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Articulo Ech Francia
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1. Resumen
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2. Introducción
Así, gracias a los avances científicos, cada vez estamos más insertos en
una sociedad en que la predicción y el control de todas las situaciones,
variables y eventos de la vida se hacen siguiendo el método científico.
Nuestras vidas, nuestro modo de disfrutar, nuestras maneras de consumir
siguen ciertos ciclos, ante los cuales todos respondemos de manera más o
menos estandarizada. Como consecuencia de lo anterior, nuestro mundo toma
cada vez más consistencia, en función de cómo la ciencia va avanzado y
generando nuevas complejidades “dominadas”.
Por otra parte, se debe aclarar que hablar del problema del abuso
sexual, en términos generales, resulta muy complejo y peligroso, pues este
concepto engloba una serie de fenómenos que son heterogéneos y que
requieren, por ende, un abordaje particular. Por ejemplo podemos señalar que
no es lo mismo hablar de un adulto victima de agresión sexual o de un niño; si
el tratamiento se realiza tras el descubrimiento del abuso sexual o si se
encuentra completamente; o si la experiencia corresponde a un hecho aislado
o a un hecho sistemático. Por lo tanto, se ha decidido abordar sólo una de las
problemáticas a tratar, y que corresponde a la emergencia de lo traumático en
la experiencia de pacientes adultos que comienzan o que problematizan
durante la psicoterapia la experiencia del abuso sexual durante su infancia.
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creado falsas recuerdos de seducción o abuso sexual por parte de un adulto,
de los cuales ellos no tenían ningún recuerdo consciente previo al tratamiento.
Así, más allá de las implicancias y la función social que puede cumplir
este trastorno mental, nos gustaría indicar su lógica subyacente, ya que
supone una relación del sujeto con el acontecimiento, lo que a su vez marca la
aproximación terapéutica. En palabras de Fassin & Rechtman (2010) “el
traumatismo aparece así como el solo atributo de un encuentro injusto entre un
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hombre ordinario y un evento fuera de lo común” (p. 135). El “hombre ordinario”
de la cita puede ser cualquier persona, lo que indica su clara generalización
como fenómeno, es decir, todo sujeto puede apelar por la veracidad de sus
traumatismos, en tanto estén las huellas, en este caso los síntomas que se en
el DSM-IV.
Walton (2005) señala que el objetivo del tratamiento debe ser el olvido y
el perdón del agresor, siendo la solución subjetiva más elaborada que un
paciente puede conseguir en un tratamiento psicológico. En cambio, Spitzer &
Myers (2006) plantean la problemática de la regulación sobre cuánto se debe
hablar en psicoterapia de los recuerdos traumáticos, señalando que no siempre
apropiado hablarlo directamente y que en algunos casos, lo mejor es evitarlos.
Otra perspectiva a considerar es la de Oz (2005), que sugiere que la
intervención debe facilitar la integración del trauma con sentido común, de este
modo él debe ser verbalizado e integrado al sistema de representaciones del
sujeto y el de su entorno. Por último, Courtois (2010) señala los riesgos del
abordaje directo de los recuerdos de abuso sexual, advirtiendo a los clínicos de
las posibilidades de la sugestión por la interpretación misma de los eventos,
que incluso muchas veces pueden no ser preciso, siendo recomendable
mantener la posición de incertidumbre y señalarle al paciente que incluso
nunca podrá determinar si lo que vivió fue o no real.
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de caso, sobre todo, porque sus perspectivas se basan sobre el problema,
implícita o explícitamente planteado, de la veracidad de los recuerdos,
centrando el tratamiento en la experiencia “desreguladora” o “traumática”
Primero que todo, se debe señalar que, al interior del psicoanálisis, esta
problemática ha sido abordada desde su comienzo. Por ejemplo, la
encontramos en las primeras elaboraciones sobre la histeria. En sus primeros
trabajos, Freud (1895) señala que la causa de la neurosis sería la experiencia
infantil de seducción sexual por parte de un adulto, la cual sería una
experiencia dolorosa y difícil a soportar por los paciente. De este modo, éstas
experiencias dolorosas son aisladas de la consciente, pasando al olvido. Sin
embargo, la incidencia de éstos recuerdos se hace presente en la vida adulta,
emergiendo simbólicamente a través de los síntomas de las pacientes. Freud
(1895) propuso entonces que toda la dirección del tratamiento consistía en
conectar el afecto penoso para el sujeto con el recuerdo, es decir, conectar lo
que viene del orden del cuerpo con el discurso del paciente.
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olvidados y reprimidos, los cuales aparecen bajo formas diversas, síntomas,
lapsus o sueños, los que ya implican una deformación de lo que realmente
estaría en juego: el funcionamiento del inconsciente, como realidad sexual, y
por ende, como incidencia del orden cuerpo en el funcionamiento psíquico.
Una cuarta postura teórica es aportada por Insua (2008), quien señala
que el trauma es del orden de lo real. Ella distinguirá el traumatismo del
inconsciente, el cual está regulado por la lógica del deseo y el fantasma
inconsciente, así se trata de un traumatismo articulado por el significante,
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estructural a neurosis. En cambio, el traumatismo de lo real, que se encuentra
más allá de cualquier articulación del inconsciente, es la experiencia radical de
una alteridad que no se puede inscribir en el psiquismo, un punto imposible a
cualquier articulación. Por lo tanto, el trabajo analítico se constituye en los
bordes de un agujero, que vendría a ser una representación aproximada de lo
que es el trauma real.
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El trauma será articulado a medio camino entre el “evento bruto”, que
corresponde a ciertas “contingencias” de la historia de un sujeto- y que por lo
tanto no existe a priori- y la sobre-determinación inconsciente, es decir, toda la
estructura significante que determina la subjetividad y da el soporte al discurso.
El trauma para Lacan (1953a) sólo es concebible a nivel discursivo, haciendo
pasar la contingencia del evento a la necesidad lógica, punto de partida de toda
palabra, que instala el orden de la verdad, incluso bajo la forma de una mentira
como lo testimonia Freud con la “proton-pseudos” histérica. De este modo, el
punto original de la palabra, punto que la funda, insiste en el discurso de
manera inconsciente, indicando un orden de realidad discursiva que determina
el funcionamiento psíquico.
Por otra parte, se puede señalar que el trauma o los eventos traumáticos
quedan inscritos de una manera particular en la estructura psíquica, como
elementos fijos y aislados imaginariamente. Este sentido, si consideramos que
el avance en la cura se realiza de manera dialéctica, es decir, por el paso de lo
imaginario- que hace resistencia al avance del proceso analítico- al plano
simbólico, a través de la palabra en el análisis, debemos situar lo traumático en
el registro de la inercia o la fijación imaginaria, que en esta época, corresponde
a la configuración del cuerpo, siguiendo las elaboraciones del estadio del
espejo (Lacan, 1951b).
Está “primera vez” o primera incidencia del deseo del Otro será ratificada
en un tercer momento, en un encuentro años después, donde la posición inicial
de A. Gide quedara fijada. Él entra en la casa de su tía, viéndola junto a otro
hombre en una actitud amorosa, en ese momento el decide ir rápidamente al
encuentro de su prima, quien se encuentra en el segundo piso de la casa,
llorando, en ese momento A. Gide decide dedicarse a ella, indicando el punto
en donde comienza su amor por ella.
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ser articulado por el paciente. Aquí la solución de Lacan pasará por la
introducción, a nivel de la subjetividad, de la falta en el Otro.
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En otro términos, ante la pregunta “¿Qué quiere el Otro?” el sujeto sin
recursos significantes. Por lo tanto, debe responder con su propia castración, la
libra de carne que debe perder para poder acceder al registro simbólico, es
decir, su propia mutilación u objeto a. En este sentido, el sujeto se ve reducido
a la función de objeto del goce del Otro.
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Lo traumático entra en la serie de experiencias de desencuentro con lo
real. El trauma se ubica como la experiencia de un recuerdo inmemorial, que se
instala como viniendo de un más allá de la representación. Como hemos
señalado, en este registro el sujeto ya no se percibe como unidad o como
consciencia, sino como movilizado de manera “acéfala”. Es en este nivel que
Lacan (1963) situará el funcionamiento pulsional, es decir, la articulación entre
el significante y el cuerpo.
Así del lado del hombre, esta imposibilidad lógica se situará en relación
a la excepción, el padre de tótem y tabú de Freud (Lacan, 1971). Esta
excepción se constituye como confirmando la regla: “todos los hombres
padecen de la castración”. De este modo, en la posición masculina, siempre se
jugará la tensión entre el padre mítico que puede gozar de “todas las mujeres
“y la imposibilidad de asumir ese lugar. De este modo, el goce masculino
pasará irremediablemente por la reducción del partenaire a la función del
objeto a, es decir, a ver reducido su goce al goce del objeto a.
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Por último quisiéramos destacar las últimas dos perspectivas que
generalizan la función del traumatismo: el traumatismo de la lengua (Lacan
1976) y el acontecimiento del cuerpo (Lacan 1975). Así, es a nivel de una
lengua, “la lengua” de cada sujeto, que Lacan situará la incidencia y
movilización de los afectos que puede ejercer el significante, incluso reducido a
una letra, un sonido, un neologismo que marcará la incidencia del goce en la
subjetividad.
3. Métodos
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En relación a la paciente, que a continuación denominaremos S.,
podemos señalar que: al momento de la consulta tenía 20 años, estado civil
soltera, trabajaba como niñera y asesora del hogar, viviendo con la familia.
Respecto a su familia, el padre se había casado dos veces, siendo la segunda
esposa la madre de la paciente. Ella vivió con 4 hermanos, pero también tiene
una relación cercana con sus medios hermanos, que son 3 más.
4. Resultados
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“Mi padre esperaba a que mi mamá se fuera, ella siempre se iba y nos
dejaba solas con él (dice con rabia), en ese momento mi padre comenzaba
a cerrar las cortinas de la casa, yo lo único que pensaba era en mi hermana,
yo corría a verla que estuviera durmiendo, mientras mi padre venía detrás
de mí. En esos momentos pensaba que estaba ayudando a mi hermana, ahí
él llegaba y comenzaba a abusar de mi” (...) que puede señalar al
respecto47 (…) silencio, nada más no se me ocurre nada más”. Luego de
este relato S. me hace la siguiente pregunta: “Mi padre me abusaba cuando
niña, pero ¿por qué lo hizo?”. Ante lo cual señalé “su padre quiso”.
47
De aquí en adelante, en el texto las citaciones serán presentadas en cursiva, y las intervenciones del terapeuta
se presentarán en negrita cursiva.
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donde el sujeto debe pagar con su propia castración, es decir, reducirse a la
función del objeto que regula la relación con el Otro.
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Una tercera escansión se ubica más tarde en el tratamiento, S. precisará
respecto a su padre “él es la voz que manda, siempre se hace lo que él dice”.
Esto permitirá poner la relación con su padre, en otro registro, ya no de dos
individuos, sino que llevar la relación a la cuestión de un objeto, que le resulta
misterioso y desconocido, esa voz que dice y que ordena. Este punto se
detendrá cuando en una sesión se llega al siguiente dialogo: “(...) él nos robó lo
más preciado (…) ¿qué es eso? (…) no sé, eso es algo que él decía, creo que
tiene que ver con nuestra inocencia”.
Además de estas referencias, que permiten pasar del plano del “ser” de
la paciente y del padre, a poner la pregunta por otro objeto “misterioso” la
mirada del padre. Sobre ésta aparecen enunciados sorpresivos, como por
ejemplo: “Él tiene varias miradas, a veces me miraba con satisfacción”. Sin
embargo, éstas varias miradas pronto se reducen a dos, la mirada de
satisfacción y una mirada reprobatoria, ante ésta última la paciente se veía
reducida al silencio y con una cierta vergüenza, por haber callado lo sucedido.
“¿qué lugar ha ocupado usted en todo esto que ha vivido? (…) yo fui un
juguetito de mi padre, él lo tomaba y lo dejaba cuando él quería (…) eso no
excluye que yo sentí cosas (…) ¿qué cosas? (…) cosas en mi cuerpo eso
me avergüenza (…) el cuerpo siente más allá de lo que usted pudo
querer (…) a pesar de eso sigo sintiendo esa vergüenza”.
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se veía tan débil, él había bajado la cabeza, como que ya no era el mismo
ante el que yo me callaba, parecía un viejo débil, le pregunté por qué lo
había hecho y me dijo que estaba enfermo (…) En ese minuto me puse a
llorar, le dije que nos había hecho mucho daño, pero que a pesar de todo, lo
perdonaba y que para no echarle a perder la vida a su madre y hermanos no
iba a contar nada a nadie”.
“Un día él me llama, me dice que nos encontremos en su casa, no, no (…)
perdón, nos encontramos en un hotel, en una pieza de hotel (…) estábamos
juntos en la cama, no había pasado nada, él se acerca a mí e intenta darme
un beso, en ese momento sentí asco y decidí irme, nunca más volví a verlo”.
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Luego recuerda la escena que la moviliza a consultar, con su medio
hermano, destacando lo cercanos que eran, teniendo ella un lugar muy
importante en su vida actual. Ella señala que suple la carencia de otras
mujeres, cuando él se queja de sus parejas, ella lo escucha y el le dice que al
final ella es única, sintiéndose especial. Ella dirá entonces sobre la escena del
medio hermano:
“cuando desperté (se refiere al día después de haber estado festejando con
su medio-hermano) sentí un sabor extraño en la boca, no sé bien que era,
pero me daba asco, ahora que lo recuerdo bien es la misma sensación que
sentí en el reencuentro con mi ex”. Finalmente, en la misma sesión,
retomará la escena en donde el Padre la encierra en la cocina, “Él se
acercaba y yo sentía un olor raro de su boca, yo también ahí sentí asco”.
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“Ella no estaba ahí cuando las cosas sucedían”; “ella partía a trabajar a otra
ciudad y él se quedaba con nosotros”. En una sesión, le pregunto si su
madre sabe algo sobre el abuso: “eso me parece imposible, no lo podría
soportar, yo nunca podría contarle nada a ella, pues creo que si le cuento
ella podría sufrir muchísimo, no se lo que pasaría con ella. Yo creo que ella
no sabe nada de lo sucedido”
“(...) me veo un día, en la cocina, yo jugando siendo una niña muy chica,
debí haber tenido cerca de 4 ó 5 años, pues me acuerdo haber estado
jugando con un juguete para aprender las letras, me acuerdo que entra mi
padre y el se sentó al lado mío, él era bueno, el me ensañaba a leer (…) la
cocina (se produce un silencio y la paciente duda)… por qué me dice eso,
¿no lo entiendo?”
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por el significante, que moviliza los afectos. El cuerpo es atrapado por el
significante, las miradas que se cruzan y al significante cocina, uno de los
lugares donde el padre la abusaba, tocaran la profunda implicación materna en
su historia. Así, es a nivel de la mirada de Madre, que se instauran las huellas
que quedan de un traumatismo diferente, el de la imposibilidad de inscribir una
transgresión “reconocida” por la madre, y ya sólo en relación con el padre. De
este modo, se instaura la imposibilidad de borrar ese goce mortificado
producido en la escena.
5. Discusión y Conclusiones
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De este modo, en relación con el caso clínico expuesto, se ha querido
poner en evidencia que la noción de traumatismo no es unitaria, es decir, no se
refiere a un evento o a un momento del discurso, sino que al contrario, requiere
una comprensión doble: Por una parte, incorporar la implicación subjetiva, a
partir del discurso de un paciente, y no focalizarse en un evento; por otra parte,
se debe involucrar la multidimensionalidad del fenómeno en la clínica, es decir,
considerar lo que se puede decir, lo que queda inscrito y lo que resultará
imposible a articular, como hemos expuesto a partir del caso clínico.
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REFRENCIAS BIBLIOGRAFICAS
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LACAN, J. (1957) Le séminaire de Jaques Lacan - Les formations de
l’inconscient. Livre V. Editorial Seuil. Paris, France.
LACAN, J. (1975) Joyce le Symptôme. Dans Les Autres Écrits. Editorial Seuil,
Paris, France. Pp. 565-570.
OZ, S. (2005) The “Wall of Fear”: The Bridge Between the Traumatic Event and
Trauma Resolution Therapy for Childhood Sexual Abuse Survivors.
Journal of Child Sexual Abuse, Vol. 14(3), pp 23- 47.
Vigarello, (1998) L’histoire du viol. XVIe – XXe siècle. Editorial Seuil, Paris,
France.
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