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Ficciones territoriales.

Estampas de una Antología

NANCY CALOMARDE

En 2011, Interzona publica una antología de cuentos latinoamericanos reunidos


bajo el provocativo título de Región: Antología de cuento político latinoamericano. 1
Luego de las irreverentes batallas de los jóvenes de McOndo y del Crack,2 la apuesta
literaria por volver a reunir a jóvenes narradores en torno a los tópicos de la
territorialidad y la política latinoamericana puede ser visto como un gesto anacrónico
que retoma una muy transitada ruta crítica. Sin embargo, a mi juicio, configura un gesto
de reterritorialización que aspira a una nueva discusión sobre las relaciones entre
escritura, territorio y cuerpo, especialmente después de la profusa teorización y revisión
de finales del siglo pasado en torno a la episteme moderna y a las transformaciones y
dislocaciones espaciales operadas a partir de los impactos locales de los procesos de
globalización y transnacionalización de las culturas y del mercado.
De modo general podríamos afirmar que en estos cuentos se metaforizan las
formas en que el imaginario espacial construido por el aparato nacionalista se marca
sobre los cuerpos, los textos y las subjetividades. O, mejor, diríamos que la ley (física)
territorial ubica a los cuerpos en las narrativas oficiales que demarcan el espacio común
y lo segmentan, estableciendo zonas de modernidad y de urbanidad, de naturaleza o de
barbarie, de vida y de muerte, de frontera o de tránsito. Como su mueca, estas ficciones
territoriales reelaboran los discursos de la tradición, sus desvíos, incoherencias e
inestabilidades y exponen la ficción del mapa, su carácter de Atlas3, en su precariedad e
inconsistencia. En ese juego extremo – que no es ya el mapa borgiano tan grande como
el espacio que procura expresar ni el punto territorial mínimo (Aleph), capaz de
contener al espacio infinito– se configura el artificio territorial como un work in
1
Juan Terranova y Enzo Maqueira, Región: Antología de cuento político latinoamericano, Buenos Aires,
Interzona, 2011. Todas las citas de la antología corresponden a esta edición.
2
 Ambas estéticas surgidas en América latina en la década de los ‘90 y elaboradas por escritores nacidos
después de 1959, intentan una reevaluación de la tradición reciente, especialmente del peso del Realismo
Mágico y del Boom. McOndo surge en 1996 con la publicación de historias cortas editada por Sergio
Gómez y Alberto Fuguet (Ed.Grijalbo-Mondadori). “Crack” surge en México ese mismo año, mediante
una suerte de declaración de principios de sus narrativas: Manifiesto Crack, Revista de Cultura Lateral
(Disponible en: http://www.lateral-ed.es). Lo integran: Pedro Ángel Palou, Eloy Urroz, Ignacio Padilla,
Ricardo Chávez Castañeda, Jorge Volpi y Vicente Herrasti.
3
George Didi-Huberman, Atlas ¿cómo llevar el mundo a cuestas?
http://www.museoreinasofia.es/exposiciones/2011/atlas.html
progress, una mesa de trabajo que expone su carácter de maqueta, su ethos ficcional y
su locus de umbral transdiplinario.
Los autores reunidos en la antología,4 nacidos entre mediados de los ‘70 e inicios
de los ‘80 no parecen haber forjado otra convergencia más que la azarosa concurrencia
en este atlas. Sin embargo, podría postularse como hipótesis que sus relatos escenifican
la supervivencia en el cuerpo y la subjetividad de las marcas producidas por las
narrativas territoriales después del agotamiento del modelo del Estado Nación que las
había prohijado. Desde la perspectiva de la experiencia liminar del cambio de siglos
(XX a XXI), exponen el fracaso de las narrativas territoriales de los diferentes proyectos
culturales, económicos y políticos; algo así como la parodia de los sueños desarrollistas
(de dominación y exterminio) y de las utopías inmanentes o expansivas que marcaron la
modernización regional. En ocasiones, el proceso de desconstrucción se reduce a la
marca/tatuaje del territorio en el cuerpo arrojando a estos sujetos a una experiencia de
vida excluida, de semi-vida, separada de la comunitas; una demarcación que en su
versión trágica conduce al espacio donde la vida humana cambia su registro para
volverse contigüidad de la muerte y de la condición animal. Así, la escritura –al
volverse forma de la distopía— se torna atlas de la experiencia “de extranjería” 5
contemporánea de miles de latinoamericanos, una experiencia no necesariamente
vinculada al desplazamiento físico sino más bien a formas del extrañamiento cultural.
El prólogo, “Relatos y geopolítica” –escrito por Juan Terranova y Enzo
Maqueira— traza una zona de diálogo entre tres nociones: escritura, política y territorio.
El texto parte de una premisa condicional: si todo es una cuestión de modos de leer,
cualquier texto podría concebirse como un cuento y –redoblando la apuesta— como
cuento político. De este modo, la política, como el relato y la geografía, se vuelven
territorios de exploración y construcción, desagregados de las ficciones épicas y de la
idea de representatividad alegórica. Lejos de la pulsión mitificadora de otras ficciones, y
pese a la noción de representatividad que supone una antología, organizada, además, en
4
La antología organiza los cuentos de acuerdo a países. Entre ellos, solo tres están representados por dos
relatos (Cuba, Argentina y Venezuela). Integran la selección: Cuba (Michel Encinosa Fu y Jorge Enrique
Lage), México (Mayra Luna), Puerto Rico (Pedro Cabiya), Guatemala (Denise Phé Funcha), El Salvador
(Georgina Vanegas), Costa Rica (David Cruz), Venezuela (Rodrigo Blanco Calderón y Slavko Zpcic,
Colombia (Margarita García Robayo), Ecuador (Eduardo Varas), Perú (Diego Trelles Paz), Paraguay
(Cristino Bogado), Bolivia (Giovanna Rivero), Argentina (Héctor Kalamicoy y Hernán Vanoli), Chile
(Andrea Jeftanovic) y Uruguay (Inés Bortgaray).
5
Según Néstor García Canclini, “Las extranjerías metafóricas son las experiencias como extranjeros –en
otros países y en el propio— en situaciones de extrañamiento ante lo ajeno. No ocurren sólo por
desplazamientos territoriales sino también por nuevas formas de alteridad en la misma sociedad y por
dificultades de adaptación a nuevas condiciones”. Extranjeros en la tecnología y en la cultura,
Barcelona, Ariel, 2009, p. 5.
torno al problema de la región, estos relatos proporcionan una clave dislocada de esa
lógica. Imaginan una región sesgada por la experiencia subjetiva, desprovista de
vocación representativa y desagregada de contenidos teleológicos y sociológicos. Esa
zona menor y precaria se concibe en términos de “épica de la intimidad, guerra de un
solo hombre”. Los antologadores organizan así un montaje de los procesos de
territorialización de la experiencia individual y colectiva de América latina, un atlas
donde la comunidad se hace “épica de la intimidad” y lo íntimo, zona de cruce de
dimensiones colectivas. “Nuestra región” es el territorio que imagina, recrea y
reinscribe esta antología, y es, claramente, distintiva de “Nuestra América” de Martí
(puente tendido a futuro, teleología y utopía religadora). Este “nosotros” interpela
principalmente el mapa de las ruinas del proyecto neoliberal fracasado. La herencia de
la fragmentación y las sucesivas crisis en la región dibujan desiertos que dejan ver los
fracasos políticos.
Por otra parte, el espacio de repolitización que propone este texto, desfasado
pocos años más tarde, permite percibir, no solamente los restos de otra pulsión utópica
sino también los drásticos cambios de rumbo de la política regional. 6 Los procesos que
se describen –crecimiento económico, unidad frente a cuestiones económicas, políticas,
ideológicas; en definitiva, el “nuevo impulso al viejo anhelo de hermandad
latinoamericana”— se desdibuja al poco tiempo.
Por último, proponen un texto concebido como mapa tridimensional que
intersecta comunidad, hipertexto e individualidad. La primera dimensión articula el
espacio (nacional), las subjetividades y el relato. Se exterioriza en la forma de
segmentación del texto donde los relatos se ordenan por país (actualizando un modo de
nacionalismo), precedidos por una nota de presentación inequívocamente trazada desde
la idea moderna de autoridad autoral, y el criterio antológico. La propensión de toda
antología a contribuir a la construcción de un canon funciona como remedo y a la vez
como ambigua estrategia ya que, pese a que el texto introductorio ensaya una hipótesis
disruptora de la noción de espacio y sus vínculos con la escritura, su hechura formal lo
contradice, reproduciendo la norma de elaboración de las antologías del pasado, su
registro y economía formal. En una segunda dimensión, se diseña un mapa atravesado
por el diseño de otras cartografías locales y globales que actualiza el encadenamiento de
lógicas diversas. Dicha hipertextualidad estaría integrada por los medios de

6
“Socialismo, distribución, justicia social y patria grande’. Por primera vez en la historia de muchos
países son banderas levantadas desde el poder” (p. 11).
comunicación gráficos, visuales, electrónicos, virtuales, los diarios de cada ciudad, las
redes sociales globales, wikipedia y gmail. Incorpora diferentes estatutos de
representación de lo real, algo así como un registro alterno de imágenes territoriales que
desafía lo sensible y lo inteligible y expone las paradojas de la hiperconectividad y la
incomunicación. En tercer término, el prólogo plantea la dimensión estética y
epistémica que designa “mapas de la individuación” para integrar el gusto y la
capacidad de exploración como antídoto a la política de los consensos. Del conjunto de
textos que integran esta Antología, me detengo a continuación en tres ficciones
territoriales.

1. Ficciones territoriales de la pampa: “El Piquete”


“El mal de la Argentina es la extensión” (Sarmiento)
El relato de Hernán Vanoli narra las peripecias de un ex profesor de la UBA,
ahora desocupado, quien realiza una expedición a la Patagonia junto a un grupo de
extranjeros para llevar a cabo una experiencia turístico-deportiva en un coto de caza.
Mientras el contexto de base configura el conflicto entre gobierno y campo por las
retenciones de la soja, los viajeros se encuentran sorpresivamente con un piquete que
interrumpe su camino. A partir de ese momento se da una serie de episodios entre
criminales y pesadillescos, incluida la mordedura de un puma a una joven y la carrera
desesperada de los personajes por llegar al hospital más cercano para recibir atención
médica. La moderna camioneta que trasporta a los turistas, heridos y guías intenta
infructuosamente atravesar el piquete. En medio de los disparos, la carrera concluye en
el vuelco del automóvil.
El relato escenifica una sucesión de disputas espaciales y de imaginarios
territoriales en tensión. Esas versiones se construyen en la yuxtaposición de diferentes
registros: relatos míticos, literarios, leyendas, letras de canciones, doxa mediática. Por
ejemplo, el discurso del diario La Nación (“órgano de la oligarquía”) construye una
versión acerca del conflicto del gobierno con el campo que el relato interpela. De este
modo, el efecto estético y político que produce la coexistencia de versiones encontradas
sobre las territorialidades es el de un abigarrado friso en el que se dirimen
cosmovisiones, proyectos políticos e intereses sectoriales, casi siempre antagónicos.
En la base de este relato funciona la deconstrucción del paradigma civilización-
barbarie, clave del proyecto modernizador decimonónico. Sin embargo, no es el único
modelo interrogado; se yuxtapone a otros programas de significativa incidencia en el
diseño histórico de las políticas territoriales de la región: el desarrollismo, el proyecto
de “reorganización nacional” (eufemismo para la dictadura de 1976-1983) y
fundamentalmente la utopía neoliberal de la década del ‘90 con sus sueños de
globalidad e hiperconectividad. Atravesados por el fracaso, dichos programas forjan una
parábola perfecta desde el desierto de Facundo a la devastación del presente –otro modo
de designar a la tierra inerme. Si de algunos apenas sobreviven restos estériles, otros
proyectos (el sarmientino o el menemista) continúan delimitando la cartografía de la
vida cotidiana.
Casi todos los acontecimientos suceden en la “ruta de la muerte”. Si por un
lado, ese espacio resulta una especie de “no lugar” en términos de lugar de pura
circulación, carente de coordenadas localizadoras de la experiencia; por otra, hace
visible las operaciones de relocalización de los sujetos que –resituando los altares que
recuerdan cada una de las muertes por accidentes automovilísticos— se reapropian del
espacio. Como si la oposición entre la experiencia de desterritorialización que supone
el tránsito veloz por una ruta, y la pausa, su demarcación reterritorializadora a través del
enclave de tumbas y altares para recordar a los muertos7 no fuera suficiente, el relato
yuxtapone otra reapropiación: la del piquete, una performance que pone en acto
diferentes sentidos de la legitimidad, la propiedad, la pertenencia y la comunidad8.
El oxímoron es el dispositivo retórico que mejor da cuenta esa tensión: por un
lado, el territorio se construye con imágenes de despojo, peligro, atraso y anomia y, por
otro, lo atraviesan automóviles modernos y prácticas tales como el turismo, la ecología,
el deporte y las políticas de inversión global en lo local. La constelación de ficciones
espaciales integrada por la Patagonia o Pampa, la ruta, el piquete y el coto de caza
dibuja lugares contiguos y experiencias sobre espacios de factura humana (disolviendo
la clásica antinomia naturaleza-cultura). Sobre el territorio imaginado como Pampa o
Patagonia, se superponen los artificios: la ruta, el piquete o el coto de caza, las parcelas
que introducen una micropolítica al conjunto del texto. A la manera del “realismo

7
Julio Ramos “Conversación con Ticio Escobar: los tiempos múltiples”, Revista Katatay, 10 (2012), pp.
28-39.
8
“(…) la comunidad, lejos de ser lo que la sociedad habría roto o perdido, es lo que nos ocurre —pregunta,
espera, acontecimiento, imperativo— a partir de la sociedad”. Jean-Luc Nancy, La comunidad
inoperante. Disponible en: www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS, pp.22.
agrietado”9, por los intersticios de la ficción se cuelan los discursos realistas para
mostrar su precariedad, su agrietamiento.
2. Ficciones de la ínsula en “Aquí yace cualquier hombre”

El relato del cubano Michel Encinosa Fú narra el diálogo entre dos jóvenes
artistas ante la inminente partida al exilio de uno de ellos. Dentro de un departamento
de alguna ciudad cubana, La Habana muy probablemente, la conversación deriva en
cuestiones diversas acerca del futuro de los artistas en una isla, sus complejos vínculos
con la industria cultural transnacional, el presente individual y colectivo, el amor, el
deseo y el cuerpo. El hilo invisible que une los diálogos es, sin embargo, la pregunta
en torno a la decisión fundamental de vivir en la isla o marcharse al exilio. Articulado
sobre un interrogante– a la vez político, existencial y vital- , el relato se construye
como distopía-como metáfora de la experiencia de extranjería de la contemporaneidad-
y como ficción de la ausencia del lugar, en tanto que Patria (del “no hay tal lugar”,
dispositivo a la vez antropológico, existencial o cultural). Si no es posible identificar un
topos/locus, algún punto de referencia insoslayable desde donde situar la enunciación y
la experiencia cultural, entonces, la condición de extranjería se instala como
prerrequisito existencial, como criba discursiva entre un presente in-significante y un
in-comprensible pasado de escrituras situadas. En tal sentido, el relato problematiza la
experiencia de la cancelación de utopías, así como no hay lugar al que llegar en los
expandidos e inciertos territorios de la diáspora tampoco lo hay en la experiencia
insular de los quedados, los “sembrados”, en el “yacer” de cualquier hombre. Esa
inmanencia intrascendente de los discursos utópicos es el (dis)valor que la ficción
recorre, disloca y suspende.

La operación de deconstrucción de la matriz territorial funciona en el relato sobre


el modelo de la Teleología Insular y de la Teleología Revolucionaria. Por un parte, el
primero se estos se articula a partir de la reelaboración de lugar de la isla como la
matriz espacial por excelencia en la cultura occidental – presente en la tradición cubana
de mediados del siglo XX (especialmente en el grupo Orígenes). Esa matriz insular
relee la tradición (literaria, artística, intelectual y política) en la clave de la búsqueda del
“mito que nos falta” y de la excepcionalidad isleña. El relato opera también sobre esta
segunda matriz de la teleología territorial, un artificio que transforma la excepcionalidad
9
Elsa Drucaroff, “Fantasmas en carne viva: narrativa argentina joven”, Boletín de reseñas bibliográficas,
9/10 (Número dedicado a la narrativa latinoamericana actual), Buenos Aires, Instituto de Literatura
Hispanoamericana, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, 2007, pp. 129-51
insular en modelo de organización política, social y cultural. La isla se convertiría, así,
en el nuevo lugar del deseo político, en la utopía continental latinoamericana con la
potencia de relectura de la tradición y de construcción de presente y de futuro.

Si la ínsula funciona en la tradición cubana como el espacio que condensa el


imaginario territorial en la medida en que se lo construye como el lugar simbólico que
epitomiza la experiencia espacial (la relación de la tierra con el mar, de lo insular y lo
continental, del límite, el confín), configura también un dispositivo desterritorializador
que produce el “exislado”. Vale decir, la metáfora de la isla configura un paradigma
del exilio: “La isla no es, por lo tanto, el lugar donde culmina el exilio, sino más bien la
figura del exilio mismo10” (p. 223). De modo paralelo, si remite a la relación entre
lugar físico e imaginario11- al u-topos de Tomas Moro y su utopía narrada-, también
representa el paradigma del cuerpo-isla señalado por Deleuze12. Su función se remite,
entonces, a revelar al hombre su condición de isla desierta y por ello, espacio
privilegiado para la literatura y el mito.

El proceso de deconstrucción que elabora el relato de Encinosa Fú abisma esas


teleologías para ofrecer una ficción territorial como contrarrelato de la mítica isla
(“fiesta innombrable”13). El espacio insular es ahora una “Orilla amurallada, que no te
deja cruzar tierra adentro. Como inmigrante ilegal en tu propia casa” (p. 22). Así, la
ínsula implica al mismo tiempo prisión, extranjería (exilio-insilio) e ilegalidad. De
este modo, se configura en la versión del insularismo carcelario al remitir no
solamente a la imposibilidad de salida y aislamiento sino también a una doble frontera

10
Anne Kraume “Ex –islados. Construciones de ida y vuelta entre la isla y el continente”, en Ottmar
Ette, Gesine Muller (eds) Worldwide. Archipiélagos de la globalización, Madrid, Iberoamericana, 2014,
pp 317-339.
11
Esta tensión entre realidad y ficción, entre imaginario espacial (que oscila en el movimiento de
localizar y deslocalizar) y la experiencia situada ha sido explorada por Fernández Retamar: “(…) ya en
1516, Tomas Moro publica su Utopía, cuyas impresionantes similitudes con la isla de Cuba ha
destacado, casi hasta el delirio Ezequiel Martínez Estrada(…). Francisco de Quevedo traducía Utopía
como “no hay tal lugar”. (…) De más estar decir la irritación que produce en esos sostenedores de “no
hay tal lugar” la insolencia de que el lugar exista”. Roberto Fernández Retamar, 2004), Todo Caliban,
Buenos Aires: CLACSO, p. 24.
12
Deleuze, Gilles (2002) “Diferencia y Repetición”, en L’île déserte et autres textes. (Textes et
entretiens 1953-1974).(Ed David Lapoujade). París, Les Éditions de Minuit, Collection “Paradoxe”,
pp. 11-17
13
Lezama, en el poema “Noche insular: jardines invisibles“, señala la propiedad espacial de la noche
insular que según Vitier indica “el movimiento giratorio de avidez unitiva”: “ciudades giratorias, líquidos
jardines verdinegros, /mar envolvente, violeta, luz apresada”. Vitier, Cintio (1970), Lo cubano en la
poesía, La Habana, Letras cubanas, p 33.
- la orilla amurallada- que vuelve a la protagonista extranjera, “inmigrante ilegal” en su
territorio. Sin posibilidad de salida ni de entrada, el cuerpo exiliado (exislado) de la
mujer en sus “malatratados treinta y pico”, es una “palmera deshilachada”, que no
habita la isla, sino que agoniza en un desierto y en el cuerpo-isla en remisión y
deterioro.

De modo paralelo, para el imaginario del migrante, el fracaso y la cancelación


del proyecto personal de quien ha abandonado (o perdido) su carrera artística en la isla
es casi idéntica a la visión de futuro en la metrópoli. La deslocalización de la obra en
los centros a los que se emigra hace más aguda y trágica la conciencia de la pérdida de
sentido y de frustración. Como efecto residual, este “fuera de contexto” visibiliza el
procedimiento de la industria cultural global14 que trasplanta sus productos, mientras la
cultura local los fagocita y cancela sentidos:

“-¿te llevas tus cosas? Proyectos, guiones y todo eso…


-¿para qué? No vale la pena- se puso a cazar hormigas en las rendijas entre las
losas-. Nada de eso camina allá. Fuera de contexto. Es aquí donde debieron
haber caminado” (p. 17)
De diversos modos, el cuento hace centro en la esterilidad de las vidas jóvenes, cuerpos
que habitan un territorio que ha cancelado el futuro, encerrados en una isla que los ha
desterrado. Habitan un mundo sin posibilidad de realización profesional- mera
mercancía, el arte cooptado por el mercado o la burocracia estatal- ni personal (no es
posible el amor, ni el sexo, ni la amistad). En ese espacio, los cuerpos envejecen
tempranamente, en una materialidad áspera. Esos cuerpos-islas aparecen como un lugar
propicio para la violencia y la destrucción donde la experiencia de los cuerpos gastados,
impotentes se vuelve norma.

3. Ficciones andinas
“lo único que me perturba es precisamente eso, que la mirada oscura está
siempre auscultando otra cosa, no es una mirada “de horizonte”, sino más bien el
registro de un paisaje constantemente interrumpido por montañas, asfixiante y
concreto bajo el sol asesino” (154)

14
El texto reconfigura el territorio de cultura de masas global, sin eludir los lugares comunes de la
escena latinoamericana, como el gesto vanguardista (y político) de ataque con dardos a la fotografía de
Bill Clinton. La cultura pop y rockera transnacionalizada está reapropiada en el relato y naturalizada bajo
una forma de nuevo cosmopolitismo: “Lenon ya está junto a Jesucristo discurriendo sobre quién más
famoso. Los Rollings son monias. Hendrix y Morrinson copulan con las parcas (….)¿Quién se conecta ya
a Rush, a Kansas o a Yes?” (p. 15)
“Pasó como un espíritu”, el relato de la boliviana Giovanna Ribero, narra la
experiencia de una joven médica en un campamento andino cuya tarea consiste en
implementar tratamientos contra enfermedades que azotan a la población indígena,
especialmente el cáncer de piel. En este texto, la escritura pone en debate las ficciones
territoriales que ordenan la tradición de la Patria Grande y escenifica cuerpos que
habitan territorios y territorios que administran y producen cuerpos. El imaginario
femenino -la mujer blanca y la chola -gobierna la ficción poniendo en clave paródica los
dispositivos culturales que rigen la construcción de esos territorios. Desde los primeros
párrafos advertimos que el verdadero móvil de la protagonista no es consumar un acto
“científico” sino un acto-otro, dislocado, regido por el mito y concebido como ofrenda:
la ofrenda de su cuerpo blanco, de su vida, al líder amado, mestizo, indio, cholo. Allí,
la figura del líder, una especie de semi-dios, articula dos mitos, el político y el cultural.
Por otra parte, se trata una de empresa fronteriza que difumina los límites entre lo
íntimo y lo comunitario, la de consumar el acto de amor entre dos territorios; un acto
además que busca proyectarse en la ficción reproductiva de un hijo con el Jefito, Evo
Morales.

La violencia del territorio sobre el cuerpo se administra por diferentes vías, ya a


través de los agentes meteorológicos, como el sol o el viento, ya a través de las
alimañas que lastiman los cuerpos. Paradójicamente esa violencia se vuelve un
dispositivo democratizador porque ataca tanto a la extranjera blanca como a las cholas
que enferman y mueren. Sin embargo, aunque la naturaleza pueda proveer de sus
propios antídotos, el valor de uso no funciona de igual manera para ambas
comunidades. Una práctica cultural marca la frontera, el mascar coca. Tan
imprescindible para el cuerpo de la blanca como para el de india en su cohabitación
del territorio andino, la coca puede adherirse a él para reubicarlo en el espacio (el
cuerpo de la chola se relocaliza en la experiencia antropológica de la coca) o asumir un
estatuto ambiguo, ya que pese a su carácter vital puede des-localizar los cuerpos con su
potencia de veneno provisto por del territorio indio, una materialidad, por lo demás,
susceptible de deterioro al contacto con el cuerpo blanco. La protagonista (blanca) teme
así que el sudor de sus manos disminuya las cualidades a la “sustancia”15.

15
En el relato, el cuerpo es sometido a la violencia invasiva de múltiples agentes que provienen del orden
natural o cultural y frente a los cuales no existe antídoto.
Desde la escena inicial, el cuerpo se diseña como una metonimia del territorio
“me quedo mirando cómo escurre el hilo finito de sangre por mi rodilla puntiaguda” (p.
153). No solamente la violencia del espacio marca los cuerpos, también los delimita la
enfermedad, la lucha por la vida y las tensiones entre el mito y la ciencia, entre vida y
muerte en las que se juega su supervivencia. El territorio andino configura el lugar de
la asfixia y la oscuridad, de la violencia natural que produce muerte: el sol destroza la
piel, produce los cráteres y el cáncer. La mirada oscura a la se alude en el epígrafe no
solamente refiere a la raza también a la oscuridad del encierro “no es una mirada de
horizonte”, sino más bien el registro de un paisaje constantemente interrumpido” (p.
154). Sin embargo, como en otras ficciones, en este juego paródico y yuxtapuesto de
Atlas, a la imagen interruptus se le superpone la del confín del Imperio andino, otro
modo del agobio territorial producido por la ficción imperial y que se experimenta en
la falta de conciencia de los límites. El hermano de la protagonista se inmola-
fagocitado por los insectos- en la búsqueda de esos bordes. La imposibilidad de salida
opera también desde una captura de las subjetividades y de los cuerpos que habitan
esos territorios infernales, en una paródica operación que oblitera razones étnicas y
culturales y homogeneiza el gesto de apropiación: “Séptimo volvió pensando que el
Imperio tenia bordes amebianos, pues cuando creías que habías cruzado sus límites
siempre aparecía alguien (originario o no, era lo de menos) que no estaba dispuesto a
dejarte ir” (p.155)

Lo productivo del texto es que rompe con la lógica colonizadora de la relación


víctima-victimario porque los diseños territoriales del universo occidental europeo y del
espacio andino se configuran como igualmente imperiales. De este modo el apetito de
dominación se complejiza, se deslocaliza y relocaliza. Por un lado, los cuerpos
territorializados acusan la marca de los quinientos años de colonización y por otro, la
hiperconciencia de lo inconmensurable del espacio utópico. La enfermedad de los
cuerpos indios corroídos por la violencia natural, se empareja a la impotencia,
esterilidad, el estrés y finalmente el suicidio del cuerpo blanco, como un proceso a
través del cual se organiza la factura de cuerpos sujetados a la economía de la cultura
neocolonial.

Si el mundo andino está dominado por la lógica del mito que negocia el sacrificio de los
cuerpos enfermos a la provisoria felicidad de la coca y a la trascendencia en la promesa
de un salvador-lider-, la ciencia organiza la economía afectiva de los cuerpos que
provienen de la ciudad y actualizan la memoria de la colonia. En medio de ambos
regímenes de dominación, emerge el mapa de una Bolivia agónica, surcada por la
violencia entre dos mundos que buscan aniquilarse a través de procedimientos de
extranjerización, burla y cancelación; al tiempo que actualiza el mapa de sus propias
violencias íntimas, las de cuerpos enfermos, estériles, sacrificados o suicidados: “eres
hibrida ¿no?, blanquita eres. Que tan lejos de tu casa? ¿Has caminado mucho? ¿De
veras quieres ser ofrenda?” (p. 160)

En suma, los relatos abordados deconstruyen las diferentes narrativas


territoriales que forja la historiografía nacionalista y los diseños coloniales. Las
imágenes se entrelazan a partir de la experiencia presente de los conflictos por el
dominio del espacio y la inscripción violenta de la subjetividad en esos territorios. El
territorio parodia (aunque no cancela) el ideal comunitario y se forja como épica de la
intimidad, aunque reducida a la lucha por la sobrevivencia y a sus conflictos
individuales (cuerpo, amor, trabajo) no alcanza a convertirse en vacuo individualismo
porque algo del orden de la “comunidad inoperante” de Nancy, sobrevive. No obstante
ya se trate de las modulaciones de los proyectos coloniales, civilizatorios o
integracionistas, de los (neo)nacionalismos y (neo)liberalismos, la escritura registra el
fracaso de las utopías territoriales de América Latina. Al modo del Atlas warburgiano,
las imágenes se yuxtaponen para mostrarlo. Reconstruyen lo que Didi-Huberman
llama “un conocimiento infranqueable y una sabiduría desesperante” (p. 1) y se tornan
espacios de experimentación e invención donde se juega el cuerpo y la escritura.

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