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5.

 En primer lugar, fueron semejantes a la vida de Cristo en el cuerpo material.


¿Por qué fueron más semejantes estos dos que otros? Porque estos eran hijos
de María Cleofás, hermana menor de la Virgen María. Santa Ana, madre de la
Virgen, tuvo tres hijas.

La primera fue la Virgen María, madre de Dios; la segunda, María Cleofás,


madre de estos dos apóstoles Simón y Judas; la tercera, María Salomé, madre
de Juan Evangelista y de Santiago el Mayor. Ahora bien, los dos más cercanos
a Cristo eran Simón y Judas, porque eran hijos de la hermana más próxima a
la Virgen. ¡Gran honor! Si un rey se hiciera un vestido de una pieza de tela
preciosa, y ordenara a dos soldados que se vistieran de la misma pieza, y a
otros dos del fin de la misma, haría más honor a los que concediera vestirse
del medio, que a los que concedió vestirse del fin. Esta preciosa escarlata fue
Santa Ana, madre de la Virgen. La cabeza de esta pieza fue la Virgen María, de
la que tomó Cristo la vestidura de su humanidad. La parte media de la misma
fue María Cleofás, de la que se revistieron estos dos apóstoles. Y el final de la
pieza fue María Salomé, de la que se vistieron Juan y Santiago. Esta fue la
semejanza en el cuerpo material. Por esta semejanza la Escritura les llama no
sólo consanguíneos, sino hermanos de Cristo, por su proximidad: Su Madre,
¿no se llama María, y sus hermanos Santiago y Jacobo, Simón y Judas? (Mt.
XIII, 55). Conformes a la imagen del Hijo de Dios en el cuerpo material.

6. Nosotros podemos tener esta semejanza con Cristo por las virtudes de
nuestro cuerpo, y será más excelente que la que tuvieron los dos apóstoles.
Esta fue carnal; la nuestra será virtuosa, que es mejor. Nos referimos a la
penitencia, de la cual estaba Cristo revestido, pues cuando tenía treinta años
aparentaba cuarenta o cincuenta (cf. lo. VIII, 57). 

Dice la Glosa que, debido a los ayunos, trabajos y aflicciones, parecía de


cincuenta años. Si queremos ser semejantes a Él, no nos aflijamos porque no
somos hijos de María Cleofás; seamos hijos de otra hermana de la Virgen, que
existía antes que María Cleofás; seamos hijos de la penitencia. Cuando la
Virgen tenía tres años comenzó a hacer penitencia en el templo. Seamos hijos
de esta hermana. Aunque Simón y Judas fueran hijos de María Cleofás,
hermanos y consanguíneos de Cristo, hubieran sido condenados si no hubieran
sido hijos de la penitencia. Se salvaron y santificaron por ser hijos de la
penitencia, más bien que por ser hijos de María Cleofás. Lo mismo nos
acontecerá a nosotros si hacemos penitencia. De éstos dice el Apóstol: No se
avergüenza de llamarlos hermanos a los que hacen penitencia (Hebr, II, 11).

8. En segundo lugar, fueron semejantes en el alma racional. Esto es más


noble, según veremos a continuación. Cristo tenía cuerpo, alma y divinidad. El
alma de Cristo al principio de su creación tuvo tanta ciencia que conocía todo
lo pretérito, presente y futuro. Por eso dice David, hablando de Cristo: Señor,
tú conoces todas las cosas, las antiguas y las novísimas (Ps. 138, 5).
También en este aspecto los dos apóstoles fueron muy semejantes a Cristo,
pues tuvieron mucha claridad, a través de la cual conocían no solamente las
cosas pretéritas, sino también muchas cosas futuras. Después de Pentecostés
marcharon a Persia a predicar. El rey de Persia estaba en guerra con el de la
India. El de Persia mandaba un capitán a luchar contra los indios, sin haber
obtenido respuesta de sus ídolos sobre el suceso de la guerra. Los apóstoles le
anunciaron el fin de la guerra y la paz futura.

10. En tercer lugar, afirmo que fueron semejantes a la vida de Cristo en


sus obras virtuosas. La obra de Cristo está clara: Para esto apareció el Hijo de
Dios, para destruir las obras del diablo (1 lo. III, 8). Las obras del diablo son
los pecados, las tentaciones, las guerras, las divisiones, etc. Esto fue lo que
destruyó Cristo. Y en este aspecto nuestros dos apóstoles fueron muy
semejantes a Cristo.

Hallaron en Persia dos encantadores, Zaroes y Arfaxar, a los que acudía toda la
gente para implorar la salud o para encontrar las cosas perdidas, para pedir
auxilio por los hijos, etcétera. Y cuando invocaban a los demonios para que
hicieran cuanto pedían, a veces, por permisión divina, se cumplía la petición.
Digo por permisión divina, porque los demonios a nadie pueden curar si no es
retirando su acción maléfica. Por ejemplo, del mismo modo que si yo fuera
invisible y con una aguja os causara dolor en las narices o en las encías; así
hacen los demonios, que pueden causar dolor al pecador, permitiéndolo Dios,
para que acuda a ellos implorando la salud, para que les preste oídos y se
condene al fin. Los apóstoles tuvieron una polémica muy grande contra estos
magos, en presencia del rey infiel. Por sus milagros convirtieron al rey. Luego
fueron conformes a la imagen del Hijo de Dios.

11. Hoy se hacen en el mundo muchas obras diabólicas, y hay algunos que no


quieren creerlo. Es cierto que el Señor nos ha creado, y no nosotros. Es obra
diabólica el querer deformar lo que Dios ha hecho, como hacen las mujeres
cuando se pintan. ¿Sabéis qué injuria se hace a Dios con esto? La misma qué
harías tú, que no sabes pintar, si quisieras copiar la imagen que el mejor pintor
del mundo pintara. Piensa que Dios sabe pintar; y tú, que no sabes, ¿por qué
quieres ser de otro modo? A vosotras, mujeres, os ha dado Dios unos pechos
grandes, ¿por qué os los apretáis? Os dio ojos pequeños, ¿por qué queréis
hacerlos grandes? Si os dio cabellos negros, queréis tenerlos rubios, como la
cola de un toro, etc. Por eso cuando rezáis Cristo esconde su cara, porque
tenéis la cara del diablo y no la de Cristo. Y si le decís: ¡Señor, soy creatura
vuestra!, Él os responderá: ¡Mientes!

La mujer casada ha de lavarse y adornarse para no desagradar a su marido.


Los maridos no deben permitir a sus esposas que se pinten. Han de decirles:
¿Os pintáis por mí o por otro? Si os pintáis por mí, no lo hacéis cuando estáis
en casa, sino cuando salís, etc. La sagrada Escritura amonesta a los esposos y
a los padres: No comulguéis con las obras vanas de las tinieblas; antes bien,
estigmatizadlas (Eph. V, 11).
12. Digo, en cuarto lugar, que fueron semejantes a Cristo en la conducta
espiritual. Cristo quiso vivir pobremente en este mundo por amor a los
hombres. Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rico, se
hizo pobre por amor nuestro, para que vosotros fueseis ricos por su pobreza (2
Cor. VIII, 9).

También en esto fueron semejantes a Cristo los dos apóstoles. Después de


convertir al rey de Persia y al de Babilonia y a muchos miles de infieles, iban
pobremente vestidos. El rey pensó que tales hombres no debían ir vestidos de
esa manera, y les ofreció grandes dones y tesoros. Los apóstoles,
despreciándolos como estiércol, dijeron: No queremos nada terreno o carnal,
sino sólo el amor de Dios y la salvación de las almas. Y con aquel dinero
edificaron iglesias y hospitales. Luego fueron semejantes a Cristo en su
conducta.

13. Esta conducta atañe a los religiosos y a los clérigos y también a los
seglares. Los religiosos deben tomar sólo lo estrictamente necesario para vivir,
y no recibir nada más, aunque quieran darles.

Esta ambición destruyó las Órdenes religiosas, que en un principio comenzaron


con tanta pobreza que San Bernardo no comía sino hierbas. Pero después los
reyes y -príncipes se enamoraron de ellos y les edificaron grandes
monasterios, dándoles posesiones y castillos, hasta tal punto que se perdió el
espíritu de la religión y llegaron a ser como puercos bien cebados. Para
contrarrestar esta decadencia, San Francisco y Santo Domingo fundaron sus
Ordenes sin réditos, para que fueran Ordenes mendicantes, y comenzó la
devoción de las gentes, edificándoles grandes monasterios. Y ahora también
todo se ha perdido. Otro tanto ocurrió con los ermitaños, quienes comenzaron
con estrechez, pero luego empezaron a edificar y lo perdieron todo. La pobreza
apostólica hay que conservarla como una doncella guarda su virginidad. Los
enamorados envían muchos presentes a las doncellas; si alguna los acepta, se
convertirá en meretriz. La mujer que quiere vivir castamente no recibe dones,
a no ser en calidad de limosna y en caso de necesidad. Sirvamos, pues, a Dios,
que nada necesario nos ha de faltar.

Los clérigos guárdense de la simonía y rec

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