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A LOUF A Merced de Su Gracia PDF
A LOUF A Merced de Su Gracia PDF
A
MERCED
DE SU GRACIA
Prapuestas de oración
3ª EDIOÓN
~-
111"111;;. narcea, s. a. de ediciones
Louf, André
A merced de su gracia : propuestas de oración -· la ed. 2a
reimp. - Buenos Aires: Agape Libros, 2013.
176 p. ; 19x14 cm (Eusebeia; 17)
Traducido por: José Femández de Retana
ISBN 978-987-1204-89-2
l. Espiritualidad. 2. Oraciones. l. Femández de Retana,
José, trad. II. Título
CDD 242
Nada obsta a la Fe y Moral católicas para su publicación.
Pbro. CRISTIAN JOSE RAMIREZ.
Censor
Puede Imprimirse.
S. E. R. Mons. JOAQUIN MARIANO SUCUNZA
Obispo Auxiliar y Vicario General
del Arzobispado de Buenos Aires.
Buenos Aires, 23 de julio de 2007
Otros títulos publicados por André Louf en Narcea:
-El espíritu ora en nosotros
-Mi vida en tus manos. El itinerario de la gracia
© NARCEA, S.A. DE EDICIONES, 2000
Dr. Federico Rubio y Galí, 9. 28039 Madrid
www.narceaediciones.es
© UITGEVERIJ LANNO, TIELT, 1984
© Agape Libros, 2007
ISBN: 978-987-1204-89-2
Título original: Inspelen op genade
Traducción: José Femández de Retana
Diseño de tapa: María Julia Irulegui
Diseño y diagramación de interior: Equipo Editorial Agape
1 ª edición: julio de 2007
1ª reimpresión: marzo de 2012
2ª reimpresión: marzo de 2013
Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723
AGAPE LIBROS
A v. San Martín 6863
(1419) Ciudad Autónoma de Buenos Aires
www .agape-libros.com.ar
Impreso en Argentina - Printed in Argentina
,
lndice
EN ESTADO DE CONVERSIÓN .... ........... ... .... ... ...... ... ..... ... .... ..... .. . .5
Entre la cólera y la gracia ................................................. 5
Siempre convirtiéndose ....... ........................................... 10
Incluso el pecador empedernido ...................................12
NUESTROS fooLos Y D ios ........................... ........................ :.... 19
La esposa infiel ................................................................19
¿Y los falsos dioses de hoy? ................................. ..........24
Maldecir a Dios ................................................................ 26
Las posibilidades de Dios ............................................... 31
El Dios conocido de oídas ..................................... .........34
EL PODER DE LA FE ...... ....... .. .. .. ... ....... .. ... ... ..... ... .. ........ .. ......... . 37
¿Cómo hablar de la fe? .. .................................. .. ............. 37
El asombro de Jesús ........................................................40
Consentimiento y abandono ......................................... .43
La fe que hace maravillas ............................................ ...44
CRECER A TRAVÉS DE LA TENTACIÓN ... ... ........ ..... ..... .. .... ... ..... . 49
La carne es débil ............................................,.................50
La fuerza de Dios en la debilidad ................................. 54
Reconciliarse con la debilidad .......................................57
E NTRE LA DEBILIDAD Y LA GRACIA ...... .. ... ... ... .. .. .. ......... ..... .. .. .. 61
Una virtud evangélica ..................................................... 61
¿Fariseo o publicano? ............ .......................................... 66
La Buena Nueva .............................................................. 70
3
LA CONTRICIÓN O EL CORAZÓN QUEBRANTADO ....................... 73
Culpabilidad y arrepentimiento .................................... 75
El monje y el publicano .................................................. 79
¿Y la ascesis? ..................................................................... 81
La ascesis de la debilidad ...............................................86
El hombre restaurado .....................................................93
AcoMPAÑAMIENTO FSPIRITUAL ................................................ 97
Detectar la vida ................................................................99
Manifestar los deseos .................................................... 107
La censura interior.........................................................111
El Dios espejo .................................................................118
El Dios verdadero para el hombre libre..................... 121
Momentos importantes del acompañamiento ..........124
ALGUNOS FRUTOS DEL ESPÍRITU ..........•••.......•...•.........•....•...•.131
La alegrfa .........................................................................131
Recogimiento y silencio ................................................141
Crecer hacia adentro ..................................................... 145
El amor humilde ............................................................148
ÜRAR: RESPIRAR A MERCED DE LA GRACIA ............................. 153
A propósito de la oración ............................................. 153
Orar en la impotencia ................................................... 157
La oración: un grito .......................................................163
Unificarse desde dentro ................................................168
Libertad en el Espíritu ..................................................170
EPÍLOGO ...... ......•..•.......•.....•..•.•....••.•......•. ..•.•.•.•..•.......•.•...••.•.. 173
En estado de conversión
1
Las citas bíblicas son tomadas de La Biblia de Nuestro Pueblo, Biblia del
Peregr_ino, América Latina, Ediciones Mensajero, Agape Libros, 2007.
6
André Louf
7
A merced de su gracia
Siempre convirtiéndose
Aquí surge de nuevo la pregunta planteada al comien-
zo de este capítulo: ¿En qué sentido tenemos todavía hoy
necesidad de conversión? ¿No la recibimos, para siempre,
en el bautismo? Sería pues cosa hecha y estaríamos ahora
en camino, con altos y bajos, es cierto, con caídas y recti-
ficaciones, hacia la perfección y la santidad. He aquí en
efecto la imagen que nos hacemos del camino por el que
avanzan todos los cristianos.
En sustancia, este camino estaría dividido en tres eta-
pas. En primer lugar, la increencia y el pecado; luego el
paso decisivo de la conversión; finalmente la búsqueda de
la perfección. Espontáneamente nos colocamos -y no sin
cierto candor- en alguna parte de la tercera etapa, en una
situación más o menos avanzada. '
La realidad no es ni tan sencilla ni tan complicada, pues
la gracia es la simplicidad misma. La dificultad reside más
bien en el hecho de que la vida en el Espíritu Santo no es
fácil de discernir. Se entrecruzan sin cesar líneas de fuerza
diferentes, y por eso son posibles la confusión y también la
ilusión: no siempre es fácil distinguir tres líneas. En efecto,
el pecado, la conversión y la gracia no son simplemente
tres etapas consecutivas. En la vida cotidiana, a veces se
superponen; se cruzan con cierta dependencia entre sí. No
estoy nunca totalmente en una u otra. Estoy continuamen-
te en las tres a la vez. El pecado, la conversión y la gracia
son mi pan y mi lote de cada día. Incluso en el Reino de
los Cielos, aunque ya haya venido aquí abajo, sucede así
y no de otra manera, dice el mismo Jesús. Tampoco allí
faltan los pecadores. Al contrario: los publicanos y las
prostitutas pasan por delante y preceden a los demás (cf.
Mt 21,28-32).
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André Louf
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Nuestros idolos y Dios
La esposa infiel
Ya Pablo, en su primera carta a los tesalonicenses, había
felicitado a los creyentes porque les había sido dado aban-
donar a los ídolos para convertirse al Dios verdadero (cf.
1 Tes 1,9-10). En este pasaje, Pablo considera esta primera
etapa de la conversión, que comienza por el bautismo.
Juan se dirige a creyentes que habían recibido el bautismo
hacía largo tiempo. También a ellos los exhorta a cuidarse
de los ídolos; lo que no pueden hacer, dice, sin conocer al
Dios verdadero en Jesucristo. Guardarse de los ídolos y
confesar al Dios verdadero son constitutivos de la existencia
19
A merced de su gracia
Maldecir a Dios
Dios nos sorprende con una paciencia que nos des-
arma, permitiendo que ese estado dure años, hasta que
interviene en nuestra vida irrumpiendo en ella para des-
tronar de un solo golpe todos los ídolos y hacerlos peda-
zos. Es lo mejor que nos puede ocurrir. Es también lo peor.
Los comienzos son duros: tentación penosa y desamparo.
Cuanto menos conscientes éramos de sacrificar a nuestro
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André Louf
eso Dios insiste tanto. Job mismo dice que Dios interviene
de manera desconcertante, que lo asalta. Grita su queja:
"Vivía yo tranquilo cuando me destrozó, me
agarró por la nuca y me descuartizó, hizo de mí
su blanco; de todos lados me dispara, me atra-
vesó los riñones sin piedad y derramó por tierra
mi hiel. Me abrió herida tras herida y me asaltó
como un guerrero. Sepan que es Dios el que me
ha trastornado envolviéndome en sus redes. Él
me ha cerrado el camino y no tengo salida, ha
llenado de tinieblas mi sendero. Ha demolido mis
muros y tengo que marcharme, ha sacado de raíz
mi esperanza como un árbol. Llegan en masa sus
escuadrones, se abrieron camino hasta mí y han
acampado cercando mi tienda" (Jb 16, 12-14;
19,5-8, 10-12).
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A merced de su gracia
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A merced de su gracia
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E1 poder de 1a fe
El asombro de Jesús
La fe no es cosa fácil, ni puede convertirse en pretexto
para evasivas. No es tampoco un camino rápido; son nece-
sarios tiempo y paciencia: "Creo, Señor, pero ayuda mi
incredulidad" (Mt 9,23). Para comprender mejor la fe, es
bueno volver al evangelio, y más especialmente a la perí-
copa en la que Jesús alaba la fe de alguien como no lo hace
en ninguna otra parte. Se trata de la fe de un centurión
romano que asombra tanto a Jesús que llega a decir que no
ha encontrado nunca una fe igual ni siquiera en Israel (Mt
8,10). En los sinópticos no hay más que dos circunstancias
en las que Jesús muestra cierta admiración: se sorprende
de la fe del centurión y de la falta de fe sus compatriotas
de Nazaret. Marcos lo dice explícitamente: "Se extrañó de
su falta de fe" (Me 6,6). Y añade que no pudo hacer allí
ningún milagro.
Detengámonos un momento ante ese público que no
cree en Jesús. Su falta de fe es extraña. Se trata de compa-
triotas, gente de Nazaret, tal vez vecinos de Jesús y por
lo tanto de gente que lo conocía desde hacía años. Eran
muy cercanos a Jesús. Posición excepcional, tal vez pen-
semos, para conocerlo y sondearlo. Quizás nos sintamos
a veces movidos a pensar que la fe hubiera sido más fácil
si también nosotros hubiéramos sido contemporáneos y
compatriotas de Jesús. El evangelio sugiere precisamente
lo contrario. Y Jesús subraya además como si fuese lógico:
"A un profeta sólo lo desprecian en su patria, entre sus
parientes y en su casa" (Me 6,4). Cuanto más cercano a
Jesús, humanamente hablando, más difícil creer en él.
Aun más extraño es pensar que los habitantes de Naza-
ret que encuentra Jesús el sábado en su sinagoga son los
judíos más creyentes de la época. No sólo conocen la Ley,
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André Louf
Consentimiento y abandono
En hebreo, la palabra fe, emunah, deriva del radi-
cal emeth, fiel, Dios es misericordioso y fiel (Gn 24,27).
Podríamos decir también: Ternura y solidez, porque emeth
sugiere la imagen de la roca en la que uno se puede apo-
yar y sobre la que se puede construir. Dios no va a fallar.
Podemos siempre contar con él. Cr_eer es apoyarse sobre
esta solidez de Dios. Amén viene también de la misma raíz.
Decir creer hasta lo último, asentir a la solidez de Dios
tal como se nos impone en su Palabra o en la de Jesús.
También de Jesús se dice en el Apocalipsis que es a la vez
amén y pistos, fiel (Apoc 3,14). Lo es en dos sentidos: en
primer lugar Jesús puede apoyarse sin medida, e incluso,
casi temerariamente en su Padre, porque puede contar de
manera absoluta en su poder y en su solidez. Se hace pues
para nosotros el vigor y el poder por excelencia, contra los
cuales podemos apoyamos sin medida ní vacilación.
La fe del centurión brota de la necesidad. Sin embargo,
era antes que nada confianza en Jesús y abandono en su
Palabra, y esto hasta la obediencia total. La fe no es pues
sólo, o al menos no en primer lugar, un consentimiento a
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A merced de su gracia
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Crecer a través
de la tentación
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A merced de su gracia
La carne es débil
Sin embargo, ¿soporta el hombre permanecer en la
tentación, para convertirse así en milagro continuo de la
gracia de Dios? El evangelio muestra de muchas maneras
que nuestros progresos en este camino rara vez se hacen
eri línea recta. La noche anterior a la Pasión, cuando Jesús
hizo discretamente alusión a la manera poco consecuente
con la que, desde el primer momento, los discípulos trata-
rían de huir, Pedro, como de costumbre, protestó enérgi-
camente: "Aunque todos fallen esta noche, yo no fallaré".
Cuando Jesús le recordó que estaba a punto de negarlo,
Pedro no vaciló en apuntar todavía más arriba: "Aunque
tenga que morir contigo, no te negaré" (Mt 26,30-33). Poco
después caía a pesar de la doble advertencia de Jesús:
"Estén atentos y oren para no caer en la tentación. El espí-
ritu está dispuesto, pero la carne es débil" (Mt 26,41).
Nadie puede excluirse de estas palabras de Jesús. Aun-
que nuestro espíritu esté más o menos ferviente, nuestra
carne permanece incurablemente débil. Y nadie puede
escapar a esta falta de armonía que llega hasta una verda-
dera lucha entre los dos. En la experiencia cristiana, hay
que vivir así: escindido entre el fervor y la debilidad; es
decir: vivir en tentación. Pedro, que será el principal tes-
tigo de la resurrección de Jesús y sobre el que se edificará
la Iglesia, es también el primero en enfrentarse a la tenta-
ción. El primero que falló y cayó. La negación de la noche
de la Pasión tiene algún precedente. No es el primer mal
paso de Pedro. Cuando Jesús anunció por primera vez su
Pasión y Resurrección, Pedro se las ingenió para disuadir-
lo de esas negras ideas:
i Dios no lo permita, Señor! No te sucederá
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A merced de su gracia
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Entre la debilidad
y la gracia
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A merced de su gracia
¿Fariseo o publicano?
En esta parábola se trata de la buena escala y dela mala,
de la verdadera virtud y de la virtud fingida. De la verda-
dera y de la falsa acción de gracias. El fariseo está en pie
y expresa una solemne acción de gracias a la manera de
las acciones de gracias oficiales de la liturgia de la época:
"¡Dios mío, te doy gracias... !", pero da gracias a Dios por
su propia virtud. Piensa que es mejor que los demás: ni
rapaz, ni injusto, ni adúltero, y ciertamente no como "ese
publicano de ahí". El fariseo se coloca evidentemente en
lo alto de la escala y felicita a Dios por lo que estima ser
verdadera virtud en sí mismo.
Se puede uno encontrar en la mala escala, uno o dos
grados más abajo, pero siempre en la mala escala. Éste
es el caso cuando, por ejemplo, la toma de conciencia de
nuestra pobreza espiritual o de nuestra bajeza, nos vuelca
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André Louf
La Buena Nueva
Por el contrario, he aquí la Buena Nueva de Jesús:
somos pecadores, pero nuestro pecado está perdonado.
A veces nos hemos figurado que la Buena Nueva consis-
tía más bien en llevar cuenta de nuestro pecado y hacer
todo posible para no caer en él. Por tanto, tener cuidado
en saber dónde comienza el pecado y dónde termina, lo
que está permitido y lo que está prohibido. Pero esto
no es en modo alguno el objetivo principal de la Buena
Nueva. Sería una Buena Nueva para los fariseos, pero
no la de Jesús. Al contrario, la Buena Nueva de Jesús
consiste en esto: nuestro pecado, cualquiera que sea, está
perdonado. Nuestra única e inmensa alegría es ser peca-
dor perdonado: la única seguridad que nos queda aquí
en la tierra ante Dios es fuente de loco agradecimiento.
La gracia que Jesús nos quiere dar y que apenas empe-
zamos a sospechar es sabernos pecadores. Saberlo es la
señal de que nuestros ojos se abren por fin, y que estamos
a punto de ser curados de nuestra ceguera. Es la señal
cierta de la gracia, de nuestra única gracia en la tierra,
que es también la única alegría del cielo: "De igual modo,
habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se
convierta que por noventa y nueve justos que no tengan
necesidad de conversión" (Le 15,7).
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André Louf
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A merced de su gracia
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La contrición
o el corazón quebrantado
Culpabilidad y arrepentimiento
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A merced de su gracia
El monje y el publicano
¿Y la ascesis?
La ascesis de la debilidad
El hombre restaurado
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Acompañamiento espiritual*
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A merced de su gracia
Detectar la vida
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A merced de su gracia
La censura interior
El Dios espejo
Junto al gendarme interior, llevamos dentro de nosotros
otro ídolo que nos impide vivir según la gracia y que un
acompañamiento espiritual desafortunado podría reforzar.
Se trata de la imagen idealizada de sí, imagen que se refleja
como en un espejo, que uno se ha creado a Jo largo de los
años, y a la cual se puede estar tan apasionadamente ape-
gado como avasallado por el gendarme interior.
Todo el mundo recuerda el mito de Narciso, enamorado
de su propia imagen reflejada en un estanque y ahogado
porque quiso abrazarla. Este mito es la expresión simbólica
de un elemento fundamental de nuestra condición humana.
La imagen ideal de nosotros mismos es siempre más bella
que la realidad, ideal humano, pero también a veces espiri-
tual, llevado a las nubes. Todo lo que hago o dejo de hacer,
todo aquello en lo que acierto o no acierto, pasa inconscien-
temente a la cuenta de esta imagen reflejada de mí mismo.
Deseoso a cualquier preci_o de Jo que no soy en realidad,
rehúso a ser tal como soy. Mi imagen-espejo es el consuelo
fácil por el que trato como puedo de enfrentarme a la vida.
Incluso si apenas es exitosa, me queda siempre el consuelo
de atisbar esta imagen-espejo a la que apunto.
El acompañante se encuentra aquí ante una delicada rea-
lidad. Corre de nuevo un peligro de ser un guía espiritual
demasiado cándido que favorezca la influencia de la imagen
espejo. Inconscientemente la asumirá e intervendrá a partir
de ella: aplaudirá cuando actúe de acuerdo con su imagen,
censurará en el caso contrario. Por otra parte no es culpa suya
asumir la imagen reflejada de su discípulo. Desde el comien-
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A merced de su gracia
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A1gunos frutos de] Espíritu
j La alegría
Recogimiento y silencio
El silencio, en relación con la interioridad y el recogi-
miento, es también un terreno eminente de encuentro con
la gracia porque solamente ella puede atraernos dentro de
nosotros mismos, y apaciguarnos junto a la Palabra de
Dios, para expresar así ante Dios, sin palabras, nuestro
ser y el del mundo. Por otra parte, el silencio tiene siempre
relación con la palabra. O bien aparece junto a una palabra
que estamos llamados a acoger, o bien es el espacio en el
que tomamos nosotros mismos la palabra.
Antes de que ocurra así, el silencio aparece con cierta
ambigüedad. Puede ser expresión de impotencia y de peca-
do, pero también de plenitud y de fecundidad. En el libro del
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A merced de su gracia
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A merced de su gracia
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A merced de su gracia
El amor humilde
Nada revela mejor a un ser que su capacidad de amar.
Incluso aunque sea evidente que esta capacidad no está
inmediatamente disponible. Después de un proceso de
maduración, que puede durar años -a veces incluso toda
la vida-, llegamos a liberar progresivamente el amor ence-
rrado en nuestro corazón. Nuestro desarrollo espiritual y la
experiencia adquirida juegan un papel importante. Porque,
en el fondo, el amor es un asunto con Dios -pues Dios es
amor- y sólo podemos amar en la medida en que hemos
podido experimentar un poco el amor de Dios y su gracia.
Lo hemos visto muchas veces en este libro: en medio de
la tentación y de la conversión aprendemos a entrar en con-
tacto con la gracia y a vivir a su merced. Allí encontramos
la misericordia desbordante de Dios. En la medida en que
el amor es el fruto en nosotros del Espíritu, esta experiencia
de nuestra impotencia y de la misericordia, realizada en el
momento de la conversión, repercute necesariamente en
nuestra capacidad de entrar en contacto con los demás por
amor. Porque ella libera en nosotros un amor que va mucho
más lejos de lo que podría ir nuestro amor natural, un amor
que se parece al amor del Padre de los cielos, del que dice
Jesús que hace salir el sol sobre malos y buenos (cf. Mt 5,45).
Jesús desea que este amor se extienda no sólo a los que nos
aman -pues eso también lo hacen los paganos-, sino a
aquellos que nos odian, y hasta nuestros enemigos (d. Mt
5,44). Es ésta una misión imposible de concretar mientras
nos movamos sólo con nuestra generosidad. Sólo una larga
costumbre de gracia, o más bien de la manera cómo la gra-
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Orar: respirar
a merced de la gracia
A propósito de la oración
Es tal vez útil recordar en primer lugar lo que enten-
demos por oración. Existen en efecto numerosas formas
de oración: oración vocal y silenciosa, oración exterior e
interior, oración litúrgica y privada. Con el movimiento
carismático, han aparecido nuevas formas de oración,
como por ejemplo, la oración en lenguas.
No es mi propósito elegir entre ellas o expresar alguna
preferencia. Hay en efecto muchos caminos que llevan a
la oración. Lo que es importante en ellos es que todos des-
embocan en el acontecimiento que capta al hombre entero
cuando brota en él la oración profunda. Cualquier forma
de oración debe llevar a esta oración profunda que es la
única verdadera. La oración supone que algo sucede al
que ora. Es siempre un aconteci,niento en el sentido fuerte
del término. Es el acontecimiento de la oración.
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A merced de su gracia
Orar en la impotencia
La oración: un grito
Libertad en el Espíritu
El que hace la experiencia del amor perfecto, puede
llegar a ser perfectamente libre. La verdadera libertad es
el reflejo activo del amor de Dios en el hombre. Cuando la
oración no es más que una progresiva toma de conciencia
de la vida de Dios en nosotros, está muy cerca de la fuente
de nuestra libertad. La experiencia de la oración se hace,
día tras día, la norma determinante de nuestras palabras y
de nuestras acciones, la ley espiritual que nos anima desde
el interior. Es como si llevásemos un fuego dentro de noso-
tros del que podemos transmitir el calor a los demás.
Aprender a obrar a partir del interior constituye una
importante mudanza en la vida del creyente. Hasta ahora
había sido muy activo. Sin embargo, actuaba desde su
generosidad espontánea y natural, sabiendo por experien-
cia que ésta no lo llevaba muy lejos y mostraba pronto seña-
les de agotamiento. En otros el sentido innato del deber
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