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Libres

por el Espíritu Santo


Ricky Penman Schmidt
























Libres por el Espíritu Santo
© Ricky Penman Schmidt
Primera edición

Edición
Mario Greselin, P. Eugenio Sainz de Baranda OCD y Rivero Elder
Diseño de Portada
Luis Fernando Bernachi Diseño
interior y diagramación Rivero
Elder
Impresión
Imprenta El Deber
Av. Cumavi, B Hermenca, Calle A Nº 7 Tel
(+591-3) 348-6461
Santa Cruz de la Sierra - Bollivia, enero 2017 Todos
los derechos reservados










Salmo 91
El Señor es nuestro refugio

1 El que vive bajo la sombra protectora del
Altísimo y Todopoderoso,
2 dice al Señor: «Tú eres mi refugio, mi
castillo, ¡mi Dios, en quien confío!» 3 Sólo
él puede librarte
de trampas ocultas y plagas mortales,
4 pues te cubrirá con sus alas, y bajo
ellas estarás seguro.
¡Su fidelidad te protegerá como un escudo
! 5 No tengas miedo a los peligros nocturnos , ni a
las flechas lanzadas de día,
6 ni a las plagas que llegan con la oscuridad, ni a las
que destruyen a pleno sol;
7 pues mil caerán muertos a tu izquierda
y diez mil a tu derecha,
pero a ti nada te pasará.
8 Solamente lo habrás de presenciar: verás a los
malvados recibir su merecido. 9 Ya que has hecho
del Señor tu refugio, del Altísimo tu lugar de
protección,
10 no te sobrevendrá ningún mal ni la
enfermedad llegará a tu casa; 11 pues él
mandará que sus ángeles
te cuiden por dondequiera que vayas.
12 Te levantarán con sus manos para que
no tropieces con piedra alguna.
13 Podrás andar entre leones,
entre monstruos y serpientes.
14 «Yo lo pondré a salvo, fuera
del alcance de todos,
porque él me ama y me conoce.
15 Cuando me llame, le contestaré;
¡yo mismo estaré con él! Lo
libraré de la angustia y lo
colmaré de honores;
16 lo haré disfrutar de una larga vida:
¡lo haré gozar de mi salvación!»







Índice



Presentación (Mons. Braulio Sáez ) 3 Oración (Salmo 91)
4 Capítulo 1 “¿Cómo orar para recibir la sanación? ” 7 Capítulo
2 “Heridas del alma” 19 Capítulo 3 “En el nombre de Jesús ¡Levántate!”
31 Capítulo 4 “Nada es imposible para Dios” 43 Capítulo 5
“No tengan miedo” 54 Capítulo 6 “Oración que rompe cadenas”
66 Capítulo 7 “Sanados por misericordia” 77 Capítulo 8 “Tu fe te ha
sanado” 87 Capítulo 9 “Amor que sana” 101




Capítulo 1
¿Cómo orar para recibir la sanación?






En cierta manera, podemos comparar la fatiga de cada combate espiri- tual con
árbol de mango. Cuando es su temporada, vemos a esta fru- ta tomar amable color,
aumentar su tamaño y entonces decimos: “¡Que fruta tan dulce, quiero
una!”. Pero para agarrar un mango, tenemos que subirnos al árbol y sacarlo de
ramas. Aún siendo muy hábiles, e inten- tando una, dos y hasta tres veces para
fruto de ese árbol, puede suceder que no lo logramos, y el resultado es que nos
quedamos con las manos vacías.
Confiamos profundamente en que Dios —a quien crea y ore con todo su corazón—
pueda conceder —en su tierna voluntad— signos de su amo r y poder sobre sus
vidas, inclusive por medio de una sanación. Si alguie n eleva su oración, confiando
que Dios puede regalarle esa bendición , ya realiza un primer intento; pero ¿qué
ocurre si no consigue ningún resul- tado? A menudo esa persona baja los brazos
dice: “Esto no funciona”.
En realidad, la misericordia de Dios siempre está atenta, pero debe exis - tir de
nuestra parte una actitud de confianza activa. Todas las cosas que valen la pena en
vida, exigen un gran sacrificio; por ejemplo: Si uste d quiere titularse de una carrera
profesional, debe vencer materias y estu- diar por lo menos 4 o 5 años, hasta
lograr ese objetivo. Si quiere tener una casa o un vehículo, debe trabajar con
esmero, ahorrar y privarse de algunos gustos para alcanzar esa meta.
Ahora bien, las metas materiales en este mundo se alcanzan sólo con

nuestro esfuerzo, para los bienes espirituales ocurre algo parecido. Por lo que es
preciso tener la fe de la mujer siro fenicia del Evangelio de Marcos , confiar en el
poder misericordioso de Dios con la perseverancia en la oración, acercarse a
Jesús confiadamente y cada día implorar su bend i - ción. Pongamos el caso en
usted sea una persona que tenga ne- cesidades profundas, pero que le cueste mucho
perseverar: Quizás hizo un primer intento, pero aparentemente nada le resultó.
Se decepcionó, y ahora piensa que siguiendo con la oración está perdiendo su tiempo.
Hoy le invito —de todo corazón— a pedir la ayuda del Espíritu Santo; Él te
brindará la fortaleza necesaria para no desanimarse, pedir con una oración insistente
la valentía para seguir creyendo, porque Él desea res- ponder a su oración; aún en
situación que hoy está viviendo. Entonces sus ojos se podrán llenar de lágrimas,
ya no por el dolor o la tristeza, sino por el gozo de haber recibido una respuesta del
Señor.
Por un momento elevemos nuestras manos al cielo, y fijemos nuestr a mirada
en Jesús de Nazaret, para que Él sople sobre nosotros su Espíritu: Preparémonos
recibir esa bendición, que cada uno de nosotros ne- cesita. Pidamos al Espíritu Santo
que se mueva en nosotros, que toque nuestra mente atribulada y confundida, que
colme nuestro corazón de paz y esperanza.
Desde unos pasajes de la Sagrada Escritura, y para pedir a Dios el do n de recibir
sanación, le propongo ahora una reflexión espiritual dividid a en tres momentos.


1.- Orar a Dios, nuestro Padre
Dios es nuestro Padre y, por lo tanto, oramos con la mente y el corazón repletos
certeza: Aquel que me está escuchando desea bende- cirme y sanarme. Porque las
sanaciones nos dan a conocer obras de la misericordia y el amor del Padre. Todo
que recibiremos no será por nuestros méritos, sino como resultado de su inmensa
bondad.
El modelo de oración es la de Jesús en el huerto de los Olivos. “Padre, todo
posible: Aleja de mi este cáliz... pero que no se haga mi voluntad,
sino la tuya”. La aceptación total y agradecida del plan de Dios sobre las vidas
cada uno de nosotros, haya sanación física o no, re-












“Señor, muéstranos al Padre y nos bas- ta. Jesús le respon- dió:
‘¿Tanto tiempo he estado con us- tedes, y todavía no me
conoces? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre.’”
Juan 14, 8 – 9

presenta el mayor bien que podremos recibir.


Hoy, en un mundo donde la falta o el rechazo de la Fe cristiana está de moda, sentimos
la urgen- cia de anunciar a muchas personas necesitadas y angustiadas, en el cuerpo
en el espíritu, el men- saje gozoso de que Cristo nos ama, perdona y libera.
El Evangelio de Juan, en el capítulo 14, versícu- los 8 y 9, pone en labios de Jesús
siguientes palabras.
Juan 14, 8 – 9 Felipe le dijo a Jesús: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta.
Jesús le res- pondió: ‘¿Tanto tiempo he estado con ustedes, y todavía no me
conoces? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre.’”
En numerosos pasajes de los cuatro Evangelios podemos leer que, para muchos,
el encuentro con Jesús produjo una profunda transforma- ción, no solamente
interior, sino también física. Se acercaba a los ciegos y estos lograban ver,
tocaba a los paralíticos y se ponían de pie, Jesús colocaba sus manos sobre los
leprosos y ellos quedaban limpios.
Entonces, si hemos visto a Jesús, obrar signo s que manifiestan una acción divina
especial, no s queda la esperanza de que es voluntad de Dios que tengamos una
vida de bendición y victori a sobre nuestras aflicciones.
Hoy en día ha crecido entre los creyentes una idea equivocada, pensando
que Dios envía las enfermedades a los hombres. Hay personas que se expresan
“Esta enfermedad me la mandó el Señor” o “Estoy a prueba y
ha sido co- locada por Dios”. ¡Qué mentira tan grande debe-

mos escuchar! ¿Qué padre quiere algo malo para sus hijos? Si Dios es padre, y su
voluntad la conocemos a través de lo que hizo y hace Jesús,
¿cómo podemos dar espacio a palabras tan erróneas como ésas?
Es un obstáculo muy grave en nuestra vida espiritual creer que Él nos ha enviado la
enfermedad que eventualmente padecemos. Entonces, antes de pedir a Dios la
sanación, primero debemos descartar esa idea profundamente equivocada, de que
provengan de Dios los males y los sufrimientos, porque no es así.
Dios es nuestro Padre, ¡pero pocos vivimos esta realidad! ¿Sabía usted que la mente
humana, al escuchar un nombre, inmediatamente piensa en una palabra que describe
a la persona que es nombrada?
Por ejemplo: si escucha el apellido “Maradona”, lo primero que piensa es “fútbol”;
si le nombran a “Pavarotti”, lo primero que piensa es “ópera”. Si nombran a Dios
primero que le viene a su mente no es la palabra “Padre”, ahí hay un problema, ya
debemos pedir la sanación con la certeza de que Dios es nuestro Padre y que Él quiere
brindárnosla. Por lo tanto, esta imagen equivocada de Dios necesita ser sanada por
ora- ción y la ayuda del Espíritu Santo.
Antes de abrir nuestros labios y la sanación, debemos rogar al Espíritu Santo que
borre cada imagen tergiversada de Dios, que queda en nues- tra mente. Hay algunas
personas que al escuchar la palabra “padre” se confunden, porque podrían pensar
su padre terrenal y en los defectos que éste tiene.
Entonces, como Dios es Padre y quizás yo tengo mi padre con carac- terísticas que
no serían las mejores, pienso por analogía que también con Dios podría irme
mal, como me sucedió con mi padre terrenal. Pero nuestro Padre celestial perdona,
sana y quiere bendecirnos, porque Él e s fiel y siempre bueno. Ante todo,
guardamos en el corazón esta certeza filial: “El Señor, Dios el Altísimo, Creador
Todopoderoso, es también m i Padre, y es un Padre siempre misericordioso con
sus hijos”.

2.- Orar con fe
La segunda etapa para aprender a suplicar de Dios la curación, es el orar con
fe. El Evangelio de Mateo, en el capítulo 17 versículo 20, nos cuenta que
Jesús dijo lo siguiente:


“Porque en verdad les digo que, si ustedes tienen fe como
un grano de mostaza, dirán a este monte: ‘Pásate de aquí
allá,’ y se pasará; y nada les será imposible”.
Mateo 17:20

Mateo 17:20 Y Jesús les dijo: “Porque en ver- dad les digo que, si ustedes
tienen fe como un grano de mostaza, dirán a este monte: ‘Pásate de aquí allá,’ y
pasará; y nada les será imposible”.
Si nuestra fe es como la semilla de mostaza, nada será imposible, y no
importa si usted está desahuciado o tiene algo incurable.
El secreto está precisamente en tener una fe como la semilla de mostaza. La
imagen que Je- sús utiliza para describir la fe es fantástica: Una semilla ¿por
qué? Porque la fe, que primero es un regalo que viene de Dios, necesita
cultivarse para crecer. Usted precisa leer la Palabra de Dios y hacer oración, para
la fe crezca. No es algo que le sucederá de repente, o sin ningún esfuer- zo, sino
necesaria nuestra cooperación.
Por eso quiero animarle a realizar un compro- miso en su vida, para que
pueda experimentar grandes bendiciones del Señor. Lea diariamente la Santa
Biblia, medítela en oración y ponga en práctica sus enseñanzas. Así su fe crecerá
ser á robusta para llegar a confiar plenamente en l a gracia y el poder del Señor.
Alguien podría decir: “No sé si Dios va a curar- me, porque tengo
poca fe”. En verdad creo que también yo tengo poca fe, pero lo important e
tamaño — y que sólo el Señor puede c o - nocer mirándonos en lo profundo del
corazón — sino dónde colocamos nuestra fe. Aunque los su- frimientos hayan
desgastado sus fuerzas, y quizás usted haya visto graves incoherencias en la vida
tantos cristianos, fragmentando su fe hasta dejarla tan pequeñita como una semilla
mostaza, hoy decida colocar toda su fe en Jesucristo, porque aquel que confía en
Él, no será defraudado.

Sabemos que algunos católicos leen el horóscopo, y ponen su con - fianza en
esta práctica; que otros se compran ropa interior de un ciert o color para el ritual
del año nuevo, poniendo su porvenir en una prenda de vestir y no en Cristo. En
mundo donde la gente considera muy común el uso de amuletos, algunas personas
dicen: “Voy a colocar una pata de conejo alrededor de mi cuello
que me vaya bien”. Póngase la cruz de Cristo, y le irá mejor.
La Carta a los hebreos en el capítulo 13, versículo 8, nos dice: “Jesucris- to
mismo ayer, hoy y siempre”
Jesús, que en los Evangelios caminaba curando y bendiciendo a la gen- te, es
mismo que se presenta cada domingo en la Santa Misa. Pode- mos entonces
preguntarnos: “¿Por qué ya no vemos sanaciones como las que
ocurrían en el Evangelio?”. Si bien Jesús no cambia, sí lo hace nuestra poca
fe.
Cuando no creemos de todo corazón que el Señor puede hacer gran- des obras,
crece en nosotros una sombra de duda que no nos permite ver la Gloria de Dios y
experimentar todo aquello que Él nos ha prometido.
Por lo tanto, necesitamos re-colocar nuestra mirada en Cristo y no en
prácticas mundanas que nos ofrecen un falso bienestar. Si usted utiliza amuletos
acostumbra a leer el horóscopo; si ha participado en lectura de cartas o cosas
similares, nunca más lo haga, pídale perdón al Señor por fallarle y dígale: “Voy
poner toda mi fe en Ti”.
Es muy frecuente observar que las personas de escasos recursos eco- nómicos son
las que más bendiciones reciben. Estas, al no tener dinero siquiera para la consulta
médica, no tienen mejor opción que orar y en- tregarse totalmente a Dios, poniendo
toda su fe en Él y experimentan a menudo las grandes maravillas del Señor.
Hoy, usted puede ser una de las personas que han agotado todos sus recursos
buscando la sanación. Ya no tiene dinero, no tiene amigos que lo ayuden, e incluso
hasta las personas de su familia le han dado la es- palda. Se siente triste y desanimado,
pensando que no hay salida. Pero Dios quizás ha permitido que todo aquello que
distraía le sea apartado, para que su mirada esté colocada solamente en Él. Cuando
Cristo es su prioridad, Él realiza grandes obras. Por eso, no se desanime colocando

su mirada en lo que ha perdido, ponga sus ojos en lo
que todavía tiene; porque podrán quitarle el dinero o la
amistad, pero nada, ni nadie puede quitarle la fe. Y es la
la que hace que Dios obre grandes bendiciones.
Cuide su fe y hágala crecer, porque si no tiene más
recursos, si su cuenta bancaria está vacía, que su
mayor riqueza sea su fe. Por eso los más pobres son los
ricos, porque no tienen nada más que la Fe, y no hay
posesión más valiosa que Jesucristo el Señor.
¿Cuál es el pecado más frecuente entre los que se
profesan cristianos? ¿Será el adulterio, la men- tira, el
robo? No, es la incredulidad.
Porque no pudieron creer lo que Dios haría por ellos,
que Él supliría sus necesidades, entonces robaron; no
creyeron que Dios podía avivar su matrimonio,
buscaron un amante. La Biblia dice que Dios nos da
todo lo que necesitamos; pero sólo lo obtendrá cuando
crea en sus promesas.







“Jesús le dijo: Tomás, porque me has visto, has
creído. Felices los que creen sin haber visto”.
Juan 20, 29

3.- Finalizar la oración con alegría


La tercera etapa, que le propongo para implorar a Dios la sanación, es que debe
hacerlo siempre con alegría. En el Evangelio de Juan, capítulo 20, versículo 29,
leemos:
Juan 20, 29 “Jesús le dijo: Tomás, porque me has visto, has creído. Felices
los que creen sin haber visto”.
Algunos necesitan ver para creer; pero aquí la Biblia es clara: “felices los
que sin haber visto creen”. Pensamos que al momento de tener la respuesta a
nuestra oración vamos a llenarnos de alegría y decimos frases como: “cuando
tome entre mis manos al bebé que estoy pidiendo, mi

corazón va a saltar de gozo”, “cuando vea mi cuerpo sano, volveré
a experimentar la felicidad que la enfermedad se llevó”. Pero la
lógica de Dios es totalmente distinta a la lógica humana. Cuando elevo una plega- ria
de fe a Dios Padre, al terminar, debería tener la certeza de que Él me ha escuchado;
entonces viviré como si ya tuviera lo que he pedido, y mi oración se concluirá
alegría y mucha esperanza.
Por ejemplo, si usted está pidiendo al Señor la gracia de ser mamá o papá,
haga su oración, pídasela con fe al Padre; al concluir su plegaria, busque un nombre
varoncito y otro de mujercita, compre una cuna y ropa de bebé. Viva como si ya
lo que ha pedido, porque cuando hacemos esto, la primera sanación que sucede,
la tristeza aban- dona nuestro corazón.
Otros piden bendiciones por personas que están en el hospital. Con- fíe en
Dios y cuando vea nuevamente a la persona por la cual hizo una oración, abrácela
fuerte y dígale: “estás sana en el nombre de Jesús” y juntas denle gracias
Dios por su sanación, porque según lo que usted crea será la bendición que va
No hay acto de fe más grande que vivir como si ya tuviera lo que ha pedido.
Todos podemos levantar las manos al cielo y alabar a Dios, pero ya sa- bemos
espera enfrentarnos con la incredulidad y hostilidad del mundo, donde habrá gente
que nos dirá: “necio, no vale la pena orar, las cosas de Dios han pasado
de moda”. Pero usted, con la cabeza levan- tada, dígale: “Dios es mi Padre
quiere sanarme, tengo una fe pequeña, pero se está fortaleciendo
y voy a ver la gloria de Dios. Por eso vivo feliz, porque sé que
lo que he pedido”. ¡Amén!







Testimonio – Mariluz Soruco



Quiero agradecer a nuestro Señor Jesucristo, a la Virgen María, porque ella
intercedió por mí; a mi familia y a mis amigos a los que les pedí ora- ción de
intercesión para poder sanar. Yo tuve un dolor terrible que me dobló enterita, no
podía nada, no podía hablar, hasta vomité, me sentí terrible, y fui al médico y él
dijo que me hiciera unos análisis.
Con los análisis me diagnosticaron litiasis renal en los dos riñones, y un a
hidronefrosis en el riñón derecho, que es una inflamación en la que s e hace
muy grande el riñón porque está tapado por una piedra, y el doctor me dijo que se
hacer una cirugía.
Viendo a un sacerdote que tengo en la Parroquia, al que le hicieron una operación
renal, y que durante un año estuvo tratando de recuperarse
—y es terrible el pobre como sufrió— me dio miedo, y yo le empecé a pedir y a
clamar al Señor que me sanara.
Cuando iniciaron las jornadas de evangelización, que organiza la comu- nidad
Betania en el Coliseo del Colegio “Don Bosco”, yo pensaba asistir, pero salí tarde
trabajo y me fui para mi casa. Allá encendí la radio y sin- tonicé radio Betania,
justamente estaba orando por sanación el hermano R.P., y yo me hinqué y le pedí
Señor, que si Él quería me sanara, que yo iba a dar testimonio de Él, que todo estaba
sus manos y empecé a orar y a pedir la sanación junto a mi familia. Después de un
más o menos, me volví a hacer los análisis, donde recibí la hermosa noticia de
que mis dos riñones estaban completamente limpios, sin arenilla, si n piedra, ni
inflamación. Alabado y bendito sea el Señor, que incluso m e sanó a través de la
radio, a pesar de que no podía estar personalmente en las reuniones.




Testimonio – Yesenia Alarcón

En junio del 2015, mi esposo, mi hija Fernanda de 3 años y yo estába- mos en Santa
Cruz por cuestiones de trabajo. Un día, por correr en el supermercado,
Fernanda se tropezó y cayó sentada, fue un fuerte golpe, ella lloro mucho y, es más,
se orino por el dolor. Desde entonces, no dormía bien, regresé a Cochabamba y
seguía con dolor, visité a una trau- matóloga y me pidió una radiografía. Al mirar
resultados, me dijo: “No tiene ninguna fractura por la caída, pero gracias al estudio
descubierto que ella tiene Escoliosis Idiopática”
Esta enfermedad se llama así, porque es una desviación en la columna vertebral y
no se sabe debido a qué se presenta. La doctora me indicó que no se podía hacer
nada para curar a mi niña, que la caída le debió doler por la posición que tenía la
columna, que este padecimiento avanza y el cuerpo, poco a poco, se empieza a
deformar. Entonces a medida que la niña crezca y la desviación de columna aumente,
se le debía colocar una faja para que le frene este aumento en alguna proporción,
cuando tuviera 15 años, se la operaría de la columna.
Yo llore bastante esa vez, porque me sentía muy sola, y pensaba que esto era como
castigo para mí; pregunté si Fernanda podía seguir al- gún tratamiento para mejorar
revertir la situación, pero la doctora me re- pitió que no había nada que hacer, sólo
esperar a que crezca. A inicios de este año, lleve a mi hija a Río de Janeiro, Brasil
que una doctora, que trabaja en un centro especializado en escoliosis, le hiciera una
evaluación.
La doctora nos dio el mismo diagnóstico: Escoliosis idiopática, que Fer- nanda
podía estar en observación, que no había ejercicio que le pu- diera ayudar a mejorar.
regrese de allá con una angustia muy grande en mi corazón.
Mi hermana es muy comprometida con la Iglesia Católica y estaba en la
organización de un Encuentro en mi ciudad, con el hermano R.P. En ese
momento me convencí de que debía ir a ese encuentro de oración, tenía que intentarlo
por mi hija y mi hermana me recordaba que cuando

uno dobla rodillas, Dios hace grandes obras. El día sábado 27 de agosto por la noche
del año 2016, fui a la reunión de oración por los enfermos y allí el hermano R.P.
a orar por todos los presentes. Por primera vez sentí algo diferente, sentí que el Señor
estaba sanando a mi hijita, al terminar la reunión me acerqué al hermano, no a pedirle
que ore por mi hija, sino para darle las gracias, porque sabía que Dios había
hecho el milagro. Al concluir, él me invitó a repetir los exámenes médicos porque
Dios había curado a muchas personas esa noche, entre ellas, a mi niña.
El día lunes 29 de agosto, no tenía ni para pagar la radiografía, le pedí prestado
mamá y a otro conocido, porque quería comprobar el mi- lagro y con eso, ir a todos
que me decían que los milagros no existen. Apenas me dieron los resultados, salí
lugar y los leí, me puse a llorar mucho, mi esposo pensó que era porque me había
decepcionado y que no había pasado nada, pero lloraba porque la radiografía
mostraba que mi hija estaba completamente sana. Comparando la anterior
radiografía con la de ahora, era increíble cómo su columna se enderezó. Todo
es gracias al amor y la misericordia de Dios, amén.



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Testimonio – Rosa Mendoza


En el mes de julio, asistí a la ginecóloga para que me haga un chequeo de rutina,
me pidió muchos análisis, además de una ecografía. Todo salió bien, excepto la
ecografía porque mostró que yo tenía un quiste de 3 cm en la matriz; por ese motivo
doctora me pidió que me hiciera otros análisis para saber si era cancerígeno. Después
de algunos angustiosos días, salió el resultado, y era lo que no quería, el tumor era
cancerígeno.
Me puse muy triste, lloraba mucho porque tengo una pequeña de 3 años y
pensaba en ella, mi corazón estaba muy afligido. Además, estab a con el alma sucia
alejada del Señor. Decidí aferrarme a Dios, pedirle que

se haga su voluntad y, sobre todo, rogar por su perdón. Me invitaron a las
Jornadas de Evangelización que organiza la Comunidad Betania en el Coliseo del
Colegio “Don Bosco”; allí el hermano R.P. nos invitó a asistir a misa y confesarnos
para sanar el alma, y así lo hice.
A los pocos días me confesé, y comencé a comulgar después de mu- chos años
lo hacía. Desde ese momento empecé a orar mucho, prácticamente me la pasaba
el día conversando con Dios, también le pedía que se haga su voluntad en mí, pero
fuera posible, pedía que Él me sanara.
El lunes 15 de agosto del 2016, asistí nuevamente a la Jornada d e
Evangelización, me puse en oración y sentí que el Señor —en ese m o - mento
— me sanaba del cáncer que había salido positivo en el prime r análisis; le pedí
al Señor que renovara mis células para así poder vencer la enfermedad. Al concluir
oración, el hermano R.P. nos invitó a todas las personas que asistimos enfermas de
cáncer, a que repitamos nuestros análisis porque Dios nos había curado.
Al día siguiente, asistí al médico para hacerme un nuevo análisis, y para la gloria de
Dios, durante mi consulta la doctora se sorprendió porque todo estaba normal,
el quiste había desaparecido. Me pidió un tercer exa - men para confirmar los
resultados, y el tercero también salió limpio. El S e - ñor sanó mi cuerpo y restauró
alma, alabado sea su Nombre. Amén.

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Oración
Por un momento en silencio, contemple a Dios que es nuestro Padre, confíe
plenamente en que Él puede sanarle, porque, así como Jesús cu- raba en los
Evangelios, hoy quiere hacerlo nuevamente, dejando eviden- cia en su vida, de que
está vivo y camina en medio de nosotros. Pídale al Señor que haga crecer su fe, porque
Jesús no cambia, Él es el mismo ayer, hoy y por siempre. Lo que puede cambiar es
nuestra fe: si usted cree, nada le será imposible, no hay límites para Dios.
Finalmente, viva con la certeza de que Dios ha obrado, que su vida cambió, y que
nunca más será la misma persona. Amén.




Capítulo 2
Heridas del alma






Muchas de las enfermedades que sufre el cuerpo tienen su causa origi- naria en
nuestra alma. Ya se admite que una fuerte tensión interior, tarde o temprano, se
manifestará en una dolencia del cuerpo. Por lo tanto, si cuidamos la salud espiritual
del alma, estamos favoreciendo también un cuerpo más saludable. Al revés,
conductas erradas, que lastiman nuestra vida interior, van saboteando la oración
que estamos realizando. ¿Qué sentido tiene pedir a Dios, con tanto ardor, que te sane
el cuerpo, si a la vez en tu corazón se mueve un veneno que mata el alma y enferma
más su cuerpo? Es una clara contradicción.
Uno de los padecimientos más común entre los hombres es el rencor. Se trata de
sutil malestar por las ofensas que recibimos, y por lo que nos sentimos incapaces de
disculparlas a los que nos ofenden. En es- tos casos, el verdadero problema no
son las circunstancias en las que nos lastimaron (traiciones, envidias, calumnias,
etc.), sino la manera en que respondimos a estas circunstancias. Si la reacción es
constante resentimiento, nuestro cuerpo podrá fácilmente advertir consecuencias
negativas; pero si perdonamos, somos libres del dolor que nos genera la ofensa y,
lo tanto, no vamos a ser afectados por la enfermedad que podría provocar ese malestar.

El amor a los enemigos
El Evangelio de Lucas en el capítulo 6, versículos 27 al 36, nos present a un mandato
de Jesús muy desafiante: El amor a los enemigos.

Lucas 6: 27 – 36
27 Pero a ustedes que me escuchan les digo: «Amen a sus enemigos,

hagan bien a quienes los odian, 28 bendigan a quienes los maldicen,


oren por quienes los maltratan. 29 Si alguien te pega en una mejilla,
pre- séntale también la otra. Si alguien te quita la camisa, no le
impidas que se lleve también el abrigo. 30 Dale a todo el que te
y si alguien se lleva lo que es tuyo, no se lo reclames. 31 Traten
demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes. 32 ¿Qué
mérito tienen ustedes al amar a quienes los aman? Aun los
pecadores lo hacen así. 33 ¿Y qué mérito tienen ustedes al hacer
bien a quienes les hacen bien? Aun los pecadores actúan así. 34
qué mérito tienen ustedes al dar prestado a quienes pueden
corresponderles? Aun los pecadores se prestan entre sí,
esperando recibir el mismo trato. 35 Ustedes, por el contrario, amen
a sus enemigos, háganles bien y denles prestado sin esperar nada
cambio. Así tendrán una gran recompensa y serán hijos del
Altísimo, porque él es bondadoso con los ingratos y malvados.
Sean miseri- cordiosos, así como su Padre es
misericordioso».
Jesús inicia este discurso dirigiéndose “a los que lo estaban escuchan-
do”. Cabría recalcar que los piadosos israelitas, entonces como hoy, re- citan
veces por día una oración que representa la profesión de su fe y el compromiso más
importante de la vida de ese pueblo. La oración comienza con una palabra, que
en hebreo se dice shemah: ¡escucha! El Evangelio, usando aquí el verbo “escuchar”,
quiere decirnos que también los discípulos del Maestro, deben traducir en
hechos concretos de sus vidas cotidianas la Palabra de Dios que se les va
anunciando.
¿Cuántas veces el Evangelio nos ha invitado a la conversión, que sig - nifica un
cambio de rumbo, de pensamiento, de actitud, de manera d e hablar y de vida?
Debemos reconocer que no hemos puesto por obra ese cambio, que
simplemente hemos oído las palabras que el Señor nos dirigía, pero no las hemos
escuchado. La consecuencia es que no hemos percibido la transformación
profunda que la Palabra puede realizar en cada uno de nosotros.
Oír, es una función puramente corporal, fisiológica. Escuchar, es un a actitud del
corazón, una disposición interior, que reconoce en Jesucristo

al verdadero Maestro de la vida, quien nos llama para que podamos al- canzar la
interior y el gozo. Cada rebeldía, cada desobediencia a la Palabra del Señor, es un
rechazo a la posibilidad de recibir su bendición. Por eso, Jesús nos invita a escucharlo
con un corazón atento y acogedor, dispuesto para cumplir la voluntad del Padre,
las obras de nuestras vidas.
No deberíamos entonces quedarnos con un sentimiento de devoció n
superficial, sino más bien, con una profunda convicción, que nos lleve a tomar
compromiso de vida. Ese compromiso no es ciertamente fácil , es desafiante,
el Evangelio nos da un mandato muy claro: “Amen a sus enemigos” ; y
mandato que urge ponerlo por obra, aquí y ahora.
Hay tanta gente envejecida, no porque sean mayores de edad o vivan los dolores
propios de sus tantos años, sino porque lo feo del envejecer no es sólo el deterioro
cuerpo, sino la pérdida del buen ánimo en un hombre que vivirá cada día, sin tener
que alguna esperanza en su futuro. ¿Por qué el alma se deteriora? Preguntémonos
entonces ¿por qué el alma pierde poco a poco fuerza y envejece?
A menudo responderemos: porque tenemos problemas pasados, asun- tos
pendientes en nuestra mente y corazón que nos agotan. Dios, a través de su Palabra,
nos invita a resolverlos. Nosotros, a las palabras de Jesús que nos estimula a amar
enemigos de esta manera, le decimos ren- didos: “¿Cómo puedo amar a
alguien que me hace tanto daño?”. Y ese argumento, alimentando el
resentimiento que vivimos interiormente, nos borra la sonrisa de nuestro rostro,
convirtiéndonos en personas que viven de muy mal humor, enojadas con el mundo
consigo mismas.
Usted está envejeciendo mal, no sólo porque tenga muchos años, sino porque
demasiadas cuestiones abiertas, sin que le haya puesto las ganas en resolverlas.
Mucha gente dice: “el lunes voy a empezar una die- ta” , pero pocos
disponen verdaderamente a dejar sus malos hábitos alimenticios. Hoy el Evangelio
quiere iluminarnos para empezar a corregir aquellas cuestiones que tanto nos
atormentan. Por eso no tenemos que estar entristecidos y derrotados, sino llenos
una paz y un gozo, que lo experimentan sólo aquellos que viven en obediencia
Evangelio.
Jesús tenía muchos admiradores, pero muy pocos seguidores, porque

el que propone una enseñanza, que va en contra de la moda o corriente del mundo,
provoca antipatía y hostilidad. Jesús nos anuncia el mandato nuevo de “amar
enemigos” , no para hacernos daño, como justa- mente lo hace el resentimiento,
sino para sanar nuestro corazón.
Sólo pasando por la puerta estrecha de la renuncia a nuestros orgullos personales,
podremos experimentar esa nueva vida, plena, que Él nos ofrece. Pero ese es un
regalo que exige, para que lo podamos recibir y disfrutar en toda abundancia, que
extendamos nuestras manos abiertas.
¿De qué manera tenemos que extender las manos? Obedeciendo a todo lo
que Jesús nos enseña, a pesar de que hay páginas del Evange- lio que quisiéramos
nunca haberlas leído. Cuidado, si uno comienza a fragmentar el contenido del
mensaje evangélico, y trata de retirar de su atención los pasajes duros que más le
cuesta poner en práctica, no va a experimentar la plenitud de los beneficios que
Evangelio propone.
¿Usted quiere ser bendecido? Todos lo queremos; pero la bendición di- vina
encuentra muchos obstáculos para llegar a nuestras vidas, en tanto no extendamos
manos de la obediencia a la Palabra de Dios, ponien- do por obra lo que el
Evangelio en su integridad nos enseña. Estamos viviendo en nuestra sociedad las
consecuencias negativas de haber sa- cado a Dios de los colegios, de las familias
nuestro propio corazón. Tenemos que redescubrir la misión de ser católicos
comprometidos con la vida y las enseñanzas de Jesús. No pretendamos recibir del
Señor sólo lo que nos conviene o agrada, sino tomamos lo que nos hace realmente
bien.
El diccionario define enemigo como: “aquella persona que es contraria a
algo o a alguien”. Enemigo no es solamente el que de manera torpe le ofende
hace daño; se puede tener enemigos bajo nuestro propio te- cho. Quizás que en
familia ¿no están a veces unos en contra de otros?; y en esta triste circunstancia,
¿tratamos de manifestar el amor que Jesús nos invita a dar a todos?
Le voy a ofrecer un termómetro para medir la fuerza del amor que usted ofrece
demás. Averigüe si usted cree que el amor es procurar única- mente el bien de las
personas que usted ama. Y, además, si para usted, el amor se trata de un bien que
ofrece sin esperar absolutamente nada a cambio. Porque en el Evangelio Jesús es
claro: los pecadores, los

que no conocen a Dios, actúan cada día esperando una recompensa; pero
nosotros, que estamos recibiendo la Palabra del Señor y su presen- cia a través de
oración, no podemos actuar así.
Debería haber en nosotros un amor desinteresado, un amor genuino, tal como el
Señor, que nos ama con un amor incondicional. Vivimos un tiempo donde, al
encontrarnos con un mandato evangélico de este tipo, es casi imposible entenderlo
peor aún, obedecerlo, sin haber vivido una experiencia de encuentro personal con
amor de Dios. Pero, ¿Cómo dar lo que no tengo? Es imposible. ¿Cómo amar sin
esperar recompensa si aún no he tenido ese encuentro con el amor del Padre? Ese
amor que siembra en mi corazón la certeza de que no importa lo grave de mis delitos,
lo pesada de mi culpa: Dios me ama sin condiciones como nadie más lo hizo, y ese
amor es capaz de generar un cambio en nuestro inte- rior que no solamente es sincero,
sino que también será duradero.
Frente a los asuntos pendientes tenemos quizás buena voluntad, pero no
alcanzamos a menudo ningún resultado, porque no logramos perse- verar. En cambio,
la experiencia con el amor de Dios transforma nuestra vida de tal manera, que
hasta los deseos cambian. Lo que antes me hacía daño hasta destruirme, ya no
me atrae. Ahora todo es diferente: quiero conocer más a Dios, quiero
experimentar la paz que Él me ofrece, quiero una vida nueva.
Un motivo muy común por el cual no podemos perdonar las ofensas que nos
han hecho, es porque no hemos experimentado el perdón de Dios, ni tampoco su
amor. ¿Cuántas personas pasan años sin confesar- se?, existe indiferencia frente
Sacramento que contiene tanta ben- dición, que sana y libera el alma. La realidad
que pocos se arrodillan en el confesionario, y lo argumentan diciendo: “¿cómo
voy a contar mis pecados a otro hombre que es más pecador que
yo?” ¡Que soberbia tan grande que nubla nuestro entendimiento!
Pero los obstáculos del prejuicio y el orgullo se pueden vencer sólo a la luz de
por eso, ¿usted tiene fe para recibir una bendición de Dios?
Si su fe es viva y ardiente, podrá vencer el prejuicio, porque cuando entró al
confesionario, para pedir perdón por sus pecados por medio del Sacramento de la
reconciliación, no es el sacerdote, sino es Jesucristo el que le perdona. Si usted tiene
como para suplicar una sanación, tam-

bién debe tener fe para ver en el sacerdote no al hombre, sino a Cristo que abre
los brazos y le dice: te perdono, vete en paz y no peques más.
No puedo decir que tengo fe en Dios y que creo en sus promesas, si el prejuicio
tengo en mí contamina y encierra mi fe. Todos los hombre s somos pecadores, pero
no ponemos nuestra confianza en un hombre , sino en el poder de Dios. Le
invito al templo católico más cercano a su casa, busque al sacerdote y pídale el
Sacramento de la reconciliación. Al cruzar la puerta de la parroquia, usted no
está buscando a un hombre, sino a Dios. Al concluir la confesión, usted
experimentará el perdón y el amor del Padre, y por eso, al salir del confesionario,
cuando se encuentre con la gente que lo lastimó, podrá decir de todo corazón:
“como Dios me perdonó, yo te perdono”.
Dios nunca se cansa de perdonarnos; por lo tanto, el Espíritu Santo puede
darnos la fuerza de perdonar al prójimo, a pesar de que este argu- mento podrá parecer
muy débil ante el deseo de revancha que sentimos cuando los demás nos ofenden.
Pero esa aparente debilidad, nos hace verdaderamente hijos de Dios.
Quiero ofrecerle una definición de misericordia, porque es casi imposibl e
acercarse a pedir perdón a Dios, y abrir el corazón al amor del Padre, s i primero no se
entiende —al menos un poco— de qué se trata. Miser i - cordia es: “Dios
reparando el daño causado por la desobediencia del hombre”
¿Cómo está hoy tu corazón? ¿Realmente es vida lo que tú estás viviendo? ¿Duermes
tranquilo y vives en paz? o ¿De manera permanente sientes que algo o alguien
persigue? Usted y yo necesitamos que Dios repare las consecuencias de nuestra
desobediencia, no hay nada que Dios no pueda reparar, no importa lo grave de
pecado, hoy Dios abre los brazos y le ofrece vida nueva.
Algunas personas, en su lecho de muerte piden perdón por sus peca- dos, porque
quieren morir en paz.
Otros, antes de partir al encuentro con el Señor, mandan a buscar a aquellos
que los han ofendido, para perdonarlos, porque no quieren irs e con ningún asunto
pendiente. Usted y yo en algún momento —espero más tarde que temprano—
vamos a retornar al Señor, y no queremo s tener algo que pueda separarnos de Él.
Pero es ilógico esperar hasta el último momento para resolver estos asuntos, cuando
en realidad pudié-

ramos perdonar y pedir perdón hoy, para no experimentar paz sólo antes de morir,
para vivir en paz.
Cristo murió por nosotros; por lo tanto, esta vida vale la pena vivirla en paz y con
alegría; por eso, debemos terminar con el resentimiento. Ame a sus enemigos, sobre
todo a aquellos que están en su hogar; ame sin condiciones, sin esperar nada a cambio.
Perdone todo; hágalo siempre y le garantizo que su vida será distinta . Vaya con
confianza a confesar sus pecados a Cristo, a través de l sacerdote. Así haciendo,
evitará que siga saboteando su oración, porque cuando pide una curación en el
cuerpo, ¡que no se encuentre con su alma aún más enferma!
Cuando entendemos que somos frágiles y que en algún momento va- mos a morir,
nos tomamos la vida más en serio. Nadie tiene su vida com- prada y no sabemos
nuestra partida será mañana o en 20 años. Enton- ces, debemos tomar decisiones
oportunas: obedezcamos el Evangelio a tiempo, y permitamos que el Señor
haga grandes obras en nosotros. Por un momento quisiera que juntos podamos
colocarnos bajo el manto tierno y maternal de María Santísima, mensajera de
reconciliación. ¡Qu e ella nos acerque a la fuente infinita de misericordia que es
el Sagrad o Corazón de Jesús!
Por favor, rece conmigo: “Dios te salve María, llena eres de gracia,
Señor es contigo y bendita tú eres entre todas la mujeres y bendito
es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, madre de Dios, ruega
por noso- tros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén”




Testimonio – Aldana Fernández de Córdova

Hace algunos meses, mi hija mayor de 10 años me dijo que no veía bien. Le
comencé a pedir que me lea algunos letreros a distancia, y efec- tivamente ella no
podía leer. Me asusté, ni bien comprobé su falta de visión, porque eran letras grandes
que mi hija menor y yo veíamos con total normalidad; pero ella ni siquiera podía
nombrarlas.
Inmediatamente llamé a una oculista, y al momento de revisarla su diag- nóstico
fue una miopía muy alta para su edad, 4.75 en el ojo derecho y 3.75 en el
izquierdo. Me puse muy nerviosa porque no me esperaba estos resultados tan
elevados. Mi hija es muy buena alumna, deportista, no tenemos miopes en la familia,
ni tampoco se había quejado antes de este mal.
Reconozco que el Señor ha sido inmensamente bueno conmigo y he tenido
en mi vida muchísimos detalles y regalos de su parte. Así que mi decisión, desde
instante, fue entregarle la sanación de mi hija.
Le escribí a R.P., comentándole brevemente el caso y pidiéndole sus
oraciones, y él me animó así: “Cuenta con mis oraciones por tu hijita,
Dios los bendiga y acompañe”. Yo le contesté: “Que Dios la sane”.
Su respuesta fue: “Oremos con fe, Dios la va a sanar”. Esta aseveración
para mí como la respuesta de Jesús. Hablé con mi hija y le dije que, si ella quería
sana, Dios la iba a curar. Cada noche con ella orábamos con fe, desde aquel momento
en mi corazón empecé a sentir calma y paz.
Tomamos contacto con otro oculista, y si bien el resultado del estudi o
confirmaba una miopía alta, el médico nos dijo que había una posibilida d de que
fruto de un estado de estrés.
Mi hija podía estar teniendo como una especie de calambre ocular que le estuviese
impidiendo ver con naturalidad. Salimos del consultorio mu- cho más aliviados,
pero con instrucción de llevar a la niña a otra doctora especialista en aquel síntoma.
A sugerencia de mi madre, solicité una cita con un tercer oculista y me

dieron cita para el miércoles 5 de noviembre del año 2014. Antes de asistir a la
cita médica, logramos reunirnos con el hermano R.P. en Radio Betania.
Y luego de contarle lo sucedido, él me dijo: “Vamos a orar por tu hijita”.
entramos a la capilla, los tres. No puedo recordar nada de lo que él dijo, sólo puedo
decirles que me sentía feliz de estar allí. Juntos implora- mos al Señor la gracia
sanación de mi hija. Luego de agradecerle, nos fuimos al oculista.
Este tercer oculista le realizó varios ejercicios oculares, la revisó a detalle y
“Ella tiene la visión de un piloto, su vista está perfecta, su ojo está
hermoso por dentro”. La carita de mi hija sin explicación… solo atinó a
“pero…yo no veía”, y él comentó “lo han visto, lee hasta las letras
más pequeñas, ¡está perfecta! vaya y sea campeona”.
Llamé a mi esposo y luego le escribí a R.P., diciéndole que esta expe- riencia
sido rara para nosotros… pero R.P. me dijo “El Señor hiz o su obra en la
capilla. El doctor lo confirma. Dios no improvisa, Él siempr
e tiene un plan. Por eso nos reunimos a esa hora y antes de la
consulta. Son los signos del amor del Señor”.
Hoy quiero compartirles mi historia, porque quiero darle las inmensas gracias
a Dios por haber sanado a mi hija, por el hermoso detalle que ha tenido conmigo
familia.


[o\




Testimonio – Claudia Ledezma

Vivía apartada de Dios; aunque me identificaba como católica nunc a
practiqué la fe; no oraba, ni asistía a misa… sentía mi vida vacía, que
necesitaba algo más. Por ese motivo me dediqué a trabajar en exceso, para ganar
dinero y acumular bienes materiales; invertí mi tiempo en la vanidad, el gimnasio,
salones de bellezas, etc.
De pronto, comencé a sentir un dolor en mi vientre; por ese motivo visité al médico
me diagnosticaron que tenía un tumor en el ovario izquierdo. Ante ese diagnóstico,
deciden operarme y extirparme el ovario izquierdo. En seguida realizan una biopsia,
y un mes después sale el resultado, en el cual me detectaron cáncer. Esta noticia
cambio mi vida y la de mi familia. Visité varios médicos y todos me daban
diagnósticos desalentadores: entre ellos estaban hacerme quimioterapia,
radioterapia o la extirpación en su totalidad de mi matriz. Esa noticia fue muy dura
para mí.
Cansada, llena de tristeza y dolor, recibo la invitación para asistir a las reuniones
que anima el hermano R.P., donde se realiza oración por los enfermos. Asistí ese
día, doblé mis rodillas y le pedí llorando al Señor, que alivie mi dolor, que sane
enfermedad y tenga misericordia de mí. Esa noche R.P. dijo: “no hay nada
imposible para Dios”. Esto caló muy hondo en mi corazón y me animó a
que estas palabras se dirigían a mí.
Luego tuve la oportunidad de viajar a Argentina, para que me realicen una cirugía
exploratoria, con la que iban a decidir qué tratamiento debía seguir para contrarrestar
el cáncer. Antes de realizar el viaje, nuevamente volví a la reunión de oración por
enfermos y al concluir me acerqué a
R.P. En medio de la multitud y entre lágrimas, le conté mi problema; él con una
serena y llena de paz, me dijo algo que jamás me olvidaré: “Dios te ha sanado
esta misma noche, por favor que le repitan los análisis y
compruebe las maravillas que Dios ha hecho en usted” , convencida
de mi sanación y llena de fe, me fui a Argentina.
Durante la cirugía extirparon mi trompa izquierda, así también tomaron varias
muestras para hacer biopsias. Para nuestra gran sorpresa y con-

tra todo pronóstico, los resultados mostraron que no había rastros de cáncer;
estaba completamente sana; donde supuestamente debía haber una metástasis,
estaba totalmente limpio. Dios hizo el más grande de los milagros, porque gracias a
la fe y la esperanza, Él me sanó. Y no sólo estoy sana del cuerpo, sino que
también Dios transformó mi vida, soy una persona totalmente distinta. Quiero
seguir y servir a Dios durante toda mi vida.


[e\







Testimonio – Franz Ortiz

Marianito, mi hijo, nació con una enfermedad llamada “Hiperplasia su- prarrenal
congénita”, que consiste en la carencia de segregación de 3 hormonas
responsables de su crecimiento normal en cuanto a estatura, aspecto físico y otros,
la cual no tiene cura para la ciencia y por la que tendría que vivir medicado con
tres suplementos diarios de por vida, para crecer normalmente, suplementos que
le dimos durante los primeros 6 meses de vida.
Desde su nacimiento le realizábamos un análisis cada mes, en dife- rentes
laboratorios y todos daban positivo para la misma enfermedad; a pesar de esto,
mantuvimos la fe y la esperanza de que Marianito tendría una infancia sana y feliz,
porque somos muy devotos de la Virgen María.
Decidimos buscar otras opciones de medicina en el extranjero y ante s de planificar
el viaje, visitamos al hermano R.P., para que en familia real i - cemos una oración
Marianito; nos reunimos en la capilla de Radio Be- tania, y durante la plegaria, R.P.
nos dijo: “A través de la oración, Dios está sanando a Marianito y no será necesario
viajen al exterior”. Pasaro n los días y realizamos otros análisis —como
teníamos acostumbrado— y

los doctores nos dijeron que, inexplicablemente en los últimos resultados, los
niveles fueron bajando hasta quedar en negativo. Dios había sanado a Marianito
porque ya nada indicaba que seguía padeciendo de hiperplasia suprarrenal
congénita. Gloria a Dios, que hace posible lo imposible.


[o\



Oración


Te doy gracias Padre amado por tu amor, alabado sea por siempre tu Nombre
Santo. Me pongo a tus pies y te suplico: ¡toca mi corazón, herido por el pecado y
ofensas que te causaron mis tantas debilidades! Oh Señor, que tenga una experiencia
profunda de tu perdón, para convertir- me en mensajero de paz y reconciliación.
Ruego por mi hogar, para que no haya enemigos bajo el mismo techo; que los abrazos
sean frecuentes y el perdón pronto, porque todo es posible para Ti.
Renuncio al rencor y al resentimiento, libre y voluntariamente dejo el pa- sado
porque no hay manera de empezar de nuevo, sin dejar lo viejo atrás. Así como estás
sanando mi interior, también sana mi cuerpo, toda dolencia y enfermedad que hoy
me aqueja. Sé que me amas y puedes curarme, te ruego, en tu inmensa bondad,
extiendas tus manos sobre mí, y que tus llagas benditas toquen mi cuerpo.
Hago el compromiso de acercarme cada domingo a la Santa Misa, en familia, y
confesarme con frecuencia, para que, a través del Sacramen- to de la Reconciliación
reciba tu perdón y amor, así podré compartir estos dones, amando y perdonando
que me ofenden. Amén




Capítulo 3
En el nombre de Jesús ¡Levántate!






Quisiera compartir con usted un pasaje de los Hechos de los Apósto- les en su
capítulo 3, versículos del 1 al 10, porque este es un libro de la Biblia, que de veras
entusiasma. Ese libro fue llamado al principio el Evangelio del Espíritu, porque
como primer protagonista al Espíritu Santo. Él es quien, después de Pentecostés,
animó a la evangelización, empujando y asistiendo a los muchos testimonios acerca
de Jesús. Y Él es también quien fortaleció a la Iglesia naciente y la alumbró en los
mentos de dificultad, asistiéndola con las tantas maravillas que produjo , en medio
las primeras comunidades.
Pidamos primero al Espíritu Santo que venga entre nosotros, y verda- deramente
sentiremos que Él comienza a llenarnos de vida y esperanza, colocando en nuestro
interior un gozo que nada, ni nadie más puede darnos. Por eso, donde quiera que
vayamos y a pesar de la actividad que estemos realizando, siempre pidamos la
presencia del Espíritu Santo, e invitémoslo con plena confianza, porque realmente
Él está a nuestro lado , para acompañarnos y ayudarnos. Él es Dios, está vivo, es
es quien nos hace conocer a Cristo, la Palabra que puso su presencia entre los
hombres.
El Espíritu Santo nos muestra que Jesús es el camino verdadero para nuestras vidas,
y que no debemos ir por otra vía, ni buscar respuesta fuera de Él, cuando ya la
tenemos, es la más preciosa, y tan íntimamente presente, dentro de nosotros. Y esa
respuesta es la fe en Jesús. A diario dediquemos tiempo para orar al Espíritu Santo,
porque Él pueda realizar

en nuestra vida el cambio de rumbo que necesitamos. Por favor, lea con atención:

La sanación de un paralítico (Hechos 3, 1 – 10)
1 Un día, Pedro y Juan fueron al templo para la oración de las

la tarde. 2 Allí, en el templo, estaba un hombre paralítico de


nacimiento, al cual llevaban todos los días y lo ponían junto a
puerta llamada La Hermosa, para que pidiera limosna a los que
entraban. 3 Cuando el paralítico vio a Pedro y a Juan, que estaban
punto de entrar en el templo, les pidió una limosna. 4 Ellos lo
miraron fijamente, y Pedro l e dijo: —Míranos. 5 El hombre
puso atención, creyendo que le iban a dar algo. 6 Pero Pedro le
—No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy: en el nombre
Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. 7 Dicho esto, Pedro lo
tomó por la mano derecha y lo levantó, y en el acto co- braron
fuerzas sus pies y sus tobillos. 8 El paralítico se puso en pie de un
salto y comenzó a andar; luego entró con ellos en el templo, por
propio pie, brincando y alabando a Dios. 9 Todos los que lo vieron
andar y alabar a Dios, 10 se llenaron de asombro y de temor por
que le había pasado, ya que conocían al hombre y sabían que
mismo que se sentaba a pedir limosna en el templo, en la puerta
llamada La Hermosa.
Es muy llamativo leer en este relato, que alguien debió llevar al paralítico hasta
puerta del Templo de Jerusalén, porque él no podía trasladarse sin la colaboración
otra persona. Yo estoy convencido de que, a nues- tro alrededor, también tenemos
muchas personas que necesitan retornar al templo, para tener un encuentro con
el Señor, pero no pueden llegar por sí mismos.
A menudo, las personas que más necesitan de Dios son las que más lo
rechazan; y es a ellas a quienes debemos invitar para entrar en la pre- sencia del
Son todos los que están con el alma paralizada y con el corazón roto, y no saben
acercarse a Dios, porque han vivido tanto en el pecado , que no hallan —a solas—
senda que los lleve hasta Jesús. Dios pued e cruzarnos en el camino de una de
personas, para decirles: “Aquí está Jesús”. Pero muchas veces, por vergüenza
temor al “qué dirán”,

no tenemos el valor de hacer esta invitación.
El nuestro es un tiempo en el que hay que dejar a un lado la indiferen- cia, para
más compasión por la angustia del otro. ¡Qué tristeza tan grande estorba al alma de
quien no conoce a Dios! Los problemasl o aplastan, las dificultades se hacen casi
imposibles de resolver, y él viv e una soledad que nada ni nadie puede llenar. Qué
sería, si la próxi- ma vez que vamos a una Iglesia Católica para celebrar la Eucaristía,
no vamos a solas, sino con alguien que necesite encontrarse con Jesús.
Nosotros podemos ser instrumentos de Dios, así como lo fueron las per- sonas del
relato, de las que no conocemos sus nombres, que acercaban al paralitico a la puerta
del Templo, donde él recibió su sanación.
Ojalá que usted y yo seamos esas personas anónimas, casi invisibles, que acercan
personas a Jesús. Porque algo que hace mucho bien al ser humano, es justamente
salir de su propia necesidad, para contemplar la necesidad del otro, de nuestro
prójimo. Debemos ser instrumento del Señor, para ayudar a los demás, en lugar de
pensar el día entero en l o que “yo” necesito. Que hoy pueda brotar de nosotros
una firme disp o - nibilidad: Ser las manos de Dios, para que otro reciba la
bendición del Señor. Hermosa misión que me lleva a avanzar en la reflexión; ¿Puede
n paralítico ayudar a otro paralítico?
El relato del paralítico me sugiere que, más allá de las dificultades físicas , que
persona pueda tener en su movilidad, también hay amplias áreas en nuestra vida
espiritual, que están como paralizadas.
A pesar de tantas buenas intenciones de cambiar nuestras viejas acti- tudes, a
menudo no logramos ningún resultado. Sentimos que los años transcurren, pero
nuestra vida y nuestros hábitos no varían absolutamen- te en nada.
¿Cuántas veces usted ha intentado dejar de fumar? ¿A cuántos luga- res ha acudido
pidiendo ayuda para ser liberado de la droga? ¿Cuántas veces ha buscado salir de
depresión? Pero hasta ahora no ha podido. Vive casi una parálisis del alma, que lo
cada vez más del encuentro con el Señor: aquí toma fácilmente control el
pecado. Cuando alguien vive en estado de pecado, que se desarrolla hasta ser
el dueño de su alma, sabemos que las fuerzas de la voluntad humana no
bastan para encontrar una salida de liberación y de sanación espiritual.

En su mayoría, este tipo de faltas están bien escondidas; son cosas que no las
conversamos ni con el mejor amigo, porque nos avergüenza decir, por ejemplo, que
uno es adicto a la pornografía. Tampoco nadi e proclama —a los cuatro vientos—
que de vez en cuando contrata a una prostituta. Estos temas no son algo de lo que
pueda hablar fácil y abiertamente, y así guardamos nuestras secretas
contradicciones, en un doloroso silencio.
Preguntémonos entonces, ¿cuál es hoy mi parálisis? Debo reconocerla con
humildad y sinceridad, aunque la gente por fuera no lo note.
Si aprecio que mi ser interior está casi muerto, debo saber que sola- mente la
fe en Jesús de Nazaret, el Mesías y Salvador, puede liberarme de esta postración.
La respuesta a la parálisis que provoca el pecado, está en el brazo ex- tendido del
apóstol Pedro, y lo que hizo con el paralitico, en el texto que recién leímos.
¿Cuál podría ser, en medio de nuestras variadas parálisis, ese brazo extendido
del apóstol?: Es el auxilio de la Iglesia Católica; y como lo fue entonces el de Pedro,
hoy es el Papa Francisco, y todos los obispos y sa- cerdotes que extienden los brazos
la misericordia, no para juzgarnos por las parálisis que tenemos, sino ofreciéndonos
el amor de Dios Padre, que es una liberación de lo que por muchos años hemos vivido
que está acabando con nuestro buen ánimo. Esos brazos son los Sacramentos,
vehículos de la salvación.
Reconozcamos ¿cuántas personas hoy se resisten a confesarse?
¿Cuántas participan de la Santa Misa, sólo por un evento social? Tene- mos un
enemigo muy astuto, que sabe cuándo podríamos aproximarnos a una gran
bendición. Entonces el tentador nos pone obstáculos, todo se cruza para que no
lleguemos al encuentro con la sanación. Los bueno s propósitos —a solas— ni
bastan, ni duran. Se necesita de una sumisió n a la obra de Dios realizada en Jesús,
y al socorro de su gracia.
La figura del paralitico pidiendo limosna, realmente nos dice mucha s cosas.
A ese infeliz que quería tal vez unas monedas para poder comer, Dios le dio nuevas
piernas y vida abundante.
Lo que Dios tiene preparado para nosotros, supera siempre lo que le

estamos pidiendo: Dios no quiere solamente sanar nuestro cuerpo, sino que desea
levantarnos de esas parálisis del alma, quiere darnos un regalo que nos lleve hasta
vida eterna.
Dios no nos ofrece soluciones temporales o superficiales, sino soluci o - nes
definitivas. El verdadero problema radica en que debemos dejarno s levantar,
colaborados por el brazo extendido de Pedro.
¿Qué le hubiera sucedido al paralitico, que sólo esperaba unas mo- nedas
para poder comer, si al Apóstol que le ordena: “En el nombre de Jesucristo,
levántate y anda” , le hubiera respondido: “Yo no quiero an- dar, quiero
unas monedas, ¿porque tengo hambre?”. Esa respuesta lo habría
separado de la sanación. Esta escena dramática se va repitiendo, desde entonces
hasta hoy. Es lo que muchos hacen: las puertas de los templos están abiertas, hay
sacerdotes brindando el Sacramento de la Reconciliación y la Eucaristía; pero
ellos no entran, no participan.
Cada día podemos encontrar a Pedro que, extendiendo el brazo, nos ofrece la
solución a los problemas del alma, a lo que nos quita el sueño y el apetito. Pero
menudo le decimos: “No, yo quiero que Dios me dé un trabajo y nada
más; quiero que Dios cure mi enfermedad y nada más; quiero
ayuda de Dios, pero luego haré con mi vida lo que me plazca”.
pidamos a Dios solamente una respuesta a las necesida- des temporales. La
bendición que más necesitamos es sanar primero el alma. Nos olvidamos fácilmente
de que, en algún momento, nuestra vida va a terminar.
Pensemos en serio, qué triste será rechazar la bendición de Dios, para convertirla
la búsqueda de una pura limosna, que arregla nuestra si- tuación sólo unos cuantos
días, pero que nos deja vivir con los mismos problemas de antes.
Cuando Dios obra en nosotros el don de una bendición, lo hace con un propósito, y
no sólo para sorprendernos. El Señor siempre espera que le respondamos a su
amor, con la conversión de nuestra vida, para que , en fidelidad a su voluntad y
Palabra, desemboque en una vida de f e viva y activa.
Si hoy le pido al Señor que pueda terminar con mis dolores que tanto me
agotan, y voy a experimentar el don de su bendición ¿de qué me sirve

todo eso, si luego vuelvo al alcohol, las drogas, al sexo desordenado o a cualquier
pecado? No me sirve de nada superar un sufrimiento físi- co transitorio, si luego
voy al Cielo. Entonces, no sólo necesito sanar el cuerpo, sino también el alma.
Necesito ser una persona distinta. La consecuencia de dejarse levantar por el
brazo extendido de Pedro, es un grito de alabanza, junto al gozo y la esperanza, que
retornan al corazón humano salvado por el amor del Señor.
Cuenta el texto bíblico, que este paralitico, luego de recibir la gracia de su sanación,
se puso de pie; él, que paralitico de nacimiento, no tenía experiencia de lo que
era sentir el suelo bajo la planta de sus pies, por su fe en el poder sobrenatural
dio algo más grande y poderoso de lo que pedía e imaginaba, porque la bendición
de Dios no es un a respuesta temporal, sino definitiva. Y frente a esa bendición,
¿cuál deb e ser mi actitud? La misma del paralitico, que entró con sus propios
templo, “alabando a Dios”.
La respuesta a cada bendición del Señor en tu vida, al sanarte y libe- rarte, es
la conversión y el testimonio. La palabra del Señor dice así: “La gente
reconoció al paralitico” , y comentaba llena de asombro: “es el que estaba
sentado en la puerta La Hermosa”.
Ellos pasaron de verlo mendigando cada día, a verlo como el mensajero sanado
el amor y la misericordia de Dios, porque alababa al Señor, brincaba de alegría, y
estaba de pie en el templo.
Las personas que usted conoce, cuando le vean retornar a la Iglesia con actitudes
renovadas de vida, por la gran bendición que le ha regalado el Señor, se quedarán
asombradas, y ese asombro irá a despertar también en ellas el deseo de acercarse
Dios. ¿Cuánto tiempo hace que no va a misa?, ¿cuántos años tiene sin confesarse?
Tome la resolución personal de asistir en familia los domingos a la Santa Misa, y
partir de mañana busque con frecuencia el Sacramento de la Reconciliación.
¿Cuánta gen- te gasta dinero pagando siquiatras y terapias que no sirven para cambiar
lo profundo de su corazón? Cuando la recepción del Sacramento es gra- tuita y sana
verdaderamente el alma.
Debe poner un alto a esa actitud de mendigo, y comprender que Dios no solamente
puede sanar su cuerpo y cambiar las circunstancias que usted está viviendo, sino
que Dios quiere transformar su vida entera. Dé-

jese levantar por el brazo del apóstol, no tropiece con la tentación de la soberbia;
opuesta a Dios, y la soberbia le hace impermeable a la bendición. Cabe reconocer
hay aspectos en su vida que no funcio- nan, y decídase a cambiar de vida. Con
humildad póngase de rodillas, porque el Señor no desprecia un corazón que sufre.
Con humildad y confianza acepte necesitar a Jesús, y de su ayuda . Tome el
propósito de vivir bajo su gracia. A partir de ese día, tome tam - bién la firme decisión
de frecuentar la comunidad de su iglesia parroquia l y de ir al encuentro con el Señor
sacramentado.




Testimonio - Margarita Chávez

Mi nombre es Margarita Chávez y no soy de muchas palabras. Cada vez que
cuento esta historia, me emociono, hasta cuando la escribo. La verdad es que el
Señor es un Padre que nos ama y, aunque nosotros seamos pecadores, no se cansa
de darnos su perdón y los dones de su misericordia.
Yo ya tengo dos hijos: El mayorcito tiene 16, y una niña, que va a]cumplir 11 años.
Cuando supe que estaba otra vez embarazada, fui a realizarme una ecografía, y el
doctor que realizó este examen, me dijo que no se había formado el embrión. Me
explicó que hay ocasiones en las que una mujer queda embarazada, pero el
embrión no se forma, por lo que me recomendó que me realizara un legrado.
Yo estaba muy entusiasmada con tener otro bebe, y por ese motivo, no hice caso a la
recomendación del doctor y le dije que esperáramos 15 días más, hasta la
próxima ecografía.
A pesar de los sangrados, siempre estuve pidiéndole al Señor que me ayudara,
que pueda tener a este bebe, aunque me decían: “Ya tie- nes dos”; pero ser madre
que no se puede explicar. Quince días después, visité nuevamente al doctor y él
la ecografía y me dijo: “Hay una pequeña mancha; ahí está el embrión,
pero no se ha desarro- llado, ni tampoco se escuchan los latidos
corazón, por lo que con urgencia debo realizarle un legrado.
Usted tiene alto riesgo de infección y peligra su vida”.
Aunque con mucho temor, le respondí: “No. Voy a esperar”. En ese
momento, decidí enviar un mensaje por correo electrónico al hermano R.P.,
contándole mi caso y pidiéndole que por favor me acompañara con su oración.
poco tiempo, recibo la respuesta del hermano, donde me cuenta que mientras
presentaba al Señor mi intención, durante la oración recibió del Señor que Él estaba
soplando un aliento de vida en mi vientre, que el bebe iba a nacer completamente
y que yo vería el poder mi-

sericordioso de Dios. Me dijo: “Por favor, que no la toquen, no se haga
legrado porque en su vientre hay vida y su bebé será una
mujercita”. Al día siguiente de recibir el mensaje, fui al médico para realizarme
una eco- grafía. Cuando el doctor empezó a revisarme, milagrosamente escuchó los
latidos del corazón del bebe: ¡El embrión ya estaba completamente desarrollado!
Con el transcurso de las semanas supe que era una mujercita y fina l - mente,
Victoria Guadalupe nació, completamente sana. Cuando le conté todo al hermano
R.P., él me dijo: “Usted tiene una santa terquedad”.
¡Qué todo sea para la gloria de Dios!

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Testimonio – Cecilia Guardia

Mi nombre es Cecilia Guardia, y el 10 de octubre del 2014 comencé a experimentar
un dolor muy fuerte en el bajo vientre. Esto me pareció ex- traño, porque siempre
sido una mujer muy sana, sin antecedentes de enfermedades, ni tampoco me han
sometido a cirugías.
Así que, por la insistencia de mi familia y la persistencia del dolor, visité el hospital.
Allí me realizaron una ecografía, y grande fue mi sorpresa cuando el médico
me expuso los resultados diciéndome: “Usted tiene un quiste de 4 centímetros y
una úlcera en el ovario derecho”. Me quedé muy preocupada y confundida, pero,
mientras realizaba algunas compras en el mercado, me encontré con una amiga,
comenzó a contarme las hondas experiencias espirituales que había vivido durante
los grupos de oración por los enfermos, que se celebran en La Mansión.
A raíz de estos relatos, el día jueves 23 de octubre del mismo año, me sentí animada
de visitar este grupo de oración. Al llegar al lugar, sentí cómo todas las pesadas
cargas que llevaba en el corazón, comenzaron a desaparecer.
Cuando el hermano R.P. inició la oración por los enfermos, nos invitó a dejar
nuestras angustias, preocupaciones y enfermedades en las manos

del Señor. Además, dijo algo que me impactó profundamente: “El próxi- mo
testimonio que se compartirá en este lugar, será el tuyo”.
Creí que esta invitación se dirigía justamente a mí misma, y desde aquel momento
sentí cómo mi fe comenzaba a crecer, mientras un calor inexpli- cable llenaba todo
cuerpo. Empecé a llorar y tuve en mi alma la certeza de que el Señor me estaba sanando.
Al concluir la reunión, el hermano R.P. pidió a todas las personas que habían
llegado enfermas, que se fuesen a visitar a sus doctores para comprobar las
bendiciones que acababan de recibir, y dijo: “El Señor con su poder ha
sanado lo que ustedes están sufriendo, ¡vayan a corrobo- rarlo!”.
Pocos días después, amanecí con una convicción interior de ir a visitar al doctor,
comprobar mi estado de salud.
Esas palabras del hermano me daban vueltas en mi cabeza, y aunqu e no contaba
con suficiente dinero para mis gastos de la semana, tom é todo lo que tenía y
me dirigí a un hospital para que me realizaran una ecografía. Al concluir el
examen, la doctora revisó la imagen y con total normalidad me dijo: “Usted
completamente sana, no tiene ningún quiste ni tampoco una
úlcera, sus ovarios están limpios y normales”.
En ese momento me invadió una alegría inmensa, y hasta el día de hoy , no tengo
palabras suficientes para agradecer el amor de Dios, que m e liberó de este mal.
¡Te doy gracias Señor por tu bondad!

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Testimonio – Herland Soliz


Me llamo Herland Soliz, tengo 32 años y soy médico de profesión, estoy casado
hijos varones de 4 y 3 años.

El 29 de Julio del 2016, fui operado por un cuadro de apendicitis agu- da, y luego
retirarme el apéndice, se realizó una biopsia de rutina. 1 0 días después los resultados
revelaron que además de la inflamación, e l apéndice se encontraba invadido por
células de cáncer, que provenían de otro u otros órganos de mi cuerpo; noticia que
mí fue devastadora, primero por el tipo de enfermedad que padecía y segundo, porque
a dia- rio veo pacientes fallecer por este mal, ya que actualmente me encuentro
realizando una especialidad en oncología. Conscientes del pronóstico y
consternados por la noticia, los médicos que me trataban y otros co- legas, me
recomendaron que debía realizarme otros estudios fuera de l país, para poder
identificar en qué otro órgano de mi cuerpo tenía cánce r y así, iniciar el tratamiento
más oportuno.
En esos momentos de desesperación, unos vecinos nos comentaron
—a mi esposa y a mí— sobre las jornadas de evangelización que org a - niza la
comunidad Betania en el Coliseo del Colegio Don Bosco y por invitación de
ellos acudimos a la reunión del día lunes 15 de agosto, era lo último que nos quedaba
por hacer antes de viajar a Argentina, conocien- do ya el diagnóstico de cáncer y
pronóstico que era muy desalentador.
Hasta aquel día, Dios no era parte fundamental en mi vida, pero durante las
oraciones y el mensaje de sanación, mi ser se estremeció por una sensación de
frío intenso sobre mis brazos y mi pecho, transformando mi angustia y
desesperación en una paz interior que nunca antes había experimentado.
Mi sorpresa fue mayor cuando al concluir la reunión, el hermano R.P. , impuso
manos sobre mí y confirmó lo que mi corazón sentía. Me dijo : “Esta noche,
te ha sanado del cáncer, en Argentina vas a recibir buenas noticias
y vas a venir a este Coliseo a compartir tu testimonio”.
Confiado y fortalecido por la fe en el poder de Dios, estuve dos semana s en Buenos
Aires, Argentina; visité distintos centros oncológicos donde me realizaron
múltiples estudios de alta tecnología, en los cuales no de- tectaron ni una sola célula
cancerígena en todo mi cuerpo, fue cuando entendí que Dios había realizado el
milagro más grande que podía haber experimentado durante mi vida.
A pesar de los pronósticos médicos, llegaron a la conclusión de que e l diagnóstico
inicial, por revisión de la biopsia, se había confirmado, pero

que asombrosamente, y después de todos los estudios realizados, no se
encontraban rastros de cáncer en ningún órgano de mi cuerpo; por lo tanto, hoy me
encuentro milagrosamente curado, para la gloria de Dios. Amén.

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Oración
Señor, Dios Padre bueno y lleno de misericordia, te doy gracias por tu inmenso
¡Alabado sea por siempre tu santo nombre! Hoy te pido, por favor, que cambies mi
corazón de piedra por un corazón de carne, dócil a tu voluntad, para tomar ese
brazo extendido que la Iglesia ofrec e en mi auxilio. Renuncio a las tentaciones
del enemigo —príncipe de la mentira— a la soberbia, y al orgullo. Señor, deseo
todas mis fuerzas , comprometerme para no vivir conforme a mi voluntad, sino
conforme a la tuya. Que mis buenos propósitos e intenciones —que nunca llegaron
buen término—, puedan finalmente volverse en obras de amor y caridad.
Siento que estas palabras se dirigen hoy a mí mismo: “En el nombre de
Jesucristo de Nazaret ¡levántate y anda! Levántate del pecado, de la soledad;
levántate de la depresión; ¡levántate!” Contigo, ya lo sé, no hay cosas imposibles.
Te imploro Padre bueno, que tus grandes bendiciones puedan derra- marse
sobre todos tus hijos que están sufriendo en el cuerpo y en el espíritu.
Bendito Señor, atiende la oración, y por medio del Espíritu Santo —el
Consolador—, obra sobre aquel que no puede ser feliz, que vive atad o a
sustancias que lejos de curarlo, le hacen tanto daño. ¡Señor Jesús, hijo de
David, ten piedad de nosotros! Concede tu gracia sobrelos ni- ños enfermos,
sana hoy a las madres que están en gestación y tiene n serias dificultades
durante su embarazo. Nos colocamos en tus mano s y pies traspasados por la
violencia de los clavos, en tu costado abierto y por esas llagas, confiamos recibir
consuelo y la curación de todo mal . Amén.




Capítulo 4
Nada es imposible para Dios






¿Por qué Dios obra sanaciones y otras veces no las hace? Si en un au- ditorio o
a todos se nos predica el mismo mensaje, ¿por qué unas personas reciben la gracia
otras no?
En muchos casos es un acto de fe el que provoca la sanación; esto con- siste en
apropiarse de algo que todavía sus manos no han tocado y sus ojos no han visto,
ejemplo: un acto de fe es salir de la quimioterapia y creer que Dios está obrando la
curación a través de la medicina; otr o acto de fe es mirar de frente a la dificultad
hoy ha visitado su vida y decirle: “en el nombre de Jesús tendré la victoria”, aunque
cada mañan a usted tenga que continuar luchando contra esa dificultad.
Los actos de fe requieren valentía y que no se conforme ni resigne. Us- ted debe
convencido de que Dios no ha creado una sola persona destinada al fracaso, su vida
tiene un destino y es la victoria en Cristo Jesús, confíe que recibirá aquello que
con fe está pidiendo. Porque Dios es más grande que un juicio, la deuda, la enfermedad
o cualquier proble- ma que hoy agobie tu vida; basta con poner su fe en un
Dios grande y recibirá grandes bendiciones.
Entonces, la fe no es simplemente pronunciar palabras, es vivir como si ya
tuviera lo que usted está pidiendo; y eso sí que es un gran acto de fe. Cada día debe
luchar contra la resignación, esa sensación de derrota que le invita todos los días
bajar los brazos, a pensar que la situación n o va a cambiar, y que no vale la pena
confiando en Dios. No import a lo que usted está viviendo: no se conforme con la
mentalidad del mun-

do, y camine todos los días con la mirada fija en Cristo Jesús, el autor y consumador
la fe. Él no va a fallarle y con confianza cada mañana a l despertar, repita : “Si Dios
lo dijo, Él lo hará”.
Aunque el medico diga lo contrario, aunque las circunstancias parezca n no
cambiar, y tu cuerpo esté desgastado por la enfermedad, cree firm e - mente :
Dios lo dijo, Él lo hará”.
Quisiera ahora proponerle una reflexión, sobre el relato de la sanació n de la hija
Jairo, donde el Evangelio de Marcos nos ofrece algunas cla- ves preciosas para
formar nuestra oración.
Marcos 5:22 – 24 y 35 - 42
22 En ese momento llegó un hombre llamado Jairo, que era uno

los jefes de la sinagoga. Cuando Jairo vio a Jesús, se postró a


pies
23 y le rogó: “Mi hija está a punto de morir. ¡Por favor, venga usted

mi casa y ponga sus manos sobre ella, para que se sane y pueda
vivir!”
24 Jesús se fue con Jairo. Mucha gente se juntó alrededor de Jesús

lo acompañó.
35 Luego, llegaron unas personas desde la casa de Jairo, y le dijeron:

“¡Tu hija ha muerto! ¿Para qué molestar más al Maestro?” 36 Jesús


no hizo caso de lo que ellos dijeron, sino que le dijo a Jairo: “No
tengas miedo, solamente ten fe”. 37 Y sólo permitió que lo
acompañaran Pedro y los dos hermanos, Santiago y Juan. 38
Cuando llegaron a la casa de Jairo, vieron que la gente lloraba
hacía mucho alboroto. 39 Entonces Jesús entró en la casa y les
“¿Por qué lloran y hacen tanto escán- dalo? La niña no está
muerta, sólo está dormida”. 40 La gente se burló de Jesús. Entonces
él hizo que todos salieran de allí. Luego entró en el cuarto donde
estaba la niña, junto con el padre y la madre de ella y tres de sus
discípulos. 41 Tomó de la mano a la niña y le dijo en idioma arameo:
“¡Talitá, cum!” Eso quiere decir: «Niña, levántate.» 42 La niña,
que tenía doce años, se levantó en ese mismo instante y comenzó
caminar. Cuando la gente la vio, se quedó muy asombrada.
Vemos que Jairo se postra a los pies de Jesús: este signo es muy im - portante,
significa que él lo reconoce como Mesías y Señor. Nosotro s tenemos que
postrarnos sólo delante de Dios, y no por una simple ex-

presión del cuerpo, sino porque así confesamos abiertamente el señorío de Dios
nuestra vida. La efectividad de la oración es resultado de una actitud interior: la
humildad del creyente no está en las palabras, o la elocuencia de su oración, sino
en la honda sencillez de quién confía en Jesús, como su única salida.
Jairo era un jefe de su pueblo, y ¡qué raro es hoy en día, encontrar a personas
que tienen autoridad, reconocer con humildad que sin Dios no pueden nada! La
soberbia enceguece el entendimiento humano, y podría hacerles creer que sin Dios
puede todo. Este es un gran engaño, que lamentablemente cada vez es más común,
porque aquel que tiene buen a posición, dinero, contactos y poder de influencias,
comienza a sentirs e un “todopoderoso”. Qué distinta es la actitud de Jairo, humilde
y sencilla; por eso obtiene pronta respuesta de Jesús.
No debemos caer en la tentación de buscar a Dios sólo en las situa- ciones de
desesperación, sino que Él debe ser el centro de nuestra vida, para que ejerza su
autoridad sobre nosotros. Algunas personas que pi- den a Dios la sanación, lo
hacen con un corazón lleno de soberbia, no por el tono de voz que utilizan, sino
cómo transcurre su vida después de la oración. ¿Cómo podemos decirle al Señor
nos sane, y luego de orar, transgredir todos los mandamientos que el Señor enseña?
esta manera sólo vamos a burlarnos de Dios.
Jairo estaba acostumbrado a que la gente le pidiera favores, más que él pedirlos.
Jesús vio en Jairo una actitud humilde, y la humildad delant e de Dios consigue
muchísimo. No olvidemos el canto del Magníficat de l a Virgen María, donde
proclama las proezas del Señor y que Él dispersa a los soberbios de corazón. Que su
grandeza derriba del trono a los po- derosos y enaltece a los humildes. Y que a los
hambrientos los colma de bienes, mientras a los ricos les despide vacíos.
Entonces, cuidado, que fácilmente nos maree el orgullo, y pensemos que
basta con decir unas palabras bonitas al Señor, para obtener res- puesta. Es
preciso tener un deseo genuino de conversión, porque to- dos sabemos que hay
aspectos en nuestra vida, que necesitan cambiar, palabras y actitudes que no están
en sintonía con lo que Dios espera de nosotros. ¿Acaso puedo decir: “amo a
Dios” y después pisotear sus mandamientos?

Pero cuando hay coherencia, entre las palabras —con las que elevo mi plegaria—
mi vida, ¡cuánto más fácil será tener una respuesta pronta d e Dios! El Señor te
acompaña a tu casa. Así como hizo con Jairo, irá detrás tuyo para bendecir tu hogar
y restaurarlo. Trata de ser un instrumento dócil en sus manos, y haz que tu vida no
demasiado indigna de su compañía.
Lo más importante delante de Dios es el deseo profundo de conversión, porque
nunca es tarde, no importa si usted tiene quince, treinta o sesenta años. Hoy mismo
dígale al Señor : “Quiero cambiar, y ser sano del flagel o del
pecado que está acabando con mi buen ánimo”. El Señor extiende sus
brazos de misericordia, y le regala una nueva oportunidad, porque Él quiere
acompañarnos a todos los lugares donde haya gente que lo necesite. Pero no
puede acompañarnos si no lo invitamos. Y ¿cómo lo invitamos? Solamente si
tenemos un propósito serio de conversión.
Jairo expresa plena confianza en que Jesús pueda restaurar la salud d e su hija,
poniéndole las manos y, por lo tanto, el Señor no demora en dar respuesta a esta
súplica, porque Él no es indiferente a los problemas que la vida nos proporciona.
a veces hay personas que tienen una idea equivocada del amor de Dios, y dicen:
“Dios tiene cosas más impor- tantes en qué pensar, porque hay
personas con problemas gravísimos y yo con esto tan pequeño,
¿para qué lo voy a molestar?”
Dios no tiene un catálogo donde encontremos pequeños, medianos y grandes
problemas humanos. Lo que para usted es importante, para Dios es importante;
las lágrimas que derrama un joven que terminó una relación de noviazgo, son igual
importantes para Dios, que las lágri- mas que derrama una viuda por su esposo que
falleció. Dios no es mez- quino en su amor, no es selectivo y se dona generosamente
para todos. Por favor, no pensemos que tenemos un Dios indiferente a nuestro sufri
miento, o que sólo nos da importancia cuando estamos afligidos por u n dolor grande.
No hay dificultades grandes o pequeñas, Dios no pesa así las cosas; s i para usted
es en serio importante, también para Dios es importante.
Hay personas que han sido heridas en su fe, porque oraron por una in- tención y
respuesta que ellos esperaban no llegó. Entonces, tomaron la resolución de no volver
a acudir a Dios en ocasiones semejantes, y viven

resignados frente a las situaciones negativas que les toca vivir. Jesús no le dijo
“Lo siento, ya no hay nada que pueda hacer”, porque para Jesús no
casos perdidos, nunca es demasiado tarde.
Jesús responde a sus fieles con generosidad, porque tiene un cor a - zón
misericordioso. Cuando a medio camino aparecen unos delegados anunciando
la niña había muerto, la respuesta de Jesús debe llamar toda nuestra atención.
el evangelio: “Jesús no hizo caso de lo que ellos dijeron, si no que
dijo a Jairo: ‘no tengas miedo; solamente ten fe’”.
Me gusta pensar que cuando usted recibe una mala noticia, no la re- cibe
solo, Jesús le acompaña, porque Él con su Palabra está a su lado diciéndole: “No
tengas miedo” . Ten presente en tu mente y corazón que, si estás viviendo
tiempo de escases económica, Jesús te habla y dice: “Soy tu pastor, nada
faltará” . Si tu mala noticia es por una enfermedad, Jesús en su Palabra te recuerda:
“Por mis llagas eres curado”.
Cuando vivimos separados de la Palabra y de la gracia de Dios, lo pri- mero que
malas noticias despiertan en nuestro corazón es un senti- miento de miedo. Jesús
hizo caso a las malas noticias, porque cono- cía lo que su Padre era capaz de hacer.
Cuando tropezamos ante la tentación de la desconfianza y nos dese s - peramos —
porque no encontramos una salida— Jesús nos dice : “No tengas miedo”
Estas tres palabras en la Biblia se repiten 365 veces y en la Biblia todo tiene un
propósito.
Hay un “no tengas miedo” para cada día: no tenga miedo cuando mete la mano
bolsillo y no tiene con qué pagar sus cuentas, “no tenga mie- do” cuando siente que
situaciones le agobian. Recuerde: Jesús está con usted y se hace presente a través
Palabra, pero una falta de alimento espiritual produce una fe débil, sin raíces
profundas. Conozca las Escrituras y aliméntese de ellas para que tenga con qué
contestar frente a esas crisis, y que su mejor respuesta no sea el miedo, sino una fe
madura.
Tenemos, a menudo, una fe superficial porque nuestra mente y corazón , están
llenos de cosas que no son propias de la fe. ¿Qué miramos en la televisión?
¿Qué escuchamos en la radio? ¿Cuál es nuestra lectura?

¿Cuáles son nuestros temas de conversación? El Señor, a través de este relato, nos
invita a que podamos consagrar nuestro tiempo al conoci- miento de sus
promesas, porque ellas alimentan el alma y son antídoto frente a las malas noticias.
escucha atenta de la Palabra del Señor, nos hace presente su amor y misericordia
nuestra vida.
Cuando Jairo y Jesús llegan a la casa, había un tremendo alboroto, por- que
lloraba y se lamentaban por la muerte de la niña. Jesús dice algo que aparentemente
despierta burla: “La niña no está muerta, sólo está dormida” . Ese
ambiente lleno de llanto, lamento y desesperación, demostraba que a los ojos
humanos ya no había para ella algún posible remedio. Pero Jesús mira la situación
de una manera muy distinta a la nuestra, Él es la Palabra que tiene poder para
cambiar cualquier circuns- tancia.
En muchos milagros de los Evangelios, son las propias manos de Jesús la fuente
signos prodigiosos. Cuando el Señor multiplica los panes y los peces, Él los toma
entre sus manos y luego empieza la multiplicación; cuando Él toca con sus manos
leproso, este hombre despreciado que- da limpio; cuando con sus manos unta barro
los ojos del ciego, est e infeliz recobra la vista. Las manos de Jesús son fuente de
una infinit a misericordia y sanación para los que lo encontraron.
En la cruz del Calvario, las manos que fueron traspasadas por la vio- lencia
de los clavos, se entregaron por amor a usted y a mí. Por lo tanto, cada día decimos:
“Señor, estoy en tus llagas y pido que por ellas me sanes” .
Pongámonos en las manos del Señor con la oración, y digna- mente
quedémonos con nuestra vida, porque de allí brotan las sanacio- nes y liberaciones.
En silencio, reconoce, con humildad ¿qué actitudes en tu vida no están en orden
necesitan un cambio? Póstrate a los pies de Jesús y reconó- celo como Señor, y luego
atrévete a decirle: “Señor, coloca tus manos sobre mi hija, mi esposo; pon tus
manos sobre mí para que sane y viva”.
¿Quién alrededor de ti necesita hoy esta sanación divina, y tener vida
abundante? Vamos a pedir por ellos, y el Señor hará grandes maravillas.





Testimonio – Alejandra Loredo


Cuando tenía cinco años, mi mamá me abandonó por empezar una nueva
relación de pareja, y mi papá no podía hacerse cargo de mí. En- tonces, decidió
dejarme con mis tíos y viví con ellos hasta los 11 años. Luego, mi papá volvió y
les dijo a mis tíos, que se iba a hacer cargo de mí, y desde ese momento voy a vivir
Más tarde, por diversas circunstancias, mi padre me llevó a vivir con mi
madre, pero yo tenía mucho resentimiento y rabia contra ella, porqu e cuando yo
niña, ella prefirió a su pareja antes que a su hija, y por es e motivo yo no la quería.
Al pasar el tiempo, fui creciendo con rebeldía y enojo en mi vida, incluso llegué
dudar de la existencia de Dios.
Me dediqué a fiestear con mis amigos, y no me importaba nada. Má s
adelante me casé, pero Dios no reinaba en mi hogar, tenía muchas peleas con mi
esposo, hasta llegué al punto de querer separarme y dejarlo todo.
Luego, llegó la enfermedad de mi hijo de ocho años. Lucas tenía dolor en la
garganta, y comenzaron a aparecerle unas bolitas en el cuello. Fui- mos al médico
pensando que era una situación leve, y cuán grande fue mi sorpresa cuando el
me dijo: “Señora, su hijo tiene una infec- ción grave, que puede
llegar al cerebro y producirle la muerte. Tenemos que hacer una
biopsia para saber qué tipo de tejido es el que está ahí (garganta)
para luego operarlo. Debemos realizar la cirugía cuanto antes,
porque si demoramos más de un mes, el niño va a morir”.
Para mí la noticia fue devastadora, no sabía qué hacer. Decidí consultar con otros
médicos, pero los tres que visité me dijeron lo mismo. Mi hijo debía someterse
a la operación lo antes posible porque su vida corría peligro; pero los gastos
médicos eran demasiado altos.
Sólo en un día gasté alrededor de 1.500 bolivianos en análisis. Esta ci- rugía era
costosa. Entonces con llanto en los ojos y desesperación,

golpeé muchas puertas de amigos y conocidos, para que me prestaran el dinero
necesario; pero nadie nos pudo ayudar. Un día fui al colegio de Lucas, para avisar
él no podría asistir a clases por su enfermedad, le comenté mi situación a su profesora,
y ella me dijo: “Señora, vaya al grupo de oración por los enfermos
el hermano R.P. y pónganse en las manos de Dios”.
Llegamos con mi niño, mientras estaba predicando el hermano R.P., cuando él
comenzó a orar por los enfermos, sentí algo que agitó todo mi cuerpo. Me puse
pedí perdón por mis pecados y rogué la sana- ción de mi hijo. Luego el hermano
“Quien quiera cambiar de vida, venga al frente y recibirá
respuesta a sus oraciones” . Así lo hice.
Prometí ir a todas las reuniones de oración y desde ese momento. Co n cada día
pasaba, los ganglios de mi hijo comenzaron a desinflamars e y los quistes
desaparecieron, hasta el punto que ya no veíamos la hincha- zón en su garganta,
podíamos tocar las bolitas. Hicimos nuevamente los análisis clínicos, y los
resultados mostraban que mi hijo se encontraba totalmente sano. La operación no
fue necesaria, porque el Señor nos había concedido su bendición.
Desde ese día, que prometí al Señor cambiar mi vida, perdoné a mi ma- dre y a
personas que me hicieron daño; pedí perdón a las personas que yo lastimé, y desde
entonces mi vida está llena de bendiciones; en mi familia, en el trabajo y con todo
que me rodea. Tuve que pasar 27 años para entender cuán grande es el amor del
Amén.

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Testimonio – Fabiola Burgos


El 21 de septiembre del 2013 me casé y decidí embarazarme rápida- mente,
porque deseábamos un bebé con mi esposo; pero tuve proble- mas de ovario
poli quístico desde muy joven, y por eso usaba medica- mentos, para que mi
menstruación ocurra cada mes, como es lo normal, porque si no tomaba esas
hormonas, me producía un desarreglo en todo mi cuerpo.
Poco tiempo después, visité a mi ginecólogo y me pidió una ecografía de los ovarios,
y ahí salió que tenía varios quistes. El doctor me explicó que lograr embarazarme
estas circunstancias, habría sido un milagro. Porque aparte de lo antes mencionado,
tenía un quiste en el cuello uteri- no que impedía el embarazo, porque obstruía la
entrada de los esperma- tozoides hasta mi útero.
Llegó diciembre y fui a visitar al hermano R.P. en Radio Betania, le co - menté mi
caso, él oró por mí, y al finalizar me dijo : “Fabiola, no teng a miedo,
confía en que a fines del mes de marzo del próximo año
(2014) , estarás embarazada y tu bebé será un lindo varoncito”
de la reunión feliz y llena de fe en el Señor. Pasaron los meses y seguía con los
mas de quistes, entonces mi ginecólogo me dijo: “Rece Fabiola” y así lo hice,
cada día yo oraba para que Dios me donara su misericordia.
A fines del mes de abril, hice un viaje por vacaciones, y durante eso s días me
sentí rara, pero pensé que debía ser el cansancio por las activi- dades. Llegamos
el cuatro de mayo y el día seis fui nuevamente a mi ginecólogo para hacerme revisar,
porque me dolían demasiado los senos. Él me pidió una ecografía de mis pechos,
otra ecografía vaginal para saber por qué no había tenido mi menstruación, porque
supuesta- mente tenía que venirme durante mi viaje. Cuando hicieron la ecografía,
me enteré que estaba de seis semanas de embarazo, lloré de emoción al recordar
Dios me había prometido a través del hermano R.P.; agra-

decí a Dios con todo mi corazón, por tanta bendición, y le pedí perdón, porque a
había dudado de la promesa del Señor. Pocas semana s después, el control pre natal
confirmó también que mi bebé era varoncito . El tiempo de Dios es perfecto. Amén.

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Testimonio – Claudia Claros


En mi primer embarazo sufrí de Preclampsia, hecho que obligó a que mi primer
naciera prematuro. Con el paso del tiempo, me embaracé por segunda vez, teniendo
temor de pasar por la misma situación; pero la- mentablemente no sólo tenía el
problema de mi presión arterial, sino que el día cuando fui a hacerme la ecografía
se encontró en el ventrículo derecho de la cabeza de mi bebé, una cantidad de líquido
muy por enci- ma del valor normal, donde a raíz de eso se desencadena la hidrocefalia.
Busqué ayuda desesperadamente, y mi gran solución fue acercarme al Señor,
sólo Él para sanarnos. Visité en Radio Betania al hermano R.P., para contarle por
estaba pasando; él oró por mí, sentí mucha fe, y al concluir la plegaria me dijo:
Señor acaba de hacer algo hermoso con tu bebé, él está sano y
usted también, ya no tiene presión alta” ; lloré de tanta emoción, le
agradecí y empecé a orar mucho.
Volví a las siguientes ecografías y el líquido del ventrículo de mi bebé
empezó a disminuir, en cada chequeo con el médico, el líquido se redu- cía, hasta
un día la doctora me dijo: “Señora, su bebé está totalmen- te sano,
porque ya no encuentro ningún exceso de líquido”. A los pocos días,
llego el día del parto, y mi presión arterial se mantuvo normal. Ahora mi bebe
sano, y es la alegría de nuestro hogar.
Gracias al Señor, Él fue quien nos sanó.

Oración
Amado Señor, con humildad reconozco que sin Ti no puedo hacer nada, y lamento
todo corazón haber caminado tanto, apartado de tu presen - cia y tu Palabra. Te ruego
no tomar en cuenta mis faltas; establezco el fi r - me propósito de andar, de ahora
adelante, según tus mandamientos.
Señor, abro la puerta de mi corazón, para que tú camines junto a mí. Ven a mi
casa, a mi trabajo y a donde quiera que el día a día me lleve; quiero ir contigo,
para ser luz, e iluminar las tinieblas de aquellos que es- tán perdidos por la soledad,
tristeza, o el temor. Te entrego el trono de mi vida, me entrego completamente a
Gracias Señor por recibirme y perdonarme. Amén




Capítulo 5
No tengan miedo






¿Cuántas personas, hoy, rechazan a Dios, o se olvidan de Él? Sólo cuando
viven un grave problema, y se le han acabado todos los recursos humanos
disponibles, entonces buscan al Señor; cuando ésto debería ser lo primero que
se debe hacer: ponerse a los pies de Jesucristo. Él puede cambiar cualquier
circunstancia que turbe nuestra vida, porque para Dios es posible lo que es
imposible para el hombre.
Por lo tanto, quisiera compartirle un texto del Evangelio de Marcos en su capítulo
versículos del 35 al 41, que dice así:
Jesús calma la tempestad - Marcos 4, 35 – 41
35 Al anochecer de aquel mismo día, Jesús dijo a sus discípulos:
“Va- mos al otro lado del lago”. 36 Entonces dejaron a la gente
llevaron a Jesús en la barca en que ya estaba; y también otras
barcas lo acompa- ñaban. 37 De repente se desató una tormenta,
con un viento tan fuerte que las olas caían sobre la barca, de modo
que se llenaba de agua.
38 Pero Jesús se había dormido en la parte de atrás, apoyado sobre

una almohada. Lo despertaron y le dijeron: “¡Maestro! ¿No te


importa que nos estemos hundiendo?” 39 Jesús se levantó y dio
orden al viento, y dijo al mar: “¡Cállate! ¡Cálmate!” El viento
calmó, y todo quedó completamente tranquilo. 40 Después dijo
Jesús a los discípulos: “¿Por qué son tan miedosos? ¿Todavía
tienen fe?” 41 Ellos se llenaron de asombro, y se preguntaban unos
a otros: “¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar lo obedecen?”

La tormenta llega “de repente”. Usted no estaba preparado para la di - ficultad
que está viviendo hoy. Ésta amenaza con quitarte todo lo que h a construído,
hundir la barca de su hogar, trabajo, salud, posición social.
Ya lo sabemos: los problemas más molestos en la vida, muchas veces lo sorprenden
a uno “de repente”, en la hora de la noche, cuando se está dormido, cuando decimos
satisfechos: “me siento feliz, las cosas están saliendo bien y en el
orden planeado”.
Usted no lo estaba esperando, y aparece el ladrón. El adulterio visitó su
matrimonio; recibió un diagnóstico de cáncer, o alguien al que usted amaba
profundamente, fallece. Existen situaciones que no se pueden pronosticar,
nadie podría decirle: “prepárese, que en unas semanas lle- ga una etapa
de sufrimiento” . Cuando esto le acontece, siente que toda su vida tambalea.
Esta imagen que nos presenta el Evangelio, una barca azotada por el viento y el
es también la imagen que describe el estado de su vida cuando un problema lo golpea.
Esto le roba la paz, porque es muy difícil para el corazón humano lidiar con ese
escenario.
Cuando la muerte toca a su puerta, o siente que todo lo que ha cons- truido
corre peligro de desaparecer, la primera reacción que experimenta es la
desesperación. Intenta correr de un lado a otro buscando una solu- ción, pero sin
encontrar ningún resultado.

¿Por qué Jesús duerme?
Para Jesús, dormir durante aquel peligro simbolizó su plena confianz a en Dios
Padre. Los discípulos interpretaron el sueño de Jesús como una señal en la que Él
preocupaba por salvarlos de una muerte inminen - te. Esta actitud los desespera,
porque les hace —erradamente— imag i - nar que Jesús no quiere salvarlos.
Igual que aquellos primeros discípulos, nosotros oramos con pánico a un Dios
parece habernos abandonado: “Dios mío, ¿no tienes cuida- do que
perecemos?” Estas podrían ser también nuestras palabras, pero el Padre
Celestial conoce todas las necesidades que nos atormentan.
En lugar de apurarnos a comunicarle nuestro pánico, debemos dejar

que Él nos participe su calma y aumente nuestra fe. Porque la oración sin fe,
rápidamente se convierte en puras quejas, o reclamos a Dios.
No es casualidad que el evangelista diga que los discípulos se dirigen a Jesús como
Maestro: un maestro es un modelo a seguir, alguien que enseña lecciones
importantes para la vida. En este pasaje, Jesús mues- tra la actitud que debemos
frente a circunstancias que amenazan nuestra vida.
La imagen del Señor que duerme en medio de las olas y el viento que amenaza
hundir la barca, puede parecernos un poco atrevida.
¿Cómo puede un hombre dormir en esta realidad, cuando para muchos basta un
simple ruidito para despertarlos? Entonces Jesús, que era tam- bién un ser humano
¿cómo podría seguir durmiendo? Hay un dicho mu y profundo que nos ayuda
en el significado del relato: “La mejo r almohada, que un creyente
puede tener, es la confianza en Dios”.
El sueño calmo de Jesús, en medio de esta crisis, nos dice que el Hijo de Dios, es
también el Señor. Por lo tanto, hoy quisiera recordarle qu e Dios es su Padre y que
no le abandonará, porque Él es fiel.
Cuando los problemas sacuden su vida, el buen descanso es el primero que sufre.
Usted se despierta varias veces en una noche, y comienza a pensar: ¿de qué
manera voy a dar solución a este problema? Pero si reconoce que Dios es su Padre
Todopoderoso, más fácilmente podr á dormir y vivir en paz, por la confianza que
en el poder de Dios.
También llama la atención la manera en que los discípulos despiertan a Jesús,
tono de queja: “¿no te importa que nos hundamos?” Tal vez le ha sucedido,
que ora a Dios en medio de un momento difícil, es- perando una respuesta inmediata,
pero ésta no llega, y usted se molesta con Dios. Se queja y pregunta al Señor:
“¿Por qué me sucede esto si hay tanta gente mala pasándola
bien? Intento cumplir los mandamientos, no le hago daño a nadie
¿por qué me toca vivir esta situación tan fea?”
La queja no mueve la mano de Dios, ni tampoco la oración desesperada y ansiosa
medio de la angustia, tiene efecto. Lo que despierta a Jesús, en medio de la tempestad,
y provoca que comience a obrar prodigios, es la oración de fe.

Jesús cambia la circunstancia de la tempestad, cuando Él se despiert a de ese sueño
confiado, y es la oración, que se realiza desde su plena confianza en Dios, la que
hace detener el viento y al mar. Debemos ca m - biar nuestra manera de orar, no
plegarias con desmoralización, n i reproches a Dios, ni con quejas, sino con plena
confianza en que Él no s escucha y hará su obra en nosotros. Debemos aprender
colocar a un lado la desesperación, y permitir que el Espíritu Santo coloque en nuestr
o interior un abandono confiado en la voluntad de Dios.

El miedo vs. la fe
El problema más grande no es tener miedo frente a contextos difíciles, porque es
natural que en estos momentos nos visiten muchos sentimien- tos. El problema es
grave, cuando el temor que probamos, es mayor que la fe que tenemos. Los discípulos
debieron haber creído en el Señor –ha- bían oído a Jesús enseñar y le habían visto
grandiosos prodigios– pero el temor ganó sobre la fe.
Existe una lucha en nuestro interior entre el miedo que vivimos y la fe en que
esperamos; por eso el Señor Jesús les dice a sus discípulos: ¿Por qué son tan
miedosos? ¿Todavía no tienen fe?
Dios, que conoce en profundidad el corazón del hombre, nos invita a vivir la
fe, a partir de la concreta realidad humana, a pesar de los senti- mientos que tenemos
cada vez que llega un problema, y no hay manera de evitarlos.
Sólo cuando la fe es mayor que el miedo, la angustia y la desesperación, esta misma
fe nos va marcando el camino, nos guía y mantiene en pie, clamando a Jesús y
creyendo en sus promesas.
Quisiera aclarar que seguramente no puedo evitar sentir un fuerte temor al recibir
un diagnóstico de muerte; pero lo que sí puedo evitar, es que esta dramática
noticia toque tan profundo en mi corazón, hasta que un sentimiento de total y
negra desesperación llegue a dominar todos mis pensamientos.
Si tengo una fe sólida y puesta en Jesús, no importa lo que diga el mé - dico, sigo
creyendo firmemente en su Palabra. Entonces no esperemo s tener una fe exclusiva
sin miedo; lo que hay que procurar es tener una fe que sea mayor al temor. Cuando
escucha la Palabra de Dios con fe,

y el testimonio de quienes han experimentado el amor de Dios, es como si algo en
interior comenzara a despertarse. El poder del Espíritu Sant o comienza a motivarlos
para orar y no dejar de confiar en Dios.

¿Quién es éste?
Estaban con Él, pero aún no lo conocían. Ellos no sabían que Jesús tenía
poder sobre las tormentas de este mundo. Él puede cambiar las circunstancias
que vivimos. La tormenta que amenazaba con matarlos, cambió a una gran calma.
es el Cristo, el Hijo de Dios. Aunque Jesús no siempre parezca presente, siempre
socorrerá a su gente necesitada. Por lo tanto, sus discípulos nunca deben dudar.
La pregunta que hacen los discípulos al concluir el texto: “¿Quién es éste
hasta el viento y el mar le obedecen?” , nos insinúa que, a los discípulos,
ya convivían con Jesús, les debiera haber sido evidente que Él era el Mesías, el
Dios, el enviado del Padre. Pero aún nece- sitaban experimentar su poder, que
salvara la vida, para cuestionarse en serio: “¿quién es éste?”
Muchos se dicen cristianos porque recibieron instrucción religiosa des- de niños,
pero aún no han tenido la experiencia de un encuentro personal con Jesús, Salvador
Señor de la vida.
Jesús tiene autoridad sobre todo lo que en este mundo nos aflige: l a
enfermedad, las crisis, el pecado. Cuando ruego con fe y lo reconozco como
Mesías, cuando le doy el primer lugar en mi corazón, me puede ocurrir lo que
les pasó a los discípulos. Ellos habían caminado con Jesús, lo habían visto hacer
milagros, pero sólo cuando lo reconocieron como el Mesías, aquel que tiene
autoridad sobre todo lo creado, encontraron la salvación.
El mundo se nos burla, dice que esto no es posible. El Papa Francisco nos invita
tener miedo de ir a contracorriente: Cuando nos quieren robar la esperanza; cuando
nos proponen valores falsos, tomamos con- ciencia de que estos valores nos hacen
daño. ¡Y debemos estar orgullo- sos de ir a contracorriente y de hacerlo!
Vamos a colocar nuestra fe en Jesús, es Él quien sana y libera; dejemos a un lado
temor y la queja, porque estos sentimientos nos hacen aca- bar la esperanza en el
Padre, rico en misericordia. Antes de orar, vamos

a vencer el combate interior entre el miedo y la fe, vamos a pedir al Señor que nos
a dominar el miedo. ¿Y sabe por qué? Porque el miedo es
—sobretodo— el más potente instrumento del enemigo. Debemos deja r de
mirar la tempestad, y comenzar a creer que, para Jesús, es posible sanarnos de
nuestras debilidades físicas y espirituales. Abramos nuestro corazón al Dios de la
vida, al Mesías, a Jesús de Nazaret, al que es digno de toda Gloria.




Testimonio – Claudia Torrez


Durante tres meses le perdí el gusto al trabajo, y a compartir con mi fa- milia; todos
días me levantaba a llorar y llorar. Vivía una tristeza terrible, despertaba a las tres
madrugada, sintiendo incontenibles deseos de llorar, no podía dormir y tenía miedo
que algo malo sucediera conmi- go, con mis hijos, o con mi esposo. Nunca habría
podido creer que algo así me estuviera sucediendo.
Pasaba largas horas encerrada en mi cuarto, sin comer, baje cinco kilos, y me
preguntaba: ¿Por qué? Si tengo una familia hermosa con tres hijos, uno de 15
unos mellizos de 6 años. Me di cuenta que había caído en una profunda depresión;
busqué caminos fáciles, empecé a tomar antidepresivos. Pasó un mes y no dejaba
de llorar; iba cada mañana al trabajo, a seguir llorando, luego a casa a seguir
llorando. Mi hogar se estaba destruyendo, mi hijo mayor me veía llorar y me decía:
“Mamá ya va a pasar, tranquila”.
Tomé la decisión de buscar a quien me pudiera ayudar. Me fui a orar a la
Capilla de Radio Betania, donde Marcelo (mi esposo) habló con el hermano
R.P. Así fue que conseguimos una cita con él, mientras pasaban los días y no veía
en que termine la depresión.
Cuando nos encontramos con R.P., el hermano me miró y me dijo:
“Claudia, usted tiene muchos miedos y por este motivo se
equivocó buscando a santeros y saca suertes para solucionar su
situación. Esto sólo ha empeorado las cosas. Por favor, lo que
debe hacer es confe- sarse, e ir a misa todos los días”.
Así lo hice, me confesé y comencé a asistir todos los días a la Santa Misa,
comulgando y recibiendo alivio. A pesar de que posteriormente me sentía
nuevamente triste, seguía perseverando. Poco después, vino una tía a visitarme
dijo: “Claudia, las personas con depresión terminan matándose”
Luego, ella se fue, entré a mi cocina llorando sin control.

Sentía que me estaba volviendo loca.
Pero en ese momento, llamé al hermano R.P., hablamos por teléfono y le
expliqué lo que me estaba sucediendo. Para mí esa batalla la ganó Dios, porque Él
permitió que el hermano orara conmigo, y todos esos malos pensamientos se
fueron de mi mente, dejándome por la primera vez un poco más tranquila.
Al día siguiente, empecé a dejar de llorar y fui a misa. Desde entonces, asistí al
trabajo con más gusto, empecé a comer bien y disfrutaba más de mi familia.
Abandoné totalmente las pastillas antidepresivas, empecé a dormir sin la ayuda de
ningún medicamento, y paso a paso experimenté el gozo del Señor.
Hoy me encuentro totalmente libre de la depresión, sirvo a Dios junto a mi esposo,
estamos muy agradecidos con nuestro Padre Celestial, por su gran amor y
misericordia que nos ha mostrado.



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Testimonio – Tatiana Tapia


En noviembre del año 2014, asistí a una reunión de oración por los en- fermos
dirigía el hermano R.P. Mientras se realizaba la oración, R.P. anunció una sanación:
“Dios está sanando a una mujer, que sufre de quistes en los ovarios
hace varios años. Ella ha intentado quedar em- barazada, pero
ningún resultado. Esta mujer estuvo de aniversario hace pocos
días y cumplió tres años con su esposo” . En ese momento comprendí
“esa mujer” era yo.

En junio de ese mismo año, cuando empecé a asistir a las oraciones, me
habían detectado un quiste de siete centímetros, que mostraba cierta complejidad.
Me dejé en las manos de Dios, que me concedió la bendi- ción de desaparecerlo sin
ningún tipo de tratamiento. Pero como toda ingrata, luego de mi sanación no volví
a la Iglesia, ni siquiera para decir: “Gracias” . Hasta este día de noviembre.
Esa noche, salí de camino a la reunión sabiendo que llegaría tarde, y fue en el
camino que mi mente comenzó a jugarme en contra. Comencé a sentir que yo
no debía ir, no me sentía bien conmigo misma, tenía mucha culpa por mis pecados,
pues sabía exactamente las cosas malas que había hecho. Sin mencionar que no
había vuelto ni para decirle: “Gracias” a Dios.
Me preguntaba con qué cara llegaría a pedir “por mi o por mi familia”
me sentía en paz. Pero no di marcha atrás, y entre todos esos pensa- mientos llegué,
con la cabeza agachada y muy incómoda, decidí sólo escuchar.
R.P. habló, y oí cosas que yo no podía creer, porque parecía exponer todos esos
pensamientos con los que yo había llegado. Habló de lo indig- no que nos podemos
sentir todos, pues somos humanos, y como tales, somos pecadores, rodeados de
maldad; y del sentimiento de culpa que nos llega, al creer que con lo malo que
hacemos, no merecemos nada de Dios, y por eso nos acabamos alejando de Él.
Me quedé impresionada, pero poco a poco el sentimiento de culpa se fue yendo.
Comencé a sentirme más cómoda, pensando que no estaba mal que yo estuviera
sino que, por el contrario, era justo ahí donde yo debía estar. Comenzamos a invocar
Espíritu Santo y mientras can- tábamos con los ojos cerrados y las palmas abiertas
“muévete en mí” , comencé a sentirme muy tranquila. En mi corazón entró
una gran paz, porque todos mis malos pensamientos se habían ido.
De a ratos yo sentía un fuerte dolor en el vientre, mientras algunas pun- zadas
llegaban y se iban. El hermano R.P. comenzó la oración para pedir a Dios la sanación.
Él mencionó a “una mujer con quistes en los ovarios” . Yo sentí que
palabras se estaban dirigiendo a mí personalmente, y sólo pude llorar y llorar.
comprendí que Dios me estaba hablando, y que me estaba enseñando algo en ese
momento.

R.P. pidió que, si esa mujer estaba presente, que levantara la mano. Así que yo
levanté mi mano derecha. Ese momento único pasó tan rápido, que sólo
recuerdo a R.P. diciéndome que en ese momento Dios me esta- ba sanando. Luego
pidió que subiera con él a la tarima. En voz baja me preguntó desde hace cuánto
quistes e intentaba quedar emba- razada. Yo le comenté que desde mi adolescencia
sufrí de quistes en los ovarios, y que llevaba casi un año sin lograr embarazarme.
Luego me hizo la pregunta clave, preguntó cuando estuve de aniversario con mi
esposo, pues él había sido muy puntual con lo del aniversario en el momento de
sanación. Y yo le comenté que hacía solo 4 días, que mi esposo y yo ha- bíamos
cumplido 3 años de vivir juntos, tal como él lo había mencionado.
R.P. escucho todo esto y luego se dirigió hacia todos presentándome, y luego
hacia mí y mirándome a los ojos me dijo: “Vos ya estas sana, Dios te sano,
antes de mayo del próximo año (2015) vas a quedar
embarazada...No lo digo yo, lo dice Dios y si él lo dijo, lo hará”
Llegué a mi casa muy conmocionada, pero llena de alegría. Se lo co- menté a
mi esposo sabiendo que, si bien él es católico, no es una perso- na demasiado apegada
la Iglesia. Al contarle lo sucedido, él me abrazó y me dijo que, si yo creía en serio
que me había pasado, él también lo creería conmigo. Con mucha pasión desde
ese momento deseamos para tener un bebé.
Esa misma noche, comencé un sangrado que no correspondía a las fechas del
mes en el que estábamos, y duró 3 días. A partir de ese mo- mento, todos los meses
siguientes mi periodo menstrual se regularizó, cosa que nunca antes había
pasado. Comencé a hacerme exámenes y controles ginecológicos, fue así como,
repente, vimos como los quis- tes de mis ovarios iban desapareciendo.
En abril del 2015, recibí la noticia de que estaba embarazada, y comen- zó una
mayores experiencias de fe de toda mi vida. Mi embarazo era de alto riesgo, de
donde todo lo que puede salir mal, sale mal. Tuve que hacer reposo durante casi
embarazo, dejé mi trabajo y simplemente “me entregue a Dios” . Tuve bajones
de fe y por supuesto el miedo me invadía.
Pero nunca faltaba quien me recordaba que, este bebé, Dios me l o estaba
enviando, porque puse toda mi confianza en Él. En uno de los

peores momentos de mi embarazo, llegó a mi casa “la Virgen de la dulce
espera” , que visita a las mujeres embarazadas que tienen complicacio- nes.
el primer día en que estuvo conmigo, comenzó a transformar todos mis miedos
nuevamente en sentimientos profundos de fe. La Ma- dre de Dios no me dejó
convirtió en mi fuerza, en mi compañera de lucha hasta que la bebé cumplió dos
de vida. Hoy mi bebé está completamente sana y bendecida por el Señor.
Verdaderamente Dios e s bueno y fiel con sus hijos. Amén


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Testimonio – Maricel Catalá
Cuando mi bebecito de 5 meses de edad convulsionó, ese día el mundo se me cayó
encima; lo llevamos al hospital, y mientras estaba internado, mi bebé volvió a
convulsionar. Sentí mucho dolor y pena en mi corazón, porque los doctores habían
pronosticado males muy severos para mi pequeño hijo. Pero en medio de la
desesperación, oraba y le suplicaba al Señor que lo sanara. Ese día llamé al hermano
R.P., para pedirle que por favor vaya al hospital a orar por él; fue esa noche y mientras
orábamos, sentí una alegría inmensa en mi corazón, y la presencia del Espíritu Santo
en la habitación.
Al concluir, R.P. me dijo: “El Señor ha sanado a su bebé, no volverá
convulsionar y los resultados de los análisis confirmarán
que todo está bien” . Desde ese momento, algo cambió en mi interior,
ya no sen- tía esa pena en mi corazón, era como si la hubieran arrancado, porque antes
no podía ni pensar, ni comer bien, con tanta preocupación.
Al día siguiente le hicieron los estudios a mi bebé, y los médicos sor-
prendidos me dijeron que no tenía absolutamente nada, que todo estaba bien, y
completamente normal. Esa noche, Dios sano a mi bebe; han pasado las
semanas y no ha vuelto a convulsionar. ¡Gloria al Señor!

Oración
Señor, cuando de pronto vea mi existencia azotada por los problemas y los
sufrimientos, te pido que tiendas a mí tus oídos, y que, en estos momentos de
oscuridad, me concedas la gracia que te imploro; que m i confianza en Ti, subsista
fortalecida. Te ruego, Señor, que nunca ced a ante la tentación de caer en las quejas
que me lleven hasta la rebeldía a tu voluntad, ni pretenda recibir la respuesta a mi
plegaria, en el momento en que yo lo creo más oportuno.
Tú eres mi Pastor, nada me falta; confío en Ti, y en tus tiempos que so n perfectos
mi vida. Dame la confianza para que aún en las peores to r - mentas, no pierda la
pueda sentirme protegido y amado, como lo hizo Jesús, en medio de la tempestad.
tus manos abandono mi vida, porque soy tu hijo y, por lo tanto, sé que me darás la
victoria sobre las fuerzas del mal.
Aumenta mi fe, para no ser presa fácil del miedo o el desánimo. Yo creo y te digo
Salmista, que aunque fuese por un valle tenebroso, nin- gún mal temeré, pues Tú
vienes conmigo; tu vara y cayado me sosiegan. Que sea la fe la que me indique el
camino que debo seguir y así, perma- nezca libre de la ansiedad y desesperación.
doy gracias porque estás junto a mí en la barca de la vida, dándome tu auxilio y
bendición. Dios, tú eres mi Dios, en Ti confío. Amén.




Capítulo 6
Oración que rompe cadenas





En cierta ocasión algunos me preguntaron: ¿Por qué usted inicia las reuniones de
oración con la intervención de un testimonio? Les dije que cuan - do se comparte
una reflexión espiritual, pued e ocurrir que unas ideas, o parte del discurso, no
quede claro por las limitaciones humanas que to- dos sufrimos. Entonces, para que
las personas presentes puedan recibir en plenitud el mensaje, hemos comprobado
que un testimonio, directo, hace más real, comprensible, y cotidiana la Pala- bra
Dios, que se les va anunciando.
El testimonio acerca las promesas de Dios a la vida de su pueblo, y desarrolla un
papel funda- mental en la obra de evangelización, no sólo por - que permite que se
haga concreto —en la vida — lo que leemos en la Santa Biblia, sino además
porque él nos mueve a realizarnos una pregunta: “Si Dios lo hizo con esa persona
que está com- partiendo su relato, ¿lo puede hacer conmigo también?”
El amor de Dios conoce las necesidades par- ticulares de todos los hombres. Ya
el libro del Éxodo proclamaba que el Señor, es el Dios de

















“Si Dios lo hizo con esa persona que está compartiendo su
relato, ¿lo pue- de hacer conmigo también?”

Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, porque Él quiere tener una relación
directa y personal con el “tú” de cada persona, y no sólo con “el pueblo” de
su conjunto. Jesús en el Evangelio, nos asegura que el Padre conoce cuántos cabellos
hay en la cabeza de cada uno de sus hijos. ¿Cómo podemos entonces tener la
que Dios se ha olvidado de nosotros?
Cuando el apóstol Tomás escuchó la noticia de que Jesús había resuci- tado,
“si no meto mi dedo en sus llagas, no voy a creer”.
Tomás pide un signo, espera que Dios haga algo que lo ayude a supe- rar su
incredulidad, porque su fe era todavía muy frágil. Por eso, desd e entonces, muchos
han clasificado como emblema y símbolo por def i - nición del hombre incrédulo.
En realidad, lo que más agrada a Dios, es la sinceridad de un corazón humilde,
que no aparenta lo que realmente no es y no tiene. Con esa misma sinceridad, vamos
pedir que nos permita experimentar su presencia, cercana y real, a través del
Espíritu Santo. Que el Paráclit o prometido por Jesús, nos ayude a reflexionar
las Sagradas Escrituras , para que nuestra fe crezca.
Un relato del libro de los Hechos de los Apóstoles, en su capítulo 16 ver- sículos
31, nos brinda algunos principios, que ayudan a romper las cadenas, que impiden
bendición que Dios quiere darnos hoy. No hay nada más grande en la vida, que Dios
respondiendo a las necesidades profundas del ánimo humano, porque Él no es
indiferente; Él es Padre, y como tal, desea mostrar su amor a través de signos y
maravillas. Qu e sea para siempre alabado y glorificado, junto al Hijo y al Espíritu
Santo.
Hechos 16, 25 al 31
25 Cerca de la media noche, Pablo y Silas oraban y cantaban

alabanzas a Dios, mientras los otros prisioneros les escuchaban.


26 De repente, un fuerte temblor sacudió con violencia las paredes

y los cimientos de la cárcel. En ese mismo instante, todas las


puertas de la cárcel se abrie- ron y las cadenas de los prisioneros
soltaron. 27 Cuando el carcelero despertó y vio las puertas
abiertas, pensó que los prisioneros se habían escapado. Sacó
entonces su espada para matarse, 28 pero Pablo le gritó: “¡No te
mates! Todos estamos aquí.”

29 El carcelero pidió que le trajeran una lámpa- ra, y entró corriendo


en la cárcel. Cuando llegó junto a Pablo y a Silas, se arrodilló
temblando de miedo, 30 luego sacó de la cárcel a los dos y les
preguntó: “Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme?” 31 Ellos
le respondieron: “Cree en el Señor Jesús, y se salvarán, tú y tu
familia”.
Lo primero que brota de su corazón, cuand o vive momentos de dificultad; la
primera reacció n que tiene, delante de un grave problema, revela n claramente
quién usted ha puesto su confia n - za. Cuando al recibir una mala noticia, corre rá-
pido al banco para que con el dinero se resuelva su problema, o busca un buen abogado,
realiz a una cita con el médico, todo esto significa que ahí está su confianza: En
doctor, en el abogado, o en el banco. Pero si lo primero que hace es doblar sus rodillas,
reconocer que Jesucristo está sen- tado en el trono de la gloria, y tiene poder sobr
su vida, eso muestra su confianza en Jesús.
No basta decir que desde pequeño ha estado cerca de Dios, sólo por haber
crecido en un ho- gar católico. Esa fe profunda que pretende tener, debe manifestarse
en las reacciones frente las duras pruebas de la vida, si para usted Dios está de veras
en el primer lugar.
Lo más llamativo de este texto de los Hechos es enterarse de cómo Pablo y
Silas reaccionan, en esos momentos difíciles, dos personas injus- tamente presas,
sólo por haber cumplido con u n mandato de Dios —evangelizar—. A pesar de e
tar en la cárcel, no son las lágrimas, ni las quejas lo que sale de sus labios y sus ojos
movidos por la fe profunda que les anima, no cesan de alabar al Señor, su único
consuelo y fuerza.




“Señores, ¿qué ten- go que hacer para salvarme?” Ellos le
respondieron: “Cree en el Señor Jesús, y se salvarán, tú y tu
familia”.

Si reflexionamos sobre las situaciones más críticas que un ser human o pueda
experimentar, sin duda diríamos que es la cárcel, con toda certeza. Y si por desgracia
nos toca la aventura de vivirla, podríamos tener como primera reacción el renegar
Dios, o rebelarnos en su contra. Por eso, después de reconocer la gran fe de estos
apóstoles, deberíamos también preguntarnos: ¿Qué motiva a los dos, para
alabar a Dios en medio d e tanta dificultad?
Ellos pudieron hacerlo porque no habían puesto su mirada en lo que habían
perdido, sino en lo mucho que todavía les quedaba, y que los lle- naba de valor. Pero,
¿qué pasa con nosotros? La persona que recibe un diagnóstico de cáncer, contempla
desesperado cómo la salud se le está escapando de las manos. El que se da cuenta
han estafado, mira perdidos los ahorros de toda su vida. Cuando un cónyuge
conoce que ha sido traicionado por su pareja, siente como si se desmoronara todo
lo que antes había confiado. Es preciso tomar conciencia de que ésta es una estrategia
sutil y eficaz de Satanás, porque nos atrae a mirar sólo l o que nos está estropeando
perder de vista la esperanza. No caigamos en la trampa del tentador: puede que nos
quiten la libertad, el dinero, la salud o nuestro mismo hogar, pero nada, ni nadie,
nunca quitarnos la fe, la condición existencial privilegiada para permitir que grandes
prodi- gios sucedan en nuestra vida.
La fe es un don que recibimos de Dios, y que sólo si lo descuidamos, se
puede perder. San Pablo nos enseña que la fe entra al hombre por el oír la Palabra
de Dios, pero a veces, prestamos atención a cosas qu e no edifican, que no ayudan
crecer, ni a proteger la fe. Así, cuando l a crisis nos visita, nuestra primera respuesta
es de fe, sino la búsqueda de aquello de lo que nos hemos alimentado.
Un gran santo decía: “El corazón humano inhala por los ojos y los
dos, y exhala por la boca ” . Las dificultades rápidamente hacen salir l
tenemos en el corazón, como la cárcel mostró que los apóstoles, tenían a
Jesucristo en su corazón. ¿Qué tengo yo en mi corazón, que ha generado
reacciones que no preparan la manifestación del poder de Dios, sino que la
contrastan?
No permitamos que nos roben la fe, sino que tengamos la firme volu n - tad de
crecer, aunque sintamos que el ánimo nos abandona, que

ya no hay fuerzas para seguir adelante. Mientras guardamos viva la llama de la fe,
todo está perdido, porque hasta que permanezca un aliento de fe, estamos abiertos
posibilidad de que un cambio entre en soco- rro de nuestra vida.
Podríamos entonces preguntarnos: ¿Por qué alabar a Dios en los mo - mentos
difíciles? Si las dificultades dan a conocer lo que tengo en mi c o - razón, y lo que
es alabanza, agradecimiento y fe, esa circunstancia es un poderoso testimonio para
las personas que me rodean. Este relat o tiene un gran beneficiado de la conducta
Pablo y Silas; de las celeste s melodías que conmovieron los muros y rompieron
cadenas, ayudaron a alguien que ni siquiera tenía fe; ¿a quién?: al mismo carcelero.
La bendición de Dios que visita la casa del carcelero, por la alabanz a que
Pablo y Silas estaban realizando en medio de sus dificultades; quier e decir que
aprietos donde hoy nos encontramos, hay otra gente al- rededor, mirando y
escuchando nuestra actitud. Son personas que llegan a un encuentro poderoso con
Dios, a través de nuestro testimonio de fe.
En sí mismos, no tienen la capacidad de poner en marcha ese cam- bio,
porque sus corazones no tienen la humildad para decir: “preciso de Dios”
Entonces será nuestra alabanza y testimonio de fe en la prueba que nos toca, que
hagan, a estas personas, mirarnos y decir: “si es e hombre, o esa mujer
ama y es fiel a Dios en medio de todo lo que le está
pasando, realmente Dios debe estar con él o ella”.
Tal vez, a partir del mismo mal, del sufrimiento, es cuando alguien se
pregunta: “¿Por qué Dios permitió lo que estoy viviendo?” , y puede
salir un fuerte signo de la inmensa bondad del Señor.
La bendición que recibiste, manifestará a la vez la gloria del poder mise- ricordioso
de Dios, y ojalá las personas que caminan a tu lado, en tu fami- lia, o los amigos,
aquellos que usted más ama, pero que no tienen algú n interés en encontrarse con
¡que finalmente puedan encontrarse co n Él! Su testimonio será entonces la
herramienta que Dios utilizará, para llegar a ese corazón por el cual usted ora, para
que se convierta. Dios se puede servir también de una pobre escasez humana, de
nuestra misma tribulación, para derramar su abundante bendición. Entonces, ¿por
qu é desanimarse o bajar los brazos? ¡Que sea por siempre glorificado y al a - bado
nombre del Señor!

Entramos a la cárcel de nuestras angustias, cuando asumimos que to- das las
elecciones que hemos tomado son buenas, en lugar de consultar a Dios en la oración,
es precisamente su voluntad que tomemos una opción u otra. Hay caminos que
para el hombre aparecen rectos, per o que en su fin llegan a la muerte del alma.
Por lo tanto, quien perdió la libertad interior por sus malas decisiones, debe esperar
en la misericordia de Dios. Somos todos hijos de un Dios, que nos ofrece siempre
segunda oportunidad, porque nunca es de- masiado tarde para cambiar de rumbo.
No es tarde para recomenzar a vivir un buen matrimonio, o abandonar el pecado,
elegir ser feliz.
Si bien Pablo y Silas fueron presos por injusticia y calumnias, hay otras personas
que están en una cárcel de depresión, de separación familiar, de pecado. Ellos están
ahí, no por injusticia, sino porque sus propias decisiones los llevaron allí. Hoy,
Dios habla a esas personas que dicen: “yo no puedo cambiar, no tengo
salvación y no soy digno de recibir una bendición de Dios” . Que
puedan en serio tener fe en la misericordia de Dios, porque nuestro Dios, es un
Padre que nunca se cansa de perdo- narnos.
Porque siempre se puede volver a empezar, como para reconciliarte con tus
hermanos, con los cuales no hablas desde años. Nunca es de- masiado tarde para
abandonar aquel vicio que te hace esclavo. Si usted hoy confía en la misericordia
Dios, Él puede romper esa cadena que no le permite vivir una vida plena. Hoy, el
puede extender su mano poderosa sobre tu vida desastrosa. Él le invita a tomar esta
oportunida d de conversión, y si usted cree —con toda su mente y corazón—
en l a misericordia de Dios, su vida cambiará, el pasado quedará atrás y lo que viene
adelante, será la bendición del Señor.
Si usted está injustamente en la cárcel de una pesada enfermedad, y le parece no
haber hecho nada para merecerlo, porque toda su vida ha ca- minado rectamente
entiende por qué le está sucediendo todo eso , usted también necesita confiar en
poder de Dios.
Movido por la fe, el que está hoy preso en la depresión, puede esperar y creer, que
poder sea mayor que cualquier circunstancia que lo ha llevado a ese lugar de dolor.
cadenas que lo tienen atado, se podrán romper, y el poder de Dios sabrá venir en
de sus sufrimientos.

Invite al Espíritu Santo para que glorifique el Santo Nombre de Jesucri s - to, porque
lo único que Él quiere, es que todos los hombres se convierten y sigan a Jesús. El
Espíritu Santo desea regalarte hoy una vida nueva, y aunque usted no
encuentre las palabras más apropiadas para orar, y expresar la necesidad interior
que usted carga, crea que Él es Dios, que tiene poder y que le ama. Él puede hacer
obra en su vida, ya no tiene que esperar más, éste es el día que hizo el Señor, para
bendecirte con su gracia abundante.
Perciba la presencia del Espíritu Santo, usted es su templo y Él está
actuando; le ayuda a experimentar la misericordia de Dios, el perdón de l Padre
amor infinito. No hay nada tan malo en su vida, que le impid a recibir el perdón
Él le ama y por ese amor obrará maravillas de liberación en su historia.




Testimonio – Lizabeth Viruez


Participé un lunes 9 de mayo 2016 de las Jornadas de Evangelización, organizada
por la Comunidad Betania, y recuerdo que venía a orar por una prima, que iba a
tener su bebé, y estaba pasando por un momento difícil.
Venía también a pedir por la salud delicada de mi abuelo, y entre todas las personas
estaba yo, y mi petición.
Soy mamá de un niño de 12 años; en diciembre del 2013 intentamos un nuevo
embarazo y llegó. A las 32 semanas, el bebé se quedó sin latidos, y perdimos el
embarazo. Fue, sin duda, algo que sacudió mi vida y la de mi familia para siempre.
Luego de pedirle al Señor que sanara mi corazón y aliviara mi carga,
habíamos intentado durante 8 meses un nuevo embarazo, pero no venía . Yo estaba
angustiada, pero al mismo tiempo confiada en que el Seño r haría su obra en mí.
En ese momento, durante una reunión de oración, el hermano R.P. comentó algo
acerca de las mamás que buscaban em- barazarse. Dijo: “Esa bendición
llegará a sus vidas, créanlo y pídanlo al Señor, con fe. Por favor,
llegar a su casa realice un acto de fe, elija un nombre para la criatura
que usted pidió a Dios y que ya está en camino”.
En ese momento me identifiqué plenamente con las palabras que pr o - nunciaba
R.P. y le pedí al Señor, que no sólo me mandara un bebé, sino dos. Estaba convencida
del gran amor del Señor y sabía que Él tenía planes maravillosos para mi vida.
Le dije: “Señor, soy tu hija y sé que esta obra, vas a hacerla en
no solo te pido un bebé, sino dos” . Fue así que llegué a mi casa emo- cionada,
le conté a mi esposo y me dijo: “Bueno, elijamos un nombre” y le dije:
elijamos dos, porque sé que Dios me dará dos bebés” . A los pocos
me hice una prueba de sangre, que confirmo que estab a embarazada.

Más adelante, para gran sorpresa y bendición mía, me realizaron un a ecografía y el
doctor me confirmó que dos bebés estaban en camino , cada uno con un
corazón que latía fuerte diciéndonos una y otra vez: “Dios es Padre, un
Padre que nos ama y quiere bendecirnos”.

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Testimonio – Desireé Claros


Por más de 20 años sufrí de migraña crónica, una enfermedad heredi- taria, sin
cura, como me lo dijeron varios médicos a los que visité. Con sólo 12 añitos,
me llegó esta enfermedad inaguantable, y se convirtió
—sarcásticamente hablando— en “mi mejor amiga”: La que nunca t e
abandona.
Cada día me levantaba con dolor de cabeza. Algunos días, se me acen- tuaba más.
Las personas que sabían lo que tenía, no se explicaban cómo hacía para estar
sonriendo y tener buen trato con la gente, pero yo ha- cía mucho esfuerzo para
conseguir todo esto, ya que ni la luz toleraba. Asumí que tenía que cargar esta cruz
día, dándole gracias a Dios porque estaba viva y por todo lo que tenía.
Viajé a distintos países visitando médicos que decían que tenían la cura; todo lo
probé, y todo era falso, nada me curaba. Mis días se hacían aún más pesados,
por la creciente carga laboral de mi carrera que es arquitectura, donde el
esfuerzo era triple para poder inspirarme y dejar al cliente feliz.
El año pasado mi dolor se hizo más intenso, y además me salió una
protuberancia en la parte posterior del cuello. El médico me decía que era
“stress”, y que tomara medicamentos. Nada, no se me pasaba. E n mis
madrugadas también me acompañaba esta amiga fiel, me seguía

por todo el día, no se me iba. Igual me levantaba con una sonrisa, por mi familia,
clientes, mis alumnos, mi entorno, y jamás me quejé.
El lunes 9 de mayo del 2016, participé de una Jornada de Evangeliza- ción por
enfermos. En ese día, mi dolor estaba muy fuerte, pensaba no ir, pero algo en mi
interior me llevó. Tenía una fe tremenda en que algo pasaría, incluso cuando el
hermano R.P. dijo: “Hoy Dios bendice a aquellas personas que piden
por los demás” , en ese momento sentí un aire fresco, una sensación tan linda.
Cuando el hermano R.P. comenzó a orar dijo así: “Dios está sanando a una
mujer que sufre de migraña desde hace más de 20 años” . En ese
momento no escuché más, solo sentí que me invadió algo caliente dentro de la
una sensación in- descriptible. No fue más que un momento, y desde ese preciso
instante, desapareció la migraña.
Luego de haberlo intentado todo sin ningún resultado, Dios me sanó. Estoy
muy agradecida con el Señor, porque siento que mi vida es otra, libre del dolor y
enfermedad. ¡Gloria a Dios!


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Testimonio – María Gabriela Soria


Hace 10 años me descubrieron arterioesclerosis aórtica moderada, y el
cardiólogo me dijo que había que cambiar la válvula aórtica en algún momento.
Hace 3 meses me vinieron unos cólicos terribles, y recurrí al especialista, me
hicieron una ecografía y me diagnosticaron piedras en la vesícula y que lo
conveniente sería operar; me pidió los análisis correspon- dientes y entre ellos estaba
el riesgo quirúrgico que debía hacérmelo un cardiólogo. Cuando me hicieron el
ecocardiograma, el médico me dijo que tenía que operarme urgente para cambiarme
válvula, porque estaba mu y calcificada y corría riesgo mi vida.

Con ese motivo me derrumbe, me deprimí, comencé a pedirle a Dios que no
me abandonara. Hablamos con mi esposo para ver la posibilidad de viajar a Buenos
Aires, porque aquí en Santa Cruz, esa operación la hacen a corazón abierto y es
muy invasiva. Alistamos nuestro viaje para el día 17 de julio, pero un día antes
viajar, un sobrino me hizo conocer a R.P. y desde el momento en que lo vi, sentí
gran fe. Él oro por mí y me dijo: “Vaya tranquila señora, que no va a
ninguna opera- ción, y usted va volver, a seguir gozando de la
compañía de su familia, para la Gloria de Dios”.
Al día siguiente fui a Buenos Aires, asombrosamente los médicos me di- jeron
no era necesario operar y que podía retornar a mi casa tranquila porque los análisis
mostraban un corazón sano. Estoy agradecida y me siento bendecida por Dios, con
este milagro que me hizo.


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Oración
Amado Señor, concede el don de la conversión sincera y profunda, por el poder
Espíritu Santo, a todo aquel que hoy te la está pidiendo, al que ya está cansado de
vida, a quien la sonrisa se le ha borrado de su rostro y no tiene un propósito.
Haznos renacer con la energía poderosa de la gracia santificante, o h Santo
Espíritu, y que podamos, realmente, experimentar una vida nueva, entregada a Jesús
y a su evangelio. Ayúdanos a dejar a un lado las co- sas del mundo, abriendo el corazón
a las bendiciones del Cielo. Señor, te alabo y te doy gracias, porque nos conduces
salvarnos, no sól o cuando nos curas, sino también cuando nos llamas a compartir
sacrif i - cio de tu cruz, con nuestra cruz de cada día, hasta la Gloria final. Que s
rompan las cadenas y el cautiverio del pecado. Amén.




Capítulo 7
Sanados por misericordia







Mientras inicia la lectura de este nuevo capítulo, le invito a postrarse en silencio,
con reverencia, ante la presencia del Señor, durante unos se - gundos. Reconozca
con humildad sus infidelidades y ponga —con co n - fianza— en sus manos, todo
lo que hoy carga de sufrimiento y tristeza s u corazón. Permita que el perdón y la
Dios llenen su interior. Colo- que a un lado la ansiedad, el temor y todo sentimiento
hoy oscurezca su alma, porque hoy puede ser un día de bendición y gracia para usted
su familia. Que nada ni nadie lo aparte de lo que Dios ha preparado par a usted.
se manifieste en su vida el gozo y la alegría de la prese n - cia del Espíritu Santo,
Él tiene poder para obrar prodigios, signos y maravillas en aquellos que creen de
corazón. También usted, pre - gúntese por favor, si ¿cree —de todo corazón— que
el Señor es un Dio s benigno, justo y compasivo?
Así, con sus manos levantadas y el corazón abierto, perciba la presencia del Espíritu
Santo. Él está en usted, y le concede la paz que necesita. Su presencia es viva y trae
calma, aparta toda tiniebla con la luz de su amor. Él llena los vacíos que le trastornan
y cura las heridas que le lastiman, porque tiene la bendición que su vida necesita.
Quisiera ahora compartir con usted, un relato del Evangelio que muestra a una
familia en graves apuros, y cómo Dios bendice a las personas que son parte de este
hogar. El relato es del evangelista Lucas en su capítulo 7, versículos 11 al 16.

Jesús resucita al hijo de una viuda:
Después de esto, Jesús se dirigió a un pueblo llamado Naín.
11

acompañado de sus discípulos y de mucha gente. 12 Al llegar cerca


del pueblo, vio que salían a enterrar a un muerto, hijo único de
madre, que era viuda. Mucha gente del pueblo la acompañaba.
Al verla, el Señor tuvo compasión de ella y le dijo: “No llores”.
En seguida se acercó y tocó la camilla, y los que la llevaban se
detuvieron. Jesús le dijo al muerto:
“Joven, a ti te digo: ¡Levántate!” 15 Entonces el que había estado
muerto se sentó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a la
madre. 16 Al ver esto, todos quedaron asombrados y comenzaron
alabar a Dios, di- ciendo: “Un gran profeta ha aparecido entre
nosotros”. También decían: “Dios ha venido a ayudar a su
pueblo”.
Propongo reflexionar sobre los tres personajes protagonistas, para s a - borear
riqueza y profundidad de este relato.

La viuda
A esta mujer, que ya era viuda y conocía el dolor por la partida de un ser muy querido,
encima le toca sufrir la muerte de su único hijo. Un cuadro dramático para ella,
donde siente que la vida le da un golpe tras otro. Además, vislumbra que pronto
se quedará con su sufrimiento en un ho- gar vacío, sola con el azote de la soledad,
porque sabe que los parientes y vecinos que ahora la están acompañando, poco a
volverán a los asuntos de su vida cotidiana, olvidándose de ella. ¿Cómo no perder
toda esperanza, y los motivos para seguir viviendo?
Hay muchas personas que se encuentran una situación similar a la viu- da del relato;
se sienten agotadas por los golpes que vienen recibiendo, a causa de una
enfermedad, o de una violencia, por una separación, o por la adicción a la droga
que esclaviza a un familiar. No es sólo la fuerza de estos azotes que amenazan con
acabarlas, sino que no consiguen encontrar uno espacio de serenidad, para
reponerse y tomar aliento; sus almas no recobran la calma, porque a continuación
un problema, se les asoma otro y otro, sin cesar.
En el caso de la viuda de Naín, la suya no sólo era una tragedia perso- nal, sino
una catástrofe económica, porque la dejaba sin ningún

medio para mantenerse. Una viuda era un sujeto muy vulnerable. En la sociedad
patriarcal judía de aquel tiempo, la protección de una mujer siempre estaba
sujeta a su relación con un hombre: primero su padre y sus hermanos, su esposo
después de casarse, y en la vejez, a sus hijos. Ahora, al perder a su único hijo, se
obligada a mendigar.
Podemos decir que la viudez misma era el sujeto que más realística- mente
encabezaba la procesión de muerte, tristeza y desesperación, que cruzaba aquel día
las calles de la pequeña aldea de Galilea.
Pensemos por un instante en nuestra realidad; a cuántas personas les toca caminar
lado de familiares, que viven permanentemente en terapia intensiva, con una vida
puramente vegetativa, atadas a las maquinas del hospital, o que están bloqueadas
en una cama, sin tener alguna cura para su enfermedad. Lo han intentado todo
para sus seres queridos, sin alcanzar ningún resultado positivo, y ahora viven
resignados. Pero la Escritura nos dice que con Dios hay esperanza, que Él
escucha a un a voz suplicante, porque podemos confiar que Él abrirá un camino,
dond e a nosotros nos parece que no lo hay.
¡Cuántas veces encontramos en el libro de los Salmos, la oración de Israel y
de la Iglesia, con fuertes súplicas, gritos llenos de sufrimiento y pedidos de
ayuda, lágrimas amargas e imploraciones desesperadas, dirigidas al Dios de la
misericordia, para que el Señor venga en socorro de sus hijos! ¡Cuán grande era la
fe que animaba a aquellos piadosos israelitas! Sí, también a nosotros, que somos
hermanos de Jesucristo, e hijos del nuevo pueblo de Dios, podemos orar al mismo
Padre, para que su brazo potente, y su amor sin límites, llegue en socorro de
nuestras vidas atribuladas.
En el relato de Lucas, se puede apreciar la dramática oposición entre la persona
Jesús y su entrecruzarse con una procesión, que salía a en- terrar un joven recién
muerto. El Mesías, que ha sido enviado por el Padre para ofrecer al mundo, por medio
de su dolorosa pasión y su santa resu- rrección, la vida, paz, y alegría, va en dirección
contraria a la procesión de muerte, llena de desesperanza y tristeza, por no tener
futuro.
Jesús y su Palabra tienen poder para levantar y sanar. Con la ayuda de la fe, nos
atrevemos a dar testimonio de que Él es la respuesta para todas las personas que en
su vida ven atrás una procesión de desesperanza

y muerte, porque llevan en el corazón una carga insoportable. También hoy, Jesús
puede salir a su encuentro, para bendecir al que recibió un diagnóstico médico,
donde la sentencia del doctor es algo que no tiene ni remedio, ni salida. Si su
circunstancia difícil es económica, o su familia está dividida, Jesús viene con
palabras de verdad y vida, para regalarle la fuerza del Espíritu Santo y obrar
maravillas en su familia.
La gente, que venía acompañando el féretro del joven, lo contaba en el abismo
muerte; una historia ya totalmente acabada. ¿Qué situación hoy en tu vida,
aparentemente ya no tiene alguna solución? ¿Cuántas pa- labras negativas se han
dicho de usted y su familia? ¿Cuántas veces ha intentado cambiar, de una u otra
manera lo que está viviendo, sin encon- trar ningún cambio o resultado? Hoy quisiera
recordarle que no hay nada imposible para el Señor, todo es posible para el que cree,
para quien sabe que no duerme ni reposa el Defensor de los pobres.
Algo, que asombra en el relato de Lucas, es que en ningún moment o la viuda
manifiesta su fe en Jesús, no hace, ni dice nada que demuestre su confianza en Dios.
Esto nos enseña que Dios puede obrar prodigios , no sólo mediante la fe de aquellos
que los necesitan, sino en otras oca- siones, como en ésta del evangelio; el Señor
realizar grandes ma- ravillas, por razones que están fuera de nuestro alcance o
posibilidad de comprensión. El misterio de Dios se queda siempre más allá de
nuestros pensamientos y consideraciones humanas.
La misericordia es una energía divina, mucho mayor a la fe que usted o yo podamos
tener; no importa si dice: “no tengo fe” o “mi familiar qu e necesita del
amor de Dios, no cree en Él ” . El Señor puede obrar grandes
prodigios, no por fe, sino por misericordia.
El Señor se sintió perturbado por la situación de esta viuda, que primero perdió a su
cónyuge, y tuvo así que experimentar la desilusión de ver que todos los planes
trazados para su vida no se podían más concretar, porque su esposo ya no estaría
presente. Y como si todo eso no hubier a sido suficiente, ahora le venía otro
bastonazo al corazón, la partida de l único hijo.
Este es un dolor tan grande, que ni siquiera tiene nombre, porque aquél que pierde
su pareja se le llama viudo o viuda; el que pierde a sus pa- dres es huérfano, pero
pierde a un hijo ¿cómo lo llamamos?

Jesús tiene un corazón sensible a nuestro sufrimiento, y es por eso que cuando
la situación de esta viuda, decide dar solución a un proble- ma donde todos veían
caso concluido. Hay personas que la vida les ha dado un golpe tras otro, que no
encuentran descanso en ninguna parte, porque dondequiera que miran, surgen
molestias que las sitian. Pero el Señor sale a su encuentro y se conmueve por lo
estado viviendo, y le dice, como le dijo a la viuda: “levántate y no llores”
s un tiempo para secarse las lágrimas, ponerse de pie y confiar en Dios ,
aunque tengas poca fe, seas un pecador, o hayas vivido apartado de Dios toda tu
vida. El Señor puede concederte la bendición de lo que ne- cesitas, no por la fe
tienes, o los méritos que crees haber alcanzado, sino por su misericordia.

Jesús
Fijemos un momento nuestra atención sobre la actitud del Maestro: se detiene,
compadece… le importa el dolor del otro; la suya no es una mera emoción
sentimental: se acerca y toca… no mira de lejos el acon- tecimiento, como lo harían
mayoría de las personas, sino que se com- promete para remediarlo.
Jesús no sólo acompaña, sino que trae esperanza, cambia el escenario ; siente
compasión, que significa literalmente: “comprensión del sufrimien- to
del otro” y en consecuencia: “sufrir con” , asumir el dolor de la otr a
persona, e identificarse con ella.
Jesús está hoy con nosotros, ante los problemas y las angustias que nos
azotan, y nos dice: “¡Te lo ordeno: levántate!”. Su Palabra tiene el poder
devolver aliento de vida, a quienes no tienen más esperanza, y tiene poder para
Donde la gente del pueblo veía sólo un caso perdido, “lo dan por muer- to”, Jesús,
revés, sabe que para Dios no hay nada imposible. Ahí está la diferencia entre el que
vive con esperanza, y el que ya la perdió total- mente. Por eso habla directamente
con el difunto: para Él estaba vivo. Porque Jesús no ve las situaciones como la
ven los ojos humanos de todos nosotros.
Lo que sí podemos reconocer, leyendo el texto evangélico, es que el portento
milagroso fue obrado por la pura misericordia de nuestro Señor

Jesús; un simple acto de su gratuita compasión, sin pretender ninguna
condición a cambio, por parte de nadie.
Cuántas personas piensan: “a Dios no le interesa lo que estoy vivien-
do” , “Dios me ha dado la espalda, ¿por qué no atiende a mi
oración?”. Pero este relato nos enseña que Él jamás es indiferente a nuestro
así, animados por esta esperanza, podemos humildemente, y con fe, implorar que
signos del amor de Dios, se derramen en nuestra familia.
Reflexionemos juntos un poco más en profundidad: ¿Se imagina usted , que alguien
le hable a un difunto como lo hizo Jesús? Se trata sin duda alguna de una cosa que
suena poco razonable.
Pero confiar y esperar contra toda esperanza, como lo hacen los pobres de espíritu,
los sencillos que no tienen otro recurso más que confiar e n el auxilio de Dios,
nos puede mover a realizar cosas, que no entrarían tampoco en nuestra mente.
Sólo quisiera invitarle a que escuche el mensaje de la misericordia del Señor
consienta que sean sus palabras las que le curen, las que gene- ren asombro y
las circunstancias. Que bello sería, para aquellos que están a su alrededor y
conocen su vida, que puedan decir: “Ese cambio solo Dios podía
hacerlo” . Para los muchos que aquí se pregunta- rán: “¿Por qué estoy
viviendo esta situación? ¿hasta cuándo tendré que soportarla?”
me permito, con un poco de temor y pudor, comentarles algo muy personal.
Siento que el Señor me ha llamado a amarlo y servirlo en los hermanos que sufren,
compartiendo las angustias de los que no encuentran res - puestas al ¿por qué? de
las dificultades que la vida les presenta, con l a sola riqueza que verdaderamente
puedo ofrecerles: Dar el testimonio de la Palabra del Señor y de las enseñanzas que
recibí en la Iglesia Católica , en las que yo puse toda mi confianza.
La gente que los acompañaba
La reacción de la gente al ver lo sucedido —el joven empieza a hablar, cuando había
estado muerto— resulta lógica y coherente. Tal extraord i - naria manifestación
de poder divino provoca, a su vez, el asombro y la alabanza de los creyentes.

Por eso, el relato concluye con una confesión de fe por parte de la gente:
Ellos reconocen que Dios había visitado a su pueblo. La “visita de Dios”
expresión del Antiguo Testamento, que significa la interve n - ción de Dios para
salvar a Israel, en una situación difícil; así como lo hizo, cuando visitó al pueblo
hebreo, esclavo en Egipto, y lo liberó.
Cerca de usted, existen personas que conocen su situación, sus luchas, sus faltas;
que saben el dolor que le abriga, y que para esa situació n que hoy le lastima, no
existe —hasta ahora— manera de cambiarla. Per o cuando el Señor obre prodigios
y sucedan cambios en su vida, en su corazón, en su familia, hará que las personas
que le acompañan en esa procesión de muerte, y de tristeza digan: “Dios ha
venido a ayudar a su pueblo”.
Muchas personas que necesitan volver a Dios, y precisan reavivar su fe
temblante, y casi apagada, al ser testigos de los signos del amor del Señor, encuentran
valor de iniciar una nueva relación con Dios. Ya ha n experimentado la decepción
haber colocado su confianza únicame n - te en personas de carne y hueso, y que,
momento del dolor, habían estado allí a su lado unos días, y luego han vuelto a su
diaria, de- jándolos solos, con el alma dolida. Jesús quiere venir a nuestra vida, no
sólo para acompañarnos, sino para quedarse con nosotros, ahora y por siempre.




Testimonio – Aldo Justiniano


Sufría de una hernia, ubicada un poco más arriba de mi ombligo. Esta se formó
aproximadamente hace unos cinco años atrás, a consecuencia de haber levantado
una piedra muy pesada. Por terquedad, evité ope- rarla y poco a poco esa hernia
fue creciendo y me dolía siempre más. Mi doctor me informó que necesitaba con
urgencia una operación, pero no la realicé por temor. A los pocos días, mi novia
llevó a una reunión de oración por los enfermos, que era animada por el hermano
Antes de concluir la asamblea, R.P. empezó a orar pidiendo al Señor la sanación
todos los presentes y me recuerdo que hizo también, entr e otras, la siguiente
afirmación: “Dios está sanando a un varón, con una hernia umbilical
muy dolorosa”.
Entonces, yo me concentré mucho en su oración y de repente sentí un calor
en todo mi cuerpo. En ese momento el hermano dijo: “Por favor, ponga su
mano en la parte de su cuerpo que está enferma” . Yo lo realicé, puse mi
mano donde tenía la hernia, y de repente, sentí que asombrosamente el dolor que
sufría y la hernia había desaparecido.
A la mañana siguiente visité a mi doctor, y le mostré lo que me había ocurrido
a través de la oración. El médico se quedó muy admirado, y lue- go me contesto:
“Verdaderamente, Dios es real y los prodigios existen, usted
ahora está sano y ya no necesita ninguna operación” . Sea la gloria para
Dios.


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Testimonio – Marta Moreno


Mi nombre es Marta Moreno y tengo 39 años. El día viernes 16 de oc- tubre del
2015, fuimos con mi esposo a visitar al hermano R.P. para comentarle el resultado
una consulta hospitalaria.
Estaba muy angustiada porque mi médico, después de realizar el con- trol que es
habitual a las 36 semanas del embarazo, me había dicho: “Señora su bebé
viene con una mal formación en la nariz, en el labio superior y
también tiene el paladar hendido. Esto se conoce como labio
leporino. Por favor, tengo que adelantar con urgencia la cesárea
para evitar más riesgos”.
Le contamos todo esto a R.P., y él en seguida comenzó a orar po r Elenita, —
así se llama mi hijita— pidiéndole al Señor que, por su infinit a misericordia, la
pudiera sanar en el vientre materno, para que ella naciera sin ningún inconveniente
salud. Al terminar ese momento de oración, nos confortó diciéndonos que no
tuviéramos miedo, porque Dios había sanado en mi vientre a Elenita durante la
oración, y que ella nacería com- pletamente sana.
Esto sucedió un viernes a las 10 de la mañana, y la cesárea estaba pro- gramada
las 9 de la noche del mismo día. Me realizaron la cirugía, nació Elenita y grande
sorpresa de todos y del mismo doctor, al ver que no había ninguna mal formación
nariz, ni en su labio superior. Incluso el doctor estaba tan asombrado, que tuvo que
meter su dedo en la boca de Elenita, para comprobar que el paladar estaba
completamente sano, y comprobó que no había ningún tipo de hendidura.
Jesús y su amor la sanaron en mi vientre. Hoy mi bebé es una niña com- pletamente
sana y llena de la bendición de Dios. Amén.


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Oración
Le animo a iniciar un momento de oración y que mire dentro de usted, para que
pregunte y reconozca: ¿Cuál es la procesión en que la que usted está caminando
un lugar sin remedio? ¿cuál es el caso que ha dado por perdido? ¿cuál es el diagnóstico
tan funesto y doloroso que han dado en su contra?
Padre Celestial, en el nombre de Jesús y confiados en tu infinita mis e - ricordia, te
rogamos que por favor obres grandes prodigios sobre tus hijos que están
agotados por el dolor y el sufrimiento. Te damos gracias porque todo tiene un
propósito en la vida de cada uno de nosotros. Ayú- danos a descubrirlo y a cumplir
siempre con tu voluntad.
Hoy estoy disponible para ser ese instrumento que utilices, para pro- vocar
asombro, en aquellas personas que son parte de mi familia, que tienen la fe
apagada y se han apartado de Ti. Si lo que he vivido hasta ahora, y he tenido que
soportar, será útil para la conversión de ellos, de corazón te doy gracias, porque quiero
ser un simple lápiz en tus manos, para escribir la historia que tú nos has reservado.
Derrama Señor tu unción y haz tu obra. Pon tus manos sobre nosotros, y concédenos
tu bendición. Obra grandes signos de tu amor, sana al que está enfermo en su alma;
llena con tu presencia los que están vacíos de sentido y de esperanza; transforma
los corazones duros como piedra. Que tus llagas preciosas reciban a los que
hoy están enfermos en su cuerpo, y en el nombre de Jesús, rogamos porque
regales abundante sanación. Gracias bendito Señor. Amén




Capítulo 8
Tu fe te ha sanado


















Ella pensaba: “Si sólo puedo tocar
su manto, quedaré sana”.
Marcos 5, 28
En esta ocasión, quisiera compartir con ustedes un hermoso pasaje del evangelio
Marcos, qu e habla de la mujer con flujos de sangre. Se e n - cuentra en el
capítulo 5, versículos del 25 al 34.
Marcos 5, 25 – 34 25
25 Entre la multitud se encontraba una mujer qu e llevaba doce
años sufriendo de flujos de sangre . 26 Había sufrido mucho
bajo el cuidado de varios médicos y había gastado todo lo que
tenía sin ninguna mejoría. De hecho, cada vez se ponía peor. 27
mujer oyó hablar de Jesús. Pasó en medio de la gente hasta llegar
Jesús por de- trás y le tocó su manto. 28 Ella pensaba: “Si sólo
puedo tocar su manto, quedaré sana”. 29 Ape- nas lo tocó, la mujer
dejó de sangrar. Sintió que su cuerpo había quedado sanado de
enfer- medad. 30 En ese momento Jesús se dio cuent a de que había
salido poder de Él. Se detuvo, di o vuelta y preguntó: “¿Quién
me tocó el manto?”
31 Los discípulos le dijeron: “Hay tanta gente empujando y tú

preguntas: “¿Quién me tocó?”


32 Pero Jesús siguió mirando para saber quién

había sido. 33 La mujer sabía que había sanado. Así que se acercó
arrodilló a sus pies. Ella estaba temblando de miedo y le contó
la verdad. 34 Luego, Jesús le dijo: “Hija, tu fe te ha sanado. Vete
paz y sin ninguna enfermedad”.
La virtud en la que podríamos pensar, cuando leemos este relato, es precisamente
la esperan- za. El Papa Francisco, durante su visita a los Es- tados Unidos, dijo:
familias deben ser fábri- cas de esperanza” . Y ¿por qué es tan importante
la esperanza?
Porque es una virtud que nos permite aguardar los tiempos de Dios, mientras sin
esperanza el sentido de la vida se acaba. Y nosotros, ¿cuántas veces hacemos una
oración, esperando la res- puesta de Dios?, pero pareciera que Él está con los oídos
tapados, los ojos cerrados, y que no nos escucha, ni toma atención de lo que
esta- mos viviendo. Sucede que Dios tiene un tiempo para realizar cada obra, y
el tiempo de Dios es perfecto.
Por lo tanto, la esperanza es aquella virtud que brota del corazón humano y nos
sustenta, aun- que todavía no haya sucedido lo que estoy im- plorando. No sé
cómo Dios hará su obra, pero no dudo de su cuidado a mis angustias, porque la
llamita de la esperanza, sigue luciendo en mí, y ésta no me deja desanimarme.
Aunque tenga mil obstáculos al frente, encuentro el valor para ir hacia adelante,
porque confío en que Él está caminando a mi lado.
Reflexionemos juntos, preguntándonos qué p a - saba por la mente de esta mujer,
luego de haber- lo intentado todo durante doce años, para que su situación
cambiara, y no lo había conseguido.









“Las familias deben ser fábricas de es- peranza”.

Imaginemos que no la aquejaba sólo el dolor por su enfermedad, sino que
también le dolía manejar la frustración de no alcanzar ninguna mejora real. El
Evangelio recalca que esta mujer había sufrido mucho por las cu- ras de varios
médicos, que se gastó en ellos todo cuanto tenía, pero que su salud no mejoraba
nada, sino que empeoraba. Qué difícil es para un ser humano desgastarse por intentar
un remedio, una y otra vez, pero sin ver ningún resultado. La enfermedad se hace
pesada, y pareciera que la vida pierde todo sentido.
A cualquiera que hubiera vivido la experiencia de aquella mujer, ¿no le visitaría el
sentimiento de que Dios nos ha abandonado? Aquí está e l desafío y el
doloroso pasaje de la fe: Creer con firme esperanza, en e l momento más
oscuro de la prueba, y lo que la Escritura nos recuerda en tantas páginas, a saber:
que Dios nos sigue siempre acompañando, y que no va a dejar de obrar.
Lo importante es no dejar que la esperanza se apague, cuando lo más espontaneo
sería rendirse, decir que Dios me ha abandonado y tomar una posición de
rebeldía.
Por eso las palabras del Papa Francisco son proféticas, porque es en la familia donde
nace la actitud de esperanza, cuando nos animamos los unos a otros, cuando oramos
juntos y es cuando los hijos aprenden por el ejemplo de los padres, a que sí, se puede
perseverar en la fe.
Para mejor comprender la trascendencia del acto de fe que realizó l a mujer
con flujo de sangre, debemos pensar en que ella era considerad a un ser impuro,
porque entre los judíos, las normas higiénicas basadas en las prescripciones
religiosas, eran muy severas. Ella no podía tocar a na- die, hasta tal punto que, si
sentaba en una silla, ésta quedaba impura, y si alguien se sentaba allí, él también
quedaba impuro. Por lo tanto, la mujer del relato de Marcos vivía aislada, apartada
resto de la gente, sin poder vincularse con nadie.
Imaginemos ahora lo que sucede entre nosotros, con algunas perso- nas
gravemente enfermas, cuando comienzan a necesitar de otros para asearse, comer,
realizar cosas que, para ellos, era casi impensable que un día habrían necesitado
otra persona, que las ayudara a hacerlas.
Ya sabemos que es muy frecuente, que la persona que atiende a u n enfermo
no autosuficiente, luego se canse de este oficio y manifieste

actitudes de mal genio. Entonces, aquel pobre discapacitado, vivirá una condición
de dolor y sufrimiento, no sólo por su enfermedad, sino por la indiferencia de
aquellos que deberían estar disponibles para cuidarlo con cariño y esmero, y que
quejan diciendo: “estoy cansada, tengo mi propia vida y asuntos que
atender, no tengo tiempo para cuidar a un enfermo”.
La soledad duele siempre, en especial cuando las personas más cer- canas
están ausentes, y esto les sucede con mucha frecuencia a los en- fermos. Los creyentes
que profesamos la fe católica no deberíamos ser insensibles al sufrimiento de nuestro
prójimo, sea por enfermedad, des- empleo, o cualquier otra tribulación. Cuantas
veces, al revés, tenemos l a mirada fija en el propio egoísmo, sin ningún interés
gente que est á viviendo peor, porque siempre pasamos al lado de la necesidad del
Al Señor, lo vemos en muchos pasajes del Evangelio, nunca se desin- teresa por
que está excluido del mundo. Debemos reconocer que nos hemos acostumbrado a
ver a los mendigos en la calle, como si fueran parte del paisaje, o un poste de luz,
un vehículo estacionado. Un signo claro que lo atestigua es cuando no tenemos
ningún interés en darnos cuenta de, si lo que cruzamos en aquel rincón todos los
está ahí, o ya no está más. Hay situaciones de pobreza y marginación en este mun- do,
que jamás deberíamos permitirlas como normales, sin sentir la míni- ma necesidad
de hacer algo, para dar una grande o pequeña respuesta de fe y caridad, en favor
que más lo necesitan.
Esta mujer, podía pasar desapercibida, pero ella se levantó y tuvo un acto de
fe, hizo algo intrépido, que ponía en riesgo su vida; porque si una mujer impura
con pérdidas de sangre, tocaba a otra persona, corría el riesgo de morir apedreada.
Por lo tanto, queda claro que un acto de fe implica el riesgo de perder la
reputación en medio de los que no reco- nocen a Dios. El acto de fe sincero, implica
dejar a un lado las tenaces pretensiones del yo, para tocar a Jesús, abrazar sus
mandamientos, y cambiar de vida. La conversión significa, poner un punto final
domini o del pecado y la vida apartada de Dios, para decir: “de ahora en
adelante, me esforzaré en ser una persona conforme al corazón
Jesús”.
Quien esté dispuesto a dejar atrás la vida del hombre viejo, con todos sus vicios,
malicias y dobleces, para seguir al Señor y entregarse por
















En realidad, lo prime- ro que deberíamos hacer, es ponernos de
rodillas y recono- cer que nuestra vida está bajo el poder
y la misericordia de
Dios.

completo, podrá ser una persona distinta, porqu e vivir en gracia de Dios, significa
tener un corazó n renovado, que es el regalo más grande que po- demos recibir.
El Evangelio nos indica que esta mujer gastó va- namente todo cuanto tenía para
mejorar su salud.
Lo que siempre me cuestiona, cuando leo este pasaje, es que ella tuvo que
sufrir por mucho tiempo, antes de poder encontrar al Señor Jesús, y sanarse. Algo
parecido es también lo que pasa a muchos de nosotros, cuando al tener un pro -
blema, buscamos una salida confiando sólo co n recursos de este mundo para el
problema que vivimos.
En realidad, lo primero que deberíamos hacer, es ponernos de rodillas y
reconocer que nues- tra vida está bajo el poder y la misericordia de Dios. Pero
el corazón humano es necio, primero agota todos los recursos de este mundo y
como última posibilidad, busca a Dios, que se ha convertido, en una especie de
“tapa-agujeros” de nuestras tragedias existenciales. Dios ha de ser
reconocido cuando estamos en la plenitud de la vida, y no sólo en los límites de
nuestras posibili- dades, en la salud y en la fuerza, y no sólo en el sufrimiento
desgaste.
A veces, confiamos demasiado en los recurso s que nos hemos generado, en los
contactos para obtener trabajo, o en el dinero ahorrado para prosperar. Es claro
que no hay nada de malo en tener contactos, una buena posición y dinero: las cosas
del mundo nos ayudan a conseguir algo, pero la humildad y la fe en Dios nos
ayudan a conseguir todo. Nadie que, con corazón humilde y asidua oración,
hubiera puesto su plena con-

fianza en el Señor, ha sido defraudado, porqué como pregona el salmista , los que
confían en el Señor, son como el monte Sion, que no tiembla y está asentado
para siempre. ¡Sea dada gloria a Dios por eso!
Muchos comenzamos a hacer alarde de lo que hemos conseguido, de las
autoridades que conocemos, de la posición que tenemos, o de los bienes que
poseemos, pero con esa actitud, no estamos en el camino hacia Dios. Debemos
proclamar en quién creemos, confesar que Jesús es Señor y nombre sobre todo
nombre, y entonces importará menos cómo se llame la enfermedad o el problema
que nos angustia; Jesús es más grande.
Pero esa proclamación implica un compromiso serio, porque ay de no- sotros si
mismo tiempo volvemos a los mismos vicios de antes, a las mismas males amistades,
etc.
Para terminar, quisiera recalcar unas palabras que Jesús le dice a esta mujer y
cierran este relato: “hija, tu fe te ha sanado, vete en paz y sin ninguna
enfermedad” . A la fe que todos tenemos, se debe mezclar una buena dosis
perseverancia, porque si esta mujer al escuchar de Jesús hubiera pensado : “No
creo que Él pueda sanarme ¿Para qué segui r luchando?” , ¿qué
habría ocurrido? Otra vez, su esperanza de solución hubiera terminado. Pero ella,
pesar de haber fracasado muchas veces en su pasado, ve en Jesús lo que estaba
buscando. Esta mezcla de fe y perseverancia, es la que la lleva hasta el Señor,
provoca que se derramen grandes bendiciones sobre su vida.
Podría usted preguntarse: “¿Para qué orar, si Dios no me ha dado lo que
le he pedido?” Persevere, no se quede a medio camino; mezcle
perseverancia y fe, para ver la gloria de Dios. Jesús despide a esta mujer diciéndole:
“vete en paz” , porque solamente el encuentro con el Señor Jesús provoca paz
interior, porque sólo quien experimente el poder del amor de Dios en su vida puede
irse con el corazón sanado.
Esta mujer parecía sufrir únicamente por un flujo de sangre, pero al d e - cirle
“vete sin ninguna enfermedad” , podríamos pensar que tenía también
enfermedades. Hay padecimientos que no están sólo en el cuerpo, sino en el alma.
Señor no quiere únicamente sanar su cuerpo, sino también su interior, para que
sanada del mal físico, pero tam-

bién perdonada por Dios, llena de su amor y libre de cada resentimiento; reconciliada
con el Padre y con los hermanos.
Es preciso orar al Espíritu Santo, para que nos ayude a mirar nuestro interior.
Es preciso comprender lo que hay en nuestra vida, que no está conforme a la voluntad
de Dios, cuál es mi enfermedad.
Vamos a reconocer con humildad que, sin Él, no podemos cambiar. Pi- damos que
Señor nos conceda el don de la salud interior, que retorn e el gozo y la paz a nuestro
corazón, con el firme propósito de un cambi o de vida, que es el acto de fe más
que un creyente pueda realizar.




Testimonio – Albita Añez
Mi nombre es Albita Añez, tengo 29 años y con mi esposo Maicol Guar- dia, vivimos
en la ciudad de Trinidad (Bolivia), esperando nuestro segund o bebé. Al principio
de mi embarazo tuve un poco de dificultad, que co n reposo de 10 días fue
solucionado. En la novena semana, me hice mis controles prenatales, y análisis de
rutina con mi seguro de salud, y todo estaba normal.
El martes 9 de agosto del año 2016, visitamos con mi esposo al gine - cólogo,
quien me atendió de principio a fin en mi primer embarazo, par a que me realizara
una ecografía. Ya tenía más de 11 semanas, y era el control más importante,
porque en esta etapa de gestación es precisa- mente cuando se pueden detectar
anomalías, dependientes de un origen genético.
Empezó el estudio, el ginecólogo se veía muy preocupado, callado. Después
de un buen rato, le muestra a Maicol una imagen y le dice: “esta línea que
no tendría que ser del bebé, quiero pensar que sea parte de la
membrana” . Y seguía midiendo, pero no decía nada más. Tardamos
aproximadamente dos horas en el estudio, hasta que nos dice que volviéramos
siguiente, para repetir la ecografía, porque espera- ba a que el bebé cambiara de
posición, mientras tanto no quiso brindar ningún informe, hasta volver a repetir
ecografía.
Al día siguiente —miércoles 10 de agosto— fui al consultorio. El docto r
empezó a realizar la ecografía y puso la misma cara de preocupación del día
anterior, solo hacía gestos de negatividad y me dijo: “mira Albita, esta es
membrana de la bolsa y esto otro que estoy midiendo, que es la
translucencia nucal, no debería pasar los 2,5 mm y da 4,4 mm”
Tampoco me dio informe, porque esperaba hasta el martes 16, volver a medir todo de
nuevo, y mientras retornaba mi esposo a Trinidad, para que estemos los dos.
Salí del consultorio asustada y nerviosa, porque no me explicó el sig -
nificado de la “translucencia nucal” . Yo estaba sola, y él sabía de qué

se trataba, pero no quiso hablar conmigo hasta esperar a que estuviera presente Maicol,
que también es médico.
Llegué a mi casa a llorar, porque sabía que había algo anormal en mi bebé,
pero no sabía qué exactamente. Al rato llegó mi madre y trató de
tranquilizarme, diciéndome que Dios sabía qué hacía y que tenga fe. Cuando ya
estuve más calmada, busqué en internet que tan importante era la medición de la
‘translucencia nucal’ en esta edad gestacional, y encontré lo siguiente:
“La translucencia nucal se entiende un pequeño espacio lleno de fluid o en la zona
del cuello, que puede verse en todos los bebés en una ecogra- fía de las semanas
Mediante la ecografía se mide el espacio y l a cantidad de fluido, y si podría indicar
anomalía cromosómica. Con l a medición de la translucencia nucal, o la prueba
translucencia nucal se evalúa la probabilidad estadística de que el bebé tenga una
discapa- cidad. A través de esta prueba se puede detectar alteraciones propias
del síndrome de Down, Patau, Turner o de Edwards, malformaciones o también
otras enfermedades hereditarias.”
Después de leer lo necesario, me puse en oración porque, si esta situa- ción era
voluntad de Dios, yo habría recibido con todo el amor a mi bebé, a pesar de las
condiciones en que él naciera.
Pedí a personas allegadas a mí, que también lo pusieran en oración, porque
sentía que sola no podría. Al mismo tiempo que lo aceptaba, en medio de mi angustia,
le preguntaba al Señor: “¿Por qué a mí?” Tenía miedo que el ginecólogo me
la opción de interrumpir el embarazo , por alguna malformación que él confirmara
la tercera ecografía, per o yo no lo soportaría, ni siquiera escucharlo, y peor aún,
hacerlo.
Hablaba con mi esposo y en todo momento él me decía: “usted tranqui- la,
solo confíe en Dios ” . Entregué todo al Señor y puse toda mi confianz
como sanó a ciegos, sordos y leprosos ¿por qué no lo iba a ha- cer con mi bebé?
imposible para los hombres es posible para Dios; los médicos no darían la última
palabra, sino Dios, y Él es el único que tiene el poder de cambiarlo todo.
El día viernes 12 de agosto, desperté con una convicción en mi corazón, que Dios
comenzaba a hacer su obra. Llamé a mi esposo y le dije que

el lunes 15 de agosto, tenía que ir a la ciudad de Santa Cruz al Coliseo “Don Bosco”
, para participar de las Jornadas de Evangelización de la Comunidad Betania.
En seguida me reservó los pasajes en avión y estaba todo listo para ir.
El día lunes llegué, directo del aeropuerto al Coliseo. R.P. empezó la ora- ción,
leyendo un párrafo de las Sagradas Escrituras: “Depositen en Dio s todas
sus preocupaciones, pues Él cuida de ustedes ” y lo hice con
todo el corazón, y la convicción que así sería.
Cuando empezamos a cantar alabanzas, invocando al Espíritu Santo, sentí como
fuego en mi cabeza, que llegaba hasta mi pecho. Yo per- cibí, que, en ese momento,
Dios volvía a hacer a mi bebé, e imploré con toda mi alma, que Dios sane cada parte
su pequeñísimo cuerpo. A mí alrededor estaba mi hermana, mi cuñada, mi madre,
todas clamaban al mismo tiempo a Dios, su bendición y Él la dio.
Mientras realizaba la oración por los enfermos R.P. dijo: “Aquí hay una mujer
embarazada, a la que le han diagnosticado que su bebé viene con
una malformación. En este momento, Dios está sanando a la cria-
tura en su vientre,” y supe que eso era para mí. Al terminar la jornada, nos
acercamos a R.P. con mi familia, que me acompañaba, le contamos lo sucedido,
nos contestó: “La obra de Dios ya está hecha, el bebé está
completamente sano” y oró por mi bebé, dando gracias por la ben- dición
sanación.
Retorné a Trinidad el martes 16 de agosto, y con Maicol fuimos a la
ecografía, muy emocionada pero también muy esperanzada. El doctor empezó
la ecografía, medía y volvía a medir, muy incrédulo. Interrumpí su atenta
concentración diciéndole: “Anoche estuve en Santa Cruz, en la
Jornada de Evangelización de Comunidad Betania, y pedí al
Señor lo que ahora mis ojos están viendo” . Y él seguía sacando las
medidas. Mi bebé se dejó medir de mil maneras, hasta que el doctor empezó a
dic- tarle a la secretaria las medidas, para hacer su informe y dijo: “Bueno,
hemos medido de todas las formas, la translucencia nucal es de
mm” Lo normal es hasta 2,5 mm. En las dos anteriores ecografías, que él había
registrado, una de ellas medía más de 4 mm.
El doctor no se la creía, cuando ya me entregaba el informe, le dije que

con este informe documento yo volvería a Santa Cruz a testificar el mil a - gro de
en la vida de mi bebe, porque yo vi todas las mediciones que el realizó la anterior
semana y ahora están normales y el único que pudo cambiarlo todo fue Dios. Toda
Gloria es para el Señor, amén.

[o\




Testimonio – Roxana Méndez


Un día en que mi hija María Laura sintió un fuerte dolor en su abdomen; decidí
llevarla al especialista, donde le realizaron los estudios. Al ver los resultados, nos
indicaron que había un tumor en el ovario derecho, de 7 cm. de diámetro.
Luego nos entregaron más estudios, entre ellos el análisis de sangre, donde
un indicador mostraba si hay cáncer dentro de ese tumor. El re- sultado salió
muy elevado, y con ése fuimos al ginecólogo, que después de ver estos parámetros,
nos envió al oncólogo. Ahí empezó nuestro cal- vario, porque los exámenes
indicaban que el tumor era maligno, y otros estudios comprobaron que el tamaño
real del tumor era de 12 cm., por lo que había que sacar el ovario, y muy
posiblemente hacer un vaciado de la matriz, para evitar que el cáncer se expandiera,
por la metástasis.
Ahí caí de rodillas frente al Señor, y luego me comuniqué con el hermano R.P.,
pidiéndole que por favor orara por mi hija. Él me indicó que asistiera con ella
al Coliseo del Colegio “Don Bosco” a las Jornadas de Evangelización, y así
hicimos.
Comenzamos a participar cada lunes con mi hija, ella que antes era
indiferente a las cosas de Dios, pero poco a poco comenzó a abrir su corazón, a
la fuerza sanadora del Espíritu Santo. Mi fe aumentaba cada día más, con las
oraciones y apoyo de mi familia, le pedí a la Virgen María que, así como ella sufrió
dolor de ver a su hijo en una cruz y su martirio, que intercediera ante su Hijo, para
aumente más mi fe.
El día lunes 15 de agosto, asistimos con mi hija a la Jornada de Evan-

gelización y durante la oración el hermano R.P. anunció que Dios estaba sanando
personas con tumores y si los médicos habían dicho que eran malignos, sólo Dios
tiene la última palabra y Él puede cambiar cualquier diagnóstico, entonces proclamó
la sanación de todo tumor.
Sentí una emoción muy fuerte al igual que mi hija, y nos pusimos a llorar. Al llegar
casa, llena del consuelo del Espíritu Santo, que recién ha- bíamos experimentado,
dije a mi hija que yo estaba convencida de que ella se había sanado y que ni siquiera
iban a sacar el ovario.
Y así fue, no le sacaron el ovario, tampoco tuvieron que realizar ningún vaciado,
porque la biopsia indicó que el tumor era benigno. Todo salió bien, para Gloria de
Dios.
Desde ese día, Dios cambió totalmente a María Laura. Ahora mi hija es una joven
llena de vida, participa semanalmente de las reuniones de ora- ción con la Comunidad
Betania y vive con el gozo y la paz, que sólo Dios puede brindarle. Estoy muy
agradecida con el Señor por la gracia de s u bendición, no sólo de curación física,
que, a través de esta dificultad, el Señor le concedió —a mi hija— el don de la
conversión. Verdader a - mente toda obra para el bien de los que amamos a Dios.

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Testimonio – Rosario Belaúnde


Mi nombre es Rosario Belaúnde y quiero relatar un testimonio de sana- ción, que
sucedió en mi hogar.
Soy abuela de cuatro bebés, y a uno de los pequeños, sus padres le
detectaron estrabismo; esto los hizo llevarlo al oculista.
El médico le hizo una serie de pruebas y determino que el bebé nece- sitaba estudios
más profundos, porque había daños en sus ojitos. Sus padres decidieron
consultar a una oculista pediátrica, ella pidió nueva- mente una serie de pruebas,
y determino que el bebé estaba casi ciego, y que debía usar lentes; con la gran
posibilidad de que él necesitara una cirugía en los ojos. No nos garantizaban su
curación, y esto nos deses- peró mucho.

Después de muchos esfuerzos, conseguimos una entrevista con un of- talmólogo
el hospital de niños en Miami (EE.UU.) para que lo trataran allá. En momentos como
éstos, de desesperación, dolor y angustia, sólo la fe en Dios nos hace buscar su
ayuda. Y pensé en el hermano R.P., llamé sin pensar dos veces a Radio Betania, y
pedí hablar con él direc- tamente.
Él me atendió con la amabilidad que lo caracteriza, y después de es - cucharme,
hizo un espacio, fijándome fecha y hora para orar por m i nietito. La fecha era bien
cercana al viaje a Estados Unidos, que conse- guimos para él bebe.
Mi nuera Liliana, cuando recibió la fecha que el hermano R.P. nos mar- có, sintió
que era como una señal de algo bueno, ya que coincidía con la fecha y hora del
nacimiento del bebé. Llego el esperado día, y con toda nuestra fe nos fuimos a
Radio Betania, el hermano R.P. comenzó a orar, y a pedir el Espíritu Santo, y en
momento sentimos una sen- sación tan maravillosa que no había duda de que el
estaba entre nosotros. R.P. le impuso las manos a nuestro bebé y después de orar,
lo declaró sano en el nombre de Jesús. También nos dijo : “Él bebe ser á un
instrumento de conversión para muchas personas que están cerca
de él, Dios ha derramado su bendición sobre este pequeño” . Termino
la oración y en medio de lágrimas, nos despedimos del hermano. A los días, sus
llevaron al bebé a la cita en el hospital de Miami, para su consulta.
Mi nuera tenía la certeza de que su bebé estaba sano, y después de todos los
chequeos, le confirmaron que el bebé estaba sano y que sólo tenía un ligero
estrabismo, para que sane se debía hacer un sencillo tra- tamiento parchándole un
ojito. No iba a quedar ciego como dijeron, ni tampoco necesitaría una cirugía,
ni los lentes que le habían dado, los médicos recomendaron que cambien el vidrio
de los lentes para usarlos de gafas playeras, porque él no los necesitaba para otra
cosa, y que aprovecharan el viaje para pasear por la playa. Que ya no había
razón para todos los temores que tenían los oftalmólogos aquí en nuestro país.
Esto confirma la sanación que mi nieto había recibido. La gloria y l a honra a
Dios Padre todo poderoso. Amén.

Oración
Amado Señor, bueno y lleno de misericordia, que por tus llagas pre- ciosas
seamos curados de toda enfermedad del alma y del cuerpo. Te imploramos,
liberes nuestro corazón del resentimiento, y nos concedas la gracia de perdonar a
todos aquellos que nos hicieron daño.
Que el bálsamo de tu Espíritu, traiga alivio al alma atribulada, que expe-
rimentemos paz, y volvamos a sentir alegría para vivir. Ya no deseamos levantarnos,
cada mañana, sin tener un propósito de hacer el bien, y por eso transfórmanos,
libéranos y sánanos, porque no queremos más gastar todo recurso en cosas que sólo
van a desgastar lo que estamos viviendo.
Señor, hoy quisiera realizar este acto de fe, hacer un firme propósit o contigo,
oh Señor, de cambiar de vida, de apartarme de lo que me lasti- ma, de ser un hombre
nuevo y una mujer nueva. Dame tu gracia Señor, porque solo no puedo, necesito
ayuda. Cambia mi corazón Señor, renuncio a la queja, al pesimismo; renuncio a
rebeldía, y quiero cono- certe más, ser tu amigo, quiero volver a tu casa.
Concédenos la llenura interior que sólo proporciona el bautismo del Es- píritu
Santo, derrámalo sobre nosotros, y bendícenos con el don de la salud física,
para que, llenados de fuerza y poder, seamos testimonios tuyos. Te pedimos gozar
de los dones espirituales, que ya se vaticinó por boca de tu antiguo profeta Joel,
hombre más grande de los nacidos de mujer, Juan el Bautista, y que, en la plenitud
de los tiempos, tu hijo Jesús, prometió a todos los que creerán en Él.
Señor, que tu misericordia se difunda sobre cada varón y mujer que con fe
clama por su curación. Te rogamos, apiádate de las súplicas de tu pueblo, no mires
nuestros pecados, sino nuestra fe y esperanza.
Sana, oh Señor, a tu pueblo, que en Ti confía. Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu
Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.




Capítulo 9
Amor que sana

















En realidad, sólo la gracia de vivir una fe bien arraigada y
madura, puede ser superior a un sentimiento sólo
emocional.
Hoy quisiera decirle simplemente algo muy be- llo: que Jesucristo se hace
presente en su vida, a través de su Palabra, y camina con usted, a su lado, con el don
de los Sacramentos. La bendi- ción, que su vida necesita, está al alcance de su
mano; bastaría con que usted confíe en que, con Él, siempre es posible un cambio.
Es frecuente, en personas sometidas al poderío del sentimiento o la pura emoción,
escuchar que les cuesta mucho creer, porque cuando oran, no sienten la presencia
Señor, y por lo tanto, su- ponen que Él no está enterándose de ellos.
En realidad, sólo la gracia de vivir una fe bien arraigada y madura, puede ser
superior a un sen- timiento sólo emocional. Cuando consagramos al Señor el lugar
que le compete en nuestra vida, la fe se trasforma en una relación más
personal y profunda; permanece en nuestra alma, aunque tal vez nos sintamos
cansados por el trabajo de la jornada diaria, o incluso mal humorados porque
ciertas circunstancias no han salido bien.
A las personas enfermas que están en la prueba de un fuerte combate espiritual
porque, mientras

esperan una respuesta de Dios a sus plegarias , más tiempo transcurre, más
dificultades se les presentan, y más difícil se les hace seguir cre- yendo, quisiera
darles un mensaje de certeza y esperanza.
El Dios de la Sagrada Escritura, que nosotro s predicamos, es un Dios fiel y
misericordioso, qu e sana los corazones lacerados de sus hijos, y ven- da las heridas
den aquel hombre que en la en- fermedad, experimenta el dolor, no sólo del sufri
miento físico, sino toda su impotencia y su finitud.
La enfermedad es sin duda, un pasaje muy es- pecial, de prueba y tentación. Cuando
domina la desesperación puede empujar al hombre hacia al encierro sobre sí mismo,
inclusive, a la abierta rebelión contra Dios.
La persona enferma puede al revés, hacerse más madura, cuando llega a
comprender lo que es verdaderamente esencial en su vida, y lo que no lo es.
En el misterio oscuro del sufrimiento, el hombre puede sentir el deseo de una
búsqueda de Dios, y tomar la decisión de volver a Él.
El Salvador, al encontrarse con enfermos o cuantos viven una tragedia
personal, siente una profunda compasión que brota desde sus entra- ñas. Las
tantas curaciones, que relatan los Evan- gelios, son un signo estupendo de que
ha visitado y redimido a su pueblo” . Quiero citar algo muy valioso, que
dice el Papa Francisco en la Bula de apertura del “Jubileo de la
misericordia”.
El problema de muchos creyentes, dice Papa Francisco, es que tenemos una
imagen muy equivocada de Jesús, porque lo pensamos como





















En el misterio oscuro del sufrimiento, el hombre puede sentir el
deseo de una búsqueda de Dios, y tomar la decisión d e volver a
Él.

un juez, con quien debo cumplir ciertos pre-re-
quisitos morales, o legales, para poderme acer- car a
Él. Si opino que no soy bastante digno de estar en su
presencia, desespero por recibir su respuesta cuando
le hago oración. Pero esto no es nada más separado de
la verdad. Jesús es misericordia y compasión, por lo
tanto, Él nunca le dará la espalda, ni le va abandonar.
Aunque la mentalidad corriente del mundo le diga cada
día que no vale la pena seguir a Jesús, y que su fe e s vana,
Jesús es fiel, y usted es el sujeto que se b e - neficia de
compasión y misericordia. Vamos a meditar ahora un
pasaje del evangelio de Lucas, en el capítulo 19,
versículos 1 al 10.
Lucas 19:1-10










Jesús miró hacia arriba y le dijo: “Zaqueo, baja en
seguida. Tengo que quedar- me hoy en tu casa”.
Lucas 19, 5

La conversión de Zaqueo
1 Jesús llegó a Jericó y comenzó a cruzar la ciu- dad. 2 Resulta
había allí un hombre llamado Zaqueo, jefe de los recaudadores
impuestos, que era muy rico. 3 Estaba tratando de ver quién era
Jesús, pero la multitud se lo impedía, pues era de baja estatura.
Por eso se adelantó co- rriendo y se subió a un árbol para poder
verlo, ya que Jesús iba a pasar por allí. 5 Llegando al lugar, Jesús
miró hacia arriba y le dijo: “Zaqueo, baja en seguida. Tengo que
quedarme hoy en tu casa”. 6 Así que se apresuró a bajar y, muy
contento, recibió a Jesús en su casa. 7 Al ver esto, todos empezaron
a murmurar: “Ha ido a hospedarse con un pecador.” 8 Pero Zaqueo
dijo resueltamente: “Mira, Señor: Ahora mismo voy a dar a
los pobres la mitad de mis bienes, y si en algo he defraudado a
alguien, le devolveré cuatro veces la cantidad que sea”. 9 “Hoy
llegado la

salvación a esta casa” le dijo Jesús, “ya que éste también es hijo
Abraham. 10 Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar
que se había perdido”.
La primera impresión que tenemos, es que Za- queo es un nombre reconocido
como malo, así que nadie daría ese nombre a su hijo. Pero es muy importante saber
que Zaqueo en hebreo quiere decir puro o inocente; lo que estimula a tratar de
entender un poco más en profundidad, quién era este hombre, y qué hacía en su
vida, para darle toda esa pésima fama de la que gozaba.
Es preciso recalcar que el pueblo judío tiene la costumbre, cuando al octavo día
nacimien- to una familia le atribuye el nombre a un hijo para que sea circuncidado,
ese nombre hable de la misión que se tiene pensado para esa nueva criatura. Los
padres de Zaqueo querían entonces expresar, que el proyecto futuro imaginado para
ese niño, tendría que ver con la pureza y la ino- cencia. Pero en el transcurso de
su vida, ¿qué le pasó, para que ese proyecto de vida no sólo fuera truncado,
sino que cambiara radicalmente de camino?
Sabemos que él era recaudador, jefe de impues - tos en un tiempo —primer siglo de
nuestra era — en que los judíos vivían bajo la opresión del poder imperial de Roma, y
que los pesados tributos, iban al César. ¿Se da cuenta de la amarga frus- tración
que eso generaba? Extranjeros paganos vienen a su casa, le estropean, vulneran sus
dere- chos civiles y religiosos, y cada día le sacan dine- ro, para que ese atropello
perpetuándose en el tiempo. Zaqueo que, siendo judío, colaboraba con esta tarea
deplorable, era muy mal visto ; considerado —además— un traidor, porque los








Zaqueo, en hebreo, quiere decir puro, inocente.







Ser juzgado impuro y no poder asistir al Templo, significaba la
imposibilidad de tener un encuentro con el Señor.

israelitas no podían admitir cómo alguien de su propia raza, sólo por amor al
dinero, favoreciera a que el duro dominio romano siguiera aplastando al pueblo
judío. Esta situación hacía de Zaqueo una persona impura, que no podía participar
con los demás israelitas, del culto a Dios.
Y para un judío ser juzgado impuro y no pode r asistir al Templo, significaba
la imposibilidad d e tener un encuentro con el Señor. Entonces Za- queo, no
solamente vivía un cambio radical de su proyecto de vida inicial, sino que llegó
muy experimentado en el rechazo.
Qué triste es la vida de uno que tiene un alto cargo social y mucho dinero en
el bolsillo, pero que no sabe quién irá a estar a su lado en los momentos más
difíciles. Este hombre sufría una profunda enfermedad del alma, la soledad: apar-
tado de Dios y sin el abrazo sincero y genuino de los hombres, porque al ser muy
tenía amigos solamente por calculo o interés. Zaqueo obtuvo este convenio,
pagando un alto precio, siendo el puesto de cobrador de impuestos un cargo muy
requerido por la grande ganancia que asegura- ba. Así, no sólo recaudaba los
impuestos que el Imperio le solicitaba, sino que también se aumen- taba un
“extra” para su propio bolsillo y para recu- perar los gastos de servicio. Un
corrupto y detestable que se enriquecía a sus espaldas: esto representaba
Zaqueo.
Existen personas que dicen: “yo no puedo ser bueno, nunca en mi
vida he experimentado la inocencia, ni la pureza, soy un caso
perdido” . Están las personas que tienen mucha experiencia en el rechazo, que
hoy les pregunto con cuánt a gente cuentan realmente en las dificultades, y s i
responden con sinceridad, no asoman a su men-

te un solo nombre. A las personas que se sienten detestables, hoy el Evangelio les
recuerda que los brazos del Padre y del Redentor, están abiertos para todo aquel
ha sufrido el rechazo, el des - precio y el flagelo del pecado.
El amor de Dios no mira sus antecedentes, no se detiene ante lo malo que ha
hecho. La mise- ricordia del Señor es grande, para con quien se convierte,
reconoce sus faltas, remedia el mal co- metido y cambia de vida.
En el mundo, basta con que usted haya co- metido un error grave, para que
sobre su frente aparezca una etiqueta de pecador o pecadora, y entre al catálogo
de aquellos que no son bien- venidos. Pero lo que le podría excluir del mundo, no le
aparta del Sagrado Corazón de Jesús, ni del amor del Padre, que conoce su
sufrimiento, su carga, y que, a pesar de todo, deja que el pro- yecto divino, con el
creado, pueda cum- plirse.
Zaqueo percibió en Jesús a alguien totalmente distinto de los demás.
Seguramente escuchó los comentarios del Maestro: que come con prosti- tutas y
pecadores; que no tiene temor de tocar a los leprosos; que vive un amor radical
y con- tra toda la corriente de lo que en ese tiempo se acostumbraba. Zaqueo
había escuchado de este Maestro de Nazaret, e intuía en Él la respuesta a una
oración silenciosa, a una oración que no podía hacer delante del Templo, o en la
sinago- ga, pero que desde tiempo le ardía en el corazón. Eso fue lo que lo movió
subirse al árbol, que se cuenta era un sicómoro, para acercarse a aquel hombre, que
sólo podía traer un cambio rotundo a su vida infeliz.
Sin duda, el encuentro con Jesús no es senci-














Lo que le podría excluir del mundo, no le aparta del Sagrado
Corazón de Jesús, ni del amor del Padre, que co- noce su
sufrimiento

llo, debemos vencer ciertos obstáculos, que para Zaqueo fueron su baja estatura, y la
gran multitud que rodeaba a Jesús. Considero que, para nosotros, los obstáculos
más frecuentes que tenemos son tres.
El primer obstáculo, es preocuparse de qué dirá la gente, si levanto mis brazos
alabar al Señor, y cómo reaccionarán los familiares y amigos, cuando usted, con
corazón gozoso, les dice: “quiero entregar mi vida a Jesús” . Es muy
probable que le digan “fanático” . Usted entonces debe responder: “fanático,
no sé; pero, seguramente feliz” , porque nada, ni nadie, puede darle a
corazón lo que realmente necesita, y si para eso hay que sufrir el peso de la burla,
siempre la pena hacerlo.
Prefiero que me tilden de fanático, y tener gozo en el corazón, a qu e la gente
me abrace formalmente, mientras lo que siento en el interior es una grande soledad.
La persona que más le critica por haberse acercado al Señor, será la primera que
buscarle cuando tenga problemas, y
¿sabe por qué?, la razón es que, en un entorno donde todo es chisme , borrachera y
superficialidad, no se puede confiar en nadie que vive e n ese ambiente, porque
una ayuda le podrá venir sólo de alguien que ora y busca a Dios.
Si sabe llevar el peso de ser cuestionado, usted va a ser instrumento de mucha
bendición para quien ahora le apunta y hace broma de usted, porque al fondo de
cosas, el que más le ofende, es el que en realidad más necesita de Dios.
Un segundo obstáculo, es el tratar de justificar la indolencia en buscar a l Señor,
cuando decimos: “no tengo tiempo para Dios” , porque sería mejor
reconocer: “no me doy el tiempo para Dios” .
Pregúntese, por favor, ¿por cuántas horas al día vemos programas de pura diversión
en la televisión? ¿Cuántos minutos de su día le roba estar chateando dentro de las
sociales? ¿Cómo puede uno atreverse a decir que no hay tiempo para Dios?
Si tiene tiempo libre en el trabajo, allí rece. Por qué no se levanta treinta minutos
temprano, y se coloca delante del Señor diciéndole: “Jesús, te pido tu Espíritu
Santo, para enfrentar este día, y vivirlo con gozo y paz”.
Pida al Espíritu Santo, para no quejarse, dése el tiempo para vivir una

relación personal con Dios, no dé falsas excu- sas. Cuánta gente dice no tener
tiempo para ir el domingo a misa, ¡pero pasa toda la tarde frente al televisor
viendo fútbol! Hay personas, que el domingo duermen el día entero, pero al
llegar el lunes, siguen igual de agobiados. El descanso no es algo sólo del cuerpo,
también del alma.
Si durante la semana vivimos entre malas pala- bras, peores actitudes, y a veces
torpezas, nuestra alma se va cargando más con el peso de este lastre. Pero cuando
voy a la Santa Misa el domingo, tomo todos esos gravámenes, los pon- go sobre
altar y oro: “Señor, te ofrezco esta carga” . Él toma mi carga, me da su
san- gre, y así empiezo la semana con bendición y en victoria. Si usted hoy está
derrota, cansado, si las cosas no le salen bien… entonces, ¿por qué no empieza
domingo asistiendo en familia a la Santa Misa?, y le dice al Señor: “aquí estamos,
para descargar el alma y recibir tu bendición”.
Le garantizo que su semana será totalmente distinta, porque demasiado a
menudo nos olvi- damos que el verdadero problema, que causa nuestras
ansiedades y sufrimientos, no es Dios, somos nosotros mismos, y la falta de
disponibili- dad que tenemos para recibir las bendiciones que Él quiere darnos, y
que nosotros, al revés, libre- mente rechazamos.
El tercer obstáculo es el orgullo, que hace decir a las personas: “todo lo que
tengo, es debido a mi esfuerzo” . “Yo tengo una red de contac- tos
muy grande, soy una persona muy bien re- lacionada y
socialmente apreciada, tengo una pesada cuenta de ahorros y un
buen vehículo” .
¡Qué soberbia tan dañina! Pero qué puede hacer,












“Señor, te ofrezc o esta carga”. Él tom a mi carga, me da su
cuerpo y sangre y así empiezo la se- mana con bendición y
en victoria.

cuando la vida le presente una situación donde todos sus contactos, su dinero, su
capacidad y sus títulos no puedan socorrerle; por ejemplo:
¿quién puede sacarle de un cáncer terminal? Nada ni nadie podrá. Ahí tendrá que
arrodillarse delante de Jesús y arrepentirse amargamente de sus pecados, y decirle
: “Señor, ya no más mi confianza en otros ho m - bres, mi
confianza es únicamente digna del que murió crucificado en
e l Calvario por amor a mí; no confío en nadie más, solamente
amigo que nunca falla, Jesús de Nazaret”.
Zaqueo, con mucha destreza logra subirse a un árbol, y desde ahí con- templa al que
estaba buscando. Para Zaqueo, la solución a sus pro- blemas fue vencer la
vergüenza de subir al sicómoro, cuyos frutos eran comida para los cerdos, animales
considerados impuros.
Para nosotros, la solución al obstáculo del temor por lo que dirán los de- más, al
obstáculo de la falsa pretensión de no tener tiempo y al obstáculo del orgullo que nos
domina, es la perseverancia. No me importa el qué dirán, si esto sirve para dar
testimonio de Dios; no importa si hay tiempo o no hay tiempo; que duerma un poco
menos; vea menos televisión; sino que busque a Dios, y participe en familia de la
Santa Misa.
Zaqueo estuvo en el lugar y el momento apropiado, y esto provocó el
encuentro con Jesús. Cuando yo participo de la Eucaristía, estoy en el lugar y
en el momento apropiado y ¿sabe usted por qué? Porque cada templo católico es
la casa de Dios, y Dios le recibe con los brazos abier- tos; Él conoce su necesidad,
luchas y le da bendición y victoria.
Las bendiciones de Dios, pasan a través de tu participación en el Sacri - ficio
Eucarístico, de la homilía del sacerdote, de la paz que te proporci o - na recibir
dignamente la Hostia Consagrada, porque la Palabra de Dios, cuando cae en tierra
buena de un corazón arrepentido y creyente, siem- pre da abundante fruto. Así como
Zaqueo subió al árbol, nosotros vamos a perseverar para vencer estas cosas que no
permiten el encuentro con Jesús.
Jesús, al mirarlo —a Zaqueo— le dijo : “Baja enseguida, tengo que
darme hoy en tu casa” . ¡Qué bendición tan grande! Jesús, el que era
prácticamente seguido por multitudes, que había podido quedarse en cualquier
lugar en esa ciudad, elige a Zaqueo, se quiere sentar a su mesa.

Al compartir con él, le devuelve la dignidad perdida, y le dice: “Zaqueo yo
rechazo, no veo tu historia, sino tu corazón, porque es posible un
cambio”.
Hoy Dios te invita a su mesa, te ofrece una nueva oportunidad y hace posible la
conversión, que tu vida necesita. Jesús comparte con Zaqueo, no porque apruebe
que él hizo. El Señor no es amigo del pecado, sino que es amigo del pecador, porque
espera que seamos buenos, para acercarse a nosotros, sino que Él quiere abrazarnos
para que, cerca de Él, podamos ser buenos.
El encuentro con Jesús tiene que llevarnos a un cambio radical, a una
transformación de corazón, porque provoca una alegría en el interior, que no tiene
igual. Esa misma alegría, la que contagió a Zaqueo, produce obras de justicia: él
dará la mitad de sus bienes a los pobres, y devolverá cuatro veces más lo que había
defraudado. Es muy importante recalcar que Jesús no le pide un centavo a Zaqueo,
pero éste se siente tan amado por Dios, que la mejor respuesta que tiene a ese amor
despojarse de lo que era su ídolo: El dinero.
Zaqueo encuentra el valor de ser un hombre libre, porque renuncia a lo que lo
llevó a ese estado de muerte espiritual, a dar la espalda a su s padres, a su pueblo, y al
proyecto que Dios tenía para él. Ahora fina l - mente es un hombre renovado,
sanado. Por eso no basta con reconocer lo que en mi vida me lastima, que produce
herida del rechazo y de la soledad; debo estar dispuesto a renunciar a todo eso, y
cambios drásticos. Sólo cuando el ídolo que ocupa el primer lugar en mi corazón es
destronado y derrotado, solamente ahí se puede tener un auténtico
seguimiento a Cristo.
No puedo decir que amo a Dios, y seguir en la borrachera; o que quiero seguir
y continuar en la droga. No es posible, ésa es una false- dad sin remedio.
Tal vez hoy usted diga: “quiero cambiar, pero no tengo la fuerza”
de acuerdo, usted no tiene la fuerza, pero Jesús sí. Él tiene la fuerza para vencer
pecado, para que aquello que hoy es el dueño de su esclavitud y que tanto le agobia,
derrotado, y Jesús de Nazaret tome el primer lugar y el control de su vida.
Necesitamos pasar por una profunda ex- periencia de arrepentimiento, sentir
dolor por el pecado, que nos duela

fallarle a Jesús, para no volverlo a hacer.
Si hoy hay algo que lastima mi vida, si estoy atado a un pecado y esto hace
seres queridos en mi casa, y me arrepiento de ese pe- cado, tengo que acercarme
personas que he lastimado, y decirles: “perdón, quiero cambiar” . Y sobre
todo, no basta con pedir perdón, hay que reparar al mal que nuestro pecado causó
demás. Solamente así, vamos a gozar de una conciencia tranquila, de paz en el
corazón.
Hoy puede ser el tiempo oportuno para que se decida a perder, para ganar.
Atrévase a dejar atrás el pasado, para recibir la bendición de Dios; renuncie a
enfermedad, al pecado, para tomar la Gloria de Dios. Re- cuérdese que el texto
Lucas termina diciendo: “El Hijo del hombre vino a buscar y a salvar
que se había perdido”.
Hoy Dios le está buscando; entonces déjese encontrar, ya no ponga
obstáculos. Ríndase a las manos del Salvador, y Él va a levantarle, va a regalarle
vida nueva; va a sanar su cuerpo; va a curar su alma; va a liberar su corazón y
nunca más será la misma de antes. Es por esta razón que el Evangelio dice que,
Jesús “ha llegado la salvación a esta casa” ; porque fue tan impactante
el testimonio de Zaqueo, de despojarse de sus bienes, de romper su relación
íntima con el ídolo di- nero, que su familia y los más allegados, fueron todos
afectados por su conversión, y acabaron encontrándose con Jesús.
Rezar cada día en casa y en familia es un testimonio tan sencillo, que puede afectar
la gente que vive bajo su propio techo, para que se sien- tan atraídos hacia Jesús, y
así, que su hogar cambie verdaderamente.
¿Estamos dispuestos hoy a hacer un compromiso con el Señor, a rezar cada día
en familia?




Testimonio – Rocío Valenzuela


En la ciudad de San Lorenzo, Paraguay, participé en un Encuentro Ca- tólico de fe y
sanación, que se llevó a cabo los días 20 y 21 de febrero del año 2016.
Mientras hacía oración con el hermano R.P., me causó gran conmoción cuando
dijo: “Usted quedará embarazada antes que concluya este año y
bebé será varón”.
Ya había visitado seis ginecólogos paraguayos, entre ellos dos expertos en
fertilidad, los cuáles me dijeron que no podría embarazarme de form a natural, que
sólo podría lograrlo con inseminación artificial, pero con sól o un 40 por ciento de
probabilidades de que este procedimiento tuviera éxito.
Las razones de no poder embarazarme resultaban ser por el estrés , sobre
peso, y del mucho trabajo. Me parecía que se estaban —definit i - vamente—
cerrando las puertas de la esperanza de ser madre. Luego d e tres años de búsqueda
de una solución con medicina natural, medica- mentos varios, ginecólogos
expertos en fertilidad, miles de estudios, etc., junto con mi esposo gastamos todo
nuestro dinero, por intentar procrear un hijo, pero sin resultados.
Hoy, puedo dar mi testimonio de vida, sobre este gran don que recibí, que sólo
fue posible con la bendición de Dios, porque la ciencia médica nada no pudo
conmigo.
Los doctores ya me daban como un caso perdido, a no ser que pague 25 millones
guaraníes, para una inseminación de muy probables re- sultados negativos.
Pero como los tiempos de Dios son perfectos, yo sabía que llegaría ese grandioso
día; y el día llegó, luego de un retraso en mi periodo menstrual el 06 de junio de
cuando los resultados del análisis de sangre indi- caron cinco semanas de embarazo.

Dios es fiel, no me falló, cumplió su promesa, pero en el momento e n que Él
quiso. Por eso me preparó, probó mi fe durante años, y me dio lec- ciones de vida.
puedo decirles que la tormenta pasó, y hay un bebé en camino, fruto de una gran
bendición, que los ginecólogos que me trataron, todavía no consiguen
entenderlo. Transcurrieron las semanas y la promesa del Señor se cumplió a
cabalidad, la ecografía de contro l prenatal confirmó que estoy esperando un
hermoso varón. Todo es par a dar gloria del Señor. Amén.


[o\









Testimonio – Romy Castro


Con el corazón lleno de alegría y agradecimiento a Dios, por la gran
maravilla que ha hecho en la vida de mi hijo, quisiera dar mi testimonio d e fe y de
vida, en dos oportunidades en que Dios nos mostró su fidelida d y amor.
Durante el embarazo de mi segundo hijo, Mauricio, detectaron a los cinco
meses, una hidronefrosis en el riñón izquierdo de mi bebé. Esa malformación
se debía a una obstrucción en uno de los conductos que van al riñón, causando así
éste perdiera paulatinamente parte de su funcionalidad.
El pronóstico de los médicos era que ese riñón, para cuando naciera mi hijo,
estuviera gravemente dañado, por lo que tendrían que operarlo para sacárselo. Desde
ese momento que recibimos la noticia, todos en mi familia comenzamos a orar al
Señor, para que no sea así.

Yo estaba desesperada, y me sentía impotente de no poder ayudar a mi hijo,
sabiendo lo que se le venía, y los diagnósticos de los doctores no eran alentadores.
En una oportunidad, conversando con mi cuñada, ella me invitó a ir a las reuniones
de oración por los enfermos, donde predicaba el hermano R.P . Fue así que llegamos
ir, junto con mi familia. Al final del encuentro, R.P . dijo que oremos al Espíritu
especialmente por las necesidades de los niños pequeños. Siendo yo embarazada,
me acerqué a él para que me ayudara para implorar al Señor, por la sanación de mi
Me he quedado íntimamente convencida, desde esa misma noche, que el proceso
sanación de mi bebé, había empezado a producirse desde entonces.
En mi sucesivo control ecográfico, el doctor notó una mejoría en el p a - rénquima
del riñón, que no se veía ya tan delgado, aunque la dilatación del conducto continuaba.
Para mí, ya era una señal de que ese riñón no se perdería.
Mi hijo nació y saliendo de la clínica, volvimos a hacerle el control del
riñón. La dilatación había aumentado considerablemente, aunque toda- vía requería
la operación. Antes de la operación, me encontraba con mi mamá en la recepción
clínica, y le estaba diciendo que quería ir a buscar a R.P. para que orara por Mauricio.
poco rato de decirle eso, vi entrar a R.P., y pararse al lado mío a conversar con
persona. Yo no lo podía creer, no podía ser una pura coincidencia, y ahí mismo
qu e oráramos juntos por mi bebé. Al final de la oración, él me dijo: “Dios
realizado una gran obra en Mauricio, para que usted pueda dar
gran testimonio de su poder misericordioso”.
Mi hijo se operó, y cuando lo abrieron, no hubo necesidad de quitarle el riñón,
se veía carnoso y con una muy buena funcionalidad, todo lo contrario de lo que se
creía. Hoy en día mi hijo tiene un riñón dentro de los parámetros normales, para la
Gloria Dios, que nos ha mostrado su inmenso amor.


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Testimonio – Adela Cardona


Soy casada, tengo 3 hijos y de profesión profesora. El motivo de mi relato es
para decirle lo que me sucedió, el primer lunes que asistí a las Jornadas de
Evangelización en el Coliseo del Colegio “Don Bosco”.
Invitada por mi cuñada, vine a pedir sanación para mi esposo, porque a él le
diagnosticaron cáncer de próstata, pero la parte difícil para mí era cuando quería
aplaudir y levantar las manos, no podía hacerlo porque hace más de 6 años que
sufro del síndrome del túnel carpiano (adorme- cimiento y dolor en las manos).
Empecé a pedirle al Señor que me curara, porque yo quería aplaudir y levantar
manos, para glorificarlo y alabarlo, sin darme cuenta empec é hacer lo que hace
mucho tiempo no hacía, y sin dolor solo un pequeño adormecimiento en los dedos
nada más.
Desde ese día alabo y glorifico al Señor con mis manos, que fuero n sanadas
por fe, ya no hay dolor gracias al Señor.
Gracias Señor por estos momentos de fe y de amor. Amen


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Oración
Amado Jesús, te reconocemos como el Señor, para gloria de Dios Pa- dre. Te ruego,
que venga el Santo Espíritu, para que toque, con su poder, la mente y el corazón de
todos nosotros. Pongo en tus manos el alma atribulada de las personas
confundidas por el error, y el pecado, los her- manos que no encuentran una salida
clara a los problemas que están viviendo.
Tú que ya curaste a muchos afligidos, nos donaste una sanación def i - nitiva:
victoria del Amor sobre el pecado y la muerte, por medio del sa - crificio de
cuando tomaste por encima de tus hombros llagado s todo el peso del mal y quitaste
“pecado del mundo”.
Que sea hoy el don de tu gracia, la que coloque paz en el corazón de cada uno de
que sea tu Espíritu, el que se mueva en nuestro inte- rior, para llevarnos a un
arrepentimiento sincero, a una íntima conversión, y a un cambio verdadero.
Como sucedió con Zaqueo, necesitamos una vida nueva; ayúdanos a seguirte y
servirte de todo corazón.
A Él la gloria por los siglos. Amén.

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