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Aplicación de las teorías lacanianas sobre el trauma al tratamiento de


pacientes adultos víctimas de abuso sexual en la infancia. Un estudio de caso

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Pablo Reyes Pérez


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Aplicación de las teorías Lacanianas sobre el trauma al tratamiento de
pacientes adultos víctimas de abuso sexual en la infancia. Un estudio de
caso.

Pablo Reyes Pérez


Doctorante en Psicoanalisis, Département de Psychanalyse. École Doctorale
Pratiques et Théories du Sens. Université Paris VIII
pareyes@uc.cl

1. Resumen

Esta investigación se enmarca dentro del estudio de las intervenciones


clínicas con pacientes adultos victimas de abuso sexual en la infancia. Este
articulo da cuenta de un trabajo en proceso, por lo que se prefirió abordar sólo
la cuestión de la incidencia de lo traumático en la clínica desde la perspectiva
del psicoanálisis lacaniano. Al respecto, se puede señalar que al interior de la
orientación lacaniana no existe una noción consensuada sobre el traumatismo.
Por ejemplo, Deltombe (2007) analiza el traumatismo de la lengua; Strauss
(1996) lo hace desde la perspectiva del deseo del Otro; Briole (1998) alude al
fracaso del fantasma e Insua (2008) a la presencia de un trauma real, más allá
de cualquier articulación del inconsciente.

Así, a partir de una breve revisión teórica y la presentación de un caso


clínico, se puso en evidencia la pertinencia de las elaboraciones lacanianas
sobre el trauma y su uso en el abordaje clínico. Así se presenta una síntesis de
las principales proposiciones teóricas de Lacan a lo largo de su enseñanza,
desde 1953 hasta 1981.

Luego de esto, se expuso un caso clínico, indicando cuatro momentos


del tratamiento en donde se constata la incidencia del trauma: El inicio o la
fantasía bajo la forma más angustiante (Lacan, 1962), luego la articulación del
trauma y su vinculación con el deseo del Otro (Lacan, 1957). El tercer
momento, corresponde al desvelamiento de la pulsión por el fracaso del
fantasma, donde el trauma emerge como el mal encuentro con lo real (Lacan,
1963; Briole, 1998) mostrando el trauma en su forma más radical. Finalmente,
predomina la relación a la presencia de un saber desfalleciente (Lacan, 1968) y
un acontecimiento del cuerpo (Lacan, 1975; Miller, 1999).

Palabras Claves: trauma, abuso sexual, memoria, estudio de casos,


psicoanálisis lacaniano

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2. Introducción

La problemática del abuso sexual no siempre ha existido como la


conocemos en la actualidad, más bien, ella es fruto de una serie de procesos
históricos y sociales que la determinan. Así, más bien de hablar de una entidad
invariable, podemos señalar que se trata de una concepción que es subsidiaria
de las cosmovisiones predominantes de las épocas (Vigarello, 1998). De este
modo, referirse a esta problemática implicará necesariamente abordarla en
consonancia con los ideales que movilizan nuestra época.

Si bien, una perspectiva histórica para abordar la problemática se


encuentra fuera de los marcos de este artículo - ante lo cual recomendamos
consultar la historia de la violación en Francia de G. Vigarello (1998)-
quisiéramos introducir el problema de este nuestro trabajo a partir de uno de
los rasgos propios de nuestra época: la dominación del discurso científico por
sobre otros discursos que tradicionalmente han orientado nuestra sociedad
(Laurent, 2001). La instalación del discurso científico, como uno de los
predominantes de nuestra época, se produce luego del éxito que han tenido las
ciencias por responder a los enigmas de la época, sobre todo a partir del siglo
XVIII, generando así la promesa de la prosperidad, que hoy se manifiesta, al
menos en forma de semblantes, con los avances tecnológicos en distintas
áreas, la medicina, ciencias computacionales o las ciencias físicas, entre otras.

Así, gracias a los avances científicos, cada vez estamos más insertos en
una sociedad en que la predicción y el control de todas las situaciones,
variables y eventos de la vida se hacen siguiendo el método científico.
Nuestras vidas, nuestro modo de disfrutar, nuestras maneras de consumir
siguen ciertos ciclos, ante los cuales todos respondemos de manera más o
menos estandarizada. Como consecuencia de lo anterior, nuestro mundo toma
cada vez más consistencia, en función de cómo la ciencia va avanzado y
generando nuevas complejidades “dominadas”.

Sin embargo, el espíritu de la ciencia es dominar lo que queda fuera de


la programación, lo que, de cierta forma, resiste al discurso científico. Así, con
el afán de avanzar en la programación del mundo, la complejidad de los
dispositivos científicos aumenta. Por ejemplo, nos encontramos con que los
automóviles, trenes o aviones que pueden viajar cada vez más rápido o
podemos producir energía nuclear, disminuyendo los costos, pero aumentando
los riesgos, que por el mismo avance de la ciencia, se reducen. De este modo,
cuando algo falla, se pueden producir catástrofes a escala casi planetaria,
como nos lo recuerda las fallas de los reactores nucleares en Fukushima tras el
último terremoto en Japón.

La pregunta que uno podría plantearse en este escenario es cómo esto


afecta la subjetividad de los individuos que participan en nuestra sociedad.
Para dar una respuesta, nos apoyamos en lo señalado por Laurent (2001) el
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reverso de este avance científico es la precarización de la posición subjetiva.
Esto se traduce en un efecto paradójico, cada vez que la ciencia avanza, los
sujetos se ven más y más sobrepasados por la complejidad de la programación
en la que viven, y por lo tanto, cada vez más propensos al riesgo de que las
falla en la programación del mundo, generen desarreglos o traumas que
impactan de manera más brutal a los individuos. En este contexto, emerge lo
traumático como respuesta y nominación de lo no programable, de lo
impredecible o de lo que no está conforme a la regla o como dice Laurent
(2001) el trauma se generaliza.

Entrando en nuestro tema, la investigación científica nos da el primer


marco para entrar abordar la pregunta sobre lo traumático en la experiencia del
abuso sexual. Así por ejemplo, se ha demostrado que la experiencia del abuso
sexual en la infancia puede repercutir negativamente en su desarrollo
psicosexual, afectivo social y moral de una persona, incluso éstas
consecuencias permanecer y reactivarse en el curso de la vida adulta
(Kristensen, & Lau, 2007; Hulme, 2004). De este modo, la experiencia del
abuso sexual entra en el marco de las experiencias traumáticas que de cierta
manera determinan una forma de ser y ciertos comportamientos de los sujetos,
tanto en su infancia como en la adultez.

De este modo, y siguiendo nuestra presentación, podríamos


preguntarnos si lo traumático del abuso sexual es consistente con aquello que
escapa a la ciencia, aquello que podríamos decir, es lo real, lo que se ubica
más allá de cualquier sentido o nominación posible o si hay algo más, del lado
de la articulación que se pueda decir sobre esta problemática.

Por otra parte, se debe aclarar que hablar del problema del abuso
sexual, en términos generales, resulta muy complejo y peligroso, pues este
concepto engloba una serie de fenómenos que son heterogéneos y que
requieren, por ende, un abordaje particular. Por ejemplo podemos señalar que
no es lo mismo hablar de un adulto victima de agresión sexual o de un niño; si
el tratamiento se realiza tras el descubrimiento del abuso sexual o si se
encuentra completamente; o si la experiencia corresponde a un hecho aislado
o a un hecho sistemático. Por lo tanto, se ha decidido abordar sólo una de las
problemáticas a tratar, y que corresponde a la emergencia de lo traumático en
la experiencia de pacientes adultos que comienzan o que problematizan
durante la psicoterapia la experiencia del abuso sexual durante su infancia.

Al respecto, se puede señalar que la investigación científica en el tema


emerge con fuerza durante los años 70s (Sisco et al., 2008), cuando un grupo
de pacientes decide iniciar procesos judiciales contra sus terapeutas, debido a
las consecuencias negativas de los tratamientos. Los pacientes argumentaban
que al inicio o durante los tratamientos sus terapeutas habrían inducido o

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creado falsas recuerdos de seducción o abuso sexual por parte de un adulto,
de los cuales ellos no tenían ningún recuerdo consciente previo al tratamiento.

En nuestra opinión, la investigación actual de la psicología está marcada


por este hito histórico, donde se establece una unión entre los procedimientos
clínicos y los procedimientos judiciales, que de cierta manera se verán influidos
mutuamente, perdiendo rápidamente sus origines, como por ejemplo el
proceso de psicologización de las nociones de víctima y agresor, que si bien
emergen desde el contexto jurídico, en la actualidad existe una bibliografía
importante de los rasgos y tipos de personalidad (Vigarello, 1998).

Como fruto de este acontecimiento, se establecieron diversas líneas de


investigación en la materia. Por ejemplo, cómo mejorar los dispositivos de
evaluación y peritaje para diferenciar los recuerdos verdaderos de los falsos;
cómo se debe abordar los recuerdos en los tratamientos psicológicos o cuáles
son las consecuencias de los traumatismos sexuales tempranos en la vida
adulta. Sin embargo, nos parece importante situar la discusión respecto al
tratamiento de pacientes adultos que declaran haber sufrido abuso sexual en
un contexto más amplio, mostrando como, de manera paralela, también se
trata de una manifestación particular al interior de los tratamientos de los
“traumatizados”.

Así, a nuestro juicio, se debe mencionar el desarrollo teórico de dos


síndromes que permiten comprender los fenómenos clínicos de los pacientes
“traumatizados”, y que por ende, pueden clasificar a los individuos que han
sufrido la experiencia de un traumatismo sexual: El Estrés Post-Traumático
(Fassin & Rechtman, 2010) y El Síndrome de la Memoria Falsa (BFMS, 2011;
Courtois, 2001).

Respecto al primero, podemos señalar el estrés post-traumático cuenta


con una historia que no solamente ha sido marcada por el desarrollo de la
psiquiatría, sino que también su instauración se realizó a partir de las
demandas y las negociaciones de ciertos grupos de nuestra sociedad, como
por ejemplo los excombatientes, ONGs de defensa de los derechos humanos,
grupos feministas, entre otros. En este proceso de instalación, según Fassin &
Rechtman (2010), se produce un desarrollo de la noción de victima que va
desde la sospecha en relación con el uso y la veracidad del traumatismo a una
pluralización y masificación del trastorno. De este modo, el proceso permitió
que independientemente de sus referencias a la personalidad o al sujeto
involucrado, el evento asegura en si mismo la veracidad del trastorno.

Así, más allá de las implicancias y la función social que puede cumplir
este trastorno mental, nos gustaría indicar su lógica subyacente, ya que
supone una relación del sujeto con el acontecimiento, lo que a su vez marca la
aproximación terapéutica. En palabras de Fassin & Rechtman (2010) “el
traumatismo aparece así como el solo atributo de un encuentro injusto entre un
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hombre ordinario y un evento fuera de lo común” (p. 135). El “hombre ordinario”
de la cita puede ser cualquier persona, lo que indica su clara generalización
como fenómeno, es decir, todo sujeto puede apelar por la veracidad de sus
traumatismos, en tanto estén las huellas, en este caso los síntomas que se en
el DSM-IV.

En cambio, el Síndrome de la Memoria Falsa (BFMS, 2011 ; Courtois,


2001) muestran otra manera de comprender el fenómeno, la cual está marcada
por la irracionalidad y la falta de garantías de la verdad en el discurso,
reintroduciendo la sospecha. Éste síndrome se sostiene sobre la concepción
del funcionamiento de la memoria, el cual no es siempre consistente, por lo
tanto, no puede asegurar la veracidad de los recuerdos en todo momento
(BFMS, 2011 ; Courtois, 2001). Los equipos de trabajo sobre este síndrome
han puesto de manifiesto como un sujeto, incluso sin saberlo, puede evocar
situaciones de su pasado que son imprecisas o simplemente falsas, ya que la
memoria cuenta con un fuerte componente de construcción, y por ende,
siempre se pueden introducir alteraciones ante los hechos “reales” y
“objetivos”.

Así, a partir de esta breve revisión, quisiéramos manifestar la tensión


que deben afrontar los clínicos que se dedican al tratamiento de adultos
victimas de abuso sexual en la infancia: la cuestión de la verdad de los
recuerdos y cómo, la toma de posición ante éstos pueden influir en las
decisiones que tomen los terapeutas sobre la dirección del tratamiento. Al
respecto, quisiéramos destacar algunos de los estudios actuales en el tema,
poniendo en evidencia la falta de consistencia en este campo.

Walton (2005) señala que el objetivo del tratamiento debe ser el olvido y
el perdón del agresor, siendo la solución subjetiva más elaborada que un
paciente puede conseguir en un tratamiento psicológico. En cambio, Spitzer &
Myers (2006) plantean la problemática de la regulación sobre cuánto se debe
hablar en psicoterapia de los recuerdos traumáticos, señalando que no siempre
apropiado hablarlo directamente y que en algunos casos, lo mejor es evitarlos.
Otra perspectiva a considerar es la de Oz (2005), que sugiere que la
intervención debe facilitar la integración del trauma con sentido común, de este
modo él debe ser verbalizado e integrado al sistema de representaciones del
sujeto y el de su entorno. Por último, Courtois (2010) señala los riesgos del
abordaje directo de los recuerdos de abuso sexual, advirtiendo a los clínicos de
las posibilidades de la sugestión por la interpretación misma de los eventos,
que incluso muchas veces pueden no ser preciso, siendo recomendable
mantener la posición de incertidumbre y señalarle al paciente que incluso
nunca podrá determinar si lo que vivió fue o no real.

Como se puede constatar a través de esta breve revisión, no existe un


acuerdo entre los investigadores, respecto a cómo se debe abordar este tipo

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de caso, sobre todo, porque sus perspectivas se basan sobre el problema,
implícita o explícitamente planteado, de la veracidad de los recuerdos,
centrando el tratamiento en la experiencia “desreguladora” o “traumática”

Sin embargo, nuestro objetivo de esta breve presentación es introducir la


perspectiva psicoanalítica y cómo ella puede aportar a la discusión sobre los
problemas del traumatismo. De este modo, la problemática no se articulará
solamente desde la perspectiva de la verdad al interior del discurso, sino que
integrará cómo la construcción de saber en el discurso se vincula con el goce y
el cuerpo. De este modo, queremos mostrar una vía diferente de comprensión
del problema, que permite otros abordajes de la dirección y orientación de los
tratamientos psicológicos.

2.1 La problemática del trauma y la perspectiva del psicoanálisis

Primero que todo, se debe señalar que, al interior del psicoanálisis, esta
problemática ha sido abordada desde su comienzo. Por ejemplo, la
encontramos en las primeras elaboraciones sobre la histeria. En sus primeros
trabajos, Freud (1895) señala que la causa de la neurosis sería la experiencia
infantil de seducción sexual por parte de un adulto, la cual sería una
experiencia dolorosa y difícil a soportar por los paciente. De este modo, éstas
experiencias dolorosas son aisladas de la consciente, pasando al olvido. Sin
embargo, la incidencia de éstos recuerdos se hace presente en la vida adulta,
emergiendo simbólicamente a través de los síntomas de las pacientes. Freud
(1895) propuso entonces que toda la dirección del tratamiento consistía en
conectar el afecto penoso para el sujeto con el recuerdo, es decir, conectar lo
que viene del orden del cuerpo con el discurso del paciente.

Sin embargo, esta no será la última palabra de Freud (1887-1904), quien


introduce un paso radical que le permite fundar el psicoanálisis como campo de
saber: el paso de la teoría de la seducción a la teoría del fantasma, para la
comprensión de la causa de la neurosis. De este modo, la noción de
traumatismo es dejada de lado, pasando a tomar la predominancia las
nociones de sexualidad infantil y de fantasía, como los registros de la
experiencia subjetiva que se impondrán en la estructuración del inconsciente y,
por ende, en la sobre-determinación inconsciente de la experiencia consciente.
Por lo tanto, los contenidos de los recuerdos no siempre muestran la verdad
inconsciente, sino que la disfrazan en consistencia con las fantasías que
subyacen a la vida anímica del paciente.

De este modo, también se introduce, en cierta medida, la problemática


de la mentira en el discurso, ya no como un intento consciente de engañar,
sino que introduciendo el inconsciente mismo como una mentira o fundado
sobre una mentira. En la experiencia subjetiva, siempre hay elementos

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olvidados y reprimidos, los cuales aparecen bajo formas diversas, síntomas,
lapsus o sueños, los que ya implican una deformación de lo que realmente
estaría en juego: el funcionamiento del inconsciente, como realidad sexual, y
por ende, como incidencia del orden cuerpo en el funcionamiento psíquico.

Con posterioridad a Freud, Jacques Lacan introdujo una nueva


perspectiva en la definición del inconsciente, generando un cambio importante
en la comprensión de los fenómenos clínicos. De una manera novedosa, sus
aportes permitieron actualizar la teoría y la técnica analíticas llevándolas
claramente al campo de la palabra, del discurso y del cuerpo. Sin embargo, al
interior de sus trabajos sólo encontramos algunas referencias en relación al
problema del trauma, es decir, ellas no han sido el fruto de una reflexión muy
profunda, como se constata con las nociones de sujeto, objeto, deseo o goce.
No obstante, sus referencias al problema del trauma y su abordaje en el
psicoanálisis han influido significativamente en los desarrollos teóricos de
diversos psicoanalistas en la actualidad.

Al respecto, quisiéramos destacar sólo alguna de las perspectiva de


trabajo actual en esta orientación teórica. Por ejemplo, Deltombe (2007) analiza
el traumatismo como una experiencia de discurso, así sólo existe traumatismo
por la incidencia del lenguaje en la subjetividad, es decir, el traumatismo sólo
se sostiene como una experiencia de discurso.

En cambio Strauss (1996) señala que el traumatismo es el encuentro


con el deseo del Otro. Para este autor, este encuentro es estructural de todo
sujeto, por lo que el traumatismo está en el centro de toda experiencia
subjetiva, determinando la relación fundamental del deseo humano con el
deseo del Otro, es decir, su alienación al deseo del Otro. Por lo tanto, el trauma
insistirá en todas las experiencias en que su deseo emerja, ya que el deseo
tomará su matriz de reproducción en el trauma inicial que produce la
introducción del sujeto en el campo de la palabra y del deseo.

Para Briole (1998), el traumatismo responde a la lógica del fantasma, así


un evento deviene traumático cuando el fantasma fracasa, es decir, cuando la
potencia de un evento produce una desregulación importante a nivel de la
homeostasis subjetiva. Esta desregulación es conceptualizada como un
atravesamiento salvaje del fantasma, cuya consecuencia es la desarticulación
del ordena inconsciente, dejando al sujeto en frente de un real totalmente fuera
de sentido. En esta perspectiva, el trabajo analítico buscará el restablecimiento
del fantasma del sujeto, reintroduciendo la distancia o el “velamiento” de lo real,
a través de las coordenadas simbólicas e imaginarias del sujeto.

Una cuarta postura teórica es aportada por Insua (2008), quien señala
que el trauma es del orden de lo real. Ella distinguirá el traumatismo del
inconsciente, el cual está regulado por la lógica del deseo y el fantasma
inconsciente, así se trata de un traumatismo articulado por el significante,
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estructural a neurosis. En cambio, el traumatismo de lo real, que se encuentra
más allá de cualquier articulación del inconsciente, es la experiencia radical de
una alteridad que no se puede inscribir en el psiquismo, un punto imposible a
cualquier articulación. Por lo tanto, el trabajo analítico se constituye en los
bordes de un agujero, que vendría a ser una representación aproximada de lo
que es el trauma real.

Con estas menciones hemos querido poner de manifiesto que estas


concepciones de lo traumático no necesariamente son inválidas o
contradictorias entre si. A nuestro juicio, ellas son consistentes con algún
momento de elaboración teórica de Lacan, resultando en ese sentido válidas
para la comprensión de la experiencia analítica, pero a la vez de una manera
parcial. Como ya mencionamos, nos parece de vital importancia retomar el
problema del traumatismo al interior de la enseñanza de Lacan, ya que estos
nos permitirá poner en contexto las diferentes elaboraciones al respecto y
comprender los cambios de posición y los alcances de cada una de las
elaboraciones que realizó sobre el trauma, en el contexto de la redefinición y
complejización de su pensamiento.

El objetivo del presente artículo será abordar las principales


elaboraciones teóricas de Lacan respecto al trauma, para poder así tener una
primera perspectiva de conjunto sobre sus planteamientos. Luego de esto,
abordaremos la incidencia de lo traumático en la clínica, apoyándonos en la
experiencia de un caso clínico y las elaboraciones que desarrollaremos a
continuación.

2.2 Primeras teorías sobre el trauma en la enseñanza de Lacan

Lo primero que quisiéramos destacar es que Lacan (1953a) realiza un


giro teórico importante al comienzo de su enseñanza, bajo la consigna de su
retorno a Freud. Lacan (1953a) introduce y revaloriza el orden simbólico en la
experiencia analítica, situando el análisis como una experiencia sostenida por
la palabra y definiendo el inconsciente como estructurado como un lenguaje.
Como veremos, esto tendrá consecuencias importantes en relación a la noción
de trauma.

Al respecto, Lacan (1953a) excluye de entrada cualquier aproximación


de causalidad directa en la definición de trauma. Esto quiere decir que, por
ejemplo, indicar que un “evento” causa un trauma o una “sintomatología” no se
sostiene. Al contrario, no existen los eventos en estado “bruto”, sólo existen los
eventos de lenguaje, pues el orden de la realidad de los seres hablantes está
regulado y ordenado en el registro simbólico.

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El trauma será articulado a medio camino entre el “evento bruto”, que
corresponde a ciertas “contingencias” de la historia de un sujeto- y que por lo
tanto no existe a priori- y la sobre-determinación inconsciente, es decir, toda la
estructura significante que determina la subjetividad y da el soporte al discurso.
El trauma para Lacan (1953a) sólo es concebible a nivel discursivo, haciendo
pasar la contingencia del evento a la necesidad lógica, punto de partida de toda
palabra, que instala el orden de la verdad, incluso bajo la forma de una mentira
como lo testimonia Freud con la “proton-pseudos” histérica. De este modo, el
punto original de la palabra, punto que la funda, insiste en el discurso de
manera inconsciente, indicando un orden de realidad discursiva que determina
el funcionamiento psíquico.

Por otra parte, se puede señalar que el trauma o los eventos traumáticos
quedan inscritos de una manera particular en la estructura psíquica, como
elementos fijos y aislados imaginariamente. Este sentido, si consideramos que
el avance en la cura se realiza de manera dialéctica, es decir, por el paso de lo
imaginario- que hace resistencia al avance del proceso analítico- al plano
simbólico, a través de la palabra en el análisis, debemos situar lo traumático en
el registro de la inercia o la fijación imaginaria, que en esta época, corresponde
a la configuración del cuerpo, siguiendo las elaboraciones del estadio del
espejo (Lacan, 1951b).

En este momento, Lacan (1953b) señala que si bien existen estos


elementos “fijados” en la estructura psíquica, como lo son los traumas y los
fantasmas de los pacientes, ellos no han pasado por la dialéctica de la palabra,
generando resistencias e inercia en el discurso de los pacientes.

Por lo tanto, en un primer momento el trauma se puede considerar bajo


dos modalidades: 1) imaginariamente se sostiene como un elemento que no
pasa por el discurso y que, por lo tanto, queda aislado siendo excluido de la
dialéctica de la palabra 2) en el plano simbólico, como articulación necesaria
que funda el discurso de un paciente, que insiste como una necesidad lógica
del discurso. En principio, se podría señalar la antinomia de estas dos
concepciones, sin embargo ambas muestra el carácter “resistente” del trauma.
En el sentido psicoanalítico, el trauma sería lo que se opone, por su fijación y
repetición, a la dialéctica de la palabra.

No obstante, esta perspectiva será re-elaborada por Lacan,


introduciendo las distinciones del deseo (Lacan, 1957) y del goce (Lacan, 1960;
1962). De este modo, el traumatismo será situado en relación a los primeros
encuentros con el Otro del deseo y a la configuración del fantasma, como
matriz primera de la producción de subjetividad en el análisis, la cual a su vez
regula el goce a través del establecimiento de los límites del deseo.

En relación a la perspectiva sobre el deseo, se puede señalar que el


trauma se sitúa en el encuentro con el Otro, particularmente con el deseo del
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Otro. Se encuentra el planteamiento al respecto en dos citas durante el
seminario de las formaciones del inconsciente (Lacan, 1957): el análisis sobre
la posición subjetiva de A. Gide y la otra respecto al deseo en la neurosis.

Sobre la posición subjetiva de A. Gide, Lacan (1957) mostrará como la


incidencia del deseo del Otro instaura una “primera vez” que quedará
plasmada, bajo la forma del Ideal del yo, constituyéndose en una marca
imborrable, pero a la vez en una solución al enigma del deseo del Otro en su
subjetividad. Esta marca determinará su posición sexual y su relación con el
Otro.

Lacan (1957) introducirá la problemática a partir de tres tiempos lógicos,


que si bien siguen una correspondencia cronológica, toman su importancia por
la configuración de una estructura. El primer momento corresponde a la
indeterminación subjetiva, ante lo cual destaca el tipo de relación que Gide
tenía con su madre, ella siempre lo ubicó en un lugar indeterminado en su
deseo. Luego, se sitúa un segundo momento, un intento de seducción por
parte de su tía, ante el cual el pequeño Gide huye despavorido, para Lacan,
queda introducida la primera vez, un deseo sin mediación, que localiza al
sujeto como “un niño deseado”.

Está “primera vez” o primera incidencia del deseo del Otro será ratificada
en un tercer momento, en un encuentro años después, donde la posición inicial
de A. Gide quedara fijada. Él entra en la casa de su tía, viéndola junto a otro
hombre en una actitud amorosa, en ese momento el decide ir rápidamente al
encuentro de su prima, quien se encuentra en el segundo piso de la casa,
llorando, en ese momento A. Gide decide dedicarse a ella, indicando el punto
en donde comienza su amor por ella.

Lacan (1957) resolverá el problema del trauma como la inscripción de un


deseo sin mediación, es decir, un deseo que deja su marca en el sujeto y que
fija su posición subjetiva, ser “un niño deseado”. Así, entre su posición
subjetiva se jugará por la afirmación y negación de esta frase, buscará cuidar y
amar a niños que no fueron deseados, y en el mismo acto, huirá de esta
posición, al posicionarse como el cuidador de estos niños.

La segunda referencia corresponde al fantasma traumático en la


neurosis. Lacan (1957) señala que en este tipo de fantasma se trata siempre
de la introducción del sujeto a la vida “significante”, por lo tanto este tipo de
fantasmas tocan se articulan con los mitos fundacionales de la subjetividad. De
este modo, lo que se produce es un distanciamiento entre el cuerpo y la
subjetividad, en donde el sujeto sufre el horror ante la experimentación de su
propio cuerpo, alienándose al Otro. De este modo, el deseo se articula al Otro,
tomando su deseo, pero a la vez siempre quedará algo que no entra en esta
dialéctica del deseo, que es el núcleo del deseo que si bien se articula, no logra

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ser articulado por el paciente. Aquí la solución de Lacan pasará por la
introducción, a nivel de la subjetividad, de la falta en el Otro.

En las dos referencias que hemos señalado, el deseo se instala en la


vida subjetiva sobre un momento inaugural, como una primera inscripción, que
a la vez será la fuente de la inercia que caracteriza el funcionamiento del
inconsciente. En ambos casos, se instala una solución al enigma del deseo del
Otro, que permite dar una inscripción a lo traumático, por una parte la solución
por el Ideal del yo y por la otra, el significante de la falta del Otro.

Estos planteamientos, llevarán a Lacan (1959) a situar la problemática


del goce, en donde el trauma volverá a sufrir una modificación y un
desplazamiento al interior de la teoría. En su seminario sobre la ética del
psicoanálisis (Lacan, 1959) se introducirá la cuestión de los límites de los
simbólico en la estructura subjetiva. Si bien, en las dos citaciones anteriores
vemos que la cuestión está presente, la novedad de este seminario será la
introducción de la noción de goce, la cual emerge por el forzamiento y la
transgresión de los planos simbólicos e imaginarios. Por lo tanto, el goce se
producirá como un “fuera de sentido” de la experiencia subjetiva.

Considerando la conceptualización del goce, se produce un nuevo


marco que permite orientarnos en relación a trauma, donde la referencia a la
transgresión y al límite estarán en el centro.

En el seminario X (Lacan, 1962), el trauma será tomado por la vía del


fantasma, que tomará el relevo en relación al deseo. Así, se debe comprender
al fantasma como la primera solución subjetiva al enigma del deseo del Otro,
pero en un doble sentido: primero como una articulación testimonial del
momento en que el sujeto orienta su deseo en el registro sexual – el plano de
la relación al Otro y al objeto del deseo- y luego como una pantalla, que
permite mantener a distancia el goce del Otro, un real que sobrepasa al sujeto.
Por lo tanto, es el orden del deseo el que permite una regulación u
homeostasis subjetiva, que mantiene a ralla la desregulación que introduce el
goce en la vida psíquica.

En este contexto, el traumatismo se inscribirá entre el fantasma y el


goce. Por una parte, el fantasma le daré el soporte articulado, en términos
significantes, al trauma, mientras que el goce permitirá situar el “fuera de
sentido radical” que el trauma incluye. El traumatismo será “enmarcado
psíquicamente” como un exceso de goce, tomando la forma de un forzamiento
del fantasma. De este modo, el traumatismo se produce cuando un elemento
de la estructura “toca” o “implica” algo del fantasma fundamental, lo cual
desencadena un goce que viene a desregular el funcionamiento homeostático
de la subjetividad.

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En otro términos, ante la pregunta “¿Qué quiere el Otro?” el sujeto sin
recursos significantes. Por lo tanto, debe responder con su propia castración, la
libra de carne que debe perder para poder acceder al registro simbólico, es
decir, su propia mutilación u objeto a. En este sentido, el sujeto se ve reducido
a la función de objeto del goce del Otro.

Concluyendo esta primera parte, quisiéramos poner en evidencia que las


primeras perspectivas de Lacan nos permiten comprender el traumatismo como
algo del orden de lo “realizado”, por ejemplo, una fijación y un elemento que
emerge como necesario al interior del discurso, una “primera vez del deseo” o
el “exceso de goce” ante el fracaso del fantasma. Las tres le dan un marco
“comprensible” al trauma, es decir, un soporte de articulación discursiva a un
elemento que no necesariamente es articulable en la palabra. Sin embargo, lo
que marcará el trabajo futuro de Lacan será la proyección y la imposibilidad de
situar un “todo” dentro del trauma, como veremos a continuación.

2.3 Últimas concepciones sobre el trauma en la enseñanza de Lacan.

A partir de su seminario “Los cuatro conceptos fundamentales del


Psicoanálisis”, se introduce un nuevo paradigma en relación al inconsciente,
que llevará a Lacan (1963) a situarlo en el plano de lo « pre-ontológico » o « no
realizado ». Este desplazamiento estará íntimamente ligado a la lectura de lo
inconsciente a partir de dos de los principios de la causalidad en Aristóteles:
“tyché” y “automaton”.

Por “automaton”, Lacan (1963) se referirá al funcionamiento o a la


causalidad a nivel inconsciente como la articulación de las redes de
significantes, es decir, a lo que ya ha elaborado como el inconsciente
estructurado como un lenguaje. Así, en este nivel de funcionamiento, la ley del
deseo regulará las asociaciones entre los significantes, tomando su
orientación, a partir de la incidencia del complejo de Edipo.

En cambio, con la noción de “tyché”, Lacan (1963) querrá poner de


manifiesto la dimensión de la repetición, pero ya no en el registro simbólico,
sino que más bien en la dimensión de lo real. En la experiencia subjetiva,
aquello corresponde a lo que escapa a la articulación significante, repitiéndose
de un modo “acéfalo”, es decir, sin necesariamente la implicación de un sujeto.

Esta experiencia aparece bajo la forma del encuentro, de mal encuentro


o desencuentro con lo real. Lacan (1963) lo ejemplifica a partir de sus
comentarios sobre el “ombligo del sueño” o la experiencia subjetiva entre el
sueño y la vigilia. En ambos casos el sujeto se ve confrontado a lo que “es”
antes de que aparezca como representado o como conciencia, pura
experiencia de lo “acéfalo”.

88
Lo traumático entra en la serie de experiencias de desencuentro con lo
real. El trauma se ubica como la experiencia de un recuerdo inmemorial, que se
instala como viniendo de un más allá de la representación. Como hemos
señalado, en este registro el sujeto ya no se percibe como unidad o como
consciencia, sino como movilizado de manera “acéfala”. Es en este nivel que
Lacan (1963) situará el funcionamiento pulsional, es decir, la articulación entre
el significante y el cuerpo.

El “reverso de la representación”, será el orden pulsional, que Lacan


(1963) llevará hasta su extremo, siguiendo a Freud, al señalar que la pulsión no
tiene objeto que la satisfaga y que sólo busca la repetición de su circuito para
obtener su satisfacción, es decir, ella es un montaje. Sin embargo, este modo
de funcionamiento nos lleva a una consecuencia inesperada, a nivel de la
pulsión, la experiencia subjetiva estará marcada por la decepción, es decir, no
hay ninguna satisfacción para la pulsión que sea definitiva.

Insistimos, a nivel pulsional, la experiencia de la repetición estará


marcada por la decepción, es decir, que hay un elemento en la subjetividad
que se repetirá indefinidamente sin lograr una solución, en términos de
articulación significante o de objeto de satisfacción. Es de esta manera, que
Lacan introducirá la relación del sujeto con su cuerpo, nuevamente por la vía
del trauma, al señalar que la experiencia de goce, a nivel pulsional, siempre
aparece como “demasiado” o “demasiado poco”, un goce que no encuentra su
justa medida, haciendo alusión a las escenas traumáticas que describe los
sujetos obsesivos o histéricos respectivamente.

Así, se produce un punto de viraje que marcarán las concepciones más


características de su última enseñanza: la articulación del goce del cuerpo con
el significante. Como vemos en la perspectiva precedente, Lacan trabaja la
articulación de lo traumático en base a inscripciones, pero que no
necesariamente hacen articulación entre significantes, y que, por otra parte,
apuntan a un elemento que del orden de lo imposible, en el sentido de lo
imposible a la articulación y a la inscripción a nivel de la estructura discursiva.

Los esfuerzos de Lacan no se detendrán en esa posición, sino que irá a


buscar nuevas perspectivas que permitan articular lo que es del orden del
discurso y el cuerpo. De este modo, entre estas dos unidades de análisis
debemos comprender el traumatismo.

En su seminario de un Otro al otro (Lacan, 1968), la articulación


discursiva será llevada hasta sus límites, el Otro se volverá inconsistente, no
podrá garantizar la verdad del discurso, abriendo la puerta para que todo
ejercicio del saber se construya sobre el fracaso del significante. Este fracaso
corresponde a la imposibilidad de gobernar el goce del cuerpo, el cual aparece
en el orden de lo inconmensurable. Así, el traumatismo testimoniará de este
fracaso, dando paso a lo que Lacan (1968) denomina « saber desfalleciente ».
89
De lado del cuerpo, vemos como el goce se desdobla. En un nivel, éste
se integra al discurso bajo la forma del objeto a o plus-de-gozar, pura
producción y perdida producida al interior del discurso, que testimonia el
'borramiento' y vaciamiento del goce del cuerpo por la acción del significante.
En oposición, encontramos el goce el cuerpo, que se opone a la articulación
discursiva, siendo lo más real en la experiencia analítica, es decir, un goce
inconmensurable que no pasará nunca al orden significante. De este modo,
Lacan (1968) introducirá el traumatismo como la repetición de una huella que
moviliza los afectos del cuerpo. Por lo tanto, el cuerpo y sus afectos
determinarán las producciones discursivas en un análisis.

Pero las antinomias y las articulaciones entre el cuerpo y el discurso no


se cerraran con esta perspectiva. Solamente quisiéramos mencionar
brevemente que Lacan desarrollará una visón de la repetición como “Uno”,
donde el goce no se asegurará con el Otro, sino que este se manifestará como
la experiencia de la subjetividad más radical, lo que tocará lo más profundo de
la subjetividad de cada ser hablante. Mencionamos rápidamente tres
conceptualizaciones que nos permiten comprender los fenómenos del
traumatismo: el “troumatismo” (Lacan, 1974, inédito), el acontecimiento del
cuerpo (Lacan, 1975) y el traumatismo de “lalengua” (1976).

Respecto al “troumatismo” (Lacan, 1974, inédito), la dimensión de la


imposibilidad lógica aparece en el centro de la articulación. Lacan dirá que el
sujeto hace “troumatismo” en el punto en que el sujeto debe asumir una
posición sexual, punto marcado por una imposibilidad lógica para el discurso.
Por lo tanto, a nivel inconsciente, toda posición sexual se constituye sobre un
punto de falla o falta para el significante, el cual no puede imponerse a lo real
del cuerpo.

Así del lado del hombre, esta imposibilidad lógica se situará en relación
a la excepción, el padre de tótem y tabú de Freud (Lacan, 1971). Esta
excepción se constituye como confirmando la regla: “todos los hombres
padecen de la castración”. De este modo, en la posición masculina, siempre se
jugará la tensión entre el padre mítico que puede gozar de “todas las mujeres
“y la imposibilidad de asumir ese lugar. De este modo, el goce masculino
pasará irremediablemente por la reducción del partenaire a la función del
objeto a, es decir, a ver reducido su goce al goce del objeto a.

En cambio, del lado femenino, la articulación se realiza por el lado de la


inconsistencia lógica. A nivel inconsciente, todos los seres hablantes tienen
relación a la castración, sin embargo, la mujer, en palabras de Lacan (1971),
participa parcialmente a esta función, es decir, en tanto que no-toda. Así el
problema de la inconsistencia, como imposibilidad lógica, es en la existencia de
un doble principio, la castración, cuyo goce es reducido, y el campo abierto a
un goce “indecible”, que no pasará por la palabra.

90
Por último quisiéramos destacar las últimas dos perspectivas que
generalizan la función del traumatismo: el traumatismo de la lengua (Lacan
1976) y el acontecimiento del cuerpo (Lacan 1975). Así, es a nivel de una
lengua, “la lengua” de cada sujeto, que Lacan situará la incidencia y
movilización de los afectos que puede ejercer el significante, incluso reducido a
una letra, un sonido, un neologismo que marcará la incidencia del goce en la
subjetividad.

Lo Uno, el rasgo distintivo de un sujeto o la particularidad de cada caso,


se articulará ya no a cadenas significantes, sino que a palabras, neologismos o
sonidos. El soporte material de los equívocos que permite una lengua, en
donde se demuestra la contingencia y la particularidad de cada caso. Cada
« trauma » nos confronta con el sin sentido radical del goce, donde la función
del Otro deviene inexistente. Así todo traumatismo de la lengua estará
conectado a un evento del cuerpo, es decir, el encuentro entre la función
significante y el goce del cuerpo, momento mítico de la fundación de una
subjetividad, gracias al encuentro del significante con el cuerpo, que crea
espacios para la articulación, la inscripción y lo imposible.

3. Métodos

Para el análisis del caso, se ha considerado los principios planteados


por Berenguer (2006) y Laurent (2006) en relación a la construcción del caso
clínico en psicoanálisis. Así, el caso clínico se construye como una elaboración
del terapeuta, cuya finalidad es dar cuenta de cómo la práctica analítica
comprende los diferentes momentos de un tratamiento. Esta elaboración se
contrapone, a por ejemplo, el pase, que es la elaboración o testimonio que
hace el analizante sobre su propio caso.

De este modo, se deben considerar las limitaciones, en términos


metodológicos de esta perspectiva, ya que si bien permite dar cuenta de los
fenómenos clínicos, no pretende dar cuenta de una clínica objetiva, sino que
más bien apunta a la elaboración y transmisión del saber del psicoanálisis.
Además, en el marco de este trabajo, seguimos los planteamientos de Nasio
(2000), siendo el objetivo principal de esta presentación la función heurística,
es decir, la posibilidad que nos entrega un caso clínico de ejemplificar un
concepto teórico del psicoanálisis.

De este modo, se seleccionó el caso de una paciente mujer, que estuvo


en tratamiento durante 1 año y 3, con una frecuencia semanal de sesiones en
el Centro de Salud Mental San Joaquín de la Pontificia Universidad Católica de
Chile. Las características de continuidad y duración del tratamiento permiten
dar cuenta de la incidencia del traumatismo sexual en diferentes momentos y
niveles de la experiencia subjetiva durante el tratamiento.

91
En relación a la paciente, que a continuación denominaremos S.,
podemos señalar que: al momento de la consulta tenía 20 años, estado civil
soltera, trabajaba como niñera y asesora del hogar, viviendo con la familia.
Respecto a su familia, el padre se había casado dos veces, siendo la segunda
esposa la madre de la paciente. Ella vivió con 4 hermanos, pero también tiene
una relación cercana con sus medios hermanos, que son 3 más.

En relación con la experiencia de abuso sexual, se puede decir que fue


intrafamiliar, cometido por el padre de forma continua durante los 5 y 12 años
de edad, momento en el cual esta situación se interrumpe, porque ella es
enviada a otra ciudad. Por último, se debe señalar que el diagnóstico de un
paciente con estructura neurótica permite situar la cuestión del traumatismo en
el contexto de las neurosis, facilitando la ejemplificación de la incidencia de lo
inconsciente en el caso.

4. Resultados

A continuación se presenta el análisis del caso clínico, a partir de cuatro


momentos que ilustran la incidencia del trauma durante el tratamiento, que a su
vez son consistentes con cinco de las formas que Lacan identificó durante su
enseñanza.

4.1 El traumatismo como goce del Otro

La paciente consulta por la sensación de estar invadida por los


recuerdos de abuso sexual, el cual ha sido cometido por el padre. Esta
situación se habría vuelto insoportable luego de un encuentro confuso durante
“carrete” con un medio hermano. Ella cuenta que, luego de haber bebido
mucho, decide ir a dormir, no recordando muy bien las circunstancias de este
hecho. Cuando despierta, S. ve a su medio hermano haciendo el gesto de
arreglarse el pantalón, particularmente arreglarse el cinturón, ante lo cual ella
interpreta que “algo sexual” había sucedido, concretamente, que él le había
hecho “algo sexual”. Sin mediar una discusión, y ante la incomprensión del
medio hermano, S. sale despavorida de la pieza, dejando la casa.

A los pocos días de este desencuentro, comienzan a emerger con


mucha fuerza los recuerdos del abuso sexual, sobre todo en momentos en que
ella se siente sola o está sola en la casa. Sin embargo, ella no hablará de este
desencuentro con el medio hermano durante gran parte del inicio del
tratamiento, al contrario lo que predominará serán los recuerdos del abuso
sexual. Al respecto, y en relación con nuestro, tema destacamos dos viñetas:

Durante una sesión ella dirá:

92
“Mi padre esperaba a que mi mamá se fuera, ella siempre se iba y nos
dejaba solas con él (dice con rabia), en ese momento mi padre comenzaba
a cerrar las cortinas de la casa, yo lo único que pensaba era en mi hermana,
yo corría a verla que estuviera durmiendo, mientras mi padre venía detrás
de mí. En esos momentos pensaba que estaba ayudando a mi hermana, ahí
él llegaba y comenzaba a abusar de mi” (...) que puede señalar al
respecto47 (…) silencio, nada más no se me ocurre nada más”. Luego de
este relato S. me hace la siguiente pregunta: “Mi padre me abusaba cuando
niña, pero ¿por qué lo hizo?”. Ante lo cual señalé “su padre quiso”.

Durante otra sesión, por motivos de demanda de atención en el centro,


se debió cambiar el box habitual de atención, situación que sorprende a S.,
quién comenzará la sesión señalando:

“Ohhh, éste box no tiene ventanas, es como estar atrapada, eso me da


miedo, no me gusta sentir esta sensación”, luego asociará a la siguiente
escena “me acuerdo que una vez estaba en la cocina y llegó mi padre, el
comienza a tomar las sillas que estaban ahí, haciendo un círculo alrededor
mío, yo estaba sin poderme mover, cuando terminó, me acorraló con la
pared y me empezó a tocar (…) (Silencio de la paciente y detención de las
asociaciones)”.

Podemos agregar a estas dos viñetas que durante las primeras


entrevistas, S. continuará hablando con dificultad de las situaciones de abuso,
aportando más recuerdos con el padre, que siguen una misma lógica : se trata
de escenas en donde hay un momento en que la palabra se detiene.

La particularidad de este momento, siguiendo a Lacan (1962), es la


emergencia de un goce “en exceso”, que mortifica al sujeto, reduciendo a su
posición de puro objeto. Así, vemos al Padre en la posición del Otro que
demanda “su castración”, es decir, ante la inminencia no sólo de su deseo, sino
que de su demanda pulsional, S. como sujeto no cuenta con ningún significante
que la represente, reduciéndose a la función de puro objeto de satisfacción del
Padre.

Aunque se trate de una experiencia cruda, en ella predomina una


articulación significante, que es ordenada por los restos del fantasma, que
localiza la emergencia del momento de la detención del discurso. Entonces, se
puede apreciar el fracaso del fantasma por mantener el deseo del Otro
“enmarcado” y “alejado” por sus límites. Así, la dimensión del traumatismo
aparece como fracaso del fantasma por “ordenar” y distanciar el goce del Otro,

47
De aquí en adelante, en el texto las citaciones serán presentadas en cursiva, y las intervenciones del terapeuta
se presentarán en negrita cursiva.

93
donde el sujeto debe pagar con su propia castración, es decir, reducirse a la
función del objeto que regula la relación con el Otro.

Este periodo del tratamiento será denominado por la paciente como el


“trabajo de los recuerdos”, que si bien en un inicio corresponde a exponer su
síntoma ante el terapeuta, dará paso a una nueva forma de relación con los
recuerdos, poner palabras donde no las había, donde el relato se detiene. De
este modo, S. comienza a dar paso a una narrativa diferente, el relato se
complejizará, dando lugar a cada uno de los integrantes de la familia y ella
misma. Los recuerdos serán vinculados con sus experiencias actuales. Por
ejemplo, la paciente en diversos momentos se quejaba por “no poder hablar …
(con sus padres, con sus jefes)”, de “sentirse atrapada”, “encerrada”, “no puedo
salir”.

4.2 El traumatismo como manifestación de un deseo sin mediación y su


solución en términos significantes

Como ya se mencionó, el primero en aparecer claramente en las


asociaciones de la paciente es el padre. Sin embargo, con la complejización de
su narrativa, éste no sólo aparecerá como el abusador, sino que comenzarán a
emerger otras características que definen su ser y su posición en la familia.

Así, podemos describir una trayectoria respecto de quién es el Padre


para la paciente, que le permitirá situarse en relación al deseo del Otro. En un
primer momento S. dirá:

“(...) él, es la figura intachable, incriticable, él siempre tiene la razón (…) el


siempre aparece como intachable para los demás, pero ellos no saben quién
es él, no saben la verdad”.

Como vemos, aparece siempre del lado de la omnipotencia, pero a la


vez se introduce el problema de si es o no verdadera esta omnipotencia. Por lo
tanto, se introduce un cuestionamiento respecto de la posición del padre.

Luego de esto, ella agregará que él es una persona violenta y


controladora, ante la cual no se puede decir ni hacer nada. Estos significantes
permitirán hacer más clara su relación con él, y ya no como lo hacía
anteriormente, en relación con los otros integrantes de la familia. Ella, por
ejemplo, referirá a las palabras que su padre utiliza para dirigirse a ella: “la
tonta”, “la lesa”, “cállate tonta”. A lo que S. agregará: “con él, cuando hablo me
siento así, tonta”. Sin embargo, el hecho de plantear estos significantes, le
permitirá ponerlos en cuestión, e incluso, experimentar el poco sentido que
finalmente tienen estos significantes sobre lo que ella “es” o “podría ser”, ya no
necesariamente reduciendo su “ser” a lo que dice su padre.

94
Una tercera escansión se ubica más tarde en el tratamiento, S. precisará
respecto a su padre “él es la voz que manda, siempre se hace lo que él dice”.
Esto permitirá poner la relación con su padre, en otro registro, ya no de dos
individuos, sino que llevar la relación a la cuestión de un objeto, que le resulta
misterioso y desconocido, esa voz que dice y que ordena. Este punto se
detendrá cuando en una sesión se llega al siguiente dialogo: “(...) él nos robó lo
más preciado (…) ¿qué es eso? (…) no sé, eso es algo que él decía, creo que
tiene que ver con nuestra inocencia”.

Además de estas referencias, que permiten pasar del plano del “ser” de
la paciente y del padre, a poner la pregunta por otro objeto “misterioso” la
mirada del padre. Sobre ésta aparecen enunciados sorpresivos, como por
ejemplo: “Él tiene varias miradas, a veces me miraba con satisfacción”. Sin
embargo, éstas varias miradas pronto se reducen a dos, la mirada de
satisfacción y una mirada reprobatoria, ante ésta última la paciente se veía
reducida al silencio y con una cierta vergüenza, por haber callado lo sucedido.

En este contexto, el registro de la mirada empieza a cristalizarse como


un campo que la implicaba subjetivamente y que a la vez hace resistencia al
avance de su discurso. S. señala:

“Cuando voy a la casa, no puedo mirarlo a la cara, es como si él todavía


tuviera influencia sobre mi, pero me da mucha rabia que nadie lo vea como
realmente es (…) con su silencio usted sólo mantiene la imagen de su
padre (…) para mi, mi padre, a pesar de lo que hizo con nosotras, siempre
será importante, no quiero ser la persona que destruya mi familia”.

Finalmente, en una sesión S. logra hablar sobre su posición en la


historia del abuso con el padre, momento que pondrá fin a un proceso de
elaboración de su posición subjetiva en la historia de abuso. Al respecto, se
selecciona la siguiente viñeta:

“¿qué lugar ha ocupado usted en todo esto que ha vivido? (…) yo fui un
juguetito de mi padre, él lo tomaba y lo dejaba cuando él quería (…) eso no
excluye que yo sentí cosas (…) ¿qué cosas? (…) cosas en mi cuerpo eso
me avergüenza (…) el cuerpo siente más allá de lo que usted pudo
querer (…) a pesar de eso sigo sintiendo esa vergüenza”.

Luego de esto, la paciente logra enfrentar a su padre, invirtiendo la


relación descrita anteriormente, como queda de manifiesto en la siguiente
descripción que hizo S. del “encuentro” con su Padre:

“Esperé un momento en que estuviéramos solos, mi mamá salió junto con


mi tía al cine, yo estaba nerviosa, en ese momento no quedaba nadie más
en la casa, ahí me decidí a ir a hablar con él, esperé a que entrara en la
cocina y ahí lo encaré (...) En ese momento el reconoció todo, yo lo miré y

95
se veía tan débil, él había bajado la cabeza, como que ya no era el mismo
ante el que yo me callaba, parecía un viejo débil, le pregunté por qué lo
había hecho y me dijo que estaba enfermo (…) En ese minuto me puse a
llorar, le dije que nos había hecho mucho daño, pero que a pesar de todo, lo
perdonaba y que para no echarle a perder la vida a su madre y hermanos no
iba a contar nada a nadie”.

En relación al traumatismo, podemos señalar que se produce un


recorrido que va desde la indeterminación subjetiva hasta la articulación de una
posición en el deseo del Otro, que permite la inversión de la relación, la
confrontación con el padre y el alivio subjetivo. La indeterminación comienza
con los mismos recuerdos señalados en el apartado anterior. Así, la paciente
no sabe que lugar ocupa en el deseo del Otro, no hay ningún significante que
de cuenta de esa posición. En este momento, ella padece el deseo del Otro
como un “deseo sin mediación”, es decir, que no logra pasar al significante.

Luego de esto vendrán las escenas en donde la paciente identifica


ciertas palabras que la localizan como objeto para el padre: “tonta”, “lesa”. Sin
embargo, al pasarlas por la palabra, rápidamente las palabras serán
cuestionada, perdiendo su sentido y por ende, disminuyendo la mortificación
que ellas producen. Sin embargo, ante estos atisbos de solución a la
problemática del deseo del Otro, la paciente encontrará finalmente una
solución subjetiva: haber sido “objeto” o “juguetito del padre”. En ese momento
en el cual se produce la distancia de esa posición mortificante, por la acción de
la nominación. Su lugar queda sancionado y a la vez puede nominar la
dimensión del deseo.

4.3 El traumatismo como desencuentro con lo real

Al respecto citaremos tres escenas que son puestas en serie por la


paciente durante una sesión, que muestran la experiencia radical del trauma,
como un mal encuentro con lo real (Lacan, 1963). La sesión comienza:

“Un día él me llama, me dice que nos encontremos en su casa, no, no (…)
perdón, nos encontramos en un hotel, en una pieza de hotel (…) estábamos
juntos en la cama, no había pasado nada, él se acerca a mí e intenta darme
un beso, en ese momento sentí asco y decidí irme, nunca más volví a verlo”.

A esto agregará, qué él era un sujeto muy agresivo y violento, que en


esos momentos de intimidad se sentía invadida por las imágenes y recuerdos
del abuso del padre. Entonces, el terapeuta resalta estos dos rasgos,
“agresivo” y “violento”, ante lo cual ella dirá “al parecer elegí una persona como
mi padre”.

96
Luego recuerda la escena que la moviliza a consultar, con su medio
hermano, destacando lo cercanos que eran, teniendo ella un lugar muy
importante en su vida actual. Ella señala que suple la carencia de otras
mujeres, cuando él se queja de sus parejas, ella lo escucha y el le dice que al
final ella es única, sintiéndose especial. Ella dirá entonces sobre la escena del
medio hermano:

“cuando desperté (se refiere al día después de haber estado festejando con
su medio-hermano) sentí un sabor extraño en la boca, no sé bien que era,
pero me daba asco, ahora que lo recuerdo bien es la misma sensación que
sentí en el reencuentro con mi ex”. Finalmente, en la misma sesión,
retomará la escena en donde el Padre la encierra en la cocina, “Él se
acercaba y yo sentía un olor raro de su boca, yo también ahí sentí asco”.

Es a partir de las tres escenas mencionadas, es decir, con el expololo, el


medio-hermano y el padre, que podemos situar la dimensión del mal encuentro
con lo real (Lacan, 1963). En el registro discursivo existe un momento
fundacional, a saber, la tercera escena contada, que sitúa un orden de la
experiencia como real: la transgresión paterna de la interdicción del incesto.

Si seguimos a Lacan (1957; 1962), podemos decir que todo el registro


del deseo y el fantasma en la neurosis son ordenados por esta interdicción. No
obstante, este encuentro singular y fundador de un real, muestra como la
transgresión queda inscrita como un elemento “necesario” (en el sentido
lógico), pero que se repite como si fuese pura “contingencia”, es decir, se repite
con “la novedad” de las otras escenas.

Lo que queda en el relato es ese “poco de realidad” que viene a indicar


la salida de escena o pasaje al acto: El sabor extraño, el asco, que producen
las escenas, conectándolas entre sí. De este modo, la interpretación sexual de
la escena con el medio hermano y la imposibilidad de cumplir con el acto
sexual, recuerda la huella dejada por este primer encuentro con lo real, donde
lo sexual queda inscrito del lado de la trasgresión. Ante esto, la única salida
posible es la “salida de la escena” precipitando los pasajes al acto descritos en
las dos escenas más recientes.

4.4 El traumatismo y la inconsistencia del Otro

Ya más hacia el final del tratamiento, la paciente retomará un tema que


nunca abordaba, la relación con la madre, que durante el tratamiento aparece
como una figura externa y siempre marcada por su ausencia. Por ejemplo:

97
“Ella no estaba ahí cuando las cosas sucedían”; “ella partía a trabajar a otra
ciudad y él se quedaba con nosotros”. En una sesión, le pregunto si su
madre sabe algo sobre el abuso: “eso me parece imposible, no lo podría
soportar, yo nunca podría contarle nada a ella, pues creo que si le cuento
ella podría sufrir muchísimo, no se lo que pasaría con ella. Yo creo que ella
no sabe nada de lo sucedido”

Incidencia del inconsciente, a través de un recuerdo encubridor:

“(...) me veo un día, en la cocina, yo jugando siendo una niña muy chica,
debí haber tenido cerca de 4 ó 5 años, pues me acuerdo haber estado
jugando con un juguete para aprender las letras, me acuerdo que entra mi
padre y el se sentó al lado mío, él era bueno, el me ensañaba a leer (…) la
cocina (se produce un silencio y la paciente duda)… por qué me dice eso,
¿no lo entiendo?”

En la sesión siguiente dirá:

“(...) al parecer el recuerdo no es verdadero, no sé, ahora lo dudo, tengo otro


recuerdo que es mucho más terrible, estamos en la cocina, yo jugaba y mi
padre se acerca, comienza a tocarme (…) en ese momento, se acerca mi
madre a la cocina y nos ve, siento mucha vergüenza, y bajo mi mirada,
mientras veo rápidamente como mi madre también baja la suya y sale
rápidamente de la habitación”. Al respecto, aparecen dos conclusiones, la
primera sobre la madre “ante su mirada yo bajé la mía y comencé a sentir
vergüenza, ella salió rápidamente de la cocina, al parecer ella siempre lo
supo, a pesar de mi deseo de que ella nunca lo supiera”. La segunda
respecto al padre “yo me cree una imagen de él, todo este tiempo me he
creado una imagen que yo quería tener de él, yo sólo quería tener un
padre”.

En este pequeño relato, podemos mostrar como el inconsciente viene a


articularse alrededor de un saber desfalleciente (Lacan, 1968). La paciente
sabe y no sabe a la vez, posición absolutamente inconsistente del discurso,
que refleja como se inscribe el trauma en su interior, siguiendo la lógica de la
represión neurótica. Así, el discurso el lugar del Otro se sitúa a la madre como
no sabiendo que sabe. Debemos señalar que para la paciente, sostener este
saber, era absolutamente difícil y doloroso, situándolo también dentro de la
lógica del trauma, como un saber que no llega a inscribirse y a articularse del
todo en el discurso y la palabra.

Por otra parte, también se aprecia como lo que queda de “afecto” o de


goce, es un cierto 'borramiento' de cierto orden del cuerpo por el discurso de la
“vergüenza”. Aquí se aprecia como la desregulación del cuerpo es introducida

98
por el significante, que moviliza los afectos. El cuerpo es atrapado por el
significante, las miradas que se cruzan y al significante cocina, uno de los
lugares donde el padre la abusaba, tocaran la profunda implicación materna en
su historia. Así, es a nivel de la mirada de Madre, que se instauran las huellas
que quedan de un traumatismo diferente, el de la imposibilidad de inscribir una
transgresión “reconocida” por la madre, y ya sólo en relación con el padre. De
este modo, se instaura la imposibilidad de borrar ese goce mortificado
producido en la escena.

Entonces sólo queda la inscripción de “bajar la mirada”, que se


instaurará como el acontecimiento del cuerpo (Lacan, 1975), marca de la
vergüenza, afecto que ha movilizado su discurso durante un periodo importante
del tratamiento. Podemos agregar, que este afecto no encuentra nunca su justo
lugar en los registro del discurso y de la palabra, emergiendo como un
elemento desregulador de la subjetividad. Sin embargo, este fenómeno sólo
puede tener sentido como acontecimiento “traumático” en el discurso, es decir,
gracias a una inscripción discursiva que s repite como un Uno.

5. Discusión y Conclusiones

Primero que todo, quisiéramos poner en evidencia una de las


motivaciones de este trabajo, revalorizar la pertinencia de la noción de trauma
en psicoanálisis y sobre todo, las elaboraciones provenientes de la enseñanza
de Lacan, ya que si bien, hemos mencionado algunos trabajos al respecto, esta
noción no ha tenido un desarrollo importante en la actualidad, a pesar de la
generalización del trauma en nuestra época.

De este modo, a nuestro juicio, el desplazamiento más importante de la


teoría Lacaniana es poner la cuestión del trauma en los límites de la
articulación significante y cuerpo, proponiendo una vía diferente a la lógica del
evento traumático. Así se puede destacar al menos tres formas de
“configuración” entre el cuerpo y el discurso.

La primera corresponde a las inscripciones que se articulan en el


discurso, es decir, las que se pueden decir y que toman forma y consistencia
en el discurso, en términos más simples, es sobre lo que se puede hablar. Sin
embargo, el análisis lacaniano también mostrará otro tipo de inscripciones, que
si bien entran en el discurso e inciden en su configuración, sólo logran
inscribirse sin hacer cadena significante, quedando del lado de la repetición, y
vemos su incidencia por ejemplo en momentos de angustia, en los flashbacks o
en pasajes al acto. Por último, se debe situar también dentro de esta serie lo
imposible, como el límite de toda articulación posible al interior del discurso y
por ende, el núcleo más real del trauma.

99
De este modo, en relación con el caso clínico expuesto, se ha querido
poner en evidencia que la noción de traumatismo no es unitaria, es decir, no se
refiere a un evento o a un momento del discurso, sino que al contrario, requiere
una comprensión doble: Por una parte, incorporar la implicación subjetiva, a
partir del discurso de un paciente, y no focalizarse en un evento; por otra parte,
se debe involucrar la multidimensionalidad del fenómeno en la clínica, es decir,
considerar lo que se puede decir, lo que queda inscrito y lo que resultará
imposible a articular, como hemos expuesto a partir del caso clínico.

Como se expuso en el caso, parte importante del peso del traumatismo


estaba configurado por la relación al Otro, posición ocupada por el padre y
madre de la paciente. En ambos casos, las figuras cambiaron, el padre pasó de
ser el “omnipotente” y “abusador”, a la figura del “débil” o “enfermo”, mientras
que la madre pasó de ser “la que no sabía” a la que “siempre supo”. Por otra
parte, vimos como el cuerpo es, en cierto sentido, encerrado por el significante,
que intenta introducir un orden discursivo, pero que en el intento, siempre se
encuentra con el fracaso, como queda de manifiesto en los esfuerzos de la
paciente por sobreponerse a la vergüenza.

Así, podemos señalar que si bien, en ciertos aspectos las teorías


Lacanianas sobre el trauma aparecen como contradictorias o inconsistentes
entre si, sus nociones dan cuenta de diferentes formas de incidencia de lo
traumático en el curso de un análisis. Por lo tanto, no se debe considerar
alguna más “verdadera” que otra y menos desechar alguna en privilegio de
otra, sino que más bien, habría que considerarlas como elementos teóricos que
nos permiten dar cuenta de un tratamiento clínico.

Por último, se puede señalar la necesidad de continuar trabajando en


relación a los aspectos metodológicos y conceptuales, ya que si bien la noción
de trauma nos permite acercarnos a la problemática de la clínica con este tipo
de pacientes, sería interesante contar con estudios que intenten articular la
perspectiva de los pacientes respecto a sus tratamiento y cómo esta visión se
podría relacionar con el análisis que hace un clínico.

Además, por los límites definidos para esta presentación, hemos


intentado reducir la complejidad del trabajo terapéutico, tomando sólo un
concepto como eje para el análisis. Por lo tanto, el trabajo futuro sobre el tema,
deberá intentar complejizar los problemas clínicos, tomando también otras las
problemáticas de la dirección en la cura, como por ejemplo, las condiciones y
los momentos de la interpretación, la posición del analista en la clínica bajo
transferencia y los momentos conclusivos o finales de análisis.

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