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Por otra parte el tradicional comprador de América Latina, el Imperio Británico, había perdido su hegemonía
y sus compras eran cada vez menores, mientras disminuían o desaparecían sus inversiones en ferrocarriles,
teléfonos, etc. Su lugar estaba siendo ocupado por EEUU, incluso en países de tradicional influencia inglesa como
Argentina, Brasil, Chile y Uruguay. Pero las relaciones comerciales con EEUU iban a ser más duras que con
Inglaterra. EEUU impuso cuotas y limitaciones para algunas de sus importaciones desde países latinoamericanos,
sobretodo aquellas que competían con la producción norteamericana. Por ejemplo, en 1926 EEUU prohibió la
importación de carne contaminada de aftosa, lo que le sirvió de excusa para impedir el ingreso de carne refrigerada
de Argentina y Uruguay.
Como EEUU fue el primero y el más afectado por la crisis de 1929, América latina sufrió el impacto
económico y social. En muchos países de América Latina el estado intervino: se establecieron controles de cambios
de moneda, se devaluó la moneda y se restringieron las importaciones. Se hizo necesario aumentar la acumulación
de capital internamente (ya que no se podía obtener por las exportaciones) y para eso se explotó más la fuerza de
trabajo: el desempleo generó un sobrante de mano de obra y los salarios cayeron. Para controlar a los trabajadores
fue necesario desactivar los sindicatos y recurrir al patriotismo o la represión, por eso no debe extrañar la formación
de gobiernos autoritarios y dictaduras. LAS TENDENCIAS AUTORITARIAS Después de la Primera Guerra Mundial
se desarrollaron en Europa tendencias autoritarias que rechazaban los fundamentos de la democracia liberal.
Criticaban el uso del sufragio para elegir a los gobiernos sosteniendo que era más importante la calidad que la
cantidad y quienes debían gobernar eran los mejores y no las mayorías; renegaban del parlamentarismo
considerándolo un sistema donde se discutía mucho y se resolvía poco; negaban la existencia de derechos
individuales naturales, considerando a los derechos como sólo como reflejo de los deberes o como beneficios
otorgados por el estado y que este podía suspender cuando lo creyera conveniente.
Además de su trasfondo filosófico antidemocrático, estas tendencias tenían también una clara intencionalidad
política: frenar el avance del comunismo y eliminar las actividades sindicales de la post-guerra. Las asustadas
burguesías (que habían contemplado estupefactas el triunfo de la revolución leninista en Rusia en 1917) apoyaron a
estos movimientos como tabla de salvación ante las huelgas, las revueltas campesinas y el temor a las revoluciones.
El primer exponente de estas tendencias fue el fascismo italiano dirigido por Benito Mussolini, luego imitado en el
resto de Europa por movimientos como el falangismo español, el corporativismo portugués y el nazismo alemán,
entre otros. La crisis del 29 con sus consecuencias económico-sociales favoreció estas tendencias autoritarias. Los
sectores desempleados, las clases medias temerosas de proletarizarse y los sectores nacionalistas necesitados de
restaurar el orgullo nacional, vieron en los “gobiernos de mano dura” y los “hombres imprescindibles” la salida a la
crisis.
Pero no sólo en Europa se dieron estas tendencias. En América Latina, donde ya existía una tradición de
dictaduras y de “presidentes fuertes”, y abundaban las dictaduras personales, algunos líderes políticos se vieron
tentados de imitar el exitoso autoritarismo que se daba en Europa. Tampoco faltaban los motivos políticos: imponer a
la fuerza un sistema económico y social.
CONSECUENCIAS DE LA CRISIS
Disminución de las exportaciones.- La producción uruguaya tenía una característica positiva: exportaba
productos necesarios para la alimentación (carne) y para la vestimenta (lana, cueros), por lo tanto eran
imprescindibles y le permitió a Uruguay no depender de un sólo mercado. Pero a pesar de esto igual no decidía sobre
sus exportaciones (ni la cantidad ni el precio), porque su peso en el mercado era escaso dada el poco volumen de
producción. Las exportaciones uruguayas se vieron afectadas por la crisis: entre 1929 y 1932 los precios de la carne
y la lana bajaron en un 55%.
El tradicional comprador de la carne uruguaya, Inglaterra, firmó en 1932 los Convenios de Ottawa con sus ex-
colonias, dándoles preferencias en la compra de productos. Se trataba de la política proteccionista establecida
después de la crisis. Entre esas ex-colonias se encontraban Australia, Nueva Zelandia y Canada, que también
producían carnes y lana. Esto perjudicó las exportaciones uruguayas.
Descenso de las importaciones.- Las importaciones descendieron, afectando a las industrias que necesitaban
maquinaria y combustibles. La importación de máquinas y carbón cayó un 15%, mientras las importaciones de fuel
oil bajaron un 35%.
Devaluación de la moneda.- El peso uruguayo se devaluó frente a la libra inglesa y el dolar norteamericano.
En 1933 la devaluación del peso frente al dolar superaba el 100% comparado con el valor de 1928.
Desocupación.- El censo de industrias que se hizo en 1930 registró 94000 trabajadores industriales,
estimándose en 30000 el número de desocupados. En 1933 el número de desocupados se estimaba en 40000, casi
la mitad de los trabajadores industriales. Quienes conservaron su empleo no se encontraban a salvo de la crisis
porque los salarios bajaron mientras el costo de vida aumentó. Según un informe de la Oficina Nacional de Trabajo
de 1930, un tercio de los trabajadores ganaba menos de lo necesario para la subsistencia.
Además esta desocupación provocada por la crisis se sumaba a la desocupación que ya se venía dando por
otras razones:
a) la renovación tecnológica, como la aplicación del taylorismo en los frigoríficos, que había reducido en un
25% el número de obreros, o el uso de cosechadoras en la agricultura (cada cosechadora sustituía el trabajo de 10
hombres).
b) la sobre-oferta de mano de obra por la migración del campo a la ciudad que afectaba a los trabajadores
menos preparados como la estiba en el puerto.
Caída de los salarios.- La sustitución del trabajo masculino por el de mujeres y niños a los que se les pagaba
menos salario fue una de las soluciones adoptadas por las empresas privadas para mantener la ganancia de sus
capitales. El diputado socialista Troitiño informaba en la Cámara que “a las mujeres se les paga generalmente la
mitad del jornal que se paga al hombre, y a los niños se les paga menos todavía, y, a la vez, se obliga a la mujer y al
niño a rendir la misma producción que antes hacía el hombre”. En 1932 el diputado batllista Grauert denunció que el
frigorífico “Artigas” de la empresa norteamericana Armour, había despedido hombres a los que se pagaba $2,80 por
día, para tomar mujeres a las que pagaba $1,20.
La Oficina Nacional de Trabajo, un organismo del gobierno, reconoció a comienzos de 1932 que “la profunda
depresión sufrida por la industria y el comercio, dio motivo, en muchos casos a supresiones de personal, aumentando
por tal causa las infracciones de las leyes y reglamentos concernientes al trabajo, pues, muchos patrones,
empresarios, buscaron por dicho modo reducir sus presupuestos en materia de salarios”.
El desempleo y la caída del salario redujo el consumo interno: el consumo de carne bajó un 18% y el
consumo de electricidad descendió 13%. LAS DISTINTAS VISIONES DE LA CRISIS Y COMO SALIR DE
ELLACuando en 1931 el impacto de la crisis hizo imposible ignorarla, hasta para aquellos que seguían considerando
al Uruguay como una paraíso, se inició una dura polémica entre los diversos sectores políticos, sociales y
económicos. No se trató solamente de una discusión sobre las causas de la crisis y que soluciones dar, sino que fue
un enfrentamiento ideológico sobre las diversas concepciones o modelos de país que había. La crisis motivó a hacer
un balance de las últimas décadas, analizar los resultados del “modelo batllista” y, cuestionarlo o profundizarlo, según
la visión y el sector al que se pertenecía.
En su visión de la crisis los estancieros no sólo arremetieron contra las reformas del batllismo, sino que
también atacaron al “enemigo externo” que en ese momento identificaban con los frigoríficos norteamericanos. La
Federación Rural se pronunció en contra de una nueva ley proteccionista aprobada en el Congreso de EEUU y
solicitó al gobierno que se diera un tratamiento preferencial al comercio con Inglaterra, tradicional “amigo” del sector
ganadero. Además solicitó al gobierno hacer un acuerdo con Argentina en el tema carnes para hacer frente “al
avance del imperialismo económico de la nación del norte”.
La posición conservadora se mantuvo unida y eran conscientes que esa unidad les daba más fuerza a sus
reclamos y a sus hechos. En un congreso regional de estancieros realizado en Treinta y Tres reconocían que “la
desunión en cambio llevará la comercio, a la industria y al país a una ruina inevitable, y posiblemente al caos
soviético”.
La visión reformista.- Se expresaba fundamentalmente a través del batllismo que en ese momento tenía la
mayoría del Consejo Nacional de Administración por su alianza con los blancos independientes. Al comenzar la crisis
intentó quitarle dramatismo a la situación y dar una visión optimista de la recuperación. Insistía en el origen
puramente externo de la crisis y que para salir de ella no había que detener las reformas sino profundizarlas.
Las palabras del Ministro de Industrias Edmundo Castillo son representativas de la visión reformista: “ El
Uruguay puede tener en medio del malestar reinante en el mundo entero, la satisfacción de ser uno de los países que
mejor ha resistido la profunda crisis económica y financiera actual. Debemos perseverar en la política constructiva y
estimulante del trabajo nacional y en la protección de la población obrera urbana y rural”. En síntesis: profundizar las
reformas.
A medida que el tiempo transcurría y la crisis se mantenía y no aparecía una rápida recuperación, el sector
reformista tomó una postura defensiva frente a los ataques de los conservadores. El diario “El Día”, principal vocero
del batllismo, salió a hacer frente a las críticas como en esta editorial de enero de 1932: “Nuestros políticos, tan
impopulares como inescrupulosos, persisten en explotar con fines electorales la crisis económica que soporta el
país... Es la influencia del batllismo en el gobierno dicen desde ciertos sectores... Ninguna responsabilidad puede
atribuirse al colegiado o al batllismo. El batllismo no es mayoría en el gobierno desde hace muchos años. Si hubiera
podido influir decisivamente no habría crisis económica o sería esta atenuada en tal grado que pasaría inadvertida.
Nos habría bastado con nuestra política de intensificación de la producción, limitación de gastos en el exterior y
ensanche del dominio industrial del estado... Y no habría crisis... Pero cuando comenzamos a resolver los problemas
económicos y sociales, perdimos la mayoría por las divisiones internas y por la incomprensión de una gran parte de
los ciudadanos. He ahí en síntesis, las causas de la crisis porque atraviesa el país”.
Las divisiones internas a las que el artículo de “El Día” se refería, se mantenían y se agravaban, lo que le
quitaba unidad y fuerza al reformismo. La muerte de “don Pepe” en 1929 provocaba la dispersión y la división de sus
“herederos ideológicos”. Era evidente que mientras unos se inclinaban por reformas más radicales ( los llamados
“jóvenes turcos” como Luis Batlle Berres, Agustín Minelli, Justino Zabala Muniz, entre otros), otros se “corrían” hacia
la derecha (por ejemplo Gabriel Terra).
La visión de la izquierda.- Esta postura se expresaba a través del Partido Socialista, el Partido Comunista y
también se puede ubicar aquí al batllista Julio Cesar Grauert y su grupo Avanzar muy cercano a los análisis marxistas
aunque integraba y votaba dentro del Partido Colorado.
Para socialistas y comunistas la crisis del 29 anunciaba la “inexorable e inminente” caída del capitalismo.
Partiendo del análisis teórico del marxismo, consideraban que esta era la gran crisis que desembocaría en el
establecimiento de un nuevo sistema de organización social. Además la crisis debía ser aprovechada para
concientizar a los trabajadores de las causas de sus males y guiarlos hacia la lucha que derrocara al capitalismo. El
líder socialista Emilio Frugoni expresaba en la Cámara de Diputados: “Estamos en presencia de una crisis
excepcional del mundo que no puede considerarse como una simple crisis más. Es una crisis orgánica que denuncia
el fracaso de todo el sistema económico”. También reconocía que la crisis se veía aumentada por factores propios de
Uruguay: “Si no soportamos mejor los embates de la crisis universal es porque ésta nos sorprende con una economía
profundamente desequilibrada”.
Con un lenguaje más duro y combativo, el periódico comunista “Justicia” advertía en 1930 que la crisis podía
derivar en una dictadura de derecha y aconsejaba como enfrentarla: “Comprendiéndose la crisis y su carácter
profundo y creciente, se desprende de esta comprensión la inminencia del motín y de la fascistización del estado. A
la vez se comprende la radicalización, la combatividad de las masas trabajadoras, quienes son las únicas que bien
encausadas, dirigidas por el partido del proletariado, pueden romper la inminente intentona fascista y a la vez romper
los marcos de la democracia podrida burguesa -democracia para los ricos- para poder defender sus intereses y
lanzarse a la toma del poder, representados por los consejos de obreros, campesinos y soldados para cumplir los
fines de la revolución agraria y antiimperialista”. El diputado del Partido Comunista Eugenio Gómez, proclamaba el fin
del capitalismo: “Y mientras languidece, mientras se acerca a la muerte la economía del capitalismo, el proletariado
triunfante en Rusia construye victoriosamente el socialismo... Podemos afirmar que se acerca en el mundo la hora del
comunismo”.
Grauert y sus compañeros del grupo Avanzar insistían en que se había agotado el sistema capitalista. El
semanario “Avanzar” expresaba en 1930 que: “El capitalismo caerá para dar lugar a una nueva sociedad donde la
vida más armónica no permita la coexistencia de explotados y explotadores... ha llegado la hora de abandonar la
vieja teoría de la armonía entre el capital y el trabajo, para disponernos a obtener la socialización de las industrias y
el comercio y la nacionalización de las tierras, terminando así con la absurda economía capitalista”.