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“Heme Aquí, Envíame A 

Mí”
Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviare, y quien irá por
nosotros? Entonces respondí yo: “Heme aquí, envíame a mí”. Isaías 6:8

INTRODUCCION
El contexto
Los capítulos 1-5 el profeta Isaías usa palabras muy fuertes para describir la
maldad de Judá. El profeta Isaías en el capítulo 1:2 describe al pueblo de Judá
como si fuera un niño rebelde. En el capítulo 1:4 dice: “¡Oh gente pecadora,
pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados! Dejaron a
Jehová, provocaron á ira al Santo de Israel, se volvieron atrás”. Dice que la ciudad
que una vez fue fiel pero que ahora se ha convertido en ramera (1:21). También
habla de un viñador (que es Dios) que plantó una viña (la viña representa a Judá),
esperando que diera uvas, pero dio “uvas silvestres” (5:1-2). Cuando leemos los
capítulos 1-5 notamos el pecado de Judá o del juicio de Dios. El mensaje de Isaías
en estos capítulos es crítico y de condenación.

Algunos han pensado que el primer versículo del capítulo 6 que debería estar en el
capítulo 1.  

Algunos han comentado que los capítulos 1-5 podría ser la introducción – que está
preparando el escenario – y que el capítulo 6 es donde empieza a relatarse la
“acción” de este libro.

Para ese momento, Isaías ya había estado profetizando al pueblo de Israel,


su mensaje ya había sido escuchado en muchas partes, eso lo vemos en los
primeros cinco capítulos del libro que lleva su nombre. Inclusive es el
mismo que había dicho en el capitulo 5:20: ¡Ay de los que a lo malo dicen bueno,
y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo
amargo por dulce, y lo dulce por amargo!…

Había ya transcurrido un periodo de tiempo en que Isaías estaba sirviendo


con pasión en su corazón al Dios eterno. No obstante, hay algo que sucede
en la vida de el varón de Dios, que lo hace ver sus imperfecciones, que lo
hace tener un conocimiento más profundo del Dios a quien el servía, y lo
que es más maravilloso, en ese día en que el tuvo ese encuentro con Dios,
sus labios fueron purificados, y de allí en adelante su vida fue totalmente
transformada para convertirse en el gran profeta que no solamente llevó el
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mensaje a su generación, sino que además, es el hombre a quien la historia
le reconoce como El Gran Profeta Mesiánico.

Hay tres cosas que como Predicadores del Evangelio podemos aprender en
la experiencia del Profeta Isaías, cosas que si las tomamos en cuenta, sin
duda alguna harán que no solamente nuestra vida sino también nuestro
ministerio cambie radicalmente para la Gloria de Dios.

 “Veamos La Gloria de Cristo”. Isaías no podía entrar al lugar


santísimo en el templo de Jerusalén porque no era sumo sacerdote. No
podía estar tampoco en el santuario porque tampoco era sacerdote. El
único lugar donde Isaías podía estar era el patio de los Israelitas que
rodeaba al de los sacerdotes. Quizá hemos de pensar que Isaías al adorar
a Dios en el patio de los Israelitas, cayera en un éxtasis, y recibiese así la
visión que describe en los primeros cuatro versículos del capítulo seis.

Como mensajeros de Dios, no basta una buena preparación intelectual,


ni ser renombrados, sino lo más indispensable para ser Predicadores del
Evangelio es ver la Gloria de Cristo, es haber tenido un encuentro
personal con él, porque es allí donde somos bautizados en humildad,
nuestro carácter es transformado, nuestras ambiciones terrenales dejan
de ser prioridad en nuestras vidas y es en la presencia de su majestad a
donde vemos la realidad de quiénes somos y qué es lo que él quiere que
nosotros hagamos.

 Seamos Purificados Por El Señor. 


Isaías 6:5-7 Es quitada la culpa y limpio tu pecado
 “Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; que siendo hombre inmundo de
labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto
mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (v. 5).
¡Hay de mí! Que soy muerto. ¿Qué hizo que Isaías se sintiera como si estuviera
siendo partido? Podemos observar dos cosas. Primero, la visión y el sonido de
los serafines. Segundo, la visión del Señor Dios.  

Cuando Isaías vio los ángeles, en toda su santa humildad, obediencia, y


alabanza a Dios, él se dio cuenta de que no solo era como el Señor Dios, él

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tampoco era como los ángeles. Ellos podían clamar santo, santo, santo y alabar
a Dios tan hermosamente, pero él no podía porque él era un hombre de labios
impuros. “Yo soy un hombre de labios impuros; yo no puedo decir, ¡Santo,
santo, santo! Lo que los serafines exclamaban. Ellos son santos; y yo no lo soy:
ellos ven a Dios y viven; yo lo he visto, y debo morir, porque yo no soy santo”.

Para que tengamos una idea de cómo se sentía Isaías, imaginemos como nos
sentimos en la presencia de un Dios santo. En presencia de santidad, la mayoría
de nosotros nos sentimos vacíos en comparación. Su santidad acentúa nuestra
falta de santidad. Ahora multipliquemos ese sentimiento por mil, y vamos a
empezar a comprender el estado de Isaías.

“han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (v. 5b). Ver “al Rey,
Jehová de los ejércitos,” es morir. Isaías debe pensar que está a punto de morir
ahí mismo.
“Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón
encendido, tomado del altar con unas tenazas” (v. 6).
Estos seres angelicales, que rodean el trono de Dios, ministraron a Isaías. Uno
voló hacia Isaías con un carbón encendido lo que significa que el carbón aún
estaba caliente y ardiendo. Estaban tan caliente que aun un ángel tuvo que unas
tenazas para tomarlo del altar.

 El altar: esta debe ser la versión celestial del altar del incienso que fue colocado
frente al lugar santísimo en el tabernáculo de Dios. Sabemos que el tabernáculo
terrenal que Dios ordenó a Moisés que construyera fue hecho siguiendo el
patrón del que ya existía en el cielo.

El trono es para Dios; es ahí donde Él dirige y gobierna el mundo y el universo.


El altar es para nosotros; es ahí donde encontramos limpieza y purificación de
pecados.

“Y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es
quitada tu culpa, y limpio tu pecado” (v. 7).
El serafín toca los labios de Isaías con el carbón encendido, quemando la
iniquidad de sus labios y su corazón. El que no era santo ahora es santificado.
El que no merecía estar en la presencia de Dios, por la gracia de Dios, ahora
merece ese lugar.

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Este es la proposición del texto.

En el Capitulo 6 versos del 5-7 podemos ver un cuadro impresionante.


Isaías al ver la majestad del Señor dice: ¡Ay de mí! Que soy muerto!,
estoy perdido. Solamente cuando hay ese encuentro genuino con Dios,
nos damos cuenta de nuestras impurezas. Isaías vio como uno de los
serafines trae en su mano un carbón encendido, tomado del altar con
unas tenazas; El profeta nos dice: Y tocando con él sobre mi boca, dijo:
He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu
pecado. El énfasis recae sobre los labios, por la razón de que éstos dan a
conocer la corrupción interna del hombre caído. Si nuestros labios no
están consagrados a Dios, seremos indignos de tomar el nombre de Dios
en nuestros labios.

 Respondamos A Su Llamado.  Después oí la voz del Señor que


decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?… Pablo nos dice: «Y
para estas cosas, ¿Quién está capacitado?» (2. Cor. 2:16b). A nadie se le
permite ir en nombre de Dios sino a los que son enviados por Él (Rom.
10:15).

Isaías 6:8 Heme aquí, envíame a mí


8 después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién nos irá?

Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí.


1. ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Dios está buscando alguien que
fuera. Él quería que alguien fuera.
2. ¡Qué extraño que Dios hiciera una pregunta! ¿cuál es esa pregunta de Dios?
¿Qué preguntas puede Él tener? ¿Qué hay que Dios no sepa? Pero Dios
estaba preguntando por una persona, porque Dios quiere alcanzar al mundo,
y Él desea alcanzarlo a través de personas deseosas. No es que Dios no
supiera quienes son estas personas. Es que Dios está esperando corazones
listos para revelarse a si mismos.
3. ¡Que tan extraño es que este Dios de majestad, soberano, y pide voluntarios!
Él fácilmente podría crear robots para hacer su trabajo, u ordenar a los
ángeles que lleven a cabo su voluntad, pero Dios desea hombres deseosos y

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rendidos a Él. ¿Has estado esperando que Dios te fuerce a servirlo? ¡El
busca voluntarios!
4. ¿A quién enviaré? Significa que el misionero, el trabajador cristiano, el
testigo de Cristo Jesús, es enviado. Ésta es una comisión divina. ¿Quién ira
por nosotros? Significa que el misionero, el trabajador cristiano, el testigo de
Cristo Jesús, ha decidido ir. Aquí vemos una cooperación de lo divino
enviando y el humano irá.
5. Heme aquí, envíame a mí. Isaías enfáticamente responde al llamado de Dios,
Él no dudo. Isaías quería ser la respuesta a la pregunta de Dios.
6. ¿Qué creó esta clase de corazón en Isaías? Primero, él tenía un corazón que
había estado en la presencia de Dios. Él tenía un corazón que conocía su
propia pecaminosidad. Él tenía un corazón que conocía la necesidad de su
pueblo, la necesidad por la palabra de Dios. Él tenía un corazón que había
sido tocado por el fuego limpiado por Dios. Y él tenía un corazón que había
escuchado el corazón de Dios para alcanzar a las naciones.
7. Envíame significaba que Isaías estaba sometido a Dios en todo su servicio.
Él ni si quiera dijo, “Aquí estoy, yo iré”. Isaías no intentaría ir a menos que
supiera que era Dios el que lo estaba mandando. Muchos se apresuran a
decir, “Aquí estoy, yo iré” pero nunca esperan a que el Señor los envíe.

Después que Isaías pudo ver visto la gloria de Dios, y limpiado de sus
impurezas, pudo responderle al Señor: “Heme aquí, envíame a mi”

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