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LAS REFORMAS BORBONICAS

El 1 de noviembre de 1700 la casa de Borbón accedió al trono de España,


luego de la muerte de Carlos II, el último de los Austrias españoles. Heredó la
corona el duque de Anjou, nieto de Luis XIV rey de Francia, con el nombre de
Felipe V. Su llegada al trono español desató de inmediato la guerra contra
Austria, que objetó la legitimidad de Felipe, quien por su parte, contó con el
respaldo de Francia; mientras que Inglaterra, Holanda, Portugal, Prusia y las
provincias de Cataluña y Aragón, se sumaron a sus detractores. El conflicto,
conocido como la guerra de Sucesión, se prolongó hasta 1713, cuando los
contendientes firmaron la paz de Utrecht (Holanda), tratado que reconoció los
derechos sucesorios de Felipe V, pero obligó a España a desprenderse de
todas sus posesiones europeas y a permitir que Inglaterra desarrollara
actividades comerciales en América.

Era evidente que España ya no era la potencia que había sido durante el siglo
XVII y sólo la alianza dinástica con Francia le permitía seguir siendo
considerada como una nación relativamente poderosa. Por esta razón Felipe V
y sus consejeros se empeñaron en devolver a España su antiguo prestigio.
Incrementaron la capacidad de las fuerzas armadas y protegieron la economía
del reino de la competencia de sus enemigos. La principal debilidad de estas
medidas fue que prácticamente se desentendieron de las colonias ultramarinas,
cuya función continuó limitándose al aporte de recursos para financiar las
campañas militares europeas y los experimentos económicos en la península.
El fracaso de dicha política quedó en evidencia con la derrota española frente a
Inglaterra en la guerra de los Siete Años (1756-1763), que culminó con la caída
de La Habana y Manila, y obligó al rey Carlos III a reconocer la importancia
estratégica de sus posesiones en el Nuevo Mundo.

El alcance de las reformas aplicadas por Carlos III en América fue mucho más
profundo que las introducidas por Felipe V, debido en parte a que para su
diseño los asesores del rey contaron con detallados informes sobre la realidad
americana. Los consejeros de Carlos dejaron de concebir a América como un
mundo dedicado exclusivamente a la minería y cuya producción debía servir de
fuente de recursos para el tesoro real, sino que se empeñaron en estimular las
demás actividades productivas y el comercio; mejorar el sistema de
administración colonial y hacer más efectiva la autoridad de la Corona en sus
dominios. En el plano administrativo, se concentraron en un ministerio todos los
asuntos relativos a las Indias; se crearon los virreinatos del Río de la Plata y
Nueva Granada; y se instauró el régimen de Intendencias en diversas
provincias, lo que suponía el reemplazo de funcionarios criollos por
peninsulares más calificados. En el ámbito económico se dispuso la aplicación
de estímulos que favorecieran el desenvolvimiento de la agricultura y la
minería, mientras que se comenzó lentamente a eliminar el monopolio
comercial de la metrópoli sobre sus dominios americanos, aunque se
reestructuró el sistema tributario a objeto de elevar sustantivamente la
recaudación en las aduanas reales. En materia eclesiástica, se eliminó toda
objeción respecto de la primacía de los derechos de la Corona con la expulsión
de la Compañía de Jesús de los dominios de los borbones españoles.
Finalmente, en el ámbito militar, las antiguas milicias fueron reemplazadas por
ejércitos profesionales para cuya formación se enviaron oficiales y tropas
desde Europa.

En definitiva, las reformas borbónicas cumplieron con los objetivos de dar un


nuevo impulso a la economía americana, incrementar el aporte de ésta al
imperio español y establecer una burocracia eficiente y leal. Sin embargo,
también afectaron los intereses de las elites locales y su aplicación fue tan
arbitraria, que contribuyeron a provocar un clima de resentimiento que
finalmente derivó en la emancipación política de América.

CARLOS III. REFORMAS Y OBJETIVOS

Carlos III, receptivo a las ideas ilustradas, se rodea de consejeros y ministros,


que van a tratar de introducir en España algunas reformas de clara inspiración
ilustrada, entre ellas podemos destacar:

– Liberalizar los precios del trigo (1765)

– Imponer la autoridad real sobre la Iglesia, hasta llegar a la expulsión de los


Jesuitas (1767).

-Creación de escuelas de enseñanza Primaria y la reforma de los estudios


universitarios.

– Decretar honestas todas las profesiones (1783)

– Impulsar las Sociedades económicas de Amigos del País, dedicadas a


fomentar la agricultura, la industria y el comercio.

– Limitar los privilegios de la Mesta e impulsar la colonización y explotación de


nuevas tierras para el cultivo.

– Decretar la libertad de comercio con América para todos los puertos


españoles (1778)

– Mejorar y reformar la ciudad de Madrid. (A este monarca se le conoce


popularmente como el mejor alcalde de Madrid).
Creación del virreinato del Río de la Plata a partir de los territorios de las
gobernaciones de Buenos Aires y Paraguay, la Audiencia de Charcas y el
Corregimiento de Cuyo

20 de junio. Creación del cargo de regente, que asume las competencias


judiciales de virreyes y gobernadores

Carlos fue un rey muy devoto, con un sentido providencialista de la vida


ciertamente acusado. Su pensamiento, su lenguaje y sus actos estuvieron
siempre impregnados por la religión católica. Aunque no puede decirse que
fuera un beato, resultó desde luego un creyente fervoroso, con gran devoción
por la Inmaculada Concepción y por San Jenaro (patrón de Nápoles). De misa
y rezo diarios, era un hombre preocupado por actuar según los dictados de la
Iglesia para conseguir así la eterna salvación de su alma, asunto que
consideraba de prioritario interés en su vida. Esta profunda religiosidad, sin
embargo, no fue obstáculo para dejar bien sentado que, en el concierto
temporal, el soberano era el único al que todos los súbditos debían obedecer,
incluidos los eclesiásticos.

     Estaba profundamente convencido de la necesidad de practicar su oficio de


rey absoluto al modo y manera que reclamaban los tiempos. Cualquier opinión
acerca de que era un mero testaferro de sus ministros deber ser condenada al
saco de los asertos sin fundamentos. Él era quien elegía a sus ministros y
quien supervisaba sus principales acciones de gobierno, y si bien tenía
querencia por mantenerlos durante largo tiempo en sus responsabilidades, no
dudaba tampoco en cambiarlos cuando la coyuntura política así se lo daba a
entender. Lo que sí hacía era trasladarles la tarea concreta de gobierno. Una
labor para la que requería ministros fieles y eficaces, técnicamente dotados y
con claridad política suficiente como para comprender que todo el poder que
detentaban procedía directa y exclusivamente de su real persona. Escuchaba
mucho y a muchos, era difícil de engañar y los asuntos realmente importantes
los decidía personalmente. Su correspondencia con Tanucci y los testimonios
de grandes personajes del siglo atestiguan que podía pasarse una parte del día
cazando, pero que los principales asuntos de Estado solía llevarlos en primera
persona y con conocimiento de causa. Carlos siempre mantuvo el timón de la
nave española y siempre fue él quien fijó su rumbo.

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