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Hispamerica.. Version Nueva 22-9
Hispamerica.. Version Nueva 22-9
NANCY CALOMARDE
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“Socialismo, distribución, justicia social y patria grande’. Por primera vez en la historia de muchos
países son banderas levantadas desde el poder” (p. 11).
comunicación gráficos, visuales, electrónicos, virtuales, los diarios de cada ciudad, las
redes sociales globales, wikipedia y gmail. Incorpora diferentes estatutos de
representación de lo real, algo así como un registro alterno de imágenes territoriales que
desafía lo sensible y lo inteligible y expone las paradojas de la hiperconectividad y la
incomunicación. En tercer término, el prólogo plantea la dimensión estética y
epistémica que designa “mapas de la individuación” para integrar el gusto y la
capacidad de exploración como antídoto a la política de los consensos. Del conjunto de
textos que integran esta Antología, me detengo a continuación en tres ficciones
territoriales.
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Julio Ramos “Conversación con Ticio Escobar: los tiempos múltiples”, Revista Katatay, 10 (2012), pp.
28-39.
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“(…) la comunidad, lejos de ser lo que la sociedad habría roto o perdido, es lo que nos ocurre —pregunta,
espera, acontecimiento, imperativo— a partir de la sociedad”. Jean-Luc Nancy, La comunidad
inoperante. Disponible en: www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS, pp.22.
agrietado”9, por los intersticios de la ficción se cuelan los discursos realistas para
mostrar su precariedad, su agrietamiento.
2. Ficciones de la ínsula en “Aquí yace cualquier hombre”
El relato del cubano Michel Encinosa Fú narra el diálogo entre dos jóvenes
artistas ante la inminente partida al exilio de uno de ellos. Dentro de un departamento
de alguna ciudad cubana, La Habana muy probablemente, la conversación deriva en
cuestiones diversas acerca del futuro de los artistas en una isla, sus complejos vínculos
con la industria cultural transnacional, el presente individual y colectivo, el amor, el
deseo y el cuerpo. El hilo invisible que une los diálogos es, sin embargo, la pregunta
en torno a la decisión fundamental de vivir en la isla o marcharse al exilio. Articulado
sobre un interrogante– a la vez político, existencial y vital- , el relato se construye
como distopía-como metáfora de la experiencia de extranjería de la contemporaneidad-
y como ficción de la ausencia del lugar, en tanto que Patria (del “no hay tal lugar”,
dispositivo a la vez antropológico, existencial o cultural). Si no es posible identificar un
topos/locus, algún punto de referencia insoslayable desde donde situar la enunciación y
la experiencia cultural, entonces, la condición de extranjería se instala como
prerrequisito existencial, como criba discursiva entre un presente in-significante y un
in-comprensible pasado de escrituras situadas. En tal sentido, el relato problematiza la
experiencia de la cancelación de utopías, así como no hay lugar al que llegar en los
expandidos e inciertos territorios de la diáspora tampoco lo hay en la experiencia
insular de los quedados, los “sembrados”, en el “yacer” de cualquier hombre. Esa
inmanencia intrascendente de los discursos utópicos es el (dis)valor que la ficción
recorre, disloca y suspende.
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Anne Kraume “Ex –islados. Construciones de ida y vuelta entre la isla y el continente”, en Ottmar
Ette, Gesine Muller (eds) Worldwide. Archipiélagos de la globalización, Madrid, Iberoamericana, 2014,
pp 317-339.
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Esta tensión entre realidad y ficción, entre imaginario espacial (que oscila en el movimiento de
localizar y deslocalizar) y la experiencia situada ha sido explorada por Fernández Retamar: “(…) ya en
1516, Tomas Moro publica su Utopía, cuyas impresionantes similitudes con la isla de Cuba ha
destacado, casi hasta el delirio Ezequiel Martínez Estrada(…). Francisco de Quevedo traducía Utopía
como “no hay tal lugar”. (…) De más estar decir la irritación que produce en esos sostenedores de “no
hay tal lugar” la insolencia de que el lugar exista”. Roberto Fernández Retamar, 2004), Todo Caliban,
Buenos Aires: CLACSO, p. 24.
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Deleuze, Gilles (2002) “Diferencia y Repetición”, en L’île déserte et autres textes. (Textes et
entretiens 1953-1974).(Ed David Lapoujade). París, Les Éditions de Minuit, Collection “Paradoxe”,
pp. 11-17
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Lezama, en el poema “Noche insular: jardines invisibles“, señala la propiedad espacial de la noche
insular que según Vitier indica “el movimiento giratorio de avidez unitiva”: “ciudades giratorias, líquidos
jardines verdinegros, /mar envolvente, violeta, luz apresada”. Vitier, Cintio (1970), Lo cubano en la
poesía, La Habana, Letras cubanas, p 33.
- la orilla amurallada- que vuelve a la protagonista extranjera, “inmigrante ilegal” en su
territorio. Sin posibilidad de salida ni de entrada, el cuerpo exiliado (exislado) de la
mujer en sus “malatratados treinta y pico”, es una “palmera deshilachada”, que no
habita la isla, sino que agoniza en un desierto y en el cuerpo-isla en remisión y
deterioro.
3. Ficciones andinas
“lo único que me perturba es precisamente eso, que la mirada oscura está
siempre auscultando otra cosa, no es una mirada “de horizonte”, sino más bien el
registro de un paisaje constantemente interrumpido por montañas, asfixiante y
concreto bajo el sol asesino” (154)
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El texto reconfigura el territorio de cultura de masas global, sin eludir los lugares comunes de la
escena latinoamericana, como el gesto vanguardista (y político) de ataque con dardos a la fotografía de
Bill Clinton. La cultura pop y rockera transnacionalizada está reapropiada en el relato y naturalizada bajo
una forma de nuevo cosmopolitismo: “Lenon ya está junto a Jesucristo discurriendo sobre quién más
famoso. Los Rollings son monias. Hendrix y Morrinson copulan con las parcas (….)¿Quién se conecta ya
a Rush, a Kansas o a Yes?” (p. 15)
“Pasó como un espíritu”, el relato de la boliviana Giovanna Ribero, narra la
experiencia de una joven médica en un campamento andino cuya tarea consiste en
implementar tratamientos contra enfermedades que azotan a la población indígena,
especialmente el cáncer de piel. En este texto, la escritura pone en debate las ficciones
territoriales que ordenan la tradición de la Patria Grande y escenifica cuerpos que
habitan territorios y territorios que administran y producen cuerpos. El imaginario
femenino -la mujer blanca y la chola -gobierna la ficción poniendo en clave paródica los
dispositivos culturales que rigen la construcción de esos territorios. Desde los primeros
párrafos advertimos que el verdadero móvil de la protagonista no es consumar un acto
“científico” sino un acto-otro, dislocado, regido por el mito y concebido como ofrenda:
la ofrenda de su cuerpo blanco, de su vida, al líder amado, mestizo, indio, cholo. Allí,
la figura del líder, una especie de semi-dios, articula dos mitos, el político y el cultural.
Por otra parte, se trata una de empresa fronteriza que difumina los límites entre lo
íntimo y lo comunitario, la de consumar el acto de amor entre dos territorios; un acto
además que busca proyectarse en la ficción reproductiva de un hijo con el Jefito, Evo
Morales.
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En el relato, el cuerpo es sometido a la violencia invasiva de múltiples agentes que provienen del orden
natural o cultural y frente a los cuales no existe antídoto.
Desde la escena inicial, el cuerpo se diseña como una metonimia del territorio
“me quedo mirando cómo escurre el hilo finito de sangre por mi rodilla puntiaguda” (p.
153). No solamente la violencia del espacio marca los cuerpos, también los delimita la
enfermedad, la lucha por la vida y las tensiones entre el mito y la ciencia, entre vida y
muerte en las que se juega su supervivencia. El territorio andino configura el lugar de
la asfixia y la oscuridad, de la violencia natural que produce muerte: el sol destroza la
piel, produce los cráteres y el cáncer. La mirada oscura a la se alude en el epígrafe no
solamente refiere a la raza también a la oscuridad del encierro “no es una mirada de
horizonte”, sino más bien el registro de un paisaje constantemente interrumpido” (p.
154). Sin embargo, como en otras ficciones, en este juego paródico y yuxtapuesto de
Atlas, a la imagen interruptus se le superpone la del confín del Imperio andino, otro
modo del agobio territorial producido por la ficción imperial y que se experimenta en
la falta de conciencia de los límites. El hermano de la protagonista se inmola-
fagocitado por los insectos- en la búsqueda de esos bordes. La imposibilidad de salida
opera también desde una captura de las subjetividades y de los cuerpos que habitan
esos territorios infernales, en una paródica operación que oblitera razones étnicas y
culturales y homogeneiza el gesto de apropiación: “Séptimo volvió pensando que el
Imperio tenia bordes amebianos, pues cuando creías que habías cruzado sus límites
siempre aparecía alguien (originario o no, era lo de menos) que no estaba dispuesto a
dejarte ir” (p.155)
Si el mundo andino está dominado por la lógica del mito que negocia el sacrificio de los
cuerpos enfermos a la provisoria felicidad de la coca y a la trascendencia en la promesa
de un salvador-lider-, la ciencia organiza la economía afectiva de los cuerpos que
provienen de la ciudad y actualizan la memoria de la colonia. En medio de ambos
regímenes de dominación, emerge el mapa de una Bolivia agónica, surcada por la
violencia entre dos mundos que buscan aniquilarse a través de procedimientos de
extranjerización, burla y cancelación; al tiempo que actualiza el mapa de sus propias
violencias íntimas, las de cuerpos enfermos, estériles, sacrificados o suicidados: “eres
hibrida ¿no?, blanquita eres. Que tan lejos de tu casa? ¿Has caminado mucho? ¿De
veras quieres ser ofrenda?” (p. 160)