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I

A LA ESCUCHA
(JEAN-LUC NANCY)

Si “oír” es comprender el sentido […] escuchar es extenderse hacia un posible sentido


que, por ende, no es inmediatamente accesible (Nancy, 2002: 18)

Para oler hay que olfatear, para tocar hay que tantear, para gustar hay que saborear, para
ver hay que mirar, para oír hay que escuchar. En el instante en que se oye algo se deja de
escuchar. Olfatear, tantear, saborear, mirar, escuchar, es estar atento a algo que no es
inmediatamente accesible, que tal vez nunca será accesible.

Oír es oír algo, el gemido de una niña, el maullido de un gato, el chillido de un gozne.

Escuchar es estar a la escucha de algo que está siempre al borde de ser.

Estar a la escucha es siempre estar bordeando el sentido, o en un sentido de borde, como


si el sonido no fuera nada más que este borde, este límite, este margen (Nancy, 2002:
21).

Oír es entender el sentido, abandonar el borde. Estar a la escucha es estar siempre


bordeando el sentido, sin llegar a entenderlo. Para estar a la escucha hay que ser todo
oídos. Hay que estirar la oreja, moverse sin moverse del lugar, descentrarse.

Estar a la escucha es una actividad pasiva, una pasividad activa. Requiere una atención
sin curiosidad ni ansiedad. Una atención intensa.

El cuerpo está dotado para percibir a través de los sentidos. La conciencia quiere
entender más allá de los sentidos. Se cree dotada para controlar los órganos de los
sentidos. Cree que puede adelantarse a los sentidos, para someterlos al sentido.

Allí donde el cuerpo flota, nada y vive, la conciencia piensa que se hunde, se ahoga y
muere.

Hay momentos en que el oído no está distraído ni se aguza, en que se suspende el


esfuerzo por entender. En esos momentos el cuerpo, sin esfuerzo, flota.

En el sonido no hay nada que entender. El sonido va y viene, aparece para desaparecer,
no obedece a ninguna ley.

A la escucha, el cuerpo entra en un espacio que entra dentro del cuerpo. En ese espacio
el cuerpo está dentro y fuera del cuerpo, está descentrado. Descentrado, queda expuesto
al sonido que resuena en el silencio y comienza a resonar.

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El silencio debe ser aquí entendido no como una privación sino como una disposición de
la resonancia […] como cuando en una perfecta condición de silencio uno oye resonar
su propio cuerpo, su propio aliento, su propio corazón y toda su caverna resonante
(Nancy 2002: 33).

El silencio no es la falta de sonido, sin silencio el sonido no resuena.

El cuerpo, convertido en cámara de resonancia, habitado por el silencio, se torna


sediento. Sediento, calma su sed en una fuente que lo vuelve más sediento.

Lo sonoro existe en un tiempo - espacio que no es el tiempo cronológico ni el espacio


geométrico. Existe como la ola existe en la marea. Con una presencia que se hace
presente en el ir y venir, entrar y salir, acercarse y retirarse.

La conciencia quiere librarse de los vaivenes de lo sensible, quiere entender para no estar
expuesta a percibir, quiere librarse del cuerpo.

Lo sonoro no disuelve la forma sonora. La expande y contrae. La tensa y distiende. La


hace vibrar. La convierte en lo que es, en forma vibrante.

Lo sonoro desborda la forma. No la desforma pero la extiende; le da una amplitud, una


densidad, y una vibración o una ondulación cuyo contorno nunca hace nada sino
aproximarse (Nancy, 2002: 14).

Lo sonoro resuena. Al resonar desborda la forma, la muestra como ondulación, como


borde vibrante entre el vacío interno y el vacío externo. Lo sonoro muestra que no hay
forma ni hay vacío, que la forma es el vacío y que el vacío es la forma.

El timbre es el primer correlato de la escucha […] la escucha se abre en el timbre, que


resuena en ella más que para ella (Nancy, 2007: 40-1).

El timbre de la voz no se deja medir, anotar, ni codificar. Carece de sentido, pero se hace
sentir. El timbre es lo primero que se escucha, si se está a la escucha.

El timbre es la resonancia del sonido: o el sonido mismo (Nancy, 2007: 40-1).

El timbre de la voz no tiene significado, no comunica nada, sino la voz misma.

No hay línea sin color. No hay voz sin timbre. No hay colores, hay coloridos, infinitos,
singulares, imposibles de clasificar. El timbre es el colorido de la voz.

El timbre es la materia prima de la voz. Una materia que padece, paciente – impaciente,
el producto final, la palabra articulada.

Está en el material sonoro como una nervadura indómita, resistente al uso.

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Insiste en substraerse, sin dejar de estar ahí, sin dejar de provocar efectos. Más que esto,
eso o aquello, el timbre es “ello”. El ello anónimo que hace que cada psique, que cada
voz, no pertenezca a nadie y sea única.

Mmmmmmm continúa: repite su murmurar, la boca cerrada, ni siquiera Om, la sílaba


sagrada que abre la joya en el lotus de la meditación que se vacía a sí misma de
sí misma […] Mmmmmmm resuena previo a la voz, dentro de la garganta, apenas
rozando los labios desde atrás de la boca, sin movimiento alguno de la lengua, sólo una
columna de aire empujada desde el pecho en la cavidad sonora, la caverna de la boca
que no habla (Nancy, 2007: 25).

Hay un murmullo, un gorgoteo en la garganta, que acompaña a la voz desde antes de


poder hablar hasta después de no poder ya hablar, desde el nacimiento hasta la muerte. El
murmullo anónimo de la vida. Una vida que está mucho más lejos y mucho más cerca de
la muerte que lo que pasa por vida.

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Referencias

A la escucha (Nancy, 2002) e Interludio: música muda (Nancy, 2007) son dos
ensayos breves y apasionados en los que Jean-Luc Nancy (1940- ) se lanza a explorar el
campo de la escucha y el sonido, buscando enriquecer su proyecto ontológico. Tal
exploración parece animada un interrogante que queda abierto: ¿Es capaz la filosofía de
abandonar el orden del oír, de ponerse a la escucha?
La aparición de Totalidad e infinito (Levinas, 1961) y de la Escritura y la
diferencia (Derrida, 1967a) sienta las bases tanto para una toma de distancia crítica del
sujeto intencional de la fenomenología como para una revisión de la noción de “ser-ahí”
propuesta en El ser y el tiempo (Heidegger, 1951).
Estos textos se erigen como puntos de referencia centrales en las discusiones
acerca de “el otro” y de “la diferencia” de las décadas siguientes. Luego se van
agregando contribuciones de autores que, más marcados por el marxismo y el
psicoanálisis, ponen en cuestión no sólo la fenomenología sino también la hermenéutica
(Ricoeur, 1983-1985), afirmando que la diferencia entre “lo mismo” y “lo otro” es
secundaria con respecto a la división de lo social y a la falta de coincidencia de “uno” con
“uno mismo” (Badiou, 1993).
Todos estos vectores se entrecruzan en la reelaboración del “ser-con” propuesta
por Nancy en su obra Ser singular plural (1996). En ella retoma algunas ideas ya
presentadas en la Comunidad desobrada (Nancy, 1986) y propone una crítica a la
primacía de “el ser ahí” en El ser y el tiempo.
De este modo se va perfilando un proyecto en el que hecho ontológico
fundamental es la tensión entre el extenderse hacia el otro y el distanciarse del otro, entre
lo plural y lo singular. Precisamente, en sus trabajos posteriores sobre la presencia
sonora, el ritmo y el timbre, Nancy va esbozando una noción del sujeto como lugar hueco
de tensión y vibración donde resuena el sonido, como “resonancia”.
Material de consulta: Jean-Luc Nancy, A la escucha (Gallope, 2008) y “Cayendo
en oídos sordos”: una post-fenomenología de la presencia sonora (Simpson, 2009).

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