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Capítulo VIII

DESARROLLO DE LOS PUEBLOS. ECOLOGÍA Y MEDIO AMBIENTE

En el siglo XIX y principios del XX la cuestión social estaba centrada en Europa y


América del Norte, pero desde hace varias décadas la cuestión se ha hecho
mundial. El problema ya no se limita a las relaciones entre obreros y patronos, sino
que se extiende a países y aun a continentes. Ya en 1961, Juan XXIII alertaba en la
encíclica Mater et Magistra de que «el problema tal vez mayor en nuestros días es el
que arañe a las relaciones que deben darse entre las naciones económicamente
desarrolladas y las que están en vías de desarrollo económico: las primeras gozan
de una vida cómoda; las segundas en cambio, padecen una durísima estrechez» 1.
Seis años después, su sucesor, el Papa Pablo VI, escribía la encíclica Populorun
progressio dedicada al desarrollo de los pueblos. En ella, señalaba diversos
condicionantes que a menudo se trasforman en obstáculos para el desarrollo 2 y al
mismo tiempo exponía la concepción cristiana de desarrollo 3 e indicaba un conjunto
de directrices de acción4.

En 1987, Juan Pablo II revisaba la situación del desarrollo y ampliaba la doctrina


de la Iglesia sobre este tema en la encíclica Sollicitudo reí socialis. En este
documento, el Romano Pontífice señala algunos signos de esperanza en el
desarrollo de los pueblos. Entre ellos, una creciente sensibilidad de la dignidad y de
los derechos humanos, la experiencia de algunos países emergentes del
subdesarrollo y una mayor sensibilidad por la solidaridad. Sin embargo, junto a estas
luces, hay algunas sombras preocupantes5.

Juan Pablo II pone de relieve que las relaciones internacionales se desenvuelven


cada vez más en un marco global en el que hay múltiples interdependencias. Esta
dependencia de unos y otros reclama solidaridad, pero ésta es aún pequeña y, en
muchas personas y países, casi inexistente. Por otra parte, hay un abismo cada vez
mayor entre unos pocos países muy ricos y otros muchos que no tienen casi nada.
Los bienes y servicios están mal distribuidos, lo cual da lugar a una situación de
injusticia, ya que originalmente los bienes de la cierra estaban destinados a codos 6.

Esta situación apenas ha cambiado en los últimos años. Es más, algunos de


estos problemas se han hecho aún más agudos. Las enseñanzas de los Pontífices
sobre el desarrollo siguen siendo actuales y reclaman soluciones a las que nadie
puede ser ajeno. Presentaremos en este capitulo algunos puntos básicos sobre este
tema. Nos ocuparemos también de la ecología, que, en cierto sentido, guarda
relación con el desarrollo.

El verdadero desarrollo

El desarrollo de los pueblos, como el de las personas, reviste diversos aspectos.


Es económico, pero también cultural, político v, en último término, humano.

1
MM 222.
2
Ver PP 6-11.
3
Ver PP 12-21.
4
Ver PP 22-87.
5
Ver SRS, partes I y II.
6
Cf. SRS 28.
1
Muchos países o zonas del Tercer Mundo carecen de medios elementales para
vivir dignamente. Tienen problemas de alimentación, vivienda, educación, sanidad,
infraestructuras, empleo y muchos otros que denotan pobreza económica. Pero en el
mundo actual se dan muchas otras formas de pobreza, como la negación o
limitación de muchos derechos humanos (libertad religiosa, libertad de asociación,
iniciativa económica, participación en la construcción de la sociedad, etc.) 7. También
en los países desarrollados existen amplias bolsas de pobreza: es el denominado
Cuarto Mundo.

La Iglesia enseña que «el desarrollo no puede consistir solamente en el uso,


dominio y posesión indiscriminada de las cosas creadas y de los productos de la
industria humana, sino más bien en subordinar la posesión, el dominio y el uso a la
semejanza divina del hombre y a su vocación a la inmortalidad» 8. Por ello, «el
desarrollo verdadero es el del hombre entero. Se trata de hacer crecer la capacidad
de cada persona de responder a su vocación, por tanto, a la llamada de Dios (cf. CA
29)»9.

El desarrollo exige tener suficientes medios materiales para la vida, pero el


verdadero desarrollo no ha de buscar tener más como un fin en sí mismo, ya que la
acumulación de riquezas no basta para proporcionar la felicidad humana ni para que
el hombre realice su vocación.

En otras palabras, el desarrollo incluye el desarrollo económico, pero no está


limitado a él. El verdadero desarrollo está orientado al desarrollo de todo el hombre y
de todos los hombres. El desarrollo económico está al servicio del desarrollo
humano; por ello, busca proporcionar al mayor número de habitantes del mundo los
bienes necesarios para desarrollarse como seres humanos, para crecer en
humanidad. Por lo demás, la experiencia muestra que cuando el desarrollo se limita
a la dimensión económica fácilmente se vuelve contra aquellos mismos a quienes
deseaba beneficiar10.

Juan Pablo II, insistiendo en este tema, enseña que «no sería verdaderamente
digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara y promoviera los derechos
humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de
las naciones y de los pueblos11». De este modo, señala las raíces antropológicas del
problema y recuerda, como ya hiciera Pablo VI, que la preocupación por el
desarrollo ha de alcanzar a los pueblos en su conjunto, ya que, de modo análogo a
las personas, los pueblos y las naciones también tienen derecho a su desarrollo
pleno. Desarrollo que implica aspectos económicos y sociales, pero que debe
comprender también su identidad cultural y la apertura a lo trascendente 12.

1 Justicia y solidaridad para el desarrollo

La Iglesia reclama, en primer lugar, unas condiciones justas en los intercambios


comerciales y en los préstamos. «La solidaridad es necesaria entre las naciones
cuyas políticas son ya interdependientes. Es todavía más indispensable cuando se
7
Cf. SRS 15.
8
SRS 29.
9
CCE 2461.
10
Cf. SRS 28.
11
SRS 33.
12
Cf. SRS 32.
2
trata de acabar con los "mecanismos perversos" que obstaculizan el desarrollo de
los países menos avanzados (cf. SRS 17; 45). Es preciso sustituir los sistemas
financieros abusivos, si no usureros (cf. CA 35), las relaciones comerciales inicuas
entre las naciones, la carrera de armamentos, por un esfuerzo común para movilizar
los recursos hacia objetivos de desarrollo moral, cultural y económico "fijando de
nuevo las prioridades y las escalas de valores" (CA 28)» 13.

Unas relaciones comerciales justas constituirían el primer paso para el desarrollo


de los pueblos. Pero no basta con la justicia, es necesario que haya también
solidaridad. Juan Pablo II señala que «las naciones ricas tienen una responsabilidad
moral grave respecto a las que no pueden por sí mismas asegurar los medios de su
desarrollo, o han sido impedidas de realizarlo por trágicos acontecimientos
históricos. Es un deber de solidaridad y de caridad; es también una obligación de
justicia si el bienestar de las naciones ricas procede de recursos que no han sido
pagados justamente»14.

La solidaridad y la justicia económica son necesarias, pero no se debe perder de


vista que el subdesarrollo no es sólo económico y que la solidaridad incluye bienes
espirituales. En este sentido, la evangelización, y el apostolado personal, es
imprescindible para lograr un verdadero desarrollo en el Tercer Mundo y en los
«mundos» anteriores. Los países del Primer y Segundo Mundo, con frecuencia, son
ricos en recursos materiales, pero pobres en valores espirituales y religiosos.

La Iglesia recuerda que «acrecentar el sentido de Dios y el conocimiento de sí


mismo constituye la base de codo desarrollo completo de la sociedad humana. Éste
multiplica los bienes materiales y los pone al servicio de la persona y de su libertad;
disminuye la miseria y la explotación económicas; hace crecer el respeto de las
identidades culturales y la apertura a la trascendencia (cf. SRS 32; CA 51)» 15.

En la ayuda al desarrollo hay que respetar el principio de subsidiaridad, de modo


que la ayuda internacional no supla la iniciativa y el esfuerzo de los nativos, sino que
lo apoye de un modo oportuno. Por ello es importante encontrar modos efectivos de
ayuda. Muchas veces, las ayudas de gobierno a gobierno no han tenido la eficacia
que hubieran logrado de haberse realizado a través de organizaciones no
gubernamentales más preparadas y más próximas a los problemas o, en el peor de
los casos, estas ayudas no se han asignado a proyectos o programas de desarrollo,
sino que se han dedicado para la obtención de armamento e incluso para
enriquecimiento de quienes ocupaban el poder.

2 Demografía y desarrollo económico: El hombre, principal recurso

El rápido aumento de población en muchos países en vías de desarrollo influye en


el desarrollo económico. Sin embargo, la correlación entre aumento de población y
crecimiento económico depende de muchos factores. Hay países en vías de
desarrollo en los que el aumento de riqueza disponible es superior al aumento de
población y otros en que ocurre lo contrario. Esto sucede incluso en países con
aumento de población parecido; por tanto, no puede afirmarse como una ley
universal que el aumento de población hace disminuir el crecimiento económico.
13
CCE 2438.
14
CCE 2439.
15
CCE 2441.
3
Es cierto, sin embargo, que sin inversiones adecuadas, con determinados
regímenes de propiedad y, sobre todo, sin una educación de calidad, el aumento de
población puede dificultar el crecimiento económico. Pero de aquí no se deduce que
la mejor solución sea limitar la población, ni mucho menos justifica imponer métodos
de planificación familiar. En realidad, «el crecimiento económico depende del
progreso social, por eso la educación básica es el primer objetivo de un plan de
desarrollo»16.

La DSI, sin ignorar el problema demográfico, aboga para que el desarrollo


económico se haga sin detrimento del desarrollo humano. Para ello, anima a
encontrar soluciones que hagan compatibles ambos aspectos, respetando las
exigencias de la ley moral. El respeto a la dignidad del hombre ha de llevar a buscar
soluciones que sean, al mismo tiempo, dignas y eficaces.

Se ha dicho que el hombre es siempre «el último recurso» con capacidad


suficiente para alimentar a varios seres humanos si dispone de los instrumentos
necesarios. La ayuda internacional no ha de dirigirse, pues, a imponer la disminución
de la natalidad por medios coactivos o moralmente inaceptables, sino a mejorar las
condiciones para crear nuevas oportunidades de trabajo y mejorar la educación de la
población. En todo caso, ha de respetarse el derecho de los padres a decidir de un
modo responsable, de acuerdo con una conciencia recta, sobre el número de hijos y,
por supuesto, es absolutamente inmoral sacrificar vidas humanas en aras del
desarrollo económico17. En este asunto, como en todos los demás relativos a él, es
necesario tener en cuenta que «el desarrollo debe realizarse en el marco de la
solidaridad y la libertad, sin sacrificar nunca la una a la otra bajo ningún pretexto» 18.

3 Dimensión moral de la ecología

Unido al carácter moral del desarrollo está la cuestión de la ecología y la defensa


del medio ambiente que, desde hace tiempo, ha despertado una creciente
sensibilidad social en casi todo el mundo.

La preocupación por el medio ambiente en el Magisterio de la Iglesia aparece, al


menos, desde 197119. Juan Pablo II, en las encíclicas Sollicitudo reí socialis y
Centesimus annus y en otros documentos, ha desarrollado un considerable cuerpo
de doctrina cristiana sobre la ecología y el medio ambiente. Algunas de sus
enseñanzas han sido resumidas en el Catecismo de la Iglesia católica20.

Ecología se refiere al estudio del «oikos-eco» o contexto vital de los seres vivos y
de las relaciones entre sí y con su entorno. El problema ecológico se hace notorio
por la falta de respeto por los seres que constituyen la naturaleza visible y por el
deterioro medioambiental. En algunos lugares, es considerable el riesgo de
desaparición de especies animales, el esquilmamiento de recursos naturales
(deforestaciones masivas, explotación de minerales sin respeto al entorno natural,
etc.), el empleo exhaustivo de fuentes de energía no renovables, el deterioro del

16
PP 35.
17
Cf. GS 87; SRS 25.
18
SRS 33.
19
Cf. OA 21.
20
Los principales textos de estos documentos son citados en el presente capítulo.
4
paisaje, la contaminación industrial y urbana (atmosférica, hidráulica, acústica o
lumínica), los procesos industriales con residuos evitables, la falta de reciclaje de
desechos y la deposición inapropiada de residuos sólidos. Algunos de estos
problemas tienen efectos planetarios, como son el efecto invernadero producido por
el aumento de dióxido de carbono proveniente de la combustión, que tiende a
aumentar la temperatura del planeta, o el deterioro de la capa de ozono y la masiva
deforestación amazónica. Aunque a veces se exagera con estos efectos, no por ello
han de ser ignorados.

Juan Pablo II ha puesto de manifiesto que una justa concepción del desarrollo no
puede prescindir de consideraciones relativas al uso de los elementos de la
naturaleza, la renovabilidad de los recursos y las consecuencias de una
industrialización desordenada. A este propósito, hace tres reflexiones:

«La primera consiste en la conveniencia de tomar mayor conciencia de que no se


pueden utilizar impunemente las diversas categorías de seres, vivos o inanimados
—animales, plantas, elementos naturales— como mejor apetezca, según las propias
exigencias económicas. Al contrario, conviene tener en cuenta la naturaleza de cada
ser y su mutua conexión en un sistema ordenado, que es precisamente el cosmos.

»La segunda consideración se funda, en cambio, en la convicción, cada vez


mayor también, de la limitación de los recursos naturales, algunos de los cuales no
son, como suele decirse, renovables. Usarlos como si fueran inagotables, con
dominio absoluto, pone seriamente en peligro su futura disponibilidad no sólo para la
generación presente, sino sobre todo para las futuras.

»La tercera consideración se refiere directamente a las consecuencias de un


cierto tipo de desarrollo sobre la calidad de la vida en las zonas industrializadas.
Todos sabemos que el resultado directo o indirecto de la industrialización es, cada
vez más, la contaminación del ambiente, con graves consecuencias para la salud de
la población»21.

Los problemas ecológicos actuales de deterioro del medio ambiente tienen, sin
duda, una dimensión moral relacionada con el buen uso de los bienes creados, con
el valor de la vida y con la dignidad del hombre y sus derechos, incluyendo a las
futuras generaciones. Pero, además, el respeto ecológico ayuda al desarrollo
humano porque facilita descubrir al Creador contemplando las maravillas de la
creación.

En la Centesimus annus se pone de relieve que «el hombre, impulsado por el


deseo de tener y gozar, más que de ser y de crecer, consume de manera excesiva y
desordenada los recursos de la tierra y su misma vida. (...) Esto demuestra, sobre
todo, mezquindad o estrechez de miras del hombre, animado por el deseo de poseer
las cosas en vez de relacionarlas con la verdad, y falto de aquella acritud
desinteresada, gratuita, estética, que nace del asombro por el ser y por la belleza
que permite leer en las cosas visibles el mensaje de Dios invisible que las ha creado.
A este respecto, la humanidad de hoy debe ser consciente de sus deberes y de su
cometido para con las generaciones futuras» 22.

21
SRS 34.
22
CA 37.
5
4 Visión cristiana de la ecología

El relato de la creación ofrece una base sólida para la teología moral en relación
con la ecología. En el primer capítulo del Génesis se descubre la presencia de Dios
en la creación como su autor y el querer divino de que el hombre domine sobre los
peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y sobre cuanto vive y se
mueve sobre la tierra23. La misma enseñanza aparece en el capítulo siguiente, en el
que se afirma que «Dios puso al hombre en el jardín del Edén para que lo cultivara y
guardara»24.

El ser humano es señor de la creación material pero su dominio no es absoluto, ni


permite la tiranía. Toda la creación es obra de Dios y sólo Él es el verdadero dueño y
señor de todo cuanto existe, como expresa uno de los Salmos: «De Dios es la tierra
y cuanto encierra, el universo y los que en él habitan» 25.

El dominio del hombre sobre el mundo ha de ser responsable, como quien ha de


dar cuenta a su Señor. Lo propio del hombre es comportarse como un administrador
que disfruta y cuida de la creación; un administrador amante de toda la creación
material y diligente en su cuidado, siendo así un colaborador del Creador. Como
explica Juan Pablo II, «el dominio confiado al hombre por el Creador no es un poder
absoluto, ni se puede hablar de libertad de "usar y abusar", o de disponer de las
cosas como mejor parezca. La limitación impuesta por el mismo Creador desde el
principio, y expresada simbólicamente con la prohibición de "comer del fruto del
árbol" (cf. Gen 2,16 s.), muestra claramente que, ante la naturaleza visible, estamos
sometidos a leyes no sólo biológicas, sino también morales, cuya transgresión no
queda impune»26.

La Revelación pone también de manifiesto que, en el principio, el hombre vivía en


completa armonía con su medio ambiente, pero como consecuencia del pecado
original esta armonía se destruyó. El relato del Génesis incluye en el castigo por el
pecado original estas palabras: «Por ti será maldita la tierra. Con trabajo comerás de
ella el pan todos los días de tu vida; te dará espinas y abrojos.,.» 27. En cieno modo,
esta descripción coincide con la experiencia común. La transformación humana de la
tierra se realiza con dificultad y los efectos secundarios no deseados
(contaminación, residuos, deterioro del medio natural...) están inevitablemente
asociados al trabajo.

A la luz de la Encarnación del Verbo y la presencia del Espíritu, sabemos que la


Redención de Cristo, de algún modo, alcanza también a la creación material, la cual
mostrará su redención efectiva cuando llegue el día del Señor, al final de los
tiempos. En este sentido, San Pablo afirma que «las criaturas serán liberadas de la
servidumbre de la corrupción para participar de la libertad gloriosa de los hijos de
Dios»28. Cristo nos abre al horizonte de un nuevo cielo y una nueva tierra,
renovación del mundo actual29. Entre tanto, el destino de la creación entera pasa por
el misterio de Cristo y a través de Él, el hombre administra la creación material:
23
Cf. Gén 1, 28.
24
Gén 2, 15.
25
Sal 24, 1.
26
SRS 34.
27
Gén 2, 17-18.
28
Rom 8, 21
29
Cf. Ap 21, 1-4.
6
«Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios» 30.

La visión del hombre como administrador diligente remite al Creador y exige


respetar su obra en favor de los hombres. Como enseña el Catecismo, el dominio,
concedido por el Creador, sobre los recursos minerales, vegetales y animales del
universo, no puede ser separado del respeto de las obligaciones morales frente a
todos los hombres, incluidos los de las generaciones venideras» 31.

En último término, la causa profunda de los actuales problemas medioambientales


está en la pérdida del sencido del Creador. A través de un largo proceso histórico se
ha llegado a considerar el dominio sobre la naturaleza como un derecho absoluto y
la acumulación de riquezas como el fin supremo de la actividad económica. En la
raíz de la insensata destrucción del ambiente natural hay un error antropológico, por
desgracia muy difundido en nuestro tiempo. El hombre, que descubre su capacidad
de transformar y, en cieno sentido, de "crear" el mundo con el propio trabajo, olvida
que éste se desarrolla siempre sobre la base de la primera y originaria donación de
las cosas por parte de Dios. Cree que puede disponer arbitrariamente de la tierra,
sometiéndola sin reservas a su voluntad como si ella no tuviese una fisonomía
propia y un destino anterior dados por Dios, y que el hombre puede desarrollar
ciertamente, pero que no debe traicionar. En vez de desempeñar su papel de
colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y con ello
provoca la rebelión de la naturaleza, más bien tiranizada que gobernada por él (cf.
SRS 34)»32.

Algunas ideologías ecologistas radicales sostienen que el hombre es una especie


más —muy depredadora, por cierro— a la que no habría que prestar mayor atención
que a otras especies vivas. No faltan incluso quienes sostienen que la prioridad
debería darse a las especies en peligro de extinción, por encima incluso de las
necesidades más básicas de la humanidad. Sin minusvalorar la importancia de
esforzarse por preservar las especies, este planteamiento no es aceptable.

El hombre —cada hombre— no es sólo un individuo de una especie zoológica,


sino que es persona; por su espiritualidad y su ser único e irrepetible cada ser
humano es más valioso que todos los animales, plantas y minerales. Esta conclusión
filosófica es confirmada por la Revelación y las enseñanzas del Magisterio que ven
al hombre como señor y centro de la creación. El hombre «en la tierra es la sola
criatura que Dios ha querido por sí misma» 33, rodas las demás criaturas terrestres
han sido creadas para él. Pero esta Generalidad del hombre en la creación requiere
un comportamiento responsable. «El dominio concedido por el Creador al hombre
sobre los seres inanimados y los seres vivos (...) exige un respeto religioso de la
integridad de la creación»34.

5 El respeto de la integridad de la creación

Es deber y derecho del hombre cultivar la tierra y servirse de ella para sus
necesidades vitales, pero al mismo tiempo ha de custodiarla, sintiendo la

30
1 Cor 3, 23.
31
CCE 2456, cf. 2415.
32
CA 37.
33
GS, 24.
34
CCE 2415.
7
responsabilidad de conservarla adecuadamente. Se trata de un deber que está en
estrecha relación con el buen uso de los bienes materiales y con el destino universal
de los bienes. Por ello, el Catecismo de la Iglesia católica se refiere al respeto a la
integridad de la creación en el contexto del séptimo mandamiento del Decálogo,
explicando que «los animales, como las plantas y los seres inanimados, están
naturalmente destinados al bien común de la humanidad pasada, presente y futura
(cf. Gen 1,28-31). El uso de los recursos minerales, vegetales y animales del
universo no puede ser separado del respeto a las exigencias morales» 35.

En este contexto, el Catecismo recuerda también el aprecio que merecen los


animales36, los cuales son criaturas de Dios, que los rodea de su solicitud
providencial37 y que por su simple existencia, lo bendicen y le dan gloria 38.

Dios confió los animales a la administración del hombre 39. Esto conlleva varios
criterios morales40:
— Es legítimo servirse de los animales para el alimento y la confección de
vestidos.
— Se los puede domesticar para que ayuden al hombre en sus trabajos y en sus
ocios.
— Los experimentos médicos y científicos en animales, si se mantienen en
límites razonables, son prácticas moralmente aceptables, pues contribuyen a
atender o salvar vidas humanas.

Sin embargo, «es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los
animales y gasear sin necesidad sus vidas. Es cambien indigno invertir en ellos
sumas que deberían más bien remediar la miseria de los hombres. Se puede amar a
los animales, pero no se puede desviar hacia ellos el afecto debido únicamente a los
seres humanos»41.

La responsabilidad ecológica alcanza a individuos, naciones y organismos


supranacionales. El Catecismo recuerda también que «los responsables de las
empresas ostentan ante la sociedad la responsabilidad económica y ecológica de
sus operaciones (CA 37)»42. Esto implica un uso responsable de las materias primas
en el diseño de productos y procesos y en la aplicación de técnicas adecuadas de
descontaminación, deposición y reciclaje de subproductos.

6 Ecología humana

Junto al «ambiente natural» hay que considerar el «ambiente humano». Juan


Pablo II llama la atención sobre lo que él denomina «ecología humana» e insiste en
la necesidad de esforzarse por salvaguardar las condiciones morales que la
conforman. «No sólo la tierra ha sido dada por Dios al hombre, el cual debe usarla
respetando la intención originaria de que es un bien, según la cual le ha sido dada;
incluso el hombre es para sí mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la
35
CCE 2415.
36
Cf. CCE 2416.
37
Cf. Mt 6, 16.
38
Cf. Dn 3, 57-58.
39
Cf. Gn 2, 19-20; 9, 1-4.
40
CCE 2417.
41
CCE 2418.
42
CCE 2432.
8
estructura natural y moral de la que ha sido dotado» 43.

Si la ecología se ocupa de las relaciones entre los seres vivos y del medio en que
viven, en el ser humano es necesario considerar cómo el entorno social donde vive
incide en sus condiciones de desarrollo. Aunque el hombre no está totalmente
determinado por su entorno para llevar a cabo sus capacidades específicamente
humanas y vivir una vida verdaderamente humana, sin embargo está condicionado
por él; «está condicionado por la estructura social en que vive, por la educación
recibida y por el ambiente. Estos elementos pueden facilitar u obstaculizar su vivir
según la verdad. Las decisiones, gracias a las cuales se constituye un ambiente
humano, pueden crear estructuras concretas de pecado, impidiendo la plena
realización de quienes son oprimidos de diversas maneras por las mismas» 44.

La primera estructura fundamental a favor de la ecología humana es la familia,


santuario de la vida. Es allí donde la vida puede ser acogida y desarrollarse según
las exigencias de un auténtico crecimiento humano 45. La falca de «ecología
humana» en la familia dificulta una vida y una relación verdaderamente humanas.

Otros aspectos de ecología humana son «los graves problemas de la moderna


urbanización, la necesidad de un urbanismo preocupado por la vida de las personas,
así como la debida atención a una "ecología social" del trabajo» 46 y, en general,
rodas aquellas «estructuras de pecado» que impiden el desarrollo humano y
cristiano. Demoler tales estructuras que se oponen a una auténtica «ecología
humana» y sustituirlas con formas más auténticas de convivencia es un cometido
que exige valencia y paciencia47.

43
CA 38.
44
CA 38.
45
Cf. CA 39.
46
CA 38.
47
Cf. CA 38.
9

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