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Los amigos

de mis hijos

Carmen Guaita

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Versión electrónica

SAN PABLO 2012


(Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)
Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723
E-mail: ebooksanpabloes@gmail.com
comunicacion@sanpablo.es

ISBN: 9788428540346

Realizado por

Editorial San Pablo España


Departamento Página Web

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Al padre de mis hijos,
compañero de la vida

«La humanidad del hombre no reside en su posición de Yo. El hombre por excelencia, la
fuente de la humanidad, es el Otro» (Emmanuel Lévinas).

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Un mundo mejor

Carmen Guaita cree en la educación e incide desde la primera línea en la de los hijos, en
la de los padres.
Conozco a Carmen, una auténtica mujer. Bondadosa, de sonrisa compartida. Le agrada
agradar.
Posee una mirada atenta, profunda, no banal, escrutadora.
Auténtica comunicadora, con una bella voz, que sabe modular, con belleza que se ve y
que emana también del interior. Dice lo que quiere decir, es asertiva y gustosa. Austera
en el uso de las palabras, elegidas por su adecuación, sonoridad y capacidad
clarificadora.
Volcada con la educación, es una amante de cada uno de los miembros que componen su
familia.
El título de este libro, de este regalo intelectual y emocional, ya es en sí un éxito, una
forma indirecta de realizar un camino evolutivo del niño, del otro, del nuestro, del que
todos somos.
Carmen entremezcla con sabiduría, concisión y capacidad divulgativa, conocimientos
pedagógicos, sociales, psicológicos, citas, respeto intergeneracional.
El libro es intencionadamente breve, pero cargado de contenido. Lean cualquier frase,
analícenla, dejen que la misma reverbere dentro de ustedes.
Estamos ante un libro ameno y proteínico, la cantidad de «palabras-clave» que lo
compone, lo atestigua.
Carmen demuestra un conocimiento cierto de lo que es un niño, un adolescente, un
joven, sabe de su jerga, posicionamiento y lo refleja sin equívocos desde quien se acepta,
sabe y disfruta como adulta.
Estamos ante un texto aclaratorio. Una tesis empírica, sin falsas asepsias o interesados
confusionismos.
En Carmen se aúna la madre, la esposa, la maestra, la filósofa que toma partido, que
concluye, que sabe discriminar lo que está bien y mal, que vive por la educación y gusta
de transmitir sus coordenadas.
José Antonio Marina me definió como activista educativo, ahora sé que tengo una
compañera, una portavoz.
Inicien la lectura de unas páginas que rezuman sentido común y ese toque especial que
permite superar lo vulgar para alcanzar lo sublime, sin dejar o quizás por ello de ser

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sencillo.
Me encantaría no sólo haber firmado este prólogo, sino todo el libro.
JAVIER URRA
Primer Defensor del Menor
de la Comunidad de Madrid
Psicólogo de la Fiscalía de Menores
Presidente de la Sociedad
Iberoamericana de Psicología

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Breve panorama evolutivo de la sociabilidad en la
infancia y la adolescencia

El hombre es un ser social. Los estudiosos de la antropología, la psicología o la


sociología pueden discutir sobre las causas, consecuencias e implicaciones de esta
afirmación. Pero la afirmación en sí misma es incuestionable.
Mientras los pensadores de todas las culturas debaten sobre qué es el hombre y dónde
está su esencia, cada habitante de la Tierra deviene persona en su relación con las demás
personas, humano porque está enfrente de otro rostro humano. Es cierto que nacemos en
un medio social determinado, en una situación, pero no es menos cierto que la
sociabilidad se hace. Cada encuentro con otra persona nos personaliza, nos convierte en
las personas que somos.
Por eso hablar del desarrollo social del ser humano es contar una historia: la de las
etapas de una larga evolución que comienza ante el rostro y la sonrisa de la madre,
adquiere consistencia y estabilidad al final de la adolescencia, acompaña la vida entera
del individuo y acaba cuando él acaba.
Desde el magma primitivo del bebé recién nacido, para quien el otro no existe, el niño
va socializándose a través de intercambios cada vez más complejos en los que
intervienen su maduración orgánica y su desarrollo intelectual y afectivo. Estos
intercambios giran en torno a las experiencias que se viven en un planeta nuclear: la
familia, a cuyo alrededor se mueve un satélite que irá adquiriendo una importancia cada
vez mayor, el de los amigos.
Vamos pues a contar muy brevemente esa historia que, como todas, no podrá ser una
realidad completa, sino un mapa, una representación orientativa en la que
inevitablemente se dará importancia a unas cosas en detrimento de otras.

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El primer año de la vida

Entre todas las relaciones sociales, hay una que ocupa un papel determinante y único
porque constituye el fermento del desarrollo social posterior: la de la madre con el hijo
durante el primer año de vida de éste.
Desde el primer momento se establece una comunicación misteriosa entre estos dos
compañeros desiguales: un nexo que permitirá a la madre percibir y adivinar las
necesidades, emociones y tensiones de su hijo, y al niño registrar todos los movimientos
afectivos –conscientes e inconscientes– de su madre, frente a los que ensayará sus
reacciones.
A lo largo del primer año de vida, el bebé conocerá rostros y objetos nuevos y
aprenderá a manejarse ante ellos. El paso decisivo será comprender que hay otros, que
existen incluso cuando no les necesita ni les ve.
En estos primeros pasos de la infancia se afianzan los cimientos de la personalidad.
Aun cuando parece que el pequeño ser indefenso no se entera de nada, la actitud afectiva
positiva –el amor– obtendrá como resultado un fondo de seguridad y autoestima sobre el
que se edificará la vida entera. O, por el contrario, el desamor producirá un sentimiento
de inferioridad, una necesidad de reclamar y recibir atención, que marcará la vida
afectiva para siempre.
Este primer año de vida inaugura también el milagro de la comunicación humana a
través del lenguaje. Y forma parte de este proceso el reconocimiento de la palabra no,
que se escuchará y empleará todos los días de la vida. Esta palabra, bien dosificada y
acompañada de amor, constituye un instrumento educativo básico para los padres, y uno
de los elementos fundamentales en el proceso de maduración de los hijos.
El maravilloso primer año de la vida humana ve surgir también la imitación y la
identificación: dos facultades de la inteligencia llenas de posibilidades. Imitar permitirá
hablar, aprender, tener amigos, moverse en el medio social. Identificarse con el adulto y
con otros niños favorecerá el crecimiento y maduración de la personalidad. Ambas serán
imprescindibles para todos los aprendizajes intelectuales y sociales.

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Los primeros pasos en el grupo: de los tres a los seis años

El bebé no tiene ninguna necesidad de amigos. Será un poco más tarde cuando aparezcan
los iguales, que irán creciendo en importancia hasta ocupar un papel estelar en la vida de
los adolescentes –y en la de los adultos con buena suerte, claro–.
Antes de cruzar el umbral de la escuela infantil, hay que mencionar dos crisis
importantes que sacuden la vida afectiva de los niños de tres años: la que los psicólogos
denominan crisis de oposición, y el célebre –y prácticamente superado por las nuevas
investigaciones en psicología– complejo de Edipo.
Efectivamente, el período de los tres años se caracteriza por una efervescencia de la
personalidad que genera conflictos entre el niño y sus padres, en la que tienen también
importancia decisiva la presencia de hermanos mayores o el nacimiento de un hermano
menor. Las dos crisis de este período son en realidad dos momentos clave en la
construcción y establecimiento de la personalidad del individuo, y están marcadas por la
primera y gran afirmación del Yo. La segunda afirmación llegará en la adolescencia,
pero estará condicionada por la resolución positiva de esta primera.
Desde el final del segundo año se va produciendo un cambio en las relaciones del niño
con su entorno. Lo vemos convertirse en terco, cabezota, desobediente o caprichoso. Es
la primera prueba de fuerza de la pequeña e incipiente personalidad. Nuestro bebé de
hace unos meses quiere ahora situarse como una persona individual en la constelación
familiar, y tiene que hacerlo oponiéndose con fuerza al entorno. Pero no ciegamente. El
niño interactúa con la familia: observa las reacciones que produce en los adultos cuando
quiere llamar la atención con una rabieta; cuando tiene que hacer monerías en presencia
de extraños; cuando quiere –o no quiere– comer... También muy expresivos de este
cambio son el empleo constante de las palabras yo y mío, y el reconocimiento de su
propia imagen, por ejemplo en las fotografías.
En realidad se está viendo por primera vez reflejado en los ojos de otro. Incluso
cuando los padres las percibamos como negativas, estas manifestaciones son signos de
que se ha realizado un progreso en la evolución del psiquismo. Para el niño de tres años
ya hay una clara diferencia entre tú y yo.
Los adultos debemos ser conscientes del significado de este período, y con afecto
incondicional y firmeza guiada por el sentido común, ayudar a nuestros pequeños a
afrontar el choque inevitable entre ese yo-mío y la realidad.
Debemos conocer y fomentar una herramienta maravillosa que tiene la infancia para
resolver las crisis: el juego simbólico. Apaguemos la tele y dejémosles jugar: con casas,
muñecas, cubos y bloques, animalitos de granja o monigotes articulados. El juego, en el
que se representa el mundo y se actúa en él, libera al pequeño de tensiones, le permite

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evadirse de lo real y manifestar su personalidad. Permanecer horas y horas viendo la
televisión atenta contra una de las expresiones más ricas del psiquismo infantil. Un niño
de tres años, que se sumerge por primera vez en el océano de la comunicación humana,
no puede ni debe estar mucho tiempo callado ante una pantalla. Leerles seis veces
seguidas un cuento, contestar en la medida de lo posible a las profundas preguntas del
pequeño filósofo, del gran creativo que es un niño de esta edad, animarle a representar
cómo ve el mundo con un lápiz y un papel –¿por qué y cuándo perdemos el placer y el
talento de dibujar?– son respuestas a las necesidades del niño que tenemos la obligación
de proporcionar. Pero me atrevo a decir, por experiencia propia, que también son un
bálsamo ante las agresiones diarias que soportamos los adultos. Hace más por nuestra
felicidad compartir esos momentos con los hijos que tomar dos güisquis en zapatillas
viendo el telediario. Pero aún hay más: la escucha activa del adulto, el interés por las
pequeñas cuestiones de la chiquilla o el niño, sentarán las bases del diálogo entre padres
e hijos sin el cual, establecido desde este primer momento, no se pueden afrontar las
crisis que nos esperan en la adolescencia.
La psicología moderna ha desestimado la importancia que otorgó el psicoanálisis al
complejo de Edipo y prefiere analizar las relaciones lineales entre padres e hijos, pero,
en cualquier caso, en esta época de la vida se desarrollan en lo profundo del inconsciente
humano conflictos de identificación con el progenitor del mismo sexo, de cuya
resolución positiva dependerá en parte la orientación afectiva y sexual posterior. La
resolución depende también del bagaje de patrones de conducta que los padres
extraemos de la mochila de nuestra propia infancia, y que reproducimos en la relación
con los hijos. Es importante la reflexión que nos permita conocernos, prever nuestras
reacciones, controlar nuestros actos. La educación es una realidad viva, diferente para
cada familia; no se educa en un laboratorio. Debemos ser conscientes de qué es en
realidad lo mejor para los hijos, teniendo en cuenta su futuro y no nuestro pasado. Esto
implica no olvidar que nosotros somos los adultos. Y, si perdemos en alguna ocasión la
paciencia, aprender a perdonarnos también. Valga esta reflexión para todas las dudas,
desánimos y autoinculpaciones de los padres y madres que llegamos a casa cansados,
sobrecargados emocionalmente y sin un átomo de paciencia en el cuerpo, para afrontar la
cima de la escala de valores de nuestra vida. Ser el adulto no es fácil, pero es
imprescindible.
Y ahora debemos retomar nuestra historia.
Cruzamos, pues, el umbral de la escuela infantil y empezamos a interactuar con los
otros niños y niñas. El contacto con ellos hará adquirir poco a poco a aquel bebé del
comienzo la independencia, la autonomía, el sentido de la reciprocidad, de la solidaridad,
de la justicia y de la cooperación que lo convertirán en persona humana plena. Son
cualidades que ignora todavía y no podría aprenderlas sólo del adulto, que está situado
siempre –¿hay quien crea sinceramente que puede ser amigo y no padre de sus hijos?–
en otro nivel.
Pero no se forma un grupo sencillamente juntando a unos pocos niños. Entre los tres y

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los seis años, se aproximan pero son incapaces de colaborar. Todos hemos sido testigos
del aislamiento de nuestros pequeños en el parque, absortos en su pala y su cubo. En
realidad, el compañero favorito de los niños de esta edad es el adulto. De ahí ese
constante «mamá, mira», «papá, ven», ese tirarnos de la manga, ese «cuando sea mayor
voy a...». Una fascinación que irá disminuyendo progresivamente, y de la que debemos
disfrutar con generosidad y alegría, conscientes de que es efímera. Porque más o menos
a partir de los seis años comenzaremos a ser personas non gratas en los juegos infantiles.
Los niños menores de siete años no sólo juegan para sí mismos; también hablan para
escucharse, porque en este período la palabra y la acción están estrechamente ligadas. De
ahí los interminables monólogos cuya importancia para el desarrollo infantil debemos
comprender. No es un loro: se está contando el mundo.
El primer contacto entre estas pequeñas células egocéntricas y el principio de la
colaboración basada en la amistad es, curiosamente, el conflicto.
La verdad es que hace trescientos años, es decir, mucho antes de Piaget e Isaacs, el
filósofo Kant había establecido ya que el progreso de la humanidad estriba en lo que
denominaba la «insociable sociabilidad del hombre»; en palabras comunes, el inevitable
conflicto con el vecino que me obliga a aguzar el ingenio y buscar soluciones.
Así que la agresividad, aunque sea en apariencia negativa, es la primera respuesta
social del niño frente a sus iguales. Y marca un progreso. Veo a quien me ha quitado el
juguete como a otro distinto de mí, me dirijo a él, y le respondo activamente.
De la necesidad de afirmarse y de la voluntad de dominar y acaparar la atención del
otro surge el segundo paso de la sociabilidad: el don, el regalo. Dar algo a otro le dice
«te quiero»; recibirlo significa saber que «me quiere». En ambas situaciones, hay un
proceso de valoración propia. Te doy un caramelo chupado, para que así me sonrías y
sepas que soy bueno, lo acepto y te agradezco que me consideres digno de él:
maravilloso nacimiento de la amistad.
El tercer paso es compartir una emoción. Una experiencia primordial de la que va a
dimanar el sentimiento de solidaridad. No es idílica, sin embargo: lo primero que se
comparte en un grupo –de dos– es la hostilidad hacia un tercero. De ahí el comprobado
fracaso de las tardes de juegos con hijos de amigos cuando se juntan tres niños.
Inevitablemente, hay un excluido del grupo que pasa un trago amargo. Si hacemos
memoria, nos ha pasado a todos.
Pero ya se ha experimentado el placer de hacer algo juntos. Pronto las relaciones
amigables predominarán sobre las hostiles. Aunque a esta edad temprana todavía hay
necesidad de compañía y no auténtica colaboración, la amistad ya existe.
Se presentan entonces los obstáculos. El primero es el egocentrismo: nuestra hija,
nuestro hijo de cinco años no es capaz de imaginar que pueda haber un punto de vista
sobre el mundo que no sea el suyo. Es importante que los padres conozcamos esta
característica, de orden intelectual y no moral o afectivo. El pequeño cabezota con el que

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convivimos cree que todo el mundo ve y siente lo mismo que él: de ahí la dificultad de
guardar un turno, de aplazar un premio. No conoce todavía el carácter obligatorio de una
regla, algo que observamos muy bien cuando juega en grupo y que constituye un buen
quebradero de cabeza para su maestra. Su tiempo es un continuo presente. ¿Cómo
ayudarle a madurar? Teniendo en cuenta otra característica de esta edad: nuestro
pequeño cree que inventa, pero sobre todo imita. El poder de la imitación y la
identificación nos va a permitir reforzar con nuestro sentirnos orgullosos de él –no con
un premio material, porque entonces vamos al revés– cualquier demostración de que ya
va siendo capaz de ver el mundo con los ojos del otro: recoger sus juguetes, prestar algo
al hermanito, seguir las reglas de un juego, esperar a después de la merienda para tomar
el caramelo...
Sobre la imitación, de la que ya nuestros tatarabuelos hablaban en refranes, bastará
con decir algo que vale para todas las edades: la premisa «haz lo que yo diga pero no lo
que yo haga» destruye cualquier esfuerzo educativo. Hay una realidad incuestionable:
nuestros hijos nos miran. Sólo siendo conscientes de esto podemos plantearnos metas
educativas.
El segundo obstáculo es que a esta edad toda regla, de juego o de conducta,
permanece exterior al niño. Su validez proviene del prestigio de que goza el adulto. Se
obedece, pues, para no defraudar, para ser querido. Sólo en etapas posteriores las reglas
estarán interiorizadas y podrán aplicarse por convencimiento personal. Tener que
obedecer una orden porque lo dice papá o mamá, sin entender su sentido y temiendo la
pérdida de la estima del adulto, da origen a las primeras mentiras, que surgen en esta
época de la infancia. Deben comprenderse y a la vez tratarse con firmeza: no te dejo de
querer porque se cayera el plato al suelo, eso no tiene importancia; pero sí es importante
para mí que hayas dicho la verdad: «Fui yo, mamá, se me cayó». Y no pasa nada. Porque
a lo que no hay que renunciar es a las reglas: pocas, claras, sencillas y con la certeza de
que deben cumplirse siempre.
De adulto a adulto: ojo con perder la fuerza moral y la autoridad regañando a los hijos
por tonterías con la misma intensidad que por cosas serias. Existe también una escala
para los deberes y las reglas, y debe estar bien establecida. Si el niño siente que nos
defrauda por haberse manchado el pantalón de barro, ¿qué lugar dejaremos a falsificar
las notas? El enfado del adulto debe ser proporcional a los hechos que lo han producido,
para que nuestros pequeños puedan sentir la satisfacción de decir la verdad en casa sin
temer tormentas en un vaso de agua como consecuencia. Será fundamental un tiempo
más tarde, cuando haya que reconocer que hizo botellón, por ejemplo.
Existe un tercer obstáculo para la sociabilidad en este período: la inestabilidad propia
del carácter infantil. El niño de cinco años pasa con facilidad de un juego a otro,
enseguida se aburre, se cansa pronto... Únicamente lo vemos absorto tiempo y tiempo en
la misma tarea cuando está solo. Es también impulsivo y excitable: pasa de la risa al
llanto porque no puede todavía controlar sus emociones. En realidad, nos resulta
agotador porque está lleno de energía. Debo hacer un paréntesis para alertar sobre la

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etiqueta de hiperactivos que adjudicamos a algunos niños. Hemos perdido perspectiva, y
nos hemos acostumbrado a que jueguen sentados y callados, moviendo los mandos de la
consola con los pulgares. El niño de esta edad debe ser activo. Cómo no serlo cuando se
está descubriendo todo un mundo. Sólo el exceso en las manifestaciones y la incapacidad
continuada de control pueden hacer sospechar una posible patología y, en cualquier caso,
debe diagnosticarla un profesional.
Retomamos al pequeño grupo de amigos donde lo habíamos dejado, para ver surgir
una figura que tomará impulso con el paso de los años, y que puede llegar a convertirse
en enemigo público número uno de la tranquilidad familiar: el líder.
Desde los cinco años, más o menos, hay niños que logran imponerse y reunir
alrededor de ellos, en actividad común, a cierto número de compañeros. Al principio
disfrutan de una autoridad muy efímera porque sólo satisface a quien la ejerce: para él el
orgullo de trepar al árbol, los demás que sujeten la silla; para ella la alegría de saltar, las
demás que se dediquen a hacer girar la cuerda. Este incipiente papel de líder se
perfeccionará más o menos a los ocho años, cuando los pequeños, más maduros, se
aglutinen en torno a una o dos personalidades fuertes, que cuiden del grupo entero en
cuanto tal.
Entonces empezarán a ponerse en práctica los preceptos que padres y profesores
llevamos ya años diciéndoles. En el grupo de amigos nuestro hijo aprenderá qué
significa en realidad no mentir, no acusar, tratar a los demás como quieres ser tratado,
ceder un turno, ponerse en lugar de otro... Son los principios éticos que, transformados
en experiencias realmente vividas en vez de ser meras imposiciones del exterior,
convertirán al pequeño en un adulto. De ahí la importancia de facilitar a nuestros hijos
las experiencias de grupo.

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La llegada de la autonomía

A partir de los siete u ocho años, el pequeño adquiere dominio sobre el pensamiento
lógico. Tal vez habrá quien recuerde el «uso de razón» del que hablaban nuestros
abuelos. Es una transformación radical que va a modificar la representación que el niño
se hace del mundo, dando un nuevo carácter a sus relaciones con los demás. El
pensamiento lógico introducirá orden y coherencia, ajuste a la realidad, en todas las
ilusiones de la percepción infantil. Por supuesto, no estamos todavía ante la lógica
abstracta de la que puede hacer gala un adolescente, pero nuestra pequeña, el pequeño,
puede ahora ya distanciarse de las cosas, verlas desde fuera.
Esta objetividad se adquiere también en el constante intercambio de ideas y
experiencias en que consiste un grupo de amigos de ocho años.
En este período se establecen relaciones afectivas más duraderas, basadas en la
afinidad personal. Entra en escena el «mejor amigo», la «mejor amiga», cuyo punto de
vista soy capaz de comprender y cuyas intenciones soy capaz de anticipar.
Los niños se encuentran para jugar juntos, con reglas complejas y con un fuerte
sentimiento de pertenencia al grupo. Aparece un deseo dominante de medirse con los
compañeros y la preocupación por superarlos: es la época de los partidos de fútbol
interminables, de las megafiestas de cumpleaños a las que se aludirá. Sobre todo en los
chicos, la época del grupo fuertemente centralizado en torno a un líder.
Tenemos en esta última característica una de las principales diferencias entre el grupo
de niñas y el de niños, en el que el espíritu de equipo parece estar más desarrollado. Las
chicas suelen preferir pequeños clanes, en los que se establece una amistad muy
exclusiva. Mientras el grupo masculino se estructura en jerarquías y casi siempre en
torno al líder indiscutido, el femenino puede tener más de una protagonista, que rivaliza
con las demás. Sin embargo, el grupo de niñas es hospitalario: es más fácil para ellas
admitir chicos en sus juegos que integrarse en los de ellos.
La experiencia de la cooperación desarrolla poco a poco una noción moral en el niño.
Ahora, en el juego en común, comprende por qué es importante respetar las reglas,
despierta a una noción práctica de lo que es la justicia y puede percibir cuán injustos
somos a veces los adultos.
Las leyes de la amistad infantil se ponen a prueba en tres circunstancias muy
especiales: las trampas en el juego, la delación del acusica y las mentiras.
A los siete u ocho años, una trampa sólo es condenable si es descubierta. Más tarde
será una prueba de deslealtad al grupo y el tramposo se verá reprobado.
La actitud con respecto al acusica es análoga. Con el paso de los años será una de las
acciones menos aceptadas, lo que dificultará, por ejemplo, la detección del acoso escolar.

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La evolución del espíritu de camaradería dará también al niño una noción justa de la
veracidad. Mentir al mejor amigo supone la pérdida instantánea de su confianza. Mentir
al adulto se considerará menos grave hasta el momento de prueba, al final del proceso
educativo, en que la veracidad en ámbitos como la relación de pareja o la vida laboral
sea considerada una de las reglas fundamentales del comportamiento social.
Así es como se presenta el panorama real de la educación en valores: en interacción
constante entre la familia y el entorno escolar y social. Interacción que es a veces
coincidente, a veces contradictoria. Muy influida, y cada vez más, por ese educador
intruso que es el televisor, al que no se puede renunciar pero que, durante la infancia,
debe verse en compañía de un adulto, en la medida de lo posible, y con un constante
espíritu crítico. Es importante enseñar a los hijos a protegerse del bombardeo
publicitario, por ejemplo jugando a inventar anuncios falsos y disparatados, a ver a quién
se le ocurre el más gracioso. Se trata de despojar a la publicidad de su halo de realidad
mágica, y mostrarla como lo que es en realidad: un conjunto de imágenes brillantes y
frases ingeniosas.
Los programas de televisión deben dar pie a conversaciones caseras. Son buenas
oportunidades para exponer nuestra visión de la vida ante los hijos. Capítulo aparte
merecen los aparentemente inofensivos dibujos animados. Invito a escuchar los diálogos
de cualquier serie de animación sin mirar la pantalla. La sorpresa que nos llevaremos
ante las ideas y actitudes que los niños absorben entre imágenes graciosas y coloristas
será mayúscula.
Estamos todavía en un momento clave del proceso educativo. La «niñera catódica»,
que podría ser un instrumento maravilloso, no sólo no nos ayuda, sino que destruye
muchos de los valores que deseamos transmitir a nuestros hijos. Propongo como medida
perentoria sacar el televisor del lugar donde la familia se reúna a comer. No hay noticia
en el mundo comparable a enterarse de lo que le ha pasado a nuestra hija en el patio del
colegio. Uno de los consejos inmortales de las abuelas sabias es que a los hijos hay que
mirarlos mucho. Sigue teniendo plena vigencia.
Si las bases del diálogo fluido están bien puestas desde los primeros balbuceos, si
nuestra casa es un lugar en el que se puede hablar con tranquilidad y los chiquillos saben
que se les escucha, que sus cosas importan, podremos afrontar con mejor talante la etapa
crucial de la adolescencia.
Abandonamos, siguiendo el mapa de nuestra historia, ese rellano de equilibrio en el
que los chavales han estado más o menos hasta los diez años, y nos adentramos en la
pubertad. Esta nueva etapa va a ponerlo todo en duda y abrirá una larga crisis que
sacudirá hasta lo más hondo a los chicos y chicas. El adolescente, con un frente situado
en su propio interior y otro referido a lo externo, tendrá que pelear por su autonomía
definitiva y su admisión como miembro de pleno derecho en la sociedad adulta.

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La adolescencia

Cuando se habla de adolescencia, se piensa en primer lugar en las transformaciones


fisiológicas que señalan la maduración de los caracteres sexuales, y en sus
manifestaciones: la primera regla, los gallos en la voz, el crecimiento a estirones, los
granos de acné, la revolución hormonal... Ese muchacho desgarbado y flaco, con tres
pelos en la barbilla, que fue nuestro gracioso querubín, esta eterna malhumorada que fue
nuestra muñequita, el duro, el filósofo, la soñadora, la tímida, el pijo, la gótica... ¿Qué es
la adolescencia?
Hay una aclaración importante que hacer: la adolescencia no es la pubertad. Si es fácil
determinar su comienzo, marcado por la maduración orgánica, no es tan sencillo
establecer su final, cada vez más tardío en la sociedad occidental, ya que no contamos,
como en otras culturas, con un rito que marque la entrada en la vida adulta. El problema
que esto supone –y la percepción sobre la gente joven que demuestra– daría lugar a una
reflexión sociológica y ética. Basta con decir que uno de los rasgos propios de los
jóvenes de nuestra época es la discordancia entre la madurez fisiológica e intelectual y la
madurez emocional. En numerosas ocasiones, tal discordancia está en el origen de
conflictos, comportamientos antisociales y problemas de adicción a drogas.
A pesar de todo, algunos psicólogos han establecido clasificaciones de la adolescencia
por etapas. Así se podría hablar de un primer momento caracterizado por una rebelión
activa contra la autoridad en general y el medio familiar en particular; un segundo
tiempo en el cual el estado de rebelión se organiza, se articula, y una tercera etapa, de
reflexión personal y profundización. En cualquier caso, el Yo que había salido al exterior
en aquellos primeros no de los tres años va a volverse hacia adentro, va a elaborar una
conciencia de sí individual y secreta, en la que está sin duda la esencia de la persona
humana. Por supuesto, la intensidad y profundidad de este mundo interior dependerán de
la personalidad, el carácter y la inteligencia de cada uno. También de la educación
recibida y de las experiencias de la infancia. Algunos individuos permanecerán siempre
en la nebulosa rebelde de la adolescencia; en otros, la crisis se presentará exteriormente
tranquila y no habrá grandes espasmos de rebeldía; los habrá que no sepan retraerse de la
influencia de un grupo y elaborarán mal el viaje interior. En cualquier caso, como la
misma palabra recuerda –adolescere es crecer en latín– la adolescencia es un
movimiento, una actividad.
Como rasgo común a todas las manifestaciones adolescentes se encuentra la
aspiración a ser considerado adulto, el deseo de demostrarse y demostrar a los demás que
uno ya es mayor. Los padres debemos proporcionar a nuestros hijos la posibilidad de
tener responsabilidades e iniciativas. La confianza en uno mismo y la certeza de que se

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es depositario de la confianza paterna son, en este momento de la vida, herramientas de
defensa ante las agresiones externas, y siempre puntales de la personalidad. Ya no eres
un niño, es algo que el cuerpo de nuestros hijos les recuerda cada mañana. A la pregunta:
«Entonces, ¿qué soy?» –que en verdad es para ellos angustiosa– debemos responder:
«Una persona joven en la que se puede confiar». Y demostrárselo. Al adolescente le
duele mucho la condescendencia que le devuelve a la infancia. Los esfuerzos que realice
por afianzar su autonomía deberán ser tomados muy en serio. Y seguirá teniendo plena
vigencia el papel de las normas sencillas pero muy claras y que siempre se cumplen, a
las que debe de estar acostumbrado ya.
¿Qué papel desempeñan ahora los amigos? Cuando el adolescente no para de
cuestionar a sus padres y al mundo adulto, cuando los desprecia desde lo alto de su
superioridad –que es la máscara tradicional de la inseguridad en uno mismo–, cuando la
ternura raya y las historias familiares son peñazos, el único consuelo en el mundo se
encuentra entre los iguales. Hasta tal punto se crea esta dependencia que la tentativa de
apartar a un adolescente de su grupo se convierte en la agresión más intolerable. Sin
embargo, debemos saber que sigue encontrando el sentimiento de su propia valía en la
mirada de sus padres. Ahora más que nunca, contra viento y marea, hay que mirar a
nuestros hijos.
La primera misión del grupo de amigos es identificarse con una moda, o mejor con un
modo. Y dentro de ella, definirse por la originalidad, siempre en busca de afirmación.
Durante la adolescencia, nuestro hijo, nuestra hija ve su cuerpo de una manera nueva y
diferente. Ahora es motivo de orgullo, de ansiedad, de vergüenza o de todo a la vez. De
cualquier manera, un adolescente es, en todo momento y lugar, completamente
consciente de su cuerpo. Está, podemos decir, de cuerpo omnipresente. De ahí la
importancia del vestido y el adorno a la moda, los rasgos femeninos o masculinos
exagerados, el drama de los kilos de más o de las camisetas de menos.
Otro elemento diferenciador de enorme importancia es el lenguaje, que se convierte
ahora en el medio por excelencia de excluir al adulto. Cada generación de jóvenes, y
dentro de ella cada grupo, tiene su jerga propia.
Hay muchos otros elementos diferenciadores. No puedo dejar de sentir ternura ante,
por ejemplo, los ensayos de mis hijos para conseguir una firma propia, o sus gustos
musicales, deliberadamente diferentes de los míos. Son tentativas para afirmarse como
personas únicas, modos de construir la personalidad que conviene respetar. Es su época.
El padre o la madre vestidos de quinceañeros y empleando la jerga juvenil les resultan
patéticos, tengan o no confianza para decirlo. No debemos entrar en el juego de la
competencia en juventud, tan peligroso, por ejemplo, para madres e hijas. Como sucedía
en la infancia, somos los padres; ese es el terreno en el que nos necesitan y desde el que
mejor podemos ayudarles en esta etapa.
Las transformaciones físicas son evidentes. Tal vez nos cueste más reconocer las
transformaciones intelectuales. Sin embargo, pueden llegar a ser la primera causa de
desequilibrio. Se olvida con frecuencia que el adolescente es, intelectualmente hablando,
un adulto. La irrupción del pensamiento lógico, que comenzó a los siete años, alcanza

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más o menos a los quince su forma final de equilibrio. En una discusión con el hijo o la
hija quinceañeros, los padres razonamos exactamente con la misma capacidad de
abstracción que ellos. Podemos especular con los mismos argumentos filosóficos –sobre
la vida y la muerte–, políticos, estéticos, sociales o científicos. Solamente la experiencia
de la vida jugará a favor nuestro, aunque este recurso de viejos sea el que menos quieran
oír. La conclusión inmediata es que el adolescente debe ser escuchado, debe serle
facilitado el acceso a los modos y mecanismos de la sociedad. Por operatividad práctica,
nos interesa conocer su opinión y tenerla en cuenta.
Sobre todo, hay que comprender que esta transformación de la inteligencia estructura
enteramente la crisis juvenil. Ahora la vemos entera en su complejidad: el trastorno
afectivo y sentimental que desencadenan los cambios fisiológicos, y la intensa
efervescencia intelectual e imaginativa. El protagonista de este tsunami de luz, como
dice el poeta, se observa, se interroga, se pone a prueba, se piensa a sí mismo. Este es –
para el más sensible y para el menos– el nacimiento de la vida interior. En muchos casos,
este rincón secreto sustituirá a las gratificaciones externas, llenará de sueños la difícil
adaptación a la realidad. No olvidemos que las dudas existenciales y el sentimiento de
inferioridad –sé que no controlo el mundo– son realidades para todos los adolescentes.
Los amigos se convierten en el refugio más seguro. Una identificación favorable con
ellos restaura el sentimiento de identidad y la estima propia, siempre con la familia
detrás, en la ambivalencia de querer ser tratado como un adulto y protegido como un
niño. Es la época de sentir pasión –sobre todo entre las chicas– por una amiga; o la de
imitar hasta la extenuación los comportamientos y actitudes del líder de un grupo. Son
las etapas previas a la irrupción del amor, una gran revolución a la que nos acercaremos
un poquito.
Existen también las identificaciones secundarias, con cantantes y estrellas de cine,
pero el auténtico cimiento del Yo adolescente es el amigo. De ahí las traumáticas
rupturas, a las que también aludiremos.
En cuanto al grupo de adolescentes, en principio es muy diferente del grupo de niños.
Está unido por lazos de comprensión recíproca y se enriquece con las diferentes
personalidades que lo componen. Sirve como laboratorio para conocer a los demás. Si no
se desvía hacia comportamientos antisociales y se mantiene controlado, prepara para la
condición de adulto. Para ello es fundamental que se muestre creativo en la gestión del
ocio.
Los jóvenes son capaces de disfrutar sencillamente charlando. Sin embargo, la
sociedad les ofrece, como condiciones indispensables para la diversión, el consumo y el
aturdimiento. Este problema, como tantos otros, se previene desde la infancia. Un
adolescente aficionado al deporte, a la música o al cine, que conoce el valor de una
conversación interesante y tiene un hábito de horas de comida y de sueño, ve menos
aliciente en una discoteca atestada o en un corro de botellón en el que sólo se trate de
estar cada vez más borracho.
Tampoco cerraremos los ojos a los nuevos fenómenos en el ámbito de la

18
comunicación: el teléfono móvil, el chat, el messenger. Nuevas soluciones al viejo
problema: tú y yo, tu soledad y la mía.
La reflexión más sabia que he escuchado sobre la función de los padres en la
adolescencia no la hizo un experto psicólogo, sino una amiga, madre de muchos hijos:
«Es el momento de aprender a quererlos tal como son en realidad, no como queríamos a
aquellos muñequitos sobre los que proyectábamos nuestros sueños».
Queda mucho que contar en nuestra historia. Pero tal vez resulte más útil realizar
pequeñas aproximaciones a sus protagonistas: los hijos creciendo y cambiando, sus
amigos acompañándoles, y nosotros los padres enfrentados a la tarea de educar, tan
apasionante y tan seria. Vamos a ello.

19
2
Los amigos de mis hijos

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El amigo de la guardería

«Ayer me contaron que mi hijo había mordido a un amiguito con el que estaba
jugando en la guardería. Resulta que es el hijo de la nueva vecina, que ha venido
hecha una furia. ¿Me quedarán muchos malos ratos como este?» (de mi diario).
Sí, la amistad nace del conflicto. Así de contradictoria es la naturaleza humana.
Los primeros sentimientos del niño, las primeras emociones de su sensibilidad,
condicionan su desarrollo. De estos sentimientos primeros dependen no sólo los rasgos
de su personalidad y su carácter, sino incluso la capacidad intelectual y la salud. Ya lo
sabían nuestros abuelos cuando afirmaban: «El niño es el padre del hombre». O los
poetas que describieron la infancia como «el lugar donde se vive siempre».
Esto es verdad, pero no toda la verdad. Algunos estudios publicados recientemente se
jactan de poder predecir los futuros comportamientos antisociales a partir de las
experiencias negativas de la primera infancia. Las cosas no son así necesariamente:
padres y educadores sabemos que en el porvenir de un niño, sea cual sea la carga
genética o de experiencias personales que porte, no está todo escrito. En educación no es
posible el determinismo. El ser humano tiene capacidad para superar los problemas más
graves defendiéndose con innumerables recursos. Ante una niña recién nacida, ante un
pequeño de dos años, por muy desfavorables que sean las condiciones en que vivan, sólo
tiene sentido creer en la vida.
Un buen amigo me contó la historia de un anciano de ochenta años que fue a buscar
un esqueje para plantar una higuera. Y la higuera tarda una década en crecer. Con esta
clase de fe en la vida se construye el proceso educativo. «El niño es el padre del
hombre» significa que una infancia equilibrada proporciona la llave maestra de la
madurez emocional, que es la autoestima. Pero el dueño de esa llave puede hacer con
ella lo que quiera. El arte de la felicidad no tiene los ingredientes tasados y medidos, no
es repostería. Son muy ilustrativos los estudios sobre la «resiliencia», un concepto que la
psicología moderna ha tomado de la física, referente a los materiales que pueden ser
golpeados y doblados sin romperse. La resiliencia es la capacidad del ser humano para
resistir el dolor y superar los traumas. En esta capacidad que todos poseemos en mayor o
menor grado, y que se puede desarrollar con la educación, se cifra todo el futuro, toda la
esperanza.
En el primer capítulo realizamos un breve viaje por la situación afectiva y social del
niño menor de cinco años. Dejamos dibujado el panorama de los primeros brotes de su
personalidad, el principio de la independencia, y los conflictos que dan origen a los
aprendizajes sociales. Es la época preescolar: una transición no obligatoria pero casi

21
obligada, entre la atención exclusivamente familiar y la escuela.
Antes de los tres años, el niño no necesita pasar el día entero en la guardería. Existe un
debate ya antiguo sobre si la labor que ésta realiza puede considerarse educativa ya o
meramente asistencial. Parece claro que el jardín de infancia tiene un indudable
componente educativo que debe potenciarse, pero no nos engañemos: la función que
cumple no es imprescindible para los niños, sino para los padres, cuando el horario de
trabajo no les permite hacerse cargo del pequeño ni se puede echar mano de ese tesoro
que nunca se valorará lo suficiente, la madre dos veces, la plácida abuela. Otro sentido
tiene, indudablemente, la escolarización de los tres a los cinco años, en la Educación
Infantil, un período netamente educativo en el que se inician los aprendizajes escolares y
cuya importancia es incuestionable.
Seguramente todos hemos pasado por la terrible experiencia de dejar a un chiquitín en
la puerta de la guardería llorando, después de un madrugón. Me recuerdo a mí misma
mascullando entre pucheros: «Mi trabajo es importante para que el día de mañana no me
mantengas, hijo, para tener una pensión de jubilación...». No se me ocurría una excusa
mejor, pero las había. Y causas justificadas. Buscar las propias, verbalizarlas, que sean
verdaderas y creérselas es una buena cura de salud mental para madres ocupadas, y
evitará el peligro de compensar al niño por nuestros sentimientos de culpa. Cuando
estemos con los hijos, nada de culpas, sólo mucho cariño, sentido común, generosidad
con el tiempo y con el propio cansancio, ganas de educar y risas. Ahora y siempre van a
necesitar como padres a personas equilibradas y con vida propia, sin asignaturas
pendientes.
La guardería cumple un importante papel en la socialización del niño y en la
adquisición de hábitos, pero no es el hogar ni sustituye completamente su presencia. No
es necesario decir que, al elegir centro, además de la vigilancia de los niños y la higiene
escrupulosa, debemos tener en cuenta el clima, la alegría. Si dejamos llorando a la
pequeña los primeros días porque es duro separarse, al menos que la encontremos
contenta, risueña, habladora.
Es importante, sin embargo, que no caigamos en el error de creer que el niño necesita
desprenderse enseguida del ambiente familiar. Justamente al contrario: tiene que afianzar
toda su personalidad en la familia para llegar a ser en el futuro verdaderamente
independiente. El tiempo que se comparta en casa con un niño menor de tres años deberá
contar con la máxima calidad y la mayor cantidad de presencia parental posible.
Los padres debemos recordar que el primer aprendizaje sobre las relaciones con los
demás se hace en la familia. El primer no, el primer logro, el difícil tránsito al control de
esfínteres, a la alimentación variada y sólida, a la autonomía en el vestido y la higiene,
tienen en la casa un escenario principal y un complemento en el jardín de infancia. Y
precisamente porque éste suple muchas horas diarias de contacto paterno-filial, es
imprescindible la comunicación constante con quienes conviven con nuestro hijo y le
ven desenvolverse. Ellos son también, en cierto sentido, los amigos de mis hijos. Desde
estos primeros momentos, la comunicación fluida con los educadores y maestros –

22
profesionales que saben lo que hacen y a los que podemos pedir consejo– debe ser una
prioridad. Educadores, profesores y padres nos esforzamos por conseguir el mismo
objetivo, y nos necesitamos mutuamente. Así que, desde la guardería, diálogo,
conocimiento mutuo y colaboración con los profesores de nuestros hijos.
Hemos descrito ya a las pequeñas células egocéntricas que son los niños durante la
primera infancia. La convivencia con otros pequeños se establece a trompicones, entre
conflictos, sin ninguna cooperación, pero indudablemente esta interacción tiene en el
jardín de infancia un lugar privilegiado, y sus resultados son evidentes, por ejemplo en el
lenguaje, que suele estar siempre más desarrollado en los niños tempranamente
escolarizados.
La importancia socializadora del jardín de infancia se revela del todo en los hijos
únicos. No es infrecuente que la familia les muestre una ternura asfixiante,
sobreprotectora, aderezada con un gran número de prohibiciones. Los niños perciben
inmediatamente la contradicción interna de ese cariño que corta alas y anula iniciativas.
En estos casos, la guardería tiene el importante papel de catalizar las energías del niño y
permitirle desenvolverse entre iguales, con su conflicto primordial y su don.
«Los niños de tres años juegan individualmente con una materia social», escribe
Piaget. Son pescadores que lanzan sus cañas al mar, unos al lado de otros, y no
marineros de un barco ballenero que trabajan en equipo. Pero ver al resto de los
pescadores a un lado y a otro de tu caña ya es un primer paso. El amigo de la guardería o
de la escuela infantil no es tal, pero ya va siendo otro que yo. Nuestra tarea será
intervenir sólo cuando sea necesario en los conflictos entre las pequeñas células, decir no
con firmeza y tranquilidad en los momentos adecuados, pocos, claros y regulares –es
decir, aquellos en los que siempre voy a decir no y mi hijo ya cuenta con ello–, sacar
partido a la facilidad de nuestros pequeños para entretenerse con cosas muy diversas,
aguantar con paciencia la rabieta que descarga todo su aparato, y no compensar sus
buenos gestos con caramelos, sino con grandes besos y nuestra alegría. Ahora y hasta
que concluya el proceso educativo, debemos tener presente que las recompensas
materiales no son buena argamasa para el mosaico bizantino de la personalidad.

23
La amistad en la infancia:
el mejor amigo y el líder

«Mi hija no se separa de esta niña, que es todo un carácter, ni en el parque ni en el


colegio. La verdad, me preocupa un poco. No me gustaría que, con tan sólo siete
años, empezaran a manejarla» (de mi diario).
I
Cuando el niño adquiere, aproximadamente a los siete años, la capacidad de ponerse en
el lugar del otro y captar sus intenciones, abriéndose así a una verdadera cooperación,
entabla relaciones más duraderas y electivas con los iguales, que por primera vez
adquieren la categoría de amigos. Se desarrolla así el poderoso sentimiento de
pertenencia a un grupo ajeno a la célula familiar que, como quedó explicado en el primer
capítulo, va a ser campo abierto para la puesta en práctica de valores y para las
experiencias de orden ético.
En el desarrollo evolutivo de la sociabilidad, la época que corresponde a la
escolarización en las enseñanzas Infantil de segundo ciclo y Primaria se caracteriza por
la asimilación paulatina de la realidad real –es decir, del mundo tal como es– y la
adaptación a ella. El pensamiento lógico se vuelve capaz de introducir en las ilusiones
egocéntricas del niño, orden, estabilidad y coherencia. Ahora nuestro hijo puede
representarse el universo y ver, formando parte integrante del mismo, a los demás, a la
vez distintos e iguales, con los que inevitablemente deberá relacionarse. Puede entrever
los diferentes aspectos de una situación y relacionar los efectos con sus causas. En
palabras concretas, y parafraseando los famosos experimentos de Piaget, nunca más
creerá que una tableta de chocolate partida en dos contiene el doble de chocolate que
entera.
Estos primeros avances del razonamiento lógico son en sí mismos un espectáculo
maravilloso que convierte a los niños y niñas de siete años en extraordinarios
compañeros de excursiones y viajes, inagotablemente curiosos y llenos de asombro. Los
padres de hijos de esta edad deben desmentir a Wittgenstein cuando afirma que «los
aspectos de las cosas que son más importantes para nosotros permanecen ocultos debido
a su simplicidad y familiaridad», y disfrutar del irrepetible momento de la convivencia
con el pequeño investigador, aventurero y filósofo.
Como es obvio, los progresos en el terreno de la inteligencia desbordan el dominio del
razonamiento para influir decisivamente en la relación con los demás. El pensamiento
del niño se socializa a la vez que obtiene representaciones objetivas de la realidad, en

24
una interacción global como la del poema: «No se puede tocar una flor sin que se
estremezca una estrella». Es la época del aumento regular y progresivo de las elecciones
mutuas, y del ajuste cada vez más seguro de sus relaciones con los amigos y amigas.
A partir de los seis o siete años, los grupos que vemos formarse espontáneamente en
el patio del colegio o en el parque se encuentran para jugar juntos a algo, y el carácter de
estos juegos empieza a ser plenamente social. Son años de cooperación con el grupo,
pero también de competencia, de preocupación por medirse con los iguales y superarlos.
No es difícil comprobar cuántas veces una actividad que podría en principio considerarse
neutra, deriva en una competición altius, citius, fortius, al más puro estilo de los Juegos
Olímpicos. Debemos apreciar, sin embargo, la organización tan estricta que requiere
cualquier competición, y cómo es un avance prodigioso para nuestros pequeños
establecer reglas de juego complejas y obedecerlas.
A partir de los nueve o diez años llega a su plenitud la capacidad de elegir por
afinidad, y será excepcional no tener un mejor amigo o no ser considerado como tal por
otro compañero. En algunas ocasiones, debido a la dificultad de vivir en una gran ciudad
o a la enorme cantidad de actividades complementarias que sobrellevan, la escuela será
el único lugar de encuentro. En cualquier caso, los compañeros de clase ocupan en esta
época el primer lugar en la actividad social de los niños, y las dinámicas del aula y del
patio de recreo configuran auténticos laboratorios para el aprendizaje de la convivencia.
Una de las más relevantes consecuencias de los amigos del colegio es la sustitución
progresiva de la moral heterónoma, recibida de los adultos e indiscutible, por una moral
interiorizada, nacida de la cooperación en el grupo, y establecida ya sobre el respeto al
otro y la solidaridad. No es que el niño de esta edad rechace las normas –esta rebelión es
patrimonio de la adolescencia–, sino que las evalúa a la luz del microsistema de sus
iguales, comprueba que funcionan, y puede así comprenderlas y asimilarlas. Pero el
sentido moral no consiste simplemente en esto. Tiene además un aspecto creativo: las
relaciones de reciprocidad que se establecen entre los niños son por sí mismas una fuente
de valores nuevos, fabricados por el grupo sin apenas colaboración adulta.
El grupo en sí mismo también evoluciona: al principio es anárquico; desde los siete
hasta los nueve años es una dictadura bajo la tiranía de un líder que va cambiando casi
constantemente; desde los diez años podemos considerarlo una especie de monarquía
constitucional, entre los chicos, con un soberano asesorado por un equipo y muy volcado
en el bien del grupo; y algo muy parecido a una democracia –pero de las originales, en
las que sólo tenían voto algunos ciudadanos escogidos– entre las chicas.
II
Para algunos autores, la aparición de la figura del líder depende más de las necesidades
del grupo que de las cualidades personales concretas. Así, el capitán natural del equipo
de fútbol sería el mejor jugador, el jefe de un trabajo en equipo encargado por la maestra
sería el más competente... Nuestra experiencia como adultos –y el recuerdo de la

25
infancia– nos dice que eso no es siempre así. El liderazgo es una función compleja en la
que entran en juego factores como la autoridad personal, la popularidad, la empatía, el
prestigio e incluso la coacción por la fuerza, de la que hablaremos cuando abordemos el
tristemente célebre bullying.
El Diccionario de la Real Academia Española define el prestigio como «estimación,
renombre, buen crédito, ascendiente, influencia, autoridad, fascinación e incluso
engaño».
Es muy importante tener en cuenta este último componente, que forma parte
sustancial del prestigio desde su etimología: praestigium significaba magia e incluso
charlatanería. De esta clase es el prestigio del más fuerte o de la mejor vestida. Por eso
para ejercer el liderazgo es necesario que el poseedor del prestigio sepa usarlo a su favor,
porque es poco duradero y fácil de desenmascarar.
Tampoco la popularidad se puede confundir con el verdadero liderazgo. Sí lo es el
ascendiente, porque implica una influencia efectiva sobre los demás, y se basa en
cualidades personales más profundas.
Es importante distinguir estas diferencias. Si bien la amiguita fashion puede ejercer
gran influencia sobre una niña, hay una frontera entre lo externo y superficial y lo que
afecta a la personalidad. Cuando nuestra hija no sólo quiere una prenda de ropa igual a la
de su amiga, sino que realmente quiere ser como ella –y mejor aún, antes de que esto
suceda– debemos potenciar las características que la hacen única. Buscar la cualidad
propia de cada hijo, hacérsela ver para que la reconozca y la aprecie, y darle los medios
para que la desarrolle son actividades imprescindibles en la tarea de los padres y
constituyen el vademécum de la autoestima.
En los grupos de chicos, el prestigio de la fuerza y la habilidad prevalece todavía en
esta etapa sobre la camaradería y la solidaridad. Es una tendencia que se modificará un
poco más adelante cuando, cualesquiera que sean sus aptitudes deportivas, los malos
compañeros, acusicas o carentes de sentido de grupo, sean rechazados. El verdadero jefe
del grupo de chicos será, a partir de los diez u once años, el que tenga talento de árbitro.
La evolución del grupo de chicas es diferente: se agruparán en pequeños clanes o
incluso en parejas de mejores amigas, en las que la influencia recíproca será fuerte y
difícil de contrarrestar. En ocasiones, mantendrán una rivalidad disimulada o manifiesta
con las otras niñas.
A pesar del enorme avance que supone la coeducación, en la que creo firmemente, los
grupos de niños y niñas de esta edad juegan separados. Como hemos dicho ya, las chicas
siempre serán más hospitalarias y estarán más pendientes de ellos. Desde el otro lado,
nuestro hijo de nueve años nos mirará con cara de asombro cuando le preguntemos si
está con las niñas en el recreo. Son actitudes perfectamente normales, etapas de la
evolución social que a veces desaparecen por la enorme cantidad de información sobre el
mundo adulto que reciben los niños.

26
En cualquier caso, el mejor amigo es una realidad incuestionable de la infancia. Para
algunos privilegiados, un tesoro que se conserva siempre. Para todos, uno de los
compañeros por el camino de la vida a quienes se recuerda. Como padres, debemos
reconocer el valor que tiene este importante personaje. Si nuestro hijo o nuestra hija son
seguidores apasionados de un líder, será preciso enseñarles a apreciar sus propias
cualidades personales. Ya ha quedado dicho: para conocerlas tienen que escucharlas.
Para sacarles partido tienen que saber que son valoradas. Es un axioma de la educación:
la autoestima de los hijos se alimenta en la mirada de los padres. Por supuesto, deben
también conocer nuestra opinión, respetuosa pero clara, sobre las circunstancias
personales o familiares de sus amigos que no nos parezcan convenientes.
Es fundamental abrir nuestra casa a los amigos, conocerlos, verlos desenvolverse,
observar en terreno propio cómo se comporta nuestro hijo ante ellos: si está feliz y
comunicativo, si muestra su personalidad, si conjuga amigos y familia sin problemas. En
el futuro, vivir en una casa abierta será un rédito a nuestro favor. El gasto en meriendas
se verá compensado con creces. No hay tranquilidad mayor que la de quienes ven pasar
la tarde en el cuarto de estar a la pandilla entera de adolescentes, porque el hijo les invita
con naturalidad desde hace años. Las cosas son menos dramáticas cuando los hemos
visto crecer a todos juntos, o cuando el líder en persona está jugando en casa. Si
conocemos a sus amigos habrá más claridad para afrontar cualquier problema en el
futuro.
La casa abierta, se convierte en imprescindible para el niño tímido o con dificultades
de relación. Convivir con un compañero de clase en terreno favorable –con los juguetes
que sabe manejar mejor, con el decorado en el que más cómodamente se desenvuelve– le
facilitará la integración. Cuando se encuentren al día siguiente en el recreo, habrán
compartido algo, tendrán cosas en común, se conocerán mejor, hablarán con más
confianza.
También, y lo diré muchas veces más, la maestra es fuente de información: ella los ve
jugar en el recreo, compartir o no con el grupo. Ella nos dirá si nuestra hija se aísla con
la amiga, o si se distrae en clase por estar pendiente de ella; si el chico es bien aceptado
en el grupo o si el líder lo ha excluido.
Puede suceder que seamos los padres del líder. En este caso, será conveniente no
fomentar aún más su competitividad, y sí estimular su empatía y su compasión, valorar
su manera de ser y animarle a emplearla con generosidad. También será importante
enseñarle que el liderazgo concreto en un grupo pasa, pero que sus cualidades personales
permanecerán siempre.
En cualquier caso, y como venimos viendo, la amistad es una sustancia viva y
permeable, que se modifica constantemente. El mejor amigo de la infancia cambia de
sujeto con rapidez, y tendremos que dialogar con los hijos sobre el respeto que se debe a
quien lo fue, y lo natural que es encontrar una persona más afín en un momento dado
cuando uno mismo está creciendo y cambiando.

27
Es importante conocer un paradigma clave: la convivencia exclusiva con los adultos
no basta para educar a un niño. Sólo el grupo de iguales puede hacerle capaz de juzgar y
actuar por sí mismo, sólo con ellos avanza por el camino de la autonomía.
La adquisición de esa autonomía, relativa, claro está, marcará efectivamente el final
de la infancia.

28
Las celebraciones

«¡Por fin acabó el día del cumpleaños! Después del ataque de excitación, se ha
dormido en medio de un mar de regalos sin abrir. La fiesta ha costado un riñón, no
llegaremos a fin de mes. ¿Nos habremos vuelto locos?» (de mi diario).
I
Dentro de las relaciones sociales de la infancia, la asistencia a fiestas y celebraciones,
por ser cada día más frecuente y determinar la agenda de nuestros hijos y de toda la
familia, merece un breve capítulo aparte.
Las megafiestas de cumpleaños, las hipertrofiadas Primeras Comuniones, la sucesión
de apocalípticos Papás Noel y Reyes Magos en poco más de una semana de fiestas de
Navidad, no son sino manifestaciones de lo atrapados que nos tiene la sociedad de
consumo. A los adultos, no nos engañemos. Porque esta avalancha de gastos y regalos
no corresponde a una necesidad, ni seguramente a un deseo, de nuestros hijos.
Si somos sinceros, debemos reconocer que en muchas ocasiones empleamos el dinero
y los juguetes como sustitutos de nuestra presencia y afecto. Creemos que a nuestros
hijos les consuelan porque a nosotros, cuando salimos quemados del trabajo, parar a
comprar un par de zapatos nos consuela. Pero es un reflejo condicionado que estamos
transmitiendo, y debemos ser conscientes de ello.
De vez en cuando se publican estudios sociológicos que muestran panoramas
merecedores de reflexión. Es curioso, por ejemplo, el informe Adecco 2006 sobre las
aspiraciones de los niños y adolescentes españoles entre 9 y 17 años. Ocho de cada diez
encuestados afirma que, si fuera adulto, preferiría pasar más tiempo con sus hijos a ganar
mucho dinero; que si mandaran en el mundo resolverían en primer lugar la pobreza, y
que la mejor manera de gastar el dinero es viajar. La mayoría de los chicos quiere ser
futbolista, y casi un 25% de las chicas elige ser de mayor... ¡profesora! No aparece entre
las respuestas más frecuentes la profesión de modelo, que los mass media presentan
como el sueño de toda mujer. ¿Por qué damos por sentado que a nuestros hijos les
encanta todo lo material?
Sin embargo, el mercado dedicado al mundo infantil es uno de los más florecientes y
agresivos: la campaña de los juguetes previa a la Navidad comienza a mediados de
agosto, todas las tardes de viernes están supeditadas a la invitación que tenga nuestro
hijo en su cargada agenda, seis o siete meses antes de su cumpleaños estamos reservando
ya pista en la bolera, pedimos al Banco un crédito para pagar la fiesta de Primera
Comunión, nos sentimos incapaces de frenar toda esta vorágine y no sabemos en
realidad qué es lo que pasa.

29
Las celebraciones relacionadas con la vida de nuestros hijos son importantes para
ellos y deben ser ocasión para demostrarles cuánto les queremos y lo mucho que
significan para nosotros. Pero el lenguaje de los sentimientos de un niño es más sensible
y profundo de lo que pudiera parecer: puede entender perfectamente que va a celebrar su
cumpleaños sólo con sus cinco o seis mejores amigos, los que él escoja, y que nos
volcaremos en que sea para ellos una tarde especial, fuera de lo común y adocenado. Lo
que no implica necesariamente una fiesta privada en el Parque de Atracciones. El niño
desea y agradece que se cuente con su opinión y colaboración para los preparativos:
lugar, decoración, comida de su gusto, alguna idea original, una tarta que él mismo
decora, unas servilletas que pinta, globos en los que dibuja las caras de los invitados y
sirven para marcar las sillas, unos bocadillos en los que coloca ojos de aceituna y
lenguas de salchichón... Si participa, le será más fácil comprender lo que es posible hacer
y lo que no. Si es tímido, celebrar su cumpleaños en casa lo convertirá en auténtico
protagonista, y el esfuerzo de vaciar el salón de algunos muebles estará compensado con
creces. Si sólo ha invitado a cinco amigos, verá natural –y se lo haremos comprender
así– que no esté él mismo invitado a todas las fiestas de la clase, y no pasará nada. Y
recibirá cinco regalos de cumpleaños que sentirá como especialmente dedicados a él o a
ella. La montaña de regalos que permanece sin abrir porque ni siquiera da tiempo no
sirve más que para producir una sensación de exceso, de borrachera, con su inevitable
vacío posterior. Terminan siendo regalos de desconocidos, que no se pueden ni
agradecer siquiera.
II
Lo mismo ocurre con la Navidad. Sólo manteniendo su carácter de tiempo especial y
familiar puede conservar algún significado. Si tenemos la fortuna de asociarla con un
sentido religioso de la vida, debemos potenciarlo en esos días porque la magia del Belén,
de los villancicos y de la Misa del Gallo es una reserva de espiritualidad de la que se
bebe, «como peces en el río», durante el resto de la vida. Si no tenemos un sentimiento
religioso, al menos valoremos su carácter de fiesta de la familia y enseñemos a los hijos
a agradecer el privilegio de vivirla con los abuelos, por eso de «y nosotros nos iremos y
no volveremos más», que dice también el villancico. Viviéndola así, ¿para qué
sobrecargar a los niños con expectativas de regalos? ¿Qué sentido tiene el engaño sobre
Papá Noel cuando ya el misterio de los Reyes es suficiente para llenar de encanto los
primeros años, y de añoranza el resto de la vida? No debemos engañarnos: un juego de
Play Station o un vestuario completo de Barbie que se estrenan el 25 de diciembre nos
aseguran la tranquilidad y el silencio de los niños durante un par de semanas, justo hasta
que el 6 de enero llegue otro cargamento de regalos. Ese y no otro es el motivo de copiar
la tradición anglosajona. Si nos es imposible luchar contra la corriente, porque nuestros
familiares se han sumado a ella, al menos exijamos sentido común a la hora de regalar,
para no caer en el exceso que estraga. ¿Qué tal los libros y juegos de mesa en Navidad y
la muñeca soñada que se pidió en la carta, para los Reyes? ¿Y si Papá Noel trae las
entradas para ver una obra de teatro, un concierto o una función de circo en familia, y lo

30
vivimos como una gran fiesta?
III
Doy por descontado que la Primera Comunión sólo se celebra como sacramento, el signo
exterior de una creencia religiosa. Sin embargo, estamos viendo cómo en muchas
ocasiones se convierte en el simulacro a escala de una fiesta de boda, y es un auténtico
disparate. Debe ser una celebración rodeada de alegría, misterio y magia, en la que el
protagonista sea el niño o la niña, y lo que hace. Ahora el papel principal en muchos
casos lo desempeña el traje, o el restaurante. Debemos volver a centrar la Primera
Comunión en el niño y en la familia, pensar sólo en ellos cuando la preparemos, y no
entrar en competiciones con el vecindario; elegir el traje con nuestra hija dejando claro
que su sentido es vestir el cuerpo como el interior del alma: limpia, bonita, de gala, no de
lujo, para que ella esté tan guapa por fuera como por dentro; enfocar los regalos que
nuestro hijo reciba como homenajes que le hacen por el paso que ha dado; vivirla con
toda la intensidad y espiritualidad posibles, compartiendo con ellos la emoción, porque
eso es lo que va a quedar para siempre. Invito a hacer la prueba de los dos años después:
los regalos no se recuerdan.
Estamos cercados por la sociedad de consumo. Sin embargo, podemos educar a
nuestros hijos como personas solidarias, con sentido crítico y con capacidad de juicio y
de elección, empleando la valiosa herramienta de la austeridad. Porque no es realmente
más libre quien escoge entre ocho marcas distintas de cereales para desayunar; este
exceso, por el contrario, anula la libertad. Es libre quien escoge entre dos opciones
siguiendo verdaderamente sus preferencias. Nuestros hijos comprenden la austeridad
mucho mejor de lo que creemos. Si les educamos en ella –también con nuestro ejemplo,
claro está– recogeremos los frutos en unos pocos años, cuando entre en juego el
poderoso azote de las marcas de ropa y deban decir no y mantener su personalidad frente
a su propio grupo de amigos.

31
Amigos, videojuegos y deporte

«Sus compañeros de clase iban a la discoteca, pero él me ha dicho: “Prefiero pasar


la tarde con los de basket, hemos organizado un partido”. Bendito baloncesto,
¿habremos encontrado la panacea universal?» (de mi diario).
I
Decir que la afición a practicar deporte mantiene la mente sana en el cuerpo sano se ha
convertido en un tópico, como tantas otras muestras de la sabiduría de los clásicos. Por
supuesto, no nos referimos a la preparación para una competición deportiva de alto nivel,
que tiene sus propias reglas y riesgos elevados, sino a practicar un deporte, a moverse, a
seguir la disciplina de un horario de entrenamiento, a formar parte de un equipo y no
poder fallar a los compañeros, a disfrutar las ventajas del aire libre, del cuerpo ágil, de la
capacidad de superación.
Los niños y jóvenes de la sociedad actual se mueven cada vez menos. Tanto es así que
a veces confundimos la energía normal de un niño con la hiperactividad, que es un
trastorno de origen neurológico. El sedentarismo –demasiado tiempo sentados ante una
pantalla– no sólo amenaza su salud física, sino que impone nuevas formas de
socialización por el juego: un mando a distancia, un desarrollo violento de reglas
preestablecidas en el que no cabe lo creativo, y sobre todo un enorme aislamiento. La
mayor incongruencia de nuestra sociedad, que gusta de llamarse «de la comunicación»,
estriba en que su paradigma es un individuo aislado frente a una pantalla.
Precisamente por la enorme diferencia que hay entre una clase real de judo, por
ejemplo, y un videojuego de lucha, es preciso abordar las implicaciones y los riesgos de
esta nueva forma de jugar.
Un estudio realizado por el INJUVE refleja que el 58’5% de los niños y jóvenes
españoles juega a los videojuegos, los chicos más que las chicas. De ellos, el 42’2%
juega con una frecuencia mínima de tres días por semana o incluso diariamente. La
primera razón por la que se juega es que resultan divertidos y ofrecen la posibilidad de
copiar la realidad. Es precisamente este punto el que merece una reflexión más seria:
¿Sabemos qué realidad presentan los videojuegos a nuestros hijos? Si somos sinceros,
muchos contestaremos que no. Ni siquiera miramos la recomendación de edad al
comprarlos. Aunque los contenidos violentos están presentes en muchos ámbitos, es
importante tener en cuenta que los videojuegos son auténticos juegos. Los niños toman
parte activa en ellos, no son espectadores, sino actores: ellos disparan, pelean, atropellan
y matan, ganando puntos además cada vez que lo consiguen, sin espacio para

32
alternativas propias, sin posibilidad de introducir indulgencia o simpatía, por ejemplo. La
violencia de los videojuegos es muy explícita, está situada fuera de cualquier juicio
moral, y se presenta como necesaria, cuanta más mejor. Frecuentemente nuestros hijos
están solos mientras juegan, incluso en su habitación con la puerta cerrada. Además son
fuertemente adictivos: el 18% de los encuestados por el INJUVE reconoce perder horas
de sueño y estudio por ellos. Este es el panorama real de lo que suponen, a pesar de que
nos garanticen tantas horas de silencio de los niños y tranquilidad aparente.
Por supuesto, no quiero decir que debamos desterrarlos. Son un instrumento clave de
la época que les ha tocado vivir, como la televisión, Internet o el teléfono móvil. Pero
podemos controlarlos: ver a nuestros hijos mientras juegan para observar el efecto que
les produce; hacerles notar ese efecto, si los encontramos nerviosos o agresivos después
de jugar; limitar clara y seriamente el tiempo que se les dedica; establecer normas de uso
en los días laborables para que no resten tiempo al estudio, y sobre todo sacarlos de los
dormitorios.
Durante la infancia y la primera adolescencia, todas las pantallas deben estar en
espacios de uso común y ser comunes, para que se pueda comentar con naturalidad lo
que aparece en ellas, y para que el horario de uso esté ajustado a las necesidades de unos
u otros y haya que ceder el turno. Así serán elementos abiertos a la familia y no tesoros
secretos y obsesivos. Como ya hemos visto, mientras los niños juegan con la Play
Station o la X-Box están activos, y esta es su gran ventaja sobre la pasiva televisión. Por
eso la consola ideal es la que se emplea con amigos, la que dispone de varios mandos, de
manera que lo que sucede en la pantalla se comenta, se jalea, se comparte. De ahí que los
nuevos portátiles de uso exclusivamente individual o para compañeros de juego virtuales
hayan hecho saltar las alarmas. El
i-pod, la Play Station Portable y el resto de novedades son instrumentos que aíslan
completamente de la realidad y favorecen comportamientos casi autistas. Debemos
evitar que los usen niños pequeños o muy retraídos, y que se les dedique demasiado
tiempo.
Como es imposible seguir al minuto todas las novedades, tenemos que escuchar con
frecuencia las quejas de nuestros hijos por no estar a la última. No es mala idea alquilar
el videojuego tan reclamado antes de comprarlo, para ver con ellos cómo es y si nos
convence. Esta medida desmitifica un tanto eso de que «todo el mundo lo tiene ya».
Tampoco es mala idea fomentar los juegos que consisten en misiones humanitarias o de
supervivencia, que también los hay. La actitud crítica ante la publicidad, y por supuesto
el diálogo que enseña a distinguir la realidad de la ficción, nos servirán siempre. Y no
olvidemos que la mejor información sobre las novedades de interés en el mundo de los
videojuegos, su contenido y su impacto, nos la pueden suministrar nuestros propios
hijos, que entienden de este tema y tienen una opinión formada, compartida o
contrastada con sus iguales. En esto, como en tantas otras cosas, no los infravaloremos.
II

33
Es imprescindible potenciar las alternativas que incluyen jugar en la realidad, y ahí es
donde tiene un lugar de honor el deporte.
Un estudio sobre la salud de los jóvenes europeos, publicado en el año 2006 en la
revista médica The Lancet, recomienda una actividad física de al menos una hora diaria
para prevenir las enfermedades cardiovasculares y la obesidad, cada día más presentes en
los niños y jóvenes occidentales. Es evidente que la recomendación no se refiere sólo al
deporte, sino al ejercicio en general: andar, correr en el recreo, moverse. Pero el
entrenamiento deportivo –o la danza, que suma a la actividad física el enriquecimiento
de la música y del arte– debe estar presente en la vida de nuestros hijos. Siempre
respetando sus gustos, aptitudes y deseos, comprobaremos que los deportes de equipo le
sientan bien a un niño poco sociable, que la concentración que exigen las artes marciales
reporta beneficios al distraído o al disperso, que la natación aumenta la energía y
coordinación de una niña patosa o muy preocupada por el peso, que manejar un barquito
de vela, descender esquiando una ladera, o realizar un ejercicio de equilibrio aumentan
notablemente la seguridad en uno mismo. Si no forzamos la máquina ni proyectamos
nuestros sueños de ser «el padre del nuevo Fernando Alonso», sino que buscamos el
deporte que mejor va con las cualidades y características de nuestros hijos, habremos
dado con una clave que evitará en el futuro grandes riesgos. El hábito del deporte como
alternativa de ocio previene muchos problemas de la adolescencia que surgen
precisamente en torno a la gestión del tiempo libre, por desgracia cada vez más
relacionado con el consumo.
Porque el deporte es mucho más que actividad física, con ser esta tan importante: es
una fuente de estímulos para la autoestima, un educador en valores que pueden
extrapolarse después a muchos ámbitos de la vida: la deportividad, el espíritu de
sacrificio, el afán de superación, el saber ganar y perder, el trabajo en equipo, la
solidaridad... Las exigencias específicas de cada deporte son un buen laboratorio para el
conocimiento de uno mismo, de las propias capacidades y límites. Además, como está
tan asociado al juego, constituye un instrumento socializador de primer orden, la fábrica
de relaciones amistosas por antonomasia. Para demostrar esto último no hay más que ver
en cualquier parque el maravilloso poder de hacer amigos que tienen un balón de fútbol
y dos piedras que señalan la portería.

34
Enemigos en el colegio: el «bullying»

«No tiene ganas de hablar, ha vomitado el desayuno antes de ir al colegio... ¿Qué le


estará pasando? Serán cosas de chicos..., o no» (de mi diario).
I
Desde el momento en que nuestros hijos abandonan el mundo protegido de la primera
infancia y se encuentran con retos que deben resolver solos, comienzan la andadura de
su propia vida. Una vida que no podremos vivir por ellos. El modo en que afronten los
problemas que se les planteen dependerá de un importante conjunto de factores que
actúan todos a la vez: el carácter, la construcción psicológica, la educación que hayan
recibido, el medio cultural y la actitud misma de la sociedad para con ellos.
Un problema al que nuestros hijos deben enfrentarse –como nosotros en el día a día de
la jornada laboral– es el conflicto con los iguales: la discusión, el enfrentamiento o la
mera cesión de derechos inevitable en cualquier laboratorio de convivencia, ya sea la
escuela, el parque o la oficina.
Hemos visto ya que estos conflictos son imprescindibles para la socialización plena
del pensamiento, para ver a los otros en cuanto otros que yo y tenerlos en cuenta. El
conflicto enseña al niño a ajustar las relaciones con los miembros de su grupo, a percibir
claramente tanto los sentimientos que le inspiran los otros –con quién conecta y con
quién no– como los que él inspira en los demás. Se realiza de esta manera y de forma
natural la selección entre afines que es consustancial a la amistad.
Durante los primeros años de escolaridad debemos encontrar el momento para hablar
con los hijos sobre lo importante que es la cooperación y la convivencia amable con
todos, pero que no necesariamente todos tienen que ser sus mejores amigos. La amistad
tiene un componente de química, que implica necesariamente discriminar, hacer
distinciones entre personas. Sin embargo, lo que no es amistad plena no deja de ser
amistoso y amable, posible para la convivencia respetuosa. «Si no quiere ser tu amiga,
será tu compañera de clase y no pasa nada». Este razonamiento, que nos parece obvio a
los adultos, no lo es para los niños, a quienes los conflictos angustian y los «ya no te
ajunto» del amiguito duelen como definitivos. Nos corresponde la tarea de quitar hierro a
las desavenencias del niño con sus compañeros, siempre que no traspasen los límites
normales de un enfado. Todos conocemos por experiencia el difícil equilibrio entre saber
defenderse y saber pedir perdón y perdonar, ese término medio en el que los antiguos
griegos encontraban una definición de justicia. ¿Cómo enseñarlo? En primer lugar,
empezando por los cimientos: escuchando cada día sus problemas. Para afrontar los
conflictos con el mundo exterior, el Yo que da sus primeros pasos debe tener un lugar en

35
el que se sienta querido, escuchado y comprendido. Lo he dicho ya, no hay noticia en el
telediario comparable con lo que le haya pasado a un hijo en el colegio. Porque los
padres sólo podemos atajar un problema si estamos enterados, como es obvio; porque en
estos tiempos de prisas y trabajo intenso, la familia se sustenta sobre el diálogo realizado
al menos una vez al día; y porque es en la familia, no nos quepa duda, donde se
construye la autoestima necesaria para levantarse después de un tropiezo.
En segundo lugar, aconsejando la calma y la firmeza. Los hijos deben saber que
tenemos problemas parecidos, a los que también nos enfrentamos a diario. Pueden contar
con todo nuestro apoyo, pero su tarea es aprender a defenderse sin agredir, responder a lo
que merezca respuesta e ignorar lo que no la merezca. La calma y la firmeza serán
también las cualidades que imperen en nuestra actitud cuando haya conflictos en casa,
claro está. O al menos, la voluntad de tenerlas.
Ni se debe aguantar una injusticia, ni se debe pagar con la misma moneda.
«Permanece tranquila, no hagas caso, busca a las amigas que te quieran», es un buen
consejo. «Defiende tu opinión con firmeza y sin miedo. Si crees que debes decir no, di
no», son buenos también. En la adolescencia habrá que saber defender actitudes y
valores, habrá que decir «yo no fumo, yo no bebo, ¿y qué?».
Un español ilustre me contó que siempre había agradecido a su madre este consejo:
«No aceptes nunca lo que juzgues inaceptable». Verdaderamente, basta para una vida.
Por supuesto, todo esto se refiere a los hechos que se incluyen en la definición de
conflicto: pelea, problema, diferencia de opinión, discusión. Es decir, una situación en la
que haya bandos y contendientes, natural en el enfrentamiento entre iguales; algo muy
diferente a la agresión, o al acoso escolar, en los que hay verdugos y víctimas. El
bullying es mucho más que un conflicto. Emplear eufemismos en educación, en política
o en cualquier otro ámbito nos lleva como poco a la confusión, y no resuelve ningún
problema. Por eso es conveniente comentar ahora algo sobre él.
Con el vocablo inglés bullying, derivado de bully, matón, se designan las
manifestaciones más agresivas de acoso escolar, que tanto alarman en los últimos
tiempos. Algunos estudios relevantes, como el Informe Cisneros VI sobre Violencia y
Acoso escolar de 2005, o el de Sosbullying en 2006, han dado cuenta de su alta
incidencia.
El matón es un personaje antiguo. ¿Quién no es capaz de recordar las terroríficas
novatadas? ¿Quién no ha tenido un mote o ha vivido con desesperación el primer día con
gafas? La diferencia está en que ahora tiene la sensación de que no va a pasarle nada.
Esta pérdida de concatenación entre una mala conducta y sus consecuencias –que en
definitiva es de lo que se trata– es uno de los rasgos patológicos de la sociedad actual.
Hace tiempo, cualquiera podía corregir a un gamberro callejero. El educador, es decir el
que define una situación educativa, era entonces la sociedad entera. Ninguno de nosotros
se atrevería hoy a llamar la atención a una pandilla de alborotadores en plena calle.
El problema de la violencia escolar se compone de muy diferentes factores, como un
pantano en el que vertieran sus aguas muchos ríos. Pero hay un hecho incuestionable:

36
vivimos tiempos difíciles para la educación en valores. ¿Por qué?
El hombre de hoy está convencido de que el mundo entero es suyo y cabe en su casa.
Consideramos todo el artificio que nos rodea –desde el agua del grifo a la velocidad del
coche– como mero fruto silvestre de un árbol, sin plantearnos al esfuerzo de quién se
debe, o el daño irreparable que tal vez supone para la naturaleza o para otras personas.
Esclavos de todos los objetos humanizados que hemos fabricado, los seres humanos
comenzamos a estar reificados, es decir, convertidos nosotros también en cosas. Así
vamos sustituyendo las viejas realidades sagradas de orden metafísico por la sagrada
delgadez, la sagrada felicidad, la sagrada apariencia juvenil..., con sus dogmas y sus
mandamientos. Tenemos la tarea de educar pero vivimos en una sociedad que se mueve
en parámetros absolutamente relativos, sin comprender que la convivencia exige acuerdo
sobre algo que sea relativamente absoluto: lo que llamamos valores. Una sociedad así, en
la que nada tiene verdadera importancia, es el caldo de cultivo idóneo para la violencia,
que es el desprecio al otro en cuanto persona. Y la escuela lo refleja, como no puede ser
de otra manera.
Entre los elementos sociales que configuran el origen del bullying, encontramos la
tendencia a permitir –incluso a convertir en modelos– las actitudes violentas y
desadaptadas. Hay situaciones extremas que, convertidas en imágenes de impacto, entran
cada día en el comedor de casa, pero entre ellas y nosotros se interpone una pantalla que
nos impide diferenciar la realidad de la ficción. Algunos estudios recientes sobre la
«violencia por exposición» mencionan que, al terminar la Enseñanza Secundaria, un
joven puede haber registrado, entre películas y videojuegos, las imágenes de 150.000
episodios violentos y 25.000 muertes. Es decir, en pocos años habrá desarrollado un
sentimiento de indiferencia ante la violencia. Se habrá acostumbrado a verla.
Otro factor es la manera de educar hoy, tan sobreprotectora y a la vez con tan escaso
contacto real entre padres e hijos. Muchas veces presenciamos con ellos las situaciones
violentas a las que se aludía, pero no decimos ni media palabra, absortos también
nosotros ante la pantalla. Les mandamos callar porque «son las noticias», o «el programa
de mayor audiencia», y es la hora de la cena: tal vez la única que íbamos a compartir en
el día. Sin embargo, les mantenemos alejados del deterioro del abuelo anciano, o
evitamos mantener una conversación sobre la vida y la muerte. A veces, para no crearles
un trauma, les permitimos ver algunos programas de televisión nocturnos, que son
traumáticos hasta para los adultos. Les evitamos el trauma de comer fruta y les abrimos
la puerta de la obesidad. Consentimos las chuches a todas horas y les estropeamos para
siempre la dentadura.
Asistimos también al auge de fenómenos sociales muy difíciles de controlar desde el
hogar: el pandillismo, las bandas organizadas, la presencia constante de las drogas en
todos los ámbitos, la desestructuración familiar en alza... Y enviamos cada mañana a
nuestros hijos a unos colegios o institutos que, por la ausencia de normas claras, tienen
serias dificultades para controlar las actitudes contrarias a la convivencia.
En efecto la escuela, en casi toda Europa, sufre un serio deterioro de lo relacionado

37
con el orden y la disciplina. Deberíamos devolver a estos conceptos su significado
original. Disciplina es la herramienta que empleamos cada mañana para levantarnos de la
cama y acudir al trabajo. Sin ella no habría médicos ni abogados, bailarines ni actores.
De ella deriva la palabra discípulo. Llevamos muchos años asistiendo a reformas
educativas mal enfocadas, que han despojado a los docentes de la autoridad necesaria
para controlar los conflictos en el aula. Baste como ejemplo el Reglamento sobre la
Convivencia Escolar de 1995, todavía en vigor, que reconoce a los alumnos 56 derechos
y nueve deberes. Padres y profesores no tienen ni derechos ni deberes en esta normativa.
Se están dando ya algunos pasos para corregir esta situación. Mientras tanto, la actitud
más razonable es respaldar las decisiones del profesor y acostumbrar a nuestros hijos a
respetar la autoridad, porque lo que hoy es una clase de mates mañana será un trabajo en
el que habrá horarios y jefes, y no les podrá encontrar desprevenidos. Y sin llegar tan
lejos, la escuela no puede ser el primer lugar donde un niño oiga la palabra no.
II
Para poder abordar el acoso escolar de manera concreta, es preciso en primer lugar
reconocer su gravedad. Conviene aclarar que sólo podemos hablar de acoso entre
compañeros, bullying horizontal, cuando se produce la agresión continuada, sistemática
y sin motivo justificado, de un grupo sobre una víctima. Una situación tensa entre
compañeros, como ya se ha dicho, no es acoso escolar.
El bullying es más frecuente en la adolescencia y alcanza su pico más alto entre los 13
y los 14 años. Generalmente se muestra como violencia física y verbal entre los chicos, y
violencia verbal y de exclusión entre las chicas. Puede ser psicológico, asociado a la
agresión verbal: burlas, motes, risas, parodias, insultos, vacío...; físico: empujones,
golpes...; o una mezcla de ambos. A veces incluye extorsiones de dinero, sustracción de
objetos, expulsión del grupo o amenazas.
El acosador escolar tiene una personalidad conflictiva, con carencias afectivas y baja
autoestima; probablemente está inmerso en problemas familiares y en casos extremos
enganchado al alcohol o las drogas. En general, refuerza su concepto de sí mismo con la
agresión a un tercero, o resuelve sus dificultades de integración derivando sus
frustraciones hacia un chivo expiatorio. Obtiene satisfacción del sufrimiento que produce
al acosado porque así se siente importante y fuerte. Pero en muy raras ocasiones un
individuo aislado acosa a los demás. Los bullies suelen constituir un grupo, con mayor
frecuencia formado por chicos o mixto, aunque últimamente han aumentado los casos en
que acosa un grupo de chicas.
El perfil del acosado no está tan bien definido. Cualquiera puede ser víctima.
Frecuentemente, el acoso recae sobre un alumno o alumna inteligente, muy responsable,
pero exigente consigo mismo, con baja autoestima y cierta dificultad de relación social,
rasgos estos últimos que comparte con los acosadores. Son especialmente vulnerables los
chicos o chicas tímidos, introvertidos, hiperactivos o con alguna característica física

38
diferenciadora, como la obesidad o la necesidad de usar gafas. También los que tienen
especial brillantez académica, o quienes han sido alguna vez acusicas o pelotas ante los
ojos del grupo. En cualquier caso, los efectos del bullying sobre los jóvenes son
devastadores. Las víctimas se sienten humilladas, inseguras, indefensas, y pueden caer
en una auténtica depresión.
No podemos dejar de mencionar a los actores pasivos del acoso escolar: el resto de los
compañeros de aula, que permanecen en la mayoría de los casos en silencio, mirando
hacia otro lado.
Esta ley del silencio es precisamente una de las características que hace tan difícil
detectar el bullying. Ni las víctimas ni los espectadores dicen media palabra, y ello
impide en muchísimas ocasiones la intervención inmediata de padres y profesores que
sería tan necesaria.
Contra la ley del silencio deben ir encaminadas nuestras tareas preventivas en el
hogar. A partir de los diez u once años, antes desde luego si fuese necesario, es
conveniente hablar con nuestros hijos sobre este tema, y plantear en casa algunos mitos y
creencias en torno al bullying. Así, por ejemplo:

• «Esto ha sucedido siempre y no puede cambiarse». Es falso. Podemos rememorar en


familia hechos de nuestra infancia, para ayudarles a distinguir las situaciones de
verdadero acoso de una común pelea entre amigos, pero lo relacionado con el bullying
es una realidad muy seria, que empieza a plantearse con relativa frecuencia, ante la
que es necesario intervenir y que puede solucionarse.

• «Son cosas de chicos». Lo son en lo que se refiere a la edad en que suceden con
mayor frecuencia, entre los diez y los quince años. No lo son en el sentido de
chiquilladas sin importancia. Para la víctima, el acoso es una tortura. Para los
acosadores es la expresión externa de un problema serio de construcción de la
personalidad.

• «En el fondo se simpatiza con los matones». Esto sería muestra de una especie de
síndrome de Estocolmo, que afectaría a los espectadores silentes y a veces a la propia
víctima, callada para ser aceptada por el grupo. Es preciso romper esta relación
patológica. Los verdugos son ellos mismos víctimas de muy serios problemas, eso es
claro; pero el chico o la chica acosados deben tener trato preferente por parte de la
escuela y la sociedad. Hay que protegerlos y defenderlos en primer lugar, sin que esto
suponga obviar las medidas que resuelvan los problemas de los acosadores,
evidentemente.

• «Algo habrá hecho. Que espabile. Así se hará más fuerte». Falso y peligroso. El
alumno acosado por gordo o por empollón no ha hecho nada malo. No puede creerse
culpable ni merecedor del acoso y el desprecio. Nunca.

39
• «El agresor no mide las consecuencias de sus actos, no es responsable». Falso. Es
cierto que tiene serios problemas y sólo los puede resolver con ayuda, pero no es
tonto. Sabe lo que está haciendo, obtiene una recompensa de ello. Sin demonizarle, es
imprescindible que sepa que un comportamiento como el que muestra es merecedor
de castigo.

• «Los padres son los últimos en enterarse». Cierto en muchos casos, por desgracia.
Situaciones como esta son la prueba de fuego sobre el diálogo en el hogar o el
conocimiento que tenemos de nuestros hijos. A menudo la voz de alarma la da un
compañero de clase, un hermano, o una enfermedad misteriosa en forma de vómitos o
insomnio. El motivo más frecuente para que una niña o un niño no expliquen en casa
lo que les está ocurriendo es que nadie les ha dicho que estas cosas deben contarse
siempre. El fenómeno del bullying se ubica en un microsistema en el que no cabemos
los adultos. Sin embargo, es preciso que nuestros hijos sepan que no es una situación
normal, que decirlo en casa no es chivatearse, ni ser débil, ni preocupar a los padres.
Tienen que saber que es posible solucionarlo, sea el bully lo fuerte y poderoso que
sea.

• «Los profesores no hacen nada». Los profesores son los primeros aliados del alumno
acosado, pero deben saberlo, hay que decírselo. Una vez más, el diálogo entre familia
y escuela puede solucionar problemas. Por mi experiencia como maestra sé que,
cuando los padres te cuentan cosas del alumno, cuando tienes información sobre su
vida, te es mucho más fácil reconocer síntomas de crisis. Y por mi experiencia como
madre sé cuánto puede ayudar a resolver este problema una profesora atenta e
implicada, si confiamos en ella. Sí es cierto que la normativa vigente impide a los
docentes en muchas ocasiones tomar medidas inmediatas y adecuadas.

• «Las víctimas de acoso son gente problemática». Falso. Suelen estar en el grupo de
buenos estudiantes, tal vez no les resulta demasiado fácil relacionarse y necesitan
afianzar su autoestima, pero eso no es lo mismo que ser problemático. Y en cualquier
caso, nadie merece ser víctima de acoso.

• «Si lo cuento seré un chivato». Es cierto que la mayoría de la clase conoce la


situación y no quiere contarla. Es una de las grandes dificultades para detectar y
solucionar el problema, como ya se ha dicho. Tenemos que convencer a nuestros hijos
de que, cuando se desvela el acoso escolar, no se actúa como un chivato, sino como
un héroe, como un verdadero amigo. Lo mejor sería convencer a un número suficiente
de compañeros y contarlo en grupo. Toda la fuerza que el matón tiene ante uno solo se
diluye frente a una mayoría que le muestra su repulsa. En cualquier caso, es
imprescindible que nuestros hijos sepan que, si alguna vez les pasase a ellos, nosotros
querríamos saberlo.

40
• «No es para tanto. Ya se pasará. Eso nos ha ocurrido a todos». Falso. La violencia
deja huella en todo lo que toca. No sólo en la víctima. En los agresores también, a
corto, medio y largo plazo. También deja huella en los testigos. Pensar, cuando llega
un caso extremo, que tal vez se podría haber hecho algo es muy duro. Del acoso
escolar siempre quedan cicatrices.
Cuando un problema de esta dimensión se presenta en casa, pone a prueba la relación
entre padres e hijos. En realidad, la mejor terapia es preventiva y ha quedado dicha: la
comunicación constante con los hijos, el interés real y activo por sus problemas y
necesidades, ese mirarles que nos permitirá detectar una actitud más seria de lo normal,
un estómago revuelto injustificadamente, una noche de insomnio...
Si sospechamos que está ocurriendo algo serio, debemos hablar con nuestro hijo y que
nos cuente con detalle la situación que está viviendo. Hemos de dar muestras de
entereza, de seriedad –porque no nos gusta lo que está pasando–, y de fortaleza –porque
vamos a ayudarle y protegerle–. Es importante que lo vivamos sin dramas, porque él está
ya sufriendo, y no debe pensar que al sincerarse con nosotros nos hace sufrir.
Debemos asegurarle nuestro cariño y apoyo, y hacerle ver que nos sentimos
orgullosos de que se haya decidido a contarlo. Puede ayudarle conocer experiencias
nuestras o de familiares cercanos que hayan sufrido igual y lo hayan superado.
Debe estar informado sobre los pasos que vamos a dar y habrá que tener en cuenta su
opinión. No olvidemos que su autoestima está dañada y que la sensación de que toma las
riendas de su propia vida es ya curativa.
Es imprescindible ponerlo en conocimiento de su tutor de clase, y conveniente que en
la reunión con él pueda estar presente nuestro hijo. La primera medida ha de ser
establecer una vigilancia extrema, con la presencia de un adulto también en las entradas
y salidas del centro.
La forma más eficaz de abordar un caso de bullying se encuadra en la actividad de la
clase. El profesor debe manejar la dinámica del grupo y enfocar la situación desde ella.
Aunque reciba apoyo y asesoramiento del orientador escolar, la actuación directa con los
alumnos le corresponde a él. Hacer intervenir a otro profesional directamente, bien como
mediador bien como vigilante, puede lesionar la relación tutor-alumnos, que es
importantísima, y sólo es conveniente en casos muy particulares. Porque la mejor
solución al acoso es la que integra a la víctima en el grupo, la que le hace sentirse
acogido por sus profesores y compañeros.
Hay que compartir el problema. Si el bullying se convierte en un asunto de toda la
clase, toda ella ha de resolverlo. Si el mismo grupo aporta soluciones, se afianza la
relación de la víctima con sus compañeros y se favorece la integración. El tutor tomará
las riendas de la información a los padres de los acosadores y su posible cooperación,
que a veces es difícil.
En cualquier caso, nuestra relación con el profesor debe ser estrecha y continua. Es un
profesional y sabe lo que hace. Es importante que sepa que respaldamos sus decisiones,
y también lo es que nos vea serenos y unidos, pero firmes en seguir insistiendo hasta que

41
el problema se solucione. Evidentemente, si la agresión continúa y el centro escolar se
revela impotente, la solución pasa por cambiar a nuestro hijo de colegio, y atender
cuidadosamente su integración en el nuevo.
Si nos sorprende la mala noticia de que somos padres de un bully, será necesario
tomar las riendas de su educación, reflexionando muy seriamente sobre los motivos que
hacen de nuestro hijo un acosador, ponerle límites y fronteras claros –nunca es
demasiado tarde–, desechar cualquier pronto de castigo violento pero hacerle ver las
consecuencias de sus actos, valorar todo lo positivo que tiene porque seguramente lo
desconoce, respaldar las decisiones del colegio respecto a él, y solicitar asesoramiento
psicológico y pedagógico de profesionales.
En cualquier caso, conviene saber que existe la posibilidad de consultar gratuitamente
a expertos como los que integran el teléfono de atención sosbullying, que ha recibido
más de diez mil llamadas desde el año 2004, o a algunas otras organizaciones.
Siempre hablar, hablar, hablar, hablar. Hablar con los hijos y escucharlos. Como dice
un filósofo, hablar de la violencia es ya empezar a solucionarla.
No se sale indemne de una batalla como la del acoso, pero las heridas curan y la vida
sigue.

42
La amistad en la adolescencia

«Ya están otra vez las dos hablando por teléfono. Yo las llamo “las siamesas”. No
hay unión más fuerte que la de estas amigas. Creo que ya no distingo a una de la
otra, como se visten igual... Pero, ¡pobre de mí si se me ocurre opinar sobre las
pintas que llevan!» (de mi diario).
I
La pubertad desencadena una crisis de oposición más o menos abierta y agresiva contra
los adultos porque corresponde a un período de confusión, decisivo en la evolución de la
personalidad.
Para soltar el lastre del niño que ya no es y afirmarse como una persona autónoma,
única, el adolescente tiene que separarse de sus padres, rebelarse contra la autoridad y
rechazar los modelos de comportamiento que le ofrecen. La contestación permanente de
esta etapa es un síntoma de dependencia emocional, como lo era la del niño de tres años.
Para sentirse mayor es imprescindible que los hasta ahora omniscientes padres no
sepamos ya nada de nada. Por eso nos encontramos en casa, de la noche a la mañana, al
genuino espíritu de la contradicción, que dirá siempre lo contrario que nosotros. Por
supuesto este rechazo tiene una intensidad diferente en cada individuo, según sean su
historia psicológica y sus vivencias de infancia. Como siempre, nos miran. Pero ahora la
mirada nos enfoca bajo una luz cruda, sin indulgencia y a veces incluso hostil. Es el
momento de la vida en que uno –tal vez lo recordemos– se avergüenza de sus padres: la
ternura es ahora un sentimentalismo inoportuno; la solicitud, intromisión; la firmeza,
humillación deliberada; el aspecto físico, algo anticuado o ridículo; el tono de voz,
chillón; la casa, mal decorada, demasiado humilde o lujosa;
la comida, escasa o excesiva; el coche, antiguo... En la comparación con el modelo que
nuestros hijos y sus amigos han adoptado como ideal, nunca salimos bien parados. Pero
no perdamos de vista la compleja realidad: el sentimiento del propio valor, la imagen
propia, la autoestima del adolescente continúan dependiendo de esos padres de quienes
quiere distanciarse. Todavía, y siempre, le alimenta nuestra mirada.
Esta ambivalencia les hace sufrir, produce esas lágrimas solitarias del chico o la chica
que se creen malqueridos o incomprendidos. «Soy un incomprendido, una
incomprendida», es el más ajustado tópico de la adolescencia. Seguro que los padres
podemos hacer un esfuerzo por comprender estas manifestaciones, que no es lo mismo
que aceptar todo tipo de comportamientos o claudicar ante chantajes.
En esta época, el hábitat más favorable para excluir al adulto y encontrar comprensión
es el grupo de amigos. Debemos recordar de nuevo que la sociedad occidental no tiene
establecido ningún rito que señale el final de la adolescencia. Para compensar esta

43
carencia, muchos de los usos del grupo de amigos tienden, de manera inconsciente, a
marcar la entrada en la edad adulta. Algunos autores han visto en actitudes de nuestros
jóvenes occidentales similitudes con los ritos de iniciación de otras culturas: la pintura
en la cara, la preocupación por la apariencia exterior, los piercings y tatuajes, el lenguaje
críptico, también el primer pitillo o la primera borrachera..., pueden ser asimilables a los
ritos de paso, en efecto. La diferencia estriba en que en nuestra cultura no están
uniformizados, y adoptan alguno de los diferentes modelos que se les ofrecen. El grupo
de amigos, que necesita sentirse original, en realidad imita –como en la primera
infancia– sin darse cuenta siquiera. La única conclusión real, dejando de lado las
similitudes que pueda señalar la investigación antropológica, es que existe una necesidad
universal de abandonar la infancia e insertarse en el mundo adulto.
La frágil adaptación a la realidad del adolescente está también alimentada por la
imaginación y por la efervescencia de la vida sentimental. También en este aspecto serán
los amigos quienes compensen las oscilaciones de la personalidad. Es inevitable, e
imprescindible, la identificación con alguien semejante a uno mismo, que padezca los
mismos problemas, a quien atormenten las mismas dudas, las mismas angustias y
rebeldías, a quien entusiasme el mismo patrón estético, la misma música. El amigo y la
amiga permiten al adolescente compartir esa eclosión de pensamientos y sentimientos
tan intensa, demasiado pesada para llevarla solo. De hecho, la definición de amistad
como unión de almas, cantada por los poetas de todas las épocas, se refiere a la amistad
adolescente. Formar parte de un grupo de amigos y elegir entre ellos al mejor, es una
solución provisionalmente feliz a los problemas. En el amigo se vuelve a encontrar un
ideal, un sistema de valores, la seguridad en uno mismo.
II
Conviene de todas maneras distinguir entre la relación que se establece con el grupo en
sí, de la que une a nuestra hija con su mejor amiga, y a nuestro hijo con su mejor amigo.
La amistad íntima entre las chicas se parece al amor, al que precede y anuncia. Del
amor toma el lenguaje, y, como el amor, está expuesta a riñas y malentendidos, rupturas
y reconciliaciones. Se manifiesta muchas veces con el carácter excluyente de la soledad
a dos, y no es improbable que sea motivo de preocupación para los padres. Tiene
también, para ellas y ellos, un componente narcisista, no necesariamente negativo. La
relación con el mejor amigo permite a nuestro hijo verse en él como en un espejo, y esto
no excluye los impulsos generosos y desinteresados, sino que los refuerza, precisamente
porque aumenta la confianza en uno mismo y cohesiona la personalidad. En el proceso
de maduración, tantas veces centrífugo, la presencia del mejor amigo ejerce un
contrapeso, centra.
Por ello, tanto para nuestra hija como para los chicos, la traición puede ser una
experiencia dolorosa, que les trastorne mucho. Esto es así no sólo porque el mejor amigo
satisface la necesidad de afecto y ternura –uno de los rasgos de la infancia que
conservaremos toda la vida–, sino porque, cuando un amigo te desprecia o te falla, pone
en tela de juicio el valor de tu personalidad.

44
En la adolescencia, por tanto, el mejor amigo y la mejor amiga desempeñan el papel
de soporte del yo. Eso explica por qué, cuando ejercen una mala influencia, nuestra
intervención en contra es, en la mayoría de los casos, contraproducente. La amistad de
los adolescentes, precisamente por ser tan apasionada y exclusiva, es también breve. Si
la influencia del amigo sobre nuestro hijo no es absolutamente negativa, podemos dejar
que la propia intensidad de la relación la consuma. Mientras tanto, debemos buscar
alternativas. La amistad en esta época no resiste la separación: basta un cambio de clase
o un verano en el extranjero para que los vínculos se aflojen. En esto como en tantas
otras cosas, los profesores pueden aconsejarnos y ayudarnos. Con frecuencia, la
aparición del primer amor basta para deshacer la amistad más estrecha. En todo caso,
hacen falta circunstancias muy favorables para que una amistad de los quince años
sobreviva a la adolescencia misma. Esta contradicción entre la intensidad de los
sentimientos y su carácter efímero es una manifestación más de la inestabilidad afectiva
y emocional. Conocer cómo es la etapa vital que atraviesan nuestros hijos nos debe
ayudar a intervenir de manera comprensiva, paciente y oportuna.
A partir del momento en que el adolescente toma conciencia de quién es y quién
quiere ser, ya no necesita identificarse con nadie y la amistad se convierte en una
relación más estable. El apasionamiento y la intensidad emocional se dirigirán hacia el
amor.
III
Los lazos que unen a los miembros de un grupo de adolescentes sirven para
enriquecerles en cuanto al conocimiento del otro y al desenvolvimiento social. Las
pandillas –desde las excelentes hasta las conflictivas– tienen los mismos valores de uso
interno: la lealtad hacia los compañeros, la fidelidad a la palabra dada, la solidaridad.
Allí nuestro hijo siente que se le toma en serio. En realidad, ser miembro activo de un
grupo supone la permanente superación de uno mismo, y pone a prueba los propios
límites y posibilidades. Si no se desvía hacia los comportamientos antisociales, la
pandilla es una solución temporal para los conflictos adolescentes y una notable
preparación para la vida adulta.
En principio, la fórmula pandilla parece convenir más a los chicos, que encuentran en
ella una solución más enriquecedora para el sentido de camaradería y el gusto por la
acción. Las chicas siguen prefiriendo los pequeños clanes de dos o tres amigas. Pero
tanto unos como otras buscan lo mismo: seguridad. Cuanto más débil y desprotegido se
siente el adolescente, más se identifica, descargándose de sí mismo, en el grupo. Y este
fenómeno puede llegar a darse en grado patológico. Cuando la integración plena en un
grupo se prolonga más allá de cierta edad, en vez de servir de trampolín para la vida
puede ser un medio para huir de las responsabilidades, como le sucede a quienes sólo
existen como colectivo y no son capaces de tener pensamiento propio. La banda de
delincuentes juveniles o la secta son los ejemplos más claros de grupos que obstaculizan
el desarrollo personal y la integración en la vida adulta. Enseguida abordaremos
brevemente otros problemas.

45
Amigos y nuevas tecnologías: internet, el “messenger”, el
móvil

«Vuelvo a casa y me la encuentro tal como la dejé, ante el ordenador. Está


enganchada a esto, seguro» (de mi diario).
La sociedad en que vivimos está en los umbrales de un proceso que nos va a permitir
acceder a niveles de información y comunicación interpersonal mayores de los que
nunca se hayan podido imaginar.
Como ocurre con todos los proyectos, lo primero ha sido ponerle un ampuloso
nombre: «Sociedad del Conocimiento». Pero de momento la abundancia de medios de
comunicación nos está convirtiendo fundamentalmente en consumidores compulsivos de
relación con los demás, casi siempre superficial y efímera, compuesta del mayor número
posible de nexos. No estamos en la aldea global profetizada por Mac Luhan, porque en
una aldea todos se conocen las caras. Nosotros derivamos más bien hacia una Terminal
de aeropuerto global, es decir un sitio por donde vamos todos de paso, oímos las mismas
consignas y establecemos relaciones superficiales.
En esta extroversión se está decidiendo mucho de nuestro porvenir. Cientos de
millones de relaciones virtuales, de blogs en los que se cuentan opiniones y secretos, de
foros románticos donde inventar cada día un modo de ser, dos mil millones de mensajes
instantáneos, que llegarán a sus destinatarios, estén dormidos o despiertos, son nuevas
reglas para el mismo juego: tú y yo, nuestra comunicación, nuestra intimidad. Es el
tablero de siempre, con las fichas que nuestros hijos emplean para jugar hoy.
Desde hace más de cincuenta años viene preocupando la influencia de la televisión y
el impacto de la publicidad sobre niños y jóvenes; desde hace unos diez se nos alerta
sobre los riesgos de algunos videojuegos y de ciertas páginas de Internet, chats y foros
virtuales; desde hace apenas cinco, nos alarma todos los meses la factura de la telefonía
móvil, sin necesidad de que nos asesoren los expertos.
Algunos estudios sobre la implantación de las nuevas tecnologías de la comunicación
entre los jóvenes españoles, como el ya mencionado de INJUVE y el de la Fundación de
Ayuda contra la Drogadicción (FAD) revelan que todavía son muchos los que no las
utilizan. Si bien el acceso al teléfono móvil es prácticamente universal (el 92’4% de los
jóvenes entre 18 y 24 años tiene uno), sólo el 63% de quienes tienen entre 15 y 29 años
cuentan con ordenador y apenas el 41’5% accede a Internet. Asciende el uso del
Messenger y el de los mensajes de móvil, y el entorno económico y social continúa
contribuyendo de forma decisiva a su difusión.

46
El estudio de la FAD derriba el mito de que las nuevas tecnologías se utilizan
preferentemente para obtener información: la verdad es que se emplean para las
relaciones personales y el ocio, como ya intuíamos. Y no son igualitarias: abren brechas
entre padres e hijos, entre jóvenes de distintas edades, y entre quienes tienen acceso a
todas y los que no. Por ejemplo, el teléfono móvil no sólo se emplea como instrumento
de comunicación, sino como indicador de status económico y social, soporte de
tendencias y modas.
Es importante detenerse un momento sobre la brecha generacional que producen las
nuevas tecnologías. Debemos reconocer que, en la mayoría de los casos, el control que
tenemos los adultos sobre ellas es sólo teórico, que nos cuesta comprender su
funcionamiento y finalidad. Ni siquiera el colegio puede considerarse responsable de la
adquisición de estas destrezas. La facilidad de nuestros hijos, que nos parece ciencia
infusa, proviene de sus iguales, de su entorno, tan fuertemente tecnologizado. El
messenger, los SMS con su lenguaje sincopado, el i-pod que les aísla del exterior,
forman parte de su microcosmos diferenciador, de su mundo, de su época.
El uso de las tecnologías de información y comunicación tiene tres claves de riesgo
fundamentales:

• Las nuevas conexiones digitales multiplican hasta casi el infinito los contenidos y
servicios a los que podemos acceder desde cualquier terminal: ordenador, teléfono,
televisor... Un adolescente puede organizarse un sistema de vida que consista
exclusivamente en pasar horas en conexión, como está sucediendo ya en Japón con la
tendencia hikikomori: jóvenes enclaustrados ante la pantalla de un ordenador, que
viven en la casa familiar pero no salen de su habitación durante años.

• Los soportes son cada vez más interactivos. El usuario de Internet o de la telefonía
móvil está identificado: sus gustos, su consumo, sus aficiones... De hecho, está
constantemente recibiendo estímulos referentes a sus temas de interés que pueden
engancharle a una utilización intensiva: casinos on-line, juegos, pornografía...

• Se consolida una forma alternativa de comunicación. El e-mail, el messenger, los


chats, los blogs y foros de Internet, los mensajes SMS... No sólo se está modificando
el lenguaje oral y escrito, lo cual tiene un considerable impacto sobre el sistema
educativo, sino que varían las reglas de la comunicación interpersonal: puedes
relacionarte con todo el mundo, pero sin emplear la voz, ni el gesto, ni la mirada... La
amistad, el amor, pueden formar parte de una realidad virtual. Esta clase de relaciones
generan adicción porque permiten negar las propias limitaciones: se puede inventar
una personalidad e incluso un aspecto físico ideales. Si se llegase a preferir este tipo
de contacto al amistoso y amoroso real entre dos seres humanos, entraríamos
abiertamente en el terreno de la patología.

47
Por el momento, los medios más utilizados por los jóvenes para las relaciones
interpersonales son el teléfono móvil y el correo messenger. Las tendencias que vienen
empujando se llaman MySpace y YouTube, sitios de Internet en los que se cuelgan
vídeos personales, y los blogs de opinión, cuyos usuarios están constituyendo un poder
paralelo al establecido pero influyente y real.
El messenger –y escribo textualmente la definición que me proporciona uno de mis
hijos– es un programa informático que permite contactar en red con amigos y otras
personas para mantener una conversación con ellas, enviar y recibir archivos de
imágenes, textos y música, o jugar de manera interactiva. Se emplea la escritura, como
en el caso del correo electrónico, pero sus posibilidades de interactuar, que implican una
conversación instantánea y a varias voces entre un grupo amplio, superan con mucho al
e-mail, al que ha desbancado entre los jóvenes. También permite enfocar con cámara a
los participantes, afianzando así la realidad de su presencia. Los usuarios se identifican a
través de nicks, nombres ficticios o contraseñas que los definen y nos sugieren algo
sobre su personalidad, como en los chats de Internet, pero el acceso al
messenger está restringido a aquellos a quienes el usuario facilite su dirección, o a
quienes autorice una vez conectado, si bien es cierto que, como en toda la red, un
extraño que acceda a la contraseña puede entrar en la conversación.
Para nuestros hijos es hoy –por supuesto, esto cambia a velocidad vertiginosa– uno de
los principales instrumentos de relación con sus amigos, que son los participantes en el
coloquio. No tiene pues, en principio, el anonimato que hace peligrosos a los chats
abiertos en Internet. Partiendo de la norma clara de que deben conocer en persona a
aquellos con quienes estén hablando, es conveniente respetar esta parcela de su vida y la
intimidad de las conversaciones –escritas por otro lado en un lenguaje casi ininteligible–,
y ser muy estricto con el tiempo dedicado a ellas, que debe ser pactado y respetado. Será
importante mantener un equilibrio entre usarlo cuando sea posible encontrar a algún
amigo conectado y que no quite tiempo de estudio ni de sueño.
El teléfono móvil es el instrumento de comunicación más potencialmente adictivo de
todos. Su presencia ha cambiado el panorama de la comunicación de tal manera que la
sociedad comienza a dividirse entre quienes lo emplean y la minoría extravagante que no
lo tiene. No es solamente un teléfono, sino una videocámara cuyas imágenes pueden
descargarse en la red o enviarse a una emisora de televisión, y un incitador al consumo:
sintonías, tonos, salvapantallas... Además, a través del móvil nuestros hijos reciben
invitaciones para participar en sorteos, juegos de azar, compras diversas, e incluso
reciben mensajes no solicitados.
Un bello poema de Borges que habla del amor dice: «Estar contigo o no estar contigo
es la medida de mi tiempo». Si sacamos este verso de su contexto, tenemos una
definición perfecta de la conducta adictiva. Esa medida del tiempo, es decir, la
valoración del día a partir de los mensajes SMS que se han enviado y recibido, y la
sensación de angustia que atenaza si no se puede hacer uso del teléfono en un momento
dado, nos dan idea de la capacidad de este artilugio para formar parte imprescindible de

48
las vidas de muchos adultos y jóvenes. De hecho, la Asociación Proyecto Hombre
detectó ya en el año 2002 los primeros casos de adicción al teléfono móvil en España e
implantó un programa ambulatorio de rehabilitación. Hay cada vez más estudios que
analizan la incidencia de esta forma de comunicación sobre los adolescentes, muchas
veces establecidos a partir de los perjuicios para la economía familiar, es decir, desde el
momento en que los padres se dan cuenta de que pasa algo. Pero aún no se ha
profundizado verdaderamente en las consecuencias que tiene para el desarrollo de la
personalidad social. Un estudio del Defensor del Menor sobre Seguridad infantil y
costumbres de los menores en el empleo de la telefonía móvil, publicado en noviembre
de 2006, señala que el 38% de los jóvenes sufre ansiedad si no puede disponer de su
teléfono, el 20% de los adolescentes de once años envía una media de quince mensajes al
día, y un once por ciento reconoce que miente a sus padres para poder recargar el saldo.
Son unas cifras muy altas y preocupantes.
Como siempre, el sentido común puede orientarnos sobre las líneas de actuación ante
nuestros hijos. Algunos de los aspectos más importantes a tener en cuenta son:

• La prevención. Los que hemos caído en la trampa de usar el teléfono móvil como
reloj, vamos a todas partes con él en la mano y estamos mirándolo constantemente. El
mensaje inconsciente que enviamos no puede estar más claro. Pasar el tiempo ante
una pantalla, engancharse al teléfono son hábitos de vida. En esto, los padres tenemos
mucho que decir. Nuestra propia actitud es la mejor prevención. Por supuesto,
conviene retrasar todo lo posible el empleo del primer móvil por parte de los niños.

• El conocimiento de la personalidad de cada hijo. En realidad es un componente de la


prevención. El ciberadicto suele ser una persona insegura, con dificultad para
relacionarse. Es importante aceptar la realidad individual de cada hijo, y ayudar al
tímido desde pequeño: el deporte de equipo, la casa abierta para encontrarse con los
amigos en su terreno, la preocupación atenta y sincera por sus pequeños problemas,
los momentos de reunión familiar, las vacaciones llenas de aire libre y amigos del
campamento... Si se ha probado lo que es una verdadera relación interpersonal será
más difícil considerar una relación virtual como satisfactoria.

• La actualización. Las nuevas tecnologías no son cosas de jóvenes en las que sólo
ellos pueden orientarse. Son herramientas cuya utilidad puede aprenderse también en
casa, con los padres.

• El control. Soslayar la influencia de la tele es tan sencillo como apagar un botón.


Apagarlo para todos, si no hay otro remedio. Cuando la programación nocturna nos
parece inadecuada, ¿por qué no desenchufar sin más y coger un libro? ¿Por qué no
recobrar el cine en familia, habiendo como hay en los videoclubes tantos tesoros?
Estas iniciativas implican elección personal y permiten a todos disfrutar a la vez de

49
algo. Convertirlas en hábitos suprime muchos reproches del tipo: «¡Ese programa lo
ve toda la clase menos yo!». La respuesta sería: «Bueno, ¿y qué? Aquí no lo vemos
ninguno y no pasa nada». Abogo por un solo aparato de televisión en casa, por su uso
fuera de las horas de comer, por verlo de forma crítica y consensuada, sin dueños de la
tele, por comentar las noticias y evitar los programas del corazón. En cualquier caso,
nunca habrá un televisor en la habitación del niño para su uso personal. No tiene
sentido permitir que un pequeño se quede dormido a las tantas, rendido, delante de un
late night show para adultos. A cambio de unos años de molestias, aguantando con
firmeza los pequeños chantajes y la mala cara de quien «no se quiere ir a la cama
todavía», aseguraremos el hábito de dormir de noche y vivir de día que tantos
quebraderos de cabeza nos evitará en la adolescencia.
En cuanto a Internet, es imprescindible que empleemos los filtros que impiden el acceso
a determinados sitios. Sin embargo, como suelen actuar sólo frente a las páginas de
contenido sexual o de violencia gore, no evitan otro tipo de riesgos. Para las webs que
incitan a la anorexia o que convocan raves en lugares aislados, no hay filtros a la
venta. Así que naveguemos también nosotros, sin darle mayor importancia, o incluso
en ocasiones a la vez que ellos, por las páginas que más frecuenten.
El ordenador debe estar limitado en horario y contenidos. El límite de tiempo de
permanencia ante las pantallas tiene que estar establecido como norma clara y fija. En
este punto abogo de nuevo por un ordenador de uso común y familiar, situado en un
lugar que no esté aislado y cuyo tiempo de encendido haya que dialogar y pactar unos
con otros. El uso de un ordenador propio puede ser imprescindible para un
universitario, pero desde luego nunca para un niño de seis años ni un chaval de
catorce. Por supuesto, ante un adolescente que chatea en un cibercafé, sólo puede
servirnos ya el hábito adquirido de diálogo con los hijos, y una actitud de confianza en
ellos.
Una de las más frecuentes causas de conflicto entre padres e hijos es el saldo del
teléfono móvil. En este tema debemos encontrar el equilibrio entre nuestra
disponibilidad y su sentido de la responsabilidad. Tanto si pagamos el recibo mensual
del teléfono como si se usa la tarjeta recargable, los hijos deben hacerse responsables de
al menos una parte de su propio gasto, dedicándole, por ejemplo, una cantidad fija de la
paga mensual. Así pueden sentirse responsables de su uso. No es mala idea aprovechar
que la cuota del ADSL cubre la del teléfono fijo para animarles a llamar desde él a sus
amigos. Aceptarán si cargar el saldo del móvil les cuesta algo de su propio dinero. Así se
evita la connotación secreta de las llamadas de móvil, y de paso se entiende el
significado de la palabra costar. A cambio, les permitiremos algo de intimidad cuando
estén hablando, y les mostraremos nuestra confianza respetando la inviolabilidad de sus
correos y mensajes.

• La responsabilidad. Significa tomar las riendas de la educación de los hijos. El


teléfono y el ordenador están hechos para algo concreto, no son juguetes en sí

50
mismos. Su uso debe sujetarse a las normas fijadas por la familia.

• La multiplicidad de estímulos. Desmitificar el uso educativo del ordenador.


Información no equivale a conocimiento. Conocer implica saber causas y
consecuencias, reflexionar para elaborar la información recibida, recordar lo adquirido
ya y relacionarlo con lo nuevo... Manejar un ordenador no puede sustituir al estudio y
la lectura... Cuando se accede a la información desde la preparación, la red es un
instrumento de primer orden. Si no hay posibilidad de análisis, los sistemas digitales
se usan, en el mejor de los casos, para jugar a marcianitos.

• La ayuda externa. La adicción al teléfono móvil o al ordenador es sumamente


peligrosa. Si el número de horas que nuestros hijos dedican a este tipo de
comunicación les está apartando de actividades que hasta ese momento habían
realizado normalmente, tal vez sea imprescindible consultar con un psicólogo.
El avance en el terreno de la comunicación es imparable. Estamos entrando apenas en
la era de la digitalización. A partir de ahora, las tecnologías serán intercambiables y nos
ofrecerán ocio, información, consumo, publicidad y relación con los otros en cualquier
lugar y accediendo desde cualquier terminal: desde el ordenador o el teléfono se podrá
ver la televisión; desde el televisor se chateará o se hablará por teléfono; desde la agenda
de bolsillo se podrá acceder a los videojuegos más sofisticados, escuchar música o ver
películas. Esta capacidad supondrá el incremento potencial del número de horas que
nuestros hijos pasarán frente a las pantallas. Además, los usuarios estarán identificados
en cuanto a sus gustos y aficiones, y recibirán en los terminales ofertas cada vez más
personalizadas, muy difíciles de rechazar.
Se consolidará pues la tendencia a comunicarse a través de un intermediario técnico,
en lugar de con el viejo cara a cara. Ya es así en parte, y eso está influyendo
notablemente sobre el lenguaje escrito y oral de nuestros jóvenes. El resto de los
cambios que se avecinan es difícil de prever. En cualquier caso, lo que debemos tener
claro como educadores es que, en un terreno que innova a cada décima de segundo, no
podremos anticiparnos a nada.
Es evidente la necesidad de alternativas que neutralicen estos efectos negativos.
Entrarán en juego muchos recursos educativos: el deporte, las aficiones, expresiones
artísticas como la pintura o la danza... Cuántas veces, con motivos triviales como que
ensucian o complican, impedimos a nuestros hijos desarrollar aptitudes personales que
pueden llenar de sentido los momentos de ocio. También entrará en juego, por supuesto,
la sociabilidad bien elaborada, con amigos de verdad. Será necesario, en una palabra,
que cuando llegue el momento de hacer uso del primer móvil o la primera sesión de
messenger, nuestra hija haya aprendido a decir no, nuestro muchacho los considere una
posibilidad más entre otras. Debemos conseguir que hayan disfrutado tanto de la vida
real, que la virtual les parezca meramente complementaria.

51
Cuando los amigos no son una buena influencia: ante la
droga y el botellón

«Ha entrado como una tromba y se ha metido directo en la ducha. ¿Por qué? ¿De
qué tenía que limpiarse? Me he colocado delante de la puerta del baño con el
corazón a mil por hora. Hijo, ¿te pasa algo?» (de mi diario).
I
Los amigos de nuestros hijos representan un contrapunto a nuestra influencia. No se nos
oculta además que en ocasiones pueden introducirle en hábitos nocivos y actividades
perjudiciales.
La pandilla, que compensa lo que el mejor amigo tiene de exclusivo, también puede
dar origen a problemas. Vemos cómo nuestro hijo se adapta con un extraño conformismo
a las exigencias y patrones de conducta del grupo, mientras se mantiene rebelde a todo lo
que nosotros proponemos. De nuevo la dialéctica entre identidad propia e identificación
con los otros. Buscando su propio papel, se parece al actor que ensaya actitudes hasta
que encuentra la que mejor se ajusta a su personaje. No olvidemos que los primeros
pasos en el camino de la emancipación son patosos, inseguros, producen mucha angustia
y miedo. Sentirse acompañado en el camino por seres idénticos tranquiliza mucho. De
ahí que se vuelque en el grupo, ante el que pierde todo el sentido crítico del que hace
gala en nuestro cuarto de estar.
En este contexto, es inevitable estar preocupado por la influencia negativa que puedan
ejercer los amigos.
Ya se ha mencionado que el enfrentamiento abierto es contraproducente en la mayoría
de los casos. Sin embargo, un problema grave requerirá una intervención inmediata y
estoy por decir que, si es necesario, quirúrgica. A veces, un joven en actitud transgresora
encubre la necesidad de que se le preste atención. Tal vez está pidiendo a sus padres que
intervengan en su vida, y eso es precisamente lo que tienen que hacer.
Una vez más, y como en todo, la mejor solución es la preventiva. Sin duda, la premisa
básica es conocer a los amigos, saber quiénes son. Nos ayudará otra vez la famosa casa
abierta.
La segunda premisa es la coherencia. Ante las salidas nocturnas, por ejemplo. No es
raro que terminemos por convertirnos en chóferes de unos chicos a los que permitimos
regresar de madrugada, pero les evitamos la incomodidad y el horario estricto del
transporte público. Quien reclama autonomía, debe asumir que sea para todo.
Para cuando llegue el momento de pactar la hora de vuelta a casa, tendremos bien
establecida una disciplina inteligente, no igualmente rigurosa en todo y para todo – ya

52
que esto incluye inevitablemente mil tonterías–, sino firme y clara en pocas cosas,
siempre las mismas. Es importante también que, cuando vuelvan muy tarde a casa, sepan
que les vamos a ver entrar. Esperarles levantados es contraproducente porque puede dar
lugar a conflictos cuya causa sea simplemente nuestro agotamiento. La actitud más
educativa es acostarse tranquilo, y que ellos lo sepan para que les conste nuestra
confianza en su responsabilidad, pero levantarse, hablar con ellos, saludarles cuando
vuelvan, para que sepan también que nos interesa el estado en el que llegan y las
circunstancias de su salida.
Las normas de comportamiento claras y cumplidas con rigor, que ya están
interiorizadas, los hábitos de estudio, alimentación y sueño adquiridos desde los
primeros años, son claves para afrontar con éxito las influencias negativas, sencillamente
porque ya no constituyen imposiciones externas, sino que forman parte del bagaje
psicológico de quien ahora –solo ante el peligro– debe hacer uso del no que escuchó de
niño y aprendió a decir.
II
Las pautas de la diversión juvenil se basan en los modelos de conducta que presentan los
medios de comunicación. Constituyen una influencia muy poderosa ante la cual no
tendrán juicio crítico si no les hemos acostumbrado desde muy niños a tenerlo. El
conformismo ante las modas, ante la incitación al consumo, ante los modelos estéticos,
ante el hipercapitalismo que los ve solamente como consumidores potenciales, sí
constituye un peligro serio. No tenemos más que ver la imagen de los jóvenes de hoy
que presentan las series de televisión: hedonistas, promiscuos, obsesionados por la
apariencia física y por la sexualidad, irresponsables, imbuidos de derechos y sin deberes,
despojados de cualquier comportamiento ético... Ser así es ser joven, afirman a gritos los
locutores de la MTV. Para convertir este modelo artificial en realidad, no hay más que
explotar la necesidad de identificación de los adolescentes, de tal manera que se
produzca una especie de contagio, y terminen creyendo que han elegido libremente unos
patrones impuestos. La mentira repetida un millón de veces se convierte en verdad,
como saben bien los ejecutivos publicitarios. Hace poco me impresionó vivamente la
conversación con un chico que volvía de un botellón. Me comentaba que sus amigos
caían redondos al suelo, pero no sabían por qué bebían. «Seguramente porque está
prohibido», pensaba él, dando efectivamente con una de las claves del problema. Venía
asombrado porque uno de sus compañeros, borracho ya, le había dicho: «Tú no bebas,
no empieces a hacerlo nunca», y esta advertencia lo explicaba casi todo. Me comentaba
también que él no bebía por miedo a perder el control de sí mismo, pero que se
preguntaba si en este caso no beber era una manifestación de personalidad propia o
simple cobardía. Así de profundas son las reflexiones adolescentes. Por supuesto, me
pareció que no sólo era una manifestación de personalidad propia, sino un argumento
razonado y suficiente, así que intenté tranquilizarle.
Se están enfrentando a un mundo difícil que no hemos sabido arreglar para ellos. En
realidad, los jóvenes de todas las épocas han necesitado ídolos: los que se plantean ahora

53
son perversos porque no son verdaderos modelos, sino cebos para fomentar el consumo.
De ahí que sea tan difícil contrarrestar la necesidad de estar al día en el último objeto o
conducta de moda, tan difícil explicarse a uno mismo por qué divertirse es caer borracho
al suelo.
En este sentido me parece especialmente interesante el estudio de la FAD Jóvenes,
valores y drogas, 2006 del que voy a mencionar algunas conclusiones porque son
clarificadoras para nosotros, los padres de adolescentes.
Es muy significativa, por ejemplo, en cuanto a los modelos uniformes a los que
aludíamos, una de las respuestas referentes a los valores. Los jóvenes que han
participado en el estudio consideran que el icono que mejor define a la juventud actual
en general es el dinero, tras el que sitúan la discoteca, el preservativo, el coche y la
moda. Hasta aquí se ajustarían por tanto al modelo que presentan los medios de
comunicación. Sin embargo, no reproducen este mismo esquema cuando se les pide que
señalen el icono más representativo de sí mismos, en el que muchos destacan intereses
sociales y familiares. La conclusión es que los jóvenes aceptan el estigma de que su
generación es materialista y hedonista sin remedio, aunque cada uno de ellos
individualmente no lo sea. La pregunta inmediata que debemos hacernos como padres
es: ¿Cuáles son las expectativas que tenemos sobre nuestros hijos y sus amigos? ¿No
será que también nosotros esperamos de ellos lo peor?
Tal vez sea clarificador el cuadro que indica la importancia que los jóvenes dan a
determinados valores. Me parece un buen elemento de reflexión.
IMPORTANCIA DE LOS VALORES FINALISTAS
(Escala 1-10)
MÁXIMA IMPORTANCIA (10)
MÍNIMA IMPORTANCIA (1)
Buenas relaciones familiares (8,64)
Bienestar en la salud, vida sexual, laboral y dinero
(8,21)
Vida cotidiana gratificante (7,23)
Orden social (6,80)
Altruismo (5,92)
Política y religión ( 3,70)
Fuente: Estudio Jóvenes, valores y drogas 2006, FAD.

Debemos tener en cuenta que la explotación a gran escala del mecanismo de la


identificación afecta también a los adultos. La publicidad nos vende el sueño de la eterna
juventud, nos dice que la belleza consiste en tener la frente paralizada y los labios
recauchutados, que la masculinidad equivale a la potencia del coche, que pasarlo bien es
beber alcohol y un individuo achispado es gracioso, que la Navidad está en El Corte
Inglés... Si nosotros, los adultos, nos dejamos envolver por esta riada de mensajes falsos,
de ninguna manera podremos preservar a nuestros hijos del desenfreno colectivo en que
la sociedad de consumo nos quiere sumergir a todos.

54
No obstante, y partiendo siempre de la confianza en su criterio para escoger amigos
semejantes a ellos, es imprescindible que les eduquemos con los ojos abiertos. No se
puede negar que los modelos de comportamiento que asocian diversión a consumo están
instaurando patrones gravemente perjudiciales para la salud física y mental de los
jóvenes. Las cifras que reflejan los estudios realizados hasta ahora, incluido este último
de la FAD, son verdaderamente escalofriantes: la edad de iniciación en el consumo
habitual de alcohol ronda los trece o catorce años; el tabaco encuentra campo abonado en
la adolescencia –y como me recordó una vez un amigo médico, el cigarrillo es la puerta
de entrada al mundo de la droga–; aumentan alarmantemente el consumo de cannabis,
las drogas de diseño y las politoxicomanías; se extienden las enfermedades mentales
entre la población juvenil; las primeras experiencias sexuales se asocian cada vez más
con estados de embriaguez o inconsciencia... El panorama es peor que dantesco. Sin
duda, constituye uno de los más graves problemas de nuestra época, pero sobre todo,
expresa una crisis de la educación, de la familia, de la sociedad misma. El botellón, el
after-hours, las pastillas son gritos con los que nuestros adolescentes expresan el
desequilibrio y el malestar que les ha transmitido esta sociedad sin valores. Si nuestra
hija vuelve a casa bebida con cierta frecuencia nos está diciendo algo que es perentorio
entender.
En el cuadro sobre la tipología de los consumidores de droga encuentro algunas de las
causas de estos problemas. Lo reproduzco porque nos habla de malas relaciones
familiares, de abandono de estudios, de extremismos ideológicos, de ausencia de valores
espirituales...

55
VARIABLES CORRELACIONADAS CON LOS
CONSUMOS
Los consumos tienen progresivamente un carácter
más transversal
Género: Mujeres, más fumadoras de tabaco
Hombres, más consumidores de todo lo demás
Hábitat: apenas influye
Clase social: apenas influye
Situación de convivencia:
En drogas legales, no influye
En drogas ilegales, más consumo entre quienes
viven solos o con amigos.
Estudios: más consumo entre quienes abandonan los
estudios precozmente.
Edad: A los 15 años ya hay consumo de todo.
El consumo de drogas legales se incrementa con la
edad, hasta los 24 años.
El incremento de drogas ilegales alcanza su pico a
los 17 años.
Relaciones: Más consumo de alcohol, tabaco y
cannabis si hay mala relación con los padres y
buena con los amigos.
Más consumo de drogas ilegales cuando hay mala
relación con los padres y los amigos.
Aburrimiento vital: Las drogas legales y el cannabis
no correlacionan.
En las drogas ilegales, más consumo entre quienes
se aburren y más aburrimiento entre quienes
consumen.
Ideología:
Política: más consumo entre las posiciones de
izquierda o derecha más decantadas. Más
proximidad en las posiciones de izquierda.
Religiosa: Más consumo en agnósticos y ateos.
Fuente: Estudio Jóvenes, valores y drogas 2006, FAD.

Es también muy interesante la aproximación a las diversas tipologías juveniles. El


estudio de la FAD agrupa a los jóvenes en cinco tipos básicos, suficientemente generales
como para que podamos reconocer en ellos algunos rasgos de nuestros hijos e hijas y de
sus amigos. Son:

• el incívico o desadaptado (10,91% del total);

• el alternativo (15,25%);

• el ventajista o disfrutador (19,75%);

• el retraído (21,42%);

• el integrado o normativo (32,67%).

56
Como se ve, los porcentajes de jóvenes que se incluyen en cada tipo están bastante
repartidos. Eso indica cómo, lejos de la uniformidad que defiende el tópico, los jóvenes
son diferentes entre sí y mantienen perfiles y posturas muy diversas.
Veamos las características generales de los diversos tipos, obtenidas a partir de sus
respuestas a la encuesta.

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A) Tipo integrado / normativo
(32,67%)
Acepta las normas, el deber ser y las exigencias de integración.
Encuentra injustificadas acciones como: hacer ruido las noches de los fines de
semana, hacer trampa en exámenes, robar artículos en hipermercados, emborracharse en
lugares públicos o fumar marihuana o hachís en lugares públicos.
Le representan como iconos Greenpeace, Amnistía Internacional, Médicos sin
Fronteras, Cruz Roja y el Parlamento.
El tipo integrado o normativo se caracteriza por la aceptación de las normas y la buena
integración, y por una actitud interesada por lo social y la cooperación.
Otros rasgos del perfil integrado / normativo son:

• tienen una visión optimista y benévola de su generación;

• presentan un enfoque solidario respecto a los apoyos económicos y el dinero;

• se proyectan como profesionales liberales;

• tienen buenas relaciones con padres y amigos;

• se aburren menos que la media;

• consumen menos drogas que la media;

• su perfil sociodemográfico es coincidente con la media;

• entre ellos hay numerosos católicos practicantes, pero también no creyentes;

• aunque se sitúan en la izquierda, lo hacen menos claramente que la media de los


jóvenes.

58
B) Tipo retraído (21,42%)
Mantiene un aislamiento cómodo y descomprometido.
Señala como importantes en su vida las siguientes acciones: ganar dinero, respetar a la
autoridad, tener éxito en el trabajo y unas buenas relaciones familiares.
Considera injustificables las siguientes acciones: el exceso de velocidad en núcleos
urbanos, robar artículos en unos grandes almacenes, enfrentarse violentamente a la
policía, fumar marihuana o hachís o emborracharse en lugares públicos...
No tienen importancia en su vida los temas políticos, ni las cuestiones religiosas o
espirituales.
No le representan como iconos ni Amnistía Internacional, ni Greenpeace, ni Médicos
sin Fronteras, ni Cruz Roja.
El tipo retraído incluye el 21,42% de la población entre 15 y 24 años. Se define más
por lo que no le interesa o por lo que rechaza que por intereses positivos. Parece
preocuparle sólo una vida personal cómoda y placentera, al margen de toda
preocupación colectiva, y se aleja voluntariamente de todo lo que pueda inquietarle.
Otros rasgos del perfil retraído son:

• su perfil sociodemográfico es el de la media poblacional;

• a pesar de la edad, viven más con su familia de origen;

• abundan los que, dejando los estudios, están trabajando;

• tienen buenas relaciones con los padres y malas con los amigos;

• se aburren más que la media de jóvenes;

• consumen muchas menos drogas que la media;

• priman los apoyos destinados a garantizar el orden y empleo;

• rechazan las profesiones dedicadas a lo social y los apoyos a los marginados;

• abundan los católicos no practicantes y hay pocos no creyentes;

• políticamente, se sitúan exactamente en la media, pero hay muchos que no se


definen.

59
C) Tipo ventajista / disfrutador (19,75%)
Sin llegar a la violencia, justifica los perjuicios que sus intereses egoístas pueden
determinar en otros.
Le representan como iconos el dinero, una discoteca y una copa de alcohol.
No le representa como icono un libro.
No tiene importancia en su vida preocuparse por lo que ocurre en otros lugares del
mundo.
Justifica las siguientes acciones: el exceso de velocidad en núcleos urbanos, aplicar la
pena de muerte a personas con delitos muy graves, comprar discos, películas o
videojuegos pirateados y robar artículos en grandes almacenes, emborracharse y fumar
marihuana o hachís en lugares públicos, hacer ruido las noches de los fines de semana
impidiendo el descanso de los vecinos y hacer trampa en exámenes u oposiciones.
El tipo ventajista o disfrutador (19,75%) se define por unas posturas hedonistas,
defendidas desde posiciones frívolas y narcisistas, despreocupadas por las consecuencias
que todo ello pueda suponer para los demás.
No es un enfrentamiento con el orden social, sino una actitud de aprovechamiento
despreocupado de las ventajas de la situación, sin tener para nada en cuenta las posibles
consecuencias.
Otros rasgos del perfil ventajista / disfrutador son:

• representan el estereotipo negativo de la juventud;

• es el tipo con integrantes de menor edad (muchos adolescentes);

• hay más chicos que chicas;

• abundan los de clase social media/alta;

• ven a su generación marchosa, acomodada y presentista, y no la ven en absoluto


comprometida o solidaria;

• aceptan los recortes de apoyo a los grupos marginales y a la enseñanza;

• no se ven como profesionales de la acción social o de las ciencias humanas;

• tienen malas relaciones con los padres y buenas con los amigos;

• se aburren más que la media;

• políticamente se sitúan menos a la izquierda que la media.

60
• consumen drogas, de todas clases, muy por encima de la media.
Es el tipo cuyos integrantes son más jóvenes y en él abundan los chicos y los hijos de
familias de clase media/alta. Representan fielmente los rasgos más frívolos del
estereotipo dominante: diversión e irresponsabilidad egoísta.

61
D) Tipo alternativo (15,25%)
Profundamente ideologizados y comprometidos con lo público, y algo enfrentados con el
sistema.
Tienen importancia en su vida acciones como: arriesgarse ante cosas nuevas e
inciertas, hacer cosas para mejorar el barrio o la comunidad, lo que ocurre en otros
lugares del mundo y los temas políticos.
Justifican que exista libertad total para abortar, la eutanasia y el suicidio, la adopción
de hijos por homosexuales/lesbianas, robar artículos en unos grandes almacenes o en
hipermercados y fumar marihuana o hachís y emborracharse en lugares públicos.
No justifican aplicar la pena de muerte a personas con delitos muy graves.
No le representan como iconos personales ni el dinero, ni el coche, ni la moda, ni la
discoteca.
Le representan como iconos personales los okupas y Amnistía Internacional.
El tipo alternativo, el 15,25% de adolescentes y jóvenes entre 15-24 años, es el más
ideologizado y comprometido claramente con el cambio social, con una visión que entra
en conflicto con el orden establecido. Además, parece subrayar algunos
comportamientos con una actitud provocadora para ese orden social.
Otros rasgos del perfil alternativo son:

• es el colectivo de mayor edad;

• chicos y chicas están representados por igual;

• su extracción social corresponde a la media;

• abundan los que siguen estudiando (licenciaturas o diplomaturas);

• abundan los que viven solos o con amigos;

• tienen malas relaciones con los padres, buenas con los amigos;

• sus integrantes dicen aburrirse menos;

• abundan los indiferentes religiosos y los no creyentes;

• es el tipo más claro en su opción política y más situado a la izquierda;

• consumen más drogas que la media.

62
E) Tipo incívico / desadaptado (10,91%)
No integrado y en confrontación violenta con lo establecido.
Justifica contratar en peores condiciones laborales a un extranjero por serlo, fumar
marihuana o hachís y emborracharse en lugares públicos, conducir bajo la influencia del
alcohol, el exceso de velocidad en núcleos urbanos, romper señales de tráfico, farolas,
cabinas telefónicas, etc., y enfrentarse violentamente a agentes de la policía.
No tiene importancia en su vida ganar dinero, ni llevar una vida moral y digna, ni
respetar las normas, ni respetar la autoridad, ni tener éxito en el trabajo, ni tener amigos,
ni tener buenas relaciones familiares, ni tener una vida sexual satisfactoria.
Le representan como iconos personales los okupas y el icono nazi.
El tipo incívico o desadaptado, un 10,91% de adolescentes y jóvenes, se define por la
posición marginal en la estructura social, entre el desinterés y la confrontación declarada.
Rechazan no sólo los criterios normativos ideales sino también los de bienestar y
supervivencia que comparte la mayoría de la sociedad. Todo ello le lleva a posturas más
radicalmente violentas contra casi todo (incluyendo las minorías más vulnerables).
Otros rasgos del perfil incívico / desadaptado son:

• abundan los jóvenes de las franjas de mayor edad;

• hay más chicos que chicas;

• son estudiantes o trabajadores de acuerdo con su edad;

• abundan quienes viven solos o con amigos.

• tienen malas relaciones con los padres y con los amigos;

• se aburren mucho más que la media;

• tienen una postura distanciada y desinteresada por su generación;

• hay pocos católicos; abundan los no creyentes y los creyentes de otras religiones;

• ubicación política poco clara, acaso escorada a la izquierda;

• es el grupo que más drogas consume.


Esta distribución tipológica implica que, en la juventud española entre 15-24 años,
habría un 52% de chicos y chicas situados en el polo de la pasividad o la indiferencia por
lo colectivo. De ellos, un 21,4% por razones de retraimiento egoísta, casi un 20% porque
se ven instalados en una situación cómoda de la que sólo quieren aprovechar las

63
ventajas, y casi un 11% porque desprecian y sólo quieren agredir a lo establecido.
En el polo contrario, del activismo social y el compromiso para el cambio, se situarían
casi el 48% de jóvenes: 32,6% desde una posición ortodoxa y algo más del 15% desde
posturas muy ideologizadas y a veces conflictivas.
En este punto me atrevería a aventurar que un joven podría pasar, por influencia de
algún amigo, de una actitud a otra del mismo polo, de lo normativo a lo alternativo, por
ejemplo, o de ser disfrutador a ser pasivo, pero no de un polo a otro –de lo
comprometido a lo egoísta– porque corresponden a muy distintas actitudes personales
ante la vida.
Continúo con las conclusiones del estudio de la FAD.

64
Relación entre tipos
y consumo de drogas

Integrado / Normativo

• El de menores niveles de consumo de sustancias ilegales.

• Consumos de tabaco y alcohol próximos a la media.

• Ven más riesgos y menos beneficios en los consumos de drogas.

65
Retraído

• Es el segundo tipo que menos consume, sobre todo drogas ilegales.

• A pesar de ello, consumos significativos de sustancias legales e ilegales.

• Visión de riesgos y beneficios, en la media.

66
Ventajista / Disfrutador

• Siendo más jóvenes, consumen de todo bastante más que la media.

• En conjunto, es el segundo tipo que más consume.

• Ven menos riesgos y más beneficios que la media en los consumos.

67
Alternativo

• Siendo los mayores, consumen más que la media, pese a ver más riesgos y menos
beneficios que esa media.

• Es el tercer tipo en orden de consumo, salvo para el cannabis, que consumen más
que todos y con el que parecen tener una relación privilegiada.

68
Incívico / Desadaptado

• Son los mayores consumidores de drogas (salvo cannabis).

• Ven menos riesgos y, sobre todo, muchos más beneficios en ellas que la media.
Hasta aquí las conclusiones del estudio de la FAD sobre las tipologías juveniles. Son
meramente orientativas, pero cuando se explora un mundo desconocido las orientaciones
se agradecen.
Sin embargo, una mera adjudicación de tipos no aclara el panorama por completo,
sobre todo porque son en gran medida el resultado de distintos procesos educativos. La
familia deberá aportarnos también algunas claves. Una de las principales es la
implicación. Hay que dejar bien claro que los padres que dimiten de la tarea educativa
facilitan el conformismo de los adolescentes ante los modelos actuales. Cuando los
padres, sea cual sea su posición económica o social, son capaces de conservar el sentido
de educadores, cuando la célula familiar está viva, dialogante y los problemas se
comparten, el entusiasmo de un adolescente por modelos equivocados será casi siempre
pasajero.
Para contrarrestar por sí solo la mala influencia de un amigo –y en este por sí solo se
encuentra la clave del problema– más aún, para escoger entre los amigos a aquellos de
los que obtenga estímulo e influencia positiva, nuestro hijo, nuestra hija debe llevar
consigo un bagaje de madurez afectiva que le permita sentirse seguro de sí mismo.
Recordemos a nuestros compañeros de pandilla que dieron la primera calada al cigarrillo
para no parecer menos que, diferentes a... Hoy, en el mismo decorado pero con diferente
atrezzo, sólo un adolescente muy seguro de sí mismo puede rechazar el porro, la pastilla,
la litrona de calimocho, la sala oscura de la disco. Es evidente que debemos intervenir
desde el primer momento en que sospechemos que nuestro hijo o nuestra hija llevan a
cabo actuaciones perjudiciales para su salud, pero la intervención más efectiva es la de
ellos mismos cuando toman las riendas de la propia vida.
Hay además otro factor clave: las normas. Consentirlo todo indiscriminadamente es
uno de los más graves errores educativos. La ausencia de correctivos –de consecuencias–
impide ver una acción determinada con los ojos de los demás.
Los niños mimados encuentran enormes murallas donde no hay más que límites
inevitables de la vida, y no son capaces de afrontar ni una frustración ni un fracaso. Para
ellos, un grupo que actúa irreflexivamente, un amigo que promete la luna con una
pastillita, se convierten en un refugio y una compensación. Por eso son los primeros
clientes de las vías de escape rápidas que están hoy tan al alcance de la mano. Nuestros
hijos necesitan reglas para hacerse fuertes, necesitan un marco que les encuadre. Cuando
un niño tiene que escoger en todo momento lo que quiere o no quiere, se vuelve
indeciso. Y la indecisión produce inseguridad. Se trata de que lleguen a lograr una
autonomía real, de que sean capaces de ponerse metas y luchar por ellas. De ahí la

69
importancia de marcarles pautas claras en las que puedan orientarse.
No podemos impedir que nuestros hijos vivan en su tiempo. Tienen derecho a hacerlo,
y meterlos en una campana de cristal sería omitir nuestro deber de prepararlos para la
vida adulta. Deben afrontar retos tan enormes como montañas con el único bagaje de su
personalidad. Se pondrá a prueba su educación. Y, aunque es posible incluso ver crecer a
un árbol contra el poder del tiempo, como le ocurría al anciano de la higuera, porque no
hay nada escrito, la diferencia entre que un período sea sólo difícil o sea destructivo
puede estar en una infancia bien construida.

70
De la amistad al primer amor

«Ha venido con la novieta. Yo me he puesto nerviosa. Qué sensación de cruzar una
frontera, o de apartarme ya del camino de su vida. Empiezo a tener edad de ser
abuela» (de mi diario).
I
Una aproximación a la evolución de la sociabilidad en la infancia y la adolescencia no
puede terminar sin acercarse un poquito –será muy poco– a la eclosión del amor y de la
sexualidad. Por supuesto, no podemos profundizar aquí en un tema tan serio y tan lleno
de matices que precisan estudio. Pero como padres, en la vida real, deberemos
profundizar, y tendremos que prepararnos bien para hacerlo.
Uno de los aspectos característicos de la adolescencia es el esfuerzo que el joven
realiza para aprehenderse a sí mismo, llegar hasta su fondo, reconocerse y proyectarse
como individuo único e irrepetible. Para realizar este esfuerzo cuenta con su inteligencia,
que es ya adulta. Sin embargo, esta búsqueda de sí mismo no es algo perfectamente
consciente y controlado. Es un orden –mejor aún, llegará a ser un orden– nacido de un
desorden, del abismo que hay entre la explicación que el adolescente se da sobre sí
mismo y lo que de verdad está pasando en él; entre lo que cree ser y lo que es. El diario
secreto, los versos ocultos, las letras de canciones que parecen escritas sólo para ella, las
confidencias susurradas al oído de la mejor amiga son en realidad descargas de los
sentimientos y deseos que le oprimen: pero también son esos mismos deseos formulados
ya, convertidos en razonamientos, explicados.
La adolescencia es un gran interrogante: ¿Quién soy? Y una de las primeras respuestas
es negativa: no soy mi padre, no soy mi madre. Esa lucha, ese rechazo toma la forma de
contestación perpetua que ya hemos visto. Pero nunca es, aunque nuestro adolescente lo
perciba así, un rechazo definitivo. La consecución plena de la autonomía traerá consigo
un acercamiento maduro a los padres, que durará ya para siempre. Tengámoslo en cuenta
en los momentos más duros. El proceso educativo, tan inmediato, tan lleno de decisiones
graves que se toman en segundos, es en realidad, como un cultivo de flores, cuestión de
paciencia y de tiempo.
Sin embargo, es cierto que el adolescente pierde la identificación con los padres. En
ese vacío, que no completan del todo los amigos, deberá entrar una nueva figura que
restaure la seguridad de ser. Deberá entrar el amor.
Al principio subsiste esa ambivalencia respecto a los padres de la que ya hemos
hablado, y que oscila entre el deseo de rechazarlos y la necesidad de seguir estando

71
protegido por ellos. Es la que explica el cariño apasionado que a veces nuestra hija
adolescente muestra a una mujer de más edad, una profesora, una monitora, la hermana
mayor de una amiga... Es un sentimiento menos frecuente, o tal vez menos exaltado,
entre los chicos. Debemos comprender la naturaleza de este tipo de amistad amorosa,
que es un ensayo del joven yo sobre los modelos en los que volcará su amor.
Entramos pues en los dominios de la mayor fuerza de la naturaleza. Una buena amiga,
madre de hijos de diversas edades, me contaba una vez que si bien el primer amor del
hijo era una enorme fuente de preocupaciones para los padres, no era comparable a la
impotencia y el dolor de verle viviendo el desconsuelo del primer desamor. Son –me
decía– momentos en los que nos cae como una losa la certeza de que no podemos vivir
la vida de nuestros hijos.
El despertar del amor va unido al despertar de la sexualidad, y supone un cambio
profundo de la vida afectiva y del conjunto de la personalidad. El amor enriquece y
amplía el registro emocional, potencia la imaginación –la facultad más propiamente
humana de todas–, pone en movimiento, hace pensar en conceptos de eterno y absoluto,
obliga a...
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso.
Y todo lo que sigue enumerando Lope de Vega en su maravilloso soneto. En fin,
«quien lo probó lo sabe».
El amor es un instinto y una resistencia a ese instinto, necesaria para la adaptación
social. Hasta hace bien poco, la sociedad misma salvaguardaba, con una serie de
requisitos y usos, el despertar indiscriminado de la sexualidad juvenil. Hoy hay que
recordar expresamente a los hijos que no pueden separarse sexo y amor. Todos los
mensajes que reciben de la sociedad –música, cine, televisión, publicidad...– los separan
brutalmente o, peor aún, reducen el amor a la experiencia sexual.
Sin embargo, los adolescentes siguen pensando en términos de romanticismo y
ternura, siguen idealizando, siguen amando en sueños y en ensoñaciones, tanto como se
dejan llevar por la excitación que, desde la artificialidad que nos rodea, se vende hoy
como la única clase de pasión posible.
El primer lugar donde el adolescente sacia su necesidad de amor es la imaginación. En
ella puede desenvolverse como alguien lleno de atractivo, lejos de la angustia e
inseguridad reales. De ahí la capacidad adictiva de las relaciones virtuales. En ellas se
puede prolongar este estado indefinidamente, inventando una personalidad soñada y
aceptando sin discusión la que el interlocutor venda. Esta nueva posibilidad de relación,
que además exige una respuesta inmediata e irreflexiva a cualquier estímulo, constituye
uno de los mayores riesgos de cuantos se van a ver obligados a afrontar. Como se
comentó en el capítulo dedicado a las nuevas formas de comunicación, nuestra tarea
como padres será fomentar de tal modo las vivencias reales durante la infancia, que se

72
consideren las virtuales como menos gratificantes. También en el amor deberán preferir
la relación cara a cara.
Pero la evolución de la sociabilidad sigue su curso. En los chicos, los ensueños se
harán carnalidad enseguida; en las chicas, durarán más tiempo, de tal manera que ellas
querrán conocer el Amor, sin que sea imprescindible que la persona amada tenga
siquiera una realidad objetiva. Para ellas, el amor será algo sucesivamente absoluto,
inflamado y absorbente siempre, repetido tantas veces como haga falta, porque cada
nuevo enamoramiento es el gran amor de la vida. Desde el compañero de clase al actor
de cine que te sonrió en la pantalla, los éxtasis de amor de las adolescentes son en su
mayor parte imaginados.
En una evolución normal, los sentimientos tanto de los chicos como de las chicas
llegarán a armonizar el componente sexual y el afectivo, siempre vividos desde una
perspectiva rabiosamente individual: desde la propia historia, el pasado psicológico, la
educación recibida, el carácter y también el momento y las circunstancias en que se
vivan las primeras experiencias sexuales que, no es necesario decirlo, marcarán para
siempre.
II
No podemos cerrar los ojos ante la evidencia de que nuestros hijos están expuestos a la
práctica precoz de la sexualidad. Muchos viven experiencias sexuales para las que no
están preparados porque, sobreprotegidos en tantas otras cosas menos importantes,
tienen un enorme desequilibrio entre la madurez fisiológica y la afectiva.
La transgresión de límites –puramente reactiva y casi nunca libre– se acompaña
enseguida de sentimientos de culpabilidad y angustia. Además, como se realiza a costa
de la vida imaginativa y de la afectividad, resulta ser, en triste paradoja, un
enriquecimiento en experiencias que empobrece.
Es imprescindible una verdadera educación sexual, que empiece en la infancia, con la
primera curiosidad del niño respecto a las diferencias anatómicas. Para ser auténtica
educación, y no sólo información sobre los mecanismos de la reproducción humana,
deberá interesar el conjunto de la personalidad. Muchos padres consideran misión
cumplida el tomar aparte al hijo o a la hija cuando empieza la pubertad y darle algunas
explicaciones de fisiología, tan confusas que no sirven para nada. Las dudas y los
detalles se confían a la clase de biología en el colegio o a las charlas con sus iguales. Así
que muchas veces cumplen esta tarea los amigos de nuestros hijos, a quienes, por cierto,
el tema les interesa y les preocupa mucho.
Pero la vida sexual es también amor. Hay que hablar con los hijos del cuerpo y de los
sentimientos, puesto que deberán ver y vivir la sexualidad desde las dos vertientes. Hay
que permitirles que se expresen y pregunten. Hay que reflexionar en voz alta sobre las
diversas manifestaciones de la relación amorosa entre los seres humanos, sobre el placer,
sobre la protección ante los riesgos, pero también sobre la importancia de la estabilidad
en una pareja, de la necesidad de no quemar etapas, del imprescindible respeto a uno

73
mismo y a él o ella, que es nuestro amor. Estas cuestiones deben encontrarnos
preparados y serenos, y el tratamiento que les demos será veraz, adecuado a cada edad,
suficiente y nunca ingenuo.
La auténtica educación sexual es la que consigue que estén informados sin ñoñerías,
se sientan responsables de su cuerpo, respeten el de los demás y estén dispuestos a los
retos y exigencias de la aventura de enamorarse. Sólo de esta manera podrán afrontar con
equilibrio la irrupción del amor, que es el primer paso de la vida adulta.

74
Perder un amigo

«Si uno pudiera evitarles el dolor...» (de mi diario).

El mejor amigo en la infancia y la adolescencia cambia de sujeto con rapidez. La


intensidad con que se vive la amistad en estas etapas hace imposible evitar las
decepciones, pero su propio carácter efímero y renovable permite encontrar pronto
nuevos compañeros de camino. Ya hemos dicho que conviene dialogar con los hijos
sobre el respeto que se debe a quien fue buen amigo, lo necesario de evitar esos rencores
que amargan el corazón cuando la memoria ya no recuerda cómo empezaron, y lo natural
que es encontrar diferentes afinidades en diferentes momentos.
Las dificultades más serias no se encuentran tanto en la pérdida de la amistad como en
la del amor. Si, cuando llega a plantearse una ruptura amorosa, no es posible mantener la
amistad –y no lo es en la mayoría de los casos, a qué engañarnos–, al menos que se
mantenga el respeto. Es más que sabido el daño que causan a los hijos las batallas entre
padres. La indiferencia, los insultos a distancia, el niño o la chiquilla utilizados como
mensajeros de guerra hacen daño a la personalidad en formación y dejan heridas que
duelen el resto de la vida. Los amigos pueden actuar aquí como un auténtico refugio. En
otro orden de cosas, el primer desamor de nuestros hijos –y el segundo– deberá
encontrar en su grupo de amigos una fuente de consuelo, y en nosotros los padres,
comprensión, respeto y –si es necesario y aunque nos cueste– silencio.
La pérdida del amigo a la que quiero referirme brevemente es de otra naturaleza.
Constituye una experiencia poco frecuente en nuestra sociedad pero no imposible: la
muerte de un niño.
La enfermedad y la muerte son tan constitutivas de la humanidad como la salud y la
vida, sin embargo la educación que nuestros hijos reciben las evita sistemáticamente.
Algunas veces, con un mal entendido sentido de la protección, los alejamos demasiado
del fallecimiento del abuelo, mientras les permitimos pasar horas y horas matando y
viendo morir en la realidad virtual. Sin embargo, por muchas tontas precauciones que
tengamos, cuando muere un familiar los niños saben que está pasando algo grave, y
necesitan explicaciones sencillas y veraces. Si no las encuentran en casa pueden
conformarse con las del amigo sabelotodo o de la médium del patio de recreo. Es un
grave error hacer ignorar a los hijos la presencia de la muerte, incluyendo la realidad de
las condiciones en que se encuentran dos tercios de los habitantes de la tierra, y la
existencia del terrorismo y la guerra. No se trata del morbo ni la obsesión, sino de temas

75
que deben formar parte de las conversaciones familiares, cuando surjan.
La muerte de un amigo de la misma edad, sin embargo, es algo que nadie puede
prever. Si alguna vez tuviéramos que explicar a niños aún pequeños el fallecimiento de
un amigo, seguramente nos encontraríamos abrumados por el peso de la enorme
injusticia y por el dolor, y asustados por el impacto que un golpe tan difícil de asimilar
tendría para nuestros hijos. No encontraríamos las palabras, porque ningún idioma las
tiene cuando se trata de explicar lo inexplicable.
Un momento álgido como ese precisa de la voluntad de estar a la altura. Si alguna vez
tenemos que enfrentarnos a él, sólo podrá servirnos presentar a los hijos lo mejor del
alma humana, que es el sentido de la trascendencia. Este salto de altura sólo se da en los
momentos de mayor alegría o mayor dolor, pero nos hace capaces de mirar de frente al
misterio tremendo y fascinante de Dios y sus designios. «El que espera envejece en las
decepciones, sólo el que cree vive para siempre», dice Kierkegaard. El sentido de la
trascendencia nos permitirá llorar con nuestros hijos, con nuestros amigos, rezar con
ellos, creer con ellos en una presencia continua del espíritu y del amor. Con él, lo que
sería pura desolación se convertirá en uno de los momentos culminantes de la
convivencia familiar. Porque un amigo permanece siempre en nuestra vida, aun cuando
parezca que se ha perdido prematuramente.

76
Los amigos de mis padres

«Con buenos padres haremos un mundo mejor», decía Aldous Huxley. «Tranquila, no
vas a ser tú la primera madre perfecta del mundo», me decía una sabia tía abuela cuando
yo era una primeriza confusa ante el llanto del bebé.
Son dos maneras de ver la tarea más absorbente y seria que un ser humano puede
abordar. Con toda la responsabilidad que requiere educar hijos, y con el abandono ante la
fuerza de la propia vida que es imprescindible también. Mucho del futuro de nuestros
hijos depende del tiempo en que tenemos la responsabilidad de educarles; pero hay
también una importantísima parte que depende únicamente de ellos mismos.
No podemos terminar el recorrido por el desarrollo afectivo y social de los niños y
jóvenes, ni hablar de sus amigos, sin planear un poco sobre nuestros propios amigos,
nuestra sociabilidad, nuestra manera de conducir las relaciones sociales en la vida adulta.
La tarea educativa comienza en los propios padres: debemos conocernos bien, aceptar
nuestras limitaciones y potenciar nuestras cualidades. Por eso es útil saber qué significa
para nosotros la amistad, qué papel desempeña en nuestra vida y cuánto tiempo e interés
le dedicamos. Si somos tímidos o caraduras, avaros o generosos, abiertos o
manipuladores, discretos o cotillas, estaremos mandando mensajes a nuestros hijos: los
demoledores mensajes inconscientes que los pedagogos denominan del currículum
oculto, y que los pequeños descifran como un código transparente.
Tenemos ante los ojos la apasionante historia del crecimiento de los hijos, pero
también el espectáculo de nuestra propia maduración como personas. No sólo de cómo
somos sino de cómo éramos –es decir, con moviola– porque la presencia en nuestra
memoria del niño acomplejado o el adolescente solitario, del líder o el rebelde que
fuimos es útil para comprender la actitud de los solitarios o rebeldes que tenemos hoy en
casa. Hay que olvidar la infancia para crecer y recordarla para educar, dicen los poetas.
A partir de ahí, debemos plantearnos conocer a nuestros hijos, uno a uno, a cada uno
en su realidad, para reconducir sus limitaciones y lanzar a volar sus potencialidades.
Descubrir, sacar a la luz y ver brotar. Conocer a nuestros hijos nos facilitará la
oportunidad de intervenir cuando se deba y permanecer al margen cuando el pequeño se
pueda valer por sí solo. También nos permitirá mantenernos en el nivel adulto, sin sentir
las niñerías y errores como ofensas personales. Ser padre o madre requiere toda la
serenidad del mundo, es decir la mayor serenidad que cada uno pueda tener.
Si nos ven relacionarnos con nuestros propios amigos con esta serenidad, con
generosidad, con franqueza y con alegría, gran parte del camino para demostrar la
importancia que los afectos tienen en la vida estará ya andado.
Mantener la amistad entre adultos exige disciplina, dedicación, tiempo, manga ancha
ante los errores u omisiones que el amigo tenga en un momento determinado, respeto

77
absoluto a las creencias y modos de vida, alejamiento de todo lo que pueda oler a
cotilleo o intromisión en la vida íntima. Son actitudes que no tienen teoría: o se practican
o no, y eso es lo que nuestros pequeños verán cuando nos miren.
Recursos básicos para acompañar a nuestros hijos en su evolución afectiva, como la
hospitalidad, la generosidad con el propio tiempo y la comunicación sincera y frecuente
valen también para el desarrollo de la amistad en el mundo adulto.
Por supuesto, sin obviar los cambios en la constelación de nuestros propios amigos: la
exclusión inevitable de los que permanecen solteros o sin cargas familiares, para quienes
de repente somos habitantes de otro planeta; la entrada en escena de nuevos amigos
cuyos hijos
son los compañeros de juego o de clase; el drama de que los niños de unos viejos amigos
no se lleven bien con los nuestros; en fin, las evoluciones y transformaciones de esa
energía frágil y valiosa que es la amistad entre los seres humanos.
La relación con las personas personaliza. Es importante transmitir a los hijos la
vivencia de la amistad como un auténtico privilegio, acompañarles en las etapas de su
maduración social y confiar en su capacidad para elegir, en los momentos cruciales de la
vida, a sus amigos entre sus semejantes.
«Sin amigos nadie desearía vivir, aunque poseyera todos los demás bienes. Cuando
los hombres son amigos no necesitan de la justicia, mientras que, aun siendo justos,
necesitan de la amistad: es más, los más amistosos son los hombres justos. Pero la
amistad no es sólo una cosa necesaria; es una cosa buena. Son amigos sobre todo
aquellos que desean el bien a sus amigos. Su amistad perdura mientras son buenos, y la
bondad es una virtud perdurable. Son buenos en sentido absoluto, y buenos para sus
amigos; son agradables porque se resultan recíprocamente agradables. Pero estas
amistades son escasas, se necesita tiempo e intimidad, a cada uno debe parecerle el otro
digno de afecto y debe confiar en él. Aunque la mayoría prefiere, por presunción, ser
amado que amar, parece que la amistad consiste más en amar que en ser amado».
No son palabras mías. Son las inmortales de los libros VIII y IX de la Ética a
Nicómaco de Aristóteles. Las escribió como guía de comportamiento para su propio hijo.
Constituyen un precioso tratado sobre la amistad, práctico como todo lo aristotélico, y de
ineludible lectura, al menos una vez en la vida, aunque sea para confirmar que ya está
todo dicho y lo dijeron los grandes maestros. Valgan ellas como gigantesco colofón para
este pequeño libro.

78
Para saber más, algunos clásicos y otros nuevos

BARRI F., SOS BULLYING, Prevenir el acoso escolar y mejorar la convivencia, Praxis,
Madrid 2006.
CYRULNIK B., Los patitos feos. La resiliencia: una infancia infeliz no determina la vida,
Gedisa, Barcelona 2002.
ENKVIST I., La educación en peligro, Unisón, Madrid 2000.
FROMM E., El arte de amar, Paidós, Barcelona 20044.
GALLEGO M. J., Educar a los hijos con inteligencia emocional, PPC, Madrid 2006.
GIL MARTÍNEZ R., Valores humanos y desarrollo personal, Escuela Española, Madrid
1998.
MAUCO G., Educación de la sensibilidad en el niño, Aguilar, Madrid 1981.
MONEDERO C., Psicología evolutiva y sus manifestaciones patológicas, Biblioteca Nueva,
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URRA J., El pequeño dictador, La esfera de los libros, Madrid 2006.
VÍLCHEZ L. F., La educación. Las buenas preguntas, San Pablo, Madrid 2005.

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Índice
Un mundo mejor

1 Breve panorama evolutivo de la sociabilidad en la infancia y la adolescencia

El primer año de la vida

Los primeros pasos en el grupo: de los tres a los seis años

La llegada de la autonomía

La adolescencia

2 Los amigos de mis hijos

El amigo de la guardería

La amistad en la infancia: el mejor amigo y el líder

Las celebraciones

Amigos, videojuegos y deporte

Enemigos en el colegio: el «bullying»

La amistad en la adolescencia

Amigos y nuevas tecnologías: internet, el “messenger”, el móvil

Cuando los amigos no son una buena influencia: ante la droga y el botellón

A) Tipo integrado / normativo (32,67%)

B) Tipo retraído (21,42%)

C) Tipo ventajista / disfrutador (19,75%)

D) Tipo alternativo (15,25%)

E) Tipo incívico / desadaptado (10,91%)

Relación entre tiposy consumo de drogas

80
Integrado / Normativo

Retraído

Ventajista / Disfrutador

Alternativo

Incívico / Desadaptado

De la amistad al primer amor

Perder un amigo

Los amigos de mis padres

Para saber más, algunos clásicos y otros nuevos

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Índice
Un mundo mejor 5
1 Breve panorama evolutivo de la sociabilidad en la infancia y la
7
adolescencia
El primer año de la vida 8
Los primeros pasos en el grupo: de los tres a los seis años 9
La llegada de la autonomía 14
La adolescencia 16
2 Los amigos de mis hijos 20
El amigo de la guardería 21
La amistad en la infancia: el mejor amigo y el líder 24
Las celebraciones 29
Amigos, videojuegos y deporte 32
Enemigos en el colegio: el «bullying» 35
La amistad en la adolescencia 43
Amigos y nuevas tecnologías: internet, el “messenger”, el móvil 46
Cuando los amigos no son una buena influencia: ante la droga y el
52
botellón
A) Tipo integrado / normativo (32,67%) 58
B) Tipo retraído (21,42%) 59
C) Tipo ventajista / disfrutador (19,75%) 60
D) Tipo alternativo (15,25%) 62
E) Tipo incívico / desadaptado (10,91%) 63
Relación entre tiposy consumo de drogas 65
Integrado / Normativo 65
Retraído 66
Ventajista / Disfrutador 67
Alternativo 68
Incívico / Desadaptado 69
De la amistad al primer amor 71

82
Perder un amigo 75
Los amigos de mis padres 77
Para saber más, algunos clásicos y otros nuevos 79

83

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