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El lenguaje común
Dado que el término lenguaje tiene un sentido particularmente amplio, se utiliza de manera general
para designar objetos que permiten codificar o transmitir mensajes. Un lenguaje natural es aquel
que ha evolucionado con el tiempo para fines de comunicación humana, como el español o alemán.
El lenguaje natural es el medio que utilizamos de manera cotidiana para establecer nuestra
comunicación con las demás personas. El lenguaje natural ha venido perfeccionándose a partir de
la experiencia a tal punto que puede ser utilizado para analizar situaciones altamente complejas y
razonar muy sutilmente. Los lenguajes naturales tienen un gran poder expresivo y su función y valor
como una herramienta para razonamiento.
El hecho de que el lenguaje natural, entendido principalmente en su realización oral, sea algo
automático y omnipresente da lugar a una actitud relativamente generalizada de asumir su
presencia y existencia sin mayor cuestionamiento. Adquirir la vista o el lenguaje natural no implica
una decisión consciente del sujeto; nutridas por la experiencia, estas facultades se desarrollan
automáticamente. El lenguaje natural se caracteriza por ser un objeto que los niños pueden hacer
parte de su conocimiento sin necesidad de una toma de decisión; un niño puede decidir no aprender
a nadar, pero no puede decidir no aprender a hablar, como no puede decidir no aprender a ver
Entendemos por lenguaje natural o común, el lenguaje que utilizan las distintas colectividades de
una sociedad en su vida cotidiana. Si realizamos una mirada histórica sobre el lenguaje, observamos
que ha existido una actitud de desconfianza frente al lenguaje natural utilizado como instrumento
para producir conocimiento “objetivo”, y además como medio de transmisión del mismo. Por su
parte, un lenguaje de especialidad o especializado es el conjunto de recursos lingüísticos utilizados
en un campo comunicativo especializado para garantizar la comprensión entre las personas que
trabajan en este campo.
El lenguaje verbal o articulado es uno de los instrumentos más importantes de la comunicación. Sin
embargo ofrece un problema: su carácter plurisemántico crea la posibilidad de generar situaciones
de ambigüedad o anfibología.
En su estudio sobre el lenguaje verbal, Aristóteles descubre la necesidad de formular una gramática
de la lengua, es decir, describir qué elementos y reglas la estructuran. Inicia estudiando el nombre
como uno de los elementos más importantes de la lengua. El nombre es la voz que designa
(representa) algo sin relación al tiempo. Verbo es el nombre que designa algo pero en relación al
tiempo.
Aristóteles insiste en la inseguridad de la lengua natural para expresar el conocimiento objetivo (en
términos de verdad o falsedad) sobre la aprehensión de la “realidad”. Ante dicha dificultad no
encuentra más salida que crear un lenguaje especializado a partir del lenguaje natural, que consiste
en un instrumento sistematizado a partir de axiomas, postulados, principios, leyes, tipos de
razonamiento lógico, según las formas esenciales del razonamiento (inductivo, deductivo,
abductivo). A tal herramienta la denominó lógica (racional), en la que el silogismo constituyó la
estructura básica bajo la cual sometía cualquier forma de pensamiento expresado en forma verbal.
Dicha forma estructural ponía en relación premisas (mayores y menores) y conclusiones, bien sea
vía inferencia inductiva, deductiva, o mediante la hipótesis en caso del razonamiento abductivo.
Además de la construcción de la lógica como herramienta que garantice objetividad en la creación
y transmisión de conocimiento, escribe La Retórica.
La cultura hebrea también daba una importancia máxima al nombre. Nombrar es signar y signar es
crear; es dar existencia (ex - sistere).
Agustín de Hipona (San Agustín, S IV d.c), se preocupa por estudiar los signos mediante los cuales se
comunican los hombres. Los clasifica en dos grandes clases: verbales y no verbales. Agustín sigue
las orientaciones filosóficas de Platón, y en consecuencia, la palabra (lenguaje natural) por sí misma
no acerca a la “verdad” y la “objetividad” en la aprehensión que hace el hombre del mundo. Se
requiere la ayuda de dos grandes recursos de los que dispone todo hombre: la luz de la razón
humana (la lógica) y la luz de la razón divina.
La argumentación correctora debe sostenerse con argumentos que desacrediten por impracticable,
y, por tanto, excluyan la interpretación literal. Los argumentos son esencialmente de tres tipos:
1. El argumento (llamado indistintamente lógico, psicológico o teleológico) que apela a la
voluntad, a la intención o a los objetivos del legislador; en suma, a la ratio legis. La idea es
que no debe atribuirse a un determinado documento normativo su significado literal,
porque eran distintas la voluntad, la intención o los objetivos del legislador.
Los argumentos capaces de sostener una interpretación extensiva son principalmente dos:
el argumento a fortiori (es un elemento productor de derecho nuevo) y el argumento a simili
o analógico (refiriéndose a que las situaciones similares deben llevar la misma solución).
Ambos argumentos presuponen la previa identificación de la razón por la que a un supuesto
de hecho se conecta una determinada consecuencia jurídica y no otra.
Pueden existir al menos dos razones distintas para extender una norma más allá de su
campo de aplicación natural. Puede suceder que un intérprete desee reconducir un
determinado supuesto de hecho al dominio de una cierta norma solo porque eso satisface
mejor su sentido de justicia. Pero puede suceder, por el contrario, que un intérprete desee
aplicar una cierta norma a un cierto supuesto de hecho, porque, de no ser así, ese supuesto
de hecho quedaría privado de disciplina jurídica, es decir, abriría una laguna en el
ordenamiento.
Interpretación modificativa: que opera bajo el presupuesto que la ley dice una cosa
diferente de lo que quería o lex aliud dixit quam voluit.
El método histórico es congénito a la escuela histórica alemana, y tiene como punto de partida no
la ley, sino el legislador, o mejor dicho, su voluntad como representante de la voluntad del volkgeist
o espíritu del pueblo.
El argumento del método histórico sirve para justificar la atribución de significado a un enunciado,
que sea acorde con la forma en que los distintos legisladores a lo largo de la historia han regulado
la institución jurídica que el enunciado actual regula. Se encarga de explicar una determinada
regulación jurídica por sus orígenes y el modo en que fue desarrollándose a través del tiempo.
En suma, la interpretación histórica consiste en asignar significado a una norma atendiendo a los
precedentes existentes, empezando por los inmediatos. Esta interpretación es realizada por los
jueces. De esa manera, si la interpretación de una norma es consecuente con la manera en que
legisladores y jueces han entendido históricamente el alcance de la regulación de dicha norma, se
sientan las condiciones para que los destinatarios puedan conjeturar las consecuencias normativas
derivadas de la actualización del supuesto previsto en esa norma.
En general, este tipo de interpretación se basa en la idea de que, al cambiar las circunstancias
históricas en las que una ley deba ser aplicada, debe cambiar asimismo el modo de interpretarla. La
interpretación evolutiva tiende a adaptar viejas leyes a situaciones nuevas no previstas por el
legislador histórico. Por esta razón, la interpretación evolutiva no puede argumentarse haciendo
referencia a la concreta voluntad del legislador. El argumento que se adecúa a la interpretación
evolutiva es el de la naturaleza de las cosas.
Interpretación de contratos
En los contratos, para determinar la significación que tienen, el intérprete debe conocer los
antecedentes del pacto, reflejados en la situación jurídica, económica o social en que las partes se
encontraban al momento de celebrarlo, así como la manera en que el contrato fue celebrado, es
decir, los actos preliminares o preparatorios, al igual que la conducta observada por las parte en su
ejecución.
Reglas de interpretación.
1 Se estará al sentido literal de las cláusulas, si los términos son claros y no dejan duda
sobre la intención de los contratantes (a. 1321 CCJal).
2 Si las palabras parecieren contrarias a la intención evidente de los contratantes,
prevalecerá ésta sobre aquellas (a. 1321 CCJal).
3 En los términos de un contrato, no se entenderán comprendidos cosas distintas y casos
diferentes de aquellos sobre los que los interesados se propusieron contratar (a. 1322
CCJal).
4 Las cláusulas deben entenderse en el sentido más adecuado para que produzcan efecto
(a. 1322 CCJal.)
5 Las cláusulas deben interpretarse las unas por las otras, atribuyendo a las dudosas el
sentido que resulte del conjunto de todas (a. 1324 CCJal).
6 Las palabras que puedan tener distintas acepciones serán entendidas en aquella que
sea más conforme a la naturaleza y objeto del contrato (a. 1325 CCJal).
7 Deben tomarse en cuenta los usos y costumbres del lugar para interpretar las
ambigüedades del contrato (a. 1325 CCJal).
8 Si aplicando las reglas anteriores no se pueden resolver dudas:
a. Si recaen sobre circunstancias accidentales:
b. Contrato gratuito: resolver en favor de la menor transmisión de derechos e
intereses.
c. Contrato oneroso: resolver en favor de la mayor reciprocidad de intereses.
d. Si recaen sobre el objeto principal del contrato, será nulo (a. 1327 CCJal).
Referencias
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