentra lo más gra-
nado de la nota ligera.
En el siglo pasado otros editores emprendieron una
aventura similar a la aquí propuesta. Germán Arciniegas, con
su Biblioteca de Cultura Colombiana (130 títulos) dio un pri-
mer impulso a la crónica con la publicación de varios títulos
a mediados de los años veinte.
Por esa misma época, cuando los cronistas intentaban
llenar el vacío que dejó Tejada, surgieron dos fuertes detracto-
res del género: los hermanos Alberto y Felipe Lleras Camargo.
Primero, en la revista Los Nuevos, Alberto Lleras publicó un
artículo titulado «La decadencia de la crónica»53, donde afirma-
ba que el género, representado por «los tres amos del público
(Tic-Tac, Quijano Mantilla y Cornelio Hispano) vivía su peor
“bancarrota”». Decía que fuera de Maitre Renard no había
ningún cronista que le diera la talla a Tejada. Y dos años des-
pués, Felipe Lleras, bajo el seudónimo de Javier Malo, escribió
una serie de artículos con los mismos señalamientos, bajo el tí-
tulo: «En el reino de los gaznápiros»54. Allí pasó por el pare-

52 Jaime Barrera Parra, prólogo a Notas de Week-End, Bogotá, pág. 77.


53 Alberto Lleras Camargo, El Gráfico, pág. 103.
54 Serie que apareció en noviembre de 1927 en el Ruy Blas.

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Antología de notas ligeras colombianas

dón, además de los anteriores autores, a Julio Vives Guerra, a


Valerio Grato (Carlos Arturo Soto), a Mario Ibero (Fidel Torres
González) y al poeta Eduardo Castillo («cuya prosa se valoriza
como yardas de bayetilla»).
En cambio, el crítico se hace lenguas con la prosa de Ar-
mando Solano: «El tema callejero, la remembranza espiritual
son para la prosa de Maitre Renard, dóciles sedas que toman
a su antojo todas las multicolores imágenes que sabe darles un
experto cincelador»55.
Daniel Samper Ortega también apoyó la difusión de la
prosa periodística desde la colección que lleva su nombre, y en
1936 dedicó un volumen a más de treinta cronistas.
Ese mismo año se publicó El libro de los cronistas, con
una acertada selección de quince autores, que mantiene su vi-
gencia. Darío Achury Valenzuela, el compilador, se refiere a los
nuevos autores que dejaron atrás a los costumbristas prolíficos,
los satíricos amanerados, los silueteros cursis, los bordadores
de costumbres, los cursis y los panfletarios, «y adviene el glosa-
dor como un joyero de la prosa»56. Para él, el cronista cotidiano
era una «suerte de notario despreocupado y burlón» capaz de
producir esa prosa breve y ligera, con zumba, humor y donaire.
Entonces era chic que usaran barbarismos, todo im-
portado para darle un toque más cosmopolita a la escritura; pe-
ro pronto pasaron las modas y la nota ligera se despojó de ca-
nutillos y de calambures.
En 1971 Colcultura publicó la antología de crónicas li-
geras La patria y los días (1971), en dos pequeños volúmenes,
y en 1997 se publicó La crónica en Colombia: medio siglo de oro,

55 Felipe Lleras Camargo, Ruy Blas, 17 de noviembre de 1927.


56 Darío Achury Valenzuela, El Libro de los cronistas, Bogotá, Antena, 1936, pág.
10.

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Prólogo

de Maryluz Vallejo, en la Biblioteca Familiar Colombiana. Y es


que la crónica vivió su esplendor en la primera mitad del siglo,
cuando los lectores pedían el comentario breve, agudo y ame-
no para asimilar los vertiginosos cambios de la modernidad.

Como herederos de Michel de Montaigne, nuestros no-


tiligeristas bebieron en las fuentes del realismo francés (Ana-
tole France, Emilio Zola, Stendhal y Honorato de Balzac, que
escribieron carretadas de artículos en la prensa) y dieron cuen-
ta del afrancesamiento de sus ciudades en la arquitectura, la
moda, las costumbres, la gastronomía y las ideas.
También sorbieron de la literatura anglosajona —con
Oscar Wilde, Chesterton, George Bernard Shaw, Mark
Twain—, y de la literatura española, en particular del Siglo de
Oro y de la generación del 98. Mejor dicho, su obra es el des-
tilado de tres herencias: el ingenio español, el humour britá-
nico (con su sentido paradojal y satírico) y el esprit francés (del
pesimismo volteriano).
El más leído en Colombia de la generación del 98 fue
Azorín, «Azorín encarna el triunfo de la nota periodística. Pue-
de decirse que la cuasi totalidad de sus escritos y, en todo caso,
la parte más importante está concebida y redactada en función
de artículos más o menos cortos, destinados al diario, a la revis-
ta», escribe Eduardo Guzmán Esponda57. Y agrega que aun-
que el estilo de prosa cortada se hubiera empleado antes en Es-
paña con Mariano José de Larra (Fígaro), Azorín lo impuso en
la prensa.
En un artículo sobre Azorín, Alberto Lleras dice que
para pueblos como el nuestro que se educaron oyendo sermo-

57 Eduardo Guzmán Esponda, Crónicas efímeras, Instituto Caro y Cuervo, 1976,


pág. 88.

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Antología de notas ligeras colombianas

nes, homilías amenazantes y discursos parlamentarios inocuos,


Azorín tuvo que ser una novedad, y dio la mejor lección de so-
briedad con ese periodo nervioso y esa prosa eléctrica de ideas
como fogonazos. Además, tenía ese espíritu escéptico e incon-
forme de la generación española del 98, que animó estos pagos
literarios. Tan azorinianos fueron nuestros escritores que hasta
se usó en la jerga periodística el verbo azorinear.
Otro influyente español fue el ya mencionado Julio
Camba que, como decía Juancé Martínez, era de todo su gusto
porque «no discute, no polemiza, no enseña, no adopta actitu-
des pedagógicas. Expone sus ideas al público para hacerlo
sonreír»58.
Además de los ecos cervantinos, también resuenan los
franceses en nuestra literatura periodística, que a su vez conta-
giaban a los ibéricos. Quizá el más citado sea Anatole France,
maestro del escepticismo, que hablaba al oído de José Asun-
ción Silva, Tomás Carrasquilla, Armando Solano, Luis Tejada,
Hernando Téllez y José Umaña Bernal, entre sus más fieles
devotos (este último, según cuenta Tomás Rueda Vargas, hizo
el viaje a Francia con Montaigne y France debajo del brazo).
El catalán Ramón Vinyes, cofundador del Grupo de Barran-
quilla, inició en su librería el culto por France, cuya biografía
«en pantuflas» fue la obra más preciada. Silva evocaba, en 1893,
«la sonrisa satisfecha, irónica y dulce de France, con visos de
una tristeza resignada»59.
Lo cierto es que, al decir de Jorge Padilla en una sem-
blanza de Alberto Ángel Montoya, uno de nuestros rasgos tro-
picales ha sido la dependencia cultural de Europa: «Tenemos

58 Juancé Martínez, Quince minutos de intermedio, Bucaramanga, editorial La


Cabaña, 1935, pág. 134.
59 José Asunción Silva, Prosas, Ediciones Colombia, Tomo 23, Bogotá, 1926, pág.
74.

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Prólogo

nuestras revoluciones, nuestros romanticismos, nuestra “Belle


Epoque”, nuestra era modernista. Por eso el esnob y el dandy,
como en Tackeray o en Wilde, florecen entre nosotros. Al lado
de una Academia de la Lengua, con voluminosos diccionarios
y filólogos barbudos, surgen un Gun Club y un Jockey Club,
con armaduras y profundos sillones Chesterfield. Todo vino a
lomo de mula, como los espejos venecianos y los pianos de co-
la, por el camino de Honda»60.

El cubano José Martí cultivó lazos de amistad con al-


gunos de nuestros diaristas, en particular con el polémico José
María Vargas Vila. Sus crónicas de exiliado en Nueva York fue-
ron la inspiración para muchos autores que comenzaron a des-
lumbrarse con el alumbrado público, los nacientes rascacielos,
los metros y tranvías de la metrópoli; Martí hizo «sonar los
timbres»61 del asombro modernista, que no reñía con la con-
ciencia social que tiñó su obra más crítica y revolucionaria.
En Colombia lo replican varios miembros de la gene-
ración de los Nuevos. «Sus encendidas arengas libertarias y sus
maravillosas crónicas sobre la vida de los Estados Unidos, es-
critas como corresponsal de La Nación de Buenos Aires lo acre-
ditan entre los más grandes periodistas de todos los tiempos»,
dijo Roberto García-Peña62.
Y no faltan las remembranzas de esas épocas gloriosas
del periodismo, cuando cronistas como los ya mencionados En-

60 Jorge Padilla, prólogo al libro de Alberto Ángel Montoya El hombre que se ade-
lantó a su fantasma y otras prosas, Bogotá, Biblioteca Banco Popular, 1974, págs.
15-16.
61 En alusión al popular libro de poesía Suenan timbres, de Luis Vidales, publicado
en 1926.
62 Roberto García-Peña, Rastro de los hechos, Bogotá, Instituto Colombiano de Cul-
tura Hispánica, 1970, pág. 419.

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Antología de notas ligeras colombianas

rique Gómez Carrillo y Rubén Darío enviaban sus textos a los


más grandes diarios de América, con lo que el género, tan ape-
tecido por los lectores, se universalizó o globalizó (sin el con-
curso de Internet).

TRADICIÓN
Con tantas influencias, nuestros articulistas terminaron
adscritos a tres escuelas. Primera, la modernista, con su exquisi-
ta prosa de aires extranjeros y temas de la vida cotidiana o de
la condición humana. Segunda, la costumbrista, con su nostal-
gia por las tradiciones y su afán por preservar la identidad me-
diante un léxico propio. Y tercera, la resultante de una fusión
de estilos en el tránsito del siglo XIX al XXI, especie de crosso-
ver posmoderno.
Sin exacerbar los ánimos regionalistas, es posible dis-
tinguir en la tradición de la nota ligera rasgos particulares con
un acento regional, que incluso conservan los nuevos cultores
del género. Así la caracterizamos por regiones con quienes
ejercieron su magisterio, y cuyos textos tienen alguna repre-
sentación en la presente antología:

LA SANTAFEREÑA
La tertulia de El Mosaico, que convocó don José María
Vergara y Vergara, autor de «Las tres tazas», impregnó la cró-
nica de aires costumbristas, retratos caricaturescos y apuntes
al vuelo. En El libro de Santafé. Cuadros de costumbres, cróni-
cas y leyendas, encontramos textos donde aflora el esnobismo
ante lo europeo. Y el poeta José Asunción Silva renovó esas
estampas capitalinas de aires cortesanos con su prosa de mi-
niaturista.
Al comentar los textos de Tomás Rueda Vargas, Eduar-
do Guzmán Esponda retrata el ambiente donde se sazonó el
comentario moderno, cuando los lectores exigentes se aprovi-

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Prólogo

sionaban en la librería de Jorge Roa y pegaban la hebra en plan


de tertulia, en una Bogotá «menos ruidosa pero indudablemen-
te más fina, la que se estremeció por 97 y 98 ante la Carmen
hecha por la Montalcino; ante el capote, las banderillas y la
espada del Manchao; en tardes de circo iluminadas por la be-
lleza fulgurante de Elvira Silva. Fueron estos sucesos los que
invadieron la crónica, y más que la crónica, el espíritu bogota-
no, formando así un ambiente típico y único en nuestra histo-
ria»63. Rasgos netamente bogotanos, al decir de Guzmán Es-
ponda, sobre todo por el horror que le producen al maestro
Rueda Vargas lo artificial, lo deforme, lo chillón y lo rastacuero.
Pero fue sin duda Clímaco Soto Borda, quien inauguró
la nota ligera de sabor santafereño a la vuelta del siglo XX, con
los rasgos del género de origen romántico: «Él representaba
una ideología, unas costumbres, un concepto de la vida, una
orientación moral y espiritual que ya no viven en la Santafé mo-
derna» dijo Maitre Renard a la muerte del maestro, a quien con-
sideraba «un Verlaine sin perversidades, sin exotismos ni blas-
femias»64.
Lo siguieron el cachaquísimo Alberto Sánchez de Iriar-
te (Doctor Mirabel), con sus crónicas históricas y de costum-
bres; Germán Arciniegas con las gráciles notas de Diario de un
peatón; los Caballero inigualables, con Klim a la cabeza; Zala-
mea Borda, el perspicaz Ulises que recorría las calles bogota-
nas con la misma seguridad con la que el personaje de Joyce
desandaba los pasos en Dublín; Juan Lozano y Lozano, que en
su «Jardín de Cándido» comparte experiencias vividas, más
que ideas muertas; José Joaquín Jiménez (Ximénez), que alter-

63 Eduardo Guzmán Esponda, Pasando el rato, Bogotá, Ediciones Colombia, 1925,


pág. viii.
64 Maitre Renard, «Glosario sencillo», El Espectador, 30 de agosto de 1919.

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Antología de notas ligeras colombianas

naba las famosas crónicas de suicidas con las observaciones


estrambóticas de su columna «Babel del día». Y Hernando Té-
llez, el humanista que iluminaba las mesas de noches, proustia-
no hasta la médula, entre tantos otros de muchos quilates.

LA PAISA
En su texto «Autobiografía»65, Tomás Carrasquilla se
refiere a que ha escrito «muchísimas chilindrinas, a guisa de cró-
nicas, que llaman ahora». O sea, «cuadros rústicos y urbanos»
que publicó en El Espectador de Medellín a partir de 1914. Es-
te Balzac criollo retrata con agudeza a sus contemporáneos, de
distintas capas sociales, para mostrar al estilo del satírico la de-
cadencia social. Fueron crónicas de madurez, que alternaba con
sus novelas, como gimnasia para tonificar el estilo.
Contemporáneo de Luis Tejada y fuerte competidor
suyo fue Romualdo Gallego, gran estilista, observador de lo
minúsculo, psicólogo del detalle menudo. Rafael Arango Ville-
gas, caldense, animó el género con sus delirantes relatos de cos-
tumbres o retratos de sociedad. Y el bardo Porfirio Barba Ja-
cob lo aceitó y lo cargó de munición en sus artículos del exilio
centroamericano.

LA VALLUNA
El precursor de la crónica en la prensa caleña fue Car-
los Villafañe, el famoso Tic-Tac, que comenzó a publicar en la
modernísima revista Cromos, cuna del género y gabinete de las
mejores plumas. Uno de sus principales recursos era el juego
de palabras para producir el choque de las ideas, lo que ex-
plica el éxito de Villafañe en la prensa capitalina, donde era
considerado «el rey del calambur».

65 Tomás Carrasquilla, El Gráfico, 15 de noviembre de 1914.

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Prólogo

Le sigue Alfonso Bonilla Aragón (Bonar), quien antes


que aeropuerto de la Sultana del Valle fue gran cronista y polí-
tico liberal. En Álvaro Bejarano se encuentra un digno sucesor:
intelectual irreverente que se mantuvo visible en prensa libe-
ral desde los años 40 hasta los 70. «Para Álvaro Bejarano escri-
bir ha sido otra forma de respirar, una diaria conversación con
sus lectores, dijo Manuel Mejía Vallejo en el prólogo de la an-
tología de “Cruz y raya”»66.

LA SANTANDEREANA
Joaquín Quijano Mantilla, el ingenioso hidalgo santan-
dereano, recogió en sus andanzas leyendas, costumbres y tra-
diciones. Sus libros de crónicas se volvían best sellers tan pron-
to salían de las prensas de Cromos. Juancé también gozó de
gran predicamento entre los lectores por sus crónicas humo-
rísticas con la guinda del detalle preciso de color.
Pero fue el ya citado Barrera Parra el maestro de la
modernidad por su inventiva, su poder de síntesis y renovación
de la metáfora. Sus Notas de Week-End ofrecen el contraste
entre las montañas santandereanas y las estampas cosmopoli-
tas, salpicadas de vocablos extranjeros y de asombros. «Por las
retortas de su prosa vigorosa pasaban escenas del barrio negro
de Harlem, pastores protestantes que se degollaban con el do-
rado filo de una Biblia, los abuelos de Mogotes, los inventores
del “pichón” santandereano y las ancas vituminosas de Josefi-
na Baker», dijo Achury Valenzuela67.
Y hubiéramos querido no olvidar al nortesantanderea-
no Rafael Gómez Picón, quien dejó en sus Estampillas de tim-
bre parroquial (1937) la impronta de su talento notaligerista,
pero como ocurrió también con José Mar, Eduardo Guzmán

66 Álvaro Bejarano, Cruz y raya, Universidad del Valle, 1978, pág. 1.


67 Achury, op. cit., pág. 43.

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Antología de notas ligeras colombianas

Esponda y Ximénez, entre otros, fue imposible encontrar a los


herederos que autorizaran su publicación.

LA BOYACENSE
El magisterio de la buena prosa lo ejerció el centenarista
Armando Solano, quien lo sostuvo desde los años veinte hasta
los cincuenta. El tunjuano José Umaña Bernal, de la genera-
ción de los Nuevos, continuó en la senda de la sindéresis y el
buen gusto con los microensayos que denominó «Carnets», de
estilo sobrio y astringente. Y con Próspero Morales Pradilla
esas notas se encumbraron en el «Mirador» como la columna
más frecuentada de El Tiempo.

LA COSTEÑA
El grupo de Barranquilla tuvo alta figuración en este
género del articulismo breve que ejercieron Alfonso Fuenma-
yor, Álvaro Cepeda Samudio y, por supuesto, Gabriel García
Márquez, inspirados por el legendario «sabio catalán» Ramón
Vinyes, quien nutría sus espíritus en la tertulia de la Cueva.
Tomaron el testigo autores como Ramón Illán Bacca, Ernesto
McCausland y Heriberto Fiorillo, cuya jugosa prosa parece
licuada con corozo en el quiosco de la esquina.
En muchas de estas crónicas se atisban historias y per-
sonajes que luego saltaron a la posteridad literaria de los auto-
res, las cuales sobresalen en la muestra por su sabor caribeño
inconfundible.

FIN DE SIGLO Y NUEVO MILENIO


Por los cientos de notas ligeras aquí recogidas, que
ilustran un siglo de ensayismo breve, se ha filtrado la sensibi-
lidad de distintas generaciones. Esta veta del periodismo litera-
rio —o de la literatura periodística colombiana—, documenta
vivamente las corrientes de opinión que produjeron los peque-

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Prólogo

ños y grandes eventos, y los cambios generacionales de gustos,


costumbres y valores de nuestra sociedad, atrapados en un ins-
tante por el ágil comentarista, artesano de las ideas y de las
emociones.
Así mismo, el efecto coral de tantas voces que narran
distintas épocas, con sus particulares usos del lenguaje —en un
comienzo plagado de extranjerismos— deja al gusto del lec-
tor su inclinación por las estructuras más castizas y refinadas
o por las estandarizadas del español globalizado.
Los autores contemporáneos siguen cultivando el noti-
ligerismo de pompas de jabón basado en una particular ma-
nera de ver la vida, en un conocimiento causal de los hechos
y en el método de observación a partir de temas menudos y cir-
cunstanciales, temporales o intemporales, que ofrecen diver-
timento y reflexión a los esquivos lectores de hoy.
Pero a partir de la segunda mitad del siglo pasado deja-
ron de darse como hongos en las publicaciones periódicas. Des-
de los años sesenta, con el auge de géneros periodísticos como
la crónica y el reportaje, y la hiperespecialización en áreas pe-
riodísticas, el ensayismo breve cedió paso a las columnas de aná-
lisis, en particular de la escena política nacional, ante las ur-
gencias impuestas por una frenética agenda informativa que
no da tregua ni espacio para lucubraciones filosóficas ni recre-
aciones de motivos baladíes.
A la sazón sobresalieron las múltiples columnas del
padre del nadaísmo, Gonzalo Arango, en particular las de Cro-
mos; la «Coctelera» de Alfonso Castillo Gómez y, más entra-
dos en los setenta, «Cruz y raya» del finísimo Eduardo Mendoza
Varela. Surgió también una cuadrilla de columnistas versáti-
les —que saltan del análisis político al notiligerismo—, vigen-
tes tras casi cuatro décadas de ejercicio ininterrumpido: An-
tonio Caballero, Enrique Santos Calderón y Daniel Samper
Pizano.

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Con la catadura moral y la fuerza retórica de sus maes-


tros, los escritores de prensa se balancean —considerando que
ensayo viene de exagium (balancear, sopesar las ideas)— entre
los juicios de valor que impone el compromiso intelectual y los
comentarios al margen, libres y gozosos, que agradecen los lec-
tores agobiados por la gravedad de la coyuntura política y eco-
nómica.
Alternan la tesis argumentada y los relatos fugaces don-
de se mezclan realidad y ficción a manera de parábola contem-
poránea, preferiblemente en clave irónica, entendiendo por
parábola la narración de un suceso fingido del que se deduce
por comparación una enseñanza moral o una verdad. Aquí ca-
ben las historias anodinas y cotidianas de personajes corrientes
y molientes, que el columnista transforma en protagonistas de
epopeyas. En esta modalidad encontramos columnas de Al-
fredo Molano, Cristian Valencia, Ernesto McCausland. Pero
las más frecuentes son las que interrogan la sociedad de con-
sumo, la quiebra de los valores, la pérdida de los símbolos cul-
turales, la transformación del paisaje urbano y la violencia,
inevitable telón de fondo.
Algunas voces resuenan con acentos autobiográficos,
desinhibidas y personales, pero el procedimiento introspectivo
no es muy afín al temperamento del articulista colombiano, de-
masiado pudoroso para hablar de sus intimidades. Lo hizo en
otras épocas el fundador del nadaísmo, Gonzalo Arango; en los
noventa, Rafael Chaparro Madiedo —ese talento malogrado
tempranamente—, cuyas fintas meditabundas a ritmo de rock
y psicodelia se entronizaron en el también desaparecido diario
La Prensa; y no ha parado de hacerlo Héctor Abad Faciolince,
que saltó de la prensa regional a la nacional para compartir su
visión escéptica y burlona del mundo con los lectores, también
asiduos a su narrativa de ficción.

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Prólogo

Igual se sienten los ecos de magos del micrófono como


Juan Gossaín y Héctor Rincón, que escriben de oído, con sen-
sibilidad extrema por los registros coloquiales.
Y desde la distancia del exilio (y luego de su muerte,
ocurrida en octubre de 2010) traemos la voz de Fernando
Garavito, quien sobrepuesto a las fuerzas oscuras encontró
inspiración en la odisea de una faisana atravesando una calle
con su docena de polluelos. Fábula urbana de honda recor-
dación.
Escritores como Laura Restrepo, Juan José Hoyos,
Eduardo Escobar y Óscar Collazos aportan la cuota de poe-
sía que le quita hierro a la prosaica realidad. Y entre los más
jóvenes, Pascual Gaviria «cuelga» en su blog www.rabo-
deaji.com, columnas cosmopolitas a menudo inspiradas en los
usos y costumbres de otras culturas, mientras una de las pocas
mujeres de esta antología, la desparpajada Ángela Álvarez,
renueva desde su columna de provincia «Mundo moderno»
los genes del articulismo paisa. Como titula una de sus piezas,
«No hay que tomarse tan en serio la vida (… es solo tempo-
ral)».
Y es que si los más de setenta autores invitados a esta
antología se la hubieran tomado en serio no clasificarían para
este género, destilado del escepticismo, que se ajusta como un
guante a un país donde los hechos diarios derrotan la imagi-
nación.

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JOSÉ ASUNCION SILVA

SANTAFEREÑAS
Son dos. Las verá usted siempre entre las ocho y las diez
de la mañana cuando el sol empieza a templar la atmósfera de
las calles y a producir agitación en ellas. Van siempre juntas y
son muy parecidas aunque la estatura de la mayor es como en
dos pulgadas superior a la de la otra. Visten de negro, llevan la
mantilla con esa perfección que inventó la señora bogotana para
hacer más visible el seno y sugerir las líneas del talle. Rosaditas,
frescas, muy robustas y de baja estatura, ágiles y casi precipi-
tadas llevan tras de sí una estela de juventud. Los ojos negros,
pequeños, muy redondos, saltones, vivarachos y expresivos,
contrastan con el puro color rosado de las mejillas y con el rojo
de los labios. Las narices cortas, un poquito romas vueltas ha-
cia arriba con no sé qué expresión de desafío, parecen el com-
plemento riguroso de aquellas dos caras bogotanas, que a no ser

El poeta José Asunción Silva nació en Bogotá en 1865 y murió en su ciudad natal
en 1896. Su padre, don Ricardo Silva, era escritor costumbrista, por lo que desde
niño se familiarizó con las letras. Fue colaborador asiduo del periódico El Telegrama,
de Jerónimo Argáez. Combinó sus actividades literarias —poemas, novelas, ar-
tículos— con el comercio y la diplomacia. Su influencia en la poesía colombiana fue
determinante. Se quitó la vida a los 31 años no cumplidos, cuando era un afamado
escritor.
* Estas prosas salieron a la luz en El Telegrama, en 1891, y fueron recuperadas por
Lecturas Dominicales de El Tiempo en mayo 19 de 1996. Aunque se publicaron de
manera anónima, su autor fue Silva, como lo garantiza su biógrafo Enrique Santos
Molano.

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Antología de notas ligeras colombianas

por las narices parecerían desprendidas de un cuadro de Mu-


rillo. Con el paso precipitado parece que fueran decididamen-
te a sojuzgar el territorio de los varones y en pos de ellas va
siempre uno, o van muchos de sus admiradores.
Cuando pasan cerca a mí bañadas por este sol tibio de
la Sabana, alcanzo el perfume del sexo y una poderosa sensa-
ción de vida y de salud me fluye por las venas (…)

EL GOZQUE MORIBUNDO
Está el cielo de un color blanco-sucio. Cae con ligeras
intermitencias una lluvia finísima que no moja pero que irrita
la piel en los puntos en que la toca, ni más ni menos que un
pinchazo de agua sutilísima. En medio de la calle sobre el pol-
vo ligeramente humedecido está un perro gris en las convulsio-
nes que preceden y determinan la muerte de un organismo en-
venenado con nuez vómica. El animal no se queja. La poca vida
que le resta parece concentrada en los ojos sobre los cuales no
pasa la sombra de la muerte sino el brillo siniestro de la tortu-
ra. Las piernas se encogen y se estiran sin ritmo, y a veces vi-
bran como un trozo de madera fijo por una extremidad. El ja-
deo es rápido, los movimientos del pecho revelan ansiedad
suprema.
La gente va pasando, sin mirar al moribundo. Solo dos
chicos se paran a contemplar la escena como si fueran artis-
tas. Uno de ellos tras corta observación se agacha a coger polvo
humedecido y se lo tira por manotadas en los ojos y entre la
boca abierta a la bestia moribunda; el otro sin preliminares
ningunos contraviene las leyes de policía y salubridad derra-
mando sobre la piel del enemigo indefenso un líquido trans-
parente, color de oro que se evapora a medida que va cayendo.
En los ojos de estas criaturas se ve el gusto cruel del animal
inerme que encontrara un enemigo formidable en incapacidad
de hacer daño. El odio recogido por la lucha de la niñez mero-

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