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Riquelme Royo
1
Anatoli era un escritor nato. Había nacido con ese talento y desde temprana
edad puso en marcha su gran sensibilidad e imaginación.
Leía cuanto libro caía en sus manos y escribía de todo; Aventuras, novelas,
poemas, ensayos, reflexiones, cuentos, pensamientos y sentimientos
personales y profundos.
Cada día era una nueva y maravillosa experiencia con el lápiz y una hoja de
papel en blanco, que culminaba en una historia llena de expresión literaria.
Creciendo, fue acumulando textos y más textos, que conformaron una inmensa
cantidad de libros escritos, que nunca llegaban a publicarse. No quería hacerlo
porque su pasión era escribir y escribir sin parar hasta el último de sus días.
A la edad de doce años tenía acumulado cerca de cinco mil escritos y cada día
escribía mejor y más rápido. Era capaz de escribir un cuento en tres minutos.
Los corregía y pulía periódicamente y mientras más los revisaba más ideas se
le venían a la mente y más escribía. A los cincuenta años ya tenía una bodega
abarrotada de textos, que superaban la cifra de trescientos mil.
2
publicarlos todos. Ese fue su único comentario al respecto.
El señor de los libros se había hecho famoso en todo el mundo por esta
compulsiva adicción a las letras y los lectores habían estado expectantes a
cada nuevo texto que nacía de su fervorosa imaginación de escritor fecundo.
Terminado el sepelio, Anatoli subió hasta los cielos y a las puertas del Edén le
esperaba una grandiosa muchedumbre que lo saludaba y le aplaudía.
– Bienvenido seas hijo mío –, exclamó contento San Pedro cuando le vio y le
abrazó cariñosamente.– Te estábamos esperando –, le dijo con una voz suave
y tierna, – tus libros han gustado mucho aquí en el Cielo, los hemos leídos
todos, una y otra vez, cada día desde que comenzaste a escribirlos,– continuó
diciendo el patrono de la Iglesia mientras acompañaba del brazo a Anatoli a su
recepción final.
3
– ¡Miren!, ahí viene –, exclamaban gozosos los miles y miles de rostros felices
y sonrientes que se habían apretujado al borde del camino por donde Anatoli y
el Santo Padre caminaban. Muchos sostenían libros hermosamente decorados
con tapas luminosas y otros estiraban las manos para tocarle, con la esperanza
de que el famoso escritor les brindase un fugaz autógrafo.
–Es más de lo que pensé –, le dijo mirándolo a los ojos, – es magnífico el final
de tu último libro, Anatoli. Debo decirte que nos tenías a todos entusiasmados
con tus textos maravillosos y cada día que pasaba te seguíamos paso a paso y
letra a letra todo tu quehacer literario. Todo el mundo ha leído tus libros aquí en
el reino de los Cielos.
4
manos del Señor lo levantaron delicadamente del suelo y puso su mano sobre
la frente de Anatoli y lo persignó con la señal de la Cruz.
– Creo que los he escrito todos Padre…, intentó decir Anatoli con su voz un
poco entrecortada – y todos tienen un final…
– Así es hijo mío. Todos tus libros tienen un final, pero tu misión está
incompleta –, le dijo el Señor con una complacida sonrisa, – tus libros son
hermosos y profundos, nosotros hemos disfrutado mucho con ellos y es hora
de que los tuyos también lo hagan. Tendrás que regresar –, terminó diciendo el
Señor y se despidió con un gesto tan amable que Anatoli quedó donde mismo
estaba por espacio de varios segundos.
Al rato sintió que alguien lo tomaba del brazo y le hacía girar suavemente sobre
sus talones y le acompañaba cordialmente por el camino de regreso. La
muchedumbre abrió paso a San Pedro y Anatoli, despidiéndolo con gran
emoción y fue dejado nuevamente a las puertas del Cielo.
Así pasaron otros ciento un años y finalmente los textos de Anatoli fueron
conocidos por todo el mundo, excepto uno sólo.
El que el señor tenía en sus manos al momento de recibir a Anatoli en el jardín
del Edén.
5
De este libro nadie supo nunca más nada. La gente rumoreaba que sólo Anatoli
sabía de que se trataba y donde se guardaba. Era el verdadero y único tesoro
del Señor de los Libros. Era, probablemente decían, el libro inédito de su propia
vida y de su propia y profunda existencia, que sólo para él tenía sentido, para
nadie más…y para el Señor de los Libros.