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Libro: SIMBOLISMO DE LAS CASAS ASTROLOGÍA

PARA UN TIEMPO DESCORAZONADO


Autor: JOSEP M. MORENO
ARBOR Editorial - BARCELONA

Capítulo 2
La Astrología: ¿Ciencia o Arte?

"De la pura inteligencia no brotó nunca nada inteligible, ni nada razonable de la razón pura." Hóderlin,
Hiperion

"La Ciencia es el arte de crear ilusiones que el loco cree o discute, pero que el sabio disfruta por su be-
lleza o su ingenuidad, sin ser ciego al hecho de que es un velo o cortina humana que encubre la oscuridad
abismal de lo incognoscible."
C.G. Jung

Cada civilización se caracteriza no solamente por unos usos, costumbres y


prácticas sociales, sino que edifica, a su alrededor, un mundo propio,
utilizando para ello, modos de conocimiento o tipos de consciencia que
permiten vislumbrar universos en nada parecidos al nuestro. Jung (17,d)
relata la interesante conversación que tuvo, en uno de sus viajes, con el jefe
de un pueblo indio:
"Era un cacique del pueblo Tao, un hombre inteligente de entre cuarenta y
cincuenta años. Se llamaba Ochawia Biano (Lago de Montaña). Pude
hablar con él de un modo como raramente he hablado con un europeo.
Evidentemente estaba preso en su mundo, como un europeo lo está en el
suyo, pero ¡en qué mundo!
"–Mira, –decía Ochawia Biano–, lo crueles que parecen los blancos. Sus
labios son finos, su nariz puntiaguda, a sus rostros les desfiguran y surcan
las arrugas, sus ojos tienen duro mirar, siempre buscan algo. ¿Qué buscan?
Los blancos quieren siempre algo, están inquietos y desasosegados. No
sabemos lo que quieren. No los comprendemos. Creemos que están locos.
"Le pregunté por qué creía que todos los blancos están locos. Me
respondió:
"–Dicen que piensan con la cabeza.
"–¡Pues claro! ¿Con qué piensas tú? –le pregunté.
"–Nosotros pensamos aquí, dijo señalando su corazón.
"Quedé sumido en largas reflexiones. Por vez primera en mi vida, me
pareció que alguien me había trazado un retrato auténtico del hombre
blanco... Este indio había acertado nuestro punto vulnerable y señalado
algo para lo que somos ciegos."
Una ceguera que se llama provincialismo, una ceguera producto de la
prepotencia de nuestra civilización, que se ha especializado en la
intolerancia y el desprecio de todo lo que es foráneo a su espíritu y
entendimiento. Hemos de zambullirnos en mares de humildad para poder
calibrar los tesoros que otras culturas contienen y que pueden ser parte
constituyente del bálsamo que tanto necesitamos. Ahora es el momento de
que también busquemos en la propia casa, pues en ella nos esperan, quizá
desde siempre, en los márgenes que dejan las ortodoxias, dogmatismos y
modas culturales, sorpresas no solamente agradables, sino también muy
necesarias en relación a los problemas que hoy nos agobian.
Este libro trata de una de ellas, la Astrología, quizá la más antigua, y quizá
la menos comprendida, sobre todo en la actualidad; en que una tradición
fuertemente cientificista pretende convertirla en una nueva ciencia, o en
una técnica racional y objetiva. Se intenta legitimar la Astrología
haciéndola aparecer como una ciencia.
Existe una Astrología, así como existe una imagen del Universo no
científica, que se inscribe en una tradición esotérica o simbólica. No tiene
nada que ver con la ciencia, en el sentido moderno del término, pues no
pretende explicar ni describir cómo es el mundo, cómo es la naturaleza
humana, o como es una persona concreta. Una Astrología en que los
planetas son comprendidos y vividos como dioses y no como factores de
personalidad, o rasgos de carácter, etc. Pienso ahora en la afirmación de
Fernando Pessoa (23): "Los dioses no han muerto: lo que ha muerto ha sido
nuestra visión de ellos. No se han ido: hemos dejado de verlos; o hemos
cerrado los ojos; o una niebla cualquiera se ha interpuesto entre ellos y
nosotros. Continúan existiendo, viven como han vivido, con la misma di-
vinidad y la misma 'calma."
Una Astrología que hablando el antiquísimo lenguaje del mito, no pretende
decirnos cómo somos, sino mostrar un camino, un modo de vivir, en el que
cada individuo ha de dar su propia, original y única respuesta a los
interrogantes más esenciales de la existencia: ¿qué sentido tiene mi vida?,
¿qué sentido tiene lo que me ocurre?, ¿qué respuesta dar a los problemas
fundamentales y eternos que se presentan en toda vida humana? Jung
afirma que el futuro de la psicología como arte curativo depende de su
capacidad de reconstruir la conexión ón perdida entre el hombre y el
cosmos. La Astrología es una de las herramientas más apropiadas para ello
aunque no la única. Por tanto, gran parte del futuro astrológico está, en mi
opinión, más comprometido en desarrollar esta capacidad que en hallar y
probar científica o estadísticamente las influencias, rayos, o vibraciones
que proceden de los planetas. Tampoco lo está en intentar seguir los pasos
de una psicología académica que aún sigue contemplando al hombre como
un conjunto de variables independientes, es decir, un objeto más, dentro de
un mundo donde desapareció la presencia, el espíritu, y con él, la vida
entera.
Las estadísticas pueden resultar útiles siempre que, realizadas con el
suficiente rigor, sirvan para comprobar o refutar aspectos de nuestra
disciplina que se prestan a la confusión y al oscurantismo, que dividen a los
astrólogos y que desprestigian a la profesión. Pero existe una dimensión de
la Astrología y de la vida, refractaria a cualquier estadística: el individuo.
Los métodos científicos aplicados a la Astrología, con la voluntad de
alcanzar la certeza que les carácteriza, pueden acrecentar la exactitud del
pensamiento astrológico, por tanto, tienen un papel importante en el
desarrollo e investigación de diversos aspectos de nuestra disciplina. Pero
ocurre que esta exactitud no puede suplantar la incertidumbre que todo
fenómeno cualitativo encierra, sobre todo cuando dicha exactitud pretende
arrojar fuera de sí todo aquello que no abarca. "Hay algo –afirma Kierke-
gaard– que no puede convertirse en sistema: la existencia."
"El método estadístico –nos dice Jung (17,e)– muestra los hechos a la luz
del promedio ideal, pero no nos da un cuadro de su realidad..., si bien
refleja un aspecto indiscutible de la realidad, puede falsificar la verdad de
un modo muy engañoso... (pues) lo distintivo de los hechos es su
individualidad... Podría decirse que la realidad consiste en nada, salvo
excepciones a la regla, y que, en consecuencia, la realidad absoluta tiene
predominantemente el carácter de lo irregular.
"La educación científica se basa principalmente en verdades estadísticas y
conocimiento abstrato y, por tanto, imparte un cuadró racional, pero irreal,
del mundo, en el que el individuo, como un fenómeno meramente
marginal, no representa papel alguno. Sin embargo, el individuo, como
dato irracional, es el vehículo verdadero y auténtico de la realidad, el
hombre concreto, en contraposición al hombre ideal o normal irreal, al que
se refieren las declaraciones científicas.
"No debemos subestimar el -efecto psicológico del cuadro estadístico del
mundo: desplazar al individuo en favor de unidades anónimas que se
amontonan en formaciones masivas..."
Estamos demasiado acostumbrados a considerar la ciencia y la técnica
como un prodigio y un milagro y no como una operación en la que
interviene, como elemento central, la visión cuantitativa del mundo. Con el
dogmatismo de algunos de sus defensores y con la actitud acrítica de los
que les escuchamos, se cierran, cada día más, los contactos con esos vastos
territorios de la realidad que se rehúsan a la medida y a la cantidad, con
todo aquello que es cualidad pura, irreductible a género y especie: la
sustancia misma de la vida.
El predominio casi absoluto de la tradición científica en nuestra sociedad
no sólo tiene repercusiones epistemológicas sino también sociales e
individuales. Socialmente nos movemos con tres supuestos que Feyebarend
resume así:
1. El racionalismo científico es preferible a las tradiciones alter-
nativas.
2. No puede ser mejorado por medio de una comparación y/o
combinación con las tradiciones alternativas.
3. Se debe aceptar y hacer de él la base de la sociedad y la educación
en razón de sus ventajas.
Supuestos que evidentemente no han sido sometidos a una discusión crítica
ni han sido contrastados en la práctica social e individual."Las teorías,
prácticas y tradiciones no científicas pueden convertirse en poderosos
rivales de la ciencia y revelar las principales deficiencias de ésta si se les
da la posibilidad de entablar una competencia leal. Darles esta
oportunidad es tarea de las instituciones en una sociedad libre... (aquélla)
en la que todas las tradiciones tienen iguales derechos e igual acceso a los
centros de poder. Una tradición recibe tales derechos no por la importancia
que tiene para los foráneos, sino porque da sentido a las vidas de quienes
participan en ella."

Hay quien dice que la ciencia, en última instancia, no es más que un mito
(*), el de nuestra cultura, tan real para nosotros como lo fueron los espíritus
en otros lugares y, épocas. Hay quienes afirman, y entre ellos científicos
destacados, que el conocimiento científico resulta ser tan subjetivo como el
del brujo. Cada uno expresa sus imágenes acerca de procesos que no se
pueden ver para explicar los eventos que sí se pueden ver, como la bomba
atómica o un enfermo. No se trata de desdeñar a la ciencia, sino el afán de
algunos de convertirla en la única vía de conocimiento lo que puede acabar
paralizando o anquilosando otras posibilidades y modos que tal vez am-
pliaran nuestros, hoy en día, demasiado estrechos horizontes vitales. La
Astrología presenta un aspecto simbólico que no podrá agotarse en ninguna
regla estandarizada y tiene un cariz matemático, y por tanto absolutamente
"objetivo", que permite al incrédulo una demostración totalmente empírica
de su validez, es decir, de la verdad de su afirmación básica: la existencia
de una vinculación entre el Cielo y la Tierra, entre la vida de una persona y
la infinidad de estrellas que la contemplan.
"Una cultura –afirma María Zambrano (37,b)–, depende de la calidad de
sus dioses, de la configuración que lo divino haya tomado frente al
hombre...." Creímos que Dios, con la irrupción de la Ciencia, murió. Mas
no fue así, simplemente mudó sus vestiduras. Hoy adoramos en su lugar, y
divinizamos, a una falsa divinidad: la Razón. No podemos liberarnos de
una vinculación con lo Absoluto. Sea que absoluticemos una facultad
humana, un dios trivial o un ente universal. Es necesario, entonces, que
cada uno se pregunte por la propia vinculación que tiene, lo sepa o no, con
la Eternidad. De la calidad del vínculo depende en mucho su destino, y es
ahí donde la Astrología puede tener un papel muy especial. Un papel que le
vendrá más por su dimensión simbólica que por sus logros científicos, pues
como símbolo tiene una "efectividad –dice Enrique Eskenazi (12,a)–
independiente del grado de comprensión de las personas..., por su
inagotabilidad perdura como potencial significativo, que irrumpe en
diversas culturas y en distintos momentos. Y esta permanencia no consiste
en la mera supervivencia histórica, sino en su historicidad: sin una fecha de
origen, sin una circunstancia particular que explique su producción, parece
pertenecer a la categoría de la eternidad".

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