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“Señor, muéstranos al Padre y nos bas- ta. Jesús le respon- dió:
‘¿Tanto tiempo he estado con us- tedes, y todavía no me
conoces? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre.’”
Juan 14, 8 – 9
“Porque en verdad les digo que, si ustedes tienen fe como
un grano de mostaza, dirán a este monte: ‘Pásate de aquí
allá,’ y se pasará; y nada les será imposible”.
Mateo 17:20
Mateo 17:20 Y Jesús les dijo: “Porque en ver- dad les digo que, si ustedes
tienen fe como un grano de mostaza, dirán a este monte: ‘Pásate de aquí allá,’ y
pasará; y nada les será imposible”.
Si nuestra fe es como la semilla de mostaza, nada será imposible, y no
importa si usted está desahuciado o tiene algo incurable.
El secreto está precisamente en tener una fe como la semilla de mostaza. La
imagen que Je- sús utiliza para describir la fe es fantástica: Una semilla ¿por
qué? Porque la fe, que primero es un regalo que viene de Dios, necesita
cultivarse para crecer. Usted precisa leer la Palabra de Dios y hacer oración, para
la fe crezca. No es algo que le sucederá de repente, o sin ningún esfuer- zo, sino
necesaria nuestra cooperación.
Por eso quiero animarle a realizar un compro- miso en su vida, para que
pueda experimentar grandes bendiciones del Señor. Lea diariamente la Santa
Biblia, medítela en oración y ponga en práctica sus enseñanzas. Así su fe crecerá
ser á robusta para llegar a confiar plenamente en l a gracia y el poder del Señor.
Alguien podría decir: “No sé si Dios va a curar- me, porque tengo
poca fe”. En verdad creo que también yo tengo poca fe, pero lo important e
tamaño — y que sólo el Señor puede c o - nocer mirándonos en lo profundo del
corazón — sino dónde colocamos nuestra fe. Aunque los su- frimientos hayan
desgastado sus fuerzas, y quizás usted haya visto graves incoherencias en la vida
tantos cristianos, fragmentando su fe hasta dejarla tan pequeñita como una semilla
mostaza, hoy decida colocar toda su fe en Jesucristo, porque aquel que confía en
Él, no será defraudado.
Sabemos que algunos católicos leen el horóscopo, y ponen su con - fianza en
esta práctica; que otros se compran ropa interior de un ciert o color para el ritual
del año nuevo, poniendo su porvenir en una prenda de vestir y no en Cristo. En
mundo donde la gente considera muy común el uso de amuletos, algunas personas
dicen: “Voy a colocar una pata de conejo alrededor de mi cuello
que me vaya bien”. Póngase la cruz de Cristo, y le irá mejor.
La Carta a los hebreos en el capítulo 13, versículo 8, nos dice: “Jesucris- to
mismo ayer, hoy y siempre”
Jesús, que en los Evangelios caminaba curando y bendiciendo a la gen- te, es
mismo que se presenta cada domingo en la Santa Misa. Pode- mos entonces
preguntarnos: “¿Por qué ya no vemos sanaciones como las que
ocurrían en el Evangelio?”. Si bien Jesús no cambia, sí lo hace nuestra poca
fe.
Cuando no creemos de todo corazón que el Señor puede hacer gran- des obras,
crece en nosotros una sombra de duda que no nos permite ver la Gloria de Dios y
experimentar todo aquello que Él nos ha prometido.
Por lo tanto, necesitamos re-colocar nuestra mirada en Cristo y no en
prácticas mundanas que nos ofrecen un falso bienestar. Si usted utiliza amuletos
acostumbra a leer el horóscopo; si ha participado en lectura de cartas o cosas
similares, nunca más lo haga, pídale perdón al Señor por fallarle y dígale: “Voy
poner toda mi fe en Ti”.
Es muy frecuente observar que las personas de escasos recursos eco- nómicos son
las que más bendiciones reciben. Estas, al no tener dinero siquiera para la consulta
médica, no tienen mejor opción que orar y en- tregarse totalmente a Dios, poniendo
toda su fe en Él y experimentan a menudo las grandes maravillas del Señor.
Hoy, usted puede ser una de las personas que han agotado todos sus recursos
buscando la sanación. Ya no tiene dinero, no tiene amigos que lo ayuden, e incluso
hasta las personas de su familia le han dado la es- palda. Se siente triste y desanimado,
pensando que no hay salida. Pero Dios quizás ha permitido que todo aquello que
distraía le sea apartado, para que su mirada esté colocada solamente en Él. Cuando
Cristo es su prioridad, Él realiza grandes obras. Por eso, no se desanime colocando
su mirada en lo que ha perdido, ponga sus ojos en lo
que todavía tiene; porque podrán quitarle el dinero o la
amistad, pero nada, ni nadie puede quitarle la fe. Y es la
la que hace que Dios obre grandes bendiciones.
Cuide su fe y hágala crecer, porque si no tiene más
recursos, si su cuenta bancaria está vacía, que su
mayor riqueza sea su fe. Por eso los más pobres son los
ricos, porque no tienen nada más que la Fe, y no hay
posesión más valiosa que Jesucristo el Señor.
¿Cuál es el pecado más frecuente entre los que se
profesan cristianos? ¿Será el adulterio, la men- tira, el
robo? No, es la incredulidad.
Porque no pudieron creer lo que Dios haría por ellos,
que Él supliría sus necesidades, entonces robaron; no
creyeron que Dios podía avivar su matrimonio,
buscaron un amante. La Biblia dice que Dios nos da
todo lo que necesitamos; pero sólo lo obtendrá cuando
crea en sus promesas.
“Jesús le dijo: Tomás, porque me has visto, has
creído. Felices los que creen sin haber visto”.
Juan 20, 29
mi casa y ponga sus manos sobre ella, para que se sane y pueda
vivir!”
24 Jesús se fue con Jairo. Mucha gente se juntó alrededor de Jesús
lo acompañó.
35 Luego, llegaron unas personas desde la casa de Jairo, y le dijeron:
En cierta ocasión algunos me preguntaron: ¿Por qué usted inicia las reuniones de
oración con la intervención de un testimonio? Les dije que cuan - do se comparte
una reflexión espiritual, pued e ocurrir que unas ideas, o parte del discurso, no
quede claro por las limitaciones humanas que to- dos sufrimos. Entonces, para que
las personas presentes puedan recibir en plenitud el mensaje, hemos comprobado
que un testimonio, directo, hace más real, comprensible, y cotidiana la Pala- bra
Dios, que se les va anunciando.
El testimonio acerca las promesas de Dios a la vida de su pueblo, y desarrolla un
papel funda- mental en la obra de evangelización, no sólo por - que permite que se
haga concreto —en la vida — lo que leemos en la Santa Biblia, sino además
porque él nos mueve a realizarnos una pregunta: “Si Dios lo hizo con esa persona
que está com- partiendo su relato, ¿lo puede hacer conmigo también?”
El amor de Dios conoce las necesidades par- ticulares de todos los hombres. Ya
el libro del Éxodo proclamaba que el Señor, es el Dios de
“Si Dios lo hizo con esa persona que está compartiendo su
relato, ¿lo pue- de hacer conmigo también?”
Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, porque Él quiere tener una relación
directa y personal con el “tú” de cada persona, y no sólo con “el pueblo” de
su conjunto. Jesús en el Evangelio, nos asegura que el Padre conoce cuántos cabellos
hay en la cabeza de cada uno de sus hijos. ¿Cómo podemos entonces tener la
que Dios se ha olvidado de nosotros?
Cuando el apóstol Tomás escuchó la noticia de que Jesús había resuci- tado,
“si no meto mi dedo en sus llagas, no voy a creer”.
Tomás pide un signo, espera que Dios haga algo que lo ayude a supe- rar su
incredulidad, porque su fe era todavía muy frágil. Por eso, desd e entonces, muchos
han clasificado como emblema y símbolo por def i - nición del hombre incrédulo.
En realidad, lo que más agrada a Dios, es la sinceridad de un corazón humilde,
que no aparenta lo que realmente no es y no tiene. Con esa misma sinceridad, vamos
pedir que nos permita experimentar su presencia, cercana y real, a través del
Espíritu Santo. Que el Paráclit o prometido por Jesús, nos ayude a reflexionar
las Sagradas Escrituras , para que nuestra fe crezca.
Un relato del libro de los Hechos de los Apóstoles, en su capítulo 16 ver- sículos
31, nos brinda algunos principios, que ayudan a romper las cadenas, que impiden
bendición que Dios quiere darnos hoy. No hay nada más grande en la vida, que Dios
respondiendo a las necesidades profundas del ánimo humano, porque Él no es
indiferente; Él es Padre, y como tal, desea mostrar su amor a través de signos y
maravillas. Qu e sea para siempre alabado y glorificado, junto al Hijo y al Espíritu
Santo.
Hechos 16, 25 al 31
25 Cerca de la media noche, Pablo y Silas oraban y cantaban
“Señores, ¿qué ten- go que hacer para salvarme?” Ellos le
respondieron: “Cree en el Señor Jesús, y se salvarán, tú y tu
familia”.
Si reflexionamos sobre las situaciones más críticas que un ser human o pueda
experimentar, sin duda diríamos que es la cárcel, con toda certeza. Y si por desgracia
nos toca la aventura de vivirla, podríamos tener como primera reacción el renegar
Dios, o rebelarnos en su contra. Por eso, después de reconocer la gran fe de estos
apóstoles, deberíamos también preguntarnos: ¿Qué motiva a los dos, para
alabar a Dios en medio d e tanta dificultad?
Ellos pudieron hacerlo porque no habían puesto su mirada en lo que habían
perdido, sino en lo mucho que todavía les quedaba, y que los lle- naba de valor. Pero,
¿qué pasa con nosotros? La persona que recibe un diagnóstico de cáncer, contempla
desesperado cómo la salud se le está escapando de las manos. El que se da cuenta
han estafado, mira perdidos los ahorros de toda su vida. Cuando un cónyuge
conoce que ha sido traicionado por su pareja, siente como si se desmoronara todo
lo que antes había confiado. Es preciso tomar conciencia de que ésta es una estrategia
sutil y eficaz de Satanás, porque nos atrae a mirar sólo l o que nos está estropeando
perder de vista la esperanza. No caigamos en la trampa del tentador: puede que nos
quiten la libertad, el dinero, la salud o nuestro mismo hogar, pero nada, ni nadie,
nunca quitarnos la fe, la condición existencial privilegiada para permitir que grandes
prodi- gios sucedan en nuestra vida.
La fe es un don que recibimos de Dios, y que sólo si lo descuidamos, se
puede perder. San Pablo nos enseña que la fe entra al hombre por el oír la Palabra
de Dios, pero a veces, prestamos atención a cosas qu e no edifican, que no ayudan
crecer, ni a proteger la fe. Así, cuando l a crisis nos visita, nuestra primera respuesta
es de fe, sino la búsqueda de aquello de lo que nos hemos alimentado.
Un gran santo decía: “El corazón humano inhala por los ojos y los
dos, y exhala por la boca ” . Las dificultades rápidamente hacen salir l
tenemos en el corazón, como la cárcel mostró que los apóstoles, tenían a
Jesucristo en su corazón. ¿Qué tengo yo en mi corazón, que ha generado
reacciones que no preparan la manifestación del poder de Dios, sino que la
contrastan?
No permitamos que nos roben la fe, sino que tengamos la firme volu n - tad de
crecer, aunque sintamos que el ánimo nos abandona, que
ya no hay fuerzas para seguir adelante. Mientras guardamos viva la llama de la fe,
todo está perdido, porque hasta que permanezca un aliento de fe, estamos abiertos
posibilidad de que un cambio entre en soco- rro de nuestra vida.
Podríamos entonces preguntarnos: ¿Por qué alabar a Dios en los mo - mentos
difíciles? Si las dificultades dan a conocer lo que tengo en mi c o - razón, y lo que
es alabanza, agradecimiento y fe, esa circunstancia es un poderoso testimonio para
las personas que me rodean. Este relat o tiene un gran beneficiado de la conducta
Pablo y Silas; de las celeste s melodías que conmovieron los muros y rompieron
cadenas, ayudaron a alguien que ni siquiera tenía fe; ¿a quién?: al mismo carcelero.
La bendición de Dios que visita la casa del carcelero, por la alabanz a que
Pablo y Silas estaban realizando en medio de sus dificultades; quier e decir que
aprietos donde hoy nos encontramos, hay otra gente al- rededor, mirando y
escuchando nuestra actitud. Son personas que llegan a un encuentro poderoso con
Dios, a través de nuestro testimonio de fe.
En sí mismos, no tienen la capacidad de poner en marcha ese cam- bio,
porque sus corazones no tienen la humildad para decir: “preciso de Dios”
Entonces será nuestra alabanza y testimonio de fe en la prueba que nos toca, que
hagan, a estas personas, mirarnos y decir: “si es e hombre, o esa mujer
ama y es fiel a Dios en medio de todo lo que le está
pasando, realmente Dios debe estar con él o ella”.
Tal vez, a partir del mismo mal, del sufrimiento, es cuando alguien se
pregunta: “¿Por qué Dios permitió lo que estoy viviendo?” , y puede
salir un fuerte signo de la inmensa bondad del Señor.
La bendición que recibiste, manifestará a la vez la gloria del poder mise- ricordioso
de Dios, y ojalá las personas que caminan a tu lado, en tu fami- lia, o los amigos,
aquellos que usted más ama, pero que no tienen algú n interés en encontrarse con
¡que finalmente puedan encontrarse co n Él! Su testimonio será entonces la
herramienta que Dios utilizará, para llegar a ese corazón por el cual usted ora, para
que se convierta. Dios se puede servir también de una pobre escasez humana, de
nuestra misma tribulación, para derramar su abundante bendición. Entonces, ¿por
qu é desanimarse o bajar los brazos? ¡Que sea por siempre glorificado y al a - bado
nombre del Señor!
Entramos a la cárcel de nuestras angustias, cuando asumimos que to- das las
elecciones que hemos tomado son buenas, en lugar de consultar a Dios en la oración,
es precisamente su voluntad que tomemos una opción u otra. Hay caminos que
para el hombre aparecen rectos, per o que en su fin llegan a la muerte del alma.
Por lo tanto, quien perdió la libertad interior por sus malas decisiones, debe esperar
en la misericordia de Dios. Somos todos hijos de un Dios, que nos ofrece siempre
segunda oportunidad, porque nunca es de- masiado tarde para cambiar de rumbo.
No es tarde para recomenzar a vivir un buen matrimonio, o abandonar el pecado,
elegir ser feliz.
Si bien Pablo y Silas fueron presos por injusticia y calumnias, hay otras personas
que están en una cárcel de depresión, de separación familiar, de pecado. Ellos están
ahí, no por injusticia, sino porque sus propias decisiones los llevaron allí. Hoy,
Dios habla a esas personas que dicen: “yo no puedo cambiar, no tengo
salvación y no soy digno de recibir una bendición de Dios” . Que
puedan en serio tener fe en la misericordia de Dios, porque nuestro Dios, es un
Padre que nunca se cansa de perdo- narnos.
Porque siempre se puede volver a empezar, como para reconciliarte con tus
hermanos, con los cuales no hablas desde años. Nunca es de- masiado tarde para
abandonar aquel vicio que te hace esclavo. Si usted hoy confía en la misericordia
Dios, Él puede romper esa cadena que no le permite vivir una vida plena. Hoy, el
puede extender su mano poderosa sobre tu vida desastrosa. Él le invita a tomar esta
oportunida d de conversión, y si usted cree —con toda su mente y corazón—
en l a misericordia de Dios, su vida cambiará, el pasado quedará atrás y lo que viene
adelante, será la bendición del Señor.
Si usted está injustamente en la cárcel de una pesada enfermedad, y le parece no
haber hecho nada para merecerlo, porque toda su vida ha ca- minado rectamente
entiende por qué le está sucediendo todo eso , usted también necesita confiar en
poder de Dios.
Movido por la fe, el que está hoy preso en la depresión, puede esperar y creer, que
poder sea mayor que cualquier circunstancia que lo ha llevado a ese lugar de dolor.
cadenas que lo tienen atado, se podrán romper, y el poder de Dios sabrá venir en
de sus sufrimientos.
Invite al Espíritu Santo para que glorifique el Santo Nombre de Jesucri s - to, porque
lo único que Él quiere, es que todos los hombres se convierten y sigan a Jesús. El
Espíritu Santo desea regalarte hoy una vida nueva, y aunque usted no
encuentre las palabras más apropiadas para orar, y expresar la necesidad interior
que usted carga, crea que Él es Dios, que tiene poder y que le ama. Él puede hacer
obra en su vida, ya no tiene que esperar más, éste es el día que hizo el Señor, para
bendecirte con su gracia abundante.
Perciba la presencia del Espíritu Santo, usted es su templo y Él está
actuando; le ayuda a experimentar la misericordia de Dios, el perdón de l Padre
amor infinito. No hay nada tan malo en su vida, que le impid a recibir el perdón
Él le ama y por ese amor obrará maravillas de liberación en su historia.
Testimonio – Lizabeth Viruez
Participé un lunes 9 de mayo 2016 de las Jornadas de Evangelización, organizada
por la Comunidad Betania, y recuerdo que venía a orar por una prima, que iba a
tener su bebé, y estaba pasando por un momento difícil.
Venía también a pedir por la salud delicada de mi abuelo, y entre todas las personas
estaba yo, y mi petición.
Soy mamá de un niño de 12 años; en diciembre del 2013 intentamos un nuevo
embarazo y llegó. A las 32 semanas, el bebé se quedó sin latidos, y perdimos el
embarazo. Fue, sin duda, algo que sacudió mi vida y la de mi familia para siempre.
Luego de pedirle al Señor que sanara mi corazón y aliviara mi carga,
habíamos intentado durante 8 meses un nuevo embarazo, pero no venía . Yo estaba
angustiada, pero al mismo tiempo confiada en que el Seño r haría su obra en mí.
En ese momento, durante una reunión de oración, el hermano R.P. comentó algo
acerca de las mamás que buscaban em- barazarse. Dijo: “Esa bendición
llegará a sus vidas, créanlo y pídanlo al Señor, con fe. Por favor,
llegar a su casa realice un acto de fe, elija un nombre para la criatura
que usted pidió a Dios y que ya está en camino”.
En ese momento me identifiqué plenamente con las palabras que pr o - nunciaba
R.P. y le pedí al Señor, que no sólo me mandara un bebé, sino dos. Estaba convencida
del gran amor del Señor y sabía que Él tenía planes maravillosos para mi vida.
Le dije: “Señor, soy tu hija y sé que esta obra, vas a hacerla en
no solo te pido un bebé, sino dos” . Fue así que llegué a mi casa emo- cionada,
le conté a mi esposo y me dijo: “Bueno, elijamos un nombre” y le dije:
elijamos dos, porque sé que Dios me dará dos bebés” . A los pocos
me hice una prueba de sangre, que confirmo que estab a embarazada.
Más adelante, para gran sorpresa y bendición mía, me realizaron un a ecografía y el
doctor me confirmó que dos bebés estaban en camino , cada uno con un
corazón que latía fuerte diciéndonos una y otra vez: “Dios es Padre, un
Padre que nos ama y quiere bendecirnos”.
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Testimonio – Desireé Claros
Por más de 20 años sufrí de migraña crónica, una enfermedad heredi- taria, sin
cura, como me lo dijeron varios médicos a los que visité. Con sólo 12 añitos,
me llegó esta enfermedad inaguantable, y se convirtió
—sarcásticamente hablando— en “mi mejor amiga”: La que nunca t e
abandona.
Cada día me levantaba con dolor de cabeza. Algunos días, se me acen- tuaba más.
Las personas que sabían lo que tenía, no se explicaban cómo hacía para estar
sonriendo y tener buen trato con la gente, pero yo ha- cía mucho esfuerzo para
conseguir todo esto, ya que ni la luz toleraba. Asumí que tenía que cargar esta cruz
día, dándole gracias a Dios porque estaba viva y por todo lo que tenía.
Viajé a distintos países visitando médicos que decían que tenían la cura; todo lo
probé, y todo era falso, nada me curaba. Mis días se hacían aún más pesados,
por la creciente carga laboral de mi carrera que es arquitectura, donde el
esfuerzo era triple para poder inspirarme y dejar al cliente feliz.
El año pasado mi dolor se hizo más intenso, y además me salió una
protuberancia en la parte posterior del cuello. El médico me decía que era
“stress”, y que tomara medicamentos. Nada, no se me pasaba. E n mis
madrugadas también me acompañaba esta amiga fiel, me seguía
por todo el día, no se me iba. Igual me levantaba con una sonrisa, por mi familia,
clientes, mis alumnos, mi entorno, y jamás me quejé.
El lunes 9 de mayo del 2016, participé de una Jornada de Evangeliza- ción por
enfermos. En ese día, mi dolor estaba muy fuerte, pensaba no ir, pero algo en mi
interior me llevó. Tenía una fe tremenda en que algo pasaría, incluso cuando el
hermano R.P. dijo: “Hoy Dios bendice a aquellas personas que piden
por los demás” , en ese momento sentí un aire fresco, una sensación tan linda.
Cuando el hermano R.P. comenzó a orar dijo así: “Dios está sanando a una
mujer que sufre de migraña desde hace más de 20 años” . En ese
momento no escuché más, solo sentí que me invadió algo caliente dentro de la
una sensación in- descriptible. No fue más que un momento, y desde ese preciso
instante, desapareció la migraña.
Luego de haberlo intentado todo sin ningún resultado, Dios me sanó. Estoy
muy agradecida con el Señor, porque siento que mi vida es otra, libre del dolor y
enfermedad. ¡Gloria a Dios!
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Testimonio – María Gabriela Soria
Hace 10 años me descubrieron arterioesclerosis aórtica moderada, y el
cardiólogo me dijo que había que cambiar la válvula aórtica en algún momento.
Hace 3 meses me vinieron unos cólicos terribles, y recurrí al especialista, me
hicieron una ecografía y me diagnosticaron piedras en la vesícula y que lo
conveniente sería operar; me pidió los análisis correspon- dientes y entre ellos estaba
el riesgo quirúrgico que debía hacérmelo un cardiólogo. Cuando me hicieron el
ecocardiograma, el médico me dijo que tenía que operarme urgente para cambiarme
válvula, porque estaba mu y calcificada y corría riesgo mi vida.
Con ese motivo me derrumbe, me deprimí, comencé a pedirle a Dios que no
me abandonara. Hablamos con mi esposo para ver la posibilidad de viajar a Buenos
Aires, porque aquí en Santa Cruz, esa operación la hacen a corazón abierto y es
muy invasiva. Alistamos nuestro viaje para el día 17 de julio, pero un día antes
viajar, un sobrino me hizo conocer a R.P. y desde el momento en que lo vi, sentí
gran fe. Él oro por mí y me dijo: “Vaya tranquila señora, que no va a
ninguna opera- ción, y usted va volver, a seguir gozando de la
compañía de su familia, para la Gloria de Dios”.
Al día siguiente fui a Buenos Aires, asombrosamente los médicos me di- jeron
no era necesario operar y que podía retornar a mi casa tranquila porque los análisis
mostraban un corazón sano. Estoy agradecida y me siento bendecida por Dios, con
este milagro que me hizo.
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Oración
Amado Señor, concede el don de la conversión sincera y profunda, por el poder
Espíritu Santo, a todo aquel que hoy te la está pidiendo, al que ya está cansado de
vida, a quien la sonrisa se le ha borrado de su rostro y no tiene un propósito.
Haznos renacer con la energía poderosa de la gracia santificante, o h Santo
Espíritu, y que podamos, realmente, experimentar una vida nueva, entregada a Jesús
y a su evangelio. Ayúdanos a dejar a un lado las co- sas del mundo, abriendo el corazón
a las bendiciones del Cielo. Señor, te alabo y te doy gracias, porque nos conduces
salvarnos, no sól o cuando nos curas, sino también cuando nos llamas a compartir
sacrif i - cio de tu cruz, con nuestra cruz de cada día, hasta la Gloria final. Que s
rompan las cadenas y el cautiverio del pecado. Amén.
Capítulo 7
Sanados por misericordia
Mientras inicia la lectura de este nuevo capítulo, le invito a postrarse en silencio,
con reverencia, ante la presencia del Señor, durante unos se - gundos. Reconozca
con humildad sus infidelidades y ponga —con co n - fianza— en sus manos, todo
lo que hoy carga de sufrimiento y tristeza s u corazón. Permita que el perdón y la
Dios llenen su interior. Colo- que a un lado la ansiedad, el temor y todo sentimiento
hoy oscurezca su alma, porque hoy puede ser un día de bendición y gracia para usted
su familia. Que nada ni nadie lo aparte de lo que Dios ha preparado par a usted.
se manifieste en su vida el gozo y la alegría de la prese n - cia del Espíritu Santo,
Él tiene poder para obrar prodigios, signos y maravillas en aquellos que creen de
corazón. También usted, pre - gúntese por favor, si ¿cree —de todo corazón— que
el Señor es un Dio s benigno, justo y compasivo?
Así, con sus manos levantadas y el corazón abierto, perciba la presencia del Espíritu
Santo. Él está en usted, y le concede la paz que necesita. Su presencia es viva y trae
calma, aparta toda tiniebla con la luz de su amor. Él llena los vacíos que le trastornan
y cura las heridas que le lastiman, porque tiene la bendición que su vida necesita.
Quisiera ahora compartir con usted, un relato del Evangelio que muestra a una
familia en graves apuros, y cómo Dios bendice a las personas que son parte de este
hogar. El relato es del evangelista Lucas en su capítulo 7, versículos 11 al 16.
Jesús resucita al hijo de una viuda:
Después de esto, Jesús se dirigió a un pueblo llamado Naín.
11
Ella pensaba: “Si sólo puedo tocar
su manto, quedaré sana”.
Marcos 5, 28
En esta ocasión, quisiera compartir con ustedes un hermoso pasaje del evangelio
Marcos, qu e habla de la mujer con flujos de sangre. Se e n - cuentra en el
capítulo 5, versículos del 25 al 34.
Marcos 5, 25 – 34 25
25 Entre la multitud se encontraba una mujer qu e llevaba doce
años sufriendo de flujos de sangre . 26 Había sufrido mucho
bajo el cuidado de varios médicos y había gastado todo lo que
tenía sin ninguna mejoría. De hecho, cada vez se ponía peor. 27
mujer oyó hablar de Jesús. Pasó en medio de la gente hasta llegar
Jesús por de- trás y le tocó su manto. 28 Ella pensaba: “Si sólo
puedo tocar su manto, quedaré sana”. 29 Ape- nas lo tocó, la mujer
dejó de sangrar. Sintió que su cuerpo había quedado sanado de
enfer- medad. 30 En ese momento Jesús se dio cuent a de que había
salido poder de Él. Se detuvo, di o vuelta y preguntó: “¿Quién
me tocó el manto?”
31 Los discípulos le dijeron: “Hay tanta gente empujando y tú
había sido. 33 La mujer sabía que había sanado. Así que se acercó
arrodilló a sus pies. Ella estaba temblando de miedo y le contó
la verdad. 34 Luego, Jesús le dijo: “Hija, tu fe te ha sanado. Vete
paz y sin ninguna enfermedad”.
La virtud en la que podríamos pensar, cuando leemos este relato, es precisamente
la esperan- za. El Papa Francisco, durante su visita a los Es- tados Unidos, dijo:
familias deben ser fábri- cas de esperanza” . Y ¿por qué es tan importante
la esperanza?
Porque es una virtud que nos permite aguardar los tiempos de Dios, mientras sin
esperanza el sentido de la vida se acaba. Y nosotros, ¿cuántas veces hacemos una
oración, esperando la res- puesta de Dios?, pero pareciera que Él está con los oídos
tapados, los ojos cerrados, y que no nos escucha, ni toma atención de lo que
esta- mos viviendo. Sucede que Dios tiene un tiempo para realizar cada obra, y
el tiempo de Dios es perfecto.
Por lo tanto, la esperanza es aquella virtud que brota del corazón humano y nos
sustenta, aun- que todavía no haya sucedido lo que estoy im- plorando. No sé
cómo Dios hará su obra, pero no dudo de su cuidado a mis angustias, porque la
llamita de la esperanza, sigue luciendo en mí, y ésta no me deja desanimarme.
Aunque tenga mil obstáculos al frente, encuentro el valor para ir hacia adelante,
porque confío en que Él está caminando a mi lado.
Reflexionemos juntos, preguntándonos qué p a - saba por la mente de esta mujer,
luego de haber- lo intentado todo durante doce años, para que su situación
cambiara, y no lo había conseguido.
“Las familias deben ser fábricas de es- peranza”.
Imaginemos que no la aquejaba sólo el dolor por su enfermedad, sino que
también le dolía manejar la frustración de no alcanzar ninguna mejora real. El
Evangelio recalca que esta mujer había sufrido mucho por las cu- ras de varios
médicos, que se gastó en ellos todo cuanto tenía, pero que su salud no mejoraba
nada, sino que empeoraba. Qué difícil es para un ser humano desgastarse por intentar
un remedio, una y otra vez, pero sin ver ningún resultado. La enfermedad se hace
pesada, y pareciera que la vida pierde todo sentido.
A cualquiera que hubiera vivido la experiencia de aquella mujer, ¿no le visitaría el
sentimiento de que Dios nos ha abandonado? Aquí está e l desafío y el
doloroso pasaje de la fe: Creer con firme esperanza, en e l momento más
oscuro de la prueba, y lo que la Escritura nos recuerda en tantas páginas, a saber:
que Dios nos sigue siempre acompañando, y que no va a dejar de obrar.
Lo importante es no dejar que la esperanza se apague, cuando lo más espontaneo
sería rendirse, decir que Dios me ha abandonado y tomar una posición de
rebeldía.
Por eso las palabras del Papa Francisco son proféticas, porque es en la familia donde
nace la actitud de esperanza, cuando nos animamos los unos a otros, cuando oramos
juntos y es cuando los hijos aprenden por el ejemplo de los padres, a que sí, se puede
perseverar en la fe.
Para mejor comprender la trascendencia del acto de fe que realizó l a mujer
con flujo de sangre, debemos pensar en que ella era considerad a un ser impuro,
porque entre los judíos, las normas higiénicas basadas en las prescripciones
religiosas, eran muy severas. Ella no podía tocar a na- die, hasta tal punto que, si
sentaba en una silla, ésta quedaba impura, y si alguien se sentaba allí, él también
quedaba impuro. Por lo tanto, la mujer del relato de Marcos vivía aislada, apartada
resto de la gente, sin poder vincularse con nadie.
Imaginemos ahora lo que sucede entre nosotros, con algunas perso- nas
gravemente enfermas, cuando comienzan a necesitar de otros para asearse, comer,
realizar cosas que, para ellos, era casi impensable que un día habrían necesitado
otra persona, que las ayudara a hacerlas.
Ya sabemos que es muy frecuente, que la persona que atiende a u n enfermo
no autosuficiente, luego se canse de este oficio y manifieste
actitudes de mal genio. Entonces, aquel pobre discapacitado, vivirá una condición
de dolor y sufrimiento, no sólo por su enfermedad, sino por la indiferencia de
aquellos que deberían estar disponibles para cuidarlo con cariño y esmero, y que
quejan diciendo: “estoy cansada, tengo mi propia vida y asuntos que
atender, no tengo tiempo para cuidar a un enfermo”.
La soledad duele siempre, en especial cuando las personas más cer- canas
están ausentes, y esto les sucede con mucha frecuencia a los en- fermos. Los creyentes
que profesamos la fe católica no deberíamos ser insensibles al sufrimiento de nuestro
prójimo, sea por enfermedad, des- empleo, o cualquier otra tribulación. Cuantas
veces, al revés, tenemos l a mirada fija en el propio egoísmo, sin ningún interés
gente que est á viviendo peor, porque siempre pasamos al lado de la necesidad del
Al Señor, lo vemos en muchos pasajes del Evangelio, nunca se desin- teresa por
que está excluido del mundo. Debemos reconocer que nos hemos acostumbrado a
ver a los mendigos en la calle, como si fueran parte del paisaje, o un poste de luz,
un vehículo estacionado. Un signo claro que lo atestigua es cuando no tenemos
ningún interés en darnos cuenta de, si lo que cruzamos en aquel rincón todos los
está ahí, o ya no está más. Hay situaciones de pobreza y marginación en este mun- do,
que jamás deberíamos permitirlas como normales, sin sentir la míni- ma necesidad
de hacer algo, para dar una grande o pequeña respuesta de fe y caridad, en favor
que más lo necesitan.
Esta mujer, podía pasar desapercibida, pero ella se levantó y tuvo un acto de
fe, hizo algo intrépido, que ponía en riesgo su vida; porque si una mujer impura
con pérdidas de sangre, tocaba a otra persona, corría el riesgo de morir apedreada.
Por lo tanto, queda claro que un acto de fe implica el riesgo de perder la
reputación en medio de los que no reco- nocen a Dios. El acto de fe sincero, implica
dejar a un lado las tenaces pretensiones del yo, para tocar a Jesús, abrazar sus
mandamientos, y cambiar de vida. La conversión significa, poner un punto final
domini o del pecado y la vida apartada de Dios, para decir: “de ahora en
adelante, me esforzaré en ser una persona conforme al corazón
Jesús”.
Quien esté dispuesto a dejar atrás la vida del hombre viejo, con todos sus vicios,
malicias y dobleces, para seguir al Señor y entregarse por
En realidad, lo prime- ro que deberíamos hacer, es ponernos de
rodillas y recono- cer que nuestra vida está bajo el poder
y la misericordia de
Dios.
completo, podrá ser una persona distinta, porqu e vivir en gracia de Dios, significa
tener un corazó n renovado, que es el regalo más grande que po- demos recibir.
El Evangelio nos indica que esta mujer gastó va- namente todo cuanto tenía para
mejorar su salud.
Lo que siempre me cuestiona, cuando leo este pasaje, es que ella tuvo que
sufrir por mucho tiempo, antes de poder encontrar al Señor Jesús, y sanarse. Algo
parecido es también lo que pasa a muchos de nosotros, cuando al tener un pro -
blema, buscamos una salida confiando sólo co n recursos de este mundo para el
problema que vivimos.
En realidad, lo primero que deberíamos hacer, es ponernos de rodillas y
reconocer que nues- tra vida está bajo el poder y la misericordia de Dios. Pero
el corazón humano es necio, primero agota todos los recursos de este mundo y
como última posibilidad, busca a Dios, que se ha convertido, en una especie de
“tapa-agujeros” de nuestras tragedias existenciales. Dios ha de ser
reconocido cuando estamos en la plenitud de la vida, y no sólo en los límites de
nuestras posibili- dades, en la salud y en la fuerza, y no sólo en el sufrimiento
desgaste.
A veces, confiamos demasiado en los recurso s que nos hemos generado, en los
contactos para obtener trabajo, o en el dinero ahorrado para prosperar. Es claro
que no hay nada de malo en tener contactos, una buena posición y dinero: las cosas
del mundo nos ayudan a conseguir algo, pero la humildad y la fe en Dios nos
ayudan a conseguir todo. Nadie que, con corazón humilde y asidua oración,
hubiera puesto su plena con-
fianza en el Señor, ha sido defraudado, porqué como pregona el salmista , los que
confían en el Señor, son como el monte Sion, que no tiembla y está asentado
para siempre. ¡Sea dada gloria a Dios por eso!
Muchos comenzamos a hacer alarde de lo que hemos conseguido, de las
autoridades que conocemos, de la posición que tenemos, o de los bienes que
poseemos, pero con esa actitud, no estamos en el camino hacia Dios. Debemos
proclamar en quién creemos, confesar que Jesús es Señor y nombre sobre todo
nombre, y entonces importará menos cómo se llame la enfermedad o el problema
que nos angustia; Jesús es más grande.
Pero esa proclamación implica un compromiso serio, porque ay de no- sotros si
mismo tiempo volvemos a los mismos vicios de antes, a las mismas males amistades,
etc.
Para terminar, quisiera recalcar unas palabras que Jesús le dice a esta mujer y
cierran este relato: “hija, tu fe te ha sanado, vete en paz y sin ninguna
enfermedad” . A la fe que todos tenemos, se debe mezclar una buena dosis
perseverancia, porque si esta mujer al escuchar de Jesús hubiera pensado : “No
creo que Él pueda sanarme ¿Para qué segui r luchando?” , ¿qué
habría ocurrido? Otra vez, su esperanza de solución hubiera terminado. Pero ella,
pesar de haber fracasado muchas veces en su pasado, ve en Jesús lo que estaba
buscando. Esta mezcla de fe y perseverancia, es la que la lleva hasta el Señor,
provoca que se derramen grandes bendiciones sobre su vida.
Podría usted preguntarse: “¿Para qué orar, si Dios no me ha dado lo que
le he pedido?” Persevere, no se quede a medio camino; mezcle
perseverancia y fe, para ver la gloria de Dios. Jesús despide a esta mujer diciéndole:
“vete en paz” , porque solamente el encuentro con el Señor Jesús provoca paz
interior, porque sólo quien experimente el poder del amor de Dios en su vida puede
irse con el corazón sanado.
Esta mujer parecía sufrir únicamente por un flujo de sangre, pero al d e - cirle
“vete sin ninguna enfermedad” , podríamos pensar que tenía también
enfermedades. Hay padecimientos que no están sólo en el cuerpo, sino en el alma.
Señor no quiere únicamente sanar su cuerpo, sino también su interior, para que
sanada del mal físico, pero tam-
bién perdonada por Dios, llena de su amor y libre de cada resentimiento; reconciliada
con el Padre y con los hermanos.
Es preciso orar al Espíritu Santo, para que nos ayude a mirar nuestro interior.
Es preciso comprender lo que hay en nuestra vida, que no está conforme a la voluntad
de Dios, cuál es mi enfermedad.
Vamos a reconocer con humildad que, sin Él, no podemos cambiar. Pi- damos que
Señor nos conceda el don de la salud interior, que retorn e el gozo y la paz a nuestro
corazón, con el firme propósito de un cambi o de vida, que es el acto de fe más
que un creyente pueda realizar.
Testimonio – Albita Añez
Mi nombre es Albita Añez, tengo 29 años y con mi esposo Maicol Guar- dia, vivimos
en la ciudad de Trinidad (Bolivia), esperando nuestro segund o bebé. Al principio
de mi embarazo tuve un poco de dificultad, que co n reposo de 10 días fue
solucionado. En la novena semana, me hice mis controles prenatales, y análisis de
rutina con mi seguro de salud, y todo estaba normal.
El martes 9 de agosto del año 2016, visitamos con mi esposo al gine - cólogo,
quien me atendió de principio a fin en mi primer embarazo, par a que me realizara
una ecografía. Ya tenía más de 11 semanas, y era el control más importante,
porque en esta etapa de gestación es precisa- mente cuando se pueden detectar
anomalías, dependientes de un origen genético.
Empezó el estudio, el ginecólogo se veía muy preocupado, callado. Después
de un buen rato, le muestra a Maicol una imagen y le dice: “esta línea que
no tendría que ser del bebé, quiero pensar que sea parte de la
membrana” . Y seguía midiendo, pero no decía nada más. Tardamos
aproximadamente dos horas en el estudio, hasta que nos dice que volviéramos
siguiente, para repetir la ecografía, porque espera- ba a que el bebé cambiara de
posición, mientras tanto no quiso brindar ningún informe, hasta volver a repetir
ecografía.
Al día siguiente —miércoles 10 de agosto— fui al consultorio. El docto r
empezó a realizar la ecografía y puso la misma cara de preocupación del día
anterior, solo hacía gestos de negatividad y me dijo: “mira Albita, esta es
membrana de la bolsa y esto otro que estoy midiendo, que es la
translucencia nucal, no debería pasar los 2,5 mm y da 4,4 mm”
Tampoco me dio informe, porque esperaba hasta el martes 16, volver a medir todo de
nuevo, y mientras retornaba mi esposo a Trinidad, para que estemos los dos.
Salí del consultorio asustada y nerviosa, porque no me explicó el sig -
nificado de la “translucencia nucal” . Yo estaba sola, y él sabía de qué
se trataba, pero no quiso hablar conmigo hasta esperar a que estuviera presente Maicol,
que también es médico.
Llegué a mi casa a llorar, porque sabía que había algo anormal en mi bebé,
pero no sabía qué exactamente. Al rato llegó mi madre y trató de
tranquilizarme, diciéndome que Dios sabía qué hacía y que tenga fe. Cuando ya
estuve más calmada, busqué en internet que tan importante era la medición de la
‘translucencia nucal’ en esta edad gestacional, y encontré lo siguiente:
“La translucencia nucal se entiende un pequeño espacio lleno de fluid o en la zona
del cuello, que puede verse en todos los bebés en una ecogra- fía de las semanas
Mediante la ecografía se mide el espacio y l a cantidad de fluido, y si podría indicar
anomalía cromosómica. Con l a medición de la translucencia nucal, o la prueba
translucencia nucal se evalúa la probabilidad estadística de que el bebé tenga una
discapa- cidad. A través de esta prueba se puede detectar alteraciones propias
del síndrome de Down, Patau, Turner o de Edwards, malformaciones o también
otras enfermedades hereditarias.”
Después de leer lo necesario, me puse en oración porque, si esta situa- ción era
voluntad de Dios, yo habría recibido con todo el amor a mi bebé, a pesar de las
condiciones en que él naciera.
Pedí a personas allegadas a mí, que también lo pusieran en oración, porque
sentía que sola no podría. Al mismo tiempo que lo aceptaba, en medio de mi angustia,
le preguntaba al Señor: “¿Por qué a mí?” Tenía miedo que el ginecólogo me
la opción de interrumpir el embarazo , por alguna malformación que él confirmara
la tercera ecografía, per o yo no lo soportaría, ni siquiera escucharlo, y peor aún,
hacerlo.
Hablaba con mi esposo y en todo momento él me decía: “usted tranqui- la,
solo confíe en Dios ” . Entregué todo al Señor y puse toda mi confianz
como sanó a ciegos, sordos y leprosos ¿por qué no lo iba a ha- cer con mi bebé?
imposible para los hombres es posible para Dios; los médicos no darían la última
palabra, sino Dios, y Él es el único que tiene el poder de cambiarlo todo.
El día viernes 12 de agosto, desperté con una convicción en mi corazón, que Dios
comenzaba a hacer su obra. Llamé a mi esposo y le dije que
el lunes 15 de agosto, tenía que ir a la ciudad de Santa Cruz al Coliseo “Don Bosco”
, para participar de las Jornadas de Evangelización de la Comunidad Betania.
En seguida me reservó los pasajes en avión y estaba todo listo para ir.
El día lunes llegué, directo del aeropuerto al Coliseo. R.P. empezó la ora- ción,
leyendo un párrafo de las Sagradas Escrituras: “Depositen en Dio s todas
sus preocupaciones, pues Él cuida de ustedes ” y lo hice con
todo el corazón, y la convicción que así sería.
Cuando empezamos a cantar alabanzas, invocando al Espíritu Santo, sentí como
fuego en mi cabeza, que llegaba hasta mi pecho. Yo per- cibí, que, en ese momento,
Dios volvía a hacer a mi bebé, e imploré con toda mi alma, que Dios sane cada parte
su pequeñísimo cuerpo. A mí alrededor estaba mi hermana, mi cuñada, mi madre,
todas clamaban al mismo tiempo a Dios, su bendición y Él la dio.
Mientras realizaba la oración por los enfermos R.P. dijo: “Aquí hay una mujer
embarazada, a la que le han diagnosticado que su bebé viene con
una malformación. En este momento, Dios está sanando a la cria-
tura en su vientre,” y supe que eso era para mí. Al terminar la jornada, nos
acercamos a R.P. con mi familia, que me acompañaba, le contamos lo sucedido,
nos contestó: “La obra de Dios ya está hecha, el bebé está
completamente sano” y oró por mi bebé, dando gracias por la ben- dición
sanación.
Retorné a Trinidad el martes 16 de agosto, y con Maicol fuimos a la
ecografía, muy emocionada pero también muy esperanzada. El doctor empezó
la ecografía, medía y volvía a medir, muy incrédulo. Interrumpí su atenta
concentración diciéndole: “Anoche estuve en Santa Cruz, en la
Jornada de Evangelización de Comunidad Betania, y pedí al
Señor lo que ahora mis ojos están viendo” . Y él seguía sacando las
medidas. Mi bebé se dejó medir de mil maneras, hasta que el doctor empezó a
dic- tarle a la secretaria las medidas, para hacer su informe y dijo: “Bueno,
hemos medido de todas las formas, la translucencia nucal es de
mm” Lo normal es hasta 2,5 mm. En las dos anteriores ecografías, que él había
registrado, una de ellas medía más de 4 mm.
El doctor no se la creía, cuando ya me entregaba el informe, le dije que
con este informe documento yo volvería a Santa Cruz a testificar el mil a - gro de
en la vida de mi bebe, porque yo vi todas las mediciones que el realizó la anterior
semana y ahora están normales y el único que pudo cambiarlo todo fue Dios. Toda
Gloria es para el Señor, amén.
[o\
Testimonio – Roxana Méndez
Un día en que mi hija María Laura sintió un fuerte dolor en su abdomen; decidí
llevarla al especialista, donde le realizaron los estudios. Al ver los resultados, nos
indicaron que había un tumor en el ovario derecho, de 7 cm. de diámetro.
Luego nos entregaron más estudios, entre ellos el análisis de sangre, donde
un indicador mostraba si hay cáncer dentro de ese tumor. El re- sultado salió
muy elevado, y con ése fuimos al ginecólogo, que después de ver estos parámetros,
nos envió al oncólogo. Ahí empezó nuestro cal- vario, porque los exámenes
indicaban que el tumor era maligno, y otros estudios comprobaron que el tamaño
real del tumor era de 12 cm., por lo que había que sacar el ovario, y muy
posiblemente hacer un vaciado de la matriz, para evitar que el cáncer se expandiera,
por la metástasis.
Ahí caí de rodillas frente al Señor, y luego me comuniqué con el hermano R.P.,
pidiéndole que por favor orara por mi hija. Él me indicó que asistiera con ella
al Coliseo del Colegio “Don Bosco” a las Jornadas de Evangelización, y así
hicimos.
Comenzamos a participar cada lunes con mi hija, ella que antes era
indiferente a las cosas de Dios, pero poco a poco comenzó a abrir su corazón, a
la fuerza sanadora del Espíritu Santo. Mi fe aumentaba cada día más, con las
oraciones y apoyo de mi familia, le pedí a la Virgen María que, así como ella sufrió
dolor de ver a su hijo en una cruz y su martirio, que intercediera ante su Hijo, para
aumente más mi fe.
El día lunes 15 de agosto, asistimos con mi hija a la Jornada de Evan-
gelización y durante la oración el hermano R.P. anunció que Dios estaba sanando
personas con tumores y si los médicos habían dicho que eran malignos, sólo Dios
tiene la última palabra y Él puede cambiar cualquier diagnóstico, entonces proclamó
la sanación de todo tumor.
Sentí una emoción muy fuerte al igual que mi hija, y nos pusimos a llorar. Al llegar
casa, llena del consuelo del Espíritu Santo, que recién ha- bíamos experimentado,
dije a mi hija que yo estaba convencida de que ella se había sanado y que ni siquiera
iban a sacar el ovario.
Y así fue, no le sacaron el ovario, tampoco tuvieron que realizar ningún vaciado,
porque la biopsia indicó que el tumor era benigno. Todo salió bien, para Gloria de
Dios.
Desde ese día, Dios cambió totalmente a María Laura. Ahora mi hija es una joven
llena de vida, participa semanalmente de las reuniones de ora- ción con la Comunidad
Betania y vive con el gozo y la paz, que sólo Dios puede brindarle. Estoy muy
agradecida con el Señor por la gracia de s u bendición, no sólo de curación física,
que, a través de esta dificultad, el Señor le concedió —a mi hija— el don de la
conversión. Verdader a - mente toda obra para el bien de los que amamos a Dios.
[e\
En realidad, sólo la gracia de vivir una fe bien arraigada y
madura, puede ser superior a un sentimiento sólo
emocional.
Hoy quisiera decirle simplemente algo muy be- llo: que Jesucristo se hace
presente en su vida, a través de su Palabra, y camina con usted, a su lado, con el don
de los Sacramentos. La bendi- ción, que su vida necesita, está al alcance de su
mano; bastaría con que usted confíe en que, con Él, siempre es posible un cambio.
Es frecuente, en personas sometidas al poderío del sentimiento o la pura emoción,
escuchar que les cuesta mucho creer, porque cuando oran, no sienten la presencia
Señor, y por lo tanto, su- ponen que Él no está enterándose de ellos.
En realidad, sólo la gracia de vivir una fe bien arraigada y madura, puede ser
superior a un sen- timiento sólo emocional. Cuando consagramos al Señor el lugar
que le compete en nuestra vida, la fe se trasforma en una relación más
personal y profunda; permanece en nuestra alma, aunque tal vez nos sintamos
cansados por el trabajo de la jornada diaria, o incluso mal humorados porque
ciertas circunstancias no han salido bien.
A las personas enfermas que están en la prueba de un fuerte combate espiritual
porque, mientras
esperan una respuesta de Dios a sus plegarias , más tiempo transcurre, más
dificultades se les presentan, y más difícil se les hace seguir cre- yendo, quisiera
darles un mensaje de certeza y esperanza.
El Dios de la Sagrada Escritura, que nosotro s predicamos, es un Dios fiel y
misericordioso, qu e sana los corazones lacerados de sus hijos, y ven- da las heridas
den aquel hombre que en la en- fermedad, experimenta el dolor, no sólo del sufri
miento físico, sino toda su impotencia y su finitud.
La enfermedad es sin duda, un pasaje muy es- pecial, de prueba y tentación. Cuando
domina la desesperación puede empujar al hombre hacia al encierro sobre sí mismo,
inclusive, a la abierta rebelión contra Dios.
La persona enferma puede al revés, hacerse más madura, cuando llega a
comprender lo que es verdaderamente esencial en su vida, y lo que no lo es.
En el misterio oscuro del sufrimiento, el hombre puede sentir el deseo de una
búsqueda de Dios, y tomar la decisión de volver a Él.
El Salvador, al encontrarse con enfermos o cuantos viven una tragedia
personal, siente una profunda compasión que brota desde sus entra- ñas. Las
tantas curaciones, que relatan los Evan- gelios, son un signo estupendo de que
ha visitado y redimido a su pueblo” . Quiero citar algo muy valioso, que
dice el Papa Francisco en la Bula de apertura del “Jubileo de la
misericordia”.
El problema de muchos creyentes, dice Papa Francisco, es que tenemos una
imagen muy equivocada de Jesús, porque lo pensamos como
En el misterio oscuro del sufrimiento, el hombre puede sentir el
deseo de una búsqueda de Dios, y tomar la decisión d e volver a
Él.
un juez, con quien debo cumplir ciertos pre-re-
quisitos morales, o legales, para poderme acer- car a
Él. Si opino que no soy bastante digno de estar en su
presencia, desespero por recibir su respuesta cuando
le hago oración. Pero esto no es nada más separado de
la verdad. Jesús es misericordia y compasión, por lo
tanto, Él nunca le dará la espalda, ni le va abandonar.
Aunque la mentalidad corriente del mundo le diga cada
día que no vale la pena seguir a Jesús, y que su fe e s vana,
Jesús es fiel, y usted es el sujeto que se b e - neficia de
compasión y misericordia. Vamos a meditar ahora un
pasaje del evangelio de Lucas, en el capítulo 19,
versículos 1 al 10.
Lucas 19:1-10
Jesús miró hacia arriba y le dijo: “Zaqueo, baja en
seguida. Tengo que quedar- me hoy en tu casa”.
Lucas 19, 5
La conversión de Zaqueo
1 Jesús llegó a Jericó y comenzó a cruzar la ciu- dad. 2 Resulta
había allí un hombre llamado Zaqueo, jefe de los recaudadores
impuestos, que era muy rico. 3 Estaba tratando de ver quién era
Jesús, pero la multitud se lo impedía, pues era de baja estatura.
Por eso se adelantó co- rriendo y se subió a un árbol para poder
verlo, ya que Jesús iba a pasar por allí. 5 Llegando al lugar, Jesús
miró hacia arriba y le dijo: “Zaqueo, baja en seguida. Tengo que
quedarme hoy en tu casa”. 6 Así que se apresuró a bajar y, muy
contento, recibió a Jesús en su casa. 7 Al ver esto, todos empezaron
a murmurar: “Ha ido a hospedarse con un pecador.” 8 Pero Zaqueo
dijo resueltamente: “Mira, Señor: Ahora mismo voy a dar a
los pobres la mitad de mis bienes, y si en algo he defraudado a
alguien, le devolveré cuatro veces la cantidad que sea”. 9 “Hoy
llegado la
salvación a esta casa” le dijo Jesús, “ya que éste también es hijo
Abraham. 10 Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar
que se había perdido”.
La primera impresión que tenemos, es que Za- queo es un nombre reconocido
como malo, así que nadie daría ese nombre a su hijo. Pero es muy importante saber
que Zaqueo en hebreo quiere decir puro o inocente; lo que estimula a tratar de
entender un poco más en profundidad, quién era este hombre, y qué hacía en su
vida, para darle toda esa pésima fama de la que gozaba.
Es preciso recalcar que el pueblo judío tiene la costumbre, cuando al octavo día
nacimien- to una familia le atribuye el nombre a un hijo para que sea circuncidado,
ese nombre hable de la misión que se tiene pensado para esa nueva criatura. Los
padres de Zaqueo querían entonces expresar, que el proyecto futuro imaginado para
ese niño, tendría que ver con la pureza y la ino- cencia. Pero en el transcurso de
su vida, ¿qué le pasó, para que ese proyecto de vida no sólo fuera truncado,
sino que cambiara radicalmente de camino?
Sabemos que él era recaudador, jefe de impues - tos en un tiempo —primer siglo de
nuestra era — en que los judíos vivían bajo la opresión del poder imperial de Roma, y
que los pesados tributos, iban al César. ¿Se da cuenta de la amarga frus- tración
que eso generaba? Extranjeros paganos vienen a su casa, le estropean, vulneran sus
dere- chos civiles y religiosos, y cada día le sacan dine- ro, para que ese atropello
perpetuándose en el tiempo. Zaqueo que, siendo judío, colaboraba con esta tarea
deplorable, era muy mal visto ; considerado —además— un traidor, porque los
Zaqueo, en hebreo, quiere decir puro, inocente.
Ser juzgado impuro y no poder asistir al Templo, significaba la
imposibilidad de tener un encuentro con el Señor.
israelitas no podían admitir cómo alguien de su propia raza, sólo por amor al
dinero, favoreciera a que el duro dominio romano siguiera aplastando al pueblo
judío. Esta situación hacía de Zaqueo una persona impura, que no podía participar
con los demás israelitas, del culto a Dios.
Y para un judío ser juzgado impuro y no pode r asistir al Templo, significaba
la imposibilidad d e tener un encuentro con el Señor. Entonces Za- queo, no
solamente vivía un cambio radical de su proyecto de vida inicial, sino que llegó
muy experimentado en el rechazo.
Qué triste es la vida de uno que tiene un alto cargo social y mucho dinero en
el bolsillo, pero que no sabe quién irá a estar a su lado en los momentos más
difíciles. Este hombre sufría una profunda enfermedad del alma, la soledad: apar-
tado de Dios y sin el abrazo sincero y genuino de los hombres, porque al ser muy
tenía amigos solamente por calculo o interés. Zaqueo obtuvo este convenio,
pagando un alto precio, siendo el puesto de cobrador de impuestos un cargo muy
requerido por la grande ganancia que asegura- ba. Así, no sólo recaudaba los
impuestos que el Imperio le solicitaba, sino que también se aumen- taba un
“extra” para su propio bolsillo y para recu- perar los gastos de servicio. Un
corrupto y detestable que se enriquecía a sus espaldas: esto representaba
Zaqueo.
Existen personas que dicen: “yo no puedo ser bueno, nunca en mi
vida he experimentado la inocencia, ni la pureza, soy un caso
perdido” . Están las personas que tienen mucha experiencia en el rechazo, que
hoy les pregunto con cuánt a gente cuentan realmente en las dificultades, y s i
responden con sinceridad, no asoman a su men-
te un solo nombre. A las personas que se sienten detestables, hoy el Evangelio les
recuerda que los brazos del Padre y del Redentor, están abiertos para todo aquel
ha sufrido el rechazo, el des - precio y el flagelo del pecado.
El amor de Dios no mira sus antecedentes, no se detiene ante lo malo que ha
hecho. La mise- ricordia del Señor es grande, para con quien se convierte,
reconoce sus faltas, remedia el mal co- metido y cambia de vida.
En el mundo, basta con que usted haya co- metido un error grave, para que
sobre su frente aparezca una etiqueta de pecador o pecadora, y entre al catálogo
de aquellos que no son bien- venidos. Pero lo que le podría excluir del mundo, no le
aparta del Sagrado Corazón de Jesús, ni del amor del Padre, que conoce su
sufrimiento, su carga, y que, a pesar de todo, deja que el pro- yecto divino, con el
creado, pueda cum- plirse.
Zaqueo percibió en Jesús a alguien totalmente distinto de los demás.
Seguramente escuchó los comentarios del Maestro: que come con prosti- tutas y
pecadores; que no tiene temor de tocar a los leprosos; que vive un amor radical
y con- tra toda la corriente de lo que en ese tiempo se acostumbraba. Zaqueo
había escuchado de este Maestro de Nazaret, e intuía en Él la respuesta a una
oración silenciosa, a una oración que no podía hacer delante del Templo, o en la
sinago- ga, pero que desde tiempo le ardía en el corazón. Eso fue lo que lo movió
subirse al árbol, que se cuenta era un sicómoro, para acercarse a aquel hombre, que
sólo podía traer un cambio rotundo a su vida infeliz.
Sin duda, el encuentro con Jesús no es senci-
Lo que le podría excluir del mundo, no le aparta del Sagrado
Corazón de Jesús, ni del amor del Padre, que co- noce su
sufrimiento
llo, debemos vencer ciertos obstáculos, que para Zaqueo fueron su baja estatura, y la
gran multitud que rodeaba a Jesús. Considero que, para nosotros, los obstáculos
más frecuentes que tenemos son tres.
El primer obstáculo, es preocuparse de qué dirá la gente, si levanto mis brazos
alabar al Señor, y cómo reaccionarán los familiares y amigos, cuando usted, con
corazón gozoso, les dice: “quiero entregar mi vida a Jesús” . Es muy
probable que le digan “fanático” . Usted entonces debe responder: “fanático,
no sé; pero, seguramente feliz” , porque nada, ni nadie, puede darle a
corazón lo que realmente necesita, y si para eso hay que sufrir el peso de la burla,
siempre la pena hacerlo.
Prefiero que me tilden de fanático, y tener gozo en el corazón, a qu e la gente
me abrace formalmente, mientras lo que siento en el interior es una grande soledad.
La persona que más le critica por haberse acercado al Señor, será la primera que
buscarle cuando tenga problemas, y
¿sabe por qué?, la razón es que, en un entorno donde todo es chisme , borrachera y
superficialidad, no se puede confiar en nadie que vive e n ese ambiente, porque
una ayuda le podrá venir sólo de alguien que ora y busca a Dios.
Si sabe llevar el peso de ser cuestionado, usted va a ser instrumento de mucha
bendición para quien ahora le apunta y hace broma de usted, porque al fondo de
cosas, el que más le ofende, es el que en realidad más necesita de Dios.
Un segundo obstáculo, es el tratar de justificar la indolencia en buscar a l Señor,
cuando decimos: “no tengo tiempo para Dios” , porque sería mejor
reconocer: “no me doy el tiempo para Dios” .
Pregúntese, por favor, ¿por cuántas horas al día vemos programas de pura diversión
en la televisión? ¿Cuántos minutos de su día le roba estar chateando dentro de las
sociales? ¿Cómo puede uno atreverse a decir que no hay tiempo para Dios?
Si tiene tiempo libre en el trabajo, allí rece. Por qué no se levanta treinta minutos
temprano, y se coloca delante del Señor diciéndole: “Jesús, te pido tu Espíritu
Santo, para enfrentar este día, y vivirlo con gozo y paz”.
Pida al Espíritu Santo, para no quejarse, dése el tiempo para vivir una
relación personal con Dios, no dé falsas excu- sas. Cuánta gente dice no tener
tiempo para ir el domingo a misa, ¡pero pasa toda la tarde frente al televisor
viendo fútbol! Hay personas, que el domingo duermen el día entero, pero al
llegar el lunes, siguen igual de agobiados. El descanso no es algo sólo del cuerpo,
también del alma.
Si durante la semana vivimos entre malas pala- bras, peores actitudes, y a veces
torpezas, nuestra alma se va cargando más con el peso de este lastre. Pero cuando
voy a la Santa Misa el domingo, tomo todos esos gravámenes, los pon- go sobre
altar y oro: “Señor, te ofrezco esta carga” . Él toma mi carga, me da su
san- gre, y así empiezo la semana con bendición y en victoria. Si usted hoy está
derrota, cansado, si las cosas no le salen bien… entonces, ¿por qué no empieza
domingo asistiendo en familia a la Santa Misa?, y le dice al Señor: “aquí estamos,
para descargar el alma y recibir tu bendición”.
Le garantizo que su semana será totalmente distinta, porque demasiado a
menudo nos olvi- damos que el verdadero problema, que causa nuestras
ansiedades y sufrimientos, no es Dios, somos nosotros mismos, y la falta de
disponibili- dad que tenemos para recibir las bendiciones que Él quiere darnos, y
que nosotros, al revés, libre- mente rechazamos.
El tercer obstáculo es el orgullo, que hace decir a las personas: “todo lo que
tengo, es debido a mi esfuerzo” . “Yo tengo una red de contac- tos
muy grande, soy una persona muy bien re- lacionada y
socialmente apreciada, tengo una pesada cuenta de ahorros y un
buen vehículo” .
¡Qué soberbia tan dañina! Pero qué puede hacer,
“Señor, te ofrezc o esta carga”. Él tom a mi carga, me da su
cuerpo y sangre y así empiezo la se- mana con bendición y
en victoria.
cuando la vida le presente una situación donde todos sus contactos, su dinero, su
capacidad y sus títulos no puedan socorrerle; por ejemplo:
¿quién puede sacarle de un cáncer terminal? Nada ni nadie podrá. Ahí tendrá que
arrodillarse delante de Jesús y arrepentirse amargamente de sus pecados, y decirle
: “Señor, ya no más mi confianza en otros ho m - bres, mi
confianza es únicamente digna del que murió crucificado en
e l Calvario por amor a mí; no confío en nadie más, solamente
amigo que nunca falla, Jesús de Nazaret”.
Zaqueo, con mucha destreza logra subirse a un árbol, y desde ahí con- templa al que
estaba buscando. Para Zaqueo, la solución a sus pro- blemas fue vencer la
vergüenza de subir al sicómoro, cuyos frutos eran comida para los cerdos, animales
considerados impuros.
Para nosotros, la solución al obstáculo del temor por lo que dirán los de- más, al
obstáculo de la falsa pretensión de no tener tiempo y al obstáculo del orgullo que nos
domina, es la perseverancia. No me importa el qué dirán, si esto sirve para dar
testimonio de Dios; no importa si hay tiempo o no hay tiempo; que duerma un poco
menos; vea menos televisión; sino que busque a Dios, y participe en familia de la
Santa Misa.
Zaqueo estuvo en el lugar y el momento apropiado, y esto provocó el
encuentro con Jesús. Cuando yo participo de la Eucaristía, estoy en el lugar y
en el momento apropiado y ¿sabe usted por qué? Porque cada templo católico es
la casa de Dios, y Dios le recibe con los brazos abier- tos; Él conoce su necesidad,
luchas y le da bendición y victoria.
Las bendiciones de Dios, pasan a través de tu participación en el Sacri - ficio
Eucarístico, de la homilía del sacerdote, de la paz que te proporci o - na recibir
dignamente la Hostia Consagrada, porque la Palabra de Dios, cuando cae en tierra
buena de un corazón arrepentido y creyente, siem- pre da abundante fruto. Así como
Zaqueo subió al árbol, nosotros vamos a perseverar para vencer estas cosas que no
permiten el encuentro con Jesús.
Jesús, al mirarlo —a Zaqueo— le dijo : “Baja enseguida, tengo que
darme hoy en tu casa” . ¡Qué bendición tan grande! Jesús, el que era
prácticamente seguido por multitudes, que había podido quedarse en cualquier
lugar en esa ciudad, elige a Zaqueo, se quiere sentar a su mesa.
Al compartir con él, le devuelve la dignidad perdida, y le dice: “Zaqueo yo
rechazo, no veo tu historia, sino tu corazón, porque es posible un
cambio”.
Hoy Dios te invita a su mesa, te ofrece una nueva oportunidad y hace posible la
conversión, que tu vida necesita. Jesús comparte con Zaqueo, no porque apruebe
que él hizo. El Señor no es amigo del pecado, sino que es amigo del pecador, porque
espera que seamos buenos, para acercarse a nosotros, sino que Él quiere abrazarnos
para que, cerca de Él, podamos ser buenos.
El encuentro con Jesús tiene que llevarnos a un cambio radical, a una
transformación de corazón, porque provoca una alegría en el interior, que no tiene
igual. Esa misma alegría, la que contagió a Zaqueo, produce obras de justicia: él
dará la mitad de sus bienes a los pobres, y devolverá cuatro veces más lo que había
defraudado. Es muy importante recalcar que Jesús no le pide un centavo a Zaqueo,
pero éste se siente tan amado por Dios, que la mejor respuesta que tiene a ese amor
despojarse de lo que era su ídolo: El dinero.
Zaqueo encuentra el valor de ser un hombre libre, porque renuncia a lo que lo
llevó a ese estado de muerte espiritual, a dar la espalda a su s padres, a su pueblo, y al
proyecto que Dios tenía para él. Ahora fina l - mente es un hombre renovado,
sanado. Por eso no basta con reconocer lo que en mi vida me lastima, que produce
herida del rechazo y de la soledad; debo estar dispuesto a renunciar a todo eso, y
cambios drásticos. Sólo cuando el ídolo que ocupa el primer lugar en mi corazón es
destronado y derrotado, solamente ahí se puede tener un auténtico
seguimiento a Cristo.
No puedo decir que amo a Dios, y seguir en la borrachera; o que quiero seguir
y continuar en la droga. No es posible, ésa es una false- dad sin remedio.
Tal vez hoy usted diga: “quiero cambiar, pero no tengo la fuerza”
de acuerdo, usted no tiene la fuerza, pero Jesús sí. Él tiene la fuerza para vencer
pecado, para que aquello que hoy es el dueño de su esclavitud y que tanto le agobia,
derrotado, y Jesús de Nazaret tome el primer lugar y el control de su vida.
Necesitamos pasar por una profunda ex- periencia de arrepentimiento, sentir
dolor por el pecado, que nos duela
fallarle a Jesús, para no volverlo a hacer.
Si hoy hay algo que lastima mi vida, si estoy atado a un pecado y esto hace
seres queridos en mi casa, y me arrepiento de ese pe- cado, tengo que acercarme
personas que he lastimado, y decirles: “perdón, quiero cambiar” . Y sobre
todo, no basta con pedir perdón, hay que reparar al mal que nuestro pecado causó
demás. Solamente así, vamos a gozar de una conciencia tranquila, de paz en el
corazón.
Hoy puede ser el tiempo oportuno para que se decida a perder, para ganar.
Atrévase a dejar atrás el pasado, para recibir la bendición de Dios; renuncie a
enfermedad, al pecado, para tomar la Gloria de Dios. Re- cuérdese que el texto
Lucas termina diciendo: “El Hijo del hombre vino a buscar y a salvar
que se había perdido”.
Hoy Dios le está buscando; entonces déjese encontrar, ya no ponga
obstáculos. Ríndase a las manos del Salvador, y Él va a levantarle, va a regalarle
vida nueva; va a sanar su cuerpo; va a curar su alma; va a liberar su corazón y
nunca más será la misma de antes. Es por esta razón que el Evangelio dice que,
Jesús “ha llegado la salvación a esta casa” ; porque fue tan impactante
el testimonio de Zaqueo, de despojarse de sus bienes, de romper su relación
íntima con el ídolo di- nero, que su familia y los más allegados, fueron todos
afectados por su conversión, y acabaron encontrándose con Jesús.
Rezar cada día en casa y en familia es un testimonio tan sencillo, que puede afectar
la gente que vive bajo su propio techo, para que se sien- tan atraídos hacia Jesús, y
así, que su hogar cambie verdaderamente.
¿Estamos dispuestos hoy a hacer un compromiso con el Señor, a rezar cada día
en familia?
Testimonio – Rocío Valenzuela
En la ciudad de San Lorenzo, Paraguay, participé en un Encuentro Ca- tólico de fe y
sanación, que se llevó a cabo los días 20 y 21 de febrero del año 2016.
Mientras hacía oración con el hermano R.P., me causó gran conmoción cuando
dijo: “Usted quedará embarazada antes que concluya este año y
bebé será varón”.
Ya había visitado seis ginecólogos paraguayos, entre ellos dos expertos en
fertilidad, los cuáles me dijeron que no podría embarazarme de form a natural, que
sólo podría lograrlo con inseminación artificial, pero con sól o un 40 por ciento de
probabilidades de que este procedimiento tuviera éxito.
Las razones de no poder embarazarme resultaban ser por el estrés , sobre
peso, y del mucho trabajo. Me parecía que se estaban —definit i - vamente—
cerrando las puertas de la esperanza de ser madre. Luego d e tres años de búsqueda
de una solución con medicina natural, medica- mentos varios, ginecólogos
expertos en fertilidad, miles de estudios, etc., junto con mi esposo gastamos todo
nuestro dinero, por intentar procrear un hijo, pero sin resultados.
Hoy, puedo dar mi testimonio de vida, sobre este gran don que recibí, que sólo
fue posible con la bendición de Dios, porque la ciencia médica nada no pudo
conmigo.
Los doctores ya me daban como un caso perdido, a no ser que pague 25 millones
guaraníes, para una inseminación de muy probables re- sultados negativos.
Pero como los tiempos de Dios son perfectos, yo sabía que llegaría ese grandioso
día; y el día llegó, luego de un retraso en mi periodo menstrual el 06 de junio de
cuando los resultados del análisis de sangre indi- caron cinco semanas de embarazo.
Dios es fiel, no me falló, cumplió su promesa, pero en el momento e n que Él
quiso. Por eso me preparó, probó mi fe durante años, y me dio lec- ciones de vida.
puedo decirles que la tormenta pasó, y hay un bebé en camino, fruto de una gran
bendición, que los ginecólogos que me trataron, todavía no consiguen
entenderlo. Transcurrieron las semanas y la promesa del Señor se cumplió a
cabalidad, la ecografía de contro l prenatal confirmó que estoy esperando un
hermoso varón. Todo es par a dar gloria del Señor. Amén.
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Testimonio – Romy Castro
Con el corazón lleno de alegría y agradecimiento a Dios, por la gran
maravilla que ha hecho en la vida de mi hijo, quisiera dar mi testimonio d e fe y de
vida, en dos oportunidades en que Dios nos mostró su fidelida d y amor.
Durante el embarazo de mi segundo hijo, Mauricio, detectaron a los cinco
meses, una hidronefrosis en el riñón izquierdo de mi bebé. Esa malformación
se debía a una obstrucción en uno de los conductos que van al riñón, causando así
éste perdiera paulatinamente parte de su funcionalidad.
El pronóstico de los médicos era que ese riñón, para cuando naciera mi hijo,
estuviera gravemente dañado, por lo que tendrían que operarlo para sacárselo. Desde
ese momento que recibimos la noticia, todos en mi familia comenzamos a orar al
Señor, para que no sea así.
Yo estaba desesperada, y me sentía impotente de no poder ayudar a mi hijo,
sabiendo lo que se le venía, y los diagnósticos de los doctores no eran alentadores.
En una oportunidad, conversando con mi cuñada, ella me invitó a ir a las reuniones
de oración por los enfermos, donde predicaba el hermano R.P . Fue así que llegamos
ir, junto con mi familia. Al final del encuentro, R.P . dijo que oremos al Espíritu
especialmente por las necesidades de los niños pequeños. Siendo yo embarazada,
me acerqué a él para que me ayudara para implorar al Señor, por la sanación de mi
Me he quedado íntimamente convencida, desde esa misma noche, que el proceso
sanación de mi bebé, había empezado a producirse desde entonces.
En mi sucesivo control ecográfico, el doctor notó una mejoría en el p a - rénquima
del riñón, que no se veía ya tan delgado, aunque la dilatación del conducto continuaba.
Para mí, ya era una señal de que ese riñón no se perdería.
Mi hijo nació y saliendo de la clínica, volvimos a hacerle el control del
riñón. La dilatación había aumentado considerablemente, aunque toda- vía requería
la operación. Antes de la operación, me encontraba con mi mamá en la recepción
clínica, y le estaba diciendo que quería ir a buscar a R.P. para que orara por Mauricio.
poco rato de decirle eso, vi entrar a R.P., y pararse al lado mío a conversar con
persona. Yo no lo podía creer, no podía ser una pura coincidencia, y ahí mismo
qu e oráramos juntos por mi bebé. Al final de la oración, él me dijo: “Dios
realizado una gran obra en Mauricio, para que usted pueda dar
gran testimonio de su poder misericordioso”.
Mi hijo se operó, y cuando lo abrieron, no hubo necesidad de quitarle el riñón,
se veía carnoso y con una muy buena funcionalidad, todo lo contrario de lo que se
creía. Hoy en día mi hijo tiene un riñón dentro de los parámetros normales, para la
Gloria Dios, que nos ha mostrado su inmenso amor.
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Testimonio – Adela Cardona
Soy casada, tengo 3 hijos y de profesión profesora. El motivo de mi relato es
para decirle lo que me sucedió, el primer lunes que asistí a las Jornadas de
Evangelización en el Coliseo del Colegio “Don Bosco”.
Invitada por mi cuñada, vine a pedir sanación para mi esposo, porque a él le
diagnosticaron cáncer de próstata, pero la parte difícil para mí era cuando quería
aplaudir y levantar las manos, no podía hacerlo porque hace más de 6 años que
sufro del síndrome del túnel carpiano (adorme- cimiento y dolor en las manos).
Empecé a pedirle al Señor que me curara, porque yo quería aplaudir y levantar
manos, para glorificarlo y alabarlo, sin darme cuenta empec é hacer lo que hace
mucho tiempo no hacía, y sin dolor solo un pequeño adormecimiento en los dedos
nada más.
Desde ese día alabo y glorifico al Señor con mis manos, que fuero n sanadas
por fe, ya no hay dolor gracias al Señor.
Gracias Señor por estos momentos de fe y de amor. Amen
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Oración
Amado Jesús, te reconocemos como el Señor, para gloria de Dios Pa- dre. Te ruego,
que venga el Santo Espíritu, para que toque, con su poder, la mente y el corazón de
todos nosotros. Pongo en tus manos el alma atribulada de las personas
confundidas por el error, y el pecado, los her- manos que no encuentran una salida
clara a los problemas que están viviendo.
Tú que ya curaste a muchos afligidos, nos donaste una sanación def i - nitiva:
victoria del Amor sobre el pecado y la muerte, por medio del sa - crificio de
cuando tomaste por encima de tus hombros llagado s todo el peso del mal y quitaste
“pecado del mundo”.
Que sea hoy el don de tu gracia, la que coloque paz en el corazón de cada uno de
que sea tu Espíritu, el que se mueva en nuestro inte- rior, para llevarnos a un
arrepentimiento sincero, a una íntima conversión, y a un cambio verdadero.
Como sucedió con Zaqueo, necesitamos una vida nueva; ayúdanos a seguirte y
servirte de todo corazón.
A Él la gloria por los siglos. Amén.