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CARTA A LOS HEBREOS

¿EL POR QUÉ DE ESTA PUBLICACION?

Cuando a comienzos de este año prediqué los ejercicios espirituales al Clero de la Diócesis,
centré las reflexiones en la Carta a los Hebreos.

Varios miembros del Presbiterio me han pedido que recoja en una corta publicación las ideas
centrales pues desean profundizar en este rico filón sacerdotal, lo hago para atender esta
solicitud y con el deseo de que todos iluminemos mejor nuestro sacerdocio ministerial con la
luz del sacerdocio adorable de Jesucristo, nuestro Señor.

INTRODUCCION

Probablemente hacia el año 67 apareció esta Carta maravillosa, cuyo autor se desconoce, lo
mismo que el lugar y los destinatarios. Hoy es atribuida más comúnmente a Apolo, el judío
Alejandrino, cuya elocuencia, celo y conocimiento de las Sagradas Escrituras admira San
Lucas en los Hechos (18,24-28). Para otros el autor es Bernabé, Silas u otro compañero de
San Pablo.

Desde el siglo II se le puso el título de Carta a los Hebreos, con mucho acierto, pues expone
con una riqueza escriturística admirable la superioridad del sacerdocio y del sacrificio de
Cristo sobre el sacerdocio levítico y el espléndido culto que se celebraba en el templo de
Jerusalén, lo mismo que la nueva alianza, sellada con la sangre de Jesús, que sustituyó a la
antigua. Temas estos que interesaban especialmente a los judíos que se habían convertido
al cristianismo, y de manera principal a "los sacerdotes que en gran número habían aceptado
la fe" (Hch. 6,7).

"Convertidos al cristianismo, han tenido que abandonar la ciudad santa y refugiarse en otras
partes. Pero este exilio les resulta duro; recuerdan con nostalgia los esplendores del culto
levítico cuyos ministros eran antes; y desengañados de su nueva te, poco afianzada todavía
deficientemente ilustrada, y desconcertados también por las persecuciones que la fe en
Cristo les acarrean, se sienten tentados a dar marcha atrás" (B. J. 1,15-08).

Con una pedagogía y documentación admirables la Carta les muestra la superioridad del
sacerdocio Sumo y Eterno de Cristo sobre los ángeles, sobre Moisés y sobre los sacerdotes
levíticos. Después pone delante de ellos la superioridad del culto, del Santuario, y de la
mediación de Cristo Sacerdote cuyo sacrificio único "ha llevado para siempre a la perfección
a los santificados" (Hbr. 10,14)., Frente a la maravillosa realidad y superioridad del sacer-
docio de Cristo, los sacerdotes convertidos a la fe en El no deben temer nada, y al contrario,
"deben mantener firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa"
(Hebr. 10,23).

ACTUALIDAD DE ESTA CARTA


La Carta a los Hebreos conserva su actualidad hoy, no sólo por el tema central que es el
sacerdocio de Cristo, Sunx) y Eterno, sino también porque gran número de sacerdotes
padecen o han padecido una gran crisis de identidad y soportan la tentación de abandonar
un ministerio que sólo puede ser apreciado debidamente cuando se le contempla a la luz del
sacerdocio y ministerio de Cristo. La meditación seria de esta carta puede salvar a más de un
sacerdote que se halle en crisis y nos alentará a todos para continuar ejerciendo con
entusiasmo este sacerdocio, que por ser participación del de Cristo encierra riquezas
infinitas.

No falta quien, por falta de una reflexión profunda, se sienta hoy más atraído por Marx que
por Cristo y prefiera tareas políticas o económicas al ejercicio del ministerio sacerdotal, hoy
más necesario que nunca.
LOS GRANDES TEMAS DE LA CARTA

1. EXCELENCIA DEL VERBO ENCARNADO

El prólogo de esta Carta a los Hebreos es una síntesis admirable de la suprema excelencia
del Hijo de Dios que se encarnó, redimió al mundo con su sacrificio sacerdotal y mereció la
suprema exaltación después de su ascensión. "Dios que había hablado de una manera
fragmentaria a nuestros padres por medio de los profetas nos ha hablado en estos últimos
tiempos por medio de su Hijo a quien instituyó heredero de todo".

Aquí aparece Jesús en primer lugar como el gran profeta que supera infinitamente a los
anteriores. "El profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo",
como lo definieron los discípulos de Emaús (Le. 24,19).

Jesús es la Suprema revelación del Padre en su afán de comunicarse con sus hijos. No
contento con todos los mensajes que les había enviado por medio de muchos profetas
terminó por darles su palabra infinita.

"Y la palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros" (Jn. 1,14).

Este Hijo de Dios encarnado tiene idéntica naturaleza que el Padre como quiera que es el
reflejo o resplandor de su gloria, y es imagen perfecta de su esencia, como la impronta
exacta que deja un sello por eso también hizo por El tos mundos.

La Carta a los Colosenses había ya afirmado: "El es imagen del Dios invisible, Primogénito
de toda la creación, porque en El fueron creadas todas las cosas en los cielos y en la tierra,
las visibles y las invisibles... Todo fue creado por El y para El, El existe con anterioridad a
todo y todo tiene en El su consistencia" (1,15-18). La Carta a los Hebreos dice: "El que
sostiene todo con su palabra poderosa". Pero este Verbo encarnado fue el sacerdote sumo
que "llevó a cabo la purificación de los pecados" y fue "exaltado a la diestra de la majestad
de Dios en las alturas" (1,3) ya la Carta a los Filipenses había expresado esta verdad con
estas palabras: "Se hizo obediente hasta la muerte de cruz. Por lo Cual Dios lo exaltó y le
otorgó el nombre que está sobre todo nombre, el de Señor" (2,8-10).

CRISTO SUPERIOR A LOS ANGELES


Los judíos tenían una gran admiración por los ángeles y los reverenciaban grandemente.
Dios les había confiado muchas misiones para ayudar a su pueblo y para manifestarle sus
designios. En la vida de Jesús habían desempeñado un puesto muy importante desde la
Encarnación hasta la resurrección y ascensión.

Por eso el autor de la Carta con gran sabiduría empieza a demostrar la grandeza suprema de
Jesús mostrando "su superioridad sobre los ángeles, la cual es mayor cuanto lo es el nombre
de Señor que ha heredado" (1,4).

La superioridad radica en la divinidad de Jesús a quien el Padre le dijo: "Hijo mío eres tú; yo
te he engendrado hoy yo seré para El Padre, y El será para mí Hijo" (1,5). A ninguno dijo ya
más el Padre estas palabras, antes bien a todos les dio la orden de adorarle cuando el
primogénito fue introducido en este mundo.
Sólo al Hijo, y no a los ángeles dijo: "Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos
por escabel de tus pies". Jesús es el Señor, mientras que los ángeles son servidores con la
misión de asistir a los que han de heredar la salvación (1,14) y esta superioridad de Cristo
sobre los ángeles se extiende al diablo a quien "aniquiló", mediante su muerte y "libertó a
cuantos, por temor a la muerte, estaban por vida sometidos a esclavitud" (l, 14-16). San
Mateo nos dice en su evangelio cómo Jesús vence en el desierto al diablo que lo deja y se
acercaron unosrángeles y le servían (Mt. 4,11).

CRISTO SUPERIOR A MOISES

Para los judíos, después de los ángeles la mayor dignidad la ostentaba Moisés, su
liberador y gran conductor.

Cuando María y Aarón murmuraron contra Moisés por causa de la mujer cusita que había
tomado por esposa, el Señor les dijo: "Si hay entre vosotros un profeta, en visión me revelo a
él y hablo con él en sueños". No así con mi siervo Moisés: él es de toda confianza en mi casa
(Núm. 12,6-8). "El autor parte de este texto para mostrar la superioridad de Jesús sobre
Moisés". Pues ha sido juzgado digno de una gloria en tanto superior a la de Moisés, en
cuanto el constructor de la casa supera a la casa misma. Porque toda casa tiene su
constructor; mas el constructor del universo es Dios. Moisés fue fiel en toda su casa como
servidor, pero Cristo lo fue como hijo, al frente de su propia casa que somos nosotros (3,2-7).

LA GRAN TAREA:

CONOCER A NUESTRO PONTIFICE

El capítulo tercero empieza con estas palabras que deben constituir el programa de vida para
todo sacerdote: "Por tanto, hermanos santos, partícipes de una vocación celestial,
considerad al apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe, a Jesús" (3,1).

Cada palabra aquí sirve de tema para profundas meditaciones sacerdotales.


a) HERMANOS: Mediante la especial y común participación del sacerdocio ministerial de
Jesús adquirimos una nueva fraternidad sacramental que debe unirnos como familia
sacerdotal con lazos muy estrechos.

El Concilio Vaticano II dice: "Los presbíteros constituí-dos por la ordenación en el orden del
presbiterado, se unen todos entre sí por íntima fraternidad sacramental; pero especialmente
en la diócesis, a cuyo servicio se consagran bajo el propio obispo; forman un solo presbiterio
(P.O. No. 8). Todos debemos abrirnos a la acción unitiva del Espíritu Santo y hacer todos los
esfuerzos posibles para que esta fraternidad sacramental se manifieste en la vida y conducta
del presbiterio con una autenticidad cada vez mayor.
b) SANTOS: Todo cristiano es desde el bautismo "santo por vocación", como escribe San
Pablo a los Romanos (1.7).
Pero esta vocación a la santidad es mayor para el sacerdote como lo enseña también el
Concilio: "Ahora bien, los Sacerdotes están obligados de manera especial a alcanzar esta
perfección, ya que consagrados de manera nueva a Dios por la recepción del orden, se
convierten en instrumentos vivos de Cristo, sacerdote eterno". Y el sacerdote para llenar esta
obligación especial de buscar la santidad "es también enriquecido de gracia particular" (P.O.
No. 12).

"Los presbíteros conseguirán de manera propia la santidad ejerciendo sincera e


incansablemente su ministerio en el espíritu de Cristo" (P.O. No. 13).
c) PARTICIPES DE UNA VOCACION CELESTIAL: Desde la eternidad fuimos llamados por
el Padre "para ser sus hijos adoptivos por Jesucristo" (Ef. 1,5).

Pero a esta vocación cristiana recibida en el bautismo se unió después esta vocación
celestial o la vida sacerdotal. "No me habéis elegido vosotros a mí, sino yo os he elegido a
vosotros, y os he destinado a que vayáis y deis fruto, y un fruto que permanezca" (Jn.15,16).

Jamás podremos comprender en la tierra la sublime grandeza de nuestra vocación


sacerdotal. El Señor llama a los que El quiere y frente a esta dignidad y responsa bilidad tan
grande debemos tener siempre presentes las palabras de San Pablo: "Esta es la confianza
que tenemos delante de Dios por Cristo. No que por nosotros mismos seamos capaces de
atribuirnos cosa alguna, como cosa propia, sino que nuestra capacidad viene de Dios, el cual
nos capacitó para ser ministros de una nueva alianza, no de letra sino del espíritu" (II Cor.
3,4-7).
d) CONSIDERAD AL SUMO SACERDOTE: Los sacerdotes tenemos una gran tarea que
debe ser la suprema y constante preocupación durante toda nuestra vida: "Considerar al
apóstol y Sumo sacerdote de nuestra fe, a Jesús".

En la medida en que penetremos en el conocimiento amoroso de Jesús, nuestro Sumo


Sacerdote, en esa medida lo amaremos y apreciaremos el sacerdocio que en su bondad nos
ha comunicado. En la oración sacerdotal nos dijo: "Esta es la vida eterna: que te conozcan a
ti el único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo" (Jn. 17,3).

San Pablo, el gran enamorado de Jesús por el conocimiento profundo que tenía de El,
escribe en su Carta a los Filipenses: "Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del
conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas y las tengo por
basura para ganar a Cristo" (3,8) "conocerle a El, el poder de su resurrección y la comunión
en su padecimientos" (V. 10).
Todo debemos estudiarlo en Cristo, pero especialmente su sacerdocio sumo y eterno, ya que
él es la fuente de nuestra salvación y también la causa de su glorificación.

Jesús es el salvador por medio de su sacrificio sacerdotal, y es Señor "por la muerte que
padeció" (Fil.).

EXHORTACION

El autor de esta Carta a los Hebreos añade con frecuencia exhortaciones especiales
después de haber expuesto una de sus tesis doctrinales. Así to hace, por ejemplo al
comienzo del capítulo 2, en el 3o. con estas palabras: "Mirad, hermanos, que no haya en
ninguno de vosotros un corazón maleado por la incredulidad que le haga apostar de Dios
vivo; antes bien, exhortaos mutuamente cada día mientras dure este hoy, para que ninguno
de vosotros se endurezca seducido por el pecado. Pues hemos venido a ser partícipes de
Cristo, a condición de que mantengamos firme hasta el fin la segura confianza del principio"
(3,12-15). La mayor dificultad que se nos presenta a los sacerdotes es la fidelidad hasta la
muerte en el servicio del Señor y no dejar que la desconfianza y la incredulidad nos lleve a la
apostasía.

Para superar esta dificultad necesitamos ayudarnos mutuamente por medio de una pastoral
sacerdotal en cada diócesis que nos brinde a todos los miembros del presbiterio una ayuda
mutua, en todos los órdenes, pero principalmente en el espiritual.
"Ayudarnos mutuamente cada día mientras dure este hoy".
En nuestra pastoral tiene que ocupar el primer puesto la que realicemos en favor de nuestros
hermanos sacerdotes y la que podamos recibir de ellos.

Y én el capítulo 4: el autor nos exhorta a entrar en el descanso de Dios (V. 11) y nos dice:
"Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún en vigor la promesa de entrar en el
descanso de Dios, alguno parezca llegar rezagado" (4,1).
Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones.

EFICACIA DE LA PALABRA DE DIOS

Toda esta Carta a los Hebreos está llena de citas de la Sagrada Escritura, y el autor se
detiene en una consideración especial acerca de la eficacia de esta Palabra de Dios para
que den a los textos que cita abundantemente la debida importancia.

Y por eso escribe: "Ciertamente es viva la palabra de Dios y eficaz, y más cortante que
espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu; hasta las
junturas y médulas escruta los sentimientos y pensamientos del corazón. No hay para ella
criatura invisible: todo está patente y desnudo a los ojos de Aquel a quien hemos de dar
cuenta" (4,12-14).

Palabras precisas éstas, que, ojalá, dejen en nosotros un aprecio creciente por la palabra de
Dios con la cual debemos nutrirnos diariamente a fin de que sea "luz para nuestros pasos" y
fuente de amor, de luz, de fortaleza y de santidad para nuestras vidas.

JESUS, SUMO SACERDOTE COMPASIVO

Una de las cualidades del Sumo y Eterno Sacerdote Jesús, es la compasión que El tiene por
todas nuestras flaquezas (4,15) y porque es infinitamente compasivo debemos "acercarnos
con confianza al trono de la gracia para ser socorridos en tiempo oportuno" (4,16).

Conoceremos el corazón sacerdotal de Cristo en la medida en que conozcamos su ternura y


su compasión y sus sentimientos de Buen Pastor.

Los sacerdotes debemos tener también estos sentimientos compasivos de Jesús, tanto más
cuánto nosotros estamos "envueltos en flaqueza; to mismo que nuestros hermanos a
quienes servimos.

LA EXCELSA DIGNIDAD SACERDOTAL DE JESUS

El sacerdocio de Cristo posee una dignidad y grandeza intinitas.


El tiene "el sumo sacerdocio" (5,5). Es "sacerdote para siempre" (5,6).

"Llegó a la perfección y se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le
obedecen, proclamado por Dios Sumo Sacerdote" (5,9 y 10) y es que el sacerdocio de Cristo
no es el efecto de un sacramento como sucede en el nuestro, sino que es el efecto de la
unión hipostática. La naturaleza humana asumida por la divinidad recibe de ésta la plenitud
de la unción espiritual y con ella Jesús queda constituido sacerdote sumo, eterno y
santísimo. Por eso se dice de Él: Te ungió, oh Dios, con óleo de alegría con preferencia a tus
compañeros" (Hebr. 1,9).

Y de ahí su santidad infinita. "Así es el sumo sacerdote que nos convenía: Santo, ¡nocente,
incontaminado, apartado de los pecadores, encumbrado por encima de los cielos, que no
tiene necesidad de ofrecer sacrificios cada día, primero por sus pecados propios como
aquellos sumos sacerdotes, luego por los del pueblo" (7,26-28).

La sola lectura de estas palabras que sintetizan la santidad y pureza de nuestro Sumo y
Eterno Pontífice nos deben cuestionar acerca de nuestra vida y conducta y lo mismo que
acerca de nuestra preocupación por conservamos limpios de toda impureza que desdiga de
nuestro sacerdocio.

SUPERIORIDAD DEL CULTO DEL SANTUARIO Y DE LA MEDIACION DE CRISTO


SACERDOTE
La Carta a los Hebreos, después de mostrarnos la superioridad de Cristo Sacerdote, Sumo y
Eterno, sobre los sacerdotes levíticos, sobre Moisés y sobre los mismos ángeles, nos invita,
ahora, a contemplar la superioridad de su sacrificio, del Santuario Celestial donde ejerce su
culto y de su mediación infinita. A la luz de estas consideraciones debe crecer nuestra
admiración y amor a este Pontífice Divino.

EL PUNTO CAPITAL DE ESTA DOCTRINA

El Cap. 8 comienza con estas palabras: "Este es el punto capital de cuanto venimos diciendo,
que tenemos un Sumo Sacerdote tal, que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en
los cielos, al servicio del santuario y de la tienda verdadera, erigida por el Señor, no por un
hombre".

Cristo oficia ahora en el Santuario del cielo, infinitamente superior a la tienda que construyó
Moisés conforme al modelo que Dios le mostró en el monte (Ex. 25,40) y al templo que
construyó Salomón.

"Presentóse Cristo como Sumo Sacerdote de los bienes futuros, a través de una tienda
mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, de este mundo y penetró
en el Santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino
con su propia sangre, habiendo conseguido una redención eterna.

Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, nos redimió con su sacrificio pascual y en su ascensión,
este Pontífice resucitado atravesó los cielos y llegó a la presencia de su Padre en el "Santo
de los santos".

San Pedro cuando meditaba en esta realidad escribió en su primera Carta: "Sabiendo que
habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo
caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla,
Cristo" (1,18-20).

"En virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para
siempre del cuerpo de Cristo" (Hebr. 10,10).

EL ESPIRITU SANTO EN LA PASCUA DE CRISTO

La Carta a tosHebreos contiene el único texto revelado que nos habla de la acción del
Espíritu Santo en la inmolación pascual de Cristo. "Pues si la sangre de machos cabríos y de
toros y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purifi -
cación de la carne, cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Santo se ofreció a sí
mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto
al Dios vivo" (Hébr. 9,13-15).
Y es que el divino Espíritu que "llenó" a Jesús (Lo 4,1) que "lo llevó al desierto" (Jb.) y con
cuya fuerza volvió a Galilea (Le. 4,14) llenó de fortaleza a nuestro Pontífice para que
enfrentase los tormentos de la pasión y muerte en la cruz y realizase su sacrificio pascual.

La presencia y la acción del Espíritu Santo en Jesús durante la pasión fue especial y
decisiva. Nosotros los sacerdotes necesitamos esta presencia y acción fortificante del
Espíritu Eterno para conseguir nuestra íinserción en el misterio pascual de Cristo.
Por eso la promesa de Jesús: "Recibiréis el poder del Espíritu Santo que vendrá sobre
vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén en toda Judea y Samaría, y hasta tos confines de
la tierra" (Hch. 1,8).

CRISTO SELLA CON SU SANGRE LA NUEVA ALIANZA

"Cristo es mediador de una nueva alianza", es la gran afirmación de la Carta (9,15). Dios
pactó una alianza con su pueblo y la selló Moisés con sangre de novillos. Entonces tomó
Moisés la sangre, roció con ella al pueblo y dijo: "Esta es la sangre de la alianza que Yavhé
ha hecho con vosotros" (Ex. 24,6-9).

Como el pueblo de Israel violó frecuentemente esta alianza, Dios prometió hacer con
nosotros una alianza nueva. Así dijo por medio del profeta Jeremías:

Mirad que llegan días -dice el Señor-en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una
alianza nueva, no como la alianza que hice con sus padres cuando los tomé de la mano para
sacarlos de Egipto; ellos quebrantaron mi alianza y yo me desentendí de ellos -dice el Señor-
La Alianza que estableceré con la casa de Israel cuando lleguen esos días -dice el Señor-
será así: Al dar mis leyes
las escribiré en su razón y en sus corazones,
yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.
Un hombre no tendrá que instruir a su conciudadano
ni el otro a su hermano
diciéndoles: "Reconoce al Señor";
porque todos me conocerán,
desde el pequeño al grande,
cuando perdone sus crímenes
y no recuerde más sus pecados (Jr. 31,31-34).

Al llamar nueva a esta alianza dejó anticuada la primera; y todo lo que se vuelve antiguo y
envejece está próximo a desaparecer.

Esta alianza nueva y eterna fue sellada con la sangre de Jesús, Pontífice y mediador
nuestro.

"Tomó luego un cáliz, y dadas las gracias, se lo dio diciendo: "Bebed de él todos, porque esta
es mi sangre de la alianza que va a ser derramada por vosotros para remisión de los
pecados" (Mt. 26,27-29) y la Carta a los Hebreos nos dice: "Pues no penetró Cristo en un
Santuario hecho por mano de hombre, sino en el mismo cielo, para presentarse ahora el
acatamiento de Dios en favor nuestro. "Se ha manifestado ahora una sola vez, para la
destrucción del pecado mediante el sacrificio de sí mismo" (9,25-27) y en el Cap. 12 vuelve el
autor a hablar de las dos alianzas y dice: "Vosotros os habéis acercado al monte Sión, a la
ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a las miríadas de los ángeles, reunión solemne
y asamblea de los primogénitos inscritos en tos cielos, y a Dios, Juez universal, y a Jesús,
mediador de una nueva alianza y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor
que la de Abel" (12,22-25).

La conclusión es muy clara y fuerte: "Por eso, nosotros que recibimos un reino inconmovible,
hemos de mantener la gracia, y mediante ella, ofrecer a Dios un culto que le sea grato, con
religiosa piedad y reverencia, pues nuestro Dios es fuego devorador" (Hebr. 12,28-30). Esta
realidad de la nueva alianza sellada con la sangre sacerdotal de Jesús debe recordarnos en
cada celebración eucarística que es preciso renovarlo de parte nuestra. Jesús permanece fiel
a la alianza y nos recuerda en el momento de la consagración que también nosotros debe -
mos ser fieles a este pacto. Cuando digamos: "Sangre de la alianza nueva y eterna,"
recordemos que el pacto divino es con cada uno de nosotros y que debemos renovarlo
diariamente y en cada celebración eucarística.

SIEMPRE VIVO PARA INTERCEDER

Un aspecto importantísimo del ejercicio sacerdotal de Cristo sacerdote en el cielo es su


constante intercesión en favor de nosotros.

Leemos en el Cap. 7 estas palabras: "De ahí que pueda Jesús también salvar
perfectamente a los que por El se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en
su favor" (V. 25).
Ya San Pablo había escrito a los Romanos, quien condenará? Acaso Cristo Jesús, el que
murió; mas aún, el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, y que intercede por
nosotros?" (8,34).

Y San Juan en su primera Carta dice: "Y la sangre de Cristo nos purifica de todo pecado"
(1,7) y añade después: "Jesucristo, el justo, El es propiciación por nuestros pecados, no
sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero" (2,2).

Cómo reconforta la esperanza saber que nuestro Pontífice continúa orando por nosotros y
presenta su sangre y sus llagas al Padre para obtenemos el perdón y la salvación. Por eso
nos dice la Carta a los Hebreos: "Teniendo pues, hermanos, plena seguridad para entrar en
el Santuario en virtud de la sangre de Jesús, por este camino nuevo y vivo, inaugurado por El
para nosotros, a través del velo, es decir, de su propia carne y un gran sacerdote al frente de
la Casa de Dios, acerquémonos con sincero corazón, en plenitud de fe, purificados los
corazones" (Hebr. 10,19-23).

Pero este amor sacerdotal que llevó a Jesús a dar su vida y su sangre por nosotros hace que
la apostasía sea un pecado horrendo. Dice la Carta: "Si alguno viola la ley de Moisés es
condenado a muerte sin compasión por la declaración de dos o tres testigos.
Cuánto más grave castigo pensáis que merecerá el que pisoteó al Hijo de Dios y tuvo como
profana la sangre de la alianza que le santificó, ultrajó al Espíritu de la gracia? Es tremendo
caer en manos de Dios vivo" (Hebr. 10,28-32).

MI JUSTO VIVIRA POR LA FE!

El autor de la carta anima a los destinatarios a perseverar en la fe y en la esperanza ya que


tienen delante de ello el ejemplo sacerdotal de Jesús que sufrió la muerte de Cruz para
redimirlos no debe tener cabida al desaliento.

"Traed, les dice, a la memoria los días pasados en que después de ser iluminados
(bautizados) hubisteis de soportar un duro y doloroso combate. No perdáis ahora vuestra
confianza, que lleva consigo una gran recompensa".

"Mi justo vivirá por la fe (10,32-39) y después de dar la definición clásica de la fe que es
garantía de lo que se espera y la prueba de las realidades que no se ven" (11,1) pone
delante de nosotros los grandes modelos de esa fe en la historia sagrada partiendo del justo
Abel.

Y enseguida nos hace esta apremiante exhortación:

"En consecuencia, (rodeados como estamos por tal nube de testigos de la fe, sacudámonos
todo lastre y el pecado que se nos pega. Corramos con constancia en la compe tición que se
nos presenta, fijos los ojos en el pionero y consumador de la fe, Jesús; el cual, por la dicha
que le esperaba, sobrellevó la cruz, despreciando la ignominia, y está sentado a la derecha
del trono de Dios. Meditad, pues, en el que soportó tanta oposición de parte de los
pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo.

Aún no habéis resistido hasta la sangre en vuestra lucha con el pecado; además habéis
echado en olvido la recomendación que os dirigen como a hijos" (Hebr,l2,1-15).

PATERNAL PEDAGOGIA DE DIOS

La Carta intercala aquí una hermosa reflexión acerca de la pedagogía divina que aparece en
sus correcciones.
"Hijo mío, no tengas en poco que el Señor te eduque ni te desanimes cuando te reprende;
porque el Señor educa a los que ama y da azotes a los hijos que reconoce por suyos". Lo
que soportáis os educa, Dios os trata como a hijos; y ¿qué hijo hay a quien su padre no
corrija? si os eximen de la corrección, que es patrimonio de todos, será que sois bastardos y
no hijos.

Más ún, tuvimos por educadores a nuestros padres carnales y los respetábamos. ¿No nos
sujetaremos con mayor razón al Padre de nuestro espíritu para tener vida? Porque aquellos
nos educaban para breve tiempo, según sus luces; Dios, en cambio, en la medida de lo útil,
para que participemos de su santidad. En el momento ninguna corrección resulta agradable,
sino molesta; pero después, a los que se han dejado entrenar por ella, los resarce con un
fruto apacible de honradez. Por eso fortaleced los brazos débiles, robusteced las rodillas
vacilantes, plantad los pies en sendas llenas para que la pierna coja no se disloque, sino se
cure.

Esmeraos en tener paz con todos y en vivir consagrados sin lo cual nadie verá al Señor"
(Hebr. 12,5-14).

Y después hace un apremiante llamamiento a la santificación con estas palabras: "Procurad


la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Poned cuidado en que nadie
se vea privado de la gracia de Dios" (12 14-16).

APENDICE

El capítulo 13 y último de la Carta a los Hebreos nos da estos últimos consejos:

Consérvese el amor fraterno. La hospitalidad no la echéis en olvido, que por ella algunos, sin
saberlo, hospedaron ángeles. Acordaos de los presos como ligados con ellos y de los
maltratados, que también vosotros vivís en un cuerpo.
Valoren todos el matrimonio y no deshonren el lecho nupcial, porque a los libertinos y
adúlteros los juzgará Dios.

La conducta sea desinteresada, conformándose con lo que uno tiene, pues él ha dicho:
"Nunca te dejaré, nunca te abandonaré" con esto podemos decir animosos: "El Señor está
conmigo, no temo; ¿qué podrá hacerme un hombre?".

Acordaos de aquellos dirigentes vuestros que os expusieron la palabra de Dios, y teniendo


presente cómo acabaron su vida, imitad su fe.

Jesús el Mesías es el mismo hoy que ayer y será el mismo siempre (Hebr. 13,1-8).
"No os dejéis seducir por doctrinas varias y extrañas" (13,8).

"Obedeced a vuestros dirigentes y someteos a ellos, pues velan sobre vuestras almas"
(13,17).

JESUCRISTO ES EL MISMO

Esta maravillosa Carta sacerdotal contiene casi al final una de las frases más importantes de
toda la Biblia: "Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre" (13,8).

Es que Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, murió, pero resucitó y vive y actúa siempre
sacerdotalmente.

El pudo anunciar antes de morir que resucitaría al tercer día y "que estaría con nosotros
todos los días hasta el fin del mundo" (Mt. 28,20). El Concilio afirmó esta perenne presencia
de Jesús en la liturgia en estas palabras:

Presencia de Cristo en la Liturgia


"Para realizar una obra tan grande Cristo está siempre presente en su Iglesia sobre todo en
la acción litúrgica.
Está presente en el sacrificio de la misa, sea en la persona del ministro, "ofreciéndose ahora
por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz", sea sobre todo
bajo las especies eucarísticas. Está presente ccn su fuerza en tos sacramentos, de modo
que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues
cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es El quien habla. Está presente, por último,
cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: "Donde están dos o tres
congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos" (Mt. 18,20).

Realmente, en esta obra excelsa por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres
santificados. Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia, que invoca a
su Señor y por El tributa culto al Padre Eterno.

Con razón, pues, se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En
ellas tos signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del
hombre, y así el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la cabeza y sus miembros, ejerce el
culto público íntegro.

En consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo
que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el
mismo grado no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia" (S.C. No. 7).

Por eso: "En la liturgia terrena pregustamos y tomamos parte en aquella liturgia celestial que
se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos y donde Cristo está
sentado a la diestra de Dios como ministro del Santuario y del tabernáculo verdadero" (S.C.
NB 8).
Que nuestra vida sea desde esta tierra la constante alabanza del sacerdocio de Cristo.

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