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AVICENA

Nació en el año 980 en Persia, cerca de Bujara, en el actual Uzbekistán. Era hijo de un
alto funcionario. En Bujara estudió Medicina y Filosofía. Fue médico de la corte y
consejero en temas científicos. Murió en el año 1037. Su escrito más importante
fue El libro de la curación, obra enciclopédica de la que se tradujeron algunas partes
al latín. De entre ellas, las que más influencia ejercieron en la edad media fueron la
Lógica, la Filosofía de la Naturaleza, la Psicología y la Metafísica.
Él mismo cuenta que leyó cuarenta veces la Metafísica de Aristóteles, llegando
incluso a saberla de memoria, pero que sólo pudo entenderla gracias a un libro
de Alfarabí, Diseño de la Metafísica, que compró por casualidad.
En el siglo XII se tradujeron algunas de sus obras al latín. Ello permitió que la
filosofía de Aristóteles cobrara más presencia en Occidente, aunque la versión
aristotélica de Avicena estuviera fuertemente influenciada por el neoplatonismo. Así
Avicena se constituyó en el vehículo de ideas que serían claves para la Filosofía
Occidental: la Metafísica como ciencia del "ser en cuanto ser"; el "esencialismo", que
distingue la esencia de la existencia y considera a esta última como un accidente de la
primera; la concepción del alma como sustancia inmaterial capaz de autoconciencia,
con una esencia distinta de la del cuerpo.
Avicena negaba la inmortalidad del alma individual. A través de él, Occidente entró
en contacto con la doctrina del Intelecto Agente único, común a todos los hombres. En
realidad no hacía sino tomar esta idea de Alfarabí. Cada individuo posee un intelecto
paciente que, al volverse hacia el intelecto agente, recibe de él las formas inteligibles
correspondientes a sus imágenes sensibles. Por la repetición de este esfuerzo se puede
adquirir cierta aptitud para recibir la ciencia del intelecto agente.
Cualquier cosa que pensemos, siempre la concebimos como "algo que es". Avicena
desdobla la noción de ser en dos: ser necesario (que no tiene causa y por su esencia no
puede no existir) y ser posible (que puede existir sólo si es producido por una causa).
Por la experiencia conocemos únicamente objetos cuya existencia depende de
determinadas causas. Tanto ellos como sus causas son "posibles", no "necesarios".
Toda la serie de causas que da existencia a los seres posibles es, también, posible y no
necesaria. Y siendo que lo posible es lo que necesita una causa para ser, resulta que si
no hubiese más que posibles no existiría nada. Por lo tanto, debe existir un ser
necesario, porque si no nada existiría. Este ser necesario es Dios. Dios posee la
existencia en virtud de su esencia, en él esencia y existencia son una sola cosa. Por
ello no se lo puede definir, no cabe preguntar de él qué es, porque no hay un qué. En
todos los demás seres se distingue la esencia de la existencia y, como no existen en
virtud de su esencia, Avicena considera que la existencia se les añade como un
accidente a su esencia.
Avicena sostiene que la producción del mundo por parte de Dios es eterna. El mundo
es un efecto eterno de una causa eterna, Dios.
AVERROES

Averroes nació en la ciudad de Córdoba (España) en el año 1126. Es considerado por


muchos como el más importante filósofo árabe de la Edad Media. Sus conocimientos
se extendían a todos los campos del saber: Filosofía, Teología, Derecho, Matemática,
Astronomía, Física, Medicina, Poesía. Ejerció como juez y como médico de la corte.
Las intrigas de sus adversarios le valieron el exilio. Murió en Marruecos en el año
1198.
Su producción literaria gira en torno a Aristóteles, lo que le mereció el título de "El
Comentador de Aristóteles". Sus obras son, en su gran mayoría, comentarios,
explicaciones y críticas de interpretaciones de filósofos anteriores, como Avicena, de
las obras del estagirita. Pretende con ello devolver a la filosofía aristotélica su pureza,
que había sido opacada por interpretaciones cargadas de platonismo. Averroes sabía
que esta tarea no le resultaría fácil porque devolver al aristotelismo su pureza era dejar
al descubierto afirmaciones muy difíciles de conciliar con la fe.
Averroes intenta definir con claridad las relaciones entre la Religión y la Filosofía. Él
entiende que las mayores dificultades se producen cuando se hace participar de las
discusiones filosóficas a personas incapaces de comprenderlas. Para solucionar esto
distingue tres tipos de hombres: losfilósofos, hombres de demostración, que buscan
pruebas rigurosas; los dialécticos, que se conforman con argumentos probables; y
los retóricos u hombres de exhortación, que sólo entienden la predicación que apela a
la imaginación y las pasiones. El Corán (libro revelado por Dios a Mahoma,
equivalente a la Biblia judeo-cristiana) puede ser leído en su sentido simbólico y
literal por los ignorantes y, al mismo tiempo, puede ser interpretado en su sentido
profundo y oculto por los sabios. Cada quien debe interpretar el Corán según el tipo de
hombre que es. Es un error y un peligro difundir las interpretaciones de los sabios
entre los espíritus inferiores; ello sólo genera una mezcla lamentable de Oratoria,
Dialéctica y Filosofía que lleva a la confusión y la herejía. Hay que mantener, por
tanto, la delimitación entre la Filosofía (ciencia de las verdades absolutas), la Teología
(explicación dialéctica y verosímil) y la Religión (persuasión de los espíritus
inferiores).
En base a lo recién apuntado, se atribuyó a Averroes la así llamada "Teoría de la
Doble Verdad", según la cual dos afirmaciones contradictorias podrían ser ambas
verdaderas, una para la razón y otra para la religión. De todos modos, no hay
testimonios de que él sostuviera algo semejante. En los casos de conflicto entre la fe y
la razón, se atiene a lo que enseña la fe. “¿Qué pensaba realmente? (se pregunta
Gilson)  La respuesta queda oculta en el secreto de su conciencia[…] su misma
doctrina le prohibía hacer nada que pudiese debilitar una fe necesaria para el orden
social.”
Retoma la definición aristotélica de Metafísica como ciencia del ser en cuanto ser. Y
entiende por "ser" la sustancia que es, la cosa individual, y más aún lo que determina a
la cosa real a ser lo que es. Todo ser es sustancia o accidente de una sustancia. No se
plantea por separado el problema de la existencia y mucho menos la considera como
un accidente, al modo de Avicena.
Todo lo que se mueve es movido por un motor. Y en la serie de motores que a su vez
son movidos por otro no podemos remontarnos al infinito. Por tanto, podemos afirmar
que hay un primer motor, un fin último deseado por todos los demás seres, que es
Dios.
En cuanto al conocimiento, sostiene que tanto el intelecto agente como el pasivo son
una sustancia separada, común a todos los hombres. No se puede basar la inmortalidad
del hombre en su condición de sustancia inteligible, porque no lo es. Ese argumento
valdría para el intelecto, pero éste es común a todos los hombres y no pertenece al
individuo; no es ni tan siquiera su forma sustancial.
Averroes no aceptaba que la Creación hubiera tenido lugar en el tiempo y afirmaba la
eternidad del mundo, sin principio temporal.

PEDRO ABELARDO

Nació en el año 1079, cerca de la ciudad de Nantes (Francia). Fundó su propia escuela


en París, donde adquirió gran fama como maestro. Vivió una intensa relación amorosa
con su discípula Eloísa (sobrina del canónigo de la Catedral de Notre Dame), con
quien tuvo un hijo (Astrolabio). Si bien se casó con ella en secreto, la indignación del
tío de su amada le valió la castración. En 1125 fue elegido abad del Monasterio de
Saint-Gildas-de-Rhuis. Murió en el año 1142 y su cuerpo yace hoy junto al de Eloísa
en un cementerio de París. Algunas de sus teorías y de sus obras fueron condenadas
por concilios católicos.
Abelardo fue precursor del proceso histórico por el que creció la influencia
de Aristótelesrespecto de la de Platón en la teología cristiana. Entre sus obras
teológicas se destaca Sí o no. En ella presenta afirmaciones de
las Sagradas  Escrituras y de Los Padres de la Iglesia aparentemente contradictorias.
Con ello busca mostrar que no debe utilizarse el criterio de autoridad en Teología de
un modo arbitrario. Este método será retomado por Tomás de Aquinoen su Summa
Theologicæ, donde cada afirmación se presenta con las autoridades que se manifiestan
a favor y en contra, para luego arribar a una solución. Si bien es cierto que Abelardo
tuvo un exagerado optimismo sobre la capacidad de la razón para comprender los
dogmas, intentando incluso interpretar racionalmente el de la Santísima Trinidad, no
es menos cierto que consideraba que la autoridad de la fe está por sobre la razón, y
que la finalidad principal de ésta es esclarecer las verdades de fe y refutar a los
infieles. En una carta a Eloísa dice: «No quiero ser filósofo contradiciendo a san
Pablo ni ser un Aristóteles para separarme de Cristo, porque no hay otro nombre
bajo el cielo que me pueda salvar. La piedra sobre la que he fundado mi conciencia
es aquella sobre la que Cristo ha fundado su Iglesia.»
En el ámbito filosófico, aborda el problema de los universales intentando responder la
pregunta de Porfirio: los universales, ¿existen en la realidad o solamente en el
pensamiento? Abelardo sostiene que el universal es aquello que puede predicarse de
varias cosas, y no hay cosas que puedan predicarse de otras, ya que cada una es ella
misma. Por lo tanto, la universalidad no puede atribuirse a las cosas sino sólo a las
palabras, es una función lógica de determinadas palabras (ya que también hay palabras
particulares, que sólo pueden predicarse de un individuo, como por ejemplo un
nombre propio).
Pero, ¿por qué determinadas predicaciones son válidas y otras no? Abelardo sostiene
que, como una idea no puede sacarse de la nada, es necesario afirmar que las cosas
tienen algo que da validez o no a lo que de ellas se predica. Abelardo llama estado a
ese fundamento en las cosas del universal. No es necesario recurrir al concepto
metafísico de "esencia"; basta con comprobar que varios individuos existen en el
mismo "estado" y, para extraer de ellos los universales, sólo hay que buscar su
semejanza y asignarle un nombre. De los objetos que percibimos por los sentidos nos
formamos una imagen determinada y clara; pero los términos generales, basados en
una serie de imágenes de individuos que se hallan en el mismo estado, remiten
siempre a una imagen confusa.
En su ética Abelardo sostiene que lo que más cuenta es la intención y que, en
consecuencia, un acto debe ser juzgado por la intención que persigue quien lo realiza.

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