Museos Infantiles

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¿Papalote o Universum? ¡Todos!

Es un cliché decir que la educación en nuestro país es deficiente,


pero no por eso deja de ser cierto. Y no me refiero a la calidad del
conocimiento aprendido, sino de algo más intangible: las ganas de
aprender, la curiosidad, el gusto, la profundidad, más allá de
cualquier nota.

Tomaré prestadas unas palabras de Pablo Boullosa en El corazón es un


resorte: "Un altísimo porcentaje de egresados no ha podido
desarrollar el apetito por aprender...como sociedad que aspira a
educarse, fracasamos en lo que a Platón le parecía lo más importante:
enseñar a desear lo deseable."

Los museos infantiles se crearon para llenar este vacío, pensando en


la fusión entre entretenimiento y aprendizaje. A diferencia de otros
museos, en donde se exponen piezas históricas y artísticas que se
deben conservar intactas, en museos como el Papalote y Universum (los
pioneros en el país) los visitantes pueden interactuar a sus anchas
con todo lo que haya a su alrededor, y es su propio interés y
curiosidad quienes los llevan de una sala a la siguiente, a veces
corriendo y gritando de alegría. Allí, niños y adultos aprenden de
cuerpo humano, física, química, astronomía o matemáticas con un gozo
y un éxito tal que (en un mundo ideal, con espacio y tiempo y
presupuesto) deberían emular todas las escuelas.

Universum fue el primer museo de divulgación de las ciencias en


México y en Latinoamérica. Fue fundado en 1992, durante el primer
rectorado de José Sarukhán. Curiosamente, no fue pensado
exclusivamente para el público infantil, pero su acercamiento
didáctico y lúdico lo convirtió en un museo idóneo para niñas y
niños. Como si los niños fueran personas autónomas con intereses y
curiosidades.

Dicho esto, la línea imaginaria entre museos para adultos y museos


infantiles se desdibuja más día con día: Papalote tiene los jueves
para adultos, y la mayoría de los museos más importantes tienen
actividades centradas en el público infantil, o instalaciones
interactivas que pueden serles muy atractivas: MIDE, el Museo de la
Luz, MUTEC (Museo de Electricidad), etc. En todos ellos es muy
importante el aspecto lúdico, pero nunca por sí mismo: el aprendizaje
es el fin (y con esto se diferencian de otros espacios dedicados a la
infancia). Universum, por ejemplo, tiene como misión contribuir a la
formación de una cultura científica y tecnológica, así como fomentar
el interés por la ciencia y la tecnología. Tiene sobre otros museos
la gran ventaja de poder colaborar con investigadores y divulgadores
de primer nivel, y el apoyo institucional que otorga la UNAM.
Papalote, Museo del Niño, representa la cara opuesta de la misma
moneda: el museo es una institución privada, con su propio patronato
independiente del gobierno, aunque recibió en donación su terreno por
parte de este y recibe continuamente donaciones gubernamentales, todo
exento de impuestos (ya que es una institución "sin fines de lucro").

En el sexenio de Peña Nieto, Papalote recibió 102 millones de pesos


de la Secretaría de Cultura, sobre todo para su instalación en
Monterrey. La renovación del museo en 2015-2016 costó 650 millones de
pesos, y el 60 por ciento fue proporcionado por el gobierno de
Mancera. Esto no es nuevo: Cecilia Occelli, su fundadora y esposa de
Carlos Salinas de Gortari, obtuvo 40 millones de dólares durante el
sexenio de este expresidente, así como el terreno de la antigua
Fábrica Nacional de Vidrio (antes vieja Hacienda Molino del Rey, y
antes de eso Rancho del Castillo y Lomas de Santa Ana) para fundar el
museo en 1993: un año después que Universum. Curiosamente, una de sus
inspiraciones fue el Museo de los Niños de Caracas, Venezuela.

En resumen: aunque es fundada con un gran porcentaje de dinero


público, y Marinela Servitje (heredera de Grupo Bimbo y presidenta de
Papalote hasta el 2011) menciona que tuvo muchas ofertas de
corrupción, Papalote es indudablemente una iniciativa privada, con
fondos privados, sin obligación de responder ante nadie excepto su
propio patronato. También es el museo infantil con mayor éxito y
renombre en el país: para 2018 habría recibido 25 millones de niños,
siendo el tercer museo más visitado en la Ciudad de México, de chicos
o de grandes. Tanto así que ya tiene tres sedes y un museo móvil, un
boleto conmemorativo del metro, y un modelo interactivo que ha sido
emulado incluso por el mismo Universum.

Uno de sus esquemas de financiamiento es el programa de Patrocinio


Escolar, mediante el cual una empresa paga la entrada de alumnos de
escuelas públicas, y esta empresa a su vez recibe ese dinero en
condonación de impuestos. Con esto se logra pagar un gran porcentaje
de sus entradas, y a su vez el museo recibe mucha afluencia de niños
que de otra forma no lo visitarían. Además de todo esto, también
recibe continuamente donativos de distintas empresas grandes: Bimbo,
Citibanamex, GNP, Herdez, Bayer, Coca Cola, Johnson&Johnson, etc.

Sin embargo, el problema económico (un problema crónico de todos los


museos) recrudeció con la pandemia, y museos como Papalote se
declararon en números rojos y decidieron recortar el salario de sus
empleados, despidiendo a otros que trabajaban por comisión (los
precarizados son siempre los primeros en sufrir una crisis), además
de promover una campaña masiva de donaciones. Esto en un lugar donde
un taquillero gana 5,209 pesos al mes, un vendedor en la tienda de
regalos 4,000, y un "cuate" (como son llamados los guías en todas las
salas), 3,250 (más la liberación del servicio social). Tristemente,
es más de lo que paga Universum a sus becarios (o "anfitriones"): el
esquema de trabajo en muchos museos (además de OSCs y empresas de
todo tipo) depende mayoritariamente de universitarios que buscan
liberar su servicio social, y pueden mientras tanto sobrevivir con
tres mil pesos al mes. Universum, gracias en parte al apoyo
institucional de la UNAM, y en parte a su propia campaña de
donaciones, no realizó ningún recorte.

Los museos en general viven en constante estado de carencia y


dificultades, a pesar de que nuestra Ciudad de México sea la ciudad
con más museos del mundo, y 80% de sus habitantes ha visitado al
menos una vez algún museo. Tienen problemas crónicos: mantener una
afluencia constante de visitantes, la conservación de sus
instalaciones (los museos infantiles requieren un mantenimiento
constante de las piezas que son manipuladas, y se deterioran), la
renovación de sus salas y exposiciones, y en general conseguir un
financiamiento adecuado(y/o una asignación adecuada de su
presupuesto).

Por otro lado, los museos infantiles también tienen una constante
presión por modernizarse: pantallas táctiles, software interactivo
(dentro del museo), etc. compiten con espacios atemporales, como la
cama de clavos en Papalote, o la caja de Faraday en Universum. Si en
algo soy anticuado, es en esto: hacer burbujas o jugar con un péndulo
o verter agua de los cuadrados de los catetos en el cuadrado de la
hipotenusa nunca será lo mismo que tocar e interactuar con una
pantalla.

Casi todas las ciudades importantes del país tienen ya un museo


infantil (o museos con programas infantiles): Puebla, Monterrey,
Guadalajara, Xalapa, Cuernavaca, Aguascalientes, Pachuca, Durango,
Hermosillo, y varios en la Ciudad de México, incluyendo Yancuic, que
se estrenará a finales de 2021 en Iztapalapa; este último se
proyectaba como otra sede del Papalote, pero ahora dependerá
completamente de la Secretaría de Cultura. Será la prueba definitiva
del éxito o el fracaso de la administración pública frente a la
iniciativa privada.

Siguiendo casi todos el modelo interactivo del Papalote, algunos


privados, otros públicos, algunos más con modelos mixtos, algunos
gratuitos, otros casi impagables, siguiendo el esquema financiero que
hayan seguido: pese a todas las crisis, los museos infantiles están
aquí para quedarse. Recuerdo la primera vez que mis padres me
llevaron a los dos museos, y también la primera vez que llevé a mi
hijo. Conservé durante años en mi cartera (hasta que me la robaron)
un mensaje que me escribió y envió a través de unos tubos al vacío,
que decía disléxicamente "hola pipi". Conservo todavía fotos y
recuerdos de nosotros dos en cada uno de los museos, y volveré a
visitarlos aunque fuera tan solo por la nostalgia, solo o acompañado,
cuando termine la pandemia. Su tradición se mantendrá de una u otra
forma en nuestras familias, y cada museo de los niños será siempre
más que eso.

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