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JORNADA DE MATRIMONIOS JÓVENES – JMJ

CHARLA N° 3 – “EL PERDÓN”

ORACIÓN INICIAL: Oración simple (San Francisco de Asís)

INTRODUCCIÓN

Hemos comenzado nuestro tercer encuentro, en estas Jornadas de Matrimonios Jóvenes (JMJ),
con la oración que nuestro movimiento, el MFC, ha adoptado y transformado para sí en
emblema y en síntesis acabada de toda vocación matrimonial.

Ahora, quisiéramos centrarnos en dos de sus artículos: el primero, reza “donde haya ofensa,
pongamos perdón”; y el segundo, complementario al otro, “porque perdonando somos
perdonados”.

Para comenzar podemos afirmar que el perdón es un bien que podemos dispensar al otro, es
decir, que frente a una ofensa que nos hayan hecho, ante una herida que nos ha sido
procurada por otra persona, somos llamados a “poner”, a ofrecer, a aportar perdón.

El perdón como bien no es algo que podamos producir, o generar por nosotros mismos.

Por eso, para poder dar inicio a nuestro encuentro acerca del perdón, resulta de vital
importancia que, en primer lugar, nos remontemos hacia su origen en Dios. Por la fe, sabemos
que Él es la fuente de toda la bondad y de toda la belleza que hay en el universo, de donde
brota todo acto de amor misericordioso. Además, sabemos que Él mismo es la garantía y, al
mismo tiempo, el motor de su realización, es decir, que quien enciende en el corazón del
creyente el deseo de perdonar, es a la vez quien lo lleva a término.

Por tal motivo, otorgamos al perdón la prerrogativa de don divino.

Finalmente, es justo decir que Dios, además de todo lo que ya hemos dicho, es el fin último de
todo acto de misericordia: al perdonar realizamos un acto de justicia y de adoración. Y como
acto de latría, nos santifica y nos vuelve cada vez más semejante a nuestro Señor Jesucristo, a
Él que sembró en nuestro mundo su amor sin límites, derramándolo hasta inundarlo todo con
su luz.

Para poder continuar con nuestro taller, nos detendremos unos momentos para recordar
experiencias de vida, entorno a este don inestimable del amor divino, que es el perdón, y
vamos a trabajar en forma individual con las siguientes preguntas. Ellas nos trasladarán a
momentos de nuestra historia personal en que hemos sido perdonados.

Primera actividad - Experiencia personal de perdón

¿Alguna vez has sido perdonado? ¿Has vivido la experiencia de ser perdonado por Dios? ¿Y por
alguien más?

(0:05:00)
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EL PERDÓN DE DIOS

Luego de haber mirado nuestra historia y de haber traído al recuerdo aquellos momentos en
que fuimos liberados de las consecuencias de nuestras acciones, por la generosidad de otros,
en esta segunda parte, vamos a centrarnos en la realidad del perdón en Dios.

Para ello, iniciaremos un recorrido nuevo, partiendo desde algunos pasajes de la Sagrada
Escritura. Ellos nos iluminarán y serán nuestros guías seguros en este camino que hemos
emprendido.

Ante la inmensidad del misterio de Dios, contenido en su Libro Sagrado, nos introducimos en
ella haciéndonos la señal de la cruz. (†)

Sin apresurarnos, nos acercamos a nuestra Biblia, nos posicionamos en el Antiguo Testamento,
y trataremos de ubicar el libro del Profeta Oseas, que se encuentra luego del libro del profeta
Ezequiel. Este libro nos muestra de manera cabal la identidad de un Dios que antepone la
misericordia a la justicia: no porque la niege, si no que va más allá, y la supera en su efectos;
no existe injusticia en los actos de misericordia que Dios tiene para con sus hijos, toda vez que
trata ante todo de recuperarnos para sí, atrayéndonos con lazos de amor y de ternura
paternales. Iniciamos la lectura del texto, con profunda reverencia y receptividad.

«Cuando Israel era un niño yo le amaba, y de Egipto llamé a mi hijo... Y yo


enseñaba a Efraím a caminar, le llevaba en mis brazos... Con cuerdas de
bondad los atraía, con lazos de amor, y fui para él como quien alza a un
niño, sobre su propio cuello, y se inclina hacia él para darle de comer».

Os. 11, 1-4.

Pero el pueblo traiciona el tierno amor de Yahwéh: «Cuanto más los llamaba, más se alejaban
de mí. Ofrecían sacrificios a los baales y quemaban incienso a los ídolos... no han comprendido
que yo cuidaba de ellos...» (Os. 11, 2-3).

Por eso, Dios le pide a Oseas que tome por esposa a una prostituta, llamada Gómer, la que le
será infiel en numerosas ocasiones. No significa que la mujer del profeta se haya dado a la
mala vida necesariamente, quizás solo se trataba de una israelita devota de Baal, el dios de la
vegetación y la fertilidad. Gómer será el símbolo de Israel, y por ende, de nosotros mismo
como hijos de Dios.

El pueblo de Israel se olvida de Dios en medio de su abundancia, Efraím (que así llama el Señor
a su pueblo) no reconoce que todos aquellos bienes que poseen proceden de Él; y en lugar de
darle culto sincero, le juegan una doble carta, mezclando los sacrificios de Yahwéh con los de
Baal.

El profeta sufre mucho por la traición de su esposa; su alma está transida de despecho, de
celos y de rabia. Sus palabras salen entrecortadas, preñadas de ira; todo el vocabulario terrible
de un gran amor burlado brota impetuoso de labios de Yahwéh. Oseas comprende el porqué
de su casamiento por mandato de Dios, y no duda ni por un momento en trasladar su estado
de espíritu al corazón de Dios.

Pero Oseas sigue amando a su esposa Gómer, a pesar de todo. Lo mismo Yahwéh con su
pueblo. Por eso el castigo no la destruirá del todo, y en medio del dolor y de la carencia se
acordará de nuevo del amor de su esposo y se volverá a él. Y el esposo lo olvidará todo.
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Luego de haber escuchado la historia de Oseas, nos asomaremos al hontanar de los Salmos, y
buscaremos el 103.

«Él perdona todas tus culpas (…). El Señor es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de
gran misericordia; no acusa de manera inapelable ni guarda rencor eternamente; no nos
trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas. Cuanto se alza el cielo
sobre la tierra, así de inmenso es su amor por los que lo temen (…) Como un padre cariñoso
con sus hijos, así es cariñoso el Señor con sus fieles.»

Este salmo, al igual que el libro de Oseas, nos muestran a un Dios siempre pronto a perdonar, y
que su único anhelo, su profunda sed, es establecer un vínculo de amor con su criatura
predilecta.

Finalmente, leeremos un fragmento de la oración que el mismo Jesús nos enseñó y la parábola
del servidor despiadado, en el Evangelio de San Mateo:

«Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden».

Lc. 11, 2.-

«Entonces se adelantó Pedro y le dijo: “Señor, ¿cuántas veces tendré que


perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?”. Jesús
le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las
cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que
debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera
vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la
deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: “Señor, dame un plazo y te
pagaré todo”. El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.
Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien
denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: “Págame lo que me
debes”. El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: “Dame un plazo y te pagaré
la deuda”. Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que
pagara lo que debía. Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se
apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le
dijo: “¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también
tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?”. E
indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo
lo que debía. Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no
perdonan de corazón a sus hermanos».

Mt. 18, 21-35

“Lo mismo –dice– hará con vosotros mi Padre del cielo si cada cual no perdona de corazón a su
hermano”.

Todo hombre está en deuda con Dios y es al mismo tiempo acreedor de su hermano. Por
tanto, todo hombre es un deudor, que a su vez tiene acreedores. Por eso, Dios que es justo te
ha dado para con tu deudor una regla, que él mismo observará contigo. «Sean misericordiosos,
como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no
serán condenados; perdonen y serán perdonados» (Lc. 6, 36-38).
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Si tú quieres ser perdonado cuando pecas y tienes a tu vez otro al que tú puedes perdonar.
¿Desean ser perdonados? Perdonen: Perdonen y serán perdonados.

Por eso, todos los días pedimos a Dios para que nos escuche; a diario nos arrodillamos y
decimos: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.
¿Qué deudas? ¿Todas o sólo algunas?

Con esta parábola, el Señor Jesús «quiere enseñarnos que seamos fáciles en perdonar a los que
nos han hecho algún daño, especialmente si reparan sus faltas y nos suplican que los
perdonemos» (Orígenes, Homilía 6 sobre Mateo).

Segunda actividad – Disponibilidad para ofrecer el perdón a mi cónyuge.

Esta actividad, la realizaremos con nuestro cónyuge.

¿Quiero, deseo perdonar?

¿Qué me limita y qué necesito para poder hacerlo?

¿Qué puede hacer el otro para ayudarme en este proceso?


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EL PERDÓN EN EL MATRIMONIO

Difícil, ¿no? Es comprensible, sobre todo teniendo en cuenta que muchas veces, a raíz de estas
situaciones, quedan heridos sentimientos, incluso algunos muy delicados. Pero, como vimos en
las actividades anteriores, Dios no nos ha rechazado a nosotros, ni nos trata con lejanía a pesar
de que ninguno de nosotros somos del todo “confiables” (¿quién garantiza que no volveremos
a fallarle?); y, sin embargo, Dios nos vuelve a recibir con un amor siempre nuevo. Ciertamente,
por justicia, uno no está obligado a perdonar ciertas cosas… sin embargo, debemos afirmar
que la justicia sin misericordia es mera crueldad.

Si la falta del cónyuge hacia uno ha sido muy grave, no debemos olvidar que cualquiera de los
pecados graves que hayamos cometido en nuestra vida establece con Dios una deuda
impagable para nosotros. Tanto como podría ser, por ejemplo, la infidelidad de uno de los
esposos. Dios, a cada uno de nosotros, nos ha perdonado cada una de nuestras iniquidades, las
nuestras y las del mundo entero. Todas ellas. Entonces, no debe ser imposible que hagamos lo
mismo que Dios hace con nosotros y hacerlo con nuestros esposos.

Evidentemente, lo que hemos dicho se refiere al caso en que la persona tiene la sincera
intención de cambiar de vida y reparar el mal hecho. Perdonar a la esposa o al esposo no
significa tolerar su estado de falta, sino recibirlo con un perdón sincero cuando se ha
arrepentido de ella. Esto lo hacemos por un bien mayor natural, el bien de la familia, y por un
bien sobrenatural, que es la imitación de Cristo, que ha perdonado nuestras propias
infidelidades, toda vez que, en la Sagrada Escritura, todo pecado es una forma de adulterio del
hombre respecto de Dios.

Don Bosco, en sus memorias, nos dice:

“cuando un alumno se muestra arrepentido de una falta, perdonadle


enseguida y perdonad de corazón: echadlo todo al olvido. Y después que
nadie diga jamás a un muchacho o a otro que ha desobedecido, que ha
dicho una palabra insolente, o faltado de otra manera al respeto: ¡Ya me las
pagarás! Porque este lenguaje no es cristiano”

Por este motivo, los invitamos a perdonar en seguida y de corazón. Aunque las situaciones
sean mucho más graves que la que plantea el santo de los jóvenes, ¿no vale la pena
intentarlo?

Recordemos, entonces, que el Sacramento del Matrimonio nos colma con la gracia necesaria
para poder hacerle frente a las dificultades que sucedan y poder perdonar de corazón
cualquier falta, la que sea. No estamos solos, pues bien sabemos (y de esto estamos
convencidos) que Dios «no abandona la obra de sus manos» (Sal. 138, 8):

«Cristo es la fuente de esta gracia. “Pues de la misma manera que Dios en


otro tiempo salió al encuentro de su pueblo por una alianza de amor y
fidelidad, ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia, mediante
el sacramento del Matrimonio, sale al encuentro de los esposos cristianos”
(GS 48,2). Permanece con ellos, les da la fuerza de seguir tomando su cruz,
de levantarse después de sus caídas, de perdonarse mutuamente, de llevar
unos las cargas de los otros (cf Ga 6,2), de estar “sometidos unos a otros en
el temor de Cristo” (Ef 5,21) y de amarse con un amor sobrenatural,
delicado y fecundo» (Catecismo de la Iglesia Católica 1642).
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PROCESO DE SANACIÓN

La primera parte del proceso para poder perdonar es hablar de la herida. Es algo que debe
sacarse a la luz.

La segunda parte es disculparse, pedir perdón, aceptando la responsabilidad por lo que


hicimos para herir a nuestro cónyuge. Es un paso realmente muy difícil admitir que “me
equivoqué” y lamentar “haber hecho o dicho esto”.

Muchas veces, instintivamente, comenzamos a dar excusas, defenderse cuando el otro


comienza a decirme que hice algo que le molestó o la hirió.

Quizás, nos resulte más sencillo dejar de lado nuestro orgullo y decir “lo siento” cuando el otro
me expresa cómo es que, lo que hice, lo hizo sentir así, y de ese modo poder aprender a ver las
cosas desde la perspectiva del otro.

Por lo tanto, aceptar la responsabilidad y disculparse efectivamente requiere preguntarle a


nuestra pareja “¿qué tan serio fue?” alguna situación en particular, pudiendo averiguar en
dónde se encuentra la herida en una escala como la Richter, donde 1 es un temblor ligero y 10
es un terremoto catastrófico. De hecho, podemos preguntarle “para vos ¿este es un dos o un
diez?”. Cuando podemos advertir la extensión de su tristeza y empatizar, sobre todo cuando el
valor es considerablemente alto, un nueve o un diez, eso ayuda a que se sienta comprendido,
escuchado, que alguien se preocupa por su estado; y eso ayuda mucho con el proceso de
sanación.

Por otra parte, cuando nos disculpamos, es importante no comenzar a poner excusas como “sé
que estaba de humor ayer, pero no tenés idea de la presión que sufro en estos momentos”, o
“estaba hormonalmente inestable y por eso te traté así”, o “te lastimé porque estaba muy
cansada de tanto ajetreo con los niños, además de que tú no colaboras”, y un vasto etcétera.
Una verdadera disculpa no pone excusas. Porque cuando decimos “¡Siento mucho haberte
herido, por favor, perdóname! ¡Haré mi mejor esfuerzo para que no vuelva a pasar!” es
realmente muy eficaz en un matrimonio.

Sin dudas, hemos tenido que lidiar con heridas aún más profundas que el ejemplo que usamos,
y muchas de las heridas que tenemos han estado sepultadas, escondidas en nuestro corazón
por mucho tiempo, que revisten una mayor gravedad y que traen consigo un dolor, muchas
veces, insoportable, y es necesario tiempo para poder explicar porqué fue tan doloroso para
poder continuar luego con la disculpa y el perdón. Pero nos asombrará la diferencia que hace
en nuestros matrimonios, toda vez que termina por engendrar sentimientos de cercanía y de
libertad mutua.

Por ello, haremos una pequeña pausa para que puedan conversar acerca de esto y puedan
tomarse unos minutos para “identificar heridas que aún no han sido resueltas”.

En primer lugar, piensen en las formas en que han herido a su pareja, y que podría seguir sin
resolver para ella. Lo que venga a la mente.

Luego, en segundo lugar, cada uno escriba las formas en que los han herido y que son asuntos
que aún no han podido resolver. Puede ser algo reciente o que está guardado desde hace
tiempo; puede ser leve o algo más serio.

Finalmente, cuando ambos hayan terminado de escribir, intercambien sus diarios y sigan las
siguientes instrucciones:
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Quizás para algunos, puede haber un solo asunto pendiente, o tal vez ninguno que venga a la
mente. Más allá de eso, este encuentro les ayudará a ver cómo ir purificar su interior de
aquellas heridas o rencores que guardamos en relación al otro. Por el contrario, quizás algunos
tengan muchos asuntos, que estén lidiando con situaciones pendientes, y que pueda ser un
proceso que llevará más tiempo que la Jornada. Tal vez no puedas expresarlo aún porque te
sientes herido, pero esperamos que esta oportunidad sea el inicio de un proceso de sanación
de días, semanas e incluso meses de heridas abiertas e ira sepultada.

Para muchos, esta conversación puede resultar uno de los momento más difíciles de la
Jornada, ya que puede empeorar antes de mejorar, pero ¡por favor, no se desalienten! Porque
el resultado de purificar nuestra fosa interior, si se encuentra bloqueada, es fantástico: puede
brindarles un gran nivel de cercanía y la posibilidad de iniciar este camino de sanación.

(0:30:00)

Sabemos que la conversación para identificar las heridas es dura, pero igualmente los
invitamos a perseverar con este proceso, aún con estas dificultades. Y si lo consideran
necesario, busquen ayuda extra.

Ahora, veremos la tercera parte del proceso de sanación: el perdón. Algo que podemos
afirmar es que no solamente se trata de mis sentimientos sino de tomar la decisión de
perdonar. Todos sabemos bien lo difícil que puede ser el perdón, porque cada acto de perdón
nos cuesta algo: como renunciar a nuestra autocompasión, o renunciar a nuestro deseo de
justicia y a hacer a un lado el orgullo.

A veces las personas creen que perdonar a alguien significa aprobar, ratificar lo que han hecho
o su conducta. Así como lo hablábamos en la primera parte, cuando perdonamos no
consentimos la conducta desordenada o negativa del otro. Con el perdón, quizás sea necesario
que pongamos un límite, diciendo: “No estoy preparado para dejar que me hables así”, o “…
para que me sigas mintiendo”, o “… para que me engañes”. Es muy importante ser claro con
nuestro cónyuge de lo que es inaceptable y de lo que es perdonar, de que no son exclusivos
uno del otro. Para ello, hay que trabajar juntos, de la mano, para sanar el matrimonio.

Perdonar no es fingir que la herida carece de importancia y, por ello, tratar de olvidarla.
Perdonar no es negar la herida y esperar que desaparezca por sí sola, como por arte de magia.
Por esa misma razón, creemos que, cuando hemos experimentado el perdón, realmente
podemos entender que es necesario, apremiante, decirle al otro “te perdono”, incluso cuando
el enojo perdura en el interior, porque si lo decimos, aun apretando los dientes por la bronca,
nos sentiremos muy diferentes. El resentimiento y la autocompasión irán desapareciendo y la
relación podrá restaurarse. Elegir perdonar, abre la puerta a la posibilidad de volver a
acercarnos.

Algunos pueden decir “no puedo perdonar esto, ustedes no entienden”. Cuando decimos “no
puedo perdonar”, en realidad, estamos diciendo “no quiero perdonar”, o quizás “no sé cómo
perdonar”.

Eso pasa, en general, porque esperamos que pase algo antes de perdonar. Tal vez esperamos
el sentimiento correcto, o esperamos que se haga justicia, o queremos vengarnos primero o
contraatacar… En resumen, esperamos que la persona que me hirió sea castigada, herida, y
creemos que recién ahí podemos perdonar.
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Sin embargo, el perdón significa elegir soltar esos deseos (que como decíamos puede ser un
acto justo, pero al ser sin amor se convierte en un acto de crueldad), sin importar lo fuerte que
parezcan.

El escritor C. S. Lewis escribió: «El perdón va más allá de la justicia humana: es perdonar esas
cosas que no se perdonan fácilmente».

Si no estamos dispuestos a perdonar, si no soltamos a la otra persona, estaremos aprisionados


por la amargura, el resentimiento, el deseo de venganza, y la ira que se acumula dentro. Solo
el perdón puede liberarnos.

Por tal motivo, desde la perspectiva cristiana, el perdón es entregar a la persona que nos
lastimó a las manos de Dios, incluso si la otra persona no se disculpa o no reconoce lo que hizo
mal. Los cristianos entendemos que, si Dios nos perdona libremente, debemos perdonar
libremente. La gracia del Perdón se vertida por Dios en nuestra vida y, luego, fluye de mí hacia
afuera. El don de Dios es tan inmensamente mayor a nosotros mismos, que nos desborda, nos
rebalsa para que podamos depositarlo en el corazón de los otros, en especial a nuestros
esposos. Y, por esta gracia divina, todos podemos (y por justicia, debemos) perdonar.

Tener el perdón en el corazón de un matrimonio, significa un poder sin igual para alcanzar la
sanación del alma.

San Pablo nos dice en su primera carta a los Corintios que «el amor no guarda rencor
eternamente».

Podemos imaginar, por un momento, que tenemos un diario que representa nuestra vida de
casados, y que cada página representa un día de nuestro matrimonio. En él anotamos una lista
de las cosas que hacemos o decimos, o que no hacemos o no decimos, y que pueden herir a
nuestra pareja, a veces ligera y otra profundamente.

Algunos días, la lista será corta. Y otros será más extensa, pudiendo llegar a copar incluso los
márgenes. Pero, cada día, habrá algo que poner, y si no se resuelven estos asuntos, la página
no se cambiará y la lista quedará intacta.

Como era de esperar, empiezan a acumularse y van apareciendo el resentimiento y la


amargura. Aun si las olvidáramos, estas cosas permanecen ahí, en el trasfondo de nuestra
relación y terminarán por afectar gravemente nuestra intimidad.

El perdón significa arrancar cada página con lo que está escrito y tirarla. Significa elegir
perdonar lo que sentimos sin dejar que el sol se esconda con nuestra ira, mantener nuestro
interior limpio de registros de nuestros errores hasta que haya una página vacía ante nosotros,
y ninguna pendiente detrás de ella.

Es entonces cuando podemos comenzar cada día con un nuevo inicio, sin deudas entre
nosotros.

Por eso, luego de haber transitado este proceso, de hablar de nuestras heridas, disculparnos y
perdonar, podemos empezar otra vez juntos.

Sin embargo, no esperemos que la sanación siempre sea instantánea. La disculpa y el perdón
eliminan la distancia entre nosotros, pero si la herida es profunda es necesario tiempo para
reconstruir la confianza y el perdón, necesita de un proceso continuo. Esto es perdonar,
diariamente, cada vez que resurja el dolor.
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Al reconstruir la confianza, debemos ser gentiles uno con el otro y tener un entendimiento de
la situación que tuvo lugar entre nosotros. Tener conductas afables con el otro, continuar
perdonando y destinar tiempo para estar juntos, a solas, y confortarse mutuamente es
también parte del proceso. Este consuelo puede ser necesario para ambos, tanto para la
persona que siente una profunda vergüenza por lo que hizo, como para la persona que fue
herida.

Esta semana los invitamos a pasar tiempo pensando en la herida de la que les habló su
cónyuge, del proceso de sanación, de la disculpa y del perdón, y del proceso de reconstrucción
de la confianza.

En estos últimos momentos, les sugerimos que, a partir de lo ya hablado, puedas preguntarle a
tu pareja qué podrías hacer para ayudarle con esta sanación. Y, luego, en silencio o en voz
alta, dirígete a Dios y has una oración de intercesión por ella, y/o expresar consuelo para tu
pareja por lo que te ha dicho.

Finalmente, retomando la frase de San Pablo, luego de ella, viene una bella descripción del
amor, con la que queremos cerrar este encuentro. Este himno al Amor ha de convertirse para
nosotros en un faro que nos guíe en la vida conyugal, sobre todo en los momentos donde las
tempestades y la oscuridad parecieran anunciar el fin de nuestro matrimonio.

«El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no


procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido,
no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo
cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás.»

ORACIÓN FINAL: Padre Nuestro.-

(Invitación al encuentro virtual por Zoom del sábado 28/11). –

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